En
1947 Jean Paul Sartre (1905-1980) escribió en "La liberté cartésienne" (La
libertad cartesiana): "Nadie antes de Descartes había puesto el acento sobre la
relación del libre albedrío con la negatividad; nadie había mostrado que la
libertad no viene del hombre en tanto que ‘es’, como un ser pleno de existencia
entre otros en un mundo sin huecos, sino por el contrario en tanto que ‘no es’,
como que es finito, limitado". Para el filósofo, matemático y físico francés
René Descartes (1596-1650) la libertad -la máxima perfección del ser
humano- consistía en la capacidad de elegir entre diversas opciones sin que ello
significase indiferencia, dado que ésta conlleva la ignorancia. La libertad consiste
en que la voluntad elija aquello que el entendimiento le presenta como
verdadero y bueno: "la principal perfección del hombre consiste en tener libre
albedrío, que es lo que le hace digno de alabanza o censura". Esto es, en
definitiva, el sometimiento de la voluntad al entendimiento.
Es
en concordancia con una moral estoica (en el sentido de la ética estrictamente
materialista que propone vivir conforme a la naturaleza racional del ser humano) que
Descartes definió de este modo a la libertad. Sólo se podrá ser libre si se
elije la opción verdadera que dicta el propio entendimiento. Por lo tanto, la
libertad es entendida como el sometimiento de la propia voluntad a la razón.
Sin embargo, el margen de acción de la voluntad muchas veces supera al del
entendimiento, generándose así acciones confusas, erróneas y no libres. En este
sentido, cuando el hombre no es libre genera el error, y sólo podrá ser libre si
se vincula con la verdad. Las pasiones humanas, los sentimientos y deseos
materiales son fuentes del error, pues en ellos la voluntad desea cosas que
están más allá del entendimiento, produciéndose un desequilibrio entre
entendimiento y voluntad. Descartes pensaba que la libertad es una noción
evidente de la cual no hay la menor duda, ya que sin ella no sería posible la
elección. Definía la noción de libertad remitiéndose al testimonio de la
conciencia; la propia experiencia del hombre bastaba para saberse libre. Es
decir, se conoce la libertad por medio de la sola experiencia que de ella se tiene
a partir de la conciencia o actividad del pensamiento.
Pero,
en la filosofía cartesiana la noción de libertad era sumamente amplia y
compleja y fue evolucionando en el transcurso de sus obras. En las "Meditationes
de prima philosophia" (Meditaciones metafísicas), de 1641, Descartes concebía la
libertad, en un sentido negativo, como ausencia de impedimentos. Desde esta
perspectiva, señaló que la voluntad -o la libertad de arbitrio- consistía en
que "obramos de manera que no nos sentimos constreñidos por ninguna fuerza exterior".
En otras palabras, la voluntad da su asentimiento sin estar necesariamente
sujeta a una compulsión externa. En su obra "Will, freedom and power" (La
voluntad, la libertad y el poder), el filósofo inglés Anthony Kenny (1931),
actual Presidente del Royal Institute of Philosophy, define a esta noción de
libertad como "libertad de espontaneidad", en el sentido de que el hombre es
libre para hacer algo si y sólo si lo hace porque lo quiere.
Descartes
reconocía que en el hombre había una libertad de indiferencia negativa. En este
contexto, la indiferencia negativa era el grado más bajo de la libertad, es
decir, cuando al hombre le da lo mismo hacer una cosa o su contraria, cuando
actúa sin ninguna razón. Descartes señalaba que la indiferencia negativa era el
resultado de la ignorancia, pues, en la medida en que el hombre conoce lo bueno
y lo verdadero, no puede ser
indiferente: "Esta indiferencia que siento, cuando no soy llevado hacia un lado
más bien que hacia otro por el peso de alguna razón, es el grado más bajo de la
libertad, y más bien manifiesta un defecto en el conocimiento que una
perfección en la voluntad, pues si yo conociera siempre claramente lo que es
verdadero y lo que es bueno, jamás me tomaría el trabajo de deliberar acerca de
qué juicio debería formar y qué elección hacer; y, de ese modo, yo sería
enteramente libre, sin ser jamás indiferente".
