21 de noviembre de 2023

Fútbol, boxeo y literatura. Una relación versátil

VIII) Martín Kohan: “La relación del deporte con la literatura es enorme”

Los antes mencionados escritores futboleros Soriano y Fontanarrosa publicaron también por entonces obras vinculadas al boxeo. El primero, estando exiliado en Francia, lo hizo en su novela “Cuarteles de invierno”, una obra ambientada en Colonia Vela, un pequeño pueblo provinciano argentino ficcional, en la época de la dictadura militar de los años ’70 y cuyos personajes principales son un boxeador olvidado, Tony Rocha, y un cantante de tangos en decadencia, Andrés Galván, que intentaban vivir al margen de la situación política del país. El segundo lo hizo en su libro “El mayor de mis defectos” en el cuento “Regreso al cuadrilátero”, en el que contó con un estilo de crónica de corte literario la pelea entre dos púgiles que tenían un pasado en común inesperado: el novato Inolfo Soroeta, un duro pegador, y el veterano de mil batallas Félix Durán Iguri quien recuerda sus glorias y antiguos combates frente a grandes estrellas. El libro de Soriano se publicó en 1980, el de Fontanarrosa en 1990.
En 1983 el escritor Alberto Vanasco (1925-1993), integrante de la vanguardia literaria argentina de los años ’50 y autor de, entre otras obras, las novelas “Nueva York Nueva York” y “Al sur de Río Grande”, el ensayo “Vida y obra de Hegel” y la obra teatral “No hay piedad para Hamlet”, publicó el cuento “Caída de un peso mediano” formando parte de “Los años infames”. En él describió el trayecto recorrido por un púgil arruinado por el juego e implicado en el asesinato de su representante, quien le había negado dinero para apostar en una carrera en el hipódromo. Al año siguiente Enrique Medina (1937) publicó el libro de cuentos “Los asesinos”, en el cual incluyó “La bata roja”, un cuento del género policial en el que vinculó al mundo del boxeo con el crimen. Más adelante publicó “Gatica”, una novela basada en la vida del popular boxeador argentino José María Gatica (1925-1963), mezclando la ficción con la realidad de sus vivencias. Medina recurrió en muchas oportunidades al monólogo interior. Combinó el relato más distanciado, de crónica, con el monólogo intrincado de un hombre inteligente, pero rústico y analfabeto. A lo largo de la novela también insertó imágenes de “el Mono”, tal como se lo conocía, y recortes de periódicos con notas vinculadas a sus peleas.
Por su parte el psicoanalista y dramaturgo Eduardo “Tato” Pavlovsky (1933-2015) presentó “Cámara lenta. Historia de una cara”, drama basado en la historia de tres personas, Dagomar, un ex boxeador, Amilcar, su manager de toda la vida y Rosa una amiga de ambos, quienes transitan el sufrimiento de sus debacles físicas y emocionales bordeando el abismo de lo marginal. Ya en el nuevo siglo, el ex boxeador y un “enamorado del boxeo”, según sus propias palabras, publicó “Historias de boxeo”, una serie de textos en los que narró sus recuerdos, sus imágenes y sus experiencias ligadas al mundo de ese deporte. El 17 de junio de 2015, en un artículo titulado “Historia de deslealtad, rincón neutral” publicado en el diario “Página/12” reconoció que el problema que a veces surgía en su escritura deportiva era que “siempre fui un enamorado del boxeo”.


El escritor y profesor de Teoría Literaria en la Universidad de Buenos Aires Martín Kohan (1967) publicó en 2005 la novela “Segundos afuera”, una rememoración de uno de los acontecimientos más famosos del boxeo del siglo XX como lo fue el combate entre Firpo y Dempsey en 1923. En la voz de un periodista, Verani, narró la polémica pelea signada por la parcialidad del árbitro a favor del boxeador estadounidense. “Me fascina esa épica del mano a mano que hay en el boxeo (y en la que veo una prolongación de lo que Borges asignaba al duelo a cuchillo) -comentó en una entrevista-. En ‘Segundos afuera’ tomé la pelea de Firpo y Dempsey, en la que dos destinos cambiaron por completo en apenas unos pocos segundos. Me parece que el boxeo no me interesa tanto por lo que es como por lo que puede llegar a significar. Con el fútbol me pasa exactamente lo inverso. No es para mí la metáfora, ni el símbolo, ni una alegoría de nada: es la absoluta literalidad. Creo que el deporte es el que mejores historias tiene para contar y su relación con la literatura es enorme”.
Por otro lado, el periodista y relator de boxeo argentino Osvaldo Príncipi (1956), conductor de programas de televisión como “Boxeo de Primera”, “TRB Boxeo”, “TNT Box” y “Artistas del Knockout”, lanzó en 2006 “La vida es un ring”, obra en la cual boxeadores y artistas de distintas ramas explicaron por qué amaban el boxeo. Y la escritora Ana María Shua (1951), prolífica y excelente autora de narrativa breve como puede observarse en obras como “Casa de geishas”, “Botánica del caos” y “Temporada de fantasmas”, publicó en 2009 “Que tengas una vida interesante” en el que en uno de sus cuentos, el titulado “La revancha”, presentó la figura del boxeador encomendándose a los ángeles para obtener una victoria. En una entrevista contó: “Yo no sé absolutamente nada del boxeo y no sé las cosas que digo en ese cuento: ya me las olvidé. Lo que me pasó es que me encargaron un cuento para una antología sobre boxeo y me fui a una librería donde tenían revistas viejas y revistas deportivas. La trama del cuento se me fue ocurriendo después. Al narrador le agregué una característica de una chica conocida que tenía una fe muy extraña en el poder de los ángeles. Así construí ‘La revancha’”.


Indudablemente los universos del fútbol y del boxeo han ejercido una fascinación múltiple en muchos escritores desde fines del siglo XIX, creando un vínculo entre la escritura y esos deportes que se potenció a lo largo de todo el siglo XX y continúa hasta el día de hoy. Parece incuestionable que existe una amplia relación entre ambas actividades. Grandes escritores vieron en el balompié y en el pugilismo una fuente de inspiración para sus historias y en muchas ocasiones ambientaron sus relatos en torno a ellos sin tenerlos como tema principal, no sólo mostrando los sentimientos, las ambiciones, las frustraciones, los sufrimientos y las alegrías de un futbolista o de un boxeador, sino también reflejando el contexto social y económico exisente alrededor de ellos.
Como colofón, en cuanto a la relación entre la literatura y el fútbol, vale la pena recordar un fragmento del artículo “Con las palabras a la cancha” del aludido Juan Sasturain: “Ya se ha bien dicho en alguna otra ocasión: tenemos la evidencia de que, más allá de la portentosa distorsión, tanto la práctica del fútbol (el uso de la pelota y la competencia derivada) como el ejercicio de la literatura (el uso del lenguaje y el despliegue de sus múltiples sentidos), llevados a un grado de excelencia y respeto por sus medios y sus posibilidades, pueden (aunque no suelen) alcanzar el grado de la artisticidad: pueden ser un arte, no sólo una actividad reglada por la eficacia o un trabajo marcado por la recompensa. Tanto el manejo de la pelota como el del lenguaje -puestos en buenos pies y manos- son un desafío a la creatividad y de ahí, de esa tensión por encontrar una forma original, cada vez única, para resolver dificultades expresivas, puede saltar la belleza. Ambas actividades tienen en común su condición de juego en tanto desafío, actividad en el fondo inmotivada, asunción de un riesgo y entrega personal”.
Y en cuanto a la relación entre la literatura y el boxeo, es sustancial el artículo publicado en 1962 en la revista “Casa de las Américas” con el título “Algunos aspectos del cuento” en el cual su autor, el citado Julio Cortázar, en forma metafórica expresó la analogía entre la novela, el cuento y el boxeo: “En ese combate que se entabla entre un texto apasionante y su lector, la novela gana siempre por puntos, mientras que el cuento debe ganar por knock-out. Es cierto, en la medida en que la novela acumula progresivamente sus efectos en el lector, mientras que un buen cuento es incisivo, mordiente, sin cuartel desde las primeras frases. No se entienda esto demasiado literalmente, porque el buen cuentista es un boxeador muy astuto, y muchos de sus golpes iniciales pueden parecer poco eficaces cuando, en realidad, están minando ya las resistencias más sólidas del adversario”.


Evidentemente, ambos deportes como tema literario poseen una relevante relación, lo cual ha quedado demostrado en copiosas páginas brillantes creadas por muchísimas figuras de las letras. Numerosos grandes escritores encontraron en estos populares deportes una de sus mejores fuentes de inspiración. No sólo escribieron relatos épicos o biografías ejemplares, también mostraron los aspectos oscuros de ambas actividades. Para algunos críticos literarios, la relación del fútbol y el boxeo con la literatura es un tema controversial; para otros es un fenómeno muy afín e intrigante. Lo cierto es que el fútbol, el boxeo y la literatura son formas de expresar las pasiones, y su relación resulta útil para comprender las desazones, las alegrías, las soledades, los regocijos, las ambiciones, los engaños, los temores, las preocupaciones, los entusiasmos, las perplejidades y las incertidumbres que forman parte de la condición humana. En definitiva, esta relación constituye una metáfora perfecta de muchos aspectos del universo emocional e intelectual de los seres humanos.

