14 de noviembre de 2023

Fútbol, boxeo y literatura. Una relación versátil

I) William Shakespeare: “¡Tú, despreciable jugador de pelota!”

No fueron pocos los grandes escritores latinoamericanos que reflejaron, tanto en sus obras como en crónicas y entrevistas publicadas en medios gráficos, su afición por algún deporte, sobre todo por el más popular de los deportes individuales: el boxeo, y por el más popular de los deportes colectivos: el fútbol. Sobre este último en particular, por supuesto existieron también muchos escritores en Europa, entre ellos el filósofo, novelista y ensayista francés Albert Camus (1913-1960) quien incluso en su adolescencia llegó a jugarlo profesionalmente en el Racing Universitaire de Argelia. En 1957 apareció publicada en la revista deportiva “France Football” una entrevista titulada “Ce que je dois au football” (Lo que le debo al fútbol) en la que el autor de “L'étranger” (El extranjero) y “L'hommerévolté” (El hombre rebelde) entre muchas otras obras, aseguró que el fútbol le había dejado maravillosas lecciones y que lo devoraba la impaciencia del domingo al jueves, día de entrenamiento, y del jueves al domingo, día del partido. En 1957, en una entrevista publicada en  la revista deportiva “France Football” aseguró: “Después de muchos años, donde el mundo me ha dado muchos espectáculos, lo que finalmente aprendí con mayor seguridad sobre la moral y las obligaciones de los hombres se lo debo al fútbol”.
Tal vez el más antiguo antecedente de las relaciones entre la literatura y el fútbol es el que puede encontrarse en la novela “Satyrica” (Satiricón) de Cayo Petronio (14-66). Escrita en latín, en la que es considerada una de las primeras novelas de la literatura mundial, el escritor y político romano habla de un tal Encolopio, un joven desvergonzado, homosexual y fiestero quien, en uno de los capítulos, cuenta lo ocurrido tras una juerga con sus amigos: “Sin desvestirnos, nos pusimos a caminar, más bien a vagar, y llegamos hasta un grupo de jugadores. Al instante atrajo nuestra atención un viejo calvo y cubierto de una túnica granate que jugaba con una pelota rodeado de varios esclavos melenudos. Éstos, empero, aunque valían la pena, no nos llamaron tanto la atención como el propio jefe de familia que, calzando sandalias, se ejercitaba nada menos que con pelotas verdes. Cada pelota que tocaba tierra era desechada y para ese efecto, había un esclavo con una bolsa llena de pelotas que servía a los jugadores”.


