La poeta y novelista canadiense Margaret Atwood (1939)
comenzó a escribir desde muy joven. En 1960 ya hacía lecturas de sus poemas en
cafés de Toronto, los cuales fueron reunidos en su primer libro publicado en
1961. Nacida en Ottawa, estudió en las universidades de Toronto y de Harvard
mientras continuaba escribiendo, por lo que, antes de cumplir los treinta años,
ya era reconocida en el panorama de las letras canadienses. Ese reconocimiento
se haría internacional con la publicación de “The edible woman” (La mujer
comestible), su primera novela, a la cual le seguirían “Lady oracle” (Doña
oráculo), “The handmaid's tale” (El cuento de la criada), “The robbery bride”
(La novia ladrona), “Alias Grace”, “The heart goes last” (Por último el corazón)
y “The testaments” (Los testamentos), por citar sólo algunas de ellas. Traducida
a decenas de idiomas, es autora además de poemarios, ensayos, libros para niños,
una obra de teatro y guiones para la televisión. Aunque algunas de sus obras
han sido calificadas de feministas por parte de la crítica, Atwood señala que
ella empezó a ocuparse de asuntos como la llegada a la madurez de las mujeres a
los cincuenta años y de los cambios de los papeles de los sexos antes de que
estos temas fueran popularizados por los movimientos de liberación de la mujer.
Lo que sigue es una entrevista que le realizara Hinde Pomeraniec cuando la activista
por los derechos humanos, ecologista y escritora dueña de una obra que abarca
géneros como la ciencia ficción, la novela de anticipación, la novela
romántica, la novela histórica y la autobiografía, llegó a la Argentina para
hacer dos presentaciones públicas en la Biblioteca Nacional. La misma fue
publicada en el diario digital “Infobae” el 12 de diciembre de 2017.
¿Cómo eran
las mujeres adultas de su familia, aquellas con las que creció?
Primero que nada, todas ellas fueron
canadienses. Mis abuelas fueron algo rurales, dado que era una época en la que
la mayoría de los canadienses no vivía en grandes ciudades. Así que la madre de
mi padre estaba a cargo de una granja y hacía desde su propia manteca hasta su
queso en aquellos años. Ellos no tuvieron electricidad hasta alrededor de 1959,
aproximadamente. Así que yo, de niña, observaba todo esto del funcionamiento de
una granja. De alguna manera vi y aprendí a hacer todo esto que se puede ver,
por ejemplo, en “Alias Grace”. Aquellas no eran mujeres sentadas plácidamente
en un sillón comiendo chocolates, con sus vestidos. Mi otra abuela estaba
casada con un médico rural en una época anterior a la existencia de los
automóviles. En consecuencia, todo era a caballo, sin hospitales, con niños que
nacían sobre la mesa de la cocina, todo en condiciones muy precarias. Ella
estaba a cargo de su hogar en épocas en las que no había tiendas donde comprar
las cosas para la casa. Mis dos abuelas tuvieron cinco hijos cada una, por lo
que tengo muchísimos primos. Por otra parte, mi madre fue una persona
físicamente activa, que andaba a caballo, patinaba sobre hielo, esquiaba,
andaba en canoa. Era una persona que amaba las actividades al aire libre. Mi
madre una vez persiguió a un oso, por ejemplo… Así que mi imagen de las mujeres
no era la de alguien sentado firme y plácido. Nada que ver con eso.
¿Cómo fue
que encontró modelos a seguir, entonces, y cómo llega la escritura? Porque su
padre fue científico y su madre nutricionista…
No había mucho para hacer en los tiempos que
pasábamos en el bosque. No había televisión, teatro, escuela. ¿Qué más nos
faltaba? Tampoco podíamos sintonizar la radio: apenas captábamos por onda corta
algo que provenía de Rusia. Esto era en el norte de Canadá. Así que no
accedíamos a nada de esas tecnologías. Cuando estaba soleado, podías ir afuera.
