Para la sociología formalista alemana -encarnada principalmente en Georg Simmel (1858-1918) y Leopold von Wiese (1876-1969)- el individuo, frente a un proceso social determinado, opta por dos comportamientos opuestos. O bien se integra al proceso colectivo, a sus particulares modos de vida y a sus instituciones consagradas, operando de ese modo un proceso sociológico de asociación o, por el contrario, se desintegra de la comunidad, se segrega de su estilo vital, rechaza la legitimidad de sus instituciones tradicionales y opera, entonces, un proceso sociológico de disociación. No obstante ello, entre ambos procesos media un tercero que participa de los dos anteriores: por un lado, el individuo asume la responsabilidad que surge de su condición de actor social, acepta y ratifica el orden comunitario e impulsa los aspectos a los que adhiere y, por otro lado, advierte sus errores y desajustes y, en ese sentido, niega su colaboración, declina su responsabilidad y adopta una actitud crítica y combativa.
Es este tercer proceso el que caracteriza y define decididamente el comportamiento del escritor surrealista frente a la sociedad de su tiempo y, tal como sostuvo en 1953 el ensayista catalán Juan Cirlot (1916-1973) en su "Introducción al Surrealismo", determina "la síntesis peculiar del estilo contemporáneo que se funda en una contradicción entre las anárquicas fuerzas de lo oscuro que pugnan por sobresalir, y la confianza en las conquistas de la razón". El propio Cirlot sostiene que "la actitud fundamental del surrealismo obedece a una reacción contra las fórmulas históricas y hace pie en la exaltación de las secretas potencias de la sangre y del instinto frente al imperio de la razón; promueve y logra la pérdida de toda voluntad de estilo y abomina así -dentro de la obra literaria- de todo tema conductor, de todo desarrollo lógico, de toda coherencia racional". Esto supuso, consecuentemente, una actitud de desdén hacia las formas literarias tradicionales, y una postura de afirmación de la escritura automática como única y auténtica expresión de la obra surrealista.
Así, entre la asociación y la disociación, a su manera los protagonistas del movimiento surrealista se rebelaron y rechazaron la sociedad de su tiempo, una sociedad que creían inconmovible e inalterable. La actitud de los surrealistas, en definitiva, implicó apenas la realización de un acto gratuito, una emancipación del espíritu sin consecuencia alguna para el orden social establecido que ellos rechazaban. Se trató, en suma, de una situación de clase social que permitía la rebeldía sin menoscabo del destino personal de cada escritor. El hecho de que, por ejemplo, la mayoría de sus protagonistas abandonase las corrientes políticas de izquierda a las que en un primer momento habían adherido, es una prueba concluyente de la inconsecuencia del movimiento.

El poeta es indiscutible. Pero, ¿y el hombre? Es un hombre como los demás, sonriente, afable, un hombre que ama el amor sin disimularlo, sin dejar de hablar de él. Ya he dicho que tenía un modo personal de mantener la calma, sin caer en la desmesura como muchos de nosotros. Ni antipatriotismo convulsivo ni amoralismo vulgar. Conocía el valor de las cosas en todo el sentido de la palabra. Sabía el precio exacto de un cuadro de Braque como el valor esclarecedor de un fragmento de Lautréamont o el secreto encantador de los versos de Charles Cros. Creo que era doble: un hombre exaltado y un hombre formal a la vez.

Hay una palabra que me exalta, una palabra que nunca he oído sin estremecerme, sin sentir una gran esperanza, la más grande de todas: la de vencer a las fuerzas de ruina y de muerte que agobian a los hombres. Esa palabra es "fraternidad". En febrero de 1917, el pintor surrealista Max Ernst y yo estábamos en el frente, apenas a una distancia de un kilómetro uno del otro. El artillero alemán Max Ernst bombardeaba las trincheras en donde yo, infante francés, montaba guardia. Tres años más tarde éramos los mejores amigos del mundo y desde entonces combatimos incansablemente, hombro con hombro, por la misma causa, la de la liberación total del hombre. En 1925, durante la guerra de Marruecos, Max Ernst sostenía conmigo la consigna de confraternidad del Partido Comunista francés. Y afirmo que entonces él se estaba ocupando en algo que le concernía íntimamente, en la misma medida en que había estado obligado, en mi sector en 1917, a ocuparse en algo que no le concernía. ¡Y si sólo nos hubiera sido posible, durante la guerra, ir uno al encuentro del otro y estrecharnos la mano, espontáneamente, violentamente, contra nuestro común enemigo: ¡La Internacional del Lucro! En 1919, cuando la imaginación trataba de dominar y de neutralizar los penosos monstruos que la guerra había agigantado, Max Ernst resolvió sepultar a la vetusta Razón -que causó tantos desórdenes, tantos desastres-, no bajo sus propios escombros (con los cuales se levantaban monumentos) sino por el ejercicio de la libre representación de un universo liberado. Desde el pájaro, no hay mucha distancia entre la nube y el hombre. Desde las imágenes no hay mucha distancia entre el hombre y lo que ve, entre las cosas reales de la naturaleza y las cosas imaginadas. Tienen el mismo valor: materia, movimiento, necesidad, deseo, son inseparables. El honor de vivir vale tanto como el esfuerzo por vivificar. Piénsate como flor, fruto y corazón del árbol, porque tienen colores, porque son uno de los signos necesarios de tu presencia. Nada te impedirá creer que todo es trasmutable en todo a partir del momento en que aceptes no tener que justificar tu idea. Una interpretación verdaderamente materialista del mundo no puede excluir de éste a quien se empeña en comprobarlo. La muerte misma le concierne, a él viviendo, y al mundo viviente. No conozco ningún poeta que haya penetrado tanto como Max Ernst en estas verdades fundamentales.

Para ellos/ el tiempo existe/ en estado abolido/ diez mil pieles rojas se abaten/ sobre la llanura/ felices de su suerte/ preludian las sublimidades de su danza/ tragan los días/ desordenan las noches/ diez mil pieles rojas y lúcidos/ se aprestan a hacer reír a la lluvia/ sus tierras arrugadas por el deseo y la sed/ golpean sus tambores con sonidos plenos/ sonidos plenos/ diez mil pieles rojas enamorados/ se aprestan a mezclar su sangre inquieta/ con la leche sombría de sus mujeres muy calmas/ con la miel jubilosa de sus hermosos hijos/ hijos del siglo/ dónde están sus tridentes/ diez mil pieles rojas/ pálidos pero sólidos/ dejan a sus familias para morir apartados/ diez mil pieles rojas/ con la sangre en llamas/ su vida aún está allí/ en busca de demonios.