14 de diciembre de 2025

Los jóvenes de hoy y el futuro del país

Hace medio siglo atrás, allá por 1976, el director cinematográfico italiano Franco Zeffirelli (1923-2019), quien dirigió grandes películas como “Romeo e Giulietta” (Romeo y Julieta) y “Fratello sole, sorella luna” (Hermano sol, hermana luna), declaraba compungido: “El mundo entero está en crisis. No hablo de la crisis económica sino de una enfermedad de las ideas, de una crisis de identificación con la cultura. Estamos a punto de perder la visión humana de la vida”. Años más tarde, en 1994, el filósofo argentino nacionalizado canadiense Mario Bunge (1919-2020), autor entre otros ensayos de “The sociology-philosophy connection” (La relación entre la sociología y la filosofía) y “Finding philosophy in social science” (Buscar la filosofía en las ciencias sociales), decía atribulado que “de las tres ciencias sociales centrales -la sociología, la politología y la economía- esta última es la más contaminada, como lo ha sido siempre, por intereses creados”. Y, por otro lado, aseveraba que “nuestros gobernantes no tienen la menor idea del valor de la ciencia para la cultura”.
Un par de años después, el escritor alemán Günter Grass (1927-2015), autor de reconocidas novelas como “Die blechtrommel” (El tambor de hojalata) y “Unkenrufe” (Malos presagios), manifestaba afligido en una entrevista: “Me doy cuenta de que, a veces, la risa se me queda atravesada y no logra salir. Lo que ocurre actualmente en el mundo es totalmente ridículo. Pero sus consecuencias son tan terribles que me preocupa seriamente lo que dejaremos a nuestros hijos y nietos cuando nuestra generación ya no esté. Les dejamos un desastre, desde el punto de vista económico, ecológico y social. Y eso a pesar de todos los esfuerzos realizados, de tantas esperanzas y anhelos. Este balance, sinceramente, no da pie para reírse de nada”.
¿Ellos eran videntes, precognitivos, adivinos? ¿O simplemente eran personas cultas e instruidas? Porque no hace falta ser un intelectual erudito para advertir cuánta razón tenía el filósofo alemán Georg W.F. Hegel (1770-1831) cuando en las conferencias que dio en la Universität zu Berlin (Universidad de Berlín) en los años ’20 del siglo XIX -las que fueron reunidas y publicadas en “Vorlesungen über die philosophie der weltgeschichte” (Conferencias sobre la filosofía de la historia universal) seis años después de su fallecimiento- aseguraba que los grandes hechos y personajes históricos aparecían dos veces, que la historia tendía a repetirse. Quince años después, el filósofo, economista y sociólogo alemán Karl Marx (1818-1883), complementó esta idea en “Der achtzehnte brumaire des Louis Napoleon” (El 18 de brumario de Luis Bonaparte) añadiendo que, efectivamente, la historia se repetía y lo hacía una vez como tragedia y la otra como farsa. “Los hombres hacen su propia historia -escribió-, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado”.
Viendo lo que ocurre actualmente en buena parte del mundo en general y en la Argentina en particular, parece evidente que se está viviendo una coyuntura a la cual se le pueden aplicar en simultáneo las dos adjetivaciones: la situación no sólo es trágica sino también farsesca. Al cumplirse dos años de gestión del gobierno libertario, el balance que puede hacerse exhibe una doble lectura. Mientras por un lado el gobierno celebra la desaceleración inflacionaria, la reducción del Estado y la supuesta caída de la pobreza, por otro lado, la indigencia continúa en niveles altos y la recomposición salarial sigue muy lejos de recuperar lo perdido en los últimos años. En la mayoría de los barrios, ya sean de la capital, del conurbano o de las ciudades del interior del país, el impacto del ajuste es visible a simple vista: comedores comunitarios desbordados, familias que no logran cubrir la canasta básica y trabajadores formales que cayeron en la pobreza pese a conservar sus empleos, lo cual ha generado un entramado social sumamente frágil.


