hubiera cometido, tendrían otra perspectiva. Por otra parte, simplemente no podía permitirse perder vidas, porque eso hubiera sido aquí una afrenta.
Si hubiera habido bajas estadounidenses, entonces hubiera podido surgir un verdadero movimiento antibélico en todo el país.
Esa guerra de Kosovo para mí es un misterio, de veras. Ese grupo de personas de toda Europa Occidental que se han encumbrado en sus países, han llegado a lo más alto de la OTAN, todos están haciendo carrera, todos han trepado el palo encebado, como se dice. Casi todas las personas que trepan el palo encebado son más conocidas por traicionar a sus mejores amigos, en caso de necesidad, que por sus elevados principios morales. La mayoría de las personas no llegan hasta arriba por su pureza espiritual. Algunos se lo han ganado y han hecho cosas malas para ganárselo. Otros han hecho cosas malas desde el principio y helos ahí. Ahora, de pronto todos se
preocupan muchísimo por un pueblo, los albaneses, cuya lengua no hablan y cuya religión no comparten, ¿y de repente los invaden los sentimientos humanitarios? No me lo creo ni por un instante.
Todos dijeron que había que unir Europa Occidental en defensa de la economía mundial, ¿no?
Ves, es el inicio de la guerra más torpe del que yo tenga memoria. Ahí estaban, se los habían advertido. Todos hablaban de lo malo que era Milosevic. Holbrook estaba advertido. A Madeleine Albright se lo advirtieron diversas personas de Serbia y Albania: que si comenzábamos a bombardear, Milosevic se lanzaría a la depuración étnica.
¿De modo que no fue toda una sorpresa?
No. Pero o fueron muy idiotas -me refiero a Albright, a Clinton y la OTAN- o malvados. Si no sabían que ocurrirían cosas terribles, eran idiotas; si lo sabían, entonces fueron malvados. Pero la realidad es que fue un trastorno y un desperdicio tremendo cómo sucedió.
Pero todos pensaban que no había otro modo.
Fácilmente hubieran podido bombardear Serbia con panfletos, con volantes que dijeran: "Estas son las condiciones de su país. No se les está informando bien, estamos acumulando tropas en las
fronteras, vamos a bombardear dentro de tres, cuatro o cinco semanas...". Y si hubieran hecho eso y luego desatar la guerra, se hubiera entendido. Hubiera sido más fácil de digerir, por así
decirlo, para el sistema moral de Occidente. Y lo que me repugna totalmente es la complacencia de la OTAN. Clinton habla de haber logrado "una victoria". No hubo victoria.
¿Usted cree que los albaneses torturaron y violaron personas y que los serbios hicieron cosas terribles?
Me parece que siempre es catastrófico entrar en los Balcanes, porque ahí hay odios de mil años, de quinientos años, de cien años, de diez años o de ayer. Y quizá por eso sea el lugar más
complejo y atormentado. No hay soluciones en los Balcanes, ninguna fácil. Y quizá no pueda haber solución alguna. Insisto, no confío en esa guerra, no confío en los motivos por los cuales nos metimos en ella. Respecto a nuestra fuerza bélica, no creo que sea la misma de la época de Vietnam. Creo que Vietnam concluyó más o menos dentro del concepto de los estadounidenses... de sí mismos.
¿Se refiere a cómo Vietnam transformó a los Estados Unidos?
Bueno, ya no tenemos ganas de seguir derramando nuestra propia sangre. Siempre he pensado que para ir a la guerra, por lo menos hay que estar dispuesto a derramar la sangre del propio país. Quiero decir que bombardear desde 4 o 5 kilómetros para no perder ni un avión... me pareció repugnante. Mis convicciones respecto al asesinato son firmes. Conforme envejezco, me vuelvo cada vez más pesimista sobre la naturaleza humana. Creo que todos somos asesinos. Sabes, creo que todos tenemos dentro un asesinato y un suicidio. Y en la mayoría de las personas, al ser civilizadas, no sale a flote ninguno de ambos. Pero cabe decir que, por ejemplo, a menudo cuando las personas han estado casadas durante cincuenta años y no ha sido para nada un buen matrimonio, cabe decir que al final el que murió primero en cierto sentido ha sido asesinado espiritual y físicamente por el otro.
Correcto. ¡Já, já, já!
Bueno, hay poquísimas parejas que mueren el mismo día.
