Este hecho
sirvió para que algunos compañeros de Severino volvieran a criticar su relación
con América ya que hacía peligrar la organización de la lucha. Di Giovanni soportó
las críticas y le escribió a América: “¿Qué hacer ante la censura de mis
compañeros de lucha? Tú sabes bien cuánto los amo a ellos. Sabes la lucha
rabiosa que nos ha declarado la sociedad. El derecho que tenemos a la defensa
desesperada y astuta”. Y más adelante agregó: “No te disculpes, no quiero que
te excuses, eres sagrada para mi vida. Un error tuyo es un error que he
cometido yo”. Pero paralelamente a este episodio ocurrió uno mucho más grave: integrantes
de la revista “Culmine” descubrieron que un ex colaborador era un espía fascista
y confidente de la policía, a quien había revelado el lugar en donde Di
Giovanni se ocultaba por aquellos días. Pocos días después el delator fue
asesinado a tiros, un hecho que algunos historiadores imputaron al propio Di
Giovanni mientras que otros sólo le atribuyeron una coparticipación en el
atentado. Después de este episodio, Severino se trasladó a una chacra en Carlos
Casares.
En los
meses siguientes también se le adjudicó su participación en varios hechos: el
robo a una sucursal del Banco Avellaneda, el golpe a la compañía de ómnibus La
Central, de donde se robaron 17.500 pesos, y el atraco a la comisión pagadora
de la empresa estatal Obras Sanitarias, en el que se llevaron 283.000 pesos.
Además, en el barrio porteño de Caballito, intervino en un atentado con bomba
en la casa de un miembro de la policía secreta de Mussolini acusado por los
anarquistas italianos en el exilio de haber practicado la tortura de miembros
de diferentes grupos radicales anarquistas y antifascistas en Italia. Luego,
viajó junto a otros integrantes de su grupo a Rosario para apoyar la huelga
general que se había declarado en la ciudad. Allí atentaron contra el jefe de Orden
Social de Rosario, un subcomisario que había ganado fama como perseguidor y
torturador de anarquistas. Cada una de estas acciones ahondó los debates sobre
la conveniencia de estas prácticas y su relación con el anarquismo. Para muchos
militantes, los atentados y los robos como método de financiamiento para la
causa no eran beneficiosos para la misma, por lo cual las posiciones dentro del
movimiento se polarizaron aún más.
Severino
seguía refugiado en Carlos Casares. Él era obstinadamente buscado por la
policía; ella, estrechamente vigilada por sus padres y su hermano mayor, por lo
que sus encuentros eran muy esporádicos. El 8 de mayo de 1929 él le escribió:
“Paso revista a todas las horas pasadas juntos, siempre con la vertiginosa
premura del relámpago: recibir tus besos, besarte y después, la separación.
Jamás haber podido vivir un largo encuentro, estar juntos hasta el cansancio y
después recomenzar nuevamente... vivir las horas cotidianas una después de
otra... dejarse acariciar con tanta ternura... amarnos y amarnos tanto,
tanto... mirarse hasta el espasmo, abrazarse fuerte en un lazo indisoluble...
quererse con tanto cariño, mucho, pero mucho hasta decir basta para luego
recomenzar todo desde un principio...”.
El 25 de
agosto volvieron a encontrarse por algunas horas. Al día siguiente él le remitió
otra carta: “Me has tocado todo mi ser, mi vida. Lo has hecho vibrar como has
querido. Te leía en los ojos todo el deseo y todo el amor con que está colmada
tu graciosa existencia. ¡Qué bella estabas ayer noche! ¡Cómo cantaban nuestros
sentidos, bajo la segunda luna de agosto, ayer noche! Tus pupilas, radiantes
como todas las expresiones de la más casta voluptuosidad eran las compañeras oportunas
de la risa que llenaba enteramente tus ojos negros. La luna, envidiosa,
refulgía. Y te apretaba contra mí, y besaba tu pequeña boca que invitaba a nuevos
besos, te besaba entonces todavía más, mucho más. Noche inolvidable que jamás
olvidaré, que jamás olvidaremos, porque ha sabido abrirnos las vías libres del
amor eterno, del amor nuestro, del amor que no conoce ningún otro Dios, que
aquel que propicie todas las dulzuras terrenas y celestiales, las fortunas del
Edén y de todos los escondrijos paradisíacos. El idilio vivió en la noche de
ayer toda su belleza. Ahora no resta nada más, oh amor, que apagar la sed en
nuestras juveniles fuentes con todos los éxtasis, todos los efluvios, todos los
cantos y con todos los pecados”.