El pasado 6 de diciembre, el periodista y psicólogo y argentino Ernesto Tenembaum (1963) publicó un artículo en el diario “Infobae” en el que expresó que “el programa económico de Milei ha sido atravesado desde el comienzo por dos preguntas. Una atañe a su sustentabilidad. ¿Es posible mantener la estabilidad con este esquema cambiario o con este ritmo de acumulación de reservas? La mayoría de los economistas sostuvieron que no. Y tuvieron razón, salvo por un detalle extraño al programa, que fue la intervención de Trump. La segunda pregunta refiere a sus costos en términos de entramado productivo y social: ¿no se trata de un esquema que tiene efectos durísimos sobre las familias, y por ende sobre la sociedad? ¿No repite pecados tantas veces repetidos de la historia argentina? Si se mira la combinación de caída del consumo con la avalancha de bienes importados, todo parece indicar que sí. Pero el presidente sostiene que es sólo un paso hacia una reconversión positiva. Un error de percepción en este caso se puede pagar muy caro, en todos los aspectos”.
Esta última afirmación lleva a preguntarse si existen sectores de la sociedad que perciben erróneamente la situación actual. La respuesta es: sí. Dejando de lado a los grandes empresarios ligados al establishment financiero que ostentan patrimonios que ascienden a miles de millones de dólares y que son beneficiados por las políticas de Estado aplicadas por el gobierno libertario -quienes obviamente lo apoyan-, lo llamativo es que el oficialismo mantenga una fuerte adhesión entre los votantes más jóvenes (sobre todo los varones). Ellos constituyen el único sector de la sociedad que aún registra más apoyo que rechazo al presidente de la Nación y que cree que está llevando al país por el rumbo correcto y que el esfuerzo que están realizando vale la pena.
Recientes estudios realizados por diversas consultoras describen una escena política juvenil muy compleja: ante el desencanto y las percepciones negativas que tienen los jóvenes sobre estructuras históricas del sistema democrático como los partidos políticos, los sindicatos y los medios de comunicación, ven con buenos ojos la “rebeldía” del presidente a quien califican como un líder “disruptivo” y “anti casta” que representa un cambio respecto al sistema político tradicional. ¿Será nomás que ese segmento de la sociedad no escribe la historia a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado? Parecería ser que sí.
Durante la juventud, naturalmente las experiencias vividas no son iguales en aquellos que nacieron en el seno de una familia acomodada a los que lo hicieron en las barriadas más pobres. Para los primeros, todo parece estar colmado de entusiasmos, de ilusiones, de excitaciones; mientras que para los segundos lo que predomina son las angustias, las soledades, las desdichas. Para los primeros, es un momento de la vida que se presenta como una gran oportunidad ya que su origen social es un factor decisivo para la obtención de mejores empleos y mayores ingresos. Para los segundos, en cambio, esa etapa no es más que un tiempo perdido y lo que les queda es sumergirse en alguna de las posibilidades que ofrece la sociedad y que, en el fondo, no son más que una condena al sufrimiento.
Hacia fines de 2023, buena parte de la juventud argentina -proviniese del sector social que fuese- se sentía profundamente indignada con los políticos por su desconexión con la realidad de su generación. Lo notable es que, en tiempos preelectorales creyeran que el presidente libertario sabría canalizar muy bien ese rechazo. Lo consideraron un “apasionado”, una figura disruptiva del sistema y encontraron en su “plan de acción” la esperanza de un cambio sustancial en el país. Esa juventud expresaba una derecha que estaba orgullosa de ser de derecha.  Se trata, en definitiva, de un inédito paradigma en el que la derecha se amplió geométricamente entre los jóvenes hasta asumirse revolucionaria, contestataria e irreverente.


