Rita Segato: “Argentina tiene más que ningún otro país un problema: su política es pendular”
La antropóloga, escritora y
activista feminista argentina Rita Segato (1951) nació en Buenos Aires y actualmente está afincada
en Brasil. Particularmente es conocida por sus investigaciones orientadas a las
cuestiones de violencia de género, racismo y colonialidad en los pueblos
originarios y comunidades latinoamericanas. Cursó la licenciatura en Ciencias
Antropológicas en la Universidad de Buenos Aires y obtuvo su doctorado en
antropología social en la Queen's University de Belfast, Irlanda del Norte. Fue
profesora de Antropología y Bioética en la Universidade de Brasília, Brasil, ha
sido investigadora visitante posdoctoral en varias universidades de Estados
Unidos y Francia, y ha dictado seminarios de posgrado en universidades de
Argentina, Bélgica, Chile, Colombia, Costa Rica, Ecuador, España, Estados
Unidos, Italia, México, Perú, Puerto Rico y Venezuela. Entre sus obras pueden
mencionarse “Las estructuras elementales de la violencia”, “Las nuevas formas
de la guerra y el cuerpo de las mujeres”, “La crítica de la colonialidad en ocho
ensayos y una antropología por demanda”, “La guerra contra las mujeres”, “Contra-pedagogías
de la crueldad”, “Escenas de un pensamiento incómodo. Género, violencia y
cultura en una óptica decolonial”, “La nación y sus otros. Raza, etnicidad y
diversidad religiosa en tiempos de políticas de la identidad” y “Las
estructuras elementales de la violencia. Ensayos sobre género entre la
antropología, el psicoanálisis y los derechos humanos”.
Ha afirmado: “La pedagogía
de la crueldad es todo lo que modifica nuestro umbral de empatía, lo cual nos
lleva a normalizar formas de causar sufrimiento y mirarlas como algo aceptable,
tolerable. Hoy la humanidad tiene alta tolerancia al dolor y gran enajenación
del sufrimiento ajeno. Quizás se parezca a la etapa teorizada por Michel
Foucault en “Vigilar y castigar”: las hogueras y los ajusticiamientos crueles y
públicos que la humanidad fue obligada a presenciar, pues aquellas eran praxis
ejemplarizantes. Estamos ante un retorno a ese período del pasado”. Lo que
sigue es una selección de fragmentos de las entrevistas publicadas en la
“Agencia Presentes” el 27 de mayo de 2024, en “La Voz del Interior” el 22 de
septiembre de 2025 y en “La Jornada” el 28 de septiembre de 2025, realizadas
por Marianela Mayer, Virginia Digón y Mario Bravo respectivamente.
¿Cómo calificaría la
situación de las mujeres y diversidades en América Latina?
Una de las cosas que
causan perplejidad, desde hace tiempo ya, es que en América Latina tenemos una
legislación amplia y políticas públicas bastante numerosas que se dirigen a la
protección de la mujer y de la acción de femicidio. Pero evidentemente no hay
una respuesta proporcional de la sociedad. Habría que reflexionar para entender
por qué. Cuál es el impedimento de que las leyes toquen en el fenómeno de la
vulneración de las mujeres, que está siempre en crecimiento. Esta situación es
rara y tiene que ver con mis comentarios sobre la crisis de la fe estatal.
Porque algo pasa con las medidas de Estado que, de alguna manera, tienen
inmensa dificultad en llegar a la población. No quiero decir que no debería
existir un Estado cuidador de las personas, pero debería haber una reflexión
profunda sobre los bloqueos del Estado para llegar a las personas y pueblos de
la nación.
¿Y por qué los movimientos
antigénero y los discursos de odio, que no son algo nuevo, parecerían tener
mayor eco hoy en día?