Di
Giovanni espera ansiosamente las cartas de ella, por eso, ya en septiembre, le
envió otra en la que le confesaba: “Tus cartas me impulsan tan alto, tanto,
tanto, hasta hacerme doler de pura felicidad. Una carta tuya es el compendio de
la primavera que me obliga al frenesí, que me empuja al regazo jovial del verde
inmenso y me sofoca bajo una avalancha de flores”. Por momentos piensa en abandonar
sus actividades militantes y marcharse con ella: “Llevarte conmigo -le escribe-
secuestrarte de tu planta en flor y llevarte a mi jardín siempre florido de
tantas maravillas, de tantas bellezas, de tantos amores diversos. Porque contigo
tendré la fuerza de crear tanto: belleza, cantos, luz, rayos, fantasías, danzas,
coloraciones, verdes, flores, y amor, mucho amor... Tú, buena amiga mía, oh, mi
dulce compañera, no puedes jamás imaginar cómo aumenta el bien en mi caída cada
vez que te veo. En cambio de apagarse momentáneamente el incendio que me
devora, cada uno de nuestros encuentros, cada uno de nuestros coloquios, cada
uno de nuestros abrazos no sirven más que para dar alimento a la llama
encendida de mi corazón. Y el alimento consume, devora, quema, arde, arde tanto
y no sabe darme ningún bálsamo restaurador, ningún refresco delicioso, ninguno
de los tantos minutos de reposo que sólo podré anhelar cuando estés junto a mí,
en cada instante, en cada latido de nuestros corazones”. Sin dudas, junto a la impronta
de anarquista vindicador, temido e implacable, coexistía en Severino Di
Giovanni un temperamento romántico en el más amplio sentido del término.
El 24 de
octubre de 1929 fue una jornada que entró a la historia como el “Jueves negro”.
Fue el día en el que dio comienzo el catastrófico desplome de la Bolsa de Nueva
York, caída que originaría una de las mayores crisis del capitalismo que sería
conocida como la “Gran depresión”. Esa quiebra del mercado de valores estadounidense
trascendería severamente a nivel mundial y repercutiría, naturalmente, también
en la Argentina. Al día siguiente, mientras las primeras noticias de la
bancarrota de Wall Street comenzaban a llegar a Buenos Aires, se produjo en la
localidad bonaerense de Remedios de Escalada el asesinato del antes aludido Emilio
López Arango, tenaz censor del accionar de los anarcoindividualistas. Di
Giovanni ya había escrito varios artículos en “Cúlmine” como respuesta a los
que López Arango había publicado en “La Protesta” acusándolo de “agente
fascista” e “infiltrado policial". Fue por esa razón que algunas fuentes
periodísticas atribuyeron el atentado a Di Giovanni; sin embargo, las
investigaciones policiales nunca pudieron demostrar su culpabilidad.
Por
supuesto, este episodio no hizo más que agudizar las ásperas diferencias
internas ya existentes dentro del movimiento. El Consejo Federal de la Federación
Obrera Regional Argentina (FORA), una central obrera que comulgaba con las
ideas de Abad de Santillán, emitió un comunicado en el que decía: “La muerte de
este viejo militante debe servir de clarinada estridente para que todos los
revolucionarios sinceros se conciten en las filas responsables de las ideas
libertarias a fin de proseguir con tesón en esa obra netamente anárquica que
supo desarrollar el camarada vilmente asesinado. Creemos que este repugnante
asesinato que nos arrebató a uno de los más clarividentes pensadores y uno de
los militantes más responsables del movimiento anarquista, debe ser cobrado por
los que nos consideramos defensores de esta entidad, es un crimen que no debe
quedar en la impunidad, y lo menos que los revolucionarios deben saber es
quienes son los autores de tan criminoso y vil asesinato”.
