Gabriel García Márquez
(1927-2014) estudió cine durante la década del '50 en el Centro Sperimentale di
Cinematografia de Roma, junto con futuros prestigiosos directores de cine
hispanoamericanos como el argentino Fernando Birri (1925-2017) y los cubanos Julio
García Espinosa (1926-2016) y Tomás Gutiérrez Alea (1928-1996). Muchos años
después declararía que “desde aquellos tiempos hablábamos del cine que había
que hacer en América Latina, y de cómo había que hacerlo, y nuestros
pensamientos estaban inspirados en el neorrealismo italiano, que es el cine con
menos recursos y el más humano que se ha hecho jamás. Pero sobre todo, ya desde
entonces teníamos conciencia de que el cine de América Latina, si en realidad
quería ser, sólo podía ser uno”.
Las películas del director italiano Vittorio de Sica (1901-1974) “Ladri di biciclette” (Ladrón de bicicletas) y “Miracolo a Milano” (Milagro en Milán), ambas emblemáticas del neorrealismo italiano, impactaron profundamente su visión del realismo y la fantasía, algo que ejercería una gran influencia en su estilo literario. Por esa época, anhelaba convertirse él mismo en director y durante un tiempo vivió su vocación como crítico cinematográfico en varios periódicos colombianos, entre ellos "El Espectador" de Bogotá, “El Heraldo” de Barranquilla y “El Universal” de Cartagena.
Su primera incursión en el
ámbito del cine fue en 1955 como tercer asistente del realizador Alessandro
Blasetti (1900-1987), en la comedia “Pecatto che sia una canaglia” (La ladrona,
su padre y el taxista), para luego continuar en México, donde en 1964 escribió
el guión de “El gallo de oro” de Roberto Gavaldón (1909-1986), y proporcionó el
argumento a “En este pueblo no hay ladrones” de Alberto Isaac (1923-1998). Un
año después compartió con Carlos Fuentes (1928-2012) el guión de “Tiempo de
morir” de Arturo Ripstein (1943), para quien volvería a ser guionista en “Juego
peligroso” de 1966. Luego siguió con “Patsy mi amor” de Manuel Michel
(1928-1983), “Presagio” de Luis Alcoriza (1918-1992), “La viuda de Montiel” de
Miguel Littín (1942), “María de mi corazón” de Jaime Humberto Hermosillo
(1942), “El año de la peste” de Felipe Cazals (1937-2021) y “Eréndira” de Ruy
Guerra (1931).
Inspirados en sus relatos se filmaron varias películas, entre ellas “El mar del tiempo perdido” de la directora Solveig Hoogesteijn (1946), “Crónica de una muerte anunciada” de Francesco Rosi (1922-2015) y la serie “Amores difíciles” comprendida por “Fábula de la bella palomera”, “Milagro en Roma”, “Cartas del parque”, “Un domingo feliz”, “El verano feliz de la señora Forbes” y “Yo soy el que tú buscas”, dirigida por los directores Tomás Gutiérrez Alea (1928-1996), Jaime Humberto Hermosillo (1942-2020), Jaime Chávarri (1943), Lisandro Duque (1943), Olegario Barrera (1947) y el citado Ruy Guerra.
En 1989 se realizaron otras dos películas con argumento del novelista: “Un señor muy viejo con unas alas enormes” de Fernando Birri (1925-2017) y “Me alquilo para soñar” del susodicho Ruy Guerra, a las que siguieron en 1996 “Edipo Alcalde” de Jorge Alí Triana (1942) -escrita por García Márquez-, en 1999 “El coronel no tiene quien le escriba” del mencionado Arturo Ripstein, en 2001 “Los niños invisibles” de Lisandro Duque Naranjo (1943), en 2006 “El amor en los tiempos del cólera”de Mike Newell (1942), en 2009 “Del amor y otros demonios” de Hilda Hidalgo (1970), en 2012 “Memoria de mis putas tristes” de Henning Carlsen (1927-2014), y en 2022 “Noticia de un secuestro”, una miniserie de seis capítulos dirigidos por Andrés Wood (1965).