Cuando estaba lluvioso, había muchísimos libros. Así que cuando terminabas de
leerlos todos, volvías a leerlos una vez más. Algunos eran libros de misterio y
asesinatos, otros eran novelas de ciencia ficción, otros eran libros
científicos, otros eran de historia, otros eran sobre animales. Como
consecuencia de esto, mi hermano y yo fuimos lectores a edad temprana y también
escritores a edad temprana. Escribimos y dibujamos tiras de historietas que
armábamos doblando papeles y eran libros a los que además les diseñábamos una
tapa. Así que yo escribí mi primer libro a los siete años. Era sobre una
hormiga. Fue todo un logro para el desarrollo de la trama porque no pasa nada
en la vida de una hormiga durante los primeros tres cuartos del libro. Primero
es un huevo y no se mueve, una larva, que no se mueve. Y recién hacia el final,
que es cuando tiene piernas, había algo de acción. ¡No recomiendo esto!
¿Todavía
conserva ese libro?
Sí, claro. Se llama “La hormiga Annie”.
Quería
preguntarle sobre la figura del matrimonio, algo que está presente en sus
primeras novelas…
Es como cualquier cosa humana.
¿Pero su
idea del matrimonio cambió con los años?
Bueno, a ver, ¿qué es el matrimonio? ¿De qué
estamos hablando? ¿Estamos hablando de un sistema legal? ¿Estamos hablando de
dos personas que se aman? El hecho de que dos personas se amen puede adquirir
varias formas. No tiene que ser exactamente el matrimonio. Lo que cambió en el
matrimonio desde los ‘50 a la actualidad es que ahora las mujeres casadas
obtuvieron muchos más derechos. Así, cuando uno mira cualquier tipo de contrato
uno puede preguntarse: ¿cuál es el trato?. ¿Qué obtengo y a qué renuncio? En el
siglo XIX el tema eran las propiedades, los maridos obtenían eso. Es por eso
que hubo tantos matrimonios en los que los varones básicamente se casaban con
las mujeres para obtener dinero. A menos que la mujer tuviera un padre astuto
que arreglara una buena unión, el marido era quien obtenía todo. Si eras una
mujer viuda rica, te convertías en alguien deseable porque tenías dinero. Se
cree y se dice que la novela del siglo XIX era sobre el romance y lo fue hasta
cierto punto. Pero detrás de eso siempre estuvo el tema del dinero. ¿Por qué el
señor Bennet, el personaje de la novela “Orgullo y prejuicio” de Jane Austen,
tenía tantos inconvenientes en sus manos con cinco hijas? Y está todo el tema
de su propiedad y la idea de que cuando él muera, alguien se la va a quedar. O
en “Sensatez y sentimientos”, ¿por qué Marianne tiene tantos conflictos para
conocer al hombre que debería? ¡Porque él no tiene el dinero suficiente! O “El
molino del Floss”, la novela de Mary Ann Evans publicada bajo el seudónimo de
George Eliot, que comienza con un padre y un hijo que pierden todo su dinero
por una demanda judicial y colocan al pobre personaje de Maggie en una
situación espantosa. ¡Todos esos libros! Inclusive “Ana de los tejados verdes”
de la canadiense L. M. Montgomery, ¿por qué termina cómo termina? Matthew sufre
un ataque cardíaco porque lo perdió todo. Así es que el siglo XIX estuvo
obsesionado con el dinero. ¿Quién lo tiene? ¿Cómo aparece? ¿Qué tipo de dinero
es: nuevo o viejo? También en “Norte y sur”, la novela de la británica
Elizabeth Gaskell, todo es sobre el dinero. Así que… pero, ¿cuál era la
pregunta?
Sobre el
matrimonio…
¡Sí, eso! El matrimonio se convirtió en un trato
un poco mejor de lo que era antes, en 1850 o en 1950. Como consecuencia, las
cosas son un poco más equitativas y el matrimonio es algo deseable para la
gente que busca un símbolo de compromiso. Así es que en la generación de mi
hija, por ejemplo, el cortejo comienza con el varón diciendo: “no estoy
interesado en una relación de una noche”, “no estoy interesado en un amorío”.
"Quiero compromiso, quiero tener una familia, quiero hijos". ¡Piensen
en eso! Es el hombre diciendo eso. Alguna vez, tiempo atrás, había una buena
cantidad de personas diciendo: “es mucho para mí”, “debo resignar demasiado”.
Ahora el varón se transformó en alguien más interactivo en su familia. Ya no
está esa idea de que la mujer se queda a cuidar a los hijos y eso es todo. Eso
no está sucediendo más. Creo que esa es una de las razones por las que mi madre
aceptó a mi padre y rechazó a un montón de otros candidatos. Es porque ella
sabía que no se iba a meter en una situación en la que iba a quedar atrapada en
su hogar, en una suerte de pesadilla suburbana.
