Hacia la mitad del siglo XIX, la Revolución Francesa ha quedaddo lejos y la sociedad se ha convertido, profunda y definitivamente, en burguesa. "Pero -dice el antropólogo de origen francés Maurice Godelier (1934) en "Anthropologie et économie" (Antropología y economía)- el hecho más relevante es que de todas las burguesías que se reparten la tierra, el dinero o la industria, es esta última la que proporciona a esa sociedad la dirección de su desarrollo, la que le asegura su futuro. El capitalismo industrial se ha convertido ya en el elemento decisivo que determina y trastoca sin cesar las condiciones y la escala de la producción y de los intercambios, y el que constituye la mayor fuente de engendramiento de ganancia, de acumulación del capital. Es ese capitalismo quien necesita e impone simultáneamente la formación de auténticos mercados nacionales, compite sin apelación y arruina rápidamente a todas las formas de producción y de organización sociales que habían sobrevivido en Europa antes de la Revolución Industrial. Y es ese mismo capitalismo el que no puede conformarse con esos mercados nacionales y fuerza a las naciones europeas a terminar lo más rápidamente posible lo que éstas habían iniciado algunos siglos antes: el reparto del mundo". Godelier, uno de los fundadores de la antropología económica francesa, ha desarrollado sus investigaciones hacia el estudio de la estructura económica de las sociedades precapitalistas, desde de una concepción marxista combinada con métodos del estructuralismo. Sentando las bases para el desarrollo de la economía política, en 1776 el economista escocés Adam Smith (1723-1790) sostuvo en su "The wealth of nations" (La riqueza de las naciones) que una "mano invisible", a través de las leyes de la competencia, haría que cada individuo, al perseguir exclusivamente su interés privado, multiplicaría los recursos y los dirigiría "hacia los empleos más adecuados para el interés general de la sociedad". Smith, ante las deficiencias de la economía de los pueblos primitivos, proponía las virtudes de una sociedad y de una economía sometidas al "sistema simple y fácil de la libertad natural". Pero, ya en la mitad del siglo XIX, la miseria obrera y las primeras crisis económicas, obligaron a poner en entredicho esta visión apologética de la sociedad burguesa y la tesis de la racionalidad de la economía capitalista. El propio John Stuart Mill (1806-1873), discípulo entusiasta y respetuoso tanto de Smith como de su continuador David Ricardo (1772-1823), en su "Principles of political economy" (Principios de economía política) mostró algunas reservas hacia las virtudes del "sistema de libertad natural" al afirmar que, ante los formidables trastornos económicos y sociales que habían tenido lugar desde fines del siglo XVIII, no le entusiasmaba "el ideal de vida que nos presentan aquellos que creen que el estado normal del hombre es luchar sin fin para salir de apuros, que esa refriega en la que todos se pisan, se dan codazos y se aplastan, típica de la sociedad actual, sea el destino más deseable de la humanidad". Pero fue necesario esperar hasta la gran depresión de 1929 para que John Maynard Keynes (1883-1946) agregase la última pieza que le faltaba a la economía política contemporánea: el análisis macroeconómico del sistema capitalista. "Sabemos -dice Godelier- que los conceptos de la economía política elaborados para dar cuenta de un sistema económico de producción mercantil industrial son considerados por numerosos economistas como portadores de una verdad universal en la medida en que éstos explicitan las leyes naturales del comportamiento nacional del 'homo economicus' que dormita en todo individuo y en toda época, y sólo habría podido aplicarse y desarrollarse con la economía de mercado capitalista moderna, que de este modo se convierte en la norma y la encarnación de la racionalidad económica". Pero, agrega, "esta pretensión a la universalidad es discutida por los propios economistas y algunos de ellos, de los cuales Marx fue el más importante, discuten incluso que los conceptos comunes de la economía política digan la verdad sobre la estructura profunda, oculta, del modo de producción capitalista, puesto que enmascaran el hecho fundamental de la explotación de los trabajadores por los propietarios de los medios de producción y del capital". Para Godelier, el problema fundamental está en la definición de qué se entiende por economía, en el descubrimiento y la explicación de las formas que adquieren, del lugar que ocupan -en los diversos tipos de sociedad- las relaciones de los hombres entre sí en la producción de las condiciones materiales de su existencia. Por esa razón formuló en 1973 su teoría sobre la antropología económica articulando los métodos de la antropología estructural -creada por Claude Lévi Strauss (1908-2009)- con los del materialismo histórico. Para construir dicha teoría emprendió el camino a partir de Karl Marx (1818-1883) porque "éste no asignó por anticipado una forma, un contenido y un lugar invariables a lo que puede funcionar como relaciones de producción. Siguiendo este camino se puede esperar no desarrollar una disciplina más -la antropología económica- sino situar la historia, en lo posible, en el futuro y superar un día las compartimentaciones fetiches y las arbitrarias divisiones de las ciencias humanas que oponen actualmente la antropología a la historia o la sociología a la economía". Así, Godelier investigó y polemizó sobre el concepto de "modo de producción asiático" y cuestionó la separación entre infraestructura económica y superestructuras políticas e ideológicas propuesta por el marxismo clásico al afirmar que, en las sociedades primitivas, las relaciones de parentesco funcionan como relaciones de producción, relaciones políticas y esquema ideológico, por lo que el parentesco es a la vez infraestructura y superestructura. Además de su actividad como investigador, Godelier se ha involucrado en la política científica formulando propuestas de reformas de las ciencias humanas y sociales en Francia. En ese sentido, en mayo de 2003, en el n° 37 de "I+DT Info", la revista editada por la Comisión Europea, fue publicada la siguiente entrevista en la que el antropólogo se explayó sobre cuestiones de política científica, en momentos en que la Unión Europea se disponía a incorporar a sus filas a diez nuevos miembros.
