Jean Bricmont, físico, filósofo de la ciencia y analista político belga, estima que los occidentales no siempre son conscientes de que el mayor acontecimiento del siglo XX no ha sido el ascenso y la caída del fascismo ni la historia del comunismo, sino la descolonización. "Deberíamos recordar -dice- que hasta hace poco más o menos un siglo el grueso de Asia y de Africa estaban bajo el control europeo, y América Latina era formalmente independiente, aunque la tutela y las intervenciones militares de norteamericanos y británicos eran moneda corriente". "Todo esto se desplomó durante el siglo XX -continúa-, luego de guerras y revoluciones y, de hecho, gracias al decidido apoyo que la Unión Soviética prestó a los procesos de descolonización", en lo que constituye el efecto más duradero de la Revolución Rusa. "Estos procesos liberaron a cientos de millones de personas de las formas más brutales de opresión. Se trata, sin duda, de uno de los grandes progresos en la historia de la humanidad, similar al de la abolición de la esclavitud en los siglos XVIII y XIX". Lo que se intentó y, por cierto, se logró casi en todas partes, fue la emancipación de la dominación occidental. Se logró invertir un proceso de siglos de expansión y hegemonía europea sobre el resto del mundo. "El siglo XX ha sido el siglo del antiimperialismo y lo más probable es que esa tendencia inversa continúe durante el siglo XXI". Reconoce Bricmont que "hay un punto de verdad en la idea leninista de que los beneficios del imperialismo corrompen a la clase trabajadora occidental, y no sólo en términos puramente económicos (mediante la explotación de las colonias), sino también porque alimentan un sentimiento de superioridad que ha inculcado el imperialismo en la mentalidad occidental". Sin embargo, hay dos razones por las cuales este fenómeno está cambiando. Por un lado, la globalización significa que Occidente ha llegado a depender más del Tercer Mundo. Ahora los países dominantes no sólo importan materia prima y exportan capital, sino que también dependen de la mano de obra barata que trabaja en las fábricas relocalizadas en el exterior. Y por otro lado, la globalización también significa que disminuye la relación entre el pueblo de los Estados Unidos y sus elites o capitalistas, cuyos intereses están cada vez menos atados a los de su país. "Uno de los mayores retos que nos plantea el futuro es el de saber si la población reaccionará abrazando fantasías proimperialistas del tipo del 'sionismo cristiano', 'lucha contra el terrorismo' o cualquier otra por el estilo, o si tenderá a incrementar su solidaridad con los países emergentes del Sur". A continuación, la segunda parte del compendio de entrevistas a Jean Bricmont publicadas por "Rebelión", "Sin Permiso" y "New Left Project". En este fragmento, el físico y activista belga critica el uso de los derechos humanos para vender la guerra y polemiza con ciertas posiciones mantenidas por algunos sectores de los movimientos pacifistas. Bricmont pretende aportar "una modesta contribución a la reconstrucción de la izquierda", entendiéndose por ésta a la que, históricamente, ha luchado por el control social de la producción, por la paz y contra el imperialismo, y por la defensa de la democracia, de los derechos del individuo, de la igualdad de género, de las minorías y del medio ambiente.
Ha investigado usted la forma en que la retórica de los derechos humanos ha servido de cobertura a las recientes intervenciones humanitarias de Occidente. Sin embargo, tras la ola global de cinismo respecto a las justificaciones oficiales de la invasión y ocupación de Irak, ¿cuáles son las perspectivas del lenguaje de los derechos humanos como punto movilizador de futuras intervenciones?