Usted
escribió novelas como “El cuento de la criada” y otras que fueron consideradas
feministas en tiempos en los que no todas las mujeres se consideraban
feministas…
¡Tampoco lo hacen ahora!
¿Pero no
le parece que ha crecido el número de mujeres que se consideran a sí mismas
feministas sin que eso les dé vergüenza?
No. No todas las mujeres se consideran a sí
mismas feministas. Si no, mire el porcentaje de mujeres blancas que votó a
Donald Trump… Hay un ala del movimiento feminista que considera que está mal si
tienes hijos. Hay muchas mujeres que quieren eso. A algunas les gusta tener
niños. ¿Cuál es el problema con los bebés?
Tiene
razón. Me doy por vencida.
¿Cuántas lo hicieron desde su lugar como
mujeres? ¡Kellyanne Conway, la directora de campaña de Trump, es una mujer!
¡Sarah Huckabee Sanders, la vocera de Donald Trump, es una mujer! Por favor, no
me hagan reír. Muchas mujeres todavía se sienten mucho más cómodas con hombres
como Trump en el poder. Ahora mismo hay muchas mujeres así y hay otras mujeres
que están hartas del feminismo extremista que les dice que está mal si les
gusta un hombre o que deben dejar de lado el maquillaje y usar overoles y
botas. ¿Qué se puede hacer? Hay gente que disfruta de decorarse a sí misma. Es
algo que los seres humanos hacen desde los comienzos de los tiempos, no
consideran que tienen que mostrar credenciales de acuerdo a lo que se ponen.
Creo que esa clase de gente con ideologías extremas se torna expulsiva. Hay un
ala del movimiento feminista que considera que está mal si tienes hijos. Hay
muchas mujeres que quieren eso. A algunas les gusta tener niños. Creo que estos
movimientos deben volverse más inclusivos, pero lamentablemente hay gente que
se torna expulsiva. Así que creen que tienen toda la verdad y nada más que la
verdad y consideran que tienen control sobre ella y no quieren a otras mujeres
adentro. Creo que fue un error en la Marcha de las mujeres en Washington el 21
de enero de 2017 el excluir a mujeres porque estuvieran, por ejemplo, en contra
del aborto. A esas mujeres se les debería permitir estar adentro. Todos
deberían poder estar incluidos de acuerdo a sus propias posiciones. Eso no es
la realidad y yo estoy a favor de la realidad. Y en la realidad, ocurre que las
mujeres son personas. A la vez, en la realidad las personas son extremadamente
variadas, con diferentes edades, colores, países, lenguas, niveles económicos,
deseos, géneros. ¡Personas! Por eso, ¿por qué las mujeres deberían ser
consideradas no-personas? Al final de todo, se trata de derechos humanos.
Recientemente
escribió para la nueva edición de “El cuento de la criada” que, cuando estaba
escribiendo la novela, uno de los eventos que la conmocionó fue enterarse de
que hubo mujeres en la Argentina que dieron a luz a sus hijos en centros de
detención clandestinos, y que esos niños fueron robados…
¡Absolutamente! ¡Robarles a los niños! Es una
historia impresionante. Y no pasó solamente aquí. Hitler se robó niños polacos
y los ubicó en familias alemanas, por ejemplo, e incluso miembros de las SS los
tomaron para de esa manera tener más y más niños alemanes. Esa historia de robo
de bebés es realmente impresionante. Esos niños que son apartados y son puestos
con otras familias… Y luego llega un momento en el que hay una suerte de
revelación en el que comprendes que no sos quien pensabas que eras.
La semana
pasada apareció una nueva persona que había sido robada, es una nueva nieta
recuperada por las Abuelas de Plaza de Mayo.
Es un gran shock. Algunas veces es un buen shock
y otras, un mal shock. Pero siempre será algo impresionante. “¿Soy realmente el
Rey Arturo? ¡Oh! ¡Hurra! No soy un campesino”. Por otra parte, la idea vívida
de pensar que tu madre y tu padre mataron a tus padres verdaderos debe ser
impresionante. Por otra parte, es increíble pensar que todos los involucrados
pensaban, al hacer esto, que estaban actuando para hacer un bien. Un bien
mayor. Probablemente eso creían. Las personas generalmente tienen ese tipo de
ideas desde lo racional. Se levantan a la mañana, se paran frente al espejo y
dicen “Ey, tengo esa posibilidad”.