Quisiera lograrlo, ¡pero es imposible!
No, no. Me parece que el asesinato es un elemento de nuestra existencia.
Entiendo lo que dice, claro.
El asesinato siempre es un acto egoísta, a mi parecer, porque, finalmente, es afirmar la primacía de uno sobre otro. Y a menos que se justifique en lo inmediato, no se justifica. Pero algunos asesinos tienen relativamente más justificación que otros. Si sabes que estás matando, puedes mirar a los ojos al ángel de la venganza. Quizá. Tal vez. Pero si no sabes a quién estás matando,
entonces participas en un asesinato mucho más grave porque podría resultar odiosamente inútil.
Mientras la OTAN bombardeaba Kosovo, esos dos muchachos le dispararon a muchos alumnos de la preparatoria de Littleton, Colorado. En la prensa se habló de lo terrible que fue. Era una gran ironía, porque al mismo tiempo los aviones de los Estados Unidos bombardeaban y asesinaban personas en Kosovo.
No pudieron establecer esa relación.
Me escandalizó que nadie hablara de ella.
Los Estados Unidos son fuertes en muchas cosas, pero no en el examen de su propia conciencia moral. Después de todo, los británicos tuvieron un enorme poder en el siglo XIX y no destacaron
por hacer examen de conciencia en ese periodo. Ahora los estadounidenses están en la misma posición. Hay algo en ser el país dominante del mundo que no alienta la inspección moral de cada
quien.
¿Cree que los Estados Unidos nunca modificarán su forma de ser, que siempre serán un país bélico que quiera ser el primero del mundo?
No. Creo que fue apenas después de la Segunda Guerra Mundial que esa idea comenzó a hacerse más popular. Durante mucho tiempo, durante la primera mitad del siglo XX, creo que aquí no
prevalecía la idea de que fuera mejor ser el primer país del mundo, sino la de que este país era el mejor porque la gente que no podía estar bien en ningún otro lado y era discriminada en otros países, por un motivo u otro, venía aquí. Y, claro, esa fue una gran exageración. Sin duda éramos más amables con los occidentales que con los asiáticos, y sin duda más amables con las personas que venían de los países de Europa Occidental que con los que venían de Europa del Este. Pero de todas formas eso era aproximadamente cierto, y es que era posible emigrar a los Estados Unidos y a la vuelta de una o dos generaciones volverse próspero.
Así es, todavía hoy.
Vino la depresión y las personas perdieron la confianza. Tras la Segunda Guerra Mundial surgió la idea -en parte como arma para combatir a los rusos- de que éramos la nación más importante de la Tierra. Y en los últimos cinco decenios eso se ha vuelto cierto en alguna medida. Desde el punto de vista de los recursos productivos y el poder de afirmar nuestra influencia en otros
países, creo que probablemente sí es cierto. No creo que lo discutiera casi nadie. Si es conveniente, es otra cosa, porque estamos tan ciegos...
Hay muchos estadounidenses que parecen obsesionados por el patriotismo.
Sabes, no somos un país sensible y somos demasiado patrióticos para el tamaño que tenemos. Está bien que los países pequeños sean patrióticos, porque necesitan serlo. Es como las familias pobres que necesitan sentir que "nuestra familia es muy importante". Pero las familias ricas no suelen darle mucha importancia a la familia. Cada quien va por su lado, sabes. Es como si dijeran "al diablo papá". Mientras que en este país rico somos fieles al país hasta el aburrimiento. Ahora incluso tenemos una televisión libre, pero si dices algunas cosas en contra de los Estados Unidos en televisión no te vuelven a invitar. No nos gustan la crítica ni la sátira contra los Estados Unidos. Produce cierto desasosiego dentro.
¿Por qué?
Hay motivos. Somos un país de trasplantes y no tenemos raíces. Por lo tanto, como país, tenemos un problema equivalente al de las personas que hablan de crisis de identidad, que es por lo que
diversos grupos estadounidenses, particularmente en el centro del país, tienden a creer muy en serio que ellos son los estadounidenses.
Los neoyorquinos no hablan mucho de ese tema.
Las personas del Este y el Oeste del país no necesariamente saben quiénes son ni cuál es su sitio. Apenas pocos estadounidenses, hasta ahora, sin duda en las ciudades, pueden saber dónde nacieron y dónde crecieron. Todos los barrios se han transformado, todo está trastocado, y hay un profundo sentimiento de desalojo. Hay tantos ricos y poderosos, pero inseguros...
