23 de diciembre de 2025

Rita Segato: “Argentina tiene más que ningún otro país un problema: su política es pendular”

La antrop
óloga, escritora y activista feminista argentina Rita Segato (1951) nació en Buenos Aires y actualmente está afincada en Brasil. Particularmente es conocida por sus investigaciones orientadas a las cuestiones de violencia de género, racismo y colonialidad en los pueblos originarios y comunidades latinoamericanas. Cursó la licenciatura en Ciencias Antropológicas en la Universidad de Buenos Aires y obtuvo su doctorado en antropología social en la Queen's University de Belfast, Irlanda del Norte. Fue profesora de Antropología y Bioética en la Universidade de Brasília, Brasil, ha sido investigadora visitante posdoctoral en varias universidades de Estados Unidos y Francia, y ha dictado seminarios de posgrado en universidades de Argentina, Bélgica, Chile, Colombia, Costa Rica, Ecuador, España, Estados Unidos, Italia, México, Perú, Puerto Rico y Venezuela. Entre sus obras pueden mencionarse “Las estructuras elementales de la violencia”, “Las nuevas formas de la guerra y el cuerpo de las mujeres”, “La crítica de la colonialidad en ocho ensayos y una antropología por demanda”, “La guerra contra las mujeres”, “Contra-pedagogías de la crueldad”, “Escenas de un pensamiento incómodo. Género, violencia y cultura en una óptica decolonial”, “La nación y sus otros. Raza, etnicidad y diversidad religiosa en tiempos de políticas de la identidad” y “Las estructuras elementales de la violencia. Ensayos sobre género entre la antropología, el psicoanálisis y los derechos humanos”.


Ha afirmado: “La pedagogía de la crueldad es todo lo que modifica nuestro umbral de empatía, lo cual nos lleva a normalizar formas de causar sufrimiento y mirarlas como algo aceptable, tolerable. Hoy la humanidad tiene alta tolerancia al dolor y gran enajenación del sufrimiento ajeno. Quizás se parezca a la etapa teorizada por Michel Foucault en “Vigilar y castigar”: las hogueras y los ajusticiamientos crueles y públicos que la humanidad fue obligada a presenciar, pues aquellas eran praxis ejemplarizantes. Estamos ante un retorno a ese período del pasado”. Lo que sigue es una selección de fragmentos de las entrevistas publicadas en la “Agencia Presentes” el 27 de mayo de 2024, en “La Voz del Interior” el 22 de septiembre de 2025 y en “La Jornada” el 28 de septiembre de 2025, realizadas por Marianela Mayer, Virginia Digón y Mario Bravo respectivamente.
 
¿Cómo calificaría la situación de las mujeres y diversidades en América Latina?
 
Una de las cosas que causan perplejidad, desde hace tiempo ya, es que en América Latina tenemos una legislación amplia y políticas públicas bastante numerosas que se dirigen a la protección de la mujer y de la acción de femicidio. Pero evidentemente no hay una respuesta proporcional de la sociedad. Habría que reflexionar para entender por qué. Cuál es el impedimento de que las leyes toquen en el fenómeno de la vulneración de las mujeres, que está siempre en crecimiento. Esta situación es rara y tiene que ver con mis comentarios sobre la crisis de la fe estatal. Porque algo pasa con las medidas de Estado que, de alguna manera, tienen inmensa dificultad en llegar a la población. No quiero decir que no debería existir un Estado cuidador de las personas, pero debería haber una reflexión profunda sobre los bloqueos del Estado para llegar a las personas y pueblos de la nación.
 
¿Y por qué los movimientos antigénero y los discursos de odio, que no son algo nuevo, parecerían tener mayor eco hoy en día?
 
