¿Se rehúsa usted a admitir que el destino le reserva algo especial?¿Por qué debería yo esperar un tratamiento especial? La vejez, con sus arrugas, llega para todos. Yo no me revelo contra el orden universal. Finalmente, después de setenta años, tuve lo bastante para comer. Aprecié muchas cosas, en compañía de mi mujer, mis hijos, el calor del sol. Observé las plantas que crecen en primavera. De vez en cuando tuve una mano amiga para apretar. En otra ocasión encontré un ser humano que casi me comprendió. ¿Qué más puedo querer?
Usted tiene su fama. Toda su obra influye en la literatura de cada país. Los hombres miran la vida y a sí mismos con otros ojos, por causa de usted. Recientemente, en su septuagésimo aniversario, el mundo se unió para homenajearlo, con excepción de su propia universidad.
Si la Universidad de Viena me demostrase reconocimiento me sentiría incómodo. No hay razón en aceptarme a mí o a mi obra porque tengo setenta años. Yo no atribuyo importancia insensata a los decimales. La fama llega cuando morimos y, francamente, lo que ven después no me interesa. No aspiro a la gloria póstuma. La modestia es mi virtud.
¿No significa nada el hecho de que su nombre va a perdurar?
Absolutamente nada, es lo mismo que perdure o que nada sea cierto. Estoy más bien preocupado por el destino de mis hijos. Espero que sus vidas no sean difíciles. No puedo ayudarlos mucho. La guerra practicamente liquidó mis poseciones, lo que había adquirido durante mi vida. Pero me puedo dar por satisfecho. El trabajo es mi fortuna. Estoy mucho más interesado en un arbusto que florece de lo que me pueda acontecer despues de estar muerto.
Entonces, ¿usted es, al final, un profundo pesimista?
No, no lo soy. No permito que ninguna reflexión filosófica complique mi fluidez con las cosas simples de la vida.
¿Usted cree en la persistencia de la personalidad después de la muerte, de la forma que sea?
No pienso en eso. Todo lo que vive perece. ¿Por qué debería el hombre constituir una excepción?
¿Le gustaría retornar en alguna forma, ser rescatado del polvo? ¿Usted no tiene, en otras palabras, deseo de inmortalidad?
Sinceramente no. Si la gente reconoce los motivos egoístas detrás de la conducta humana, no tengo el más mínimo deseo de retornar a la vida; moviendose en un círculo, sería siempre la misma. Más allá de eso, si el eterno retorno de las cosas, para usar la expresión de Nietzsche, nos dotase nuevamente de nuestra carnalidad y lo que involucra, ¿para qué serviría sin memoria? No habría vínculo entre entre el pasado y el futuro. Por lo que me toca, estoy perfectamente satisfecho en saber que el eterno aborrecimiento de vivir finalmente pasará. Nuestra vida es necesariamente una serie de compromisos, una lucha interminable entre el ego y su ambiente. El deseo de prolongar la vida excesivamente me parece absurdo.
Bernard Shaw sostiene que vivimos muy poco. El encuentra que el hombre puede prolongar la vida si así lo desea, llevando su voluntad a actuar sobre las fuerzas de la evolución. El cree que la humanidad puede recuperar la longevidad de los patriarcas.
Es posible que la muerte en sí no sea una necesidad biológica. Tal vez morimos porque deseamos morir. Así como el amor o el odio por una persona viven en nuestro pecho al mismo tiempo, así también toda la vida conjuga el deseo de la propia destrucción. Del mismo modo como un pequeño elástico tiende a asumir la forma original, así también toda materia viva, conciente o inconcientemente, busca readquirir la completa, la absoluta inercia de la existencia inorgánica. El impulso de vida o el impulso de muerte habitan lado a lado dentro nuestro. La muerte es la compañera del amor. Ellos juntos rigen el mundo. Esto es lo que dice mi libro: "Jenseits des lustprinzips" (Más allá del principio del placer). En el comienzo del psicoanálisis se suponía que el amor tenía toda la importancia. Ahora sabemos que la muerte es igualmente importante. Biológicamente, todo ser vivo, no importa cuán intensamente la vida arda dentro de él, ansía el Nirvana, la cesación de la "fiebre llamada vivir". El deseo puede ser encubierto por digresiones, no obstante, el objetivo último de la vida es la propia extinción.
