25 de febrero de 2020

América Scarfó. Feminismo, amor libre y anarquía (6). Secuencia


El casamiento se llevó adelante con todas las de la ley, esa ley burguesa que Di Giovanni tanto despreciaba. Para la sociedad legal, la joven esposa pasó a llamarse América Scarfó de Astolfi. Luego de una pequeña fiesta íntima, los recién casados partieron de viaje de bodas supuestamente a Mar de Ajó, pero en realidad lo hicieron a Carlos Casares. “Allí -relata Bayer-, en la estación de la localidad bonaerense estaba Severino, sonriente, con un ramo de doscientas rosas rojas. Los amantes se abrazaron largamente mientras Silvio Astolfi, ruborizado, miraba hacia otro lado. Por fin, Severino le dijo simplemente: ‘muchas gracias compañero’. Y Silvio Astolfi dio por cumplida la misión más difícil de su vida. Los amantes pasaron varias semanas en una quinta donde vivía el incansable expropiador Andrés Vásquez Paredes”. “La madre -continúa Bayer- había cosido para su hija un baúl lleno de ajuar. El hermano José, el carpintero, había llevado a cabo los muebles para el dormitorio. Los muebles de la joven pareja fueron trasladados a la vivienda de Teresina, quien previamente había sido informada de todo y dio su asentimiento. Los enamorados pasaron sus días en el encuentro y la lectura. Severino acababa de adquirir -con nombre falso y garantías- una biblioteca de 80 volúmenes con todas las obras clásicas fundamentales. En italiano. Y una colección de obras pacifistas, en castellano. Severino y América ya sólo se separarán por pocos espacios de tiempo”.
El 11 de abril de 1930 apareció el primer número de “Anarchia”. Figuraba como administrador Aldo Aguzzi (1902-1939), un anarquista italiano que, huyendo de las brigadas fascistas, emigró a Argentina en agosto de 1923. Una vez en Buenos Aires, editó y dirigió “La Voce Antifascista”, órgano de la Alianza Proletaria Antifascista (APA) y, entre 1925 y 1928, colaboró en la revista “Culmine” que editaba Di Giovanni. Los propósitos de la nueva publicación fueron precisados en la primera página de la edición inicial. Entre ellos figuraban los de fomentar el espíritu de libertad en la vida del movimiento anarquista, entendiendo el concepto de libertad como autonomía individual y, por ende, rechazando la adhesión de los anarquistas de los movimientos paralelos de base clasista, es decir, del sindicalismo. “Por eso -se proclamaba en aquel prólogo-, primero, será nuestro deber la formación de la individualidad consciente. Creemos que la acción práctica debe ser el coronamiento necesario de las ideas anarquistas y del temperamento revolucionario anarquista. Pero seremos hostiles a todas aquellas formas seudoanárquicas que significan una degeneración del anarquismo y que, bajo el manto revolucionario, inducen a la instauración de nuevas formas de tiranía y de explotación”.


Más adelante anunciaba: “Todas aquellas acciones del campo intelectual, del campo social, y también en el campo económico que lleven a los fines fundamentales del anarquismo (lucha contra el Estado, lucha por la abolición del capital, lucha antirreligiosa, lucha antimilitarista, etc.), todo aquello que sirva para acelerar la caída del presente sistema social tendrá nuestro apoyo ferviente e incondicional. Queremos ser revolucionarios por la Revolución; anarquistas, por el anarquismo, y no por una institución establecida, un club, una mera congregación. Por todo esto, ‘Anarchia’ no será un periódico cerrado. Nuestro máximo respeto por la personalidad de otros, es decir, por los sentimientos, las ideas, las necesidades, los sueños de todo individuo, que nos impulsa a ver en ellos no un adversario y sí un compañero. Las diferencias intelectuales y psicológicas no son un obstáculo en nuestro camino sino una parte integrante de nosotros mismos. Y este periódico que llevamos a cabo para difundir nuestras ideas y nuestros métodos estará abierto a todos: a los que queremos criticar y a los que quieren criticarnos a nosotros contribuyendo a una discusión que será proficua para nosotros mismos y para todos. El pasado queda atrás para nosotros, delante está el porvenir. ¡Caminemos!”.