Mi primera observación es que las intervenciones militares no se deben a la retórica de derechos humanos sino a la decisión, por parte de los dirigentes de los países que tienen el poder y los medios para intervenir, de hacerlo así. Considerando cómo se han desarrollado las guerras de Irak y Afganistán, no espero que los Estados Unidos se lancen a nuevas guerras en el futuro, salvo en el caso de Irán posiblemente. Pero la retórica de los derechos humanos continuará como forma de demonizar a países cuyos gobiernos son demasiado independientes de Occidente, como Rusia, Irán, Venezuela, Cuba, China, etcétera. No llevará necesariamente a la guerra, pero mantendrá un clima de hostilidad y desconfianza. No creo que Estados Unidos quiera comprometerse en otra aventura militar en un próximo futuro ni lo desean aquellas partes más sanas de los círculos dirigentes norteamericanos. Hay, sin embargo, un país que no dejará de mostrarse histérico respecto a Irán y es Israel. Dado el poder de sus grupos de presión, es probable que continúe la presión sobre Irán en un futuro previsible. Irán, sin embargo, tiene el deseo y los medios de resistir esta presión y eso resulta bastante independiente de quién se encuentre al mando del país, pues todo el mundo apoya en Irán la cuestión de la independencia nacional. De modo que durante bastante tiempo estaremos atrapados en una situación absurda: los sionistas de Occidente, ayudados por una cohorte de activistas de derechos humanos, feministas y laicistas seguirá bramando acerca de la amenaza de Irán, pero sin efecto sobre la política de Irán, que dejará por supuesto que sigan los bramidos. La única solución razonable consistiría en admitir el hecho de que, si posee Israel armas nucleares, como sucede, y las utiliza para mantener su incuestionada superioridad en Oriente Medio, otros países de esa región intentarán obtener dichas armas. Como en el caso de la Guerra Fría, la única salida sería la distensión, pero eso presupone la aceptación de alguna clase de derechos para los palestinos, lo que resulta impensable.
¿Respalda usted una visión de los derechos humanos alternativa a la que domina en el debate central en Occidente?
No creo tener una visión alternativa de los derechos humanos. Concuerdo plenamente con que los principios de la Declaración Universal son metas deseables, pero sólo si incluye uno los derechos sociales y económicos que forman parte de la Declaración. Con lo que no concuerdo necesariamente es con la interpretación establecida de la Declaración en que esta última tiende a ignorar los derechos socioeconómicos o a considerar que se seguirán a largo plazo si uno respeta los derechos individuales y políticos, que se consideran por tanto como "absolutos". Sólo que, en primer lugar, si el respeto por los derechos individuales y políticos lleva, por medio de la acción del "libre mercado", a enormes disparidades en la riqueza, no veo cómo se puede justificar esa situación como deseable. Esta es, en lo esencial, la crítica de la visión liberal de los derechos humanos realizada por Marx y otros socialistas en el siglo XIX. Compárese, por ejemplo, Cuba y el resto de América Latina. En Cuba están limitados los derechos políticos -aunque no tantísimo, comparado con muchas otras situaciones históricas-, en tanto que hoy en día hay democracias formales en la mayor parte del resto de América Latina, pero con masivas violaciones de derechos humanos de tipo socio-económico. ¿Cómo se decide qué situación es preferible? Por lo que respecta a la idea de que, a largo plazo, los derechos socioeconómicos llegarán si se respetan los demás, no veo ninguna prueba de ello. La gente sostiene a veces que esto es lo que demuestra la historia de Occidente, pero la verdad es todo lo contrario. Occidente edificó su prosperidad mediante una masiva violación de los derechos humanos, precisamente de tipo político y individual, con la supresión del derecho de voto de trabajadores, mujeres y minorías, abiertas dictaduras -en muchas partes de Europa-, conquistas coloniales, eliminación de pueblos indígenas, etcétera. Nuestro desarrollo fue desde luego bastante más brutal que el de China hoy, por ejemplo. Pero nuestros imperialistas humanitarios no pueden dejar de dar lecciones a China por las violaciones de derechos humanos.
¿Qué responsabilidad tienen, si es el caso, las organizaciones de derechos humanos en la creación del discurso de derechos humanos que sirve para legitimar la "intervención humanitaria"?