Por su
parte, el Secretariado de la Asociación Continental Americana de los
Trabajadores (ACAT), una confederación sindical continental del
anarcosindicalismo de América fundada en Buenos Aires en mayo de ese año,
difundió una misiva bajo el título “Un crimen sin nombre” en la que decía: “El
miembro de este Secretariado, compañero Emilio López Arango, ha sido asesinado
del modo más cobarde y alevoso que se puede imaginar, por asesinos vulgares
seguros de toda impunidad. La Asociación Continental Americana, el movimiento
libertario de América, pierde en Arango una de sus mejores fuerzas.
Interpretando los sentimientos solidarios y justicieros del proletariado
revolucionario adherido, el Secretariado se asocia al duelo causado por ese
crimen y eleva su más ferviente condenación contra los asesinos. Los
trabajadores de la Argentina sabrán hacer menos sensible la pérdida redoblando
sus actividades de propaganda y de organización, en el sentido señalado con
tenacidad y honradez durante muchos años por el malogrado compañero”.
También,
desde las distintas publicaciones anarquistas se difundieron debates con un
lenguaje corrosivo e irónico. Ya no sólo se polemizaba alrededor de los métodos
y las tácticas, ahora el enfrentamiento se hizo mucho más personalizado y,
desde luego, creció la hostilidad hacia Di Giovanni y su grupo. La radicalización
del conflicto intensificó la distancia entre las corrientes internas. Si bien
las diferencias entre los distintos sectores ya existían, a partir del
asesinato de López Arango en temas como la responsabilidad, la violencia
revolucionaria, el derecho a matar, la fatalidad y la finalidad se extremaron
posiciones. Así, la heterogeneidad y la polifonía de voces característica de la
corriente libertaria se exacerbó considerablemente. Muy diferentes fueron las
valoraciones sobre este hecho que se hicieron en los principales medios ácratas
como lo eran “La Protesta”, “La Batalla”, “La Antorcha” y “Cúlmine”.
Dadas así
las cosas, el cerco sobre Severino se fue cerrando día tras día. Sus encuentros
con América se volvieron cada vez más difíciles. Fue cuando le escribió: “Amiga
mía: tengo fiebre en todo mi cuerpo. Tu contacto me ha atestado de todas las
dulzuras. Jamás como en estos larguísimos días he ido bebiendo a sorbos los
elixires de la vida. Antes, viví las horas intranquilas de Tántalo y ahora,
hoy, el hoy eterno que nos ha unido, vivo -sin saciarme- todos los sentidos
armoniosos del amor tan caro a un Shelley y a una George Sand. Te dije, en
aquel abrazo expansivo cuánto te amaba, y ahora quiero decirte cuánto te amaré.
Porque el pan de la mente que sabe materializar todas las idealidades elegidas
de la existencia humana, nos será la guía más experta para resolver nuestros
problemas; y debo decirte con toda la sinceridad de un amigo, de un amante y de
un compañero, que nuestra unión será bella y prolongada, gozosa y plena de
todos los sentimientos: grande e infinitamente eterna. Y cuando te hablo de
eternidad (todo aquello que el corazón ha querido, gozado y amado, es eterno)
quiero aludir a la eternidad del amor. El amor jamás muere. El amor que ha
germinado lejos del vicio y del prejuicio es puro, y en su pureza no se puede
contaminar. Y lo incontaminado pertenece a la eternidad. Bésame como yo te
beso; sabes que pienso en ti siempre, siempre, siempre. Serás el ángel celestial
que me acompañe en todas las horas tristes y alegres de esta mi vida de
insumiso y rebelde. Contigo, ahora y siempre”.