Eso es otro tema. En todos los gobiernos de derecha, en todos los gobiernos que apoyan los cinco grandes preceptos del capital (productividad, competitividad, cálculo de costo-beneficio, acumulación, concentración) hubo una convergencia en la diabolización de la mujer. O sea, en un ataque a todas las reivindicaciones y propuestas del movimiento de mujeres, llamémosle feminista o de otra forma. El movimiento de las mujeres en la sociedad de repente fue intervenido por todos los sectores políticos que se oponen al campo crítico, que son del campo conservador.
 
Justamente esta situación se potenció de la mano de líderes como Trump, Bolsonaro o Bukele y ahora Milei.
 
El multiculturalismo, una propuesta que vino del Norte liberal y capitalista con la caída del Muro de Berlín era una forma de distribución de la riqueza. Contemplaba lo que en ese momento se llamó las identidades políticas, que hoy llamo formas de minoritización. Tuvo su colesterol bueno y malo. Nombraba los intereses de las minorías que fueron perjudicadas por la historia (negros, indios, mujeres, sexualidades divergentes) e intentaba protegerlas con las acciones afirmativas. Tenía ese efecto benigno, pero siempre como un distribucionismo. Es decir, nunca hubo en él una reflexión sobre la riqueza. En realidad, a este distribucionismo multiculturalista se lo pensó desde el Norte como una forma más de apoyo al capital. Porque es un apoyo al consumo por parte de las diferentes “minorías”. En un momento más reciente, que se muestra claramente con la emergencia de Trump y el retorno cada vez más fuerte de los neofascismos en Europa, el multiculturalismo cae. No es más la agenda del presente. Los extraordinarios e inteligentísimos “think tanks” de la derecha se dieron cuenta de que las reivindicaciones antipatriarcales causarían realmente un daño letal en el casco del barco. Para mí, el poder no es observable, es secreto, y los poderes tienen secretos. Pero podemos apostar adónde se dirigen por los epifenómenos, por lo que sí se muestra. Evidentemente, hubo un cambio de rumbo en algún momento. En el proyecto del multiculturalismo se pensó que mujeres y minorías consumidoras no eran confiables. Se percibió que, por detrás del movimiento, que erosionaba las bases del patriarcado, ocasionarían averías al casco del capitalismo. Entonces, desmoronando el patriarcado se desmorona el edificio que tiene en él sus cimientos y se aprende que es posible modificar la historia, que se la puede orientar hacia otro horizonte.
 
¿Qué hace que esta diabolización sea efectiva?
 
Esos partidos políticos colocan sus discursos en los medios más poderosos que existen: en los medios masivos, en las redes, con los trolls. Tienen cantidad de estratos mediáticos y en todos ellos colocan el discurso de una manera muy potente. “Defendamos la vida”, por ejemplo. Es muy fácil de contestar, pero nos han tapado la boca por el gran acceso que tienen a los medios de máximo poder y sus estratos. En todos esos lugares se colocó una imagen de las reivindicaciones feministas como daño, es una contrapropaganda.
 
¿Los medios críticos a ese discurso entran sin quererlo en ese juego?
 
¡Porque no entienden lo que les está pasando! Uno de los peores problemas que hay es que el campo crítico todavía está aferrado a las ideas -pero mal eh- de izquierda y derecha. Como dice mi hija: la izquierda está en la primera mitad del siglo XX. No son capaces de leer Nicaragua ni Rusia o de darse cuenta de que la guerra en Ucrania no es una guerra ideológica, sino puramente territorial y por poder. Por eso, me digo una pensadora de campo crítico y no de izquierda, porque la manera en que la izquierda y derecha están construidas es por gente estúpida. Cuando hice mi crítica a Evo Morales, por la que me insultaron, hoy se ve que tenía razón. Él rompió el MAS por poder. Claro que hubo grandes proyectos en el primer momento de Evo, pero se decayeron y lo que los vació fue que por detrás había una búsqueda por poder, que es peligrosísima y es inclusive algo que no debemos buscar en el feminismo. Nosotras no buscamos las mismas metas que el patriarcado. No es poder lo que buscamos, sino el desmoronamiento de todos los poderes. Estoy convencida.
 
