El
casamiento se llevó adelante con todas las de la ley, esa ley burguesa que Di
Giovanni tanto despreciaba. Para la sociedad legal, la joven esposa pasó a
llamarse América Scarfó de Astolfi. Luego de una pequeña fiesta íntima, los
recién casados partieron de viaje de bodas supuestamente a Mar de Ajó, pero en
realidad lo hicieron a Carlos Casares. “Allí -relata Bayer-, en la estación de
la localidad bonaerense estaba Severino, sonriente, con un ramo de doscientas
rosas rojas. Los amantes se abrazaron largamente mientras Silvio Astolfi,
ruborizado, miraba hacia otro lado. Por fin, Severino le dijo simplemente: ‘muchas
gracias compañero’. Y Silvio Astolfi dio por cumplida la misión más difícil de
su vida. Los amantes pasaron varias semanas en una quinta donde vivía el
incansable expropiador Andrés Vásquez Paredes”. “La madre -continúa Bayer-
había cosido para su hija un baúl lleno de ajuar. El hermano José, el
carpintero, había llevado a cabo los muebles para el dormitorio. Los muebles de
la joven pareja fueron trasladados a la vivienda de Teresina, quien previamente
había sido informada de todo y dio su asentimiento. Los enamorados pasaron sus
días en el encuentro y la lectura. Severino acababa de adquirir -con nombre
falso y garantías- una biblioteca de 80 volúmenes con todas las obras clásicas
fundamentales. En italiano. Y una colección de obras pacifistas, en castellano.
Severino y América ya sólo se separarán por pocos espacios de tiempo”.
El 11 de
abril de 1930 apareció el primer número de “Anarchia”. Figuraba como administrador
Aldo Aguzzi (1902-1939), un anarquista italiano que, huyendo de las brigadas
fascistas, emigró a Argentina en agosto de 1923. Una vez en Buenos Aires, editó
y dirigió “La Voce Antifascista”, órgano de la Alianza Proletaria Antifascista
(APA) y, entre 1925 y 1928, colaboró en la revista “Culmine” que editaba Di
Giovanni. Los propósitos de la nueva publicación fueron precisados en la primera
página de la edición inicial. Entre ellos figuraban los de fomentar el espíritu
de libertad en la vida del movimiento anarquista, entendiendo el concepto de
libertad como autonomía individual y, por ende, rechazando la adhesión de los
anarquistas de los movimientos paralelos de base clasista, es decir, del
sindicalismo. “Por eso -se proclamaba en aquel prólogo-, primero, será nuestro
deber la formación de la individualidad consciente. Creemos que la acción
práctica debe ser el coronamiento necesario de las ideas anarquistas y del
temperamento revolucionario anarquista. Pero seremos hostiles a todas aquellas
formas seudoanárquicas que significan una degeneración del anarquismo y que,
bajo el manto revolucionario, inducen a la instauración de nuevas formas de
tiranía y de explotación”.
Más
adelante anunciaba: “Todas aquellas acciones del campo intelectual, del campo
social, y también en el campo económico que lleven a los fines fundamentales
del anarquismo (lucha contra el Estado, lucha por la abolición del capital,
lucha antirreligiosa, lucha antimilitarista, etc.), todo aquello que sirva para
acelerar la caída del presente sistema social tendrá nuestro apoyo ferviente e
incondicional. Queremos ser revolucionarios por la Revolución; anarquistas, por
el anarquismo, y no por una institución establecida, un club, una mera
congregación. Por todo esto, ‘Anarchia’ no será un periódico cerrado. Nuestro
máximo respeto por la personalidad de otros, es decir, por los sentimientos,
las ideas, las necesidades, los sueños de todo individuo, que nos impulsa a ver
en ellos no un adversario y sí un compañero. Las diferencias intelectuales y
psicológicas no son un obstáculo en nuestro camino sino una parte integrante de
nosotros mismos. Y este periódico que llevamos a cabo para difundir nuestras
ideas y nuestros métodos estará abierto a todos: a los que queremos criticar y
a los que quieren criticarnos a nosotros contribuyendo a una discusión que será
proficua para nosotros mismos y para todos. El pasado queda atrás para
nosotros, delante está el porvenir. ¡Caminemos!”.