Creo que tienen una gran responsabilidad. Por supuesto, algunas organizaciones son peores que otras: Human Rights Watch, por ejemplo, sigue bastante de cerca la política del Departamento de Estado. La historia siempre se escribe de modo crítica: ¡véanse los horrores del colonialismo! ¡O del estalinismo! Pero en el momento en que sucedían esos "horrores", gran número de gente inteligente, honesta y bienintencionada los apoyaba. Conjeturo que cuando se escriba la historia de nuestra época de manera crítica, la gente se asombrará de la santurronería y unilateralidad, de la crasa ceguera del discurso contemporáneo occidental sobre los derechos humanos. Se quedarán desconcertados por el silencio casi unánime ante las víctimas causadas por el embargo contra Irak, las dudas en la oposición a las guerras contra ese país, la larga indiferencia a las aspiraciones nacionales de los palestinos, la falta de reacciones a la histeria sobre Irán, el entusiasmo por la guerra de Kosovo -que fue la guerra para empezar todas las guerras de tipo humanitario- y las matanzas masivas en el Congo oriental, en buena medida debidas a las intervenciones extranjeras en ese país por parte de Ruanda y Uganda. También se darán cuenta de que el principal problema de nuestro tiempo es el desarrollo del Sur, que el desarrollo no es ni fácil ni indoloro y que presupone la soberanía nacional y la independencia, que es precisamente lo que el movimiento de derechos humanos ignora y a lo que se opone. No olvidemos que el estalinismo se justificó apelando a los ideales socialistas y el colonialismo a la misión civilizadora. El imperialismo de la actualidad, aunque mucho más débil que antes, se justifica con la retórica de los derechos humanos. No siempre fue así. Cuando se fundó Amnesty International, se la consideró en Occidente demasiado amistosa para con los revolucionarios. Pero tras el final de la guerra de Vietnam, Carter desplazó la retórica norteamericana hacia los "derechos humanos", que se convirtieron en la principal arma ideológica contra el comunismo; después, con el crecimiento de las organizaciones de derechos humanos, y su necesidad de financiación, se volvieron cada vez más respetables y aceptadas.
En relación al respeto a la independencia y soberanía nacionales, hay quien respondería, por supuesto, que no es legítimo que una dictadura brutal vindique la soberanía o independencia. ¿Qué piensa al respecto?
Creo que esta cuestión expresa una versión radical de la ideología de los derechos humanos: los países regidos por dictadores no existen como Estados soberanos y están disposición de países más poderosos. Pero la invasión de Irak debería haber demostrado que un país no es sólo su forma de gobierno. También incluye, entre otras muchas cosas, un sistema educativo y de salud que en Irak ha quedado en buena medida destruido por las guerras y la invasión. Y, lejos de reconstruir lo que han destruido, los norteamericanos se están retirando ahora en medio de la autocomplacencia. Pero eso, como mínimo, muestra que el destino de los pobres y sufridos iraquíes importaba cuando se encontraban bajo un régimen considerado hostil por los Estados Unidos e Israel, y no es motivo de preocupación alguna cuando el mayor interés de los Estados Unidos consiste en marcharse. Por supuesto, lo mismo sucedió cuando se derrumbó la Unión Soviética: el bajo nivel de vida de las masas, causa de gran preocupación para los liberales occidentales antes del derrumbe, cayó todavía mucho más, pero entonces los mismos liberales mostraron su indiferencia hacia su sufrimiento. Cuando Putin intentó recuperar el control de la economía rusa, como era de prever resurgió la preocupación por los pobres rusos. Además, cuando las elecciones las ganan los "malos" -Chávez, Milosevic, Putin, Hamás, etcétera-, Occidente declara simplemente que no son democráticas. Por supuesto que las elecciones nunca son perfectas y siempre surge la cuestión de quién controla los medios. ¿Pero, qué sucede con Occidente? ¿Quién controla aquí a los medios y su grado de objetividad?
Aboga usted por el Derecho Internacional como una defensa útil contra la agresión imperial. Sin embargo, ¿no sucede que dentro del actual sistema de las Naciones Unidas, el activismo por parte del Consejo de Seguridad o sus miembros basta para sabotear los intentos de promover cualquier clase de imperio del Derecho Internacional?