Me asombró mucho, al venir a vivir en este país, encontrar a tantos estadounidenses inseguros.
Todos temían una gran depresión después de la Segunda Guerra Mundial. Estábamos listos para vivir así, con poco dinero y muchas preocupaciones para ganarnos la vida. En cambio sucedió lo
contrario. Fue el principio de la prosperidad lo que llegó a los Estados Unidos en los años cincuenta, y la gente tuvo mucho más dinero del que esperaba tener, pero apenas si sabía qué hacer con él. Eso produce una inseguridad específica, un gran desasosiego. Entonces, en Estados Unidos todos esperan una gran catástrofe. Por eso Littleton fue tan intensamente inquietante para el país. No se entendía, por una parte. Pero también fue algo esperado. Esperamos uno u otro desastre. El miedo del milenio ya comenzó.
En la introducción de "Conversations with Norman Mailer" (Conversaciones con Norman Mailer), J. Michael Lennon dice que "los años sesenta fueron los más felices de Mailer, los más alborotados y productivos". Usted ha escrito muchos buenos libros desde fines de los años sesenta, ¿qué le parece esa opinión?
Bueno, en los años sesenta muchos pensábamos que estábamos haciendo historia. Ahora veo el mismo deseo en mis hijos, que están en la época de la juventud en la que se cree que se hace historia. Pueden ir en el tren que los lleva al mundo de las computadoras, pero en realidad no pueden hacer historia. En los años sesenta de veras creíamos que unos cuantos podríamos modificarlo todo. Y fue una época muy emocionante.
De todas formas, ¿le parecen los años sesenta la época más emocionante?
No. Mirando en retrospectiva creo que fue un periodo bobo. ¡Já, já, já!
¿Un periodo bobo?
No, no fue para nada bobo porque... mira, nos oponíamos a la guerra de Vietnam y era una guerra a la que bien valía la pena oponerse. Era un absurdo total y una monstruosidad, y los Estados Unidos nunca lo han superado. La culpa de Vietnam sigue en nosotros de una u otra forma. Pero al decir que fue un tiempo bobo, me refiero a que nuestro optimismo era lo bobo. No comenzamos a entender la fuerza de aquello a lo que nos oponíamos. Al mirar en retrospectiva, casi todo lo que defendíamos en aquellos días ya ha sido derrotado.
Así es, desgraciadamente.
El rumbo es por completo distinto. Lo que queríamos era imprimirle cierto sentido a los Estados Unidos, reconocer que había mucho que aprender, que no teníamos la respuesta para todo. Y ahora, por lo contrario, los Estados Unidos tienen más confianza que nunca, se sienten más poderosos que nunca.
Es muy triste.
Recuerdo que una de las cosas que odiaba en los años sesenta era cómo proliferaba el plástico. Bueno, el plástico ya nos invadió. Mira dónde estamos. Ni siquiera sé si esta silla en la que estoy sentado es metal o plástico. Es ubicuo. Y como dije tantas veces, el plástico no es sino el excremento del petróleo, un desperdicio. La mayor parte del plástico se obtiene de los desechos del petróleo. De modo que un genio, algún genio oscuro y malvado, por ahí de finales de la Segunda Guerra Mundial, dijo: "Oigan, muchachos, estamos desperdiciando una fortuna. Hay que salvar esta mierda que le sale al petróleo porque sirve para hacer cosas. Miren toda la plata que estamos perdiendo". Y así el plástico lo invadió todo. Quizá la industria del plástico hoy sea más próspera que la del petróleo. A nuestros hijos, lo primero que les meten en la boca es de plástico, un chupete. Sus sillas son de plástico. Creo que los niños no tienen apego a nada por causa del plástico. Entumece los sentidos.
En otra entrevista -en 1982 con el "New York Times"- usted dijo que los años setenta fueron un periodo caracterizado por la falta de ideas, en particular de ideas por las que nadie estuviera ni remotamente dispuesto a morir. ¿Eso vale todavía a fines de siglo?
Por supuesto. ¿Dónde hay alguien dispuesto a morir por algo? Los únicos que están dispuestos a morir por una idea están locos.
¿Locos?