Según
Descartes era evidente que de "una gran claridad del entendimiento se deriva
una fuerte inclinación de la voluntad". Así, por ejemplo, cuando Descartes
examinó sus creencias con el fin de encontrar alguna cierta, se percató de que
había algo de lo cual no podía dudar, esto es, de que el propio sujeto piensa,
pero si el sujeto piensa es porque existe. De esta manera, el filósofo llegó a
la conclusión "pienso, luego existo". Para Descartes esta conclusión era
verdadera porque "no podía dejar de juzgar que una cosa que concebía tan claramente
fuera verdadera, no porque me encontrase forzado por alguna causa exterior,
sino solamente porque de una gran claridad que había en mi entendimiento se
deriva una gran inclinación de mi voluntad. Y he sido inclinado a creer con
tanta libertad cuanto menor fue mi indiferencia". Por lo tanto, la indiferencia
era el resultado de la ignorancia, pues, en la medida en que el hombre conocía
lo bueno y lo verdadero no podía ser indiferente.
Sin
embargo más adelante, en la correspondencia que mantuvo con el sacerdote misionero
jesuita Denis Mesland (1615-1672), Descartes pasó de una libertad como
"elección entre posibles" a lo que el sacerdote y filósofo español
Guillermo Fraile (1909-1970) llamó en su "Historia de la Filosofía" una
"libertad esclarecida", donde la elección estaba en función del
conocimiento de la verdad o del bien: "Para ser libre, no es requisito
necesario que me sean indiferentes los dos términos opuestos de mi elección;
ocurre más bien que, cuanto más propendo a uno de ellos tanto más libremente
escojo". En aquellas cartas (de 1644 y 1645), Descartes consideraba que había
una indiferencia positiva que no estaba determinada por el conocimiento. "En mi
parecer -escribió- la indiferencia significa propiamente aquel estado en que se
halla la voluntad cuando no la impulsa hacia un lado más que otro ninguna
percepción de lo verdadero o de lo bueno, y así la tomé cuando escribí que es
el grado ínfimo de libertad con que nos determinamos a las cosas que nos son
indiferentes. Pero quizás otros entienden por indiferencia la facultad positiva
de determinarse a cualquiera de los dos contrarios, por ejemplo, a perseguir o
huir, afirmar o negar. Pero no negué que esta facultad positiva existe en la
voluntad. Antes bien, pienso que existe no sólo en relación a aquellos actos a
los que no la impulsa hacia una parte más que a otra ninguna razón evidente,
sino también en relación a todos los demás; de tal modo que cuando una razón
muy evidente nos mueve hacia un lado, aunque, hablando moralmente, apenas podamos
dirigirnos hacia el contrario, sin embargo, hablando absolutamente, podemos
hacerlo. Pues siempre nos está permitido apartarnos de la persecución de un
bien claramente conocido, o admitir una verdad clara únicamente, con tal que
pensemos que es bueno atestiguar mediante esto la libertad de nuestro libre arbitrio".
Cuatro
años después, en "Les passions de l'âme" (Las pasiones del alma), Descartes
finalmente concibe la libertad en un sentido positivo, como completamente
autónoma. Esto implicaba que la felicidad dependía exclusivamente del hombre y
no requería del concurso divino de Dios. Se trataba de la libertad que poseía
el hombre para autodeterminarse y hacer uso de su propia razón. Descartes
consideraba entonces que "sólo hay en nosotros una cosa que puede autorizarnos
a estimarnos, a saber, el uso de nuestro libre arbitrio y el dominio que
tenemos sobre nuestras voliciones; pues sólo por las acciones que dependen de
este libre arbitrio podemos ser alabados o censurados". Estas afirmaciones dieron
lugar a fuertes controversias de fondo teológico y le causaron no pocos
problemas con la Iglesia Católica, particularmente con los jesuitas. A pesar de
que los temas fundamentales de su filosofía fueron la afirmación de la
existencia de Dios y del espíritu humano y la distinción del alma y el cuerpo,
cuestiones todas ellas de la máxima ortodoxia, fue acusado de ateísmo y de
pelagianismo, aquella antigua teoría declarada herética que se basaba en la
voluntad igualmente libre para elegir hacer el bien o el mal. Como corolario, en
1662, doce años después de su muerte, todas sus obras fueron incluidas en el
funesto "Index librorum prohibitorum" (Índice de libros prohibidos), el catálogo
editado por la Iglesia Católica entre 1564 y 1966 en el que se censuraban
todos aquellos libros "perniciosos para la fe".