Eso es otro tema. En todos
los gobiernos de derecha, en todos los gobiernos que apoyan los cinco grandes
preceptos del capital (productividad, competitividad, cálculo de
costo-beneficio, acumulación, concentración) hubo una convergencia en la
diabolización de la mujer. O sea, en un ataque a todas las reivindicaciones y
propuestas del movimiento de mujeres, llamémosle feminista o de otra forma. El
movimiento de las mujeres en la sociedad de repente fue intervenido por todos
los sectores políticos que se oponen al campo crítico, que son del campo
conservador.
Justamente esta situación
se potenció de la mano de líderes como Trump, Bolsonaro o Bukele y ahora Milei.
El multiculturalismo, una
propuesta que vino del Norte liberal y capitalista con la caída del Muro de
Berlín era una forma de distribución de la riqueza. Contemplaba lo que en ese
momento se llamó las identidades políticas, que hoy llamo formas de
minoritización. Tuvo su colesterol bueno y malo. Nombraba los intereses de las
minorías que fueron perjudicadas por la historia (negros, indios, mujeres,
sexualidades divergentes) e intentaba protegerlas con las acciones afirmativas.
Tenía ese efecto benigno, pero siempre como un distribucionismo. Es decir,
nunca hubo en él una reflexión sobre la riqueza. En realidad, a este
distribucionismo multiculturalista se lo pensó desde el Norte como una forma
más de apoyo al capital. Porque es un apoyo al consumo por parte de las
diferentes “minorías”. En un momento más reciente, que se muestra claramente
con la emergencia de Trump y el retorno cada vez más fuerte de los neofascismos
en Europa, el multiculturalismo cae. No es más la agenda del presente. Los
extraordinarios e inteligentísimos “think tanks” de la derecha se dieron cuenta
de que las reivindicaciones antipatriarcales causarían realmente un daño letal
en el casco del barco. Para mí, el poder no es observable, es secreto, y los
poderes tienen secretos. Pero podemos apostar adónde se dirigen por los
epifenómenos, por lo que sí se muestra. Evidentemente, hubo un cambio de rumbo
en algún momento. En el proyecto del multiculturalismo se pensó que mujeres y
minorías consumidoras no eran confiables. Se percibió que, por detrás del
movimiento, que erosionaba las bases del patriarcado, ocasionarían averías al
casco del capitalismo. Entonces, desmoronando el patriarcado se desmorona el
edificio que tiene en él sus cimientos y se aprende que es posible modificar la
historia, que se la puede orientar hacia otro horizonte.
¿Qué hace que esta
diabolización sea efectiva?
Esos partidos políticos
colocan sus discursos en los medios más poderosos que existen: en los medios
masivos, en las redes, con los trolls. Tienen cantidad de estratos mediáticos y
en todos ellos colocan el discurso de una manera muy potente. “Defendamos la
vida”, por ejemplo. Es muy fácil de contestar, pero nos han tapado la boca por
el gran acceso que tienen a los medios de máximo poder y sus estratos. En todos
esos lugares se colocó una imagen de las reivindicaciones feministas como daño,
es una contrapropaganda.
¿Los medios críticos a ese
discurso entran sin quererlo en ese juego?
¡Porque no entienden lo
que les está pasando! Uno de los peores problemas que hay es que el campo
crítico todavía está aferrado a las ideas -pero mal eh- de izquierda y derecha.
Como dice mi hija: la izquierda está en la primera mitad del siglo XX. No son
capaces de leer Nicaragua ni Rusia o de darse cuenta de que la guerra en
Ucrania no es una guerra ideológica, sino puramente territorial y por poder.
Por eso, me digo una pensadora de campo crítico y no de izquierda, porque la
manera en que la izquierda y derecha están construidas es por gente estúpida.
Cuando hice mi crítica a Evo Morales, por la que me insultaron, hoy se ve que tenía
razón. Él rompió el MAS por poder. Claro que hubo grandes proyectos en el
primer momento de Evo, pero se decayeron y lo que los vació fue que por detrás
había una búsqueda por poder, que es peligrosísima y es inclusive algo que no
debemos buscar en el feminismo. Nosotras no buscamos las mismas metas que el
patriarcado. No es poder lo que buscamos, sino el desmoronamiento de todos los
poderes. Estoy convencida.