Locos, enfermos mentales. Esos niños que mataron e hirieron a los otros chicos en Littleton, ellos sí estaban dispuestos a morir por una idea. ¿Qué idea? Que ellos eran importantes, y querían ver el miedo en la cara de los otros.
¿Eso era una idea o mera locura?
Bueno, pues era una idea. La idea es "soy importante". Esa era su idea. Estaban dispuestos a morir por esa idea y lo hicieron. Y el hecho es que -volviendo a Kosovo- lo clave era no morir en esa guerra. No importaba cuántas vidas se destrozaron y trastornaron por completo, ningún estadounidense tenía que morir por eso; bueno, he ahí un país que no está dispuesto a morir por una idea. Los países que no están dispuestos a morir por una idea no deberían hacer la guerra, porque después no hay paz, ¿te das cuenta? Si estás dispuesto a morir por una idea y el otro lado está dispuesto a morir por una idea, y luego se combate, es horrible, es odioso; no es una guerra más linda que otra, pero al final hay cierta sensación de que pasaron cosas terribles, hubo tragedias, y ahora hay que remediarlo. Y quizá se necesiten cincuenta años, a veces no se consigue nunca, pero a veces se consigue, porque de las pérdidas de ambas partes puede empezar a entenderse al otro. Pero si un lado ha sido el verdugo del otro...
¿Verdugo?
Si ese país no estaba dispuesto a morir por una idea, va a ser verdugo. Eso, me parece, es el problema de hoy. Ya nadie está dispuesto a morir por ideas.
Me parece que la época de Reagan fue un intento de recuperarse de las heridas de los años sesenta y de Vietnam. ¿Le parece que se manipuló a los estadounidenses con esa idea?
¡Inmensamente! Reagan era el flautista de Hamelin. Me parece, en retrospectiva, que él era un hombre muy simple y astuto... y tuvo una idea. Una idea política: que los estadounidenses son increíblemente estúpidos e inmensamente patriotas.
Ya.
Quizá sea el presidente más desvergonzado que hayamos tenido jamás. Al pensar en Granada: ¿dónde fue? Porque mataron a doscientos setentitrés infantes de marina, los que fueran, por una idiotez en Líbano, por falta de cuidado. Cinco días después, o tres, invadió Granada. ¿Por qué? Porque eran una gran amenaza comunista para nuestro país. Mandó unos mil ochocientos infantes de marina porque se enteró de que había ahí soldados cubanos. Encontró mil doscientos albañiles cubanos. Conquistamos Granada en un día, o medio día. Y luego dijo: "Ya sanamos del dolor y la herida de Vietnam". No lo estoy citando con exactitud, pero el sentido era: "Con esto despachamos lo de Vietnam". La guerra de Bush, hay que reconocérselo, la guerra del Golfo Pérsico, era mucho más peligrosa. Se estaba arriesgando, no había garantías. Recuerda que Saddam dijo que sería la madre de todas las guerras. Bush debió pasar insomnio varias noches. Claro, Bush quería terminar con tan pocas bajas estadounidenses que terminó la guerra con tres días de anticipación, y eso nos va a costar para siempre.
Bueno, hablemos del siglo XXI. Ya hablamos de los chicos que mataron a los estudiantes en Colorado, pero hay que repetirlo. ¿La generación de ahora lo inquieta?
Sí, porque no tienen forma. Mi hijo más chico, John, se queja siempre de que en su generación no hay nada, sólo la amistad. Dice que los únicos movimientos fuertes que hay no le gustan. Por ejemplo, lo políticamente correcto. Eso pega mucho en las universidades. Pero lo políticamente correcto no lleva a ningún lado. No se pueden legislar los sentimientos, y a eso se reduce la corrección política. Dice: "hay que sentir así". Bueno, seguramente los japoneses saben más de eso que yo, ustedes conocen los peligros latentes de que se les diga qué deben sentir, cómo pensar y vivir de cierta forma.
Hace un año hubo un caso de un asesinato terrible en Japón. Un niño de doce años asesinó a otro de cinco años, brutalmente, en un nuevo suburbio de Kobe. Lo decapitó y lo dejó en la entrada de su escuela. Fue muy impresionante. Entonces los japoneses comenzamos a asustarnos y a preocuparnos por la próxima generación. Creo que los estadounidenses tienen la misma sensación sobre la próxima generación. ¿Le parece que habría que acusar a la sociedad más que a esa generación?
