UNA FAMILIA NORMAL
Paz Monserrat Revillo
España (1962)
En nuestra familia ha
habido de todo. Suicidas, pederastas, psicópatas, cazadores, falangistas,
ludópatas y adoradores del líder. Matrimonios concertados, herencias
envenenadas, rebeldías con causa y algunas malas elecciones legendarias. Gente
de fiar y arteros embaucadores. Sentimiento de pertenencia y profundo
extrañamiento. Vehemencia y abulia. Astucia y bondad. Grandes sacrificios,
desarraigos de novela y otra vez la misma piedra. Los muertos prematuros -uno
de ellos contagiado de SIDA- asoman desdibujados como ramas livianas y
desconocidas del árbol genealógico, junto a otros personajes muy longevos
calificados como decentes o como inaguantables. O como ambas cosas a la vez.
No consigo entender por qué siempre se nos ha inculcado que somos una familia especial, impoluta y ejemplar, cuando simplemente somos una familia corriente, normal, incluso vulgar.
LA CASA
José Paulo Paes
Brasil (1926-1998)
Vendan esta casa: está
llena de fantasmas. En la biblioteca está un abuelo que hace tarjetas navideñas
con corazones de purpurina. En la tipografía, un tío que imprime avisos
funerarios y programa de circo. En la sala, un padre que lee novelas policíacas
hasta el fin de los tiempos. En la alcoba, una madre que está siempre pariendo
la última hija. En el comedor, una tía que barniza cuidadosamente su propio
ataúd. En la despensa, una prima que plancha todas las mortajas de la familia.
En la cocina, una abuela que cuenta noche y día historias del otro mundo. En el
patio, un negro viejo que murió en la guerra del Paraguay rajando leña. Y en el
tejado, un niño miedoso que los espía a todos; sólo que está vivo: ha sido
traído por el pájaro de los sueños.
Dejen dormir al niño, pero vendan la casa, véndanla de prisa, antes de que él despierte y se descubra también muerto.
EXPEDITIVO
Luisa Valenzuela
Argentina (1938)
Estábamos cenando
plácidamente en casa de los López Famesi, tan agradables ellos, tan buenos
anfitriones, cuando el desconocido empezó a contar su historia:
- Era un atardecer ventoso y no había alma alguna por la costa del lago. Yo avanzaba atento al vuelo de Tos patos y de golpe lo vi, al hombre ahí arriba tan al borde del acantilado. Era un lugar peligroso, una pared a pico como de cuarenta metros de alto. Yo lo miraba a él, sorprendido, y él me miraba a mí. Pensé que era un guardia costero o algo parecido. De golpe la fina saliente de roca sobre la que estaba parado cedió y el hombre se habría precipitado al vacío de no ser por unas ramas salientes a las que logró aferrarse en su caída. Quedó así bamboleándose sobre el vacío sin poder hacer pie en ninguna parte.
- ¡Ay, qué espanto! - exclamaron las señoras.
- Entonces yo, ni corto ni perezoso, lo bajé- nos tranquilizó el desconocido.
- Menos mal -suspiramos aliviados- usted es un héroe, cuéntenos como lo logró.
- Muy fácil. Lo bajé de un balazo.
EN LA SIERRA
Arturo Barea
España (1897-1957)
Esto fue en el primer
otoño de la guerra.
El muchacho -veinte años- era teniente; el padre, soldado, por no abandonar al hijo. En la Sierra dieron al hijo un balazo, y el padre le cogió a hombros. Le dieron un balazo de muerte. El padre ya no podía correr y se sentó con su carga al lado.
- Me muero, padre, me muero.
El padre le miró tranquilamente la herida mientras el enemigo se acercaba. Sacó la pistola y le mató.
A la mañana siguiente, fue a la cabeza de una descubierta y recobró el cadáver del hijo abandonado en mitad de las peñas. Lo condujo a la posición. Le envolvieron en una bandera tricolor y le enterraron. Asistió el padre al entierro. Tenía la cabeza descubierta mientras tapaban al hijo con la tierra aterronada, dura de hielo.
La cabeza era calva, brillante, con un cerquillo de pelos canos alrededor. Con la misma pistola hizo saltar la tapadera brillante de la calva. Quedó el cerquillo de pelo gris rodeando un agujero horrible de sangre y de sesos. Le enterraron al lado del hijo.