Al escucharla pienso en la Argentina, que había avanzado en derechos y políticas igualitarias y, sin embargo, eligió a un antigénero declarado como presidente.
 
Claro y es lo que tenemos que entender con urgencia: en qué nos equivocamos. Porque si no, no vamos a salir de dar vueltas en círculo. Argentina tiene más que ningún otro país un problema: su política es pendular. No sabemos hacer una de las cosas buenas que la militancia comunista en los ‘60 nos había enseñado, que es la autocrítica. No hay autocrítica, ni ellos mismos la hicieron. El significado de esta palabra fue tergiversado completamente. Nosotros tenemos que autocriticarnos porque algo se hizo muy mal.
 
A su juicio, una de las salidas al patriarcado sería “domesticar la política” y suele referirse a las sociedades indígenas. ¿Son un ejemplo de que es posible?
 
Todas las sociedades indígenas del presente tienen el impacto de la criollización, pero unas realmente están en un gran proceso. Muchas están en un proceso de reemergencia y otras están en un proceso de lo que Aníbal Quijano -que es mi autor de cabecera- llama el regreso del pasado. No se trata de volver al pasado, sino de que aquel pasado nos encuentre en el presente. Si miramos alrededor, de repente, están surgiendo una gran cantidad de liderazgos muy importantes que vienen de mundos tanto afrodescendientes -como Francia Márquez-, como de mundos indígenas -como Berta Cáceres y muchas en el Brasil en este momento-. Pero hay muchas y muy jóvenes que vienen de estructuras comunales, donde está la domesticidad que llamo de cuño femenino, estructurada de otra forma y con otras metas que la politicidad masculina. Son personajes importantísimos de la política, es decir, de aquello que impacta la vida colectiva. Mujeres que van a impactar la vida colectiva, pero viniendo de otra forma de politicidad, de mundos comunales, donde lo doméstico no es ni privado ni íntimo.
 
¿Cómo ve el futuro?
 
Yo soy una persona, en fin, bastante optimista. Es un momento difícil, muy doloroso. Pero no te olvides que el poder no sólo se desintegra y perece por los ataques que sufre desde afuera, en realidad se agusana desde adentro. Como dicen los ingleses: “Either it breaks or it makes you”. Lo que no te destruye, te construye, y es así.
 
Hay gran cantidad de videos sobre el genocidio en Palestina. ¿Por qué esa desmesurada exposición no hace más sensible al mundo?
 
La peculiaridad de Gaza es el espectáculo, la exhibición de crueldad y de impunidad. Eso me lleva a encontrarme con Ciudad Juárez. Al platicar con mujeres que hablaban de ese tema, les dije que no existía un problema de impunidad sino un espectáculo de impunidad para demostrar que el territorio tiene dueños no oficiales, los cuales no son gobernantes ni alcaldes. Me refiero a dueños ocultos, de una dueñidad innombrable.
 
¿Qué pasa con nosotros como testigos de ese espectáculo?
 
No sólo somos testigos, sino también víctimas, pues se nos señala que dicha capacidad de victimización también podría caer sobre nosotros. Es una amenaza al mundo y, en específico, a quienes no son convenientes para los intereses de los ya referidos dueños del planeta.
 
Usted afirma que en Gaza se derrumbó la ficción jurídica del Estado de derecho. Si colapsa ese bastión de la modernidad, ¿qué frenará entonces los próximos genocidios?
 
Ese es el problema. El derecho siempre tuvo un valor esencialmente discursivo: señalaba qué se puede hacer y qué no se puede, aquello que está bien y lo que está mal. Las personas consideraban ese discurso como aceptable, lógico y racional: así se volvía vigente. El derecho existió siempre como una pedagogía discursiva, así como deben ser pedagógicos el papel de un juez o de un tribunal, pero ha caído lo poco de eso que aún era vigente.
 
