Para Emma
Goldman la libertad era el principio de todo, por eso afirmaba que las
relaciones entre los sexos tenían que ser absolutamente libres. Consideraba que
el desarrollo de la mujer, su libertad y su independencia, debían surgir de
ella misma y era ella quien debía llevarlas a cabo afirmándose como persona y
no como una mercancía sexual, y rechazando la autoridad que cualquiera
pretendiera ejercer sobre su cuerpo. Era necesario que las mujeres se liberasen
del peso de los prejuicios, de las tradiciones y de las costumbres. “Busco la
independencia de las mujeres, su derecho a sostenerse a sí mismas; a vivir por
su cuenta; a amar a quien quieran o a tantas personas como quieran. Busco la
libertad de ambos sexos, libertad de acción, libertad de amor y libertad en
maternidad. Para que la mujer llegue a su verdadera emancipación debe dejar de
lado las ridículas nociones de ‘ser amada’, ‘estar comprometida’. La
institución del matrimonio hace de la mujer un absoluto parásito, un ser que
está sometido a otro ser. La incapacita para la lucha por la vida, aniquila su
conciencia social, paraliza su imaginación, y entonces le impone su graciosa
protección, lo que no es nada más que una trampa, disfrazada de humanitarismo.
¿Amor libre? Si hay algo en el mundo libre, es precisamente el amor. Si el
mundo ha de dar nacimiento al verdadero compañerismo entre los humanos, la
fraterna unión de ellos, no el matrimonio, sino el amor será su padre fecundo”.
Mientras
tanto, y por la misma época, la afiliada al Partido Obrero Socialdemócrata Ruso
Aleksándra Kollontai (1872-1952) participaba en la actividad política desde la
revolución de 1905, publicando numerosos artículos a favor de la emancipación
de la mujer. Su principal preocupación giraba en torno a cómo involucrar a las
mujeres de la clase trabajadora en la lucha por cambiar la sociedad y cómo
tanto el partido revolucionario como la nueva sociedad podrían enfrentarse a su
opresión específica. Tras el triunfo de la Revolución de Octubre de 1917 fue
elegida miembro del Comité Ejecutivo del Soviet de Petrogrado como titular del
Comisariado del Pueblo para la Asistencia Pública. Durante sus meses de
gobierno consiguió la separación de la Iglesia y el Estado, la supresión de
cultos, el reparto de las tierras de los monasterios a los campesinos, la
creación de guarderías estatales y el lanzamiento de una gran campaña para la
protección de la mujer-madre. Para ella, la efectiva emancipación de las
mujeres sólo podría tener lugar si se producía una verdadera revolución en la
relación entre los distintos sexos y proponía desarrollar un nuevo concepto del
amor, al que definió como el “amor camaradería”.
En
numerosos artículos escritos durante las dos primeras décadas del siglo XX, la
teórica feminista estableció los fundamentos sociales de la cuestión femenina.
En “Novaya moral' i rabochii klass” (Nueva clase moral y obrera), por ejemplo,
habló sobre las relaciones sexuales y la lucha de clases, y sobre la “doble
moral”, inherente tanto a la sociedad burguesa como a la aristocrática, que
“envenenaron durante siglos la psicología de hombres y mujeres”. “Las formas
actuales de la estructura familiar, establecidas por la ley y la costumbre,
hacen que la mujer esté oprimida no sólo como persona sino también como esposa
y como madre. En la mayor parte de los países civilizados, el código civil
coloca a la mujer en una situación de mayor o menor dependencia del hombre, y
concede al marido, además del derecho de disponer de los bienes de su mujer, el
de reinar sobre ella moral y físicamente”. Más adelante se preguntaba si el
amor libre era posible, no como un hecho aislado y excepcional, sino como un
hecho normal en la estructura de la sociedad de entonces. “La ‘unión libre’, el
‘amor libre’ -decía-. Para que tales fórmulas puedan nacer, es preciso proceder
a una reforma radical de todas las relaciones sociales entre las personas. Aún
más, es preciso que las normas de la moral sexual, y con ellas toda la
psicología humana, sufran una profunda evolución, una evolución fundamental”.
