29 de febrero de 2020

América Scarfó. Feminismo, amor libre y anarquía (8). Colofón


Aquel 1º de febrero de 1931, dos renombrados periodistas y escritores presenciaron el fusilamiento de Severino Di Giovanni: Roberto Arlt (1900-1942) y Raúl González Tuñón (1905-1974). El primero, en una de sus famosas “Aguafuertes porteñas” titulada “He visto morir”, escribió: “Las balas han escrito la última palabra en el cuerpo del reo. El rostro permanece sereno. Pálido. Los ojos entreabiertos. Un herrero a los pies del cadáver. Quita los remaches del grillete y de la barra de hierro. Un médico lo observa. Certifica que el condenado ha muerto. Un señor, que ha venido de frac y zapatos de baile, se retira con la galera en la coronilla. Parece que saliera del cabaret. Otro dice una mala palabra. Yo estoy como borracho. Pienso en los que se reían. Pienso que a la entrada de la penitenciaría debería ponerse un cartel que rezara: ‘Está prohibido reírse. Está prohibido concurrir con zapatos de baile’”. Por su parte, González Tuñón, en un texto poético escrito tiempo después titulado "Todos bailan", expresó: “El pobre hombre dijo cuatro palabras y cayó muerto acribillado. El coronel entregó personalmente cinco pesos a cada soldado. Le habían dicho: ‘Mañana, al alba, será usted fusilado’. Los otros condenados aullaron agarrados a las rejas. América Scarfó le llevará flores, y cuando estemos todos muertos, muertos, América Scarfó nos llevará flores”.
Tres días después de las ejecuciones, aparecieron cientos de volantes por las calles de Buenos Aires. Estaban firmados por “Los Anarquistas” y fueron arrojados por el centro y algunos barrios por el antes citado anarquista chileno Tamayo Gavilán, quien había participado en varias de las actividades expropiadoras junto a Di Giovanni, y Silvio Astolfi, aquel muchacho que había hecho de esposo de América. El volante, titulado “Frente a los hechos”, entre otras cosas decía: “Al pueblo hablamos en esta hora en que una ola de infamias pretende arrancar de su corazón y de su espíritu la siembra idealista realizada por el anarquismo militante. Sobre sus vidas de revolucionarios, alzadas en abierta rebelión contra el mundo del privilegio ha caído todo el lodo y la maledicencia que es capaz de lanzar a la publicidad la prensa burguesa y amarilla de la Argentina. La dictadura veía en ellos la expresión viviente del anarquismo militante en la Argentina, ejecutor implacable de las ansias de justicia que anidan en el corazón del pueblo. Ha creído fusilar con ellos el último aliento de resistencia popular a su avance opresor. Sin alardes vanos, sencilla y serenamente decimos: Severino Di Giovanni, Paulino Scarfó y todas las víctimas de esta ola de barbarie serán vengados. Son ellos desde hoy banderas que agitaremos en la dura lucha empeñada por el triunfo de la libertad y la justicia. Anarquistas, cayeron vivando a su alto ideal y nosotros recogemos su grito que se materializará en hechos vigorosos y fecundos que han de conducir a la victoria. Luchamos por la libertad del pueblo. Queremos el imperio de la justicia y por sobre este aluvión de crímenes e infamias, ¡venceremos! ¡Viva la anarquía!”.



Mientras la embajada fascista de Italia en Buenos Aires rebosaba de gozo por los fusilamientos de Di Giovanni y Scarfó enviando telegramas alborozados a Roma, en Buenos Aires apareció, esta vez en forma clandestina, un número del periódico “La Antorcha”. Bajo el título “Honor a los caídos” recordaba emocionadamente a Severino y Paulino. “Cayeron -decía- como columnas que aún desplomadas conservan su nobleza de cosa altiva, mientras América Scarfó, rosal que asciende, entrelazándolas en una íntima compenetración de fibras y de esencias -ardiente de pasión humana y fe anarquista- convivía la doble agonía de los condenados a muerte con su entereza confortadora. Sólo ella -corazón amoroso, fraterna mano y voz solidaria, encarnando el sentimiento de los anarquistas- junto a ellos, entre el montón abyecto de los asesinos galoneados: militares, carceleros y policías, que hasta el último momento sometieron a torturas atroces los cuerpos que habían de ultimar el pelotón de fusilamiento. ¡Honor a los caídos! ¡Salud a los combatientes!”.
