26 de abril de 2015

Sobre el neoliberalismo extractivista y la catástrofe ecológica (2)

En 1961, en un discurso dado en la ONU, John F. Kennedy (1917-1963) manifestaba: "Cada habitante de este planeta debe tener en cuenta que un día este planeta ya no será habitable". El por entonces presidente de Estados Unidos estimaba que la amenaza era la bomba de hidrógeno (una bomba que su propio país había creado y detonado por primera vez en 1952) y no el caos del clima, al que se consideraba apenas un problema pasajero. Mucho antes, más precisamente en 1899, otro estadounidense -el economista y sociólogo Thorstein Veblen (1857-1929)- analizaba en "The theory of the leisure class" (La teoría de la clase ociosa) la estructura económica de su época y criticaba mordazmente la ostentación que de su estatus social hacían constantemente gala las clases más favorecidas. Cinco años más tarde, en "The theory of business enterprise" (La teoría de la empresa económica), Veblen profundizaría en el análisis del contraste entre la racionalidad del proceso productivo industrial y la irracionalidad en el ámbito de las decisiones financieras, un análisis que hoy tiene muchísima vigencia. Esa clase social -hace ya cien años pero mucho más hoy en día-, obsesionada por el consumo ostentoso y la competencia suntuaria, es indiferente a la degradación de las condiciones de vida de la mayoría de los seres humanos y ciega frente a la gravedad del envenenamiento de la biosfera. De la mano de una clase dirigente predadora y codiciosa obstaculiza cualquier veleidad de transformación efectiva; casi todas las esferas de poder y de influencia están sometidas a un pseudorrealismo que pretende que cualquier alternativa es imposible y que la única vía imaginable es la del "crecimiento".
El antes mencionado Löwy involucra sin tapujos a "los 'responsables' del planeta -multimillonarios, directivos, banqueros, inversores, ministros, parlamentarios y otros 'expertos'- que, motivados por la racionalidad limitada y miope del sistema, obsesionados por los imperativos de crecimiento y de expansión, por la lucha por las partes del mercado, por la competitividad, los márgenes de ganancia y la rentabilidad, parecen obedecer al principio proclamado por Luis XV: 'Después de mí, el diluvio'. El diluvio del siglo XXI corre el riesgo de tomar la forma, como aquel de la mitología bíblica, de un ascenso inexorable de las aguas que ahogará bajo las olas a las ciudades costeras de la civilización humana". Esta afirmación nos retrotrae inevitablemente a "Die deutsche ideologie" (La ideología alemana), obra escrita por el filósofo alemán Karl Marx (1818- 1883) en 1845 en la que, uniendo la reflexión y la crítica filosófica al análisis histórico y económico, preveía que las fuerzas productivas se convertirían en fuerzas destructivas. Y en su obra posterior, "Kritik des Gothaer programms" (Crítica del programa de Gotha), afirmaba que el objetivo de los seres humanos no debía ser producir una cantidad cada vez mayor de bienes sino reducir el tiempo social de trabajo para ampliar de ese modo el tiempo libre de los seres humanos, rompiendo así con la ideología del progreso lineal del positivismo y proponiendo en cambio el socialismo.
Si bien en 1859, en "Schrift zur kritik der politischen ökonomie" (Contribución a la crítica de la economía política), Marx habla de convertir "el desarrollo de las fuerzas productivas" en el principal vector del progreso humano sin hacer ninguna evaluación crítica de las mismas, en su obra más famosa, "Das Kapital" (El Capital), opuso a la lógica depredadora del suelo del capitalismo el tratamiento racional de la tierra "como eterna propiedad comunitaria, y como condición inalienable de la existencia de la reproducción de la cadena de las generaciones humanas sucesivas". Para el "pensador del Milenio" (tal como lo calificó una encuesta de la BBC realizada a fines de 1999 en la que votaron personas de todo el mundo), la tierra no es propiedad de nadie; todas las sociedades son sus usufructuarias, con la obligación de conservarla y dejarla en buenas condiciones para las futuras generaciones. Si bien la reflexión ecológica no ocupó un lugar central en su obra (lo que ha sido objeto de una crítica malintencionada), puede encontrarse en ella cierta conciencia del carácter depredador de algunas prácticas económicas como las críticas a la degradación y agotamiento de los suelos o la destrucción de los bosques, resultado de una contradicción insalvable entre la lógica inmediatista del capital y el interés general de la humanidad. Expresiones como "control", "dominio" o "dominación" de la naturaleza por el hombre, muchas veces no apuntan a los aspectos patrimoniales sino al beneficio que el conocimiento de las leyes de la naturaleza procura a los seres humanos.