La propia América publicó varias notas suyas en “Anarchia”. En una titulada “Lucha nuestra” decía, entre cosas: “Cada individuo cuyas facultades estén completa y normalmente desarrolladas desea vivir la vida en su verdadero significado, las manifestaciones de ella en todas sus formas y en todo sentido. En una palabra, el enamorado de la vida quiere gozarla plenamente. La goza físicamente quien está dotado de buena salud; moral e intelectualmente si ama y es amado, si tiene una meta o un ideal que perseguir. Así, pues, todos desean la realización de sus más caros anhelos. Y si parte de estos no se cumplen es culpa del ambiente en el cual nos encontramos. Ciertamente es necesario luchar contra ese ambiente de todos modos para conquistar aquello que se desea. La felicidad no es una utopía: también en nuestra vida pueden existir momentos felices. Aunque sea por un instante en que podemos saborear algo de esta quimera. Un triunfo en el estudio, en el trabajo y en la lucha cotidiana puede proporcionarnos un momento de felicidad. Si la sociedad no estuviera constituida como lo es actualmente, muchos individuos tendrían mayores satisfacciones para su espíritu”.
“Sin embargo el descontento es una cosa innata en el individuo investigador, curioso, experto. Aquel que se conforma con una vida monótona, de un mismo alimento, de una invariable clase de lectura, de una diversión sin cambios, es insulso y sus facultades no han alcanzado el desarrollo de otros individuos. No podría definir qué es la felicidad, pero también el refractario que no se adapta al ambiente busca satisfacciones. ¿Quién, acaso, luego de tanto pensar, después de tanto calcular buscando soluciones a un problema, no experimentó una inmensa satisfacción al alcanzarlas? ¿Aquél que pasó en un laboratorio estudiando los más complicados problemas de la complejidad de la naturaleza no exclamó un ¡eureka! de triunfo descubriendo o realizando aquello que el cerebro había previsto? Lo mismo ocurre en la lucha por un mejor porvenir. Se me dirá que esta lucha está llena de obstáculos, que las espinas de la vida son muchas. Pero, si deseamos ardientemente la rosa fragante, roja como la sangre que nos corre generosa por las venas, y para cortarla y ofrecerla al ser más amado debemos atravesar una ciénaga o un monte espinoso, estoy segura que superaríais estos impedimentos y llegando a la meta, cansados, heridos y ensangrentados, se os dibujará una sonrisa triunfal de inmensa satisfacción”.


“No concibo que haya individuos que viven la vida de modo burocrático. Viven estancados, vegetan y mueren. Nada se sabe de sus vidas. Quien no crea no deja rastros de sí mismo y vale más una obra que toda la existencia material del hombre. Quien escribe, quien realiza hechos encomiables se multiplica y también después de la muerte vive espiritualmente, si sus escritos o sus luchas estaban impregnados de vida. Admiro al individuo de múltiple actividad: él vive la vida. ¿No hay, acaso, belleza en la variedad? La misma belleza está en la multiplicidad de la actividad. A mi juicio, el individuo que tiene por meta y por ideal la lucha, vive en lozanía. Hoy funda un periódico, mañana escribe un libro, después un artículo. Necesita medios para llevar a cabo estos proyectos y expropia a quien posee excesivamente e injustamente. He aquí al individuo en pie de lucha. Bandido ilegal contra bandidos legales. Este individuo, a mi modo de ver, posee una amplia concepción del derecho a la existencia. Basado en el principio de ‘todos tenemos derecho a la vida’, al pan cotidiano, a todo aquello que la naturaleza le ofrece y al mismo tiempo le demanda, cumple su acción reivindicadora con fe y con coraje. Acción que es fruto de su ideología anarquista, aunque disgusta a todos los que catequizan a la manera de los curas: haz lo que digo pero no lo que hago”.
