contribuciones, tanto teóricas como prácticas, de este notable ensayista, narrador, periodista y crítico literario que obtuvo la licenciatura y el profesorado en Lengua y Literatura Españolas en la Facultad de Filosofía y Letras de
Usted nació en Córdoba, pero siempre hizo gala de su "tucumaneidad".
Llegué con mi familia en 1936. Vine cuando era un niño y me crié aquí. Acá terminé la escuela, la universidad, me casé, hice una carrera en el diario "La Gaceta", un montón de cosas. Tucumán es el lugar con el que estoy identificado.
Dada su dilatada trayectoria en el terreno de las letras se podría pensar que en su casa de infancia había una inmensa biblioteca.
En mi casa éramos muy pobres, y creo que los primeros libros que leí, que me llevó mi padre, fueron "Corazón" de Edmundo D'Amicis, y un libro de un astrónomo argentino, Martin Gil, "Milenios, planetas y petróleo". Un lector puede nacer en el momento menos pensado.
¿Qué hará que alguien se acerque a la lectura sin padrinos, y sin biblioteca familiar?
Bueno, uno lo va descubriendo; va descubriendo que hay otras maneras de ver el mundo. Que existen las novelas, por ejemplo.
¿Qué pensó cuando lo designaron miembro de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, hace una semana?
Creo que el gesto de nombrarme es más que un gesto hacia una sola persona; que es un reconocimiento de Buenos Aires, que siempre ha sido tan aislacionista, hacia los intelectuales que trabajan honestamente en las provincias argentinas.
¿Por qué le parece que se ha dado esta apertura?
Ha ido avanzando un cierto sentido de que no todo termina en la General Paz. Y eso se manifiesta también en la política. Ya era hora, por otra parte, porque ha habido que andar mucho, desde las guerras del siglo XIX, para que se empiece a reconocer que aquí puede haber escritores, pintores, hombres de ciencia...
¿Hay un diálogo entre el intelectual porteño y el intelectual de las provincias?
Alguna que otra vez, no como algo habitual. Yo he enseñado en la UBA, y he tenido muy buen diálogo con Beatriz Sarlo, David Viñas, Josefina Ludmer, entre otros. Y cuando me volví a Tucumán en 1988, eso se rompió.
Desde la política, ¿se puede cambiar esa situación?
Desde la política se puede cambiar eso. En México, la Secretaría de Educación Pública, que es como nuestro Ministerio de Educación, publica una serie que se llama "Libros de tierra adentro". Auspician tanto la publicación de libros que se editan en el Distrito Federal como en el resto de México.
Aquí, esa debería ser una función del Fondo Nacional de las Artes...
Así es, en ese sentido las instituciones han tenido acá un retroceso muy grande. Hace poco estuve hojeando mi primer libro, que se llama "Circunstancias", de 1961, que tenía ilustraciones de mi compadre, Juan Lanosa. Ese libro estaba publicado en dos series que habíamos lanzado Raúl Galán y yo desde la peña El Cardón. Y ahí leí un agradecimiento al FNA por la subvención que había permitido poner en marcha esta serie de ediciones.
Este año, el Fondo Nacional de las Artes ha publicado una antología de la poesía del Noroeste argentino, coordinada por Santiago Sylvester.
Así es, pero aportan para libros aislados. No veo que haya un apoyo sostenido para los escritores del interior.
¿Sigue la producción en las nuevas generaciones?
Sí, se mezclan aquellos que vienen del ambiente académico y que en algunos casos son excelentes poetas -como César Juárez, entre otros-, con aquellos que vienen de otras disciplinas. Pero hay otros que no tienen nada que ver con la producción del ambiente de la Universidad. En realidad, debemos hablar de la Universidad Nacional de Tucumán. Allí, los profesores alientan a sus alumnos a pesar de los paros, de los salarios, de las adversidades. Son admirables. Yo conozco la realidad de Filosofía y Letras, pero me imagino que debe pasar lo mismo en otras facultades.
En su producción, ¿usted se ve a usted mismo?
Sí, sobre todo en mi poesía, y tal vez no tanto en la narrativa. Me parece que la narrativa, tanto como se la considera ahora , ya sea en el microrrelato o en otras variedades, es más experimental. Y ese experimentalismo hace que sea difícil concebirla como un documento autobiográfico. Aunque hay un libro mío que es muy autobiográfico, "Cuadernos del espósito", que no se conoce mucho aquí porque fue publicado en México.
Y, ¿cómo se considera?
Yo me considero un escritor. En un sentido de creación, la poesía y el cuento son una manera de escribir. Igual que el periodismo. Si uno escribe mal en una, seguramente va a escribir mal en la otra también. Y lo que se aprende en una le va a servir para el otro ámbito también. Esa oposición que a veces hace la gente entre la literatura y el periodismo, que el periodismo arruina a la gente, a mí me parece una tontería. Es un género. Una persona que desarrolla una capacidad en eso, si puede escribir buenas crónicas, no veo por qué no pueda escribir bien un cuento o viceversa. Y si escribe mal un cuento va a escribir mal una crónica.
En los últimos años, usted volcó su mayor energía creativa en la producción de microrrelatos. Usted es un cultor del microrrelato. ¿Por qué se ha puesto de moda el microrrelato?
Antes de que se hablara del microrrelato, yo ya había escrito dos o tres textos que son como los microrrelatos que escribimos ahora. Lo publiqué en Tucumán, entre 1960 y 1961. "Réquiem y otros cuentos" se llama el libro.
¿Qué denominación prefiere para el género brevísimo y por qué?
Prefiero "microrrelato", porque en sus dos componentes me parece que se define bien: es decir, el carácter del texto y las dimensiones del mismo.
¿Cómo y desde cuando nació su pasión por el microrrelato?
He escrito textos críticos sobre los que entonces considerábamos "cuentos" o "cuentos breves" desde la década de 1970. A partir del II Congreso Internacional de Minificción en Salamanca en 2002, mi interés comenzó a tomar un doble carácter: la escritura de microrrelatos y su consideración crítica.