Un siglo y medio después de la publicación de la obra cumbre de Marx, un nuevo informe de la NASA presentó un alarmante diagnóstico sobre lo que está ocurriendo: "El planeta Tierra, la creación, el mundo en el que la civilización se desarrolló, el mundo con las normas climáticas que conocemos, con su geografía costera estable, está en peligro, un peligro inminente. La urgencia de la situación solo se cristalizó a lo largo de los últimos años. Ahora tenemos pruebas evidentes de la crisis. La sorprendente conclusión es que la continuación de la explotación de todos los combustibles fósiles de la Tierra no solo amenaza a millones de especies en el planeta, sino también la supervivencia de la humanidad misma, y los plazos son más cortos de lo que pensamos". Mientras tanto, diversas organizaciones ambientalistas internacionales como Earth Action, Greenpeace o World Wildlife Fund advierten hace años sobre los graves problemas que amenazan al planeta, citando entre ellos al cambio climático, la pérdida de la biodiversidad, el uso y abuso del nitrógeno para la producción de fertilizantes o aditivos alimenticios, la acidificación de los océanos, el desgaste de la capa de ozono y la creciente deforestación.


En un artículo publicado en el nº 12 de la revista "Ideas de Izquierda" aparecida en agosto de 2014, el profesor de Historia en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires Juan Luis Hernández (1974) reflexiona sobre "Ecosocialismo", el libro de Löwy. "La idea central de esta corriente -explica Hernández- es la incompatibilidad entre la subsistencia del capitalismo y la búsqueda de un punto de equilibrio medioambiental. Una clase dirigente obsesionada por el consumo suntuoso y la acumulación, permanece indiferente ante la degradación de las condiciones de vida de la mayoría de la humanidad, como quedó demostrado por el fracaso de las conferencias internacionales sobre el cambio climático, en las cuales Estados Unidos, China y Europa se niegan a reducir las emisiones de los gases responsables del calentamiento global o efecto invernadero". Löwy sostiene en su obra que una política ecologista no socialista resulta incapaz de solucionar los problemas atacando sus raíces: la priorización de la ganancia y la acumulación, el despilfarro de la gestión no planificada de los recursos naturales. A su vez, cualquier proyecto socialista que no se plantee la resolución de los problemas medioambientales termina convirtiéndose en un callejón sin salida.
El ecosocialismo, síntesis dialéctica de los principios fundamentales del ecologismo y de la crítica marxista a la economía y a la explotación capitalista, es al mismo tiempo una crítica a la "ecología de mercado", que termina siendo funcional al capitalismo, y a las variantes "socialistas productivistas" del siglo XX (socialdemócratas o estalinistas), basadas en una supuesta expansión cuantitativa ilimitada de las fuerzas productivas, sin tener en cuenta el equilibrio necesario con el medio ambiente. Por el contrario, el ecosocialismo postula una transición al socialismo basada en la protección del medio ambiente, en el cual sea la propia población la que defina democráticamente las prioridades mediante una planificación racional a nivel local, nacional e internacional. El inicio de un proceso de transición al socialismo requiere, junto con la supresión de las relaciones de producción capitalistas y la propiedad colectiva de los medios de producción, el reemplazo de la energía proveniente de la incineración de combustibles fósiles por fuentes de energía renovables (eólica/solar), la reestructuración de ramas enteras de la producción que deberán ser reemplazadas y/o abandonadas, y cambios estructurales en los patrones de consumo de las sociedades.
El término "ecosocialismo" recién empieza a ser utilizado a partir de los años '80, cuando el partido político alemán Die Grünen se designa como "ecosocialista". Hacia esa época se publicó el libro "L'alternative" (La alternativa) escrito por un disidente socialista de la Alemania del Este, el filósofo Rudolf Bahro (1935-1997), quien desarrolló una crítica radical del modelo soviético y de Alemania del Este en nombre de un socialismo ecológico. También por esos años el sociólogo y economista estadounidense James O’Connor (1930) teorizó su concepción de un marxismo ecológico en su ensayo "Natural causes" (Causas naturales) y fundó la revista "Capitalism, Nature and Socialism", mientras que el político francés Pierre Juquin (1930), en coautoría con otros intelectuales, lanzaba el libro "Pour une alternative verte en Europe" (Por una alternativa ecológica en Europa), una suerte de manifiesto ecosocialista europeo. Paralelamente en España, en torno a la revista de Barcelona "Mientras Tanto", se desarrolló una reflexión ecológica socialista, lo mismo que en la revista norteamericana "Monthly Review", la canadiense "Canadian Dimension" o la francesa "La Décroissance". En todas ellas se propugna por el predominio del valor de uso por sobre el valor de cambio, la reducción del tiempo de trabajo y de las desigualdades sociales, la ampliación de lo "sin fines de lucro", la reorganización de la producción de acuerdo con las necesidades sociales y la protección del medio ambiente.