Sí y no. Lo que apoyo es la Carta de las Naciones Unidas y la soberanía por igual de todas las naciones sobre la que se funda. Creo asimismo que los votos de la Asamblea General, aunque no tengan fuerza, son mucho más representativos de la opinión mundial que los del Consejo de Seguridad, corrompido desde luego por el derecho de veto de las Grandes Potencias. Creo todavía que el sistema de las Naciones Unidas, por imperfecto que sea, representa un progreso de importancia con respecto a la situación que existía con anterioridad a la Segunda Guerra Mundial. Por un lado, permite cierto tipo de discusiones entre diferentes naciones, lo que en conjunto, es más bien un factor a favor de la paz. ¿Quién sabe qué podría haber pasado durante la Guerra Fría sin esos intercambios? Además, muchas agencias de las Naciones Unidas realizan un trabajo útil. El sistema de las Naciones Unidas también reconoce que hay algo llamado Derecho Internacional que, al menos sobre el papel, constituye una limitación del ejercicio de la fuerza por parte de los poderosos. Al fin y al cabo, todo el mundo podía darse cuenta de que la guerra contra Irak era ilegal, sin el Derecho Internacional, una idea así no podía siquiera formularse. Entre paréntesis, la guerra de Kosovo también fue ilegal, aunque muy poca gente lo reconoció en Occidente. El defecto básico del sistema de las Naciones Unidas es que no dispone de ninguna fuerza de policía para hacer valer sus decisiones, por lo menos cuando van en contra de las exigencias de estados poderosos, como
Estados Unidos e Israel. Y el efecto del veto es que, con suma frecuencia, no se toma ninguna decisión contra estos países. Con todo, hay una serie de resoluciones de las Naciones Unidas que pueden invocar los palestinos. Pero, por supuesto, no sigue siendo más que eso: un trozo de papel que puede uno blandir. Lo que preferiría es que las Naciones Unidas se reconstruyeran desde cero, empezando por el Movimiento de los No Alineados, que agrupa ya a la inmensa mayoría de la población mundial, y en el que podrían solicitar su ingreso los países occidentales y entrar a condición de que cumplieran estrictamente las reglas: respeto por la soberanía por igual de todas las naciones y no interferencia en los asuntos internos de otros países.
¿Requeriría esta propuesta de establecer una alternativa a las Naciones Unidas la creación de una institución paralela, semejante a ellas? Si así es, ¿no se correría el riesgo de balcanización en el seno de este grupo o entre este grupo de estados y otros estados en el seno de las Naciones Unidas?
Bueno, evidentemente lo dije como humorada, puesto que la verdad es que no espero que los dirigentes del Movimiento de los No Alineados presten atención a mi modesta propuesta. Pero lo que está sucediendo es que, cada vez más, se establecen alianzas políticas entre países del Sur, incluso entre aquellos con regímenes muy diferentes, como Brasil, Turquía e Irán, o entre Venezuela e Irán, con el fin de contrarrestar las ambiciones hegemónicas de Estados Unidos. Y debería ser evidente que esas ambiciones no llevan a ninguna parte, véase el desastre de Afganistán, y sólo debilitan a Estados Unidos nacional e internacionalmente. Sin embargo, podemos dar por descontado que el coro de los autoproclamados defensores de los derechos humanos denunciará a estas fuerzas contrahegemónicas con su retórica habitual, cegando así a la opinión pública occidental sobre las aspiraciones de la mayoría de la población mundial. En nombre de la democracia, por supuesto.
Con respeto a su respaldo general del papel del Derecho Internacional, aún tomando en cuenta las mejores que usted propone, algunos izquierdistas sostendrían que no deberíamos limitarnos a ningún tipo de enfoque legalista, del mismo modo que por lo general tampoco lo consideramos en relación con el Derecho Nacional.
No argumento en favor de ningún enfoque legalista. En 1991, me opuse a la guerra de Irak, aunque fuera legal en un sentido muy reducido, habiendo sido aprobada por el Consejo de Seguridad. La base legal era reducida, pues parte del Consejo de Seguridad fue sencillamente sobornado: la entonces desfalleciente Unión Soviética recibió ingentes cantidades de dinero de Arabia Saudita con el fin de que apoyase la guerra y hubo otras presiones que serían impensables en un tribunal de justicia corriente de un país democrático. Además, la falta de verdaderas negociaciones y la peculiar situación de esa parte del mundo, en donde Occidente insiste en que Israel puede ocupar tierras árabes si así lo desea, pero que Kuwait ha de ser independiente, puesto que se trata de un estado pro-occidental productor de petróleo, suponían razones suficientes para oponerse a esa guerra. Pero hay que distinguir entre el principio sobre el que se fundaron las Naciones Unidas y su práctica. En esto mi actitud es semejante a la que tengo respecto a lo que a veces se llama justicia de clase. Debido al profundo sesgo en la administración de justicia, algunos izquierdistas tienden a rechazar toda noción de "derecho burgués". Creo que esto es un error; hay muchos aspectos positivos en los principios de nuestro sistema legal, que representa avances genuinos sobre anteriores sistemas. Lo mismo vale para el Derecho Internacional y las Naciones Unidas.