El frío de la Sierra hacía llorar a los hombres.
ESTE TEATRO PODRÍA
LLAMARSE “LA MUERTE MUTUA”
Alphonse Allais
Francia (1854-1905)
Como en todos los teatros,
en el del señor Bigfun (gran empresario australiano) se representan dramas
humanos y melodramas sobrehumanos. Pero hay un detalle que añade interés al
espectáculo: las víctimas son verdaderas víctimas, y no transcurre una sola
representación sin que haya al menos un crimen real o un suicidio de verdad.
Lo más extraño de esta extraña empresa es que, desde la apertura de su teatro, el señor Bigfun nunca tuvo inconvenientes para encontrar víctimas voluntarias. Al principio se trató de pobres diablos que, para dejar un dinero a su familia indigente, no dudaban en sacrificar sus vidas. Después vinieron los desesperados de ambos sexos; amantes infelices, muchachas abandonadas, todos desempeñaron una mala actuación en la puesta en escena de sus muertes.
Finalmente, llegó el turno del esnobismo y mucha gente, sin una profunda razón, se ofreció para el papel de víctima por el mero placer de impactar al público. Pronto aparecieron los apostadores y hoy no resulta extraño ver en los bares de Melbourne o de Sydney a unos borrachos haciendo apuestas en las que está en juego su muerte violenta, pero estética, en el escenario del querido Bigfun.
Pese a los enormes gastos (algunos de los macabros protagonistas cobran hasta un millón de libras), nuestro empresario ha amasado una fortuna considerable. Cuando la víctima voluntaria posee algo de talento y, sobre todo, una bella voz, el precio de las entradas no tiene límites.
NADA NOS CONMOVIÓ TANTO
Alfredo Armas Alfonzo
Venezuela (1921-1990)
Nada nos conmovió tanto a
los catorce años como la muerte de María, la niña pura del libro de Jorge
Isaacs. Este tomito, encuadernado en cuero rojo, con cantos y tafiletes dorados
había pertenecido a la biblioteca del abuelo Ricardo Alfonso, y lo hallé en uno
de sus baúles en la habitación frente al tanque. Solamente esas paredes saben
cómo lloré durante el proceso de enfermedad, muerte y entierro de María.
Entonces cuando iba al cementerio de arriba a visitar la tumba de Edda Eligia, la hermanita muerta, me parecía ver la misma siniestra ave negra posada en el brazo de hierro de la cruz. Al yo acercarme, el pajarraco levantaba el vuelo graznando lúgubremente.
Mi mayor felicidad entonces hubiera consistido en que la tuberculosis acabara con la hija de Narciso Blanco, pero los Blanco eran tradicionalmente una familia de gente sana.
PLACERES CULINARIOS
Elena Casero
España (1954)
La convivencia en vecindad
siempre es difícil y yo, según afirman todos, soy muy rara. Se quejan de todo
lo que hago: que si la ropa chorrea, que si el gato maúlla, que si el niño se
desliza por la barandilla de la escalera, que si, que si…
La última protesta ha sido porque mis comidas huelen de manera diferente y humean en exceso. Puede que sea rara, no lo niego, pero también soy de las que encuentra una solución para los problemas.
Si la ropa chorrea, coloco un plástico debajo; si el gato maúlla, le pongo una mascarilla con efecto de sordina; si el niño quiere bajar aprisa, lo descuelgo con una cesta por el balcón hasta la calle. Con el asunto de las comidas, no iba a ser diferente. La solución que encontré ha sido efectiva, porque cada vez se quejan menos. En estos momentos sólo me quedan cinco vecinos: el matrimonio del primero, las dos viejecitas del segundo y la renegona del tercero.
El que menos humeó fue el portero. A la del tercero la guardo para el final. Después de eso tenderé la ropa sin plástico y el gato podrá maullar a su antojo.
LA DICHA DE VIVIR
Leopoldo Lugones
Argentina (1874-1938)
Poco antes de la oración
del huerto, un hombre tristísimo que había ido a ver a Jesús conversaba con Felipe,
mientras concluía de orar el Maestro.