También
desde el socialismo marxista hubo importantes figuras que lucharon por la liberación
femenina. La revolucionaria polaco-alemana Rosa Luxemburgo (1871-1919), por
ejemplo, quien decía sentirse “orgullosa de llamarse feminista”, sostenía que las
ideas de amor y de libertad eran mutuamente constitutivas. En “Frauenwahlrecht
und klassenkampf” (El voto femenino y la lucha de clases), una conferencia que
dio en Stuttgart el 12 de mayo de 1912, decía: “Quien es feminista y no es de
izquierdas, carece de estrategia. Quien es de izquierdas y no es feminista,
carece de profundidad”. Precursora de la defensa de los derechos y la
emancipación de las mujeres, luchaba por “un mundo donde seamos socialmente
iguales, humanamente diferentes y totalmente libres”. Otro tanto ocurrió con la
dirigente comunista alemana Clara Zetkin (1857-1933), quien durante su
trayectoria política, luchó por los derechos de la mujer, la igualdad de género
y el derecho al sufragio femenino. Fundadora y directora del periódico de
mujeres socialistas “Die Gleichheit”, en uno de sus artículos afirmó: “Si la
familia en tanto que unidad económica desaparece y en su lugar se forma la
familia como unidad moral, la mujer será capaz de promover su propia
individualidad en calidad de compañera al lado del hombre, con iguales derechos
jurídicos, profesionales y reivindicativos”.
Por su
parte, en París, Émile Armand -seudónimo de Ernest Lucien Juin (1872-1962)-, un
ferviente militante y activista del anarquismo individualista, se convertía en
un propagandista del amor libre. Ensayista, poeta, periodista, editor y
traductor, escribió para periódicos y revistas anarquistas como “L’Ère
Nouvelle”, “L'Anarchie”, “L'En Dehors” y “L'Unique”. Influido por intelectuales
como Max Stirner (1806-1856), Pierre Joseph Proudhon (1809-1865), Friedrich
Nietzsche (1844-1900) y Benjamin Tucker (1854-1939), Armand pasó de su inicial
cristianismo militante al individualismo anarquista pacifista y no violento.
Los individualistas anárquicos fundaban su concepción de la vida y sus
esperanzas en el “hecho individual”. Para ellos, a despecho de todas las
abstracciones creadas por los entes laicos o religiosos y de todos los ideales
gregarios en la base de las sociedades, de las colectividades o de las etnias,
se encontraba la “célula-individuo”, sin la cual no existirían todas aquéllas.
Para Armand, los individualistas, en su lucha contra una sociedad opresora, no
debían combatirla directamente, no debían tratar de destruir sus estructuras
objetivas de manera frontal como trataban de hacer el resto de los movimientos
revolucionarios. Debían seguir una estrategia alternativa consistente en minar
los fundamentos éticos y culturales que eran la fuente de legitimación del
dominio psicológico y de la alienación de cada persona. Esto es, no caer en la
dinámica de las revoluciones clásicas sino poner el énfasis en la
transformación profunda de las mentes.
Sus
teorías giraron alrededor de tres ideas clave: el individualismo anarquista, la
sexualidad sin trabas (la “camaradería amorosa” como él la llamaba) y la libre
agrupación de individuos en comunas. En uno de sus libros, “Amour libre et
liberté sexuelle” (Amor libre y libertad sexual), escribió: “La libertad en el
amor implica que quienes la practiquen posean una educación sexual amplia y
práctica. Por libertad de amar, por amor libre, por amor en libertad y por
libertad sexual, entiendo la entera posibilidad que tiene un ser de amar a otro
o a varios simultáneamente (sincrónicamente), según lo empuje o lo incite su determinismo
particular, sin atención ninguna a las leyes dictadas por los gobiernos en
materia de inclinaciones, a las costumbres recibidas o aceptadas como código
moral por las sociedades humanas actuales. Para mí, la libertad del amor se
concibe por encima del bien y del mal convencionales”. Y en “La révolution
sexuelle et la camaraderie amoureuse” (La revolución sexual y la camaradería
amorosa) agregaba: “Los constituyentes de una pareja dada pueden permanecer
unidos toda su vida a la costumbre monógama, como una puede practicar la
unicidad y la otra la pluralidad. Puede suceder que, después de cierto tiempo,
la unidad en amor aparezca preferible a la pluralidad, y viceversa. La
existencia de experiencias amorosas simultáneas puede comprenderse tanto mejor
cuanto que de experiencia a experiencia los grados de sensación morales,
afectivas o voluptuosas, varían a veces hasta el punto en que puede deducirse
que ninguna se parece a las que la precedieron o se siguen paralelamente. Son
solamente cuestiones individuales, y nada más”.