Hacia fines de 1985, estando en Cuba, fundó en La Habana la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano (FNCL) y en San Antonio de Los Baños la Escuela Internacional de Cine y Televisión (EICTV), al tiempo que llevaba ya algunos años escribiendo guiones. A la pregunta que le hicieron por entonces en una entrevista sobre cuál era la misión de esas instituciones, respondió: “A mí me hacen mucho una pregunta: ¿qué interés político hay detrás de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, qué interés político hay detrás de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños? Les contesto: el interés político no está detrás, está delante. Es decir, el desarrollo del cine latinoamericano es hoy una necesidad cultural cuyo valor político es indudable: en primer término contribuye al desarrollo de la cultura en América Latina, a la divulgación de la cultura latinoamericana, a la integración de la América Latina, al sentido de independencia, de autonomía creativa de la América Latina, a la búsqueda de la identidad de los países de América Latina, a que sea un cine único el cine latinoamericano, que sea uno, a pesar de que cada país conserve sus características propias. Un cine único y un mercado latinoamericano. Debe haber un cine latinoamericano en el que cada país tenga su propia identidad. Pero que sea un sólo cine, un sólo mercado”.
En otras entrevistas a lo largo de los años habló de su relación con el cine. Así, por ejemplo, manifestó: “Estuve en una encrucijada de vocaciones. Estudié Derecho y lo interrumpí. En algún momento pensé que podría ser director de cine, siempre me ha gustado el cine, hasta el punto de que lo único que he estudiado sistemáticamente fue en una escuela es el cine. Nunca estudié literatura en ninguna escuela, ignoro por completo las leyes de la gramática castellana, escribo de oído, pero hice mi curso de Dirección de Cine lo mejor que pude en el Centro Experimental de Cinematografía de Roma. Hice la carrera completa. Pero me di cuenta luego de que es un trabajo muy duro, sobre todo porque no sólo el cine depende de la literatura, sino también depende demasiado de un aparato industrial del cual no depende tanto la literatura. Entonces me encontré con que era verdaderamente muy difícil y muy complicado expresarse uno personalmente e individualmente en cine y me quedé en la modesta soledad de la literatura”.
En otra ocasión afirmó: “La gran revelación del cine fue para mí el neorrealismo italiano, especialmente el guionista Zavattini. Él creó un cine que era barato, sentimental y muy simple, pero muy buen cine. Esa fórmula, siempre me ha parecido, es la gran fórmula para América Latina. El día que el cine se identifique con la realidad del país, del continente, ese día la gente irá a verlo y los distribuidores se desnucarán por exhibirlo”. Además de su admiración por Cesare Zavattini (1902-1989), destacado por su colaboración con el director Vittorio De Sica (1901-1974) con quien realizó películas tan valiosas como “Ladri di biciclette” (Ladrón de bicicletas), “Miracolo a Milano” (Milagro en Milán) y “L'oro di Napoli” (El oro de Nápoles), García Márquez también mostró su fascinación por Akira Kurosawa (1910-1998), el director de cine japonés célebre por películas como “Rashōmon” (Rashomon), “Akahige” (Barbarroja) y “Shichinin no samurai” (Los siete samuráis).
“Soy un kurosawiano de
muchos años -aseguró-, siempre lo he seguido. Es, no lo dudo, el más grande director
que ha dado el cine. He visto ‘Barbarroja’ seis veces en veinte años, y le
hablé de ella a mis hijos casi todos los días hasta que pudieron verla. Así que
no sólo es la película de Kurosawa que más nos gusta a mí y a la familia, sino
una de mis favoritas en toda la historia del cine. Dentro de la película hay
dos escenas extremas en relación con la totalidad de la obra de Kurosawa, y
ambas son inolvidables: una es el hermoso episodio de la ‘Mantis religiosa’ y
la otra es el pleito a golpes de kárate en el patio del hospital. La fe que le
tengo al ser humano se la debo en gran parte a las películas de Kurosawa”.