Al escucharla pienso en la
Argentina, que había avanzado en derechos y políticas igualitarias y, sin
embargo, eligió a un antigénero declarado como presidente.
Claro y es lo que tenemos
que entender con urgencia: en qué nos equivocamos. Porque si no, no vamos a
salir de dar vueltas en círculo. Argentina tiene más
que ningún otro país un problema: su política es pendular. No sabemos hacer
una de las cosas buenas que la militancia comunista en los ‘60 nos había
enseñado, que es la autocrítica. No hay autocrítica, ni ellos mismos la
hicieron. El significado de esta palabra fue tergiversado completamente.
Nosotros tenemos que autocriticarnos porque algo se hizo muy mal.
A su juicio, una de las
salidas al patriarcado sería “domesticar la política” y suele referirse a las
sociedades indígenas. ¿Son un ejemplo de que es posible?
Todas las sociedades indígenas
del presente tienen el impacto de la criollización, pero unas realmente están
en un gran proceso. Muchas están en un proceso de reemergencia y otras están en
un proceso de lo que Aníbal Quijano -que es mi autor de cabecera- llama el
regreso del pasado. No se trata de volver al pasado, sino de que aquel pasado
nos encuentre en el presente. Si miramos alrededor, de repente, están surgiendo
una gran cantidad de liderazgos muy importantes que vienen de mundos tanto
afrodescendientes -como Francia Márquez-, como de mundos indígenas -como Berta
Cáceres y muchas en el Brasil en este momento-. Pero hay muchas y muy jóvenes
que vienen de estructuras comunales, donde está la domesticidad que llamo de
cuño femenino, estructurada de otra forma y con otras metas que la politicidad
masculina. Son personajes importantísimos de la política, es decir, de aquello
que impacta la vida colectiva. Mujeres que van a impactar la vida colectiva,
pero viniendo de otra forma de politicidad, de mundos comunales, donde lo
doméstico no es ni privado ni íntimo.
¿Cómo ve el futuro?
Yo soy una persona, en
fin, bastante optimista. Es un momento difícil, muy doloroso. Pero no te
olvides que el poder no sólo se desintegra y perece por los ataques que sufre
desde afuera, en realidad se agusana desde adentro. Como dicen los ingleses:
“Either it breaks or it makes you”. Lo que no te destruye, te construye, y es
así.
Hay gran cantidad de
videos sobre el genocidio en Palestina. ¿Por qué esa desmesurada exposición no
hace más sensible al mundo?
La peculiaridad de Gaza es
el espectáculo, la exhibición de crueldad y de impunidad. Eso me lleva a
encontrarme con Ciudad Juárez. Al platicar con mujeres que hablaban de ese
tema, les dije que no existía un problema de impunidad sino un espectáculo de
impunidad para demostrar que el territorio tiene dueños no oficiales, los
cuales no son gobernantes ni alcaldes. Me refiero a dueños ocultos, de una
dueñidad innombrable.
¿Qué pasa con nosotros
como testigos de ese espectáculo?
No sólo somos testigos,
sino también víctimas, pues se nos señala que dicha capacidad de victimización
también podría caer sobre nosotros. Es una amenaza al mundo y, en específico, a
quienes no son convenientes para los intereses de los ya referidos dueños del
planeta.
Usted afirma que en Gaza
se derrumbó la ficción jurídica del Estado de derecho. Si colapsa ese bastión
de la modernidad, ¿qué frenará entonces los próximos genocidios?
Ese es el problema. El
derecho siempre tuvo un valor esencialmente discursivo: señalaba qué se puede
hacer y qué no se puede, aquello que está bien y lo que está mal. Las personas
consideraban ese discurso como aceptable, lógico y racional: así se volvía
vigente. El derecho existió siempre como una pedagogía discursiva, así como
deben ser pedagógicos el papel de un juez o de un tribunal, pero ha caído lo
poco de eso que aún era vigente.