Esto es la filosofía de la autodestrucción. Ella justifica el autoexterminio. Llevaría lógicamente al suicidio universal imaginado por Eduard Von Hartmann.
La humanidad no escoge el suicidio porque la ley de su ser desaprueba la vía directa para su fin. La vida tiene que completar su ciclo de existencia. En todo ser normal, la pulsión de vida es fuerte, lo bastante para contrabalancear la pulsión de muerte, pero en el final, ésta resulta más fuerte. Podemos entretenernos con la fantasía de que la muerte nos llega por nuestra propia voluntad. Sería más posible que no pudiéramos vencer a la muerte porque en realidad ella es un aliado dentro de nosotros. En este sentido puede ser justificado decir que toda muerte es un suicidio disfrazado.
¿En qué está trabajando señor Freud?
Estoy escribiendo una defensa del análisis lego, del psicoanálisis practicado por los legos. Los doctores quieren establecer al análisis como ilegal para los no-médicos. La historia, esa vieja plagiadora, se repite después de cada descubrimiento. Los doctores combaten cada nueva verdad en el comienzo. Después procuran monopolizarla.
¿Usted tuvo mucho apoyo de los legos?
Algunos de mis mejores discípulos son legos.
¿Está usted practicando mucho psicoanálisis?
Ciertamente. En este momento estoy trabajando en un caso muy difícil, intentando desatar conflictos psíquicos de un interesante paciente nuevo. Mi hija también es psicoanalista como usted sabe...
¿Usted ya se analizó a sí mismo?
Ciertamente. El psicoanalista debe constantemente analizarse a sí mismo. Analizándonos a nosotros mismos, estamos más capacitados para analizar a otros. El psicoanalista es como un chivo expiatorio de los hebreos, los otros descargan sus pecados sobre él. El debe practicar su arte a la perfección para liberarse de los fardos cargados sobre él.
Mi impresión es que el psicoanálisis despierta en todos los que lo practican el espíritu de la caridad cristiana. Nada existe en la vida humana que el psicoanálisis no nos pueda hacer comprender. Todo siempre es perdonado.
Por el contrario, comprender todo no es perdonar todo. El análisis nos enseña apenas lo que podemos soportar, pero también lo que podemos evitar. El análisis nos dice lo que debe ser eliminado. La tolerancia con el mal no es de manera alguna corolario del conocimiento. Mi lengua es el alemán. Mi cultura, mi realización es alemana. Yo me considero un intelectual alemán, hasta que percibí el crecimiento del preconcepto antisemita en Alemania y en Austria. Desde entonces prefiero considerarme judío.
Me pone contento, señor Profesor, que también usted tenga sus complejos, ¡que también el señor Freud demuestre que es un mortal!
Nuestros complejos son la fuente de nuestra debilidad; pero con frecuencia, son también la fuente de nuestra fuerza.
Imagino, observo, ¡cuáles serán mis complejos!
Un análisis serio dura más o menos un año. Puede durar igualmente dos o tres años. Usted está dedicando muchos años de su vida la "caza de los leones". Usted procuró siempre a las personas destacadas de su generación: Roosevelt, el Emperador, Hindemburgh, Briand, Foch, Joffre, George Bernard Shaw....
Es parte de mi trabajo.
Pero también es su preferencia. El gran hombre es un símbolo. Su búsqueda es la búsqueda de su corazón. Usted también está procurando al gran hombre para tomar el lugar de su padre. Es parte del complejo del padre.
Me gustaría poder quedarme aquí lo bastante para vislumbrar mi corazón a través de sus ojos. ¡Tal vez como la Medusa, yo muriese de pavor al ver mi propia imagen! Aún cuando no confío en estar muy informado sobre psicoanálisis, frecuentemente anticiparía o intentaría anticipar sus intenciones.
La inteligencia en un paciente no es un impedimento. Por el contrario, muchas veces facilita el trabajo.
A veces imagino si no seríamos más felices si supiésemos menos de los procesos que dan forma a nuestros pensamientos y emociones. El psicoanálisis le roba a la vida su último encanto, al relacionar cada sentimiento a su original grupo de complejos. No nos volvemos más alegres descubriendo que todos abrigamos al criminal o al animal.
¿Qué objeción puede haber contra los animales? Yo prefiero la compañía de los animales a la compañía humana.
¿Por qué?