Luego de los fusilamientos, América estuvo treinta días detenida en un calabozo del Departamento Central de Policía bajo las condiciones del régimen penal para los menores de edad. Allí la visitaba su hermano mayor, quien le llevaba ropas y alimentos. La casa de Burzaco fue saqueada totalmente por la policía. Cuando el hermano fue a recoger la ropa y los muebles que la familia Scarfó le había regalado a América en su casamiento con Astolfi, sólo le devolvieron algunos libros y unos pocos objetos sin gran valor. Ningún delito se le pudo comprobar. Cuando el juez interviniente en la causa le dio la libertad, su familia y entorno estaban desolados. La madre le reprochó la sinceridad que había demostrado durante el proceso: “¿Por qué había dicho a la policía que vivía junto a Severino? Hubiera sido todo más fácil si decía que estaba en la quinta con Paulino, su hermano, y que seguía casada con Astolfi. ¿Por qué fue a la cárcel a abrazarse con Severino? La madre pertenecía a otro mundo y no comprendió nunca lo ocurrido. Para ella, en Severino se había encarnado el demonio. Hasta poco antes de morir siguió maldiciéndolo. Solía decir: ‘Aunque no es de cristiano, no lo voy a perdonar jamás. Y si por eso me voy al infierno, lo encontraré allí y lo seguiré maldiciendo’”, relata Bayer.



América se fue a pasar unos días a La Plata, donde fue recibida y protegida por sus compañeros libertarios. En ese período escribió algunos artículos para diarios anarquistas europeos en defensa de los derechos de la mujer y, al cumplirse el primer aniversario de los fusilamientos, publicó uno en “La Antorcha” titulado “Paulino y Severino. In memoriam”. En ese artículo, que se difundió también en forma de volantes por las calles, decía: “Aún permanece intacta en la retina la terrible visión. Triste madrugada del 1º de febrero. Hay en el ambiente una contenida emoción. La presencia de ánimo del condenado a muerte desconcierta a quienes esperaban ver un vencido y encuentran un rebelde que sabrá morir. Los sacerdotes que insultando al Cristo legendario, apóstol de los humildes y de los perseguidos, se constituyen en cómplices de los tiranos y ofrecen no sé qué imposibles consuelos espirituales de su falsa creencia. Discusiones, preguntas, murmullos. Pasan en tropel por la mente, proyectados en sus siniestros contornos, los trámites de la trágica farsa procesal. Y por sobre tanta bajeza, un hombre, el defensor, se yergue digno haciendo oír la voz de su corazón emocionado. Luego el inmenso dolor de la despedida para siempre... Abrazos, besos y palabras que prometen infinidad de recuerdos. La emoción hace un nudo en la garganta y es menester contener las lágrimas, mostrando la sonrisa que conforta a la víctima y ha de ser el mejor desprecio para los victimarios. Voces que quieren ser consoladoras, pero que no revelan más que cinismo y la prisa de acabar pronto. Nos separan. Pero la imaginación sigue viendo cosas y actitudes, en base al conocimiento del que sabrá morir, erguido entre los esbirros que tiemblan y callan, moviéndose intranquilos en el sepulcral silencio que sólo interrumpen los pasos de los milicos que preparan el acto final del crimen”.
“Madrugada de estío -prosigue-. El horizonte comienza a colorearse, y en esa tenue claridad aquella rubia cabeza se yergue y avanza hacia su destino. La lectura de la sentencia es oída como si fuera una mala pieza literaria. La venda que quieren colocar sobre esos ojos verde mar, que muestran la luz y la vitalidad interiores, es rechazada. Nuevas ligaduras sobre el banquillo, ahora. Los instrumentos del crimen se ponen en línea y aprestan sus armas. Una orden dada con nerviosa voz, un sonoro grito de ¡viva la anarquía!, una descarga sobre un pecho valiente y, finalmente, el tiro de gracia sobre esa cabeza que sólo la muerte pudo abatir. La aurora está en su apogeo: la última estrella se ha borrado, esplende la vida sobre el cadáver de quien la quería digna y libre para todos. La tristeza del momento parece impregnar las cosas como tocadas por el sagrado trance de la muerte que tanto dolor deja tras de sí: unas tiernas criaturas han perdido a su mejor amigo; un sangrante corazón femenino se aferra al recuerdo del que supo morir para fortalecer su ánimo para la lucha larga; tantos compañeros que cierran los puños en silencio y en cuyos pechos se apelmaza el odio”.