- Yo soy el resucitado de Naim -dijo el hombre-. Antes de mi muerte, me regocijaba con el vino, holgaba con las mujeres, festejaba con mis amigos, prodigaba joyas y me recreaba en la música. Hijo único, la fortuna de mi madre viuda era mía tan solo. Ahora nada de eso puedo; mi vida es un páramo. ¿A qué debo atribuirlo?
- Es que cuando el Maestro resucita a alguno, asume todos sus pecados -respondió el Apóstol-. Es como si aquél volviera a nacer en la pureza del párvulo…
- Así lo creía y por eso vengo.
- ¿Qué podrías pedirle, habiéndote devuelto la vida?
- Que me devuelva mis pecados -suspiró el hombre.
EL BUEN PADRE
Juan M. Ramírez Paredes
España (1982)
Decidí que la última bala
no estaría dirigida a nadie, ni siquiera para mí, porque de lo que fui no
quedaba nada. Esta era una idea muy meditada, como lo son todos los suicidios.
Mi familia tenía razón, nunca he sido un buen padre. La confirmación de esa
certeza hizo que se desmoronara aún más mi mundo. Descubrí que la pistola que
sujetaba entre mis manos era de juguete. Mi revólver cargado con una única bala
iba de camino al colegio en la mochila de mi hijo.
MUJER CON GATO
Liliana Heker
Argentina (1943)
El hombre que está asomado
a la ventana envidia a la mujer que, en el jardín de la planta baja, canturrea
ante la mirada atenta del gato. Qué feliz es, piensa el hombre. Ignora que la
mujer no es feliz: con excepción del gato, acaba de perder todo lo que amaba, y
sospecha (alguna vez lo ha leído) que los gatos se apartan de la desdicha.
Moriría si el gato también la abandonara. Por eso, ante la persistencia de la
mirada de él, no para de cantar y se ríe de cualquier cosa. El hombre de la
ventana le envidia la alegría porque no advierte el simulacro. El gato sí lo
advierte. Recela de esta actitud incongruente de la mujer, ¿por qué no se
largará a llorar de una buena vez como desea? La observa un momento más, a la
expectativa: ha vivido momentos muy lindos con ella. La mujer, consciente de la
mirada del gato, hace una divertida pirueta de baile. Sin duda le ocurrió algo
extraordinario, piensa el hombre de la ventana. No hay nada que hacer, concluye
el gato, ya no es confiable. Alarga infinitamente su cuerpo gozoso, se da
vuelta y, sin volver la vista atrás, salta la medianera y se va para siempre.
Paz Monserrat Revillo
España (1962)
No consigo entender por qué siempre se nos ha inculcado que somos una familia especial, impoluta y ejemplar, cuando simplemente somos una familia corriente, normal, incluso vulgar.
José Paulo Paes
Brasil (1926-1998)
Dejen dormir al niño, pero vendan la casa, véndanla de prisa, antes de que él despierte y se descubra también muerto.
Luisa Valenzuela
Argentina (1938)
- Era un atardecer ventoso y no había alma alguna por la costa del lago. Yo avanzaba atento al vuelo de Tos patos y de golpe lo vi, al hombre ahí arriba tan al borde del acantilado. Era un lugar peligroso, una pared a pico como de cuarenta metros de alto. Yo lo miraba a él, sorprendido, y él me miraba a mí. Pensé que era un guardia costero o algo parecido. De golpe la fina saliente de roca sobre la que estaba parado cedió y el hombre se habría precipitado al vacío de no ser por unas ramas salientes a las que logró aferrarse en su caída. Quedó así bamboleándose sobre el vacío sin poder hacer pie en ninguna parte.
- ¡Ay, qué espanto! - exclamaron las señoras.
- Entonces yo, ni corto ni perezoso, lo bajé- nos tranquilizó el desconocido.
- Menos mal -suspiramos aliviados- usted es un héroe, cuéntenos como lo logró.
- Muy fácil. Lo bajé de un balazo.
Arturo Barea
España (1897-1957)
El muchacho -veinte años- era teniente; el padre, soldado, por no abandonar al hijo. En la Sierra dieron al hijo un balazo, y el padre le cogió a hombros. Le dieron un balazo de muerte. El padre ya no podía correr y se sentó con su carga al lado.
- Me muero, padre, me muero.