20 de noviembre de 2023

Fútbol, boxeo y literatura. Una relación versátil

VII) Julio Cortázar: “El buen cuentista es un boxeador muy astuto

Naturalmente, si se habla del vínculo entre literatura y boxeo es imposible no mencionar a uno de los más grandes escritores argentinos: Julio Cortázar (1914-1984). El autor de la icónica novela “Rayuela”, una obra que marcó un hito por la originalidad de su formato y revolucionó el mundo editorial, dejó registro de su pasión por el deporte de los puños en cuentos, entrevistas y recuerdos de su infancia. “El buen cuentista es un boxeador muy astuto y muchos de sus golpes iniciales pueden parecer poco eficaces cuando en realidad están minando ya las resistencias más sólidas del adversario. El cuentista sabe que no puede proceder acumulativamente, que no tiene como aliado al tiempo, su único recurso es trabajar en la profundidad”, diría en una entrevista trazando paralelismos entre la escritura y el boxeo. Es que este deporte lo marcó desde aquel viernes 14 de septiembre de 1923 cuando, en el estadio Polo Grounds de Nueva York, pelearon por el título mundial de los pesos pesados el norteamericano Jack Dempsey (1895-1983) y el argentino Luis Ángel Firpo (1894-1960). Aquel combate entre el “Matador de Manassa” y el “Toro Salvaje de las Pampas”, tal como se los conocía popularmente, Cortázar lo escuchó junto a vecinos y amigos de su familia por la radio (la única que había en el barrio) en el patio de su casa de Banfield, en el sur del Gran Buenos Aires.
En el primer round, Firpo cayó siete veces y otras tantas se levantó. Luego, a puro coraje embistió al campeón, lo puso contra las cuerdas y con un derechazo fuerte y seco lo sacó del ring. Pero, en forma maliciosa, el árbitro efectuó una cuenta muy lenta, mientras desde la fila de asientos más cercana ayudaban a Dempsey a reincorporarse y subir al cuadrilátero. Estuvo 17 segundos fuera del ring, por lo cual debió haber sido declarado ganador el argentino. Sin embargo la campana dio por finalizado el dramático primer round y en el segundo Firpo sufrió dos caídas más y a los 57 segundos llegó el nocaut. Cuando el norteamericano fue despedido del ring, el niño Cortázar contaba los segundos sentado al lado de la radio mientras los vecinos comentaban indignados ¿cómo que sigue?, ¡es un robo! “Yo entonces no podía comprenderlo -escribiría muchos años después- pero esa noche se enfrentaron el más grande de los campeones que haya dado el peso máximo con una especie de pared de ladrillos que hasta ese momento había barrido con todos sus contendientes. La pared de ladrillos empezó a hacer algo increíble: despidió a Dempsey por entre las cuerdas, lo tiró sobre las máquinas de escribir de los reporteros y, si no hubiera ocurrido que el árbitro era yanqui y además perdió la cabeza, en ese momento Firpo hubiera sido campeón”.


“Fue una noche triste. Yo tenía en ese momento nueve años y aquello fue como una tragedia nacional, porque en la Argentina se consideró un robo al país aquella pelea. Lloré abrazado a mi tío y a varios vecinos ultrajados en su fibra patria. No faltaron los que pedían romper las relaciones diplomáticas con Estados Unidos. Aquella pelea creo que definió mi pasión por el boxeo, porque yo quedé muy impresionado por lo de Firpo y empecé a interesarme por ese deporte que, en esos años, ocupaba mucho espacio en los periódicos. Leía todo lo que se publicaba cobre boxeo y escuchaba por radio las peleas más importantes”. Más adelante, Cortázar fue un asiduo visitante del Luna Park, movilizado más que por una pasión deportiva por un espectáculo épico y estético. “Yo no veo al boxeo violento y cruel -diría en una entrevista años después-. Me interesa el cruce de dos técnicas, dos estilos, la habilidad de vencer siendo a veces el más débil. Casi siempre yo estuve del lado del más débil en el boxeo y muchas veces los vi vencer y es una maravilla”.
Cortázar repasó invariablemente su infancia refiriéndose al hallazgo del boxeo como pasión, y lo contó en un breve texto al que tituló “El noble arte”, el que incluyó en “La vuelta al día en ochenta mundos” en 1967. “El boxeo es un enfrentamiento muy honesto, muy noble. Son dos destinos que se juegan el uno contra el otro sin chance de diluir responsabilidades, como podría suceder en deportes colectivos”, escribió. En su crónica, además de atribuirle al boxeo valores de dignidad, altura y armonía, que identificó con la habilidad de los buenos boxeadores, contó como aquel recuerdo nostálgico lo determinó a escribir “entre mate y mate” el conocido relato, apoyándose en su remota y emotiva experiencia infantil, en su memoria nostálgica y en algunas lecturas complementarias de crónicas y valoraciones sobre aquella pelea de 1923.
Ya en los años ’30 comenzó a seguir por todos los cuadriláteros de la ciudad a Justo Suárez (1909-1938), conocido como “El torito de Mataderos”. Éste, luego de un vertiginoso ascenso en su carrera, viajó a Estados Unidos donde sucumbió, en una pelea por el título mundial de pesos livianos, frente a un púgil norteamericano en el Madison Square Garden. La derrota lo obligó a regresar maltrecho a la Argentina, donde cayó enfermo hasta morir de tuberculosis en un hospital de Córdoba. Cortázar comentaría años después: “Para mí, su muerte -que fue una verdadera tragedia del deporte- fue también un acontecimiento importante. No me perdía una sola pelea suya”. “Un día -contó-, estando yo en París, recordé todo aquello y de golpe me senté a la máquina. En dos horas escribí el cuento, con datos muy precisos sobre sus combates, porque lo había seguido a lo largo de toda su carrera. Durante dos horas me sentí Justo Suárez y escribí como un boxeador”. El resultado fue el cuento “Torito”, que formó parte del libro “Final del juego” en 1956.


Luego, en 1962, incluyó en “Historias de cronopios y de famas” el cuento “Tristeza del cronopio”, un relato en el que, aunque no mencionó estrictamente al boxeo, presentó a un cronopio (personaje inventado por él junto con los famas) abandonando triste el Luna Park mientras una multitud de famas caminaba por la Av. Corrientes. Cinco años después apareció “Último round”, un collage literario en el que incluyó fotografías, poemas, pequeños ensayos y relatos breves. Entre estos últimos figuró “Descripción de un combate o a buen entendedor”, una crónica de una pelea que sólo dura cuatro rounds. El protagonista es un púgil llamado Juan Yepes, un nombre que remite al sacerdote católico y poeta místico del Renacimiento español Juan de la Cruz, cuyo nombre original era Juan de Yepes Álvarez (1542-1591), un trovador al que seguramente Cortázar había leído. En el cuento describió como su personaje recibe un duro castigo y finalmente cae fulminado sobre el cuadrilátero.
Después de viajar a Ecuador, Brasil, Perú y Chile, a comienzos de abril de 1973 Cortázar llegó a Buenos Aires. Enterados de su visita y conocedores de su afición por el boxeo, periodistas especializados de la revista deportiva “El Gráfico” lo invitaron a ir el sábado 7 de abril al Luna Park para presenciar la pelea que iba a librar el campeón argentino de los medianos junior Miguel Angel Castellini (1947-2020) contra un boxeador norteamericano prácticamente desconocido. Además le pidieron que escribiera una nota para publicarla en la revista. Tras algunas dudas, finalmente Cortázar aceptó. Hacía veintidós años que no iba al Luna Park, donde las peleas eran para él menos importantes que ver a dos hombres luchando noble y deportivamente bajo reglas de igualdad, tal su visión reiterada sobre el boxeo. Aquella noche el público, desde las tribunas totalmente cubiertas, esperaba ver cómo Castellini derrotaba por nocaut al estudiante de historia de la Universidad de Columbus, Ohio, un moreno flaco de 1,85 mts. de altura. Sentado en la fila 2 del sector A, Cortázar vio una pelea que se fue prolongando hasta tornarse aburrida por sus acciones previstas y reiteradas. El argentino finalmente ganó por puntos.
En su edición nº 2792 del 10 de abril, “El Gráfico” publicó el tajante comentario de Cortázar titulado “El triunfo con algunas nubes”. “Como es lógico -escribió-, el público fue a ver ganar a Castellini. Como también es lógico, Castellini ganó. La única cosa ausente en tanta lógica fue lo que justifica y da su auténtica belleza al deporte: la alegría. A la victoria del argentino le faltó todo, salvo la fuerza del punch. Fue una victoria chata, sin nada que permitiera festejarla como se esperaba. Frente a Castellini hubo un hombre que en buena ley deportiva merecía los aplausos que tan sin ganas cosechó el vencedor. Pero Doc Holliday fue además otra cosa: el símbolo amenazante del futuro. En la actualidad no faltan los Doc Holliday a la espera de su hora y algunos, además de la alegre y clara técnica del yanqui, tienen punch. Cualquiera de ellos puede malograr la carrera de Castellini si éste no se decide a convertir la potencia física en ese mecanismo más complejo y eficaz que define a los grandes boxeadores, y que da a sus victorias el esplendor que tanto faltó anoche”.
En 1977 Cortázar publicó el libro de cuentos “Alguien que anda por ahí” en el que incluyó “La noche de Mantequilla”, un cuento basado en el combate -que él presenció personalmente- que mantuvieron el 9 de febrero de 1974 en una carpa montada en un suburbio parisino ubicado sobre la orilla izquierda del río Sena, el argentino Carlos Monzón (1942-1995) y el mexicano José “Mantequilla” Nápoles (1940-2019) por el campeonato mundial de peso mediano que ostentaba el argentino. Si bien el cuento se desarrolla durante la celebración del combate, es un relato con matices policiales donde nada sale de acuerdo a lo planeado. En medio del ambiente delirante y muy singular provocado tanto por el alboroto de los aficionados mexicanos como por el griterío arrogante de los argentinos, dos personajes que observan la contienda son miembros de una organización mafiosa que quieren aprovechar el momento para intercambiar un misterioso paquete. Finalmente Monzón ganó por abandono al fin del sexto asalto. “Todo el mundo -narró Cortázar- parado a la espera de la campana del séptimo round, un brusco silencio incrédulo y después el alarido unánime al ver la toalla en la lona, Nápoles siempre en su rincón y Monzón avanzando con los guantes en alto, más campeón que nunca, saludando antes de perderse en el torbellino de los brazos y flashes. Era un final sin belleza pero indiscutible”.