Porque son más simples. No sufren de una personalidad dividida, de la desintegración del ego que resulta de la tentativa del hombre de adaptarse a los patrones de civilización demasiado elevados para su mecanismo intelectual y psíquico. El salvaje, como el animal, es cruel, pero no tiene la maldad del hombre civilizado. La maldad es la venganza del hombre contra la sociedad, por las restricciones que ella impone. Las más desagradables características del hombre son generadas por ese ajuste precario a una civilización complicada. Es el resultado del conflicto entre nuestros instintos y nuestra cultura. Mucho menos desagradables son las emociones simples y directas de un perro al mover su cola, o al ladrar expresando su displacer. Las emociones del perro nos recuerdan a los héroes de la antigüedad. Tal vez sea esa la razón por la que inconcientemente damos a nuestros perros nombres de héroes como Aquiles o Héctor.
Mi cachorro es un doberman pinscher llamado Ajax.
Me contenta saber que no pueda leer. ¡El sería, ciertamente, el miembro menos querido de la casa si pudiese ladrar sus opiniones sobre los traumas psíquicos y el complejo de Edipo!
Aún usted, profesor, sueña la existencia compleja por demás, en tanto me parece que usted es en parte responsable por las complejidades de la civilización moderna. Antes que usted inventase el psicoanálisis, no sabíamos que nuestra personalidad es dominada por una hueste beligerante de complejos cuestionables. El psicoanálisis vuelve a la vida como un rompecabezas complicado.
De ninguna manera. El psicoanálisis vuelve a la vida más simple. Adquirimos una nueva síntesis despues del análisis. El psicoanálisis reordena el enmarañado de impulsos dispersos, procura enrollarlos en torno a su carretel. O, modificando la metáfora, el psicoanálisis suministra el hilo que conduce a la persona fuera del laberinto de su propio inconciente.
Al menos en la superficie, pues la vida humana nunca fue más compleja. Cada día una nueva idea propuesta por usted o por sus discípulos, vuelven un problema de la conducta humana más intrigante y más contradictorio.
El psicoanálisis, por lo menos, jamás cierra la puerta a una nueva verdad.
Algunos de sus discípulos, más ortodoxos que usted, se apegan a cada pronunciamiento que sale de su boca.
La vida cambia. El psicoanálisis también cambia. Estamos apenas en el comienzo de una nueva ciencia.
La estructura científica que usted levanta me parece ser mucho más elaborada. Sus fundamentos -la teoría de la transferencia, de la sexualidad infantil, de los simbolismos de los sueños, etcétera- parecen permanentes.
Yo repito, pues, que estamos apenas en el inicio. Yo apenas soy un iniciador. Conseguí desenterrar monumentos enterrados en los sustratos de la mente. Pero allí donde yo descubrí algunos templos, otros podrán descubrir continentes.
¿Usted siempre pone el énfasis sobre todo en el sexo?
Respondo con las palabras de su propio poeta, Walt Whitman: "Yet all were lacking, if sex were lacking" (Sin embargo, careceríamos de todo, si careciésemos de sexo). Mientras tanto, ya le expliqué que ahora pongo el énfasis casi igual en aquello que está más allá del placer -la muerte, la negación de la vida. Este deseo explica por qué algunos hombres aman al dolor- como un paso para el aniquilamiento. Explica por qué el poeta Algernon Swinburne dice: "From too much love of living/ from hope and fear set free/ we thank with brief thanksgiving/ whatever gods may be/ that no life lives for ever/ that dead men rise up never/ that even the weariest river/ winds somewhere safe to sea" (Por el excesivo amor a la vida/ por la esperanza y el temor liberados/ agradezcamos brevemente a los dioses/ cualesquiera que ellos sean/ que la vida no sea eterna/ que los muertos nunca se levanten/ que hasta el río más perezoso/ desagüe tranquilo en el mar).
Shaw, como usted, no desea vivir para siempre; pero a diferencia de usted, él considera al sexo carente de interés.