Usted reivindica el enojo
ante los desastres actuales. ¿Esa emoción es fecunda?
No sé, pero en mí es
inevitable. Pienso en conversación: el desafío, el límite y la pregunta me
hacen pensar más y mejor. Hago una diferencia entre inocencia e ingenuidad. Hay
quien no toma conocimiento de lo que ocurre cuando no le resulta conveniente;
en cambio, la persona inocente no percibe ciertos proyectos ni amenazas, pero
se enoja cuando los reconoce. Y se enoja, aunque no le convenga y aunque
coloque en riesgo su vida. El ingenuo, no. La ingenuidad es conveniente. Me
considero inocente; pero conozco a mucha gente ingenua. Y los detesto.
En sus intervenciones evita
hablar de “izquierda” y “derecha” y prefiere otra clasificación. ¿Por qué?
Porque esas categorías se
volvieron insuficientes. Prefiero hablar del campo crítico como opuesto al
frente que promueve la acumulación-concentración. Todas las revoluciones
fracasaron en algo crucial: consideraron los abusos contra las mujeres como un
“crimen menor”. Y no lo es. El crimen contra las mujeres es político, no moral
ni íntimo. Mientras no entendamos eso, ninguna revolución llegará a destino.
Estamos en un contexto
nacional de negación y deslegitimación de los derechos de las mujeres. ¿Por qué
cree que desde el poder se centran en esto?
Porque cuando las
reivindicaciones de las mujeres lleguen a destino demostrarán que es posible
cambiar la historia. Si se rompe esa primera jerarquía en la que la voz del
varón vale más que la de la mujer, tiembla todo el edificio de poder y quedará
demostrado que el mundo entero puede cambiar de rumbo.
¿Cómo analiza la política
mundial y la sociedad en este momento histórico?
Estamos en una era de
profunda infelicidad, donde se codicia la felicidad ajena y colapsan los
valores que conocíamos. Lo que pasa en Gaza muestra el fin de la ficción
jurídica. Genocidios hubo muchos a lo largo de la historia, como la conquista,
el holocausto, pero el de Palestina es único, porque el genocidio se exhibe
como tal. En el holocausto hay registro del asombro y espanto de las fuerzas
aliadas al entrar a los campos de concentración, sus caras de horror y sorpresa
porque ahí se enteraban de lo que había sucedido. Con Gaza el genocidio está
expuesto y el poder de muerte se exhibe como ley. Lo mismo opera en la
violencia de género: hay una exhibición de ese poder. Entonces no hay ley
eficaz sin un cambio profundo de la sociedad.
Dice que la ley por sí
sola no basta. ¿Cuál es el rol de la Justicia?
La ley no llega a destino
si cada persona no se convierte en juez en su vida cotidiana y si los jueces no
entienden su función pedagógica. Necesitamos que la Justicia enseñe, no sólo
castigue.
También es crítica del
punitivismo como única respuesta. ¿Qué hace falta para transformar?
Creo que tiene que haber
una conciencia de género y quienes llegan al poder no deben ser “secuestradas”
por la lógica patriarcal de los cargos. Los cargos tienen género y raza. Cuando
una mujer llega a un cargo tiene dos opciones: o modifica el cargo desde una
conciencia de género y genera un cambio, o queda “secuestrada” por el cargo y
se vuelve “blanca y masculina”. No alcanza con la presencia: hay que cambiar la
forma de gestionar la vida. Por eso hablo de una politicidad en clave femenina,
que viene de la historia misma de las mujeres y sus prácticas de gestión y
decisión.
¿Cuál cree que es hoy el
desafío mayor del feminismo?
Pensar el poder. El género
y la racialización son las estructuras con las que el poder se apoya para
dominar. Es una torsión histórica: desarmar la “argamasa jerárquica” que no
vemos, ese pegamento que mantiene el edificio de las jerarquías. Sin
conciencia, no hay giro de rumbo.