En julio de 1967, dos meses después de publicar “Cien años de soledad”, García Márquez, aseguró que “escribir para el cine exige una gran humildad. Esa es su gran diferencia con el trabajo literario. Mientras el novelista es libre y soberano frente a su máquina de escribir, el guionista de cine es apenas una pieza en un engranaje muy complejo y casi siempre movido por intereses contradictorios. El cine y la literatura son una especie de matrimonio mal avenido: no pueden vivir ni juntos ni separados”. Indudablemente “Cien años de soledad” fue la obra maestra de García Márquez, la cual fue traducida a medio centenar de idiomas convirtiéndose en una de las novelas más traducidas y leídas a nivel mundial, con millones de copias vendidas desde su publicación.
Un par de años después, en 1969, el actor mexicano-estadounidense Anthony Quinn (1915-2001) le ofreció un millón de dólares por los derechos de esa obra para llevarla al cine, pero el escritor rechazó la generosa oferta. En una de sus columnas en “El Espectador” escribió: “Anthony Quinn, con todo y su millón de dólares, no será nunca para mí ni para mis lectores el coronel Aureliano Buendía. Yo deseo que la comunicación con mis lectores sea directa, mediante las letras que yo escribo para ellos, de modo que ellos se imaginen a los personajes como quieran, y no con la cara prestada de un actor en la pantalla”. También el director italiano Francesco Rosi (1922-2015), el brasileño Glauber Rocha (1938-1981) y el estadounidense Francis Ford Coppola (1939) sucesivamente intentaron convencerlo de lo mismo, pero siempre se negó.
Años después, en 1988, en una entrevista realizada en Cuba explicó que la familiaridad de sus personajes le hizo reafirmarse en su posición de no permitir la adaptación de la novela a una filmación. “Los lectores de ‘Cien años de soledad’ y de todos mis libros en general, me dicen: ‘mira, a mí me gustó tu libro, porque Úrsula Iguarán se parece mucho a mi abuelita; porque Amaranta es igualita a una tía que yo tenía; porque el coronel Buendía era igualito al papá de un amigo…’ entonces tú sientes que están viviéndolo… En cine no se puede. En cine tienes la cara de Anthony Quinn, de Sofía Loren, de Robert Redford. Eso es inevitable y es muy difícil que un abuelito de nosotros se parezca a Robert Redford. Prefiero que mis lectores sigan imaginándose mis personajes como sus tíos y mis amigos y no que queden totalmente condicionados a lo que vieron en pantalla”.
Más adelante, en 1991, en una entrevista que le hicieron en la cadena de radiofonía colombiana “Caracol Radio” insistió: “La razón por la cual no quiero que ‘Cien años de soledad’ se haga en cine es porque la novela, a diferencia del cine, deja al lector un margen de creación que le permite imaginarse a los personajes, a los ambientes y a las situaciones como ellos creen que es. Y entonces, cuando ven a un personaje, se les parece a un tío, y hay una señora que es exactamente igual a una señora que ellos conocieron cuando eran niños o que conocieron la semana pasada. Y en esa forma van pegando caras y van pegando lugares y ellos reconstruyen la novela dentro de su imaginación y hacen una novela para ellos. Ahora, en cine eso no se puede. Porque en cine la cara es la cara que tú estás viendo, la imagen es de tal manera impositiva que tú no tienes escapatoria, no te deja la mínima posibilidad de creación porque te está diciendo todo como es, con una plasticidad, una perentoriedad que no te escapas”.