Usted reivindica el enojo ante los desastres actuales. ¿Esa emoción es fecunda?
 
No sé, pero en mí es inevitable. Pienso en conversación: el desafío, el límite y la pregunta me hacen pensar más y mejor. Hago una diferencia entre inocencia e ingenuidad. Hay quien no toma conocimiento de lo que ocurre cuando no le resulta conveniente; en cambio, la persona inocente no percibe ciertos proyectos ni amenazas, pero se enoja cuando los reconoce. Y se enoja, aunque no le convenga y aunque coloque en riesgo su vida. El ingenuo, no. La ingenuidad es conveniente. Me considero inocente; pero conozco a mucha gente ingenua. Y los detesto.
 
En sus intervenciones evita hablar de “izquierda” y “derecha” y prefiere otra clasificación. ¿Por qué?
 
Porque esas categorías se volvieron insuficientes. Prefiero hablar del campo crítico como opuesto al frente que promueve la acumulación-concentración. Todas las revoluciones fracasaron en algo crucial: consideraron los abusos contra las mujeres como un “crimen menor”. Y no lo es. El crimen contra las mujeres es político, no moral ni íntimo. Mientras no entendamos eso, ninguna revolución llegará a destino.
 
Estamos en un contexto nacional de negación y deslegitimación de los derechos de las mujeres. ¿Por qué cree que desde el poder se centran en esto?
 
Porque cuando las reivindicaciones de las mujeres lleguen a destino demostrarán que es posible cambiar la historia. Si se rompe esa primera jerarquía en la que la voz del varón vale más que la de la mujer, tiembla todo el edificio de poder y quedará demostrado que el mundo entero puede cambiar de rumbo.
 
¿Cómo analiza la política mundial y la sociedad en este momento histórico?
 
Estamos en una era de profunda infelicidad, donde se codicia la felicidad ajena y colapsan los valores que conocíamos. Lo que pasa en Gaza muestra el fin de la ficción jurídica. Genocidios hubo muchos a lo largo de la historia, como la conquista, el holocausto, pero el de Palestina es único, porque el genocidio se exhibe como tal. En el holocausto hay registro del asombro y espanto de las fuerzas aliadas al entrar a los campos de concentración, sus caras de horror y sorpresa porque ahí se enteraban de lo que había sucedido. Con Gaza el genocidio está expuesto y el poder de muerte se exhibe como ley. Lo mismo opera en la violencia de género: hay una exhibición de ese poder. Entonces no hay ley eficaz sin un cambio profundo de la sociedad.
 
Dice que la ley por sí sola no basta. ¿Cuál es el rol de la Justicia?
 
La ley no llega a destino si cada persona no se convierte en juez en su vida cotidiana y si los jueces no entienden su función pedagógica. Necesitamos que la Justicia enseñe, no sólo castigue.
 
También es crítica del punitivismo como única respuesta. ¿Qué hace falta para transformar?
 
Creo que tiene que haber una conciencia de género y quienes llegan al poder no deben ser “secuestradas” por la lógica patriarcal de los cargos. Los cargos tienen género y raza. Cuando una mujer llega a un cargo tiene dos opciones: o modifica el cargo desde una conciencia de género y genera un cambio, o queda “secuestrada” por el cargo y se vuelve “blanca y masculina”. No alcanza con la presencia: hay que cambiar la forma de gestionar la vida. Por eso hablo de una politicidad en clave femenina, que viene de la historia misma de las mujeres y sus prácticas de gestión y decisión.
 
¿Cuál cree que es hoy el desafío mayor del feminismo?
 
Pensar el poder. El género y la racialización son las estructuras con las que el poder se apoya para dominar. Es una torsión histórica: desarmar la “argamasa jerárquica” que no vemos, ese pegamento que mantiene el edificio de las jerarquías. Sin conciencia, no hay giro de rumbo.