Armand
pronto se convirtió en un teorizador muy popular, no sólo en su país natal sino
también en España, sobre todo dentro de algunos círculos libertarios ligados al
eclecticismo, al naturismo, al vegetarianismo y a las opciones comunitarias de
vida. Comenzaron a aparecer artículos suyos en publicaciones como “La Revista
Blanca” de Barcelona y “Estudios” de Valencia. En la primera participaban
también la dirigente anarcosindicalista española Teresa Claramunt (1862-1931) y Anselmo Lorenzo
Asperilla (1841-1914), uno de los primeros anarquistas de España. En tanto, en
la segunda, escribían la militante naturista, anarquista y feminista española Antonia
Maymón (1881-1959), la anarquista individualista y feminista brasileña Maria
Lacerda de Moura (1897-1945) y el médico anarquista español Isaac Puente
Amestoy (1896-1936), un gran activista de la Confederación Nacional del Trabajo
(CNT) y la Federación Anarquista Ibérica (FAI). A su vez, en los periódicos barceloneses
“Tierra y Libertad” y “Solidaridad Obrera” publica sus artículos la poeta ultraísta,
feminista y militante anarquista Lucía Sánchez Saornil (1895-1970), fundadora
de la organización
“Mujeres Libres”, sección femenina de la CNT de la que fue Secretaria Nacional.
Posteriormente creó una revista con el mismo nombre de la que fue editora y
redactora.
Según
cuenta la historiadora irlandesa residente en Cataluña Mary Nash (1947) en su
libro “Mujeres libres. España 1936-1939”, para los anarquistas de aquella época
la alternativa a la familia y al matrimonio convencional era el “amor libre”,
algo que permitiría desarrollar nuevas relaciones sentimentales que harían posible
vivir el amor en un plano de independencia y contribuiría a una compenetración entre
hombres y mujeres a todos los niveles. “Pero, esta apuesta teórica con
frecuencia se veía defraudada en la práctica por un concepto sexista de dicho
amor y con la celebración de ceremonias civiles en los propios ateneos y
sindicatos ácratas”. Para denunciar esta claudicación la revista “Mujeres
Libres”, publicó un artículo titulado “Proyecto para la creación de una fábrica
de bodas en serie”. En él, la mentada Lucía Sánchez Saornil escribió de forma
extremadamente lúcida defendiendo que la tarea revolucionaria había que comenzarla
modificando las conductas vitales de los propios militantes y que cualquier
“contrato matrimonial” seguía siendo un acto de venta que significaba “la intromisión
pública en un acto carne”. Y en otro artículo aparecido en el periódico “Solidaridad
Obrera” equiparó al matrimonio con la prostitución cuando las mujeres, víctimas
de la opresión masculina, carecían de un salario propio y de un cierto grado de
emancipación moral.
Por medio
de estas publicaciones se divulgaron por entonces las ideas más avanzadas en
torno a la sexualidad, las comunas y la posición del individualista autodidacta
y crítico contra el autoritarismo y la explotación, conceptos todos ellos que,
con la fuerte corriente emigratoria española hacia América que se daba en
aquellos tiempos, recibirían una gran difusión en Argentina. Muy importante en
este proceso fue la presencia del filósofo italiano Errico Malatesta
(1853-1932), quien vivió en Argentina entre 1886 y 1889. Junto al anarquista
italiano Ettore Mattei (1851-1915), que desde 1880 residía en el país, fundó la
Sociedad Cosmopolita de Resistencia y Colocación de Obreros Panaderos, el
primer sindicato de panaderos de la República Argentina, del cual redactó sus
estatutos. En ellos destacó la visión del sindicato como órgano de resistencia
y solidaridad de clase y resaltó la convicción de la importancia que tenía la
organización federal (lugareña, regional o territorial) para “lograr el
mejoramiento intelectual, moral y físico del obrero y su emancipación de las
garras del capitalismo”. Más allá de mantener fuertes polémicas ideológicas con los
anarquistas individualistas, su influencia fue notable en la preponderancia que
tuvo el anarquismo en el movimiento obrero argentino de principios de siglo XX.
De hecho, fue su amplia inserción en los sindicatos lo que propició que en 1904
se fundara la Federación Obrera Regional Argentina (FORA), una de las primeras
confederaciones de obreros de la Argentina que llegó a reunir a treinta y cinco
sindicatos.