Tienen que
convencerse a ellos mismos.
Por supuesto. La idea de “hice lo mejor, más
adelante me lo vas a agradecer”. A la vez, es un gran dilema para esos chicos
porque en muchos casos los padres los quisieron y ellos quisieron a sus padres.
¿Entonces qué van a hacer? Tienen una historia familiar no resuelta y algunos
no podrán decir “estos padres que me quisieron y a quienes yo quise no son del
todo villanos”. No pueden. Es una historia fascinante.
Además
hubo también algunos que no quisieron saber más o que se quedaron con las
familias que los apropiaron.
Pasa algo parecido con esos niños que fueron
vendidos por las monjas en Irlanda. Es algo parecido. Fue contra la voluntad de
aquellas madres. Ellas volvían a buscarlos pensando que los niños estaban
siendo cuidados por las monjas, cuando en realidad se los habían llevado. Y
luego les decían las peores mentiras. Estaban haciendo dinero con la venta de
los niños.
Los
derechos de las mujeres son una preocupación alrededor del mundo, las historias
de abusos ocultos por años salen a la luz día tras día… y al mismo tiempo
Donald Trump es el presidente de los Estados Unidos. ¿Qué piensa de esa
contradicción?
Lo sé, lo sé. Bueno, la idea sería algo así
como: depende de ustedes, votantes, qué parte de su identidad moral desean
traicionar. Creo que si la elección tuviera lugar ahora el resultado de esto
tendría un pulso distinto. Con respecto a los abusos, mucha gente ahora está
diciendo que es mejor tener la verdad, esta gente que acusa debe ser escuchada.
Eso es lo que se oye ahora. ¿Pero por qué renuncia el senador demócrata acusado
de acoso sexual Al Franken y Donald Trump hace como que con él no ha pasado
nada? Él mismo admitió que era su voz la del audio sobre los vestuarios. ¿Qué
se puede decir? No lo sé. Claramente la suya no es el tipo de personalidad que
usualmente ocupa el puesto de presidente de los Estados Unidos. Y esto va a
costar algún tipo de crisis institucional, en cierto punto.
¿Y qué
puede hacer la ficción dentro de este panorama? ¿Cómo se escribe ficción en esta
era, en este contexto? ¿Qué pueden hacer en estos tiempos los escritores?
Los escritores son escritores, ya encontrarán la
manera. Yo tengo una gran fe en ellos y no tengo que decir qué deben hacer, son
ellos mismos quienes tienen que descifrarlo.
Cuando
escribió “El cuento de la criada”, a mediados de los ‘80, se podía decir que lo
que se planteaba allí era una suerte de pesadilla imposible. Ahora, sin
embargo, muchos creen ver en su novela un futuro posible, con un mundo dominado
por la religión y el autoritarismo…
Sí, pero porque en aquel momento era el tiempo
de la Guerra Fría. Así que Estados Unidos parecía ser el gran ícono de la
libertad y la democracia, donde se peleaba por los derechos humanos, bla bla
bla. Eso era visto en comparación con los regímenes totalitarios, aquí y allá
alrededor del mundo. ¿Cuándo se fueron los militares de Argentina?
Fue en
1983. Aproximadamente cuando usted escribía “El cuento de la criada”.
Exacto. Así que ese era el tiempo de Amnistía
Internacional y todas esas organizaciones que luchaban contra la censura.
Aprendimos mucho entonces de ese tipo de organizaciones como Amnistía, las
organizaciones de periodistas canadienses por la libertad de expresión, las
organizaciones de periodistas registrando los asesinatos de periodistas
alrededor del mundo… Vivimos en una época en la que se intenta suprimir la
verdad y es tiempo de leer un pequeño libro que se llama “Orwell acerca de la
verdad”. Por esto Orwell volvió a ser popular ahora, él entendió la distorsión
del lenguaje. Hay otro pequeño libro que hay que leer que se llama “Sobre la
tiranía”, de Timothy Snyder. Estamos lidiando con una generación de gente joven
que no sabe mucho de esto pero que necesitan sin duda aprenderlo rápidamente.
Es por el bien común.