La premisa central del ecosocialismo -explica Löwy- es que todo socialismo no ecológico es un callejón sin salida. Una ecología no socialista es incapaz de tomar en cuenta las apuestas actuales. La asociación del "rojo" (la crítica marxista del capital y el proyecto de una sociedad alternativa) y del "verde" (la crítica ecológica del productivismo que realiza) no tiene nada que ver con las combinaciones gubernamentales denominadas "rojiverdes", las que no son más que coaliciones entre la socialdemocracia y ciertos partidos verdes que se forman alrededor de un programa social-liberal de gestión del capitalismo. El ecosocialismo es una proposición radical que ataca la raíz de la crisis ecológica, que se distingue tanto de las variantes productivistas del socialismo del siglo XX (ya sea la socialdemocracia o el "comunismo" estalinista), como de las corrientes ecológicas que se adaptan, de una manera o de otra, al sistema capitalista. Es una proposición radical que no sólo apunta a una transformación de las relaciones de producción, a una mutación del aparato productivo y de los modelos de consumo dominantes, sino también a crear un nuevo paradigma de civilización, en ruptura con los fundamentos de la civilización capitalista/industrial occidental moderna.
Si es o no el ecosocialismo el camino adecuado para responder a las necesidades sociales reales es materia discutible. Lo que sí parece estar muy claro es que hoy la preservación del medio ambiente es incompatible con la lógica expansiva y destructiva del sistema capitalista. La búsqueda del "crecimiento" bajo la égida del capital está conduciendo a las especies vivientes a una catástrofe sin precedentes en la historia de la humanidad: el calentamiento global. Este fenómeno está haciendo aumentar la temperatura del planeta a un ritmo cada vez más intenso. El resultado inmediato es el derretimiento de los glaciares de Asia, Europa y América, del casquete Ártico y de la Antártida. La consecuencia es el aumento del nivel de los océanos, que en pocos años o décadas anegarán las ciudades costeras donde vive la mayor parte de la población humana. En lo que respecta a la Antártida, los últimos estudios de la NASA dan cuenta del inicio de un proceso irreversible de retroceso de los glaciares próximos al Mar de Amundsen. En Groenlandia y el casquete Ártico la situación es aún peor. Año a año, el deshielo de la banquisa -como se llama la capa de hielo que flota sobre el océano- alcanza nuevos récords, afectando el hábitat de la fauna ártica, contribuyendo al aumento del nivel de los océanos y disminuyendo la capacidad de refracción solar de la banquisa. "Este fenómeno -explica el antes citado profesor Hernández-, provocado por una mayor emisión de gases de efecto invernadero, es consecuencia de, y a la vez retroalimenta, el desajuste climático global".


En Sudamérica, entre los problemas medioambientales más urgentes se destacan la deforestación de la Amazonia y la minería a cielo abierto. A pesar de su frondosidad, la floresta amazónica es un ecosistema muy frágil. Su carpeta vegetal tiene un espesor de apenas 30 a 40 cm. de humus (contra 90 a 120 de las llanuras o praderas). Por este motivo, las raíces de los árboles se extienden en forma horizontal, cuando se lo tala se pierden muchos metros cúbicos de tierra, arrancados con las raíces. En la superficie deforestada es muy difícil el cultivo de soja o cereales, ya que en poco tiempo se agotan las nutrientes; si se introduce ganado, éste come el pasto desde las raíces y destruye con las pezuñas la débil carpeta vegetal. En suma, en pocos años solo queda tierra árida, como se puede apreciar a simple vista en las orillas del Amazonas. Desde hace siglos, los grupos étnicos que habitan la Amazonia cultivan mandioca, maíz y yuca sobre el igaporé, las tierras inundables en donde las crecidas de los ríos depositan un limo fértil, bajo la sombra protectora de los árboles. Estos métodos sencillos siguen dando mejores resultados que los de los "agronegocios", haciendo realidad la hipótesis que Walter Benjamin (1892-1940) expresara en 1928 en su "Einbahnstrasse" (Calle de sentido único): los supuestos impulsores del progreso propagan en realidad la barbarie. En manos de terratenientes y capitalistas, que sólo apuntan a maximizar ganancias en el corto plazo, la Amazonia corre el riesgo de desertificarse en poco tiempo, con consecuencias incalculables sobre el clima de todo el planeta, del cual constituye hoy el principal pulmón productor de oxígeno.
La megaminería o minería a cielo abierto, por su parte, implica la voladura con toneladas de explosivos de las montañas, la pulverización de las rocas y la separación mediante sustancias químicas de los metales de la escoria residual. Este proceso provoca la destrucción irreversible del entorno natural e insume enormes cantidades de agua. En definitiva, consume los recursos fundamentales de un territorio para la reproducción de la vida en todas sus formas, en aras de explotaciones mineras intensivas que no perduran más de dos o tres décadas. Dadas estas circunstancias, es menester clarifi­car teóricamente las relaciones esenciales del hombre con la naturaleza dado que la humanidad nunca ha sido tan dependiente como en estos tiempos en que la globalización de la economía, de la política y de las fuentes de infor­mación hace y deshace a su antojo. Es necesario repensar la vinculación hombre-naturaleza ya no mera­mente en un marco nacional como lo planteaba Hegel, sino en el del planeta entero. Las revoluciones del siglo XX levantaron como banderas de redención la lucha por el pan, la tierra, la libertad y la paz entre los pueblos. Las revoluciones del siglo XXI deben ampliar la agenda, incluyendo otros horizontes, entre ellos, la preservación del medio ambiente en el cual la humanidad construye, día a día, su presente y su porvenir.