LA MAR
¡Salve, oh hermosa Tetis, madre de los destinos!
No es para condolerme o llorar a mis difuntos
que vuelvo a tu ribera con la frente coronada de flores.
Nada diré de los años veloces
que huyeron de mí con el viento a toda vela.
Tal como tus abismos, son serenos mis ojos,
libres ya del estéril cuidado
de escrutar largamente el horizonte sombrío
en busca de esas islas milagrosas
donde el amor y el gozo sean, como aquí, mortales.
Al dejarnos la vida nos muestra quiénes somos:
cae la tarde, Tetis, en el cielo de mi día.
Perdí mi juventud: se ha marchado para siempre.
No es para condolerme o llorar a mis difuntos
que vuelvo a tu ribera con la frente coronada de flores.
Nada diré de los años veloces
que huyeron de mí con el viento a toda vela.
Tal como tus abismos, son serenos mis ojos,
libres ya del estéril cuidado
de escrutar largamente el horizonte sombrío
en busca de esas islas milagrosas
donde el amor y el gozo sean, como aquí, mortales.
Al dejarnos la vida nos muestra quiénes somos:
cae la tarde, Tetis, en el cielo de mi día.
Perdí mi juventud: se ha marchado para siempre.
Ya soy muy viejo para las hijas de los hombres;
no pueden entender mi amor.
Tan grande es que ningún ser se atrevería
a ponerse a su lado ni a nutrirlo.
Hay que tener para eso toda la esperanza y todo el porvenir,
Hay que tener para eso toda la esperanza y todo el porvenir,
todo aquello que ríe y llora, la profunda naturaleza,
madre de henchido seno que no puede morir.
Feliz el que se entrega a la humana ternura
y del mundo recibe lo que ha obsequiado.
Yo sembré la dorada simiente y no recogí los frutos,
pero guardo en mi alma indulgente y arrogante
Por ello me atrevo a amar a la más hermosa de todas,
esa que bajo el yugo de una labor incesante
guarda la vida entera en su regazo trémulo,
abriendo sus vastos caminos a la aventura de los hombres.
Yo nada más deseo que sus santos abismos sean puros,
libres de la bruma que envuelve a los horizontes de estío,
y que a todo lo ancho y lo largo de los océanos,
y que a todo lo ancho y lo largo de los océanos,
cebándose en los holgados pliegues de mi mortaja de espuma,
un ave de paso se sacie con el corazón de mi amor.