Shaw no comprende al sexo. El no tiene ni la más remota concepción del amor. No hay un verdadero caso amoroso en ninguna de sus piezas. El hace humoradas sobre el amor de Julio César -tal vez la mayor pasión de la historia-. Deliberadamente, tal vez maliciosamente, él despoja a Cleopatra de toda grandeza, relegándola a una simple e insignificante muchacha. La razón para la extraña actitud de Shaw frente al amor, su negación del movil de todas las cosas humanas que emana de sus piezas -a pesar del clamor universal y de su enorme alcance intelectual-, es inherente a su psicología. En uno de sus prefacios, él mismo enfatiza el rasgo ascético de su temperamento. Yo puedo estar errado en muchas cosas, pero estoy seguro de que no erré al enfatizar la importancia del instinto sexual. Por ser tan fuerte, choca siempre con las convenciones y salvaguardas de la civilización. La humanidad, en una especie de autodefensa, procura su propia importancia. Si usted raspa a un ruso, dice el proverbio, aparece el tártaro sobre la piel. Analice cualquier emoción humana, no importa cuán distante esté de la esfera de la sexualidad, y usted encontrará ese impulso primordial al cual la propia vida debe su perpetuidad.
Usted, sin duda, fue bien seguido al transmitir ese punto de vista a los escritores modernos. El psicoanálisis dió nuevas intensidades a la literatura.
También recibí mucho de la literatura y la filosofía. Nietzsche fue uno de los primeros psicoanalistas. Es sorprendente ver hasta qué punto su intuición preanuncia las novedades descubiertas. Ninguno se percató más profundamente que él de los motivos duales de la conducta humana y de la insistencia del principio del placer en predominar indefinidamente. En "Also sprach Zarathustra" (Así habló Zaratustra) dice: "El dolor grita: ¡va! Pero el placer quiere eternidad pura, profunda eternidad". El psicoanalisis puede ser menos discutido en Austria y en Alemania que en los Estados Unidos, por lo tanto su influencia en la literatura es inmensa. Thomas Mann y Hugo Von Hofmannsthal mucho nos deben a nosotros. Schnitzler recorre un sendero que es, en gran medida, paralelo a mi propio desarrollo. El expresa poéticamente lo que yo intento comunicar científicamente. Pero el doctor Schnitzler no es sólo un poeta, es también un científico.
Usted no sólo es un científico, también es un poeta. La literatura norteamericana está impregnada de psicoanálisis. Hupert Hughes, Harvey O'Higgins y otros, son sus intérpretes. Es casi imposible abrir una nueva novela sin encontrar alguna referencia al psicoanálisis. Entre los dramaturgos Eugene O'Neill y Sidney Howard tienen una gran deuda con usted. "The silver cord" (Cordón de plata) por ejemplo, es simplemente una dramatización del complejo de Edipo.
Lo sé, y entiendo el cumplido que hay en esa afirmación, pero tengo cierta desconfianza de mi popularidad en los Estados Unidos. El interés norteamericano por el psicoanálisis no se profundiza. La popularización lo lleva a la aceptación sin que se lo estudie seriamente. Las personas apenas repiten las frases que aprenden en el teatro o en las revistas. Creen comprender algo del psicoanálisis porque juegan con su argot. Yo prefiero la ocupación intensa con el psicoanálisis tal como ocurre en los centros europeos, aunque Estados Unidos fue el primer país en reconocerme oficialmente. La Clark University me concedió un diploma honorario cuando yo siempre fui ignorado en Europa. Mientras tanto, Estados Unidos hace pocas contribuciones originales al psicoanálisis. Los norteamericanos son jugadores inteligentes, raramente pensadores creativos. Los médicos en los Estados Unidos, y ocasionalmente tambien en Europa, tratan de monopolizar para sí al psicoanálisis. Pero sería un peligro para el psicoanálisis dejarlo exclusivamente en manos de los médicos pues una formación estrictamente médica es, con frecuencia, un impedimento para el psicoanálisis. Es siempre un impedimento cuando ciertas concepciones científicas tradicionales están arraigadas en el cerebro.
...
No me haga parecer un pesimista. Yo no tengo desprecio por el mundo. Expresar desdén por el mundo es apenas otra forma de cortejarlo, de ganar audiencia y aplauso. No, yo no soy un pesimista en tanto tenga a mis hijos, mi mujer y mis flores. No soy infeliz, al menos no más infeliz que otros.
Usted utiliza técnicas narrativas diferentes para cada uno de sus libros. Esas diferencias en el tratamiento del tiempo, el suspenso, las voces, ¿son evidentes para usted desde el comienzo de la escritura? ¿Cuáles son sus puntos de partida?