La última incursión en el universo del boxeo Cortázar la realizó en 1982 en su libro “Deshoras”. En él publicó el cuento “Segundo viaje”, una ficción en la que relató la animosidad que existía entre dos boxeadores: Ciclón Molina, un boxeador casi desconocido, y el campeón mundial Tonny Giardello, un pugilista que había derrotado por nocaut a Mario Pradás, un viejo amigo de Ciclón que había viajado a Estados Unidos para disputarle el título. Tras la derrota, Pradás volvió a la Argentina y murió completamente olvidado después de un par de mediocres peleas. Por eso, tras aquel percance, Ciclón decidió vengarlo en el ring enfrentado a Giardello. Primero tuvo que ganar varias peleas para ascender en el ranking y, tras superar todos los combates previos, consiguió enfrentar a su enemigo en los Estados Unidos. Sin embargo esa simbólica represalia terminó mal para Ciclón. Giardello lo noqueó en el quinto asalto con un golpe en la nuca que le originó una pérdida de consciencia grave, estado que horas más tarde lo llevaría a la muerte. No pudo finalmente concretar aquello que los aficionados argentinos esperaban: borrar el agravio que habían sentido al perder Pradás.
Escribió Cortázar: “Vos sabes muy bien lo que pasó, para qué te voy a contar, las primeras tres vueltas de Giardello más veloz y técnico que nunca, la cuarta con Ciclón aceptándole la pelea mano a mano y poniéndolo en apuros al final del round, la quinta con todo el estadio de pie y el locutor que no alcanzaba a decir lo que estaba pasando en el centro del ring, imposible seguir el cambio de golpes más que gritando palabras sueltas, y casi en la mitad del round el directo de Giardello, Ciclón desviándose a un lado sin ver llegar el gancho que lo mandó de espaldas por toda la cuenta, la voz del locutor llorando y gritando, el ruido de un vaso estrellándose en la pared antes de que la botella me hiciera pedazos el frente de la radio, Ciclón nocaut, el segundo viaje idéntico al primero, las pastillas para dormir, qué sé yo, las cuatro de la mañana en un banco de alguna plaza. La puta madre, viejo. Seguro, no hay nada que comentar, vos dirás que es la ley del ring y otras mierdas, total no lo conociste a Ciclón y por qué te vas a hacer mala sangre. Aquí lloramos, sabes, fuimos tantos que lloramos solos o con la barra, y muchos pensaron y dijeron que en el fondo había sido mejor porque Ciclón no habría aceptado nunca la derrota y era mejor que acabara así, ocho horas de coma en el hospital y se acabó. Me acuerdo, en una revista escribieron que él había sido el único que no se había enterado de nada, mirá si no es bonito, hijos de puta. No te cuento del entierro cuando lo trajeron, después de Gardel fue lo más grande que se vio en Buenos Aires”.

19 de noviembre de 2023

Fútbol, boxeo y literatura. Una relación versátil

VI) Roberto Arlt: “La gramática se parece mucho al boxeo”
 
Unos años antes de la publicación de estas contundentes consideraciones de la ensayista norteamericana, el escritor chileno Poli Délano (1936-2017) publicó dos novelas con temática boxística: “Cuadrilátero” y “El hombre de la máscara de cuero”. También escribió el cuento “Uppercut”, que incluyó en su antología “25 años y algo más”. Su interés por el boxeo había nacido en México, cuando de niño veía peleas de lucha libre. Cuando regresó a Chile, se interesó por la práctica de este deporte y hasta llegó a practicarlo por un tiempo. Y precisamente en México, el escritor y periodista de esa nacionalidad Juan Villoro (1956) publicó una colección de cuentos cortos bajo el título “La casa pierde” en el que incluyó “Campeón ligero”, donde contó las andanzas de un boxeador que vencía a sus adversarios a fuerza de  resistencia aunque, a fin de cuentas, el boxeo era para él una vía de autocastigo para mitigar su intenso sentimiento de culpa producto de su creencia de haber cometido un asesinato. Y no muy lejos de allí, cruzando el Mar Caribe, la escritora y periodista venezolana Milagros Socorro (1960) publicó su cuento “Sangre en la boca”, el cual formó parte de la antología “17 narradoras latinoamericanas” editada por la UNESCO. En su relato narró la relación masoquista entre un boxeador y la hija de un antiguo rival, presentando el subyugante vínculo existente entre la violencia y la pasión llevadas hasta sus últimos límites.
En los años ’80 dos escritores españoles vincularon el ámbito del boxeo con la trama de sus novelas. Uno fue Juan Marsé (1933-2020), autor de premiadas novelas como “El amante bilingüe”, “El embrujo de Shanghai” y “Rabos de lagartija”. El protagonista principal de su novela “Un día volveré” es un antiguo boxeador y combatiente anarquista durante la Guerra Civil que regresa a su casa tras cumplir una larga condena en las cárceles franquistas. El otro fue Juan Madrid (1947), escritor, periodista y guionista de cine y televisión que, en su novela “Un beso de amigo”, utilizó al boxeo como ámbito para representar a un mundo inmerso en negocios oscuros y sucesos truculentos. Ya en el siglo XXI, el escritor y actor italiano Darío Fo (1926-2016), quien fuera galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1997, publicó la novela “Razza di zíngaro” (El campeón prohibido) en la que, basándose en una historia real, narró la vida de un boxeador alemán de origen gitano que, siendo uno de los mejores boxeadores de Alemania durante el apogeo del nazismo, por su condición racial fue humillado y perseguido hasta ser asesinado en el Campo de Concentración de Neuengamme situado en Hamburgo.


En el caso específico de la Argentina puede decirse que el boxeo y la literatura gozan de una relación amable y fructífera. De manera precursora el novelista, cuentista, dramaturgo y periodista argentino Roberto Arlt (1900-1942), autor de destacadas novelas como “El juguete rabioso”, “Los siete locos” y “Los lanzallamas”, en el prólogo de esta última señaló que escribía “en orgullosa soledad libros que encierran la violencia de un cross a la madíbula”. En una de sus también memorables “Aguafuertes porteñas” aparecida en el diario “El Mundo” el 17 de enero de 1930 bajo el título “El idioma de los argentinos”, utilizó metafóricamente el boxeo para defender el uso coloquial del lenguaje, configurándose así como uno de los primeros ejercicios literarios en castellano sobre boxeo. En dicha aguafuerte expresó: “La gramática se parece mucho al boxeo. Cuando un señor sin condiciones estudia boxeo, lo único que hace es repetir los golpes que le enseña el profesor. Cuando otro señor estudia boxeo, y tiene condiciones y hace una pelea magnífica, los críticos del pugilismo exclaman: ‘¡Este hombre saca golpes de todos los ángulos!’. Es decir que, como es inteligente, se le escapa por una tangente a la escolástica gramatical del boxeo”.
Y agregó luego: “De más está decir que éste que se escapa de la gramática del boxeo, con sus golpes de ‘todos los ángulos’, le rompe el alma al otro, y de allí que ya haga camino esa frase nuestra de ‘boxeo europeo o de salón’, es decir, un boxeo que sirve perfectamente para exhibiciones, pero para pelear no sirve absolutamente nada, al menos frente a nuestros muchachos antigramaticalmente boxeadores. Con los pueblos y el idioma ocurre lo mismo. Los pueblos bestias se perpetúan en su idioma, como que, no teniendo ideas nuevas que expresar, no necesitan palabras nuevas o giros extraños; pero, en cambio, los pueblos que, como el nuestro, están en una continua evolución, sacan palabras de todos los ángulos, palabras que indignan a los profesores, como lo indigna a un profesor de boxeo europeo el hecho inconcebible de que un muchacho que boxea mal le rompa el alma a un alumno suyo que, técnicamente, es un perfecto pugilista”.
En los años ’60 fueron varios los escritores argentinos que vincularon al boxeo con la literatura. Abelardo Castillo (1935-2017) por ejemplo, publicó “Negro Ortega”, un relato que formó parte de su libro “Cuentos crueles” en el que narró un amañado combate entre un joven y prometedor púgil frente a uno muy experimentado cuyo manager era un habitual arreglador de peleas. En el mismo tomo incluyó “Réquiem para Marcial Palma”, protagonizado por un proverbial bravucón que se enfrenta a alguien que sabe boxear y que le da una paliza espectacular. Hijo de un entrenador de boxeo y practicante del mismo en su juventud, a lo largo de su vida publicó entre otros títulos “El que tiene sed” y “Crónica de un iniciado” (novelas), “Las maquinarias de la noche” y “El espejo que tiembla” (cuentos), “El otro Judas” e “Israfel” (teatro), y “Las palabras y los días” y “Ser escritor” (ensayos). También fue cofundador de las emblemáticas revistas literarias “El grillo de papel”, “El escarabajo de oro” y “El ornitorrinco”, publicación esta última considerada como una de las más importantes en el campo de la resistencia cultural a la dictadura militar que gobernó el país desde 1976 hasta 1983.