En
simultáneo, hubo otros destacados anarquistas que ejercieron un rol importante
en términos ideológicos y políticos dentro del movimiento obrero. Tal es el
caso de los españoles Diego Abad de Santillán (1897-1983), autor de “El
anarquismo en el movimiento obrero”; Gregorio Inglán Lafarga (1876-1929), director
de “La Protesta Humana”, el principal periódico anarquista de Buenos Aires;
Antoni Pellicer (1851-1916), colaborador habitual en el periódico “La Protesta”,
y Emilio Arana (1850-1901), autor de “Los males sociales. Su único remedio” y “La
mujer y la familia”. También los italianos Francesco Momo (1863-1893), uno de
los pioneros en organizar al movimiento anarquista en Argentina, y Pietro Gori
(1865-1911), editor de algunos folletos como “Las bases morales de la anarquía”
y “Vuestro orden y nuestro desorden”. También se destacaron el irlandés Juan
Creaghe (1841-1920), fundador del periódico “El Oprimido”, y el argentino
Alberto Ghiraldo (1875-1946), codirector del periódico “La Protesta Humana”. En
todas sus obras, ya sean ensayísticas como periodísticas, denunciaron la
explotación laboral de la mujer, desaprobaron la convención del matrimonio y
lucharon por la igualdad de género, aspectos estos últimos en los que descolló Virginia
Bolten (1876-1960), la militante anarquista argentina fundadora de “La Voz de
la Mujer”, el primer periódico anarco feminista cuyo lema era “Ni dios, ni
patrón ni marido”.
Pero, tal
vez, el anarquista que logró mayor renombre fue Severino Di Giovanni (1901-1931).
Nacido en Italia, afectado en su adolescencia por la violencia, el hambre y la pobreza
durante la Primera Guerra Mundial, comenzó su militancia anarquista en los
tiempos en que se producía el ascenso del fascismo de Benito Mussolini
(1883-1945). Casado y con tres hijos, en 1923 se exilió en la Argentina, donde comenzó
a trabajar como cultivador y vendedor de flores para luego ingresar como tipógrafo
y linotipista en un taller gráfico. Allí hizo la vida común de los obreros
politizados de aquellos tiempos y pronto se vinculó con los grupos más
radicales del anarquismo participando en una serie de acciones y atentados que
aún son motivo de polémica y discusión. Cuenta el historiador y periodista
argentino Osvaldo Bayer (1927-2018) en su libro “Severino Di Giovanni, el idealista
de la violencia”, que un periodista del periódico anarquista “La Antorcha” lo
describió como “un vino espumante italiano en el momento en que se descorcha:
desbordante, entusiasta, activísimo. De atractiva presencia, su pasión era,
terminada su jornada de labor, continuar con el plomo y la tinta para expresar
sus ideas, ya sea en sus volantes o en sus publicaciones propias, en las que se
gastaba su propio dinero. Lo recuerdo alimentándose con algún sandwichito mientras
acomodaba letras, en largas noches de febril trabajo”.
Antifascista
hasta la médula, estaba convencido de que la violencia era el único método de
lucha para terminar con una sociedad de explotadores. Enrolado en el llamado “anarquismo
expropiador”, participó en asaltos a bancos y comercios con el fin de recaudar
fondos destinados a liberar a compañeros detenidos. Cuando llegaron al país las
noticias sobre el irregular y controvertido juicio llevado adelante en Estados
Unidos contra los anarquistas Nicola Sacco (1891-1927) y Bartolomeo Vanzetti (1888-1927),
dos inmigrantes italianos, obrero zapatero uno y vendedor ambulante de pescado
el otro, acusados de un presunto robo a mano armada y el asesinato de dos
personas (delitos que jamás pudieron demostrarse fehacientemente), el accionar
del grupo más radical del anarquismo en la Argentina se intensificó
considerablemente. Di Giovanni ya no sólo escribió furiosos artículos en el
periódico “Culmine” (“nuestra dinamita purificará los lugares que la maldita
casta del dólar ha apestado” o “sólo dando golpes mortales a todos los émulos
del fascismo italiano, podremos hacer una verdadera obra de rebelión y de
redención humana”) sino que también participó en numerosos atentados con bombas
contra entidades italianas o norteamericanas, algo que se intensificó aún más
tras la condena a muerte y ejecución de Sacco y Vanzetti en la silla eléctrica el
23 de agosto de 1927 en Massachusetts. Bancos norteamericanos, el consulado
italiano, la embajada de Estados Unidos y delegaciones del Partido Fascista fueron
los puntos elegidos para los ataques.