EN EL INSOMNIO
Virgilio Piñera
Cuba (1912-1979)
El hombre se acuesta temprano. No puede conciliar
el sueño. Da vueltas, como es lógico, en la cama. Se enreda entre las sábanas.
Enciende un cigarrillo. Lee un poco. Vuelve a apagar la luz. Pero no puede
dormir. A las tres de la mañana se levanta. Despierta al amigo de al lado y le
confía que no puede dormir. Le pide consejo. El amigo le aconseja que haga un
pequeño paseo a fin de cansarse un poco. Que enseguida tome una taza de tilo y
que apague la luz. Hace todo esto pero no logra dormir. Se vuelve a levantar.
Esta vez acude al médico. Como siempre sucede, el médico habla mucho pero el
hombre no se duerme. A las seis de la mañana carga un revólver y se levanta la
tapa de los sesos. El hombre está muerto pero no ha podido quedarse dormido. El
insomnio es una cosa muy persistente.
LA INDECISIÓN
Mamerto Menapace
Argentina (1942-2025)
Lo habían agarrado en flagrante delito de robo, y
no existían circunstancias atenuantes que lo justificaran. A pesar de todas sus
negativas no pudo evitar que la justicia lo mandara a la muerte. Cierto, había
tratado de mostrarse sereno y había logrado impresionar a sus mismos jueces.
Todavía le quedaba un poco de humor, y decidió jugarse hasta la última carta.
Trataría al menos de ganar tiempo, para vivir un rato más.
Cuando le leyeron la sentencia que lo condenaba a la horca, la escuchó con calma, y concluyó la sesión preguntando se tendría la oportunidad de expresar su último deseo. Era imposible que se lo negasen. Y así fue. Se lo concedieron, antes aún de averiguar de qué se trataba.
- Quisiera -dijo- ser yo mismo quien elija el árbol en cuya rama tendré que ser ajusticiado.
Aunque la petición pareció a los jueces un tanto romántica para lo dramático de las circunstancias, no hubo inconvenientes en concedérsela. Le designaron un piquete de cuatro guardias para que lo acompañaran en el recorrido por el bosquecito de las afueras de aquella vieja ciudad medieval, en la que este suceso se desarrollaba conforme a las costumbres y procederes de la época.
Más de tres horas duró la caminata, que impacientó a todos menos al interesado, que gastaba su tiempo desaprensivamente observando con superioridad e ironía cada árbol y cada gajo que podría ser su último punto de apoyo sobre esta tierra de la que se despediría en breve. Los miraba y estudiaba minuciosamente, para desecharlos luego casi con desprecio. No sería una miserable planta con tantos defectos la que tendría el honor de cargar con su partida. De esta manera fue pasando de árbol en árbol, hasta que hubo inspeccionado todos los posibles.
De nuevo ante el juez, expresó así sus conclusiones:
- ¡Señor juez! ¿Quiere que le diga la verdad? No hay ninguno que me convenza.
Murió lo mismo. Y sin haber elegido.
MARIO
José Luis Zárate
México (1966)
Hay un silencio justo del tamaño de su hermano, en
todas las cosas. Quitaron la silla para que no se notara el hueco, pero fue
como quitarle un pedazo a la rutina diaria de comer. Mamá, Papá y el niño que
sabía que Mario nunca regresaría a casa. La habitación vacía se llenó de cosas
intrascendentes, buscando que nadie entrara. Pero el niño oía a veces a Mamá
abrir la puerta, a Papá detenerse un segundo frente a ella. En las noches era
posible escuchar la nada rezumando continuamente.
Las miradas ausentes continuaron, las palabras cortándose a la mitad como si las mentes de sus padres estuvieran demasiado ocupadas tratando de soportar los recuerdos. Mario esto, Mario lo otro. Él jugaba, ese era su tono de voz, aquel su plato favorito.