Existen otros indicios de que ya se practicaban juegos con una pelota desde hace muchos años, y en el caso del fútbol específicamente, allá por 1591 el dramaturgo y poeta inglés William Shakespeare (1564-1616) hizo referencia a él en “The comedy of errors” (La comedia de los errores), su obra teatral más breve. En un pasaje de la comedia, Dromio, criado de la señora Adriana, la mujer del mercader Antífolo de Éfeso, se quejó por las tareas que le mandaban a hacer: “¿Por hablar sin tantas vueltas me pateas como si fuera una pelota? Tú me lanzas de acá para allá y él me lanza de allá para acá. Si sigo sirviéndoles, haríais bien en forrarme en cuero”. Y en 1603, en su obra “The tragedy of King Lear” (La tragedia del Rey Lear), este rey de Bretaña lanzó irritado la frase: “¡Tú, despreciable jugador de pelota!”, a los que también calificó en la misma obra como “viles” y “plebeyos”.
Este deporte, tal como se lo conoce en la actualidad, fue reglamentado en 1863 en Inglaterra, pero se conoce su práctica en las Islas Británicas desde la Edad Media. Una vez fijadas sus reglas se expandió por todo el mundo. Y fue precisamente en ese país donde el autor de “The jungle book” (El libro de la selva), el británico Rudyard Kipling (1865-1936), algunos años después -en 1880- se referiría con desprecio a quienes lo disfrutaban llamándolos “almas pequeñas que pueden ser saciadas por los embarrados idiotas que lo juegan”. Sería el novelista y ensayista francés Henry de Montherlant (1895-1972) quien escribiría en 1924 el primer relato ficcional sobre el fútbol en su novela “Les onze devant la porte dorée” (Los once ante la puerta dorada).
También otros renombrados escritores europeos hicieron en algún ensayo o entrevista alguna referencia al fútbol, unos en posición crítica, otros en forma irónica, otros en sentido elogioso. Mientras para el sociólogo y periodista italiano Antonio Gramsci (1891-1937) era “el reino de la lealtad humana ejercida al aire libre”, para el escritor irlandés Oscar Wilde (1854-1900), autor de “The picture of Dorian Gray” (El retrato de Dorian Gray) y director de la revista “The Woman's World” en la que publicó sus primeros cuentos, consideraba que el fútbol como juego estaba muy bien para las “chicas toscas”, pero era apenas conveniente para los “chicos delicados”, mostrando así su total desdén por un deporte muy “masculino”.
Por su parte el filósofo y escritor italiano Umberto Eco (1932-2016) mantuvo una relación de amor y odio con el mundo del fútbol. El autor de “Il nome della rosa” (El nombre de la rosa) en su ensayo “La strategia dell'illusione” (La estrategia de la ilusión) sostuvo que era partidario de la pasión futbolística pero a la vez fue muy crítico con los aficionados fanáticos del fútbol, asegurando que el fútbol era una de las supersticiones religiosas más extendidas de su tiempo. Y el filósofo y sociólogo francés Jean Baudrillard (1929-2007) años más tarde afirmaría en su ensayo “Simulacres et simulation” (Cultura y simulacro) que “al poder le complace trasladar al fútbol ciertas cargas, incluso la diabólica responsabilidad de entontecer a las masas”.


Por otro lado, el escritor y profesor ruso nacionalizado estadounidense Vladímir Nabókov (1899-1977), en su autobiografía “Speak, memory” (Habla, memoria) recordó que de todos los deportes que había practicado en su paso por el Trinity College de la Cambridge University, el fútbol seguía siendo un venturoso claro en mitad de un período notablemente confuso de su vida. Y el novelista y ensayista británico George Orwell (1903-1950), famoso sobre todo por sus novelas “Animal farm” (Rebelión en la granja) y “Nineteen eighty-four (1984), en un artículo titulado “The sporting spirit” (El espíritu deportivo) publicado en la revista británica “Tribune” en diciembre de 1945 cuando hacía muy poco tiempo que había finalizado la Segunda Guerra Mundial, aseguró que el fútbol a nivel internacional despertaba un sentimiento de patriotismo local que convertía a ese deporte en una suerte de guerra sin las armas. A su vez, el autor de “A clockwork orange” (La naranja mecánica), el escritor británico Anthony Burgess (1917-1993), dijo alguna vez que cinco días eran para trabajar, como decía la Biblia. El séptimo día era para el Señor Dios y el sexto día era para el futbol.
Existen dos celebrados poemas dedicados al tema futbolístico. Uno es “Elegía al guardameta”, escrito por el poeta y dramaturgo español Miguel Hernández (1910-1942) quien de joven compaginó su pasión literaria con la futbolera. El poema se lo dedicó al arquero del Orihuela F.C., el club de sus amores. Otro tanto hizo el escritor español Rafael Alberti (1902-1999) con el poema “Oda de Platko”, dedicado al arquero del F.C. Barcelona. Y otro español, el novelista y dibujante Miguel Delibes (1920-2010), quien llegó a ser miembro de la Real Academia Española, escribió el cuento “El campeonato” que incluyó en el tomo de cuentos “La partida”. También publicó “El otro fútbol”, donde reunió los artículos sobre fútbol que había escrito para el periódico “Norte de Castilla”. “El fútbol, para mí, estaba en todas partes, lo impregnaba todo, era casi como un Dios: una presencia constante”, declararía años después. Por su parte el escritor español Manuel Vázquez Montalbán (1939-2003), famoso escritor de novelas negras de Barcelona conocido sobre todo por sus novelas protagonizadas por el detective Pepe Carvalho, vinculó en una de ellas al fútbol: “El delantero centro fue asesinado al atardecer”.
También el novelista, ensayista y periodista español Camilo José Cela (1916-2002), gran representante de la literatura de posguerra y académico de la Real Academia Española, relacionó al fútbol con la literatura en su libro “Once cuentos de fútbol” publicado en 1963. Y otro escritor español, Javier Marías (1951-2022), quien en su infancia había jugado al fútbol, escribió numerosos artículos para el diario “El País” y su suplemento dominical “El Semanal” en los que se refirió a los jugadores, a los aficionados y a los entrenadores, a las derrotas y los triunfos, a las emociones y las vergüenzas, a la celebración de los goles, a los cánticos de los espectadores, etc. Para Marías, escribir sobre este deporte era “un descanso”, una “recuperación semanal de la infancia, domingo a domingo”. Una compilación de esos artículos fue publicado en 2001 bajo el título “Salvajes y sentimentales. Letras de fútbol”.