Tradicionalmente se habla de ciencias humanas o de ciencias sociales. Usted prefiere la apelación que funde las dos: "Ciencias del Hombre y de la Sociedad". ¿Por qué?
Hay que situar las cosas en el tiempo: las Humanidades (la filosofía, el derecho e incluso la historia), aparecieron en Occidente en la época grecorromana. Las ciencias sociales, la economía, la sociología, la antropología, la lingüística, la demografía, etcétera, nacieron a partir de finales del siglo XVIII. Y en el siglo XX otras disciplinas, como las ciencias políticas o las ciencias de la gestión tuvieron su época dorada. Estas dos áreas siguen estando separadas en un buen número de instituciones universitarias. Pero, en lo que se refiere a los métodos y las ideas, desde el principio se influenciaron entre sí. Junto a la historia política clásica (la de las dinastías y los imperios) se desarrollaron la historia económica, la historia de las mentalidades, etcétera. El principio de partida de los análisis no es el del individuo aislado en su singularidad, sino los individuos y los grupos tomados con respecto a algunas relaciones sociales específicas. Las ciencias del Hombre intentan definir la naturaleza de estas relaciones, que son particulares de una sociedad y de una época en toda su complejidad. En el siglo XX, se impuso la idea de que la especificidad de las relaciones sociales depende de su estructura. La investigación se dirigió hacia el descubrimiento de estas estructuras de las que se intentaba reconstituir la lógica propia para comprender tanto su aparición, como su transformación o desaparición. Este enfoque complejo toma en cuenta igualmente lo que los individuos piensan de sus relaciones y del lugar que ocupan en el seno de su sociedad, pero igualmente incluye las representaciones que los individuos se hacen de su cuerpo, así como los valores y los símbolos compartidos o rechazados en el seno de su comunidad. Una de las dificultades de las ciencias sociales es que hay que rendir cuentas de las realidades imaginarias y de las prácticas simbólicas que acompañan el ejercicio del poder y la reproducción de las sociedades.
¿Se puede prescindir de un enfoque multidisciplinar de cara a cuestiones tan complejas?
En realidad, ninguna realidad social es accesible con un enfoque único. Un antropólogo que no conoce la historia de las civilizaciones sólo verá una parcela de la realidad. Cada vez más investigaciones utilizan un enfoque multidisciplinar e interdisciplinar. En resumen, creo que la antigua división, incluso oposición, entre las ciencias humanas y las ciencias sociales debe desaparecer para dejar sitio al campo de las ciencias del hombre y de la sociedad. Los enfrentamientos mundiales que conocemos hoy en día muestran la necesidad cada vez mayor de recurrir a las ciencias sociales para comprender su origen y naturaleza. Por ejemplo, no podemos analizar los acontecimientos que suceden en Irak sin recurrir a varios puntos de vista: el de la historia y la filosofía, que nos explican las fuentes del fundamentalismo islámico, el wahhabismo (secta religiosa fundamentalista musulmana); la antropología y la sociología, que nos informan de lo que sucede en la vida de las personas; la economía, que nos ofrece el contexto de la globalización del mercado y nos aclara la importancia estratégica de ciertos recursos y de ciertas regiones del mundo y, finalmente, las ciencias políticas, que analizan los regímenes que coexisten y que se enfrentan del Occidente al Oriente.
La ampliación de la Unión Europea se puede considerar igualmente como un cambio complejo, que el análisis de las ciencias sociales podría explicar...
La entrada de nuevos países en Europa, con su diversidad cultural, su desigualdad de desarrollo, sus diferencias religiosas, va a plantear problemas que no se reducen a ecuaciones matemáticas o a fórmulas ideológicas. Su historia y su identidad nos obligan a inventar vías específicas para su integración en la Unión. Una integración que se hace a dos niveles: el desarrollo de una economía de mercado que puede ser tentado por las sirenas de un liberalismo salvaje y el desarrollo de regímenes políticos democráticos, respetando el pluralismo. De cara a estos cambios, las respuestas serán sociales, culturales, políticas... y no solamente tecnológicas y económicas.
La ampliación va a suponer también la ampliación de la cooperación europea.