El niño trataba de hablar con ellos, pero ellos se alejaban, tal vez curándose en sano de otro dolor. Quizá porque dolía demasiado aún para querer de nuevo a nadie, de nuevo.
El niño dormía en su cama, solo, abandonado.
Y no se preguntaba qué era la muerte.
La muerte era lo que vivía cada día.
EL ARGUMENTO
Álvaro Menen Desleal
El Salvador (1931-2000)
Se había escapado de la escuela. Era la primera
vez, y le pareció que la mejor manera de pasar el tiempo sería viendo una
película. Depositó su bolso escolar en un tenducho, llegó al cine y compró una
localidad barata, listo a sumergirse por noventa minutos en un mundo
apasionante. Ya estaban apagadas las luces de la sala, y a tientas buscó un
sitio vacío. Los mágicos letreros de la pantalla daban el título de la cinta,
la que comenzó de inmediato.
En la película, un pequeño actor hacía el papel de un escolar que, por primera vez, se escapaba de la escuela. Pareciéndole que la mejor manera de llenar el tiempo era un cine, compra una localidad barata y entra en la sala cuando en la pantalla un actor de pocos años hacía el papel de escolar que, por primera vez, se fuga de la escuela, y decide ir al cine para pasar el tiempo. El actorcito tomaba asiento en el instante en que, en el film, un niño escolar, fugado de la escuela, entra a un cine para pasar el tiempo. Al frente se proyectaba la imagen de un niño que, por primera vez, faltaba a su escuela y llenaba su tiempo viendo una cinta, cuyo argumento consistía en que un chico, por primera vez…
ESCABECHE DE BERENJENAS
Úrsula Buzio
Argentina (1943)
La casa estaba a oscuras, en medio de la noche
casi blanca y de un silencio sepulcral.
El hombre bajó del caballo y comenzó a llamarla a los gritos y con insultos, como de costumbre. De un puntapié abrió la puerta, lo recibió el olor inconfundible del escabeche de berenjenas. Era su plato preferido; ella lo preparaba como nadie, aunque él nunca se lo dijo.
Siguió avanzando sin dejar de blasfemar y de un manotazo corrió la cortina que separaba los ambientes. La ventana estaba abierta y pudo verla a la luz de la luna. Su sorpresa duró apenas un instante. "Infeliz", murmuró con desprecio y, quitándose el cuchillo que llevaba en la cintura, de un solo tajo cortó la soga. El cuerpo inerte de la muchacha se ovilló en el suelo. Salió de la pieza sin mirarla.
Al pasar frente al aparador se detuvo; frascos de diferentes tamaños, en fila sobre un estante, lo estaban esperando. Los acomodó cuidadosamente en una bolsa de cuero y se fue hacia la noche. No sabía que llevaba consigo a su propia muerte, repartida en pequeñas dosis de veneno.
PRECAUCIONES
Luis Britto García
Venezuela (1940)
Verdaderamente extraña es la sensación de salir a
la calle con mascarilla y guantes de goma como si se tratara de entrar a un
quirófano. Igualmente insólito es, después de hacer las compras, al regresar a
casa el sentirse como criminal enmascarado que saca la ganzúa para abrir la
puerta. Pero el colmo de lo extraño es preguntarte si con la llave no
introduces en la cerradura el contagio. Igual podría estar en la suela de los
zapatos, en la ropa, en la gorra, en los mitones, en las bolsas de plástico con
frutas y verduras o en la tarjeta de débito con la que pagaste y que la cajera
manoseó tan imprudentemente. Podría ser que ya hubieras contaminado la perilla
de la puerta que acabas de tocar con guantes sintéticos. A punto estás de
descargar en tu sagrado hogar un cargamento de contagios. Inútil será buscar en
la calle quien te ayude, pues todos guardarán la distancia social y la cercanía
en lugar de apoyo será un riesgo. Quizá si te quitas los guantes podrás entrar