Di
Giovanni inició 1930 con un plan de trabajo que evidenciaba un cambio en su
actitud. Su idea era imprimir una publicación quincenal que se constituyera en la
gran vocera de los antifascistas de toda América Latina. En ella pensaba reunir
textos de destacados pensadores y activistas del anarquismo italiano como el ya
mencionado Errico Malatesta, Renzo Novatore (1890-1922) o Bruno Filippi (1900-1919),
y publicar las obras completas del anarquista francés Élisée Reclus (1830-1905),
autor de ensayos como “L'évolution, la révolution et l'idéal anarchique”
(Evolución,
revolución y anarquía) y “Unions libres” (Unión libre), en edición revisada y
comentada. Además, con la idea de buscar un acercamiento entre los diferentes
sectores, quería que todos ellos expusieran sus ideas en la revista. Tener una
imprenta era una herramienta central, un recurso fundamental de vital
importancia para difundir propaganda política e ideológica. Por eso su aspiración
era instalar una para hacerla editorial de libros y opúsculos del ideal
libertario. Con ese objetivo planificó y llevó adelante varias expropiaciones (asaltos
a mano armada). “Para ello -relata Bayer en su libro- hay hombres que piensan
como él: Paulino Scarfó, Jorge Tamayo Gavilán, Paco González, Mario Cortucci,
Braulio Rojas, Roberto Lozada, Fernando Malvicini, Emilio Uriondo, José Nutti,
Juan Márquez, Práxedes Garrido, Fernando Pombo, Umberto Lanciotti, Juan López
Dumpiérrez, y un italianito rubio, que hace buenas migas con él, Silvio
Astolfi, quien al mismo tiempo asumirá un papel insólito para ayudar a su amigo”.
De todos
ellos, los más conocidos por su participación en actividades expropiadoras eran
el italiano Umberto Lanciotti (1894-1976) y el chileno Jorge Tamayo Gavilán
(1902-1931), con los que Di Giovanni tuvo un inmediato contacto tras sus
llegadas al país en 1925 y 1928 respectivamente. Pero el que jugó un rol muy
significativo, no ya para la apertura de la imprenta con la que comenzó a
publicar su nueva revista llamada “Anarchia”, sino para llevar adelante su plan
de huir a Francia con América para poder vivir por fin junto ella, fue Silvio
Astolfi (1909-1937), un joven con el que había trabado una gran amistad. El
plan de Severino, concertado con América, consistía en que Astolfi fingiera ser
el novio de ella durante un par de meses para luego solicitar el permiso de sus
padres -ya que ella era menor de edad- para casarse. Una vez casados, sólo
dependería del permiso de su marido para abandonar el país. De modo que, en uno
de sus esporádicos encuentros, la llevó a conocer a su futuro esposo.
“Silvio
trabajaba en un taller mecánico y allí le fue presentado -pormenoriza Bayer en
su libro-. El plan cumplirá con todos los ritos de la época para una familia de
la pequeña clase media, italiana y católica. América comunicará a sus padres
que se ha enamorado de Silvio Astolfi. Vino entonces la inevitable
presentación. El padre de América le preguntó a Astolfi dónde vivía y
trabajaba. En esos lugares pidió antecedentes y las referencias dadas por
anarquistas repentinamente aburguesados fueron, por supuesto, muy buenas. Los
padres le dan permiso a América para atender en la puerta al novio, como se
estilaba en aquellos años, paso previo para luego atenderlo adentro, con
presencia de la madre o algún hermano menor. Los padres le conceden ese permiso
dos veces por semana, una hora a la tardecita. Silvio Astolfi cumple
disciplinadamente con las visitas y los vecinos pueden ver conversar a la joven
pareja, los martes y los viernes. Es decir, conversar no es la expresión correcta,
ya que Silvio Astolfi era muy ducho en pasar moneda falsa, agitar en
manifestaciones, conducir automóviles a alta velocidad en alguna acción, pero
en eso de afilar con una muchacha no tenía práctica. Se ponía tartamudo y
colorado hasta las orejas. La conversación eran preguntas de América que Silvio
contestaba con monosílabos. Tanto es así, que la muchacha debía pegarle codazos
para que disimulara y aunque fuera le tomara la mano y le contara lo que había
leído en el diario esa mañana, ya que corrían el peligro de que la gente se
diera cuenta. Luego pasaron a cumplir el segundo acto: ya se les permitía
entrar al comedor de la casa o a la cocina. Silvio se sentaba al lado de ella
pero no lograba pronunciar una palabra. América, entonces aprovechaba el tiempo
para hacer sus deberes del colegio. El hermano de ella, José Scarfó, que sabía
el secreto, les advertía: ‘disimulen un poco, se están dando cuenta’. Pero
América recibió casi una sorpresa cuando le dijo a la madre que quería casarse
muy pronto: la madre aceptó casi de inmediato porque en el fondo creía que así
la protegía de Severino Di Giovanni. El casamiento era como una especie de
seguro, aún con ese extraño mecánico”.