Para el crítico literario mexicano Carlos Ramón Morales, editor de la revista "Papel de Literatura", las historias de Carver "tratan problemas tan apasionantes como deshacerse del perro de la familia, cuidar la casa de los vecinos, contratar una niñera o asistir a una comida dominical con la familia del compañero de trabajo, relaciones tan normales y planas como las que podemos tener en la versión más siniestra de nuestra cotidianidad". "Los diálogos -dice Morales en "El self made man literario del fin de siglo"- ostentan brillantez por su capacidad de no decir nada. Tal estilo narrativo podría alejar al público lector, pero en este punto entra la maestría de Carver, cuando presenta en sus cuentos la irrupción de lo extraño que se oculta tras lo banal: la presencia de un elemento perturbador que viene a trastornar dramáticamente la vida de los personajes". Las historias de Carver se inician en la cotidianidad y en ella terminan, pero detrás de la anécdota insulsa que se relata en aquéllas, se resuelven situaciones esenciales en la vida de los personajes, lo que, por lo general, ocurre hacia el final de sus cuentos.
En 1995 se publicó en castellano "My father's life" (La vida de mi padre. Cinco ensayos y una meditación), el que incluía el ensayo "On writing" (Escribir). Allí, Carver expresó su punto de vista sobre el arte de la escritura. A continuación se reproducen algunos fragmentos de dicho ensayo: 




"Los cuentos que uno escribe no pueden ser muchos. Existen tres, cuatro o cinco temas; algunos dicen que siete. Con ésos debe trabajarse. Las páginas también tienen que ser sólo unas cuantas, porque pocas cosas hay tan fáciles de echar a perder como un cuento. Diez líneas de exceso y el cuento se empobrece; tantas de menos y el cuento se vuelve una anécdota y nada más odioso que las anécdotas demasiado visibles, escritas o conversadas -aseveró quien, para Italo Calvino(1923-1985), escribió los más hermosos libros de cuentos del mundo-. La verdad es que nadie sabe cómo debe ser un cuento. El escritor que lo sabe es un mal cuentista, y al segundo cuento se le nota que sabe, y entonces todo suena falso y aburrido y fullero. Hay que ser muy sabio para no dejarse tentar por el saber y la seguridad".
Pensando en la manera de escribir mejor fue que escribió, con cierta dosis de humor, su célebre decálogo que decía: "1) Cuando tengas algo que decir, dilo; cuando no, también. Escribe siempre. 2) No escribas nunca para tus contemporáneos, ni mucho menos, como hacen tantos, para tus antepasados. Hazlo para la posteridad, en la cual sin duda serás famoso, pues es bien sabido que la posteridad siempre hace justicia. 3) En ninguna circunstancia olvides el célebre díctum: 'En literatura no hay nada escrito'. 4) Lo que puedas decir con cien palabras dilo con cien palabras; lo que con una, con una. No emplees nunca el término medio; así, jamás escribas nada con cincuenta palabras. 5) Aunque no lo parezca, escribir es un arte; ser escritor es ser un artista, como el artista del trapecio, o el luchador por antonomasia, que es el que lucha con el lenguaje; para esta lucha ejercítate de día y de noche. 6) Aprovecha todas las desventajas, como el insomnio, la prisión o la pobreza; el primero hizo a Baudelaire, la segunda a Pellico y la tercera a todos tus amigos escritores; evita pues, dormir como Homero, la vida tranquila de un Byron o ganar tanto como Bloy. 7) No persigas el éxito. El éxito acabó con Cervantes, tan buen novelista hasta el Quijote. Aunque el éxito es siempre inevitable, procúrate un buen fracaso de vez en cuando para que tus amigos se entristezcan. 8) Fórmate un público inteligente, que se consigue más entre los ricos y los poderosos. De esta manera no te faltarán ni la comprensión ni el estímulo, que emana de estas dos únicas fuentes. 9) Cree en ti, pero no tanto; duda de ti, pero no tanto. Cuando sientas duda, cree; cuando creas, duda. En esto estriba la única verdadera sabiduría que puede acompañar a un escritor. 10) Trata de decir las cosas de manera que el lector sienta siempre que en el fondo es tanto o más inteligente que tú. De vez en cuando procura que efectivamente lo sea; pero para lograr eso tendrás que ser más inteligente que él. 11) No olvides los sentimientos de los lectores. Por lo general es lo mejor que tienen; no como tú, que careces de ellos, pues de otro modo no intentarías meterte en este oficio. 12) Otra vez el lector. Entre mejor escribas más lectores tendrás; mientras les des obras cada vez más refinadas, un número cada vez mayor apetecerá tus creaciones; si escribes cosas para el montón nunca serás popular y nadie tratará de tocarte el saco en la calle, ni te señalará con el dedo en el supermercado". Y lo cerró con una aclaración: "El autor da la opción al escritor de descartar dos de estos enunciados, y quedarse con los restantes diez".