En 1966 la escritora Liliana Heker (1943) publicó “Los que vieron la zarza”, relato que integró el libro de cuentos del mismo nombre, en el que un tal Néstor Parini, su protagonista, consideraba que el pugilismo no era una mera profesión sino toda su vida, y que si no se podía triunfar en el boxeo la vida perdía sentido, una creencia que generó grandes dificultades en su familia. En una entrevista la autora comentó que cuando empezó a escribirlo se dio cuenta de que sería totalmente inauténtica si lo hacía desde el punto de vista del boxeador. “Un escritor no tiene que vivir todo lo que escribe -dijo-, pero sí ser capaz de proyectar, y yo no sabía que se siente arriba de un ring. Me di cuenta de que debía contar a ese boxeador a través de aquellos que lo rodeaban: su mujer, sus hijos, los vecinos, el comentarista. Ese cuento fue una especie de mojón. Descubrí varias cosas: una fue la resolución formal, contarlo a través de la familia, ir desplazando el punto de vista; otra fue que de pronto había entrado en algo que, sinceramente, sí me importaba mucho: el tema del fracaso. El fracaso en cualquier tarea que uno se propone. Es decir, un artista que se propone llegar muy lejos también se encuentra con las mismas contradicciones y las mismas barreras con las que se encuentra un boxeador que de chico se propuso llegar muy lejos y que pierde siempre”.
Y en otra entrevista, explicó: “La literatura se nutre de conflictos, los descubre cuando no están a la vista, los despliega, trata de llegar a su punto central; en ese sentido, todo deporte, constituye un material propicio para la narrativa. El boxeo, de manera especial, no sólo porque el boxeador se pone entero, y en absoluta soledad, ante su rival; también por las connotaciones sociales que tiene el mundo del boxeo y por el ámbito oscuro en que suele desarrollarse. Escribí ‘Los que vieron la zarza’ cuando tenía veintiún años. Para escribir ese cuento empecé a escuchar peleas y a entender, a fascinarme, con un mundo del cual, como espectadora y lectora, no me desvinculé nunca”.
Un año después de que la autora de la novelas “Zona de clivaje” y “El fin de la historia” y de los ensayos “Diálogos sobre la vida y la muerte” y “La trastienda de la escritura” publicara su libro, el escritor, crítico literario y guionista Ricardo Piglia  (1941-2017) publicó “Una luz que se iba”, un relato en el que presentó al boxeador protagonista como imagen del fracaso y la desesperanza de los que buscan mediante el boxeo conseguir fama y fortuna y nunca lo consiguen. Poco después escribió “El laucha Benítez cantaba boleros” en el que narró la relación amorosa entre dos boxeadores a quienes, además del boxeo les gustaban los boleros. El autor de las novelas “Respiración artificial” y “Plata quemada”, entre otras, opinaba que el estilo en el boxeo era un elemento importantísimo, y si “se pudiera definir el estilo en el box, nos acercaríamos a la posibilidad de definir el estilo también en literatura. Yo no digo que la literatura sea una experiencia con el dolor, pero sí me parece que la literatura es una experiencia con el riesgo, y el riesgo es algo que tiene sentidos múltiples en el caso de la literatura, y en ese sentido podríamos entenderla como una suerte de relación con el box, donde también el riesgo es un elemento muy importante”.


En 1971 el escritor, guionista y periodista Bernardo Kordon (1915-2002) publicó “Kid Ñandubay”, una novela breve en la que su protagonista es un inmigrante judío de ascendencia rusa que llega a la Argentina en busca de ganar dinero peleando en clubes de mala muerte en las provincias del litoral aunque los vive como si estuviese en el Luna Park. El autor de recordadas obras como “Alias Gardelito”, “Los que se fueron”, “El misterioso cocinero volador” y “Vencedores y vencidos” desarrolló en la trama de su cuento todas las ilusiones, los desplantes, las penurias, los engaños y las frustraciones vividas por el protagonista que al final, en busca de una ventana para respirar, termina trabajando en un circo que deambulaba por pueblos perdidos de Chaco y Corrientes. Allí, aparte de boxear promovido por sus dueños con la consigna “cincuenta pesos al que lo tire una vez al suelo”, llega a ser parte del elenco de “Juan Moreira”, una de las obras preferidas del público.
Al año siguiente Pedro Orgambide (1929-2003), autor de más de medio centenar de obras entre novelas, cuentos, ensayos, obras teatrales y libretos para televisión, presentó “Un boxeador”, cuento incluido en “La buena gente”. Boxeador aficionado en su juventud, en el cuento narró las peripecias de un joven del interior del país que sólo tenía la fuerza de sus puños para aspirar a tener éxito en la vida. Con su tenaz voluntad llegó a Buenos Aires para combatir y lo hizo con resultados positivos pero siempre entre las preliminares. “Los fotógrafos todavía no gastaban sus placas en él”, escribió Orgambide. Finalmente le llegó la pelea esperada. Fue contra su compañero de pensión, un diestro y extremadamente hábil cubano que lo derrotó sin dificultades, un resultado que lo relegó pesarosamente. Después de ese fracaso siguió entrenando y boxeando en triviales torneos de algún pueblo perdido, pero nunca consiguió que algún fotógrafo tomara una foto de él.

18 de noviembre de 2023

Fútbol, boxeo y literatura. Una relación versátil

V) Joyce Carol Oates: “El boxeo es amor mezclado con odio”

Pero no serían solamente grandes autores los que escribieron sobre el boxeo, también lo haría el siniestro líder del Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei (Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán) Adolf Hitler (1889-1945). En Europa, tras la derrota en la Primera Guerra Mundial, en Alemania se había instalado un régimen político de democracia parlamentaria conocido como República de Weimar. En medio de una enorme crisis económica y una gran inestabilidad política y social, el 8 de noviembre de 1923 el racista y futuro genocida junto a un grupo de secuaces intentó dar un Golpe de Estado. Tras unos días de violentas refriegas, el 11 de noviembre fue detenido y encarcelado y el 1 de abril de 1924 fue condenado a cinco años de prisión. Durante su reclusión escribió “Mein kampf” (Mi lucha), un libro en el que estableció su ideología antisemita, enalteció la ideología política del nacionalsocialismo (nazismo) y enfatizó la importancia de la educación física en las escuelas, especialmente con un deporte que era de su agrado: el boxeo. Para él, la promoción del boxeo podía parecerle salvaje a quienes peleaban sólo con las armas del intelecto, pero consideró que el ideal humano se encontraba en la “personificación osada de la fuerza masculina y en las mujeres capaces de traer hombres al mundo”.
En uno de los capítulos del libro escribió: “Hay un deporte que debe ser especialmente alentado, aunque muchas personas que se hacen llamar conservadoras lo consideran brutal y vulgar, y ese es el boxeo. Es increíble la cantidad de nociones falsas que prevalecen entre las clases cultas. El hecho de que un joven aprenda esgrima y luego use su tiempo en duelos es considerado muy natural y respetable. Pero el boxeo lo consideran brutal. ¿Por qué? No hay otro deporte que, como este, iguale el espíritu militante, ni que demande una potencia de decisiones rápidas o que le dé al cuerpo la flexibilidad del buen acero. No es más vulgar que dos jóvenes diriman sus diferencias con sus puños que con dos afiladas piezas de acero. Alguien que es atacado y se defiende con sus puños no actúa con menos hombría que alguien que huye y clama la asistencia de la policía. Pero, sobre todo, un hombre joven debe aprender a resistir golpes duros”.
Unos años más tarde, en 1929, coincidieron en España la publicación de dos novelas con temática boxística. Una fue “K-O (Novela del boxeo)” del escritor y periodista Antonio de Hoyos y Vinent (1884-1940) en la cual, con un vocabulario popular y un estilo coloquial, se cuenta la historia de un boxeador y los sucesos que tienen lugar en torno a su intención de ascender en el ambiente del boxeo en el Madrid de aquellos años. La otra fue “El boxeador y un ángel” del escritor Francisco Ayala (1906-2009), la que ofreció una aproximación a la crónica deportiva sobre el, por entonces, nuevo fenómeno de masas. Ambas obras fueron consideradas por la crítica como singulares aportaciones al campo de la literatura deportiva y expresiones coherentes de la prosa de vanguardia española.


Volviendo a Estados Unidos, fueron varios los escritores y periodistas, además de los ya citados, que publicaron cuentos, novelas o artículos en torno al boxeo. Lo hizo el periodista deportivo y escritor satírico Ring Lardner (1885-1933) en los años ’20 cuando lanzó “Champion” (Campeón), un relato en el narró la historia de un boxeador amateur que viaja al Oeste con el sueño de convertirse en profesional. Lardner, quien en 1916 había publicado “You know me Al” (Tú me conoces Al) en torno al béisbol, presentó en su nuevo libro el universo pugilístico desde su vertiente más feroz, y el cuento se convertiría con el paso del tiempo en uno de los relatos estadounidenses clásicos sobre boxeo. Años más tarde otro periodista, en este caso Abbott J. Liebling (1904-1963), recopiló en “The sweet science” (La dulce ciencia) los artículos que había publicado sobre boxeo en el periódico “The New Yorker”, notas en las cuales, a través de las historias de boxeadores, entrenadores y representantes, ofreció una visión de la época dorada del boxeo estadounidense allá por los años ’50.
Unos años antes, el escritor norteamericano Robert E. Howard (1906-1936), quien durante su adolescencia había practicado el boxeo con alguna regularidad, creó en la primera mitad de los años ’30 una vasta serie narraciones cuyos personajes eran boxeadores. El más conocido de ellos fue un tal Steve Costigan, un marinero, boxeador y pendenciero protagonista de los cuentos “The battling sailor” (El marinero combativo), “Breed of battle” (La estirpe de la batalla), “The slugger's game” (El juego del boxeador), “Night of battle” (Noche de combate), “Winner take all” (El ganador se lleva todo), “Vikings of the gloves” (Vikingos del guante), “Waterfront fists” (Puños frente al mar), “Flying knuckles” (Nudillos voladores), “Circus fists” (Puños de circo) y “Sluggers on the beach”(Boxeadores en la playa), entre muchos otros.
Otro escritor y guionista estadounidense que practicó el boxeo de manera amateur fue Budd Schulberg (1914-2009). Durante años fue columnista de la revista deportiva “Sports Illustrated” comentando peleas de box. En 1947 publicó la novela “The harder they fall” (Más dura será la caída). Ambientada en el ámbito oscuro y corrompido del box, narró la historia de Eddie Willis, un periodista que subsiste gracias a sus crónicas sobre boxeo pagadas por un mafioso mientras sueña con escribir una gran novela. En 1955 publicó “Silent law” (La ley del silencio), otra novela en la que resaltó la podredumbre que circundaba la vida del protagonista, Terry Malloy, un púgil al que su hermano Charley, un abogado sin escrúpulos conectado con la mafia, lo obligó a dejarse perder por una apuesta, lo que terminó devastándolo. En una entrevista especificó: “Uno tiene un promotor, el otro un editor. Uno tiene un mánager, el otro un agente literario. Uno tiene un entrenador, el otro un corrector de estilo. Pero cuando suena la campana todo es accesorio. Estás ahí fuera, bajo las lámparas, desnudo y solo. Y lo que hagas o dejes de hacer puede formarte una reputación o destruirla de por vida. Eso es lo que hace tan fuertes los nexos entre boxeadores y escritores”.