Debieron pasar cinco años tras su fallecimiento para que Rodrigo García Barcha (1959) y Gonzalo García Barcha (1964), los hijos que había tenido con su esposa Mercedes Barcha (1932-2020), vendieran los derechos a la plataforma de transmisión digital estadounidense Netflix. La adaptación televisiva se estrenó en 2024 con la dirección de la colombiana Laura Mora (1981) y el argentino Alex García López (1980), con un guion escrito por el puertorriqueño José Rivera (1955) junto a los colombianos Natalia Santa (1977), Camila Brugés (1982) y Alberto González (1976).
Sobre la relación del gran escritor colombiano con el cine se han publicado numerosos artículos en revistas como “Estudios de literatura colombiana”, “Rassegna iberistica” y “Secuencias. Revista de historia del cine” por citar sólo algunas, además de varios ensayos, entre ellos “Gabriel García Márquez and the cinema. Life and works” (Gabriel García Márquez y el cine. Vida y obras) del escritor y docente argentino radicado en Estados Unidos Pablo Brescia (1968); “Los amores contrariados: García Márquez y el cine” de la docente e investigadora costarricense especializada en la historia del cine María Lourdes Cortés (1964); “Gabriel García Márquez y el cine. La formación de un espectador cinéfilo en Colombia (1927-1961)” del Doctor en Lenguas, Culturas y Sociedades Modernas colombiano Santiago Alarcón Tobón (1985), y “El cine según García Márquez” del periodista y crítico cinematográfico cubano Joel del Río (1963).
En este último, del Río -quien ha sido profesor de historia del cine y géneros cinematográficos en Facultad de Arte de los Medios de Comunicación Audiovisual de la Universidad de las Artes de Cuba- escribió: “Cuatro años tenía Gabriel García Márquez cuando descubrió el cine, de la mano de su hermano Luis Enrique. En ‘Vivir para contarla’ se alude al terror provocado por la versión latina de ‘Drácula’, sobre todo en el momento en que el conde se disponía a hincar sus colmillos de vampiro en el cuello de la bella protagonista. A los once o doce años tuvo el permiso del padre para ir solo a la matiné de los domingos en el teatro Colombia, donde por primera vez se pasaban seriales con un episodio cada domingo, y se creaba una tensión que no permitía tener un instante de sosiego durante la semana”.
Reprodujo una frase de García Márquez en la que recordó aquella época: “‘La invasión de Mongo’ fue la primera epopeya interplanetaria que sólo pude reemplazar en mi corazón muchos años después con la ‘Odisea del espacio’ de Stanley Kubrick. Sin embargo, el cine argentino, con las películas de Carlos Gardel y Libertad Lamarque, terminó por derrotar a todos’”. En ese sentido, del Río mencionó otros ejemplos cinematográficos argentinos “en los cuales pueden rastrearse las huellas eminentes del realismo mágico, asentado por la literatura y el cine garcíamarquianos”. Y citó películas como “Tangos, el exilio de Gardel” y “Sur” de Fernando “Pino” Solanas (1936-2020), “Últimas imágenes del naufragio” y “El lado oscuro del corazón” de Eliseo Subiela (1944-2016) y “El viento se llevó lo que” de Alejandro Agresti (1961), además de varias otras de directores latinoamericanos que mostraron “realidades tan irracionales y personajes demenciales, consanguíneos con los Buendía de Macondo”.
Las películas del director italiano Vittorio de Sica (1901-1974) “Ladri di biciclette” (Ladrón de bicicletas) y “Miracolo a Milano” (Milagro en Milán), ambas emblemáticas del neorrealismo italiano, impactaron profundamente su visión del realismo y la fantasía, algo que ejercería una gran influencia en su estilo literario. Por esa época, anhelaba convertirse él mismo en director y durante un tiempo vivió su vocación como crítico cinematográfico en varios periódicos colombianos, entre ellos "El Espectador" de Bogotá, “El Heraldo” de Barranquilla y “El Universal” de Cartagena.