Es notorio que el hartazgo predomina en muchos jóvenes argentinos cualquiera sea su nivel de instrucción. Decepcionados con la gestión de los distintos partidos políticos que gobernaron el país en los últimos años, vieron en el presidente a alguien que venía a confrontar con ese estado de las cosas, en particular en lo que respecta a cuestiones sociales o políticas. Vieron en el libertario a alguien que venía “a romper todo”. Después de dos años de gestión, es evidente que lo que ha roto es la industria nacional, la salud, la educación y las obras públicas, la ciencia, los organismos culturales, la seguridad social, el consumo masivo y el poder adquisitivo de las poblaciones más empobrecidas. Todo esto mientras, tanto él como sus funcionarios, siguen haciendo millonarios negocios relacionados con escandalosos casos de corrupción.
Allá por febrero de 1995, la recientemente fallecida psicóloga y profesora universitaria argentina Eva Giberti (1929-2025) decía en una entrevista publicada en la revista “La Maga”: “Esta es una sociedad de la imagen y los adolescentes aprendieron que deben estar en el escenario de lo público, ser protagonistas, y para eso tienen que hacer algún tipo de mérito. Saben que el reconocimiento se obtiene apareciendo en los medios. Para lograrlo generaron una estética del hacer, hacer cualquier cosa pero hacer. Ven que los que triunfan son los que ganan; cualquiera sea el torneo, cualquiera sea la disputa. La heroicidad está dada por protagonizar estupideces o situaciones de riesgo carentes de grandeza, de trascendencia. Esta es una sociedad competitiva que promueve ganar. Y esto tiene que ver no sólo con los medios sino también con las políticas familiares triunfalistas. Los hijos deben competir en el mundo con proyectos triunfalistas a cualquier precio. Así, para ser aceptados los jóvenes quedan entrampados. Los adolescentes están siendo informados, educados y dirigidos por los medios, así como también por las multinacionales y las transnacionales que -a través de los medios- les sugieren qué comer, qué beber, cómo vestirse”.
Y unos años después, en otra entrevista aparecida en noviembre de 2010 en el diario “Página/12”, quien fuera una figura central de la defensa de los derechos humanos y los estudios de género focalizando su trabajo en las violencias contra las mujeres, niños, niñas y adolescentes, y autora de ensayos como “Políticas y niñez” y “Mujeres y violencias” afirmaba -¿premonitoriamente?- que “como sabemos, los jóvenes actuales son un desastre: drogadictos (no todos, pero muchos), violentos (odiando y faltando el respeto), indiferentes ante los problemas serios de la vida (sólo se ocupan de esa cosa que llaman rap), cometiendo delitos (todos los días hay ejemplo de delincuencia juvenil), y podríamos enumerar varias otras características semejantes. Acerca de esta grave situación sólo podemos esperar que suceda lo inevitable, que crezcan y sean adultos y adultas como nosotros. Pero, ¿qué clase de adultos resultarán con esos antecedentes? No hay garantías para el futuro del país”.
Desde que asumió La Libertad Avanza se perdieron más de doscientos cincuenta mil puestos de trabajo registrados y cerraron casi treinta empresas por día. Los sectores más golpeados fueron la administración pública, la construcción, el transporte y la industria. Las importaciones de alimentos y productos de consumo masivo de la canasta básica afectan enormemente al sector de las pequeñas y medianas empresas. Ha crecido enormemente el trabajo informal sobre todo en los jóvenes. Este grupo se ha convertido en el más afectado por la precarización, superando incluso al nivel general. Sin embargo, ante esta realidad, según algunas encuestas seis de cada diez jóvenes de dieciocho a treinta años siguen apoyando al gobierno. Esto entre los varones. En cambio, entre las mujeres jóvenes, ese porcentaje cae a cuatro de cada diez.