Bueno, siempre se le puede echar la culpa a algo o a alguien. Hace un mes fui a un suburbio, a visitar a una pareja muy agradable. Esa mujer y mi esposa son grandes amigas e hicieron juntas un viaje de un día, mientras el otro hombre y yo nos quedamos en la casa de ellos. Entonces vimos la tele casi todo el día, que era más fácil que tratar de conversar. Luego salimos. Estábamos en el suburbio. Esa casa está muy bien amueblada, es de buen gusto, y estoy seguro de que la casa de al lado estaba muy bien amueblada, era de buen gusto, pero no había contacto con los vecinos. Y las calles no eran calles de verdad. Traté de caminar por ahí y enseguida me aburrí. Ahí no pasaba nada ni por accidente. Todo estaba calculado. Había ahí una especie de muerte viva. Y mi sensación era que ahí podían ocurrir cosas terribles porque no pasaba nada terrible.
Parece muy distinto de Nueva York, ¿verdad?
La gente de Nueva York, lo pienso a menudo, es tan feliz como cualquier otra porque discute mucho, hay muchas cosas que la irritan.
¿Se da cuenta de que los asesinatos en las escuelas siempre pasan en los suburbios?
Son suburbios nuevos y no viejos. Los suburbios viejos son pueblos en los que han vivido dos o tres generaciones. De modo que tienen un poco de historia, un poco de tradición. Para usar de nuevo esa palabra: tienen raíces. Los suburbios nuevos, me parece, han sido concebidos en la imaginación de un mediocre poderoso, dedicado a los bienes raíces, y en muy pocos de esos nuevos suburbios vale la pena vivir.
Pero muchas personas quisieran tener una casa nueva en los suburbios nuevos, disfrutar ahí de la vida de clase media.
Bueno, la clase media es peligrosa porque ellos no son peligrosos. La gente quiere ser de clase media porque ahí hay, en general, menos de ciertos miedos. En la clase trabajadora los padres
a menudo son borrachos, las madres trabajan prodigiosamente en exceso y tienen un carácter horrible, o la gente de la clase trabajadora está habituada a los dramas, las tragedias familiares. Los niños tienen que ser duros porque crecen en un barrio pobre.
Sí. Entonces algunos se vuelven pendencieros, otros criminales.
Cuando se procede de una familia de clase trabajadora, tiene sentido. Antes de los quince años has vivido mucho, mientras que en la clase media tu vida está protegida, tú estás protegido. Y así, eliges vivir en un lugar sin peligros. Eso crea otro peligro, que es el de carecer de orientación. En inglés se habla de "sabiduría de la calle". Bueno, los chicos de clase media que van a escuelas de clase media o a universidades más caras carecen de esa sabiduría y terminan gobernando. Sí, me pregunto cuántos de la alta jerarquía del gobierno de Clinton crecieron en los nuevos suburbios y fueron a buenas universidades. Y saben cada vez menos de las calles.
Da miedo, ¿verdad?
Falta esa experiencia. Sabes, al pensar en alguien como Madeleine Albright contra alguien como Milosevic, que se sabía todos los trucos sucios jamás concebidos por los humanos hasta conocer a
sus superiores, los rusos, que se sabían otros trucos todavía peores... Bueno, hay personas que no han vivido de manera de aprender a tratar a personas como Milosevic.
La mayoría de los jóvenes no lee, sobre todo literatura. ¿Por qué cree que sea así?
Me temo que la literatura esté en decadencia, y yo soy un importante practicante de una ocupación en agonía. El cine fue un enorme reto para la literatura, pero había entre ellos una relación. Es como si el cine fuera el hermano desencadenado de la cultura literaria, una cultura teatral. Los novelistas podían hacer películas. Ahora ningún buen novelista puede hacer buen cine. Ningún buen cineasta puede convertirse en un muy buen o importante novelista. Antes eso era posible, de algún modo... era como ser primos en competencia. Llegó la televisión y todo se redujo a una especie de común denominador de masas.
¿Le parece que la televisión transformó el cine y la literatura?
Bueno, la gente ve la tele todo el tiempo. Es distinto que ir al teatro o al cine. Después de todo, en el cine uno está entre extraños. Hay cierta analogía con ir a misa. Es un elemento menor en comparación con otro malo, que es la interrupción de la televisión. Los comerciales son la semilla venenosa de la televisión porque uno está viendo algo, interesado, y cada siete, diez o doce minutos interrumpe un comercial. Entonces se deja de pensar en forma de relato y de narración sostenida, y se vuelve muy difícil mantener la atención más de siete minutos.