Inspirados en sus relatos se filmaron varias películas, entre ellas “El mar del tiempo perdido” de la directora Solveig Hoogesteijn (1946), “Crónica de una muerte anunciada” de Francesco Rosi (1922-2015) y la serie “Amores difíciles” comprendida por “Fábula de la bella palomera”, “Milagro en Roma”, “Cartas del parque”, “Un domingo feliz”, “El verano feliz de la señora Forbes” y “Yo soy el que tú buscas”, dirigida por los directores Tomás Gutiérrez Alea (1928-1996), Jaime Humberto Hermosillo (1942-2020), Jaime Chávarri (1943), Lisandro Duque (1943), Olegario Barrera (1947) y el citado Ruy Guerra.
En 1989 se realizaron otras dos películas con argumento del novelista: “Un señor muy viejo con unas alas enormes” de Fernando Birri (1925-2017) y “Me alquilo para soñar” del susodicho Ruy Guerra, a las que siguieron en 1996 “Edipo Alcalde” de Jorge Alí Triana (1942) -escrita por García Márquez-, en 1999 “El coronel no tiene quien le escriba” del mencionado Arturo Ripstein, en 2001 “Los niños invisibles” de Lisandro Duque Naranjo (1943), en 2006 “El amor en los tiempos del cólera”de Mike Newell (1942), en 2009 “Del amor y otros demonios” de Hilda Hidalgo (1970), en 2012 “Memoria de mis putas tristes” de Henning Carlsen (1927-2014), y en 2022 “Noticia de un secuestro”, una miniserie de seis capítulos dirigidos por Andrés Wood (1965).
Hacia fines de 1985, estando en Cuba, fundó en La Habana la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano (FNCL) y en San Antonio de Los Baños la Escuela Internacional de Cine y Televisión (EICTV), al tiempo que llevaba ya algunos años escribiendo guiones. A la pregunta que le hicieron por entonces en una entrevista sobre cuál era la misión de esas instituciones, respondió: “A mí me hacen mucho una pregunta: ¿qué interés político hay detrás de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, qué interés político hay detrás de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños? Les contesto: el interés político no está detrás, está delante. Es decir, el desarrollo del cine latinoamericano es hoy una necesidad cultural cuyo valor político es indudable: en primer término contribuye al desarrollo de la cultura en América Latina, a la divulgación de la cultura latinoamericana, a la integración de la América Latina, al sentido de independencia, de autonomía creativa de la América Latina, a la búsqueda de la identidad de los países de América Latina, a que sea un cine único el cine latinoamericano, que sea uno, a pesar de que cada país conserve sus características propias. Un cine único y un mercado latinoamericano. Debe haber un cine latinoamericano en el que cada país tenga su propia identidad. Pero que sea un sólo cine, un sólo mercado”.
En otras entrevistas a lo largo de los años habló de su relación con el cine. Así, por ejemplo, manifestó: “Estuve en una encrucijada de vocaciones. Estudié Derecho y lo interrumpí. En algún momento pensé que podría ser director de cine, siempre me ha gustado el cine, hasta el punto de que lo único que he estudiado sistemáticamente fue en una escuela es el cine. Nunca estudié literatura en ninguna escuela, ignoro por completo las leyes de la gramática castellana, escribo de oído, pero hice mi curso de Dirección de Cine lo mejor que pude en el Centro Experimental de Cinematografía de Roma. Hice la carrera completa. Pero me di cuenta luego de que es un trabajo muy duro, sobre todo porque no sólo el cine depende de la literatura, sino también depende demasiado de un aparato industrial del cual no depende tanto la literatura. Entonces me encontré con que era verdaderamente muy difícil y muy complicado expresarse uno personalmente e individualmente en cine y me quedé en la modesta soledad de la literatura”.
