20 de febrero de 2011

Jean Bricmont. Acerca de la política y la filosofía (2)

En la introducción de "Impostures intellectuelles" (Imposturas intelectuales) que Jean Bricmont coescribió con el físico y matemático estadounidense Alan Sokal (1955), dicen los autores: "Al parecer, amplios sectores pertenecientes al ámbito de las humanidades y de las ciencias sociales han adoptado una filosofía que llamaremos -a falta de un término mejor- 'posmodernismo', una corriente intelectual caracterizada por el rechazo más o menos explícito de la tradición racionalista de la Ilustración, por elaboraciones teóricas desconectadas de cualquier prueba empírica, y por un relativismo cognitivo y cultural que considera que la ciencia no es nada más que una 'narración', un 'mito' o una construcción social". En ese contexto, la idea de ambos físicos fue denunciar el empleo abusivo de diversos conceptos y términos científicos -"bien utilizando ideas científicas sacadas por completo de contexto, sin justificar en lo más mínimo ese procedimiento, o bien lanzando al rostro de sus lectores no científicos montones de términos propios de la jerga científica, sin preocuparse para nada de si resultan pertinentes, ni siquiera de si tienen sentido"-, por parte de figuras que, en mayor o menor medida, gozan de una notoriedad importante en todo el mundo. Así, Bricmont y Sokal seleccionaron textos que ilustran a las claras las mistificaciones físico-matemáticas -ocultas tras una jerga imponente y una aparente erudición científica- de autores como Badiou, Baudrillard, Deleuze, Guattari, Irigaray, Kristeva, Lacan, Latour, Serres o Virilio. Los pasajes escogidos son más que elocuentes. Un ejemplo lo da el médico psiquiatra y psicoanalista francés Jacques Lacan (1901-1981) quien, en "Position de l'inconscient" (Posición del inconsciente), afirma: "El órgano eréctil y la raíz cuadrada de menos 1: así, calculando esa significación según el álgebra que utilizamos, a saber: S (significante) sobre s (significado) es igual a S (el enunciado). Con S igual a 1, tenemos s igual a la raíz cuadrada de menos 1. Es así como el órgano eréctil viene a simbolizar el lugar del goce, no en sí mismo, ni siquiera en forma de imagen, sino como parte que falta de la imagen deseada: por eso es igualable a la raíz cuadrada de menos 1. De ahí que sea el equivalente del goce que restituye, a través del coeficiente de su enunciado, a la función de falta de significante"; o en "L'étourdit" (El atolondrado): "La cinta de Moebius puede ser considerada la base de una suerte de inscripción esencial en el origen, en el nudo que constituye el sujeto. Un toro, una botella de Klein, una superficie cortada al través, son capaces de recibir tal corte. Y esta diversidad es muy importante ya que explica muchas cosas acerca de la estructura de la enfermedad mental. Si se puede simbolizar el sujeto mediante un corte fundamental semejante al de una cinta de Moebius, del mismo modo se puede mostrar que un corte en un toro corresponde al sujeto neurótico, y en una superficie entrecruzada, a otro tipo de enfermedad mental". Otro caso es el de Bruno Latour (1947), filósofo y antropólogo francés, que en un artículo aparecido en la revista "La Recherche" asegura que el faraón egipcio Ramsés II "no pudo morir de tuberculosis ya que el bacilo no fue descubierto por Koch hasta 1882". Otro francés, el filósofo y sociólogo Jean Baudrillard (1929-2007) dice en "La Guerre du Golfe n'a pas eu lieu" (La Guerra del Golfo no ha tenido lugar) que "el espacio de la guerra es definitivamente no euclidiano" porque "el espacio euclídeo es el progreso en línea recta de la Ilustración, y el no euclídeo es aquel en que las trayectorias se desvían por una curvatura maléfica. En el espacio euclidiano de la historia, el camino más rápido de un punto a otro es la línea recta, la del progreso y la democracia. Pero esto no es válido nada más que para el espacio lineal de las luces. En el nuestro, el espacio no euclidiano del fin de siglo, una curva maléfica desvía invenciblemente todas las trayectorias. Ligada sin dudas a la esfericidad del tiempo (visible al horizonte del fin de siglo como aquella de la tierra al horizonte del fin de la jornada) o a la sutil distorsión del campo de gravedad". Para Luce Irigaray (1932), psicoanalista, socióloga y feminista belga, según declara en "Une chance de vivre" (La oportunidad de vivir), "cada fase de la economía sexual femenina posee una temporalidad propia unida a los ritmos cósmicos. El hecho de que las mujeres se hayan sentido tan amenazadas por el accidente de Chernobyl tiene sus orígenes en esa relación irreductible que existe entre sus cuerpos y el universo", y agrega: "también Nietzsche percibía su ego como un núcleo atómico amenazado de explosión (a pesar de que el núcleo atómico se descubrió en 1911, años después de muerto el filósofo alemán), pero para nosotros, ¿qué representa esa relatividad general que gobierna más allá de las centrales