Por supuesto, y esto va a suponer en el futuro una verdadera "ventaja" para los europeos. Hoy en día, como usted sabe, en casi todas las disciplinas, los primeros socios de los investigadores europeos son sobre todo estadounidenses. Las cooperaciones bilaterales y a veces multilaterales entre los centros de investigación europeos están ahí, por supuesto, pero sólo en un segundo plano. Los programas de la Unión constituyen un gran avance, por su deseo de promover la creación de redes europeas. Hacen posible la puesta en común de recursos intelectuales y otros que a menudo cada uno de los socios ignoraba. Europa también va a dar un impulso nuevo a las investigaciones llevadas a cabo por los diferentes Estados de la Unión, al fomentar la búsqueda de la excelencia. Los discursos destacan incesantemente la necesidad de lograr las "masas críticas" de medios humanos y materiales para llevar a cabo programas ambiciosos que nos pongan en pie de igualdad con los estadounidenses. A partir de ahora, estos dos puntos van a ejercer una influencia constante sobre la organización de la investigación en el seno de los diferentes Estados de la Unión. En muchos de estos países, la evaluación nacional indispensable para juzgar la calidad científica de los investigadores, de los equipos, de los programas y de las instituciones, sigue siendo aún poco rigurosa y va a tener que ser modificada debido a la presión de la Unión Europea. Por otro lado, el desarrollo del Espacio Europeo de Investigación implica organizar dicho espacio a una escala más amplia, con equipos reforzados, que tengan visibilidad internacional, lo que llevará igualmente a nuevas necesidades de financiación y de gestión de la investigación completamente diferentes de las practicadas habitualmente en los marcos nacionales.
El Sexto Programa Marco refuerza considerablemente las posibilidades de investigación en ciencias sociales y humanas, sobre todo a través de la séptima prioridad: "Ciudadanos y gobernanza en la sociedad europea del conocimiento". Esto debe parecerle una buena iniciativa...
"Considerablemente" quizás sea un poco exagerado. Es verdad que, por primera vez, parte de los fondos europeos se destinan exclusivamente a las ciencias sociales. Pero la suma global aún es modesta y tendría que aumentarse para hacer frente a la necesidad de conocimientos relacionados con la construcción europea: construcción política, pero también científica con el Espacio Europeo de Investigación. Más allá del conocimiento y de la gobernanza, hay que destacar que algunos temas de investigación que podrían relacionarse con las ciencias sociales existen en otros espacios del programa marco. No obstante, las ciencias deben aprender a identificarlos y a responder a sus interrogantes. Tomemos por ejemplo las nanotecnologías. Su desarrollo nos permite anticipar una formidable mutación en los sistemas de producción, por lo tanto, en la organización económica de las sociedades modernas. De esta manera, hacen falta estudios de prospectiva para preparar este cambio y acompañarlo. El desarrollo de las biociencias plantea problemas éticos y deontológicos a los que los juristas y los filósofos deben responder. La visión de las ciencias sociales también es indispensable en campos como el medio ambiente, el desarrollo sostenible, etcétera. Por ejemplo, pueden analizar la forma en que las políticas europeas en este campo serán percibidas y eventualmente aceptadas o rechazadas por la población. Pero, para todas estas formas de cooperación entre las ciencias humanas y otras ciencias, hay que multiplicar también las formas de comunicación entre las disciplinas (y estos puntos de encuentro se dan raramente).
Se ha hablado mucho de la sociedad de la información. Se habla mucho igualmente de la sociedad del conocimiento. Concretamente, para un antropólogo, ¿qué significa esto?
Construir una Europa en la que el conocimiento se difunde más ampliamente e influencia la vida de las personas como evolución de la sociedad es un objetivo fundamental. Pero la abundancia de información no significa necesariamente el desarrollo de los conocimientos... Para darle un ejemplo de los avances que las tecnologías de la información y de la comunicación pueden aportar, yo tomaría el caso de un programa europeo titulado ECHO (European Cultural Heritage on Line). Este proyecto desea inventariar y poner en Internet, en libre acceso, partes enteras del legado europeo de historia de las ciencias, de historia del arte, de historia de la filosofía, etcétera, pero también de un patrimonio que procede de otras partes del mundo: se trata de los museos de etnografía y de las grandes colecciones que reúnen los testimonios de las sociedades no europeas, de Africa, Asia, Oceanía y América. Este patrimonio se encuentra por ejemplo en Londres, en Berlín, en Budapest, en París, en Roma, y está compuesto por máscaras, estatuas, objetos de la vida ritual o cotidiana de cientos de sociedades no europeas. Se puede ver claramente todo lo que los programas relacionados con la investigación y la cultura pueden aportar: fomentar el inventario sistemático de las colecciones europeas, dar acceso a una parte de estos recursos acompañados de toda la documentación necesaria... Qué responsabilidad para los investigadores y los conservadores y, al mismo tiempo, qué ocasión representa para ellos de intercambio y de diálogo con todas estas sociedades no europeas que tienen una parte de sus patrimonios en Europa. Esto supone una ambición y un desafío...