23 de febrero de 2020

América Scarfó. Feminismo, amor libre y anarquía (5). Vaivenes


Este hecho sirvió para que algunos compañeros de Severino volvieran a criticar su relación con América ya que hacía peligrar la organización de la lucha. Di Giovanni soportó las críticas y le escribió a América: “¿Qué hacer ante la censura de mis compañeros de lucha? Tú sabes bien cuánto los amo a ellos. Sabes la lucha rabiosa que nos ha declarado la sociedad. El derecho que tenemos a la defensa desesperada y astuta”. Y más adelante agregó: “No te disculpes, no quiero que te excuses, eres sagrada para mi vida. Un error tuyo es un error que he cometido yo”. Pero paralelamente a este episodio ocurrió uno mucho más grave: integrantes de la revista “Culmine” descubrieron que un ex colaborador era un espía fascista y confidente de la policía, a quien había revelado el lugar en donde Di Giovanni se ocultaba por aquellos días. Pocos días después el delator fue asesinado a tiros, un hecho que algunos historiadores imputaron al propio Di Giovanni mientras que otros sólo le atribuyeron una coparticipación en el atentado. Después de este episodio, Severino se trasladó a una chacra en Carlos Casares.
En los meses siguientes también se le adjudicó su participación en varios hechos: el robo a una sucursal del Banco Avellaneda, el golpe a la compañía de ómnibus La Central, de donde se robaron 17.500 pesos, y el atraco a la comisión pagadora de la empresa estatal Obras Sanitarias, en el que se llevaron 283.000 pesos. Además, en el barrio porteño de Caballito, intervino en un atentado con bomba en la casa de un miembro de la policía secreta de Mussolini acusado por los anarquistas italianos en el exilio de haber practicado la tortura de miembros de diferentes grupos radicales anarquistas y antifascistas en Italia. Luego, viajó junto a otros integrantes de su grupo a Rosario para apoyar la huelga general que se había declarado en la ciudad. Allí atentaron contra el jefe de Orden Social de Rosario, un subcomisario que había ganado fama como perseguidor y torturador de anarquistas. Cada una de estas acciones ahondó los debates sobre la conveniencia de estas prácticas y su relación con el anarquismo. Para muchos militantes, los atentados y los robos como método de financiamiento para la causa no eran beneficiosos para la misma, por lo cual las posiciones dentro del movimiento se polarizaron aún más.


Severino seguía refugiado en Carlos Casares. Él era obstinadamente buscado por la policía; ella, estrechamente vigilada por sus padres y su hermano mayor, por lo que sus encuentros eran muy esporádicos. El 8 de mayo de 1929 él le escribió: “Paso revista a todas las horas pasadas juntos, siempre con la vertiginosa premura del relámpago: recibir tus besos, besarte y después, la separación. Jamás haber podido vivir un largo encuentro, estar juntos hasta el cansancio y después recomenzar nuevamente... vivir las horas cotidianas una después de otra... dejarse acariciar con tanta ternura... amarnos y amarnos tanto, tanto... mirarse hasta el espasmo, abrazarse fuerte en un lazo indisoluble... quererse con tanto cariño, mucho, pero mucho hasta decir basta para luego recomenzar todo desde un principio...”.
El 25 de agosto volvieron a encontrarse por algunas horas. Al día siguiente él le remitió otra carta: “Me has tocado todo mi ser, mi vida. Lo has hecho vibrar como has querido. Te leía en los ojos todo el deseo y todo el amor con que está colmada tu graciosa existencia. ¡Qué bella estabas ayer noche! ¡Cómo cantaban nuestros sentidos, bajo la segunda luna de agosto, ayer noche! Tus pupilas, radiantes como todas las expresiones de la más casta voluptuosidad eran las compañeras oportunas de la risa que llenaba enteramente tus ojos negros. La luna, envidiosa, refulgía. Y te apretaba contra mí, y besaba tu pequeña boca que invitaba a nuevos besos, te besaba entonces todavía más, mucho más. Noche inolvidable que jamás olvidaré, que jamás olvidaremos, porque ha sabido abrirnos las vías libres del amor eterno, del amor nuestro, del amor que no conoce ningún otro Dios, que aquel que propicie todas las dulzuras terrenas y celestiales, las fortunas del Edén y de todos los escondrijos paradisíacos. El idilio vivió en la noche de ayer toda su belleza. Ahora no resta nada más, oh amor, que apagar la sed en nuestras juveniles fuentes con todos los éxtasis, todos los efluvios, todos los cantos y con todos los pecados”.