a la casa con manos incontaminadas, pero nada garantiza que durante el proceso
de quitártelos no te contamines. Abierta por fin la puerta, se plantea la
cuestión de si los virus perduran en las bolsas de plástico que cubren las
verduras o en las verduras mismas. Puedes quitarte ropas y zapatos para rociarlos
con cloro, pero como no fue posible quitártelos sin tocarlos, tus manos ahora
son seguramente foco de contagio que contaminará lo que toques. De tres a cinco
mil veces diarias se toca un ser humano la cara; no estás seguro de si en algún
gesto de perplejidad palpaste frente boca nariz ojos. En la cocina crees
recordar que estaba el cloro, pero para entrar en ella debes manosear o más
bien contaminar puerta, anaqueles, los platos mismos y para manipular el frasco
rociador, tocarlo con las manos que lo infectarán. Recuerda tus pasos, vuelve
sobre ellos para esterilizar cada una de las huellas, pero para hacerlo debes
buscar el frasco de alcohol y abrir closets, gavetas y cajas impregnándolas con
todos los patógenos que han caído sobre ti durante el paseo. Sólo entonces se
te ocurre que debiste correr primero al baño, pero al abrir la llave del
lavamanos, de la ducha, estás quizá impregnándolas de virus y no se sabe si el
jabón te descontamina o lo contaminas. El espejo donde te miras está quizá contaminado
porque refleja tu imagen y también el interruptor de la luz que pulsaste para
mirarte. Tienes que recordar todas las cosas que tocaste para purificarlas,
pero al tocarlas quizá de nuevo las inficionas. Cada cosa que toques para
descontaminarla te contaminará de nuevo, incluso las hilachas de polvo que
giran perezosamente en el aire pestilenciado. Ahora tienes que desinfectar con
cloro la casa entera pero no hay cloro suficiente y para conseguirlo si es que
lo consigues debes revestirte de nuevo con medias zapatos pantalones camisa
gorra mascarilla guantes. que son el foco de todas las contaminaciones,
atravesando el mundo exterior enteramente contagiado.
CONTEMPLACIÓN DE ALGO QUE CAE Y FIN DE SIGLO
Susana Szwarc
Argentina (1952)
Cuando mis ojos se distraen de la densidad
formidable de la lluvia, y ya en el café se chocan -indefectiblemente- con el
televisor, reciben las noticias. Entonces me pregunto: ¿no habrán profanado
también la tumba de mi padre?
Él, que no había llegado a iniciarse en ningún arte en medio de la guerra.
Él, que no había sido demasiado judío, sin embargo contó números en brazos de sus hermanos afligidos.
Él, que rondó por mi locura como pudo, y vagó hasta aquí, hacia el futuro, sonriendo seguido y luminoso.
Como han profanado las tumbas los muertos han salido a las calles, mi padre otra vez me acaricia la cabeza, y me dice al oído -despacio- que la vida es siempre más bella que la historia.
EL VAGABUNDO
Julio Torri
México (1889-1970)
En pequeño circo de cortas pretensiones trabajaba,
no ha mucho, un acróbata, modesto y tímido como muchas personas de mérito. Al
final de una función dominguera en algún villorrio, llegó a nuestro hombre la
hora de ejecutar su suerte favorita con la que contaba para propiciarse al
público de lugareños y asegurar así el buen éxito pecuniario de aquella
temporada. Además de sus habilidades -nada notables que digamos- poseía
resistencia poco común para la incomodidad y la miseria. Con todo, temía en
esos momentos que recomenzaran las molestias de siempre: las disputas con el
posadero, el secuestro de su ropilla, la intemperie y de nuevo la dolorosa y
triste peregrinación.
El acto que iba a realizar consistía en meterse en un saco, cuya boca ataban fuertemente los más desconfiados espectadores. Al cabo de unos minutos el saco quedaba vacío.