Los libros de cuentos de Monterroso han sido traducidos a varios idiomas, entre ellos "Uno de cada tres y el centenario", "La oveja negra y demás fábulas", "Animales y hombres", "Movimiento perpetuo" y "Viaje al centro de la fábula", como así también la novela "Lo demás es silencio". De entre sus obras también cabe destacar "La vaca", calificada por él mismo como una colección de "ensayos que parecen cuentos y cuentos que parecen ensayos". El 28 de octubre de 2000, en oportunidad de recibir en Oviedo el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, dijo entre otras cosas: "Prácticamente toda mi obra ha consistido en el acercamiento a dos especialidades hoy alejadas de los reflectores y el bullicio, si bien nada modestas en cuanto a su prosapia: el cuento y el ensayo personal, variando en ocasiones de tal manera sus formas y sentido que algunos comentaristas hablan, refiriéndose a aquélla, de transposición de géneros, cuando no de invasión de unos a otros, lo que vendría a dar un nuevo sesgo a nuestros acostumbrados modos de expresión literaria. Algo se ha dicho también de la brevedad en esta obra, y, como si lo anterior fuera poco, del humor y la ironía en ella, haciendo que yo me pregunte: ¿De verdad cabrá todo eso en el reducido espacio que ocupa? Bueno, el campo de la literatura es tan amplio que en él caben hasta las cosas más pequeñas. No he pretendido nunca erigirme en defensor del cuento común, o del cuento brevísimo, ni mucho menos en detractor de las novelas, cortas o largas, que me han deleitado y enseñado tanto desde Cervantes a Flaubert y Tostoi y Joyce; es más, en diversos ocasiones he confesado que aprendí a ser breve leyendo a Proust. El cuento se defiende solo. Por otra parte, no soy un teórico, y sé que a pesar de innumerables tentativas de definición, aventuradas por los que saben, hoy día es un problema insoluble establecer lo que constituye un cuento. No obstante, ciertos cuentistas aún no se han enterado de su evolución y al escribirlos todavía siguen el cumplimiento de antiguas reglas, como aquella de la exposición, el nudo y el desenlace, cuando no la del final sorpresivo, y hay quienes piensan con honestidad que el cuento es un género intrascendente y entonces los escriben -declaran- a manera de descanso entre su verdadera labor creativa, es decir, sus importantes novelas. Y tampoco seré yo quien trate de sacarlos de esta idea. La verdad es que en este idioma nuestro basta pensar hoy en Jorge Luis Borges, Juan Carlos Onetti o Julio Cortázar para formarse una idea de lo lejos que estamos ya del cuento convencional".
Monterroso afirmaba que la vida es triste. "Si es verdad que en un buen cuento se encuentra toda la vida, y si la vida es triste, un buen cuento será siempre un cuento triste". Y resaltaba la obra de escritores como Herman Melville (1819-1891), Thomas Mann (1875-1955), James Joyce (1882-1941), William Faulkner (1897-1962) y Juan Rulfo (1917-1986), a quienes consideraba los mejores y más profundos escritores del último siglo y medio porque fueron "quienes retrataron vivídamente el hondo dramatismo que encierran las existencias cotidianas de hombres y mujeres de cualquier país, pobre o rico, del centro de Europa o del centro de América, a través de este género, que en sus breves dimensiones y su aparente humildad recoge la vida con penetración, verdad y belleza".
JLB: Me encuentra en plenos preparativos para un próximo viaje. Voy a Estados Unidos y luego a Escocia, Irlanda e Inglaterra, pero lo que puede resultar más extraño de este viaje es una escala que voy a hacer entre el primero y el segundo de los lugares que mencioné. La escala es Islandia. Lo que ocurre es que hace quince años que me dedico al estudio de lenguas germánicas antiguas y medievales.