La propia América
publicó varias notas suyas en “Anarchia”. En una titulada “Lucha nuestra”
decía, entre cosas: “Cada individuo cuyas facultades estén completa y
normalmente desarrolladas desea vivir la vida en su verdadero significado, las
manifestaciones de ella en todas sus formas y en todo sentido. En una palabra,
el enamorado de la vida quiere gozarla plenamente. La goza físicamente quien
está dotado de buena salud; moral e intelectualmente si ama y es amado, si
tiene una meta o un ideal que perseguir. Así, pues, todos desean la realización
de sus más caros anhelos. Y si parte de estos no se cumplen es culpa del
ambiente en el cual nos encontramos. Ciertamente es necesario luchar contra ese
ambiente de todos modos para conquistar aquello que se desea. La felicidad no
es una utopía: también en nuestra vida pueden existir momentos felices. Aunque
sea por un instante en que podemos saborear algo de esta quimera. Un triunfo en
el estudio, en el trabajo y en la lucha cotidiana puede proporcionarnos un
momento de felicidad. Si la sociedad no estuviera constituida como lo es
actualmente, muchos individuos tendrían mayores satisfacciones para su espíritu”.
“Sin embargo el descontento es una cosa innata en el individuo investigador, curioso, experto. Aquel que se conforma con una vida monótona, de un mismo alimento, de una invariable clase de lectura, de una diversión sin cambios, es insulso y sus facultades no han alcanzado el desarrollo de otros individuos. No podría definir qué es la felicidad, pero también el refractario que no se adapta al ambiente busca satisfacciones. ¿Quién, acaso, luego de tanto pensar, después de tanto calcular buscando soluciones a un problema, no experimentó una inmensa satisfacción al alcanzarlas? ¿Aquél que pasó en un laboratorio estudiando los más complicados problemas de la complejidad de la naturaleza no exclamó un ¡eureka! de triunfo descubriendo o realizando aquello que el cerebro había previsto? Lo mismo ocurre en la lucha por un mejor porvenir. Se me dirá que esta lucha está llena de obstáculos, que las espinas de la vida son muchas. Pero, si deseamos ardientemente la rosa fragante, roja como la sangre que nos corre generosa por las venas, y para cortarla y ofrecerla al ser más amado debemos atravesar una ciénaga o un monte espinoso, estoy segura que superaríais estos impedimentos y llegando a la meta, cansados, heridos y ensangrentados, se os dibujará una sonrisa triunfal de inmensa satisfacción”.
“Sin embargo el descontento es una cosa innata en el individuo investigador, curioso, experto. Aquel que se conforma con una vida monótona, de un mismo alimento, de una invariable clase de lectura, de una diversión sin cambios, es insulso y sus facultades no han alcanzado el desarrollo de otros individuos. No podría definir qué es la felicidad, pero también el refractario que no se adapta al ambiente busca satisfacciones. ¿Quién, acaso, luego de tanto pensar, después de tanto calcular buscando soluciones a un problema, no experimentó una inmensa satisfacción al alcanzarlas? ¿Aquél que pasó en un laboratorio estudiando los más complicados problemas de la complejidad de la naturaleza no exclamó un ¡eureka! de triunfo descubriendo o realizando aquello que el cerebro había previsto? Lo mismo ocurre en la lucha por un mejor porvenir. Se me dirá que esta lucha está llena de obstáculos, que las espinas de la vida son muchas. Pero, si deseamos ardientemente la rosa fragante, roja como la sangre que nos corre generosa por las venas, y para cortarla y ofrecerla al ser más amado debemos atravesar una ciénaga o un monte espinoso, estoy segura que superaríais estos impedimentos y llegando a la meta, cansados, heridos y ensangrentados, se os dibujará una sonrisa triunfal de inmensa satisfacción”.
“No
concibo que haya individuos que viven la vida de modo burocrático. Viven
estancados, vegetan y mueren. Nada se sabe de sus vidas. Quien no crea no deja
rastros de sí mismo y vale más una obra que toda la existencia material del hombre.
Quien escribe, quien realiza hechos encomiables se multiplica y también después
de la muerte vive espiritualmente, si sus escritos o sus luchas estaban
impregnados de vida. Admiro al individuo de múltiple actividad: él vive la
vida. ¿No hay, acaso, belleza en la variedad? La misma belleza está en la
multiplicidad de la actividad. A mi juicio, el individuo que tiene por meta y
por ideal la lucha, vive en lozanía. Hoy funda un periódico, mañana escribe un
libro, después un artículo. Necesita medios para llevar a cabo estos proyectos
y expropia a quien posee excesivamente e injustamente. He aquí al individuo en
pie de lucha. Bandido ilegal contra bandidos legales. Este individuo, a mi modo
de ver, posee una amplia concepción del derecho a la existencia. Basado en el
principio de ‘todos tenemos derecho a la vida’, al pan cotidiano, a todo
aquello que la naturaleza le ofrece y al mismo tiempo le demanda, cumple su
acción reivindicadora con fe y con coraje. Acción que es fruto de su ideología
anarquista, aunque disgusta a todos los que catequizan a la manera de los
curas: haz lo que digo pero no lo que hago”.