Así es.
Desde la infancia te interrumpen los comerciales. Y te acostumbras a pensar que no hay motivo en el mundo por el que no puedas ponerle mostaza a las frambuesas, porque así sale en los
comerciales. Llegan y no tienen nada que ver con el programa. Leer novelas, por ejemplo, es disfrutar de sumergirse en un mundo que perdura durante horas, mientras se lee. Y creo que ya hay muy pocas personas capaces de leer durante muchas horas. Es como si el sistema nervioso estuviera hecho para que lo interrumpan una y otra vez. Creo que por eso los niños tienen problemas ahora en la escuela.
Entonces, ¿por eso cree usted que la literatura ya no llega a los jóvenes?
La condición general del cerebro no va de acuerdo con la lectura, porque las personas ya no quieren recibir la información de la lectura. Creo que se venderían más libros si de pronto, en la
página siete, saliera algo.
¡Já, já já! ¡Como un comercial!
Alguna interrupción. O si los editores tomaran cinco novelas que estén publicando y cada cinco o siete páginas insertaran dos páginas de otra novela, como fuera, o un color distinto de papel o algo. Es ridículo.
Entonces usted es pesimista sobre el porvenir de la literatura.
Sí. Creo que lo que va a pasar es que los novelistas serán reverenciados en el futuro como los poetas. En otras palabras, un novelista importante será visto con el mismo asombro y amor que
solían otorgarse a los grandes poetas. Pero se van a vender cada vez menos. Vamos a terminar como los poetas. Escribiremos novelas porque nos gusta hacerlo, tenemos que hacerlo, pero ya no se podrá vivir de eso.
¿Quién fue el novelista más influyente de este siglo?
¿En los Estados Unidos?
Sí.
Bueno, en los Estados Unidos fue Hemingway. Sin duda. Influyó más que ningún otro. Y creo que fue un gran escritor pese a sus limitaciones. También fue una especie de tío para mí o de sustituto de mi padre. Hemingway influyó en mi estilo más que ningún otro y en el de más escritores jóvenes. De modo que fue enorme esa influencia, porque, al poco tiempo, el estilo con que trabajas es la forma en que percibes. Entonces había que pasar por Hemingway y aprender a escribir como él para aprender a no escribir como Hemingway. Era un proceso interesante que tomaba varios años en los que se aprendía mucho.
Me mortifica preguntarle, pero, ¿piensa a veces en la muerte?
¿En mi muerte?
Sí.
Por supuesto. Pero no tanto como cuando era joven.
¿Qué pensaba de eso cuando era joven?
Bueno, en algún momento -no cuando era chico, quizá tendría ya treinticinco años, los años en que fumaba mucha marihuana- llegué a decidir que sin duda había un más allá y era emocionante y estaba lleno de aventuras y peligros y era difícil como la propia vida, y quizá más todavía. Creo que uno de los motivos de haber escrito el libro "Ancient evenings" (Noche de la antigüedad), sobre Egipto, fue porque los egipcios creían tanto en el más allá, donde se tenía buen éxito o se fracasaba. Si fracasabas, morías de veras y si tenías buen éxito, pasabas al cielo y vivías para siempre. Bueno, yo no creo en nada de eso, sino en que estamos aquí como parte de una cadena continua del ser, por así decir, de modo que a partir de cómo vives una vida, ingresas en otra, y que lo mejor que te puede pasar es volver a nacer. Tengo una forma simple de pensar porque pienso que Dios, ella o él, se está esforzando y quizá obtenga buenos o malos resultados, porque también pienso que hay un diablo en los asuntos humanos. De modo que se trata de un pensamiento muy sencillo que me permite el beneficio intelectual de reconocer que la lástima por uno mismo es la peor enfermedad física. No hay nada peor que la lástima por uno mismo, porque corroe y envenena todo lo demás. Pero si uno consigue reducir esa lástima a niveles muy manejables, entonces te concede cierta ecuanimidad. Además tengo nueve hijos, y por lo tanto mucho que disfrutar.
¿No tiene miedo?
Creo que no. Tengo curiosidad. Tengo mucha curiosidad de saber si mi idea de la muerte tiene algo de real.