A su invitación, montaron al tablado dos fuertes mocetones provistos de ásperas cuerdas. Introdújose él dentro del saco y pronto sintió sobre su cabeza el tirar y apretar de los lazos. En la oscuridad en que se hallaba le asaltó el vivo deseo de escapar realmente de las incomodidades de su vida trashumante. En tan extraña disposición de espíritu cerró los ojos y se dispuso a desaparecer.
Momentos después se comprobó -sin sorpresa para nadie- que el saco estaba vacío y las ligaduras permanecían intactas. Lo que sí produjo cierto estupor fue que el funámbulo no reapareció durante la función. Tras un rato de espera inútil los asistentes comprendieron que el espectáculo había terminado y regresaron a sus casas. Mas a nuestro cirquero tampoco volvió a vérsele por el pueblo. Y lo curioso del caso era que nadie había reclamado en la posada su maletín.
Pasados algunos días se olvidó el suceso completamente. ¡Quién se iba a preocupar por un vagabundo!
EL DESENLACE
Luisa Valenzuela
Argentina (1938)
- Estoy muy cansada, no me cuentes más historias,
no hables tanto. Nunca hablás tanto. Vení, vamos a dormir. Acostate conmigo.
- Estás loca, ¿no me oíste, acaso? Basta de macanas. Se acabó nuestro jueguito, ¿entendés? Se acabó para mí, lo que quiere decir que también se acabó para vos. Telón. Entendelo de una vez por todas, porque yo me las pico.
- ¿Te vas a ir?
- Claro ¿o pretendés que me quede? Ya no tenemos nada más que decirnos. Esto se acabó. Pero gracias de todos modos, fuiste un buen cobayo, hasta fue agradable. Así que ahora tranquilita, para que todo termine bien.
- Pero quedate conmigo. Vení, acostate.
- ¿No te das cuenta de que esto ya no puede seguir? Basta, reaccioná. Se terminó la farra. Mañana a la mañana te van a abrir la puerta y vos vas a poder salir, quedarte, contarlo todo, hacer lo que se te antoje. Total, yo ya voy a estar bien lejos...
- No, no me dejés. ¿No vas a volver? Quedate. Él se alza de hombros y, como tantas otras veces, gira sobre sus talones y se encamina a la puerta de salida. Ella ve esa espalda que se aleja y es como si por dentro se le disipara un poco la niebla. Empieza a entender algunas cosas, entiende sobre todo la función de este instrumento negro que él llama revólver.
Entonces lo levanta y apunta.
PARA MI CHICA LA MARGA
Martín Civera López
España (1900-1975)
Cuando Marga no está, todo es Marga.
Es Marga la pasta de mi tubo de dientes. Marga es mis orejas y las pocas ganas que hoy tengo de levantarme. Y también el vecino que me saluda y parece que diga Marga. Hoy más que nunca Marga es Argentina. Y ensalada con pechuga asada. Hoy Marga no es la siesta, porque pensando, pensando tampoco hoy me dejó dormir. Esta tarde son Marga mis piernas, que me llevan poco a poco como si fueran solas, sin contar con el resto de mi cuerpo, que, dicho sea de paso, también es de Marga. Y el agradable sonido de mis pasos en el suelo. Y mi respiración. Marga es Dostoievski. Y también Mario Benedetti y Miguel Hernández. Y mi Daniel Pennac. Esta tarde es Marga hasta Ana Rosa Quintana. Y café con leche y torta de nueces y pasas. Marga es las nueve y media y las diez menos cuarto y las diez y veinte.
Y es entonces, a eso de las diez y media, cuando Marga está, todo lo demás no existe. Y sólo existe Marga.
Virgilio Piñera
Cuba (1912-1979)
Mamerto Menapace
Argentina (1942-2025)
Cuando le leyeron la sentencia que lo condenaba a la horca, la escuchó con calma, y concluyó la sesión preguntando se tendría la oportunidad de expresar su último deseo. Era imposible que se lo negasen. Y así fue. Se lo concedieron, antes aún de averiguar de qué se trataba.