Aquel
artículo que América publicó en la revista “Anarchia” aparecida el 15 de julio
de 1930, terminaba así: “Dotado de un concepto libertario, procura de
manifestarlo. El anarquista que expropia no lo hace por deporte pero sí
impelido de una necesidad no puramente económica. Sabe que el dinero acumulado
en las arcas de los bancos y de otras instituciones del Estado y del
capitalismo es fruto del sudor del pueblo, de la explotación del obrero.
Tomarlo no es otra cosa que devolverlo. Y si ese dinero se emplea en cosas
necesarias y de valor altamente moral, ¿por qué escandalizarse y lanzar
sermones que no convencen? ¿Dónde ven la inmoralidad? Que así procedan los
periodistas de la burguesía, de acuerdo. Deben defender su salario a fuerza de
servilismo y de hipocresía. Pero no es lógico para aquellos que proclaman la
destrucción del estado actual de cosas y gritan: ‘destruyamos el Estado, la
religión, etc.’. Hablar de la expropiación colectiva en tanto los señores
burgueses lo permitan -así lo creo- y en la expectativa de privarse de lo más
elemental por conservar ‘la pureza de los ideales’... es una broma graciosa. Si
no viene la Revolución estamos fritos”.
“Opino que
a la Revolución hay que hacerla y no esperarla. He ahí por qué cualquier acto
contra el Estado y contra las otras columnas del actual régimen es necesario y
por eso, plausible. Si antes de criticar aquellos actos que son de público
dominio por su resonancia hiciéramos un examen de conciencia, no se formularían
juicios tan fuera de lugar. No puedo dejar de expresar mi admiración por todos -conocidos
e ignorados- quienes destacándose de la mediocridad se convierten forzosamente
en personajes, no por los individuos en sí, sino por la corriente de ideas y de
nuevos conceptos que parten de ellos. Las alas de la tragedia siempre se
extienden sobre ellos, su vida pende de un hilo. ¿Pero acaso no existe belleza,
una inmensa belleza también en el dolor? El sentido de la vida en toda su
plenitud en el ambiente en que vivimos forma esta corriente de acción que hace
temblar a los esbirros del orden constituido. No por algo estos prorrumpen en gritos
de ‘¡Alerta!’ y de ‘¡Atención!’. Esto significa que los sostenedores vacilan y
por eso, la prensa baja y servil usa el acostumbrado lenguaje que demuestra
claramente su venalidad. ¡Que la vuestra, rebeldía de revolucionarios ponga
fuego a la indignación hipócrita de los sirvientes a fin de que sucumban con
sus patrones!”.
Poco
faltaba para que ocurriera en la Argentina el primero de los seis golpes de
Estado que hubo durante el siglo XX. El 6 de septiembre el general José Félix Uriburu
(1868-1932) encabezó una sublevación cívico-militar que derrocó al gobierno
democrático del presidente Hipólito Yrigoyen (1852-1933), quien pertenecía
a Unión Cívica Radical (UCR), partido político que gobernaba desde 1916. La UCR
era, por aquellos años, el partido burgués más popular, con una base social y
electoral muy heterogénea conformada por trabajadores, pequeños productores
urbanos y rurales, comerciantes, profesionales y estudiantes por un lado, pero
también era un claro representante de los sectores de la clase dominante, la
oligarquía terrateniente y la incipiente burguesía industrial. Esa ambigüedad
sumada a la crisis económica y financiera que se precipitó sobre el mundo
capitalista a partir de la quiebra de Wall Street, la creciente influencia de
pensadores nacionalistas y conservadores católicos y el importante ascenso
revolucionario de la clase obrera, derivaron en el levantamiento que quebró el
orden constitucional.