nucleares y que pone en duda nuestra inercia corporal, necesaria condición de vida?". Y va más allá en "Le sujet de la science est-il sexué?" (¿Es sexuado el asunto de la ciencia?) cuando dice: "¿La ecuación E=mc2 es una ecuación sexuada? Tal vez. Hagamos la hipótesis afirmativa en la medida en que privilegia la velocidad de la luz respecto de otras velocidades que son vitales para nosotros. Lo que me hace pensar en la posibilidad de la naturaleza sexuada de la ecuación no es, directamente, su utilización en los armamentos nucleares, sino por el hecho de haber privilegiado lo que va más aprisa"; o cuando asevera en "Ce sexe qui n’en est pas un" (Ese sexo que no es uno): "El privilegio de la mecánica de sólidos sobre la de fluidos, y las dificultades de la ciencia con el flujo turbulento, se debe a la asociación de los fluidos con lo femenino. Mientras los hombres tienen órganos sexuales protuberantes que se ponen rígidos, las mujeres tienen aberturas que liberan sangre menstrual y fluido vaginal. Aunque los hombres en ocasiones también fluyen al expeler semen esto no se enfatiza. Es la rigidez del órgano masculino lo que cuenta, no su complicidad con el fluir. Estas idealizaciones se reinscriben en las matemáticas, que conciben los fluidos como planos laminares y otras formas sólidas modificadas. Así como las mujeres en las teorías y el lenguaje masculino existen sólo como no-hombres, los fluidos han sido erradicados de la ciencia, existiendo sólo como no-sólidos. Desde esta perspectiva, no es raro que la ciencia no haya sido capaz de construir un modelo exitoso de la turbulencia". Por su parte, la psicoanalista búlgara Julia Kristeva (1941) en su ensayo "La révolution du langage poétique" (La revolución del lenguaje poético) elabora una teoría formal del lenguaje poético recurriendo a términos matemáticos. Así, toma de la teoría de conjuntos el axioma de elección (dada una colección de conjuntos, cada uno de ellos con al menos un elemento, existe un conjunto formado por un elemento elegido de cada uno de aquellos) y lo vincula al poeta Isidore Lucien Ducasse (1846-1870): "Lautreamont fue uno de los primeros en practicar conscientemente este teorema", soslayando un pequeño detalle: el axioma de elección fue formulado en 1904. Y ahondando en la teoría de conjuntos dice la ensayista: "Cada individuo u organismo social es un conjunto, entonces el conjunto de todos los conjuntos, que debería ser el Estado, no existe. Es una ficción, como descubrió Marx". Para Karl Marx (1818-1883) el Estado es el órgano de opresión de una determinada clase sobre otra, producto del carácter irreconciliable entre ambas, pero de ninguna manera es una ficción. Un ejemplo más: Paul Virilio (1932), teórico cultural y urbanista francés, se interroga en "L'Espace critique" (El espacio crítico): "Cuando la profundidad del tiempo sucede a las profundidades de campo del espacio sensible, cuando la conmutación de la interfaz suplanta la delimitación de las superficies y la transparencia renueva las apariencias, ¿no tendríamos derecho a preguntarnos si lo que aún seguimos llamando espacio no es sino luz, una luz subliminal, paraóptica, de la que la luz del Sol sería sólo una fase, un reflejo?". Otro filósofo francés, Michel Serres (1930), en "Eléments d'histoire des sciences" (Elementos de historia de las ciencias) dice, refiriéndose al sistema monárquico absolutista que imperaba en Francia antes de la Revolución de 1789, que "el clero ocupaba una posición muy precisa en la sociedad. Dominante y dominada, ni dominada ni dominante, dicha posición, interior a cada clase dominante o dominada, no pertenecía a ninguna de las dos, ni a la dominada ni a la dominante". Alain Badiou (1937), filósofo, dramaturgo y novelista francés nacido en Marruecos, recurre a la hipótesis del continuo de la teoría de conjuntos (no existen conjuntos cuyo tamaño esté comprendido estrictamente entre el de los números enteros y el de los números reales) en "Theorie du Suject" (Teoría del Sujeto) para aseverar que "la política triunfa matemáticamente sobre el realismo sindical porque la hipótesis del continuo no es demostrable". Por último, Gilles Deleuze (1925-1995) y Felix Guattari (1930-1992), filósofos franceses ambos dos, escribieron varias obras en colaboración, entre ellas "L'anti-Edipe" (El anti Edipo). A ella pertenece el siguiente párrafo: "Aquí se observa perfectamente que no existe ninguna correspondencia biunívoca entre los eslabones lineales significativos o de arqueoescritura, según los autores, y esta catálisis maquinal multidimensional, multirreferencial. La simetría de escala, la transversalidad, el carácter pático no discursivo de su expansión: todas estas dimensiones nos llevan más allá de la lógica del tercio excluso y nos invitan a renunciar al binarismo ontológico que ya hemos denunciado anteriormente". Lo que sigue es la segunda parte de la larga entrevista que Bricmont concedió a la revista "Sin Permiso".