Y termina: “El sol ha hecho su entrada triunfal, parece invitar a la alegría, y sin embargo, en ese mismo recinto donde pocas horas antes latía un corazón libre, se repetirá la escena y otra vez el sol, amaneciendo, bañará en su luz difusa otros sangrientos despojos. Le toca ahora aquel que sorprendió con su fría altivez a los verdugos. La misma emoción, la misma tristeza en el ambiente. Es tal su grandeza de alma, que rehúsa recibir a la madre querida para ahorrarle el dolor de verlo desfigurado por las torturas que hasta último momento padeció. Como Severino, supo Paulino afrontar con valor la muerte. Tampoco aquellos soñadores ojos pardos temieron las balas. Ni acusaron estupor al ser leída la sentencia. Su mirada, tan llena de calor y cariño cuando se dirigía a quienes amaba, se volvía impasible y desdeñosa hacia sus verdugos. Supo también morir. Y su muerte desgarró un corazón materno y anegó de dolor el alma de todos los que fuimos sus hermanos tanto en sangre como en ideales. ¡Tanto dolor, tanta angustia oprime nuestro pecho! Más es necesario serenar nuestro espíritu. Dar a los hechos su verdadero valor y que el sacrificio de nuestros hermanos nos sirva de ejemplo. Así lo creyeron ellos. Sea nuestro mejor tributo a su memoria la acción tesonera en contra de los tiranos”.



Pronto cayó muy enferma como consecuencia de las amargas horas pasadas y tuvo que ser operada de úlceras. Una vez restablecida se retiró de la vida pública y continuó con sus estudios. El director del liceo Estanislao Zeballos, donde estudiaba en los tiempos en que había conocido a Severino, se comunicó con el hermano mayor de América para decirle que no la atormentaran más con reproches y que la ayudaran a seguir estudiando, no en el mismo liceo, pero sí en otro colegio. Tras terminar sus estudios secundarios, usando un nombre falso consiguió trabajo como costurera de pantalones. Le pagaban $ 4,50 por cada uno y confeccionaba hasta cinco por semana. “Quien le daba trabajo era una mujer muy católica que desconocía la verdadera identidad de la muchacha -relata Bayer-. Hasta que un día la llamó para decirle que se había enterado de quién era: ‘A mi marido le dijeron en la peluquería que usted es América Scarfó’. Pero a pesar del temor que inspiraba y del pecado que significaba llamarse así, le siguió dando trabajo”.
Poco después, América se conectó con Salvadora Medina Onrubia (1894-1972), una narradora anarquista y feminista destacadísima por su militancia política. Madre soltera los 16 años, abrazó la causa de Radowitzky participando en numerosos actos e, incluso, fue oradora en muchas de las manifestaciones. “La virgen roja” la apodaban sus compañeros por el paralelo con la escritora francesa Louise Michel (1830-1905), otra anarquista y poeta, protagonista y dirigente de la Comuna de París en 1871. “Nosotras no queremos los derechos de los hombres, que se los guarden -expresó Salvadora en uno de sus textos-. Saber ser mujer es admirable, y nosotras solo queremos ser mujeres en toda nuestra espléndida femineidad. Las descentradas somos las que no pensamos, las que no sentimos, las que no vivimos como las demás. Las que entre gente burguesa somos ovejas negras y entre ovejas negras somos inmaculadas. Todas somos raras”.