Di Giovanni espera ansiosamente las cartas de ella, por eso, ya en septiembre, le envió otra en la que le confesaba: “Tus cartas me impulsan tan alto, tanto, tanto, hasta hacerme doler de pura felicidad. Una carta tuya es el compendio de la primavera que me obliga al frenesí, que me empuja al regazo jovial del verde inmenso y me sofoca bajo una avalancha de flores”. Por momentos piensa en abandonar sus actividades militantes y marcharse con ella: “Llevarte conmigo -le escribe- secuestrarte de tu planta en flor y llevarte a mi jardín siempre florido de tantas maravillas, de tantas bellezas, de tantos amores diversos. Porque contigo tendré la fuerza de crear tanto: belleza, cantos, luz, rayos, fantasías, danzas, coloraciones, verdes, flores, y amor, mucho amor... Tú, buena amiga mía, oh, mi dulce compañera, no puedes jamás imaginar cómo aumenta el bien en mi caída cada vez que te veo. En cambio de apagarse momentáneamente el incendio que me devora, cada uno de nuestros encuentros, cada uno de nuestros coloquios, cada uno de nuestros abrazos no sirven más que para dar alimento a la llama encendida de mi corazón. Y el alimento consume, devora, quema, arde, arde tanto y no sabe darme ningún bálsamo restaurador, ningún refresco delicioso, ninguno de los tantos minutos de reposo que sólo podré anhelar cuando estés junto a mí, en cada instante, en cada latido de nuestros corazones”. Sin dudas, junto a la impronta de anarquista vindicador, temido e implacable, coexistía en Severino Di Giovanni un temperamento romántico en el más amplio sentido del término.


El 24 de octubre de 1929 fue una jornada que entró a la historia como el “Jueves negro”. Fue el día en el que dio comienzo el catastrófico desplome de la Bolsa de Nueva York, caída que originaría una de las mayores crisis del capitalismo que sería conocida como la “Gran depresión”. Esa quiebra del mercado de valores estadounidense trascendería severamente a nivel mundial y repercutiría, naturalmente, también en la Argentina. Al día siguiente, mientras las primeras noticias de la bancarrota de Wall Street comenzaban a llegar a Buenos Aires, se produjo en la localidad bonaerense de Remedios de Escalada el asesinato del antes aludido Emilio López Arango, tenaz censor del accionar de los anarcoindividualistas. Di Giovanni ya había escrito varios artículos en “Cúlmine” como respuesta a los que López Arango había publicado en “La Protesta” acusándolo de “agente fascista” e “infiltrado policial". Fue por esa razón que algunas fuentes periodísticas atribuyeron el atentado a Di Giovanni; sin embargo, las investigaciones policiales nunca pudieron demostrar su culpabilidad.
Por supuesto, este episodio no hizo más que agudizar las ásperas diferencias internas ya existentes dentro del movimiento. El Consejo Federal de la Federación Obrera Regional Argentina (FORA), una central obrera que comulgaba con las ideas de Abad de Santillán, emitió un comunicado en el que decía: “La muerte de este viejo militante debe servir de clarinada estridente para que todos los revolucionarios sinceros se conciten en las filas responsables de las ideas libertarias a fin de proseguir con tesón en esa obra netamente anárquica que supo desarrollar el camarada vilmente asesinado. Creemos que este repugnante asesinato que nos arrebató a uno de los más clarividentes pensadores y uno de los militantes más responsables del movimiento anarquista, debe ser cobrado por los que nos consideramos defensores de esta entidad, es un crimen que no debe quedar en la impunidad, y lo menos que los revolucionarios deben saber es quienes son los autores de tan criminoso y vil asesinato”.