Volvamos, si le parece, a la cuestión de las imposturas. ¿Existe algún tipo de relación entre las "imposturas intelectuales" y la "impostura política"? Las armas de destrucción masiva iraquíes, por ejemplo, ¿eran una metáfora mal utilizada, una exageración con finalidades pedagógicas o una verdadera impostura?

Si leemos con atención el llamado "Downing Street Memo", que es un conjunto de informes internos del gobierno británico que da fe de las conversaciones mantenidas con Estados Unidos durante el verano de 2002 y que alguien quiso que viera la luz -es sabido que Blair tenía muchos enemigos en su entorno-, nos encontramos con que ambas administraciones, la británica y la estadounidense, dicen explícitamente que van a utilizar el pretexto de las armas de destrucción masiva. En concreto, se dice que la estrategia que hay que seguir consiste en enviar inspectores de Naciones Unidas a Irak para provocar a Sadam Hussein, quien se supone que reaccionará oponiéndose a las inspecciones, lo que, en último término, podrá ser utilizado como "motivo de guerra". Pues bien, lo inquietante de todo esto es que si yo, que formaba parte de una asociación pacifista belga, hubiese aludido a esta realidad en aquel momento, se me hubiera tachado inmediatamente de partidario del régimen de Sadam Hussein, cuando en realidad no hubiera hecho otra cosa que decir algo que era cierto. Todo el mundo estaba convencido de que lo verdaderamente importante era desarmar pacíficamente el peligroso régimen iraquí. No había que entrar en guerra -decían muchos-, pero sí había que enviar a los inspectores para eliminar las armas de destrucción masiva. Y resulta interesante recordar que ya en aquella época había inspectores de Naciones Unidas que dimitían de sus cargos porque se daban cuenta de que sus inspecciones eran utilizadas con la única finalidad de terminar con el régimen iraquí, lo que nada tenía que ver con el verdadero objetivo de la tarea que les había sido encomendada.

Se había propagado una gran impostura, pues.

Se pueden hacer dos interpretaciones de todos estos hechos. La primera consiste en decir que se engañó a los inspectores proporcionándoles información falsa para que vieran lo que se esperaba de ellos que vieran. La segunda apunta a que todos sabían que la realidad era otra: que no había armas de destrucción masiva y que de lo que se trataba era de preparar el terreno para poder derribar militarmente el régimen de Sadam Hussein. Al "Downing Street Memo" me remito, que es una fuente que no ha sido desmentida, que yo sepa.

Decía usted hace un momento que tanto su filosofía política como sus análisis de la realidad se hallan en solución de continuidad con el proyecto ético-político de la Ilustración.

¡Por supuesto! Yo no quiero apartarme ni un ápice del proyecto de la Ilustración. Y me doy cuenta de que hay gente que sí pretende orillarlo, lo que me inquieta de veras. Esta misma mañana, viniendo a la universidad, leía un artículo publicado en "Il Manifesto" sobre el discurso del Papa en Ratisbona. Pues bien, lo verdaderamente asombroso es que su ataque no se ceñía al Islam, sino que iba dirigido, por encima de todo, contra la razón científica. Era la ciencia moderna, el empirismo, esto es, el rechazo de las verdades a priori, aquello que el Papa estaba combatiendo: hay que volver, venía a decir, a lo que conformó la metafísica clásica, la metafísica anterior a la Ilustración. Quiero decir que enemigos de la Ilustración los hay por todas partes: entre los cristianos fundamentalistas, entre parte de los sionistas religiosos, entre ciertos sectores del hinduismo y del budismo -incluido el Dalai Lama-, hasta dentro de ciertos grupos de indígenas de Latinoamérica. Mucha gente nos dice hoy que es preciso volver a colocar la religión en el centro de la vida social. Obviamente, no puedo estar más en desacuerdo con esta tesis, pues lo que creo que hay que hacer es eliminar la religión de la vida pública, incluido el discurso sobre los derechos humanos en la medida en que adquiera tintes cuasi-religiosos. Lo que creo que hay que hacer es tratar de buscar una forma de organizar nuestras sociedades lo más racionalmente posible, sin principios a priori, sin verdades intocables, etcétera. Fíjense que en este sentido, pese a que, como muchos dicen, el marxismo fue una continuación del proyecto de la Ilustración, los comunistas que se hicieron con el poder en determinados países -estoy pensando en la revolución cultural china, o en la época más dura del estalinismo- dejaron de ser herederos de la Ilustración, pues el propio comunismo se convirtió en una auténtica religión para muchos.

