VIII. La división del trabajo en Estados Unidos
/ La economía planificada en la Unión Soviética y China
Sin embargo, todas estas medidas no fueron suficientes para mejorar la situación social. La rebelión se extendía y era muy grande, y a comienzos de 1934 se produjeron grandes huelgas. Una fue en California donde en la huelga general participaron un millón y medio de trabajadores de diferentes industrias. La iniciaron los estibadores de la costa Oeste bloqueando 3.000 kilómetros del litoral del Pacífico; los camioneros cooperaron negándose a transportar cargas a los muelles y los trabajadores marítimos se unieron a la huelga. La policía intentó abrir los muelles, los trabajadores resistieron, dos de ellos fueron muertos en la represión. En el entierro se reunieron decenas de miles de personas. Otra huelga se produjo a continuación de ésta en San Francisco, en la que participaron 130 mil obreros desocupados. 500 policías y 4.500 soldados con ametralladoras, tanques y artillería se encargaron de reprimirla.
También en Minneapolis hubo una huelga de camioneros apoyados por otros trabajadores; la ciudad se paralizó, la policía atacó y mató a dos huelguistas; 50 mil personas asistieron al entierro, se hizo un mitin de protesta y una marcha a la Municipalidad. Un mes después los obreros ganaron la huelga. Y en Carolina del Sur hubo una gran huelga textil que paralizó a 325 mil trabajadores con abandono de los lugares de trabajo. La manifestación de los trabajadores fue reprimida por la policía matando a siete obreros e hiriendo a otros tantos. La fábrica textil terminó cerrando. Esta huelga se extendió a Rhode Island, donde una multitud de 5 mil personas desafió a las tropas del ejército armadas con ametralladoras; la multitud tomó la ciudad por asalto y allí también debió cerrar la fábrica. Hacia fines de ese año había 421 mil trabajadores textiles en huelga en todo el país; hubo arrestos masivos, los organizadores fueron apaleados y creció el número de muertos.
La crítica coyuntura exigió una revisión del pensamiento económico liberal y con ello el abandono de uno de sus principales postulados: la no intervención del Estado en la actividad económica. Se pasaba así del “laissez faire” al dirigismo estatal. Uno de los economistas más destacados por entonces fue el polaco Michał Kalecki (1899-1970) quien, desafiando la ortodoxia neoclásica, afirmó en su ensayo “Proba teorii koniunktury” (Ensayo de una teoría sobre la coyuntura) que las fuerzas del mercado no actuaban para llevar a las economías capitalistas a ningún tipo de equilibrio estable con todos los recursos plenamente utilizados, sino que hacían que esas economías oscilaran naturalmente entre auges y depresiones. En su derrotero científico, teorizó principalmente sobre precios y monopolios, a su entender dos elementos esenciales para comprender los fundamentos del capitalismo moderno.
La
transformación del Estado en árbitro y organizador de la economía y su
creciente intervención en lo social generaron grandes polémicas. Si bien el
liberalismo conservó adeptos que planteaban el retorno a la libre competencia,
la mayoría de los economistas se inclinaría por la necesidad de adaptar el
capitalismo a la nueva coyuntura ya que la crisis estadounidense se había
extendido en mayor o menor medida a buena parte del mundo occidental. El más
influyente de todos ellos fue el británico John Maynard Keynes (1883-1946),
quien introdujo un paradigma económico para estimular la demanda, el empleo y
la inversión, una estrategia que llamó “Third way” (Tercera vía) la que, según
lo que escribió en “The economic consequences of the peace” (Las consecuencias
económicas de la paz), sería útil para evitar tanto el totalitarismo
estalinista como el fascismo y el nazismo en sus distintas versiones.
Resulta
evidente que la crisis que estalló en octubre de 1929 resultó el marco adecuado
para el surgimiento de la teoría económica keynesiana como intento de solución
apropiada a las condiciones del capitalismo monopolista de Estado y para
propiciar un nuevo espacio a la teoría económica. La tesis sobre la
imposibilidad del equilibrio automático de la economía capitalista, defendida y
argumentada por Keynes, representó en su momento una ruptura teórica con la “ley
de los mercados” del ya aludido Jean Baptiste Say, la cual sostenía que la
economía capitalista era capaz de garantizar de forma automática la igualdad
entre la oferta y la demanda.
Aunque Say y sus seguidores aceptaron la existencia de crisis parciales -a las que denominaron “desproporciones”-, consideraban que los propios mecanismos económicos del sistema se encargarían de restablecer las proporciones, evitando así el carácter general de la crisis. Influenciado por la crisis económica mundial de 1929, Keynes impugnó la “Ley de Say” y los criterios neoclásicos acerca de la determinación del nivel de ocupación.