Su
consecuencia inmediata para el anarquismo fue el advenimiento de una ola de persecuciones:
los locales de la FORA fueron clausurados, muchos militantes debieron exiliarse,
a los apresados se los enviaba a la cárcel y si eran extranjeros se los deportaba
a su país de origen. Mientras tanto, en los primeros días de octubre, América,
bajo el nombre de Josefina Rinaldi de Dionisi, alquiló la quinta “Ana María”
ubicada en la localidad bonaerense de Burzaco. Allí, en ese predio colmado de
tilos y sembrado con maíz, Severino, acompañado por el silencioso e
introvertido Paulino, instaló la imprenta, una amplia biblioteca y organizó reuniones
con otros anarquistas con los que intentaban organizar la resistencia a la
dictadura recién instaurada. Allí también pudo por fin convivir con América y
recibir la visita de los hijos que tuvo con su ex mujer. Según cuenta Bayer en
una de las tantas entrevistas que tuvo con América mientras preparaba la edición
de su libro, cuando ella se fue a vivir con Severino en la quinta muy arbolada
de Burzaco, él ya era el perseguido número uno de la sociedad argentina. “Ella
sentirá miedo todas las noches y duerme abrazada a él. Una noche ella siente
ruidos como de gente que entra a la quinta y trata de despertarlo. Le dice en
voz baja pero insistente: ‘Severino, Severino, la policía’. Él se despierta
apenas, la acaricia y le responde: ‘América, no, son los pájaros... duerme...
duerme’”.
Estuvieron
así, siempre juntos, hasta el verano siguiente. El 29 de enero de 1931 Severino
fue interceptado por la policía cuando llevaba algunos de sus escritos a una
imprenta situada en la avenida Callao 335, cerca del Congreso Nacional. Cuando
intentaron detenerlo procuró fugarse, por lo que se produjo una balacera que
terminó en la intersección de las calles Ayacucho y Sarmiento donde cayó herido.
Fue trasladado al hospital Ramos Mejía y finalmente conducido a la Penitenciaría
Nacional ubicada por entonces en el barrio de Palermo. Mientras tanto, un
antiguo compañero, atormentado por las torturas, había delatado la ubicación de
la vivienda de Burzaco. Hasta allí llegó una legión de policías porteños y
bonaerenses y apresaron a Paulino. También detuvieron a América y a Laura, una
de las hijas de Severino que estaba por esos días viviendo con ellos. Ambas
fueron trasladadas al Departamento Central de Policía. Desde el golpe militar
regía en el país la ley marcial. A las cinco de la mañana del domingo 1º de
febrero de 1931, Di Giovanni fue fusilado en la vieja penitenciaría de la calle
Las Heras. Recibió ocho balazos más el tiro de gracia que le penetró por la sien
derecha. Un día después, en la misma prisión, fue fusilado Paulino. Ambos
gritaron antes de morir “¡Viva la anarquía!”. América sólo tuvo cinco minutos
para despedirse de cada uno de ellos.
En 1998,
en la reedición de “Severino Di Giovanni, el idealista de la violencia”, su
obra ya mencionada anteriormente, Bayer escribió: “Para la joven mujer, el
golpe había sido demasiado inhumano, demoledor. Febrero de 1931 significó perder
a su gran amor, a ese ser desbordante que la inició en la pasión, en las ideas,
en fin, en la vida íntegra; y asistir al fin de su hermano más querido,
Paulino. A los 17 años apenas cumplidos, América quedó huérfana de esa
personalidad avasalladora que se llamó Severino Di Giovanni. Sola ya, sin esa
fuerza, debió actuar contra todo un medio hostil viendo cómo poco a poco el movimiento
que había representado a sus ideales se iba desmoronando”.
El autor
de “Los anarquistas expropiadores”, “Rebeldía y esperanza” y “En camino al paraíso”
entre otros muchos ensayos, también reseñó la última oportunidad que tuvo la ex
esposa de Di Giovanni de verlo con vida. Fue el 31 de enero: “Teresina y los
pequeños Aurora e Ilvo fueron llevados hasta la Penitenciaría ya bien entrada
la tarde de ese sábado. El condenado a muerte besó rápidamente a sus dos hijos.
Teresina le acaricia el rostro diciendo suavemente: ‘Severino, Severino...’. Di
Giovanni no los podía abrazar porque estaba esposado por la espalda. Luego
llegan América y Laura. Los amantes se abrazan y se besan sin ninguna
aparatosidad. La pequeña Laura queda abrazada al padre. Desde que fue testigo
de los hechos de Burzaco no ha dicho una sola palabra, ha quedado completamente
introvertida. Ha sentido todo como un golpe muy fuerte. Tiene los ojos
enrojecidos. Aurora miraba la escena, asombrada. Ilvo lloró algo. Luego vino la
despedida. Besó Severino prolongadamente otra vez a sus hijos. Tenía los ojos
humedecidos. También besó a la madre de sus hijos, quien volvió a acariciarle
el rostro. Hubo luego un momento de indecisión en todos hasta que Severino le
pidió a Teresina que se fuera con los chicos para ahorrarles más detalles de
ese escenario”.