- Quisiera -dijo- ser yo mismo quien elija el árbol en cuya rama tendré que ser ajusticiado.
Aunque la petición pareció a los jueces un tanto romántica para lo dramático de las circunstancias, no hubo inconvenientes en concedérsela. Le designaron un piquete de cuatro guardias para que lo acompañaran en el recorrido por el bosquecito de las afueras de aquella vieja ciudad medieval, en la que este suceso se desarrollaba conforme a las costumbres y procederes de la época.
Más de tres horas duró la caminata, que impacientó a todos menos al interesado, que gastaba su tiempo desaprensivamente observando con superioridad e ironía cada árbol y cada gajo que podría ser su último punto de apoyo sobre esta tierra de la que se despediría en breve. Los miraba y estudiaba minuciosamente, para desecharlos luego casi con desprecio. No sería una miserable planta con tantos defectos la que tendría el honor de cargar con su partida. De esta manera fue pasando de árbol en árbol, hasta que hubo inspeccionado todos los posibles.
De nuevo ante el juez, expresó así sus conclusiones:
- ¡Señor juez! ¿Quiere que le diga la verdad? No hay ninguno que me convenza.
Murió lo mismo. Y sin haber elegido.
José Luis Zárate
México (1966)
Las miradas ausentes continuaron, las palabras cortándose a la mitad como si las mentes de sus padres estuvieran demasiado ocupadas tratando de soportar los recuerdos. Mario esto, Mario lo otro. Él jugaba, ese era su tono de voz, aquel su plato favorito.
El niño trataba de hablar con ellos, pero ellos se alejaban, tal vez curándose en sano de otro dolor. Quizá porque dolía demasiado aún para querer de nuevo a nadie, de nuevo.
El niño dormía en su cama, solo, abandonado.
Y no se preguntaba qué era la muerte.
La muerte era lo que vivía cada día.
Álvaro Menen Desleal
El Salvador (1931-2000)
En la película, un pequeño actor hacía el papel de un escolar que, por primera vez, se escapaba de la escuela. Pareciéndole que la mejor manera de llenar el tiempo era un cine, compra una localidad barata y entra en la sala cuando en la pantalla un actor de pocos años hacía el papel de escolar que, por primera vez, se fuga de la escuela, y decide ir al cine para pasar el tiempo. El actorcito tomaba asiento en el instante en que, en el film, un niño escolar, fugado de la escuela, entra a un cine para pasar el tiempo. Al frente se proyectaba la imagen de un niño que, por primera vez, faltaba a su escuela y llenaba su tiempo viendo una cinta, cuyo argumento consistía en que un chico, por primera vez…
Úrsula Buzio
Argentina (1943)
El hombre bajó del caballo y comenzó a llamarla a los gritos y con insultos, como de costumbre. De un puntapié abrió la puerta, lo recibió el olor inconfundible del escabeche de berenjenas. Era su plato preferido; ella lo preparaba como nadie, aunque él nunca se lo dijo.
Siguió avanzando sin dejar de blasfemar y de un manotazo corrió la cortina que separaba los ambientes. La ventana estaba abierta y pudo verla a la luz de la luna. Su sorpresa duró apenas un instante. "Infeliz", murmuró con desprecio y, quitándose el cuchillo que llevaba en la cintura, de un solo tajo cortó la soga. El cuerpo inerte de la muchacha se ovilló en el suelo. Salió de la pieza sin mirarla.
Al pasar frente al aparador se detuvo; frascos de diferentes tamaños, en fila sobre un estante, lo estaban esperando. Los acomodó cuidadosamente en una bolsa de cuero y se fue hacia la noche. No sabía que llevaba consigo a su propia muerte, repartida en pequeñas dosis de veneno.
Luis Britto García
Venezuela (1940)
Susana Szwarc
Argentina (1952)
Él, que no había llegado a iniciarse en ningún arte en medio de la guerra.
Él, que no había sido demasiado judío, sin embargo contó números en brazos de sus hermanos afligidos.