En otra ocasión afirmó: “La gran revelación del cine fue para mí el neorrealismo italiano, especialmente el guionista Zavattini. Él creó un cine que era barato, sentimental y muy simple, pero muy buen cine. Esa fórmula, siempre me ha parecido, es la gran fórmula para América Latina. El día que el cine se identifique con la realidad del país, del continente, ese día la gente irá a verlo y los distribuidores se desnucarán por exhibirlo”. Además de su admiración por Cesare Zavattini (1902-1989), destacado por su colaboración con el director Vittorio De Sica (1901-1974) con quien realizó películas tan valiosas como “Ladri di biciclette” (Ladrón de bicicletas), “Miracolo a Milano” (Milagro en Milán) y “L'oro di Napoli” (El oro de Nápoles), García Márquez también mostró su fascinación por Akira Kurosawa (1910-1998), el director de cine japonés célebre por películas como “Rashōmon” (Rashomon), “Akahige” (Barbarroja) y “Shichinin no samurai” (Los siete samuráis).
En julio de 1967, dos meses después de publicar “Cien años de soledad”, García Márquez, aseguró que “escribir para el cine exige una gran humildad. Esa es su gran diferencia con el trabajo literario. Mientras el novelista es libre y soberano frente a su máquina de escribir, el guionista de cine es apenas una pieza en un engranaje muy complejo y casi siempre movido por intereses contradictorios. El cine y la literatura son una especie de matrimonio mal avenido: no pueden vivir ni juntos ni separados”. Indudablemente “Cien años de soledad” fue la obra maestra de García Márquez, la cual fue traducida a medio centenar de idiomas convirtiéndose en una de las novelas más traducidas y leídas a nivel mundial, con millones de copias vendidas desde su publicación.
Un par de años después, en 1969, el actor mexicano-estadounidense Anthony Quinn (1915-2001) le ofreció un millón de dólares por los derechos de esa obra para llevarla al cine, pero el escritor rechazó la generosa oferta. En una de sus columnas en “El Espectador” escribió: “Anthony Quinn, con todo y su millón de dólares, no será nunca para mí ni para mis lectores el coronel Aureliano Buendía. Yo deseo que la comunicación con mis lectores sea directa, mediante las letras que yo escribo para ellos, de modo que ellos se imaginen a los personajes como quieran, y no con la cara prestada de un actor en la pantalla”. También el director italiano Francesco Rosi (1922-2015), el brasileño Glauber Rocha (1938-1981) y el estadounidense Francis Ford Coppola (1939) sucesivamente intentaron convencerlo de lo mismo, pero siempre se negó.
Años después, en 1988, en una entrevista realizada en Cuba explicó que la familiaridad de sus personajes le hizo reafirmarse en su posición de no permitir la adaptación de la novela a una filmación. “Los lectores de ‘Cien años de soledad’ y de todos mis libros en general, me dicen: ‘mira, a mí me gustó tu libro, porque Úrsula Iguarán se parece mucho a mi abuelita; porque Amaranta es igualita a una tía que yo tenía; porque el coronel Buendía era igualito al papá de un amigo…’ entonces tú sientes que están viviéndolo… En cine no se puede. En cine tienes la cara de Anthony Quinn, de Sofía Loren, de Robert Redford. Eso es inevitable y es muy difícil que un abuelito de nosotros se parezca a Robert Redford. Prefiero que mis lectores sigan imaginándose mis personajes como sus tíos y mis amigos y no que queden totalmente condicionados a lo que vieron en pantalla”.
Más adelante, en 1991, en una entrevista que le hicieron en la cadena de radiofonía colombiana “Caracol Radio” insistió: “La razón por la cual no quiero que ‘Cien años de soledad’ se haga en cine es porque la novela, a diferencia del cine, deja al lector un margen de creación que le permite imaginarse a los personajes, a los ambientes y a las situaciones como ellos creen que es. Y entonces, cuando ven a un personaje, se les parece a un tío, y hay una señora que es exactamente igual a una señora que ellos conocieron cuando eran niños o que conocieron la semana pasada. Y en esa forma van pegando caras y van pegando lugares y ellos reconstruyen la novela dentro de su imaginación y hacen una novela para ellos. Ahora, en cine eso no se puede. Porque en cine la cara es la cara que tú estás viendo, la imagen es de tal manera impositiva que tú no tienes escapatoria, no te deja la mínima posibilidad de creación porque te está diciendo todo como es, con una plasticidad, una perentoriedad que no te escapas”.