Aquel artículo que América publicó en la revista “Anarchia” aparecida el 15 de julio de 1930, terminaba así: “Dotado de un concepto libertario, procura de manifestarlo. El anarquista que expropia no lo hace por deporte pero sí impelido de una necesidad no puramente económica. Sabe que el dinero acumulado en las arcas de los bancos y de otras instituciones del Estado y del capitalismo es fruto del sudor del pueblo, de la explotación del obrero. Tomarlo no es otra cosa que devolverlo. Y si ese dinero se emplea en cosas necesarias y de valor altamente moral, ¿por qué escandalizarse y lanzar sermones que no convencen? ¿Dónde ven la inmoralidad? Que así procedan los periodistas de la burguesía, de acuerdo. Deben defender su salario a fuerza de servilismo y de hipocresía. Pero no es lógico para aquellos que proclaman la destrucción del estado actual de cosas y gritan: ‘destruyamos el Estado, la religión, etc.’. Hablar de la expropiación colectiva en tanto los señores burgueses lo permitan -así lo creo- y en la expectativa de privarse de lo más elemental por conservar ‘la pureza de los ideales’... es una broma graciosa. Si no viene la Revolución estamos fritos”.
“Opino que a la Revolución hay que hacerla y no esperarla. He ahí por qué cualquier acto contra el Estado y contra las otras columnas del actual régimen es necesario y por eso, plausible. Si antes de criticar aquellos actos que son de público dominio por su resonancia hiciéramos un examen de conciencia, no se formularían juicios tan fuera de lugar. No puedo dejar de expresar mi admiración por todos -conocidos e ignorados- quienes destacándose de la mediocridad se convierten forzosamente en personajes, no por los individuos en sí, sino por la corriente de ideas y de nuevos conceptos que parten de ellos. Las alas de la tragedia siempre se extienden sobre ellos, su vida pende de un hilo. ¿Pero acaso no existe belleza, una inmensa belleza también en el dolor? El sentido de la vida en toda su plenitud en el ambiente en que vivimos forma esta corriente de acción que hace temblar a los esbirros del orden constituido. No por algo estos prorrumpen en gritos de ‘¡Alerta!’ y de ‘¡Atención!’. Esto significa que los sostenedores vacilan y por eso, la prensa baja y servil usa el acostumbrado lenguaje que demuestra claramente su venalidad. ¡Que la vuestra, rebeldía de revolucionarios ponga fuego a la indignación hipócrita de los sirvientes a fin de que sucumban con sus patrones!”.
Poco faltaba para que ocurriera en la Argentina el primero de los seis golpes de Estado que hubo durante el siglo XX. El 6 de septiembre el general José Félix Uriburu (1868-1932) encabezó una sublevación cívico-militar que derrocó al gobierno democrático del presidente Hipólito Yrigoyen (1852-1933), quien pertenecía a Unión Cívica Radical (UCR), partido político que gobernaba desde 1916. La UCR era, por aquellos años, el partido burgués más popular, con una base social y electoral muy heterogénea conformada por trabajadores, pequeños productores urbanos y rurales, comerciantes, profesionales y estudiantes por un lado, pero también era un claro representante de los sectores de la clase dominante, la oligarquía terrateniente y la incipiente burguesía industrial. Esa ambigüedad sumada a la crisis económica y financiera que se precipitó sobre el mundo capitalista a partir de la quiebra de Wall Street, la creciente influencia de pensadores nacionalistas y conservadores católicos y el importante ascenso revolucionario de la clase obrera, derivaron en el levantamiento que quebró el orden constitucional.


Su consecuencia inmediata para el anarquismo fue el advenimiento de una ola de persecuciones: los locales de la FORA fueron clausurados, muchos militantes debieron exiliarse, a los apresados se los enviaba a la cárcel y si eran extranjeros se los deportaba a su país de origen. Mientras tanto, en los primeros días de octubre, América, bajo el nombre de Josefina Rinaldi de Dionisi, alquiló la quinta “Ana María” ubicada en la localidad bonaerense de Burzaco. Allí, en ese predio colmado de tilos y sembrado con maíz, Severino, acompañado por el silencioso e introvertido Paulino, instaló la imprenta, una amplia biblioteca y organizó reuniones con otros anarquistas con los que intentaban organizar la resistencia a la dictadura recién instaurada. Allí también pudo por fin convivir con América y recibir la visita de los hijos que tuvo con su ex mujer. Según cuenta Bayer en una de las tantas entrevistas que tuvo con América mientras preparaba la edición de su libro, cuando ella se fue a vivir con Severino en la quinta muy arbolada de Burzaco, él ya era el perseguido número uno de la sociedad argentina. “Ella sentirá miedo todas las noches y duerme abrazada a él. Una noche ella siente ruidos como de gente que entra a la quinta y trata de despertarlo. Le dice en voz baja pero insistente: ‘Severino, Severino, la policía’. Él se despierta apenas, la acaricia y le responde: ‘América, no, son los pájaros... duerme... duerme’”.