Él, que rondó por mi locura como pudo, y vagó hasta aquí, hacia el futuro, sonriendo seguido y luminoso.
Como han profanado las tumbas los muertos han salido a las calles, mi padre otra vez me acaricia la cabeza, y me dice al oído -despacio- que la vida es siempre más bella que la historia.
Julio Torri
México (1889-1970)
El acto que iba a realizar consistía en meterse en un saco, cuya boca ataban fuertemente los más desconfiados espectadores. Al cabo de unos minutos el saco quedaba vacío.
A su invitación, montaron al tablado dos fuertes mocetones provistos de ásperas cuerdas. Introdújose él dentro del saco y pronto sintió sobre su cabeza el tirar y apretar de los lazos. En la oscuridad en que se hallaba le asaltó el vivo deseo de escapar realmente de las incomodidades de su vida trashumante. En tan extraña disposición de espíritu cerró los ojos y se dispuso a desaparecer.
Momentos después se comprobó -sin sorpresa para nadie- que el saco estaba vacío y las ligaduras permanecían intactas. Lo que sí produjo cierto estupor fue que el funámbulo no reapareció durante la función. Tras un rato de espera inútil los asistentes comprendieron que el espectáculo había terminado y regresaron a sus casas. Mas a nuestro cirquero tampoco volvió a vérsele por el pueblo. Y lo curioso del caso era que nadie había reclamado en la posada su maletín.
Pasados algunos días se olvidó el suceso completamente. ¡Quién se iba a preocupar por un vagabundo!
Luisa Valenzuela
Argentina (1938)
- Estás loca, ¿no me oíste, acaso? Basta de macanas. Se acabó nuestro jueguito, ¿entendés? Se acabó para mí, lo que quiere decir que también se acabó para vos. Telón. Entendelo de una vez por todas, porque yo me las pico.
- ¿Te vas a ir?
- Claro ¿o pretendés que me quede? Ya no tenemos nada más que decirnos. Esto se acabó. Pero gracias de todos modos, fuiste un buen cobayo, hasta fue agradable. Así que ahora tranquilita, para que todo termine bien.
- Pero quedate conmigo. Vení, acostate.
- ¿No te das cuenta de que esto ya no puede seguir? Basta, reaccioná. Se terminó la farra. Mañana a la mañana te van a abrir la puerta y vos vas a poder salir, quedarte, contarlo todo, hacer lo que se te antoje. Total, yo ya voy a estar bien lejos...
- No, no me dejés. ¿No vas a volver? Quedate. Él se alza de hombros y, como tantas otras veces, gira sobre sus talones y se encamina a la puerta de salida. Ella ve esa espalda que se aleja y es como si por dentro se le disipara un poco la niebla. Empieza a entender algunas cosas, entiende sobre todo la función de este instrumento negro que él llama revólver.
Entonces lo levanta y apunta.
Martín Civera López
España (1900-1975)
Es Marga la pasta de mi tubo de dientes. Marga es mis orejas y las pocas ganas que hoy tengo de levantarme. Y también el vecino que me saluda y parece que diga Marga. Hoy más que nunca Marga es Argentina. Y ensalada con pechuga asada. Hoy Marga no es la siesta, porque pensando, pensando tampoco hoy me dejó dormir. Esta tarde son Marga mis piernas, que me llevan poco a poco como si fueran solas, sin contar con el resto de mi cuerpo, que, dicho sea de paso, también es de Marga. Y el agradable sonido de mis pasos en el suelo. Y mi respiración. Marga es Dostoievski. Y también Mario Benedetti y Miguel Hernández. Y mi Daniel Pennac. Esta tarde es Marga hasta Ana Rosa Quintana. Y café con leche y torta de nueces y pasas. Marga es las nueve y media y las diez menos cuarto y las diez y veinte.
Y es entonces, a eso de las diez y media, cuando Marga está, todo lo demás no existe. Y sólo existe Marga.