En “The general theory of employment, interest and money” (Teoría general del empleo, el interés y el dinero), su obra más destacada, trató de demostrar la posibilidad de acabar con las crisis cíclicas del capitalismo y con la desocupación crónica que sufrían las economías centrales. Para ello, el Estado debería ejercer una acción decisiva sobre el desenvolvimiento del proceso económico. Sólo a través de su intervención sería posible salir de la crisis y alcanzar la reactivación deseada. El desarrollo de un plan de inversiones masivas en obras públicas constituiría una de las acciones centrales que debía llevar a cabo. Esto generaría inmediatamente un aumento del nivel de empleo e iniciaría el proceso de reactivación. Los salarios abonados a los trabajadores serían gastados por éstos en el mercado local, estimulando la demanda de bienes de consumo. Ésta, a su vez, estimularía la producción, logrando de este modo la recuperación de la economía en su conjunto. El Estado debía facilitar la acción de las industrias más dinámicas a través del otorgamiento de créditos accesibles.
Los historiadores están de acuerdo en afirmar que el economista británico influyó en la política del “New Deal” de Roosevelt. El presidente propuso un nuevo Estado con funciones extraordinarias, un Estado que tendría que realizar inversiones en obras públicas y debía proporcionar ayuda a las empresas a pesar de que sufriría un aumento inmediato del déficit público. Pero, siguiendo los razonamientos de Keynes, se conseguiría de este modo una creación de puestos de trabajo, reducción del desempleo, aumento de la renta familiar y, finalmente, un crecimiento del consumo que provocaría el aumento en la producción de bienes y servicios, el aumento de los ingresos del Estado y la reducción del déficit público.
Así, fueron muchas las medidas tomadas por Roosevelt para promover el empleo y luchar contra la depresión. Entre ellas pueden mencionarse la construcción de represas para generar energía eléctrica a bajo precio, la concesión de préstamos a aquellos Estados que estuvieran más afectados por el desempleo, la reglamentación de controles bancarios necesarios para evitar que se repitiera un nuevo crack bursátil, la reforma agraria que concedió subsidios y créditos a los agricultores para reducir la producción agropecuaria y conseguir estabilizar los precios, y la promulgación de una ley que instauró un sistema de estabilización industrial para eliminar las prácticas de competencia desleal que pudieran provocar la caída de la economía.
Pero, a pesar de todas estas medidas, la situación socio-económica, si bien alcanzó algunos progresos, no mejoró todo lo que se esperaba. Durante la campaña electoral, Roosevelt había admitido el carácter experimental que tendría el “New Deal” diciendo: “El país pide una valiente y continua experimentación... tomar un método y probarlo. Si falla, admitirlo abiertamente y probar otro”. Fue así que, en 1935, lanzó el segundo “New Deal”. El año anterior se habían producido algunos acontecimientos que iban a determinar un cambio de rumbo en su política. Uno de los sectores más conservadores del Partido Demócrata, capitaneados por el ultra católico Albert Smith (1873-1944), fundó la “American Liberty League” (Liga de la Libertad Americana), organización desde la cual convocó a los empresarios a desafiar la leyes de seguridad social, el seguro de desempleo, los salarios mínimos y otras políticas del “New Deal”. Además, al finalizar ese año, se registró una confrontación entre el presidente y el movimiento obrero, provocando desórdenes sociales y un incremento en el número de huelgas.
Sin duda, una de las medidas más significativas del “Second New Deal” (Segundo Nuevo Trato) fue la promulgación de la ley nacional de relaciones laborales, una ley que concedió a los trabajadores el derecho de organizarse en sindicatos, al mismo tiempo que pretendía favorecer las relaciones de diálogo entre obreros y empresarios. Además, para completar el programa de ayudas, se creó un organismo federal cuya finalidad fue establecer un sistema de pensiones y un seguro de desempleo. También se reestructuró la industria de la energía eléctrica creando un marco mixto donde colaboraban el sector público, el privado y el cooperativista. Para llevar adelante todas estas medidas, el gobierno necesitaba recursos económicos a gran escala. Así pues, elaboró unas medidas fiscales para conseguir la financiación a través de los impuestos, entre ellos, el impuesto sobre la renta.
El “New
Deal” llegó a su fin hacia el año 1938 cuando ya empezaban a vislumbrarse las
causas que originarían la Segunda Guerra Mundial, lo que hizo que toda la
maquinaria industrial de Estados Unidos se volcara a la producción de material
bélico. Estudiado en su conjunto, el programa de Roosevelt -que había sido
reelecto en las elecciones de 1936- no consiguió la totalidad de sus objetivos
pues no logró acabar con la depresión. Desde el punto de vista económico supuso
una recuperación ya que, si bien no logró el crecimiento de la actividad
económica al menos consiguió estabilizarla. Desde un punto de vista social, las
medidas adoptadas mejoraron las condiciones de vida de los ciudadanos
reduciendo los efectos de la crisis sobre la clase trabajadora. El nivel de
actividad económica anterior al crack del ‘29 sólo conseguiría alcanzarse
cuando Estados Unidos entró en la Segunda Guerra Mundial.