Por su parte, el escritor y  periodista deportivo Wilfred C. Heinz (1915-2008) publicó en 1958 la novela “The professional” (El profesional), obra considerada por la crítica especializada como un clásico indiscutible de la literatura deportiva. En ella, el autor no se centró únicamente en el combate de boxeo sino que también se explayó sobre los entrenamientos de los boxeadores, los momentos en los que no combaten, sus motivaciones interiores para pelear, etc. De ese modo interpretó reflexivamente la fragilidad del boxeador como un ser humano que pelea para vivir. Y otro libro considerado un clásico de la ficción del boxeo es “Fat city” (Ciudad amarga) del escritor de ficciones y guionista cinematográfico Leonard Gardner (1933), quien retrató en la que sería su única novela, el mundo que rodeaba al boxeo norteamericano en los años ‘60 de la mano de dos boxeadores que recorrían sendas paralelas hacia el fracaso, una historia en definitiva que indagó en la soledad, la amistad y los destinos truncos de dos perdedores.
También, dentro del panorama estadounidense, otro escritor y periodista que se erigió como una figura importante en la literatura de boxeo fue Norman Mailer (1923-2007), quien a fines de los años ’50 en sus ensayos “The white negro” (El negro blanco) y “Advertisements for myself” (Advertencias a mí mismo) había examinado con crudeza la violencia, la histeria, el delito y la confusión en la sociedad estadounidense. En “The fight” (El combate), publicado en 1975, escribió una crónica de boxeo en la que narró los pormenores de uno de los combates más recordados de la historia del boxeo, aquel que libraron Muhammad Alí (1942-2016) y George Foreman (1949) en Kinshasa, Zaire, por el título de Campeón Mundial de la categoría peso pesado. Apasionado del boxeo, Mailer fue considerado como el autor de crónicas y artículos más relevantes sobre el deporte de los puños.
Reconocido como uno de los más populares e influyentes escritores de novela negra, el escritor estadounidense James Ellroy (1948) es autor de una de las producciones literarias más destacadas en el género policial contemporáneo. Con la ciudad de Los Ángeles como epicentro de su literatura, en sus novelas predominan el racismo, la drogadicción, la pornografía, la prostitución y la violencia social y política de esa ciudad. Amante de la literatura policíaca y la música clásica y ferviente apasionado del boxeo, en varios de sus libros hace referencia a boxeadores. En “The black dahlia” (La dalia negra) y en “White jazz” (Jazz blanco) por ejemplo, mezcló la investigación de un crimen con la corrupción en el mundo del boxeo. Y en “Destination: morgue!” (Destino: la morgue) narró las peripecias de varios boxeadores mexicanos que dejaban la vida en busca de la fama y la supervivencia.


Por su parte el periodista y escritor Gay Talese (1932) reunió en “The silent season of a hero” (El silencio del héroe) muchas de sus crónicas escritas durante varias décadas sobre figuras del deporte que fueron publicadas en medios gráficos como los periódicos “The New York Times” y "The New Yorker”, y las revistas “Time”, “Esquire” y “Harper's Magazine”. El boxeo ejerció un especial atractivo para él, y en sus artículos señaló aspectos particulares de figuras como Joe Louis (1914-1981), Floyd Patterson (1935-2006) y el antes mencionado Muhammad Alí. También se ocupó, tal como escribió en el prólogo, de “personajes desconocidos e ignorados por la prensa y por los grandes escritores de no ficción del momento”. Por otro lado, la novelista y periodista Katherine Dunn (1945-2016), quien fue habitual columnista en los periódicos “Willamette Week”, “The Oregonian” y “The New York Times”, publicó “One ring circus. Dispatches from the world of boxing” (El circo del ring. Mensajes del mundo del boxeo), una antología de ensayos sobre boxeo en los que retrató las vivencias de legendarios boxeadores como así también las de entrenadores, aficionados y promotores.
A su vez, el entrenador de boxeo Jerry Boyd (1930-2002) publicó dos colecciones de cuentos basados en sus experiencias fuera del ring. Bajo el seudónimo F. X. Toole publicó “Rope burns. Stories from the corner” (Quemaduras de cuerda. Historias de la esquina) y “Pound for pound” (Libra por libra). Este autor se mostró muy crítico ante el espectáculo en el que se había convirtido el boxeo, denunciando la codicia y los intereses que habían corrompido su esencia hasta reducirlo exclusivamente al dinero. De ahí el tono nostálgico que predominó en la mayoría de sus relatos, en los que transmitió su pesadumbre al ser testigo de la compra de árbitros para que favoreciesen a uno de los dos púgiles o del jurado cuando la pelea se decidía por puntos, de la influencia de los patrocinadores en el combate o del negocio de las apuestas.
Y la novelista, cuentista, poetisa, dramaturga y ensayista Joyce Carol Oates (1938) también abordó el tema en su ensayo “On boxing” (Del boxeo). Publicado en 1987, en él vertió múltiples conceptos personales de su visión sobre este deporte. Así puede leerse: “No disfruto del boxeo en el sentido habitual de la palabra y no lo considero un deporte”. El boxeo, dijo, “es primitivo como se podría decir que son primitivos el nacimiento, la muerte y el amor erótico, y nos obliga a reconocer a regañadientes que las experiencias más profundas de nuestras vidas son eventos físicos, aunque creemos que somos, y seguramente somos, esencialmente espirituales”. Agregó más adelante: “El ring de boxeo es una especie de altar, uno de esos espacios legendarios donde las leyes de una nación están suspendidas. Observar el boxeo de cerca y con seriedad es arriesgarse a momentos de lo que podría llamarse pánico animal. La cosa en sí misma trae consigo un escalofrío de pavor”. Y concluyó: “El boxeo es una celebración de la religión perdida de la masculinidad, tanto más contundente por estar perdida. Es amor mezclado con odio. Es más poderoso que el amor, o el odio”.

17 de noviembre de 2023

Fútbol, boxeo y literatura. Una relación versátil

IV) Jorge L. Borges: “El fútbol es popular porque la estupidez es popular”
 
Naturalmente, luego de citar a esta extensa lista de escritores argentinos que -algunos más, algunos menos- dedicaron una parte de su obra al fútbol, es imposible no mencionar a quien es considerado una figura clave tanto para la literatura en habla hispana como para la literatura universal: Jorge Luis Borges (1899-1986). Cuentista, poeta, ensayista y traductor, el autor de obras memorables como “Fervor de Buenos Aires” y “Elogio de la sombra” (poemas), e “Historia universal de la infamia”, “Ficciones”, “El Aleph”, “El informe de Brodie” y “El libro de arena” (cuentos), detestaba el fútbol. En más de una oportunidad se explayó sobre este deporte en alguna entrevista, afirmando por ejemplo que “el fútbol es popular porque la estupidez es popular. Once jugadores contra otros once corriendo detrás de una pelota no son especialmente hermosos”.
Tampoco los simpatizantes quedaron a resguardo de su desagrado: “El fútbol en sí no le interesa a nadie. Nunca la gente dice ‘qué linda tarde pasé, qué lindo partido vi aunque haya perdido mi equipo’. No lo dice porque lo único que interesa es el resultado final. La gente no disfruta del juego”. También declaró: “El fútbol despierta las peores pasiones. Despierta sobre todo lo que es peor en estos tiempos, que es el nacionalismo referido al deporte, porque la gente cree que va a ver un deporte, pero no es así. La idea de que haya uno que gane y que el otro pierda me parece esencialmente desagradable. Hay una idea de supremacía, de poder, que me parece horrible”. Y agregó: “Qué raro que nunca se les haya echado en cara a los ingleses, injustamente odiados, haber llenado el mundo de juegos estúpidos, deportes puramente físicos como el fútbol, que es uno de sus mayores crímenes”.
“Jamás he visto un partido en mi vida -manifestó en otra oportunidad-. Primero porque soy casi ciego, segundo porque es parte del tedio, y además porque la gente que asiste a esos partidos no va por el juego en sí mismo, como deporte, sino exclusivamente para ver ganar a su equipo”. No obstante, en otra entrevista reconoció haber ido una vez a una cancha en la que se enfrentaban las selecciones de Argentina y Uruguay, aunque sólo se quedó hasta el fin del primer tiempo. Lo hizo acompañado por su amigo el escritor uruguayo Enrique Amorim (1900-1960), quien tampoco se interesaba por el fútbol. “Cuando estábamos saliendo alguien me dijo que no, que no había terminado todo el partido sino el primer tiempo, pero nosotros igual nos fuimos -recordó-. Ya en la calle yo le dije a Amorim: ‘Bueno, le voy a hacer una confidencia. Yo esperaba que ganara Uruguay para quedar bien con usted, para que usted se sintiera feliz’. Y Amorim me dijo: ‘Bueno, yo esperaba que ganara Argentina para quedar, también, bien con usted’. De manera que nunca nos enteramos del resultado de aquello, y los dos nos revelamos como excelentes caballeros. La amistad y el respeto que ambos nos profesábamos estaba por encima de esa pobre circunstancia que era un partido de fútbol”.