Ya
en 1629 Descartes habría escrito -sin terminarlo- un pequeño tratado de
metafísica. Así lo anunció en sus cartas a los científicos Guillaume Gibieuf
(1585-1650) el 18 de julio de 1629, y Marin Mersenne (1588-1648), el 27 de
febrero de 1637. Pero, al haberse perdido, se desconoce su contenido, aunque
puede presumirse que la preocupación metafísica en Descartes fue dominante y
muy anterior a la elaboración de las "Meditaciones". Recién se harían patentes en 1637
con la cuarta parte del "Discurso del método", y en 1641, ya definitivamente, con las "Meditaciones
metafísicas". No obstante, puede señalarse el año 1628 como punto de partida
para ese tipo de reflexiones, originadas en su insatisfacción por los estudios
que siguió en el célebre Collège Henri IV de La Flèche. En la biblioteca de
aquel colegio jesuita no encontró más que incertidumbre, contradicciones y
decepciones. Los libros de texto, acordes a la orientación filosófica escolástica
que imperaba en la institución, no lograron saciar el ansia de conocimiento que
ya entonces atormentaba al joven Descartes y que le acompañaría toda su vida a
pesar de su permanente sometimiento a los dogmas de la religión.
Con
las doctrinas religiosas Descartes se esforzaría en hallar una solución de
compromiso que le librase de eventuales acusaciones de heterodoxia que, en
definitiva y a pesar de todo, no pudo evitar: el siglo XVIII bárbaro,
inquisitorial e intolerante se opuso al siglo XVII culto y progresista heredero
del Renacimiento e iniciador de la nueva visión científica y triunfó sobre él. Descartes
se movió durante toda su vida entre la aceptación de verdades eternas, previas,
y la formulación estrictamente racional de una duda que le permitiese plantear
la realidad haciendo borrón y cuenta nueva. Esta situación habrá ocasionado sin
dudas innumerables conflictos y tormentos interiores y es dable deducir que su
filosofía, teniendo en cuenta éstas y otras circunstancias, no brotó natural y
espontáneamente sin tensiones ni dificultades. El caso de Descartes no es sino
un ejemplo más del carácter esencialmente contradictorio de su época.
Lo
cierto es que fue un hecho de interés vital el que Descartes, con su
proposición "pienso, luego existo", expresase la preponderancia del ser humano
y por ello una nueva posición de éste al hacerlo responsable de establecer y evaluar
toda certidumbre y toda verdad. Vale recordar, no obstante, aquello que el filósofo
alemán Karl Marx (1818-1883), uno de los principales arquitectos de la ciencia
social moderna, dijera en sus "Thesen über Feuerbach" (Tesis sobre Feuerbach):
"La cuestión de si la verdad objetiva pertenece al pensamiento humano no es una
cuestión teórica sino práctica. Es en la práctica donde el
hombre debe probar la verdad, es decir, la realidad y el poderío, lo terrenal
de su pensamiento. La disputa sobre la realidad o no realidad del
pensamiento aislado de la práctica es una cuestión puramente escolástica". En
definitiva, al método analítico cartesiano se le debe el ascenso de la ciencia
moderna en el siglo XVII, la Ilustración en el siglo XVIII, la Revolución Industrial
en el siglo XIX, las computadoras en el siglo XX y el desciframiento del
cerebro en el siglo XXI. Todos estos hitos científicos de la historia son, en
mayor o menor medida, logros del cartesianismo.