El padre le miró tranquilamente la herida mientras el enemigo se acercaba. Sacó la pistola y le mató.
A la mañana siguiente, fue a la cabeza de una descubierta y recobró el cadáver del hijo abandonado en mitad de las peñas. Lo condujo a la posición. Le envolvieron en una bandera tricolor y le enterraron. Asistió el padre al entierro. Tenía la cabeza descubierta mientras tapaban al hijo con la tierra aterronada, dura de hielo.
La cabeza era calva, brillante, con un cerquillo de pelos canos alrededor. Con la misma pistola hizo saltar la tapadera brillante de la calva. Quedó el cerquillo de pelo gris rodeando un agujero horrible de sangre y de sesos. Le enterraron al lado del hijo.
El frío de la Sierra hacía llorar a los hombres.
Alphonse Allais
Francia (1854-1905)
Lo más extraño de esta extraña empresa es que, desde la apertura de su teatro, el señor Bigfun nunca tuvo inconvenientes para encontrar víctimas voluntarias. Al principio se trató de pobres diablos que, para dejar un dinero a su familia indigente, no dudaban en sacrificar sus vidas. Después vinieron los desesperados de ambos sexos; amantes infelices, muchachas abandonadas, todos desempeñaron una mala actuación en la puesta en escena de sus muertes.
Finalmente, llegó el turno del esnobismo y mucha gente, sin una profunda razón, se ofreció para el papel de víctima por el mero placer de impactar al público. Pronto aparecieron los apostadores y hoy no resulta extraño ver en los bares de Melbourne o de Sydney a unos borrachos haciendo apuestas en las que está en juego su muerte violenta, pero estética, en el escenario del querido Bigfun.
Pese a los enormes gastos (algunos de los macabros protagonistas cobran hasta un millón de libras), nuestro empresario ha amasado una fortuna considerable. Cuando la víctima voluntaria posee algo de talento y, sobre todo, una bella voz, el precio de las entradas no tiene límites.
Alfredo Armas Alfonzo
Venezuela (1921-1990)
Entonces cuando iba al cementerio de arriba a visitar la tumba de Edda Eligia, la hermanita muerta, me parecía ver la misma siniestra ave negra posada en el brazo de hierro de la cruz. Al yo acercarme, el pajarraco levantaba el vuelo graznando lúgubremente.
Mi mayor felicidad entonces hubiera consistido en que la tuberculosis acabara con la hija de Narciso Blanco, pero los Blanco eran tradicionalmente una familia de gente sana.
Elena Casero
España (1954)
La última protesta ha sido porque mis comidas huelen de manera diferente y humean en exceso. Puede que sea rara, no lo niego, pero también soy de las que encuentra una solución para los problemas.
Si la ropa chorrea, coloco un plástico debajo; si el gato maúlla, le pongo una mascarilla con efecto de sordina; si el niño quiere bajar aprisa, lo descuelgo con una cesta por el balcón hasta la calle. Con el asunto de las comidas, no iba a ser diferente. La solución que encontré ha sido efectiva, porque cada vez se quejan menos. En estos momentos sólo me quedan cinco vecinos: el matrimonio del primero, las dos viejecitas del segundo y la renegona del tercero.
El que menos humeó fue el portero. A la del tercero la guardo para el final. Después de eso tenderé la ropa sin plástico y el gato podrá maullar a su antojo.
Leopoldo Lugones
Argentina (1874-1938)
- Yo soy el resucitado de Naim -dijo el hombre-. Antes de mi muerte, me regocijaba con el vino, holgaba con las mujeres, festejaba con mis amigos, prodigaba joyas y me recreaba en la música. Hijo único, la fortuna de mi madre viuda era mía tan solo. Ahora nada de eso puedo; mi vida es un páramo. ¿A qué debo atribuirlo?
- Es que cuando el Maestro resucita a alguno, asume todos sus pecados -respondió el Apóstol-. Es como si aquél volviera a nacer en la pureza del párvulo…
- Así lo creía y por eso vengo.
- ¿Qué podrías pedirle, habiéndote devuelto la vida?
- Que me devuelva mis pecados -suspiró el hombre.
Juan M. Ramírez Paredes
España (1982)
Liliana Heker
Argentina (1943)