Sin embargo, junto a su gran amigo Adolfo Bioy Casares (1914-1999), un escritor argentino considerado maestro del cuento y de la literatura fantástica, escribió el cuento titulado “Esse est percipi” incluido en “Crónicas de Bustos Domecq” aparecido en 1967, libro que firmaron con sus respectivos nombres. Ambos escritores también publicaron varias obras en colaboración utilizando los seudónimos B. Suárez Lynch y H. Bustos Domecq. Con el primero de ellos publicaron “Un modelo para la muerte” en 1946, y con el segundo “Seis problemas para don Isidro Parodi” en 1942 y “Dos fantasías memorables” en 1946. En el cuento citado, el fútbol es protagonista. Su personaje principal es un tal Honorio Bustos Domecq, el escritor ficticio que ambos inventaron para firmar algunas de sus obras. La elección del nombre no fue casual: Bustos era el apellido del bisabuelo materno de Borges y Domecq el de la abuela paterna de Bioy.
Comienza citando la consternación que el citado protagonista, paseando por el barrio de Núñez un día de 1960, siente al notar que faltaba en su lugar habitual el monumental estadio de River Plate. Perplejo, observó que donde siempre había estado el estadio había un terreno baldío. El gigante de cemento donde se habían jugado tantos partidos memorables había desaparecido, y lo más curioso era que nadie hablaba de eso. Cuando le consulta a un amigo, éste le responde: “No hay score ni cuadros ni partidos. Los estadios ya son demoliciones que se caen a pedazos. El último partido de fútbol se jugó en esta capital el día 24 de junio del ‘37. Desde aquel preciso momento, el fútbol, al igual que la vasta gama de los deportes, es un género dramático, a cargo de un sólo hombre en una cabina o de actores con camiseta ante el cameraman. Hoy todo pasa en la televisión y en la radio. La falsa excitación de los locutores, ¿nunca lo llevó a maliciar que todo es patraña?”.
Así como a Borges le parecía horrible el fútbol, hubo otros deportes a los que dedicó algunas de sus narraciones. Lo hizo con el ajedrez en “El atroz redentor Lazarus Morell” y en “Tlôn, Uqbar, Orbis tertius”, con la esgrima en “El encuentro” y con el boxeo en “El proveedor de iniquidades Monk Eastman”, un cuento sobre el que diría tiempo después “no sé si llamarlo cuento porque se trata más bien de un ejercicio de prosa narrativa” y en el que, según sus propias palabras narró “la historia detallada y total de nuestro malevaje”. Por supuesto no fue sólo Borges quien utilizó el boxeo como tema de alguna narración. La temática boxística figuró en las obras de muchos escritores tanto europeos como americanos. Sin dudas este deporte, que se practica desde tiempos inmemoriales tal como lo confirman bajorrelieves, frescos, pinturas rupestres y textos antiguos, ha atraído a muchos escritores que han escrito novelas, cuentos y ensayos de temática boxística.


Para muchos historiadores, esos hallazgos arqueológicos permitieron remontar la historia del pugilato a la Antigua Grecia. También gracias a uno de sus más grandes poetas, Homero de Quíos (Siglo VIII a.C.), a quien se le atribuye la autoría de la “Iliás” (Ilíada) y la “Odýsseia” (Odisea). Considerado un precursor de la literatura deportiva, en ambas epopeyas hizo referencia al lanzamiento de disco y de jabalina, a la lucha, a las carreras y al pugilato entre otras disciplinas, competiciones atléticas todas ellas que serían disputadas por representantes de diversas ciudades griegas a partir del año 776 a.C. tras la creación de los Juegos Olímpicos.
Muchos siglos después, el escritor y médico británico Arthur Conan Doyle (1859-1930), recordado sobre todo por sus personajes Sherlock Holmes y Dr. Watson, utilizó el tema del boxeo en muchas de sus novelas y colecciones de cuentos como “A study in scarlet” (Estudio en escarlata), “The hound of the Baskervilles” (El sabueso de los Baskerville) entre las primeras, y "The adventures of Sherlock Holmes” (Las aventuras de Sherlock Holmes) y "The memoirs of Sherlock Holmes” (Las memorias de Sherlock Holmes) entre las segundas. Jugador de fútbol en su juventud, y luego de cricket y de golf, dedicó varios de sus relatos y una novela en los que el boxeo se desarrollaba en un ambiente popular reflejando la sociedad de su época. En la novela “Rodney Stone”, por ejemplo, el personaje de ese nombre aparece como un hombre valiente, con un alto sentido del honor y la dignidad que sobresale por encima del ambiente sórdido que lo rodea. En cuanto a sus relatos que versan estrictamente sobre boxeo pueden citarse “The Croxley master” (El maestro de Croxley), “The Lord of Falconbridge” (El Lord de Falconbridge), “The fall of Lord Barrymore” (La caída de Lord Barrymore) y “The bully of Brocas Court” (El matón de Brocas Court), cuentos todos ellos en los que narró los tiempos heroicos del boxeo y el turbio mundo de hampones y especuladores que giraba a su alrededor.
Ya a comienzos del siglo XX, varios escritores renombrados dedicaron parte de sus obras al boxeo. Uno de ellos fue el escritor estadounidense Jack London (1876-1916), especialmente conocido por novelas como “White fang” (Colmillo blanco), “The call of the wild” (El llamado de la selva) y “The scarlet plague” (La peste escarlata), quien trasladó a la literatura su pasión por el boxeo escribiendo cuentos y novelas breves como “A piece of steak” (Un trozo de carne), “The mexican” (El mexicano) y “The game” (El combate). Por la misma época el dramaturgo y ensayista belga Maurice Maeterlinck (1862-1949) publicada un tomo de ensayos titulado “L’intelligence des fleurs” (La inteligencia de las flores) en el cual incluyó “Éloge de la boxe” (Elogio del boxeo). Para el ganador del Premio Nobel de 1911, el puño era “el arma humana por excelencia”. Y unos años después, el novelista, dramaturgo y poeta francés Paul Morand (1888-1976) publicó la novela “Champions du monde” (Campeones del mundo), obra que si bien no trató estrictamente sobre boxeo, uno de los personajes era un campeón de boxeo que, tras ser descalificado en un combate, se suicidaba.


Otro gran escritor cuya obra se encuentra ligada al boxeo fue el estadounidense Ernest Hemingway (1899-1961). Autor de clásicos como “A farewell to arms” (Adiós a las armas), “For whom the bell tolls” (Por quién doblan las campanas) y “The old man and the sea” (El viejo y el mar), fue un fanático del boxeo, deporte que practicó durante toda su vida. El mismo apareció como centro temático en los cuentos “The battler” (El batallador), incluido en “In our time” (En nuestro tiempo) en 1925, y “Fifty grand” (Cincuenta de los grandes), que formó parte de “Men without women” (Hombres sin mujeres) en 1927. En el primero narró la soledad y la pobreza de un antiguo boxeador que fue abandonado por su mujer y cuyo paso por el ring le provocó serios problemas psicológicos producidos por los golpes. En el segundo mostró una cara oculta y enviciada del boxeo como lo son las apuestas, en este caso por cincuenta mil dólares a favor de uno de los contrincantes. Si bien Hemingway era también aficionado al béisbol y al toreo, sobre el pugilismo llegó a afirmar: “Mi escritura no es nada. Mi boxeo lo es todo”.

16 de noviembre de 2023

Fútbol, boxeo y literatura. Una relación versátil

III) Luisa Valenzuela: “De fútbol no sé nada, no sé nada de fulbo”

Para el escritor rosarino hubo un cuento que fue fundacional en la temática futbolera. Se trata de “Aprendiz del barro” del escritor y periodista uruguayo Enrique Estrázulas (1942-2016), cuento que incluyó en 1975 en “Los viejísimos cielos”, su primer libro de cuentos. Principalmente conocido por su novela “Pepe Corvina”, fue autor además, entre otras obras, de las novelas “Lucifer ha llorado”, “El ladrón de música” y “Tango para intelectuales”, y de los tomos de cuentos “Las claraboyas”, “Cuentos fantásticos” y “La cerrazón humana”. Fontanarrosa fue también quien  seleccionó y prologó “Cuentos de fútbol argentino” en 2004, en el cual se incluyó “El mundo es de los inocentes” de la escritora argentina Luisa Valenzuela (1938), autora que ha publicado más de cuarenta libros entre los que se cuentan novelas, ensayos, volúmenes de cuentos y de microrrelatos. “De fútbol no sé nada, no sé nada de fulbo”, escribió al comienzo de su relato la autora de novelas como “Cola de lagartija” y “Realidad nacional desde la cama”; de libros de cuentos como “Aquí pasan cosas raras” y “Donde viven las águilas”; de libros de microrrelatos como “Zoorpresas zoológicas” y de ensayos como “Entrecruzamientos. Cortázar-Fuentes”.
Otra escritora argentina que confesó en una entrevista no saber nada de fútbol pero que aceptó escribir un cuento sobre ese deporte como un desafío ya que, según sus propias palabras, “un escritor puede documentarse y escribir de lo que sea”, es la argentina Inés Fernández Moreno (1947). De su autoría, entre otras obras, son las novelas “La última vez que maté a mi madre”, “La profesora de español” y “No te quiero más” y los libros de cuentos “La vida en la cornisa”, “Malos sentimientos” y “Hombres como médanos”. Justamente en éste último incluyó “Milagro en Parque Chas” en el que ficcionalizó un partido entre las selecciones de Argentina y Brasil. Ambientado en uno de los barrios de Buenos Aires, el protagonista del cuento manipula y falsifica el resultado del partido para alegrar a sus vecinos, los que reciben con ilusión la fantasía del trapacero.
Otro gran escritor y periodista argentino, en este caso Osvaldo Soriano (1943-1997), también dedicó una parte de sus obras al fútbol. Durante su infancia y adolescencia vivió en Mar del Plata, San Luis, Río Cuarto, Tandil y Cipolletti, ciudad esta última en la que ganó sus primeros pesos jugando como centro delantero en la Liga del Alto Valle. Una lesión en una rodilla le impidió seguir jugando pero no le impidió ser un futbolero del alma, pasión que expresó como simpatizante de San Lorenzo de Almagro. Comenzó su carrera periodística en el diario “El Eco” de Tandil escribiendo en la sección de deportes. En los años siguientes colaboraría en numerosos medios gráficos, entre ellos “La Prensa”, “La Opinión”, “El Cronista Comercial”, “Perfil” y “Página/12” de Argentina; “Il Manifesto” de Italia; “Le Canard Echainé” y “Le Monde” de Francia; “El País”, “Tiempo” y “Cambio 16” de España; “The Daily Telegraph” y “The Guardian” de Inglaterra; y “The New York Times”, “Newsweek” y “Miami Herald” de Estados Unidos.