Por su parte, el Secretariado de la Asociación Continental Americana de los Trabajadores (ACAT), una confederación sindical continental del anarcosindicalismo de América fundada en Buenos Aires en mayo de ese año, difundió una misiva bajo el título “Un crimen sin nombre” en la que decía: “El miembro de este Secretariado, compañero Emilio López Arango, ha sido asesinado del modo más cobarde y alevoso que se puede imaginar, por asesinos vulgares seguros de toda impunidad. La Asociación Continental Americana, el movimiento libertario de América, pierde en Arango una de sus mejores fuerzas. Interpretando los sentimientos solidarios y justicieros del proletariado revolucionario adherido, el Secretariado se asocia al duelo causado por ese crimen y eleva su más ferviente condenación contra los asesinos. Los trabajadores de la Argentina sabrán hacer menos sensible la pérdida redoblando sus actividades de propaganda y de organización, en el sentido señalado con tenacidad y honradez durante muchos años por el malogrado compañero”.


También, desde las distintas publicaciones anarquistas se difundieron debates con un lenguaje corrosivo e irónico. Ya no sólo se polemizaba alrededor de los métodos y las tácticas, ahora el enfrentamiento se hizo mucho más personalizado y, desde luego, creció la hostilidad hacia Di Giovanni y su grupo. La radicalización del conflicto intensificó la distancia entre las corrientes internas. Si bien las diferencias entre los distintos sectores ya existían, a partir del asesinato de López Arango en temas como la responsabilidad, la violencia revolucionaria, el derecho a matar, la fatalidad y la finalidad se extremaron posiciones. Así, la heterogeneidad y la polifonía de voces característica de la corriente libertaria se exacerbó considerablemente. Muy diferentes fueron las valoraciones sobre este hecho que se hicieron en los principales medios ácratas como lo eran “La Protesta”, “La Batalla”, “La Antorcha” y “Cúlmine”.
Dadas así las cosas, el cerco sobre Severino se fue cerrando día tras día. Sus encuentros con América se volvieron cada vez más difíciles. Fue cuando le escribió: “Amiga mía: tengo fiebre en todo mi cuerpo. Tu contacto me ha atestado de todas las dulzuras. Jamás como en estos larguísimos días he ido bebiendo a sorbos los elixires de la vida. Antes, viví las horas intranquilas de Tántalo y ahora, hoy, el hoy eterno que nos ha unido, vivo -sin saciarme- todos los sentidos armoniosos del amor tan caro a un Shelley y a una George Sand. Te dije, en aquel abrazo expansivo cuánto te amaba, y ahora quiero decirte cuánto te amaré. Porque el pan de la mente que sabe materializar todas las idealidades elegidas de la existencia humana, nos será la guía más experta para resolver nuestros problemas; y debo decirte con toda la sinceridad de un amigo, de un amante y de un compañero, que nuestra unión será bella y prolongada, gozosa y plena de todos los sentimientos: grande e infinitamente eterna. Y cuando te hablo de eternidad (todo aquello que el corazón ha querido, gozado y amado, es eterno) quiero aludir a la eternidad del amor. El amor jamás muere. El amor que ha germinado lejos del vicio y del prejuicio es puro, y en su pureza no se puede contaminar. Y lo incontaminado pertenece a la eternidad. Bésame como yo te beso; sabes que pienso en ti siempre, siempre, siempre. Serás el ángel celestial que me acompañe en todas las horas tristes y alegres de esta mi vida de insumiso y rebelde. Contigo, ahora y siempre”.
