25 de abril de 2009

Czeslaw Milosz. La mar

El Premio Nobel de Literatura 1980 Czeslaw Milosz (1911-2004) nació en una familia proveniente de Lituania pero de lengua, tradición y cultura polaca. Poco después de la Primera Guerra Mundial se trasladó con su familia a Polonia, de donde es considerado uno de los más grandes escritores del Siglo XX. Poeta, novelista, ensayista y traductor, Milosz publicó sus primeros poemas durante sus estudios de derecho en la Universidad de Vilna. Ellos fueron reunidos en los volúmenes "Trzy zimy" (Tres inviernos) y "Poemat o czasie zastyglym" (Poema sobre el tiempo congelado). En 1932 se convirtió en el líder indiscutible de la vanguardia poética polaca que se expresaba en el grupo literario "Zagary" y durante la Segunda Guerra Mundial residió en Varsovia, donde participó activamente en la resistencia y prestó apoyo a los perseguidos por la ocupación nazi. Después trabajó en la radio nacional y, en 1945, ingresó a la carrera diplomática siendo destinado a Washington. En 1951 entró en abierta discrepancia con el gobierno estalinista de su país por lo que se exilió en Francia. Allí trabajó como escritor y en 1961 viajó a Estados Unidos, ocupando la cátedra de Lengua y Literatura Eslava en la Universidad de California, hasta que volvió a su país natal en 1989. Milosz tradujo al polaco obras de William Shakespeare (1564-1616), John Milton (1608-1674), Walt Whitman (1819-1892), Charles Baudelaire (1821-1867), T.S. Eliot (1888-1965) y Simone Weil (1909-1943), y escribió los ensayos "Zdobycie wladzy" (La toma del poder), "Zniewolony umysl" (El pensamiento cautivo), "Historia literatury polskiej" (Historia de la Literatura Polaca) y "Rodzinna Europa" (Otra Europa), la novela "Dolina Issy" (En las riberas del Issa) y numerosas colecciones de poemas. Entre ellos se distingue el siguiente:

LA MAR
¡Salve, oh hermosa Tetis, madre de los destinos!
No es para condolerme o llorar a mis difuntos
que vuelvo a tu ribera con la frente coronada de flores.
Nada diré de los años veloces
que huyeron de mí con el viento a toda vela.
Tal como tus abismos, son serenos mis ojos,
libres ya del estéril cuidado
de escrutar largamente el horizonte sombrío
en busca de esas islas milagrosas
donde el amor y el gozo sean, como aquí, mortales.
Al dejarnos la vida nos muestra quiénes somos:
cae la tarde, Tetis, en el cielo de mi día.
Perdí mi juventud: se ha marchado para siempre.
Ya soy muy viejo para las hijas de los hombres;
no pueden entender mi amor.
Tan grande es que ningún ser se atrevería
a ponerse a su lado ni a nutrirlo.
Hay que tener para eso toda la esperanza y todo el porvenir,
todo aquello que ríe y llora, la profunda naturaleza,
madre de henchido seno que no puede morir.
Feliz el que se entrega a la humana ternura
y del mundo recibe lo que ha obsequiado.
Yo sembré la dorada simiente y no recogí los frutos,
pero guardo en mi alma indulgente y arrogante
el consuelo de haberlo perdonado todo.
Por ello me atrevo a amar a la más hermosa de todas,
esa que bajo el yugo de una labor incesante
guarda la vida entera en su regazo trémulo,
abriendo sus vastos caminos a la aventura de los hombres.
Yo nada más deseo que sus santos abismos sean puros,
libres de la bruma que envuelve a los horizontes de estío,
y que a todo lo ancho y lo largo de los océanos,
cebándose en los holgados pliegues de mi mortaja de espuma,
un ave de paso se sacie con el corazón de mi amor.