Simultáneamente, sin abandonar nunca el periodismo se abocó a la ficción publicando novelas como “Triste, solitario y final”, “No habrá más penas ni olvido”, “Cuarteles de invierno” y “Una sombra ya pronto serás”; y libros de cuentos como “Artistas, locos y criminales”, “Rebeldes, soñadores y fugitivos” y “Piratas, fantasmas y dinosaurios”. También publicó antologías de cuentos ligados a su pasión futbolera como por ejemplo “Cuentos de los años felices” y “Arqueros, ilusionistas y goleadores”, libros entrañables que lo convirtieron en uno de los autores más populares de la literatura argentina de la segunda mitad del siglo XX. En ellos pueden leerse, entre muchos otros, “El penal más largo del mundo”, “Últimos días del arquero feliz”, “El reposo del centrorojás”, “Shoteador” y “Las memorias del Míster Peregrino Fernández”, relatos todos ellos en los que el fútbol y las pasiones que despierta fueron su hilo conductor.
Autor de novelas, cuentos y ensayos publicados en más de treinta países y traducidos a más de veinte idiomas, el argentino Mempo Giardinelli (1947) declaró en una entrevista que entre el fútbol y la literatura “existe la misma relación que entre cocina y poesía, o filosofía y novela, o automovilismo e historia. No creo que haya nada esquemático, simplemente sucede que para mí la literatura es la vida por escrito. Y entonces puedo escribir lo que se me antoja. Soy un narrador y he escrito un par de cuentos de tema futbolero porque me pareció que podían ser narraciones eficaces. Mi relación con este deporte es como la de cualquier argentino: pasional, intensa, en lo posible festiva, pero no intelectual”. Fundador y director de la revista “Puro Cuento” y columnista habitual del diario “Página/12”, entre sus novelas pueden citarse “La revolución en bicicleta”, “El cielo con las manos” y “Qué solos se quedan los muertos”. Los cuentos a los que hizo referencia en la entrevista son “El hincha” y “Tito nunca más” incluidos en sus libros de cuentos “Vidas ejemplares” y “Tito nunca más y otros cuentos” respectivamente.
También el escritor, periodista y guionista de historietas argentino Juan Sasturain (1945) relacionó en varias de sus obras la literatura con el fútbol. Autor de novelas enmarcadas en el subgénero del policial negro como “Manual de perdedores”, “Arena en los zapatos”, “La lucha continúa”, “Pagaría por no verte”, “Parecido S.A.” y “Los sentidos del agua”, publicó obras como “El día del arquero” y “Picado grueso”, en las que incluyó cuentos como “La poesía del chanfle al segundo palo”, “El último entrenador”, “Campitos”, “Avatares del metegol” y “Banderín solferino”. También publicó “La patria transpirada”, obra en la que repasó toda la historia de la Selección Argentina en los campeonatos mundiales. Además, como director del suplemento deportivo del diario “Página/12”, escribió numerosos artículos sobre fútbol, los cuales aparecieron compilados en forma de libro como “Wing de metegol”.


En el artículo “Con las palabras a la cancha” aparecido en el diario “Página/12” en abril de 2012, Sasturain expresó: “Se habla cada vez más sobre/de fútbol, probablemente porque el fútbol es -a esta altura del universo y de la historia mediática- algo que, por invasión prepotente en la cotidianidad del mundo entero, ya no se puede evitar. Se lo menciona en toda circunstancia, aunque más no sea para quejarse de omnipresencia, para putearlo por desnaturalizado, para declararlo insoportable. Ya se habla del fútbol como del tiempo, es conversación de ascensor, segunda opción en los velorios, primera entre padres e hijos incomunicados de por vida. Es así. Ni patria ni sexo ni partido ni clase: equipo, colores. Es lo que hay. En medio de semejante e inédita realidad saturada de pelotazos vistos, dichos y comentados, hay quienes -además- escriben textos de/sobre/con fútbol. No escriben simplemente para comentar, reseñar, opinar sobre el fútbol y sus múltiples avatares sino que hacen literatura: ensayos, textos críticos, relatos. Y ahí se plantean varias cuestiones que suelen ser motivo de equívocos y malos entendidos. No hay géneros mayores y menores, ni temas serios y triviales. Por eso, si entre los futboleros hay prolíficos productores de textos y ávidos consumidores, hay también escritores y lectores que son otra cosa. Y pueden convivir”.
El escritor, guionista, historiador y docente argentino Eduardo Sacheri (1967) es poseedor de una trayectoria narrativa destacada por sus relatos y novelas, dándose a conocer por sus cuentos dedicados al mundo del fútbol. Licenciado en Historia en la Universidad de Luján y profesor en escuelas secundarias, desde 2011 colaboró con artículos sobre ese deporte en la revista “El Gráfico”. En la década de los años ‘90 sus relatos futboleros fueron difundidos en el programa “Todo con afecto” en Radio Continental, lo que contribuyó a la difusión y el éxito popular de esos cuentos. Ha publicado “Aun cuando perdamos. Cuentos sobre la magia del fútbol”, “Lo raro empezó después. Cuentos de fútbol y otros relatos”, “La vida que pensamos. Cuentos de fútbol” y “Esperándolo a Tito y otros cuentos de fútbol”. En 2015 publicó “Las llaves del reino” y dos años después “El fútbol, de la mano”, volúmenes en los que reunió las columnas que escribió para la revista “El Gráfico”. En una entrevista publicada en diario cordobés “La Voz del Interior” el 13 de febrero de 2017, Sacheri expresó: “No es que me moleste el rótulo del tipo que escribe de fútbol y nada más. Pero me da un poco de pudor desde el punto de vista que no soy un especialista en esto. Sé de fútbol lo que sabe cualquier hincha y me equivoco como cualquier otro. Que a mí me guste mucho el fútbol y que lo haya abarcado con frecuencia desde su costado literario no me convierte en alguien que sepa”. Y en otra aparecida el 9 de junio de 2021 en la página web de la “Agencia Télam”, consideró que “en el fútbol hay una encarnación simbólica de cosas más complejas e importantes. Pero sé que esto sucede con cualquier juego, una cuestión muy provechosa que trasciende el juego en sí. Mi juego es el fútbol porque fui criado en el Gran Buenos Aires. No me sirvo del fútbol porque lo considere mejor, lo uso porque es el juego que sé y me ayuda a comprender la vida”. Ese mismo año retornó al universo del fútbol con su novela “El funcionamiento general del mundo”.


Finalmente se puede citar al escritor argentino Alejandro Dolina (1944), también conductor de radio y televisión, quien es ampliamente reconocido por su programa radial “La venganza será terrible” y por sus “Crónicas del Ángel Gris”, una obra publicada por primera vez en 1988 y reeditada unos años después en versión corregida y ampliada. El libro se compone de diversas historias que giran en torno al Ángel Gris, un personaje difuso que reparte sueños en el barrio porteño de Flores. En él incluyó relatos vinculados al fútbol tales como “Apuntes del fútbol en Flores”, “El tipo que pasaba por ahí”, “El referí demasiado justo”, “El patio de las pelotas perdidas”, “Instrucciones para elegir en un picado”, “El último partido de Rosendo Bottaro”, “Fútbol atorrante” y “Cómo formar un equipo de fútbol con los amigos”.
“En un partido de fútbol caben infinidad de novelescos episodios” escribió en uno de ellos, y en diversas entrevistas expresó: “He ganado muchos amigos jugando al fútbol. Supongo que también algunos enemigos. Pero me he divertido mucho y agradezco haber tenido la suerte de poder dedicarme al deporte. La pasión por este deporte me ha prolongado la vida, me ha hecho más saludable quizá. Pero básicamente porque los proyectos comunes tienen una metáfora en los deportes: uno aprende un poco de solidaridad jugando. Pero -lamentó- también hay un fútbol fariseo que se manifiesta como un negocio especulativo y que responde a la dinámica actual del sistema. La fuerte entrada de capital financiero en los últimos años lo acredita. Eso no quita que el nivel de fútbol sea bueno”.