Pese a cuestionar las estructuras monogámicas, el matrimonio y la familia tradicional, en 1915 se casó con Natalio Botana (1888-1941), un empresario periodístico uruguayo radicado en Buenos Aires que había fundado en 1913 el diario “Crítica”, del que llegó a vender más de trescientos mil ejemplares por día, tres veces más que el periódico de mayor circulación por entonces. Esto lo llevó en pocos años a convertirse en un “nuevo rico” y a sumergirse junto a su esposa en el privilegiado universo burgués. Semejante contradicción no le impidió seguir adelante con sus ideas libertarias y escribir novelas, ensayos, poemas y obras teatrales. A partir de la muerte de su esposo, ella se encargó de la dirección del diario “Crítica”, y fue allí cuando llamó a América para que fuese su secretaria en la redacción del diario. Ésta, con parte de su sueldo, ayudaba a Teresina quien estaba muy mal económicamente. Durante un tiempo ella y los pequeños hijos de Severino habían tenido que salir a pedir limosna. También, gracias a ese empleo y con la ayuda de Salvadora, América pudo en 1951 viajar a Italia, precisamente a Chieti, el pueblo natal de Severino.
A partir del golpe de Estado del año 1943, el antifascismo argentino anarquista se había conjugado en una fuerte oposición al auge del peronismo, el que reunía muchas de las inadmisibles características que mostraban los fascismos europeos: líder militar, sindicatos manipulados desde el Estado, censura, educación doctrinaria y otros rasgos autoritarios. Por entonces América se había unido a un hombre cercano a los ideales libertarios y, junto a su nuevo compañero de vida e ideas, fundó la editorial libertaria “Américalee”, cuyo nombre estaba vinculado a una anécdota de su relación con Di Giovanni. Cada vez que ella le hacía una pregunta sobre las ideas anarquistas, él le respondía con paciencia: “¡América, lée!" y le facilitaba un libro.



Precisamente, a partir de ese año, cuando nació la editorial, se dio toda una serie de colaboraciones y esfuerzos para conformar una gran tirada de cuidadas ediciones con atentas traducciones, prólogos e introducciones. El proyecto de la editorial formó parte de la llamada “época de oro” del mundo editorial argentino, cuando -desaparecida la industria libresca española debido a la guerra civil- muchas casas editoriales locales ampliaron su alcance a España y otros países de la región. Entre estas editoriales, especialmente “Américalee” se consolidó con cuantiosas tiradas en gran formato de tapa dura combinando lo mejor del pensamiento anarquista con obras de autores progresistas tanto latinoamericanos como europeos. Así, fueron apareciendo obras de, por ejemplo, los filósofos italianos Benedetto Croce (1866-1952) y Rodolfo Mondolfo (1877-1976), pero también se incluyeron en el catálogo a autores socialistas como el italiano Carlo Rosselli (1899-1937) y el argentino Dardo Cúneo (1914-2011), y a escritores de otras orientaciones políticas como el ecuatoriano Juan Montalvo (1832-1889), el cubano José Martí (1853-1895), el peruano Víctor Raúl Haya de la Torre (1895-1979) y el argentino Luis Franco (1898-1988).
Esa tarea y criar a las hijas que tuvo con su nueva pareja, no le impidió recibirse de profesora de italiano y de traductora pública de francés, mientras seguía estudiando y difundiendo los ideales libertarios y feministas, algo que nunca abandonó hasta el final de su vida. Después de sesenta y ocho años consiguió, gracias a la intermediación del aludido Osvaldo Bayer, que le devolvieran las cartas de amor que Severino le había escrito, entre otras cosas, para demostrarle que “el amor grande e infinito está basado en el anarquismo mismo”. Esas cartas habían sido secuestradas por la Policía Federal después de que en la madrugada del 1º de febrero de 1931 el líder anarquista fuera fusilado, y fueron las que Bayer descubrió en un archivo aislado del Museo Policial y transcribió en su biografía de Severino Di Giovanni. América, una bella anciana de ojos muy negros y cabellos blancos como la nieve vivió hasta los 93 años. Falleció en Buenos Aires el 26 de agosto de 2006. Un día después, en la edición del diario “Página/12”, Osvaldo Bayer escribió: “América Scarfó nos dejó para siempre. Fue la compañera de Severino Di Giovanni, el anarquista fusilado por el dictador golpista de uniforme, Uriburu, el 1º de febrero de 1931. Un día después era también fusilado el hermano más querido por América: Paulino. En 48 horas le habían arrancado a la adolescente de 17 años sus dos más grandes cariños. Quedó sola, en un mundo absolutamente enemigo”. Sus cenizas fueron enterradas en el pequeño jardín de la sede que la Federación Libertaria tenía en Constitución, en la zona sur de la ciudad de Buenos Aires.