La Doctora en Ciencias Políticas Ariadna Gallo (1975) en un artículo publicado recientemente en el diario digital “Diagonales” afirmó: “Milei se construyó como personaje antes que como dirigente: un panelista, forjado en los sets televisivos, donde el grito, la provocación y la exageración funcionaban como recursos propios de un show mediático. Pero lo que en televisión parecía comedia, en el Estado se transformó en tragedia. Efectivamente, el gobierno libertario actúa con un guion explícito, una escenografía de crueldad y una narrativa de batalla cultural que convierte el ajuste en espectáculo. Pero toda obra necesita algo más que un elenco: requiere un público. A dos años del inicio del experimento libertario, vale la pena preguntarse no sólo por la responsabilidad de quienes ejecutan el programa, sino también por la de aquellos que vitorean, aplauden, justifican o aceptan pasivamente desde la platea -o desde la tertulia- las consecuencias de un modelo anunciado y cumplido”.


Y agregó más adelante: “Una pregunta central de esta etapa ha sido cómo se podía sostener políticamente lo que, en términos materiales, se volvía cada vez más difícil de defender. La respuesta no está sólo en la economía, sino en el plano simbólico. La llamada ‘batalla cultural’ funcionó como el complemento indispensable del ajuste: a medida que los efectos del modelo se hicieron visibles -caída del consumo, deterioro social, conflicto- el oficialismo reforzó el embate hacia los enemigos previamente definidos e identificados. Esa narrativa se organizó a través de un ecosistema de operadores mediáticos, ‘trolls’ organizados y plataformas digitales que reprodujeron, simplificaron y radicalizaron el mensaje. Panelistas que banalizan la represión, cuentas anónimas que hostigan y deshumanizan, algoritmos que premian la provocación y el odio: la crueldad se volvió rentable en términos de visibilidad. Así, el ajuste material fue acompañado por un ajuste simbólico que naturaliza el daño y convierte a las víctimas en sospechosos”.
Si se tiene en cuenta que siete de cada diez argentinos utilizan redes sociales y que los jóvenes son los que más tiempo pasan en ellas, es inevitable relacionar esta usanza con la influencia que ejerció el presidente anarco-capitalista, ya que fueron precisamente estas plataformas digitales las que utilizó para darse a conocer ante la opinión pública. Y no sólo eso, también utiliza un equipo digital compuesto mayoritariamente por hombres jóvenes de veinte a treinta años, que emite decenas de tuits diarios destilando odio y violentas provocaciones. Y como si fuera poco, un informe de la consultora “Ad Hoc” reveló que Milei es el usuario no troll que más insultos y agresiones realizó en las redes en los últimos dos años.
Las necedades, las mentiras, las falsedades, las incoherencias son sustantivos que sobresalen en las alocuciones del presidente y, lamentablemente, son aceptados inconscientemente por buena parte de la juventud. El discurso libertario sedujo a buena parte del electorado joven con promesas de meritocracia, eficiencia y fin de los privilegios. Pero tras dos años de gobierno, los números hablan por sí solos: la desocupación en menores de treinta años se disparó y siete de cada diez trabajadores jóvenes trabajan en condiciones informales sin aportes jubilatorios, sin cobertura de salud, sin protección frente al despido, sin aguinaldo y sin vacaciones pagas. Los jóvenes registran niveles de informalidad laboral sensiblemente más altos que el resto de los grupos etarios.
En su novela “Ensaio sobre a cegueira” (Ensayo sobre la ceguera), el escritor portugués José Saramago (1922-2010) hizo una aguda reflexión sobre la naturaleza humana frente a las adversidades. Mediante el uso metafórico de la ceguera, analizó la fragilidad de la existencia y cuestionó las convicciones arraigadas. El propio autor la definió tiempo después como una “novela que plasmaba, criticaba y desenmascaraba a una sociedad podrida y desencajada”, adjetivos que bien podrían aplicarse a la Argentina de hoy. En un ámbito en el que no existen partidos políticos que ejerzan una oposición coherente y racional con propuestas verosímiles y asequibles, lo que ha promovido un electorado adulto desencantado y harto de las peleas internas entre los dirigentes de esos partidos, es inevitable recaer en el pronóstico de la citada psicóloga Eva Giberti: no hay garantías para el futuro del país.