Di Giovanni inició 1930 con un plan de trabajo que evidenciaba un cambio en su actitud. Su idea era imprimir una publicación quincenal que se constituyera en la gran vocera de los antifascistas de toda América Latina. En ella pensaba reunir textos de destacados pensadores y activistas del anarquismo italiano como el ya mencionado Errico Malatesta, Renzo Novatore (1890-1922) o Bruno Filippi (1900-1919), y publicar las obras completas del anarquista francés Élisée Reclus (1830-1905), autor de ensayos como “L'évolution, la révolution et l'idéal anarchique” (Evolución, revolución y anarquía) y “Unions libres” (Unión libre), en edición revisada y comentada. Además, con la idea de buscar un acercamiento entre los diferentes sectores, quería que todos ellos expusieran sus ideas en la revista. Tener una imprenta era una herramienta central, un recurso fundamental de vital importancia para difundir propaganda política e ideológica. Por eso su aspiración era instalar una para hacerla editorial de libros y opúsculos del ideal libertario. Con ese objetivo planificó y llevó adelante varias expropiaciones (asaltos a mano armada). “Para ello -relata Bayer en su libro- hay hombres que piensan como él: Paulino Scarfó, Jorge Tamayo Gavilán, Paco González, Mario Cortucci, Braulio Rojas, Roberto Lozada, Fernando Malvicini, Emilio Uriondo, José Nutti, Juan Márquez, Práxedes Garrido, Fernando Pombo, Umberto Lanciotti, Juan López Dumpiérrez, y un italianito rubio, que hace buenas migas con él, Silvio Astolfi, quien al mismo tiempo asumirá un papel insólito para ayudar a su amigo”.


De todos ellos, los más conocidos por su participación en actividades expropiadoras eran el italiano Umberto Lanciotti (1894-1976) y el chileno Jorge Tamayo Gavilán (1902-1931), con los que Di Giovanni tuvo un inmediato contacto tras sus llegadas al país en 1925 y 1928 respectivamente. Pero el que jugó un rol muy significativo, no ya para la apertura de la imprenta con la que comenzó a publicar su nueva revista llamada “Anarchia”, sino para llevar adelante su plan de huir a Francia con América para poder vivir por fin junto ella, fue Silvio Astolfi (1909-1937), un joven con el que había trabado una gran amistad. El plan de Severino, concertado con América, consistía en que Astolfi fingiera ser el novio de ella durante un par de meses para luego solicitar el permiso de sus padres -ya que ella era menor de edad- para casarse. Una vez casados, sólo dependería del permiso de su marido para abandonar el país. De modo que, en uno de sus esporádicos encuentros, la llevó a conocer a su futuro esposo.
“Silvio trabajaba en un taller mecánico y allí le fue presentado -pormenoriza Bayer en su libro-. El plan cumplirá con todos los ritos de la época para una familia de la pequeña clase media, italiana y católica. América comunicará a sus padres que se ha enamorado de Silvio Astolfi. Vino entonces la inevitable presentación. El padre de América le preguntó a Astolfi dónde vivía y trabajaba. En esos lugares pidió antecedentes y las referencias dadas por anarquistas repentinamente aburguesados fueron, por supuesto, muy buenas. Los padres le dan permiso a América para atender en la puerta al novio, como se estilaba en aquellos años, paso previo para luego atenderlo adentro, con presencia de la madre o algún hermano menor. Los padres le conceden ese permiso dos veces por semana, una hora a la tardecita. Silvio Astolfi cumple disciplinadamente con las visitas y los vecinos pueden ver conversar a la joven pareja, los martes y los viernes. Es decir, conversar no es la expresión correcta, ya que Silvio Astolfi era muy ducho en pasar moneda falsa, agitar en manifestaciones, conducir automóviles a alta velocidad en alguna acción, pero en eso de afilar con una muchacha no tenía práctica. Se ponía tartamudo y colorado hasta las orejas. La conversación eran preguntas de América que Silvio contestaba con monosílabos. Tanto es así, que la muchacha debía pegarle codazos para que disimulara y aunque fuera le tomara la mano y le contara lo que había leído en el diario esa mañana, ya que corrían el peligro de que la gente se diera cuenta. Luego pasaron a cumplir el segundo acto: ya se les permitía entrar al comedor de la casa o a la cocina. Silvio se sentaba al lado de ella pero no lograba pronunciar una palabra. América, entonces aprovechaba el tiempo para hacer sus deberes del colegio. El hermano de ella, José Scarfó, que sabía el secreto, les advertía: ‘disimulen un poco, se están dando cuenta’. Pero América recibió casi una sorpresa cuando le dijo a la madre que quería casarse muy pronto: la madre aceptó casi de inmediato porque en el fondo creía que así la protegía de Severino Di Giovanni. El casamiento era como una especie de seguro, aún con ese extraño mecánico”.