Dijo Cortázar que escribió "Historias de cronopios y de famas" para "luchar contra el pragmatismo y la horrible tendencia a la consecución de fines útiles". "Hay que luchar contra el idioma para que no imponga sus fórmulas y sus clichés, las frases hechas, todo lo que caracteriza tan bien a un mal escritor", aseveraba. En una entrevista publicada en "Cuadernos Hispanoamericanos" nº 364/366 de
octubre/diciembre de 1980, realizada por la ensayista peruana Sara Castro Klarén (1942) -autora de "Escritura, transgresión y sujeto en la literatura latinoamericana"-, Cortázar admite que la lectura de "Plume" (Pluma) de Henry Michaux (1899-1984) fue fundamental para la gestación de "Historias de cronopios y de famas": "Fue el primer libro suyo que leí en la edición de Gallimard en francés, y esos pequeños cuentecitos tienen que haber ejercido una influencia en mis cronopios que iban a nacer muchos años después. Son esas cosas de las que uno se da cuenta más tarde; no sé si algún crítico lo ha visto, pero yo creo que, sin esos textos de Michaux, a mí tal vez no se me hubiera ocurrido escribir a los cronopios".
En "La fascinación de las palabras", la extensa conversación que mantuvo con el escritor y periodista uruguayo Omar Prego Gadea (1927) que viera la luz en forma de libro en 1997, Cortázar cuenta la conocida anécdota del Teatro de Champs Elysées y explica la procedencia del término cronopio: "Sobre esa palabra muchos críticos se han partido las meninges porque han buscado por el lado del tiempo, de Cronos, para ver si había una pista metafísica. No, en absoluto; es una palabra que vino por pura invención conjuntamente con las imágenes". Y continúa: "Esa pequeña visión que yo había tenido y además el nombre de cronopios -que me gustó mucho- siguió obsesionándome. Y entonces empecé a escribir las primeras historias. Y de la misma manera aparecieron las imágenes -pero no tan definidas como las de los cronopios- de los famas y de las esperanzas. Esas imágenes, ya, fueron sacadas, fueron inventadas como contraposición de los cronopios, y las esperanzas juegan un papel intermedio. Pero yo no tenía una idea de quiénes eran y cómo eran". "Pero de entrada se habla del 'corazón bondadoso del cronopio' -le dice Prego Gadea-. El cronopio es un ser básicamente bueno y algo ingenuo". "Sí -responde Cortázar-; llegó un día en que yo ya los veía con suficiente claridad como para empezar a escribir historias más definidas. Creo que a partir de entonces hay una coherencia. Porque al principio hay cosas muy contradictorias en relación con su conducta. Pero a mí me pareció bien darle el conjunto del trabajo al lector, para que él hiciera un poco el mismo camino".
Prego Gadea le menciona que la palabra cronopio, que empieza por ser un sustantivo, termina convirtiéndose en un adjetivo, "por ejemplo, cuando decís que Louis Armstrong es un cronopio". "No, no, cronopio es un sustantivo -responde Cortázar-. El adjetivo sería enormísimo" (refiriéndose al texto "Louis, enormísimo cronopio" que escribió tras presenciar un concierto que el trompetista norteamericano dio en París el 9 de noviembre de 1952 y que formaría parte de "La vuelta al mundo en ochenta días"). "Es curioso. Los cronopios nacieron en el Teatro de Champs Elysées y en ese mismo teatro, un tiempo después, escuché un concierto de Louis Armstrong y no es demasiado gratuito, entonces, que al salir de ahí y escribir esas páginas, yo lo sintiera como un cronopio. Además, toda su conducta en escena, lo que yo conocía de él, su manera de ser e incluso su físico, eran para mí características de cronopio". "Hay quienes han categorizado a los cronopios, famas y esperanzas -le dice Prego Gadea-. Es así que el cronopio es la equivalencia del artista, los famas son los burgueses, los funcionarios, y las esperanzas son un poco seres intermedios asimilables en su conducta a los esnobs: no saben bien dónde situarse, pero les gusta estar del lado de lo prestigioso". "Sí -le responde Cortázar-, son los blandos. Pero en todo eso hay una ironía amable, no hay ninguna alegoría. Sí, hay críticos que han querido ver en los famas la denuncia de la burguesía frente a la libertad y la poesía. Y, en términos generales es así, pero no es deliberado, no hay ninguna intención didáctica ni moralizante en los cronopios. Al contrario, yo trataba de escribir relatos sumamente libres. Lo que pasa es que estos bichos tienen sus características y no las pueden disimular".
octubre/diciembre de 1980, realizada por la ensayista peruana Sara Castro Klarén (1942) -autora de "Escritura, transgresión y sujeto en la literatura latinoamericana"-, Cortázar admite que la lectura de "Plume" (Pluma) de Henry Michaux (1899-1984) fue fundamental para la gestación de "Historias de cronopios y de famas": "Fue el primer libro suyo que leí en la edición de Gallimard en francés, y esos pequeños cuentecitos tienen que haber ejercido una influencia en mis cronopios que iban a nacer muchos años después. Son esas cosas de las que uno se da cuenta más tarde; no sé si algún crítico lo ha visto, pero yo creo que, sin esos textos de Michaux, a mí tal vez no se me hubiera ocurrido escribir a los cronopios".
En "La fascinación