Debieron pasar cinco años tras su fallecimiento para que Rodrigo García Barcha (1959) y Gonzalo García Barcha (1964), los hijos que había tenido con su esposa Mercedes Barcha (1932-2020), vendieran los derechos a la plataforma de transmisión digital estadounidense Netflix. La adaptación televisiva se estrenó en 2024 con la dirección de la colombiana Laura Mora (1981) y el argentino Alex García López (1980), con un guion escrito por el puertorriqueño José Rivera (1955) junto a los colombianos Natalia Santa (1977), Camila Brugés (1982) y Alberto González (1976).
Sobre la relación del gran escritor colombiano con el cine se han publicado numerosos artículos en revistas como “Estudios de literatura colombiana”, “Rassegna iberistica” y “Secuencias. Revista de historia del cine” por citar sólo algunas, además de varios ensayos, entre ellos “Gabriel García Márquez and the cinema. Life and works” (Gabriel García Márquez y el cine. Vida y obras) del escritor y docente argentino radicado en Estados Unidos Pablo Brescia (1968); “Los amores contrariados: García Márquez y el cine” de la docente e investigadora costarricense especializada en la historia del cine María Lourdes Cortés (1964); “Gabriel García Márquez y el cine. La formación de un espectador cinéfilo en Colombia (1927-1961)” del Doctor en Lenguas, Culturas y Sociedades Modernas colombiano Santiago Alarcón Tobón (1985), y “El cine según García Márquez” del periodista y crítico cinematográfico cubano Joel del Río (1963).
En este último, del Río -quien ha sido profesor de historia del cine y géneros cinematográficos en Facultad de Arte de los Medios de Comunicación Audiovisual de la Universidad de las Artes de Cuba- escribió: “Cuatro años tenía Gabriel García Márquez cuando descubrió el cine, de la mano de su hermano Luis Enrique. En ‘Vivir para contarla’ se alude al terror provocado por la versión latina de ‘Drácula’, sobre todo en el momento en que el conde se disponía a hincar sus colmillos de vampiro en el cuello de la bella protagonista. A los once o doce años tuvo el permiso del padre para ir solo a la matiné de los domingos en el teatro Colombia, donde por primera vez se pasaban seriales con un episodio cada domingo, y se creaba una tensión que no permitía tener un instante de sosiego durante la semana”.
Reprodujo una frase de García Márquez en la que recordó aquella época: “‘La invasión de Mongo’ fue la primera epopeya interplanetaria que sólo pude reemplazar en mi corazón muchos años después con la ‘Odisea del espacio’ de Stanley Kubrick. Sin embargo, el cine argentino, con las películas de Carlos Gardel y Libertad Lamarque, terminó por derrotar a todos’”. En ese sentido, del Río mencionó otros ejemplos cinematográficos argentinos “en los cuales pueden rastrearse las huellas eminentes del realismo mágico, asentado por la literatura y el cine garcíamarquianos”. Y citó películas como “Tangos, el exilio de Gardel” y “Sur” de Fernando “Pino” Solanas (1936-2020), “Últimas imágenes del naufragio” y “El lado oscuro del corazón” de Eliseo Subiela (1944-2016) y “El viento se llevó lo que” de Alejandro Agresti (1961), además de varias otras de directores latinoamericanos que mostraron “realidades tan irracionales y personajes demenciales, consanguíneos con los Buendía de Macondo”.