¿De qué modo, pues, podemos hoy considerarnos socialistas, en el sentido más amplio del término, entendiendo el socialismo como una continuación del proyecto de la Ilustración?

En este punto Bertrand Russell constituye una auténtica referencia para mí. Se habla poco de él en relación con estos temas, pero cuando uno estudia sus escritos sobre el bolchevismo, su historia de las ideas del siglo XIX, cuando uno lee su "Roads to freedom" (Los caminos de la libertad), encuentra una interesantísima reflexión sobre el socialismo hecha desde el punto de vista de la Ilustración. Y hallamos en Russell a alguien que no está fanáticamente en contra de la idea de interés propio, contra los beneficios, contra la propiedad privada: al fin y al cabo, nos dice Russell -y en esto estoy totalmente de acuerdo con él-, todo esto ha de ser enjuiciado a través de sus consecuencias. Porque hay en la izquierda una actitud religiosa que se manifiesta de muchas maneras, y entre ellas destaca la que pasa por sostener la idea de que los seres humanos deben ser puros, esto es, deben comportarse de un modo netamente altruista, deben consagrarse en cuerpo y alma al servicio del pueblo. Y esto es peligroso, porque los seres humanos no somos perfectos. Es muy importante pues, que encontremos soluciones compatibles con esta realidad que nos viene dada. No hacerlo equivale, una vez más, a comportarse de un modo religioso.

Se desprende de sus palabras que este pensar religioso se ha con vertido en un fenómeno ubicuo.

Sin ir más lejos, resulta curioso observar que, en la actualidad -y pienso especialmente en Francia-, mucha gente que se dice de izquierdas y defensora de la Ilustración resulta ser fanáticamente anti-musulamana, razón por la cual apoya las políticas imperialistas en Oriente Medio. Al mismo tiempo, aquellos que se oponen a estas políticas muy a menudo se muestran favorables a los ataques contra la Ilustración que provienen de esa parte del mundo. Conozco a muchas personas que no son religiosas pero que son posmodernas en el sentido académico del término y que piensan que la Ilustración lleva consigo la semilla del colonialismo. Yo creo que el problema de fondo -insisto- es la actitud religiosa que alimenta estas posiciones, una actitud que no está necesariamente ligada a la presencia de un dios, sino a la costumbre de defender unas opiniones de forma excesiva, fanática, irracional, sin atender a los datos empíricos que podamos poseer.

Una de las ideas centrales del programa de la Ilustración es la idea de progreso. ¿Cree usted que hay que hay que seguir otorgándole un espacio?

Por supuesto que sí. ¡No podríamos ser progresistas si no pensáramos que existe la posibilidad de un progreso! La clave está en las instituciones que podamos crear e ir mejorando. El hombre no es perfecto, pero su comportamiento depende de las circunstancias en las que se encuentra. De lo que se trata es de actuar sobre las circunstancias. Y es precisamente la convicción de que se puede actuar sobre las circunstancias lo que me permite creer en el progreso. Permítanme un ejemplo un tanto delicado. El 1 de julio de 1916, fecha en la que empezó la Batalla del Somme, hubo cincuenta mil bajas y murieron veinte mil 
personas, pero ello no fue óbice para que la guerra continuara. En la actualidad, cien muertos del lado israelita durante la guerra del Líbano o tres mil del lado estadounidense durante la guerra de Irak son razón suficiente para que se levante un notable revuelo y, en el caso del Líbano, para que la guerra se pare. A mí esto me parece un progreso, sí. Y me parece un progreso también el hecho de que hoy, desde el preciso instante en el que una guerra empieza, entre en juego el derecho internacional y la ONU se movilice, por mucho que luego la saboteen. Esto, en 1914, no ocurría. La presencia de un derecho internacional, con todas sus limitaciones, es un progreso. Decir esto no me impide denunciar la hipocresía con la que tan a menudo se recurre a él. Pero que esté ahí supone ya un progreso. Lo mismo ocurre con elementos centrales del proyecto de la Ilustración como la democracia o los derechos del hombre: el hecho de que se apele a ellos de forma hipócrita no los invalida como objetivos que merece la pena alcanzar.