15 de noviembre de 2023

Fútbol, boxeo y literatura. Una relación versátil

II) Eduardo Galeano: “El fútbol es la única religión que no tiene ateos”

 
Más cerca del fin del milenio, otros británicos abordaron la temática futbolística. Uno fue Nick Hornby (1957), novelista y profesor de Literatura Inglesa licenciado en la Cambridge University quien comenzó su carrera colaborando como periodista en medios de prensa como “The Sunday Times”, “The Independent” y “The New Yorker”. En 1993 publicó la novela “Fever pitch” (Fiebre en las gradas), en la cual narró aspectos de su biografía vinculados a su pasión por el equipo de fútbol londinense Arsenal F.C.. “Me enamoré del fútbol igual que más tarde me enamoré de las mujeres: de repente, inexplicablemente, sin crítica, sin pensar en el dolor o los trastornos que traería consigo”, diría tiempo después en una entrevista. El otro fue Simon Critchley (1960), un filósofo británico que desde 2004 impartió clases en la New School for Social Research de Nueva York. En 2018 publicó el ensayo “What we think about when we think about soccer” (En qué pensamos cuando pensamos en fútbol), en el cual abordó el fenómeno del fútbol desde la filosofía.
En cuanto a los escritores latinoamericanos, uno de los más renombrados es sin dudas el colombiano Gabriel García Márquez (1927-2014), uno de los exponentes centrales del llamado “boom latinoamericano”, el trascendental fenómeno literario y editorial que surgió en los años ’60 del siglo XX. Autor de novelas imperecederas como “Cien años de soledad”, “El coronel no tiene quien le escriba” y “El otoño del patriarca”, siendo un niño jugaba al fútbol y al béisbol con pelotas de trapo en las polvorientas calles de su natal Aracataca. “Empecé a jugar con pelotas de trapo y alcancé a ser buen arquero, pero cuando pasamos al balón de reglamento sufrí un golpe en el estómago con un tiro tan potente que hasta allí me llegaron las ínfulas”, recordó muchos años después. En sus años de bachillerato en el Liceo Nacional de Varones de Zipaquirá pasó a jugar de defensor y ya por entonces se confesaba muy aficionado a este deporte.
Comenzó su carrera periodística en el periódico “El Universal” y pasó luego a “El Heraldo”, ambos de Barranquilla. En este último publicó en junio de 1950 un artículo titulado “El juramento”, en el cual narró su experiencia al ver un partido entre el local Junior y el bogotano Millonarios y confesó: “No creo haber perdido nada con este irrevocable ingreso que hoy hago públicamente a la santa hermandad de los hinchas”. Su experiencia como simpatizante del Junior de Barranquilla la relataría muchos años después en su autobiografía “Vivir para contarla”. En febrero de 1991, en la revista “Balón Gráfico Deportivo”, bajo el título “García Márquez habla de fútbol”, entre otros conceptos expresó: “A alguien a quien verdaderamente le gusta el fútbol nada le importa quién gana o quién pierde, porque sólo el verlo jugar es un gran y bello espectáculo”. Cabe destacar que en su época de “El Heraldo” había publicado también una serie de notas sobre boxeo.


Otro memorable escritor de la región, en este caso el uruguayo Eduardo Galeano (1940-2015), quien se autodefinía como un “mendigo del buen fútbol”, consideraba que el fútbol era más que un deporte, más que un simple juego con una pelota. Autor de obras relevantes como “Las venas abiertas de América Latina” y “Memoria del fuego”, también publicó un par de libros cuya temática era precisamente ese deporte. Se trata de “Su majestad el fútbol” y “El fútbol a sol y sombra”, obras en las que plasmó con palabras el sentimiento irracional de los aficionados que se entregan apasionadamente a un equipo o a la selección de su país, y evidenció la relación que existe entre el fútbol y la literatura, algo que muchos intelectuales y deportistas consideraban imposible. Conceptos convincentes como “en su vida, un hombre puede cambiar de mujer, de partido político o de religión, pero no puede cambiar de equipo de fútbol”, “el fútbol es la única religión que no tiene ateos” y “¿en qué se parece el fútbol a Dios? En la devoción que le tienen muchos creyentes y en la desconfianza que le tienen muchos intelectuales” pueden leerse en esas obras. Pero en ellas también volcó juicios negativos como “el fanático es el hincha en el manicomio” o “el fútbol es un espectáculo con pocos protagonistas y muchos espectadores que se ha convertido en uno de los negocios más lucrativos del mundo”.
En 1997 participó en el Congreso de Deportes “Play the Game” que se realizó ese año en Copenhague, Dinamarca. Allí, en el acto de apertura expresó: “Pocas cosas ocurren en América Latina que no tengan alguna relación, directa o indirecta, con el fútbol. El fútbol ocupa un lugar importante en la realidad, a veces el más importante de los lugares, aunque lo ignoren los ideólogos que aman a la humanidad pero desprecian a la gente. Para los intelectuales de derecha, el fútbol suele no ser más que la prueba de que el pueblo piensa con los pies; y para los intelectuales de izquierda, el fútbol suele no ser más que el culpable de que el pueblo no piense. Pero a la realidad de carne y hueso, este desprecio ni le va ni le viene. Cuando arraigan en la gente y encarnan en la gente, las emociones colectivas se hacen fiesta compartida o compartido naufragio, y existen sin dar explicaciones ni pedir disculpas. Nos guste o no nos guste, para bien o para mal, en estos tiempos de tanta duda y desesperanza, los colores del club son, hoy por hoy, para muchos latinoamericanos, la única certeza digna de fe absoluta y la fuente del más alto júbilo o la tristeza más honda”.


En el caso específico de la Argentina puede citarse al historiador y periodista Osvaldo Bayer (1927-2018), autor de la emblemática “La Patagonia rebelde” y asiduo luchador por las reivindicaciones de los pueblos originarios y el desenmascaramiento de figuras históricas consideradas por él como genocidas. En 1990 publicó un ensayo titulado “Fútbol argentino. Pasión y gloria de nuestro deporte más popular”, obra en la cual detalló la historia del fútbol argentino en general y del nacimiento de los clubes en particular, para concluir en cómo este deporte pasó de ser una “pasión de multitudes” para convertirse en un “mero negocio del capitalismo”.
Comenzó preguntándose: “¿Por qué el fútbol no puede ser un tema para un historiador, para un sociólogo o un politólogo? ¿Acaso no es parte de la vida misma ese extraño y mágico influjo ejercido por veintidós jugadores y una pelota sobre el mundo entero?”. Y agregó: “El fútbol es un magnífico cuento de magos, volatineros, malabaristas y hasta clowns. De titiriteros de gran proscenio. Un teatro inigualable para niños y grandes, y para niños grandes. Un encuentro humano con alegrías y lágrimas, con ruidos y espantos. El circo de la gente pobre, la misa de campaña de los solitarios que quieren sentirse acompañados por una vez. Es la humanidad en el pequeñísimo cosmos de un cuadrilátero verde”. También cuenta cómo, promovido por inmigrantes ingleses, en 1867 llegó el fútbol a la Argentina y la mirada que por entonces tenían los anarquistas y socialistas, quienes se referían al fútbol como una “droga de los pueblos”, una “distracción para los trabajadores que, cansados por largas jornadas laborales, al llegar el fin de semana iban a correr detrás de una pelota”.
Recordó también como, a comienzos de los años ’20 del siglo XX, se categorizó a los clubes como “grandes” o “chicos” de acuerdo al patrimonio que poseían y el fútbol pasó de ser un deporte a ser un negocio cuando en 1931 dejó de ser amateur y nació el profesionalismo. El ensayo concluye en 1986 cuando Argentina gana el Campeonato Mundial. Es cuando hizo el corte de su historia y dijo que fue hasta allí donde disfrutó del fútbol. Y terminó aseverando que “el fútbol es un juego capitalista porque requiere de rendimiento, afán de ganar, de ser superior; pero a la vez de un juego socialista porque necesita del esfuerzo de todo el equipo, la ayuda mutua para obtener el triunfo, que es una vida mejor. Y en medio de todo: el gol. El sueño. La esperanza y con ella la felicidad”.
Un argentino que dedicó buena parte de sus cuentos al fútbol fue Roberto Fontanarrosa (1944-2007). Nacido en Rosario y conocido coloquialmente como “el Negro”, además de escritor fue un destacado humorista gráfico y dibujante autor de las populares historietas “Inodoro Pereyra” y “Boogie, el aceitoso”. Hijo de un jugador de básquet y de una ama de casa, seguidor de los relatos de los partidos escuchados en la radio del tío, de chico iba a la cancha a ver partidos todos los domingos. Desde pequeño mostró su simpatía por Rosario Central, uno de los dos grandes equipos de su ciudad natal. “Creo que si no se entiende que esto es una pasión, y las pasiones son bastantes inexplicables, no se entiende nada de lo que pasa en el fútbol” declaró alguna vez. “Rosario Central es prioridad uno. No me vengan con el cumpleaños de mamá. Yo me voy a la cancha. Eso es innegociable”. Tal como le contaba a sus amigos, hubiera sacrificado años de su vida por un minuto con la camiseta del club de sus amores en un partido. Pero, reconocía, no había llegado a ser un gran futbolista por dos sencillas razones: “Una, no manejo bien la pierna derecha, y dos, tampoco manejo bien la pierna izquierda”.


Entre sus libros de cuentos se destacan “El mundo ha vivido equivocado”, “El mayor de mis defectos” y “La mesa de los galanes”, obras todas ellas en las que sobresalió su cáustico e irónico sentido del humor. En el año 2000 publicó “Puro fútbol”, un libro en el que reunió todos sus cuentos relacionados con el fútbol incluidos en volúmenes anteriores, entre ellos “Memorias de un wing derecho”, “Escenas de la vida deportiva”, “Lo que se dice un ídolo”, “La barrera”, “La pena máxima”, “Fútbol y ciencia”, “El que gana tiene razón”, “¡Qué lástima, Cattamarancio!”, “El pichón de Cristo”, “19 de septiembre de 1971”, “Relato de un utilero”, “Escenas de la vida deportiva”, “Viejo con árbol”, “Defensa de la derrota”,
“Lo que se dice un jugador al fulbo”, “El 8 era Moacyr” y “Algo le dice Falero a Saliadarré”. En la mayoría de estos cuentos eligió la primera persona del singular para contar las historias. También dedicada al fútbol escribió la novela “El área 18”.