La Gran Depresión, que comenzó en Estados Unidos y cuyos efectos se extendieron hacia el resto de los países del mundo, fue el acontecimiento más influyente a nivel socioeconómico y político. Pero otros sucesos acaecidos en esa época tendrían con el paso de los años una gran relevancia. Por caso se pueden mencionar el fracaso de la asonada espartaquista de 1919 en Alemania y la derrota en 1927 del proceso revolucionario iniciado en China por el Partido Comunista, el que terminó con la masacre de cerca de 40 mil integrantes del movimiento obrero a manos del ejército chino conducido por Chiang Kai Shek (1887-1975). La represión se extendió luego contra intelectuales, estudiantes y campesinos. Fue entonces cuando un joven dirigente del Partido Comunista llamado Mao Tse Tung (1893-1976), formó una base revolucionaria en las montañas de la provincia de Hunan para luego, en 1931, formar un gobierno paralelo bajo el nombre de República Soviética de China en la vecina provincia de Kiangsi, al sudeste del país. Allí se realizaron reformas agrarias y se emitió papel moneda propio hasta que, en 1934, el acoso de las fuerzas nacionalistas obligó a los comunistas a emprender lo que se conocería como “Larga Marcha”, un recorrido de alrededor de 12.500 kilómetros en poco más de un año que selló el prestigio personal tanto de Mao como de Chou En Lai (1898-1976) quienes, tras años de luchas y guerras, conseguirían proclamar la República Popular China en 1949.
La Gran Depresión, que comenzó en Estados Unidos y cuyos efectos se extendieron hacia el resto de los países del mundo, fue el acontecimiento más influyente a nivel socioeconómico y político. Pero otros sucesos acaecidos en esa época tendrían con el paso de los años una gran relevancia. Por caso se pueden mencionar el fracaso de la asonada espartaquista de 1919 en Alemania y la derrota en 1927 del proceso revolucionario iniciado en China por el Partido Comunista, el que terminó con la masacre de cerca de 40 mil integrantes del movimiento obrero a manos del ejército chino conducido por Chiang Kai Shek (1887-1975). La represión se extendió luego contra intelectuales, estudiantes y campesinos. Fue entonces cuando un joven dirigente del Partido Comunista llamado Mao Tse Tung (1893-1976), formó una base revolucionaria en las montañas de la provincia de Hunan para luego, en 1931, formar un gobierno paralelo bajo el nombre de República Soviética de China en la vecina provincia de Kiangsi, al sudeste del país. Allí se realizaron reformas agrarias y se emitió papel moneda propio hasta que, en 1934, el acoso de las fuerzas nacionalistas obligó a los comunistas a emprender lo que se conocería como “Larga Marcha”, un recorrido de alrededor de 12.500 kilómetros en poco más de un año que selló el prestigio personal tanto de Mao como de Chou En Lai (1898-1976) quienes, tras años de luchas y guerras, conseguirían proclamar la República Popular China en 1949.
Ambos acontecimientos incidieron en la política de la Unión Soviética. Tras la muerte de Lenin en 1924 se había elegido una “Troika” (triunvirato) compuesta por Iosif Stalin (1879-1953), Grigori Zinóviev (1883-1936) y Lev Kamenev (1883-1936) que se encargó de la dirección del Partido Comunista de la Unión Soviética. Por entonces salieron a flote varias tendencias que se venían debatiendo desde tiempo atrás en el seno del Partido. La del citado Trotsky, partidario de la “revolución permanente” y de la extensión internacional del socialismo; la de Nikolái Bujarin (1888-1938), favorable a un socialismo progresivo pero pausado; y la de Stalin, quien en 1925, ya como Secretario General del PCUS, pretendía consolidar la revolución en Rusia antes de traspasarla a otros países. En el XIV Congreso, en diciembre de 1925, tras afirmar que “nueve de cada diez partes del socialismo estaban ya realizadas en la URSS” y que, por lo tanto, no era necesario que la revolución se extendiese internacionalmente, implantó la tesis del “socialismo en un solo país”.
“Nunca ningún país del mundo habrá conocido una metamorfosis tan brutal como la Unión Soviética de los años treinta, bajo el puño de una burocracia faraónica -comentó medio siglo más tarde el filósofo francés Daniel Bensaïd (1946-2010) en “Communisme contre stalinisme” (Comunismo contra estalinismo). Entre 1926 y 1939, las ciudades van a aumentar en 30 millones de habitantes y su parte en la población global pasó del 18% al 33%; sólo durante el Primer Plan Quinquenal, su tasa de crecimiento fue del 44%, es decir prácticamente tanto como entre 1897 y 1926. La fuerza de trabajo asalariado aumentó más del doble (pasó de 10 a 22 millones), lo que significó la ‘ruralización’ masiva de las ciudades, un esfuerzo enorme de alfabetización y de educación, la imposición a marchas forzadas de una disciplina del trabajo”. Esta gran transformación fue acompañada por un renacimiento del nacionalismo, de un auge de la competitividad, de la aparición de una nueva estructura burocrática. “En este gran barullo -ironizó el historiador lituano Moshe Lewin (1921-2010) en “La formation du système soviétique” (La formación del sistema soviético), la sociedad estaba en un cierto sentido “sin clases” pues todas las clases se encontraban imprecisas, en fusión. Así, la Unión Soviética bajo la burocracia contrarrevolucionaria como clase dirigente, instauró el sistema de “economía planificada”.