Estuvieron así, siempre juntos, hasta el verano siguiente. El 29 de enero de 1931 Severino fue interceptado por la policía cuando llevaba algunos de sus escritos a una imprenta situada en la avenida Callao 335, cerca del Congreso Nacional. Cuando intentaron detenerlo procuró fugarse, por lo que se produjo una balacera que terminó en la intersección de las calles Ayacucho y Sarmiento donde cayó herido. Fue trasladado al hospital Ramos Mejía y finalmente conducido a la Penitenciaría Nacional ubicada por entonces en el barrio de Palermo. Mientras tanto, un antiguo compañero, atormentado por las torturas, había delatado la ubicación de la vivienda de Burzaco. Hasta allí llegó una legión de policías porteños y bonaerenses y apresaron a Paulino. También detuvieron a América y a Laura, una de las hijas de Severino que estaba por esos días viviendo con ellos. Ambas fueron trasladadas al Departamento Central de Policía. Desde el golpe militar regía en el país la ley marcial. A las cinco de la mañana del domingo 1º de febrero de 1931, Di Giovanni fue fusilado en la vieja penitenciaría de la calle Las Heras. Recibió ocho balazos más el tiro de gracia que le penetró por la sien derecha. Un día después, en la misma prisión, fue fusilado Paulino. Ambos gritaron antes de morir “¡Viva la anarquía!”. América sólo tuvo cinco minutos para despedirse de cada uno de ellos.


En 1998, en la reedición de “Severino Di Giovanni, el idealista de la violencia”, su obra ya mencionada anteriormente, Bayer escribió: “Para la joven mujer, el golpe había sido demasiado inhumano, demoledor. Febrero de 1931 significó perder a su gran amor, a ese ser desbordante que la inició en la pasión, en las ideas, en fin, en la vida íntegra; y asistir al fin de su hermano más querido, Paulino. A los 17 años apenas cumplidos, América quedó huérfana de esa personalidad avasalladora que se llamó Severino Di Giovanni. Sola ya, sin esa fuerza, debió actuar contra todo un medio hostil viendo cómo poco a poco el movimiento que había representado a sus ideales se iba desmoronando”.
El autor de “Los anarquistas expropiadores”, “Rebeldía y esperanza” y “En camino al paraíso” entre otros muchos ensayos, también reseñó la última oportunidad que tuvo la ex esposa de Di Giovanni de verlo con vida. Fue el 31 de enero: “Teresina y los pequeños Aurora e Ilvo fueron llevados hasta la Penitenciaría ya bien entrada la tarde de ese sábado. El condenado a muerte besó rápidamente a sus dos hijos. Teresina le acaricia el rostro diciendo suavemente: ‘Severino, Severino...’. Di Giovanni no los podía abrazar porque estaba esposado por la espalda. Luego llegan América y Laura. Los amantes se abrazan y se besan sin ninguna aparatosidad. La pequeña Laura queda abrazada al padre. Desde que fue testigo de los hechos de Burzaco no ha dicho una sola palabra, ha quedado completamente introvertida. Ha sentido todo como un golpe muy fuerte. Tiene los ojos enrojecidos. Aurora miraba la escena, asombrada. Ilvo lloró algo. Luego vino la despedida. Besó Severino prolongadamente otra vez a sus hijos. Tenía los ojos humedecidos. También besó a la madre de sus hijos, quien volvió a acariciarle el rostro. Hubo luego un momento de indecisión en todos hasta que Severino le pidió a Teresina que se fuera con los chicos para ahorrarles más detalles de ese escenario”.