En 1970 el escritor austríaco Peter Handke (1942), ganador del Premio Nobel de Literatura en 2019, publicó “Die angst des tormanns beim elfmeter” (La angustia del arquero frente al tiro penal), novela en la cual utilizó metafóricamente ese instante para referirse a la ansiedad y la incertidumbre que vivían muchos seres humanos tras la finalización de la Segunda Guerra Mundial. Y el escritor, escultor y dibujante alemán Günter Grass (1927-2015), ganador a su vez del Premio Nobel de Literatura en 1999, recordado por su novela de 1959 “Die blechtrommel” (El tambor de hojalata), en su poemario “Lyrische beute” (Lírico botín) incluyó un poema titulado “Nächtliches stadion” (Estadio de noche), en el que definió a un arquero como un “poeta solitario”. “Lentamente ascendió el balón en el cielo / entonces se vio que estaba llena la tribuna / En el arco estaba el poeta solitario / pero el árbitro pitó fuera de juego”. Y en 1999 publicó “Mein jahrhundert” (Mi siglo), un tomo de relatos cortos en el que incluyó tres dedicados a eventos trascendentales del fútbol alemán durante el siglo XX.
Con cierto tono melifluo, el escritor checo Milan Kundera (1929-2023), reconocido sobre todo por su novela “Nesnesitelná lehkost bytí” (La insoportable levedad del ser), afirmó alguna vez que “el fútbol es un pensamiento que se juega, y más con la cabeza que con los pies. Tal vez los jugadores tengan la hermosura y la tragedia de las mariposas, que vuelan tan alto y tan bello pero que jamás pueden apreciar y admirarse en la belleza de su vuelo”. Y el polifacético escritor y director de cine italiano Pier Paolo Pasolini (1922-1975) aseguró en “A proposito di sport” (Sobre el deporte) -un volumen que reúne textos que escribió entre 1957 y 1971- que el fútbol “es la última representación sagrada de nuestra época. En el fondo es un rito, aunque también es evasión. Mientras que otras representaciones sagradas, incluso la misa, están en declive, el fútbol es la única que nos queda. El fútbol es el espectáculo que ha sustituido al teatro. El cine no ha podido sustituir al teatro, pero el fútbol, sí. Porque el teatro es una relación entre, por una parte, un público en carne y hueso y, por otra parte, personajes en carne y hueso que actúan en la escena, mientras que el cine es una relación entre una platea en carne y hueso y una pantalla, unas sombras. El fútbol, en cambio, vuelve a ser un espectáculo en que el mundo real, de carne, en las gradas del estadio, se mide con los protagonistas reales, los atletas en el campo, que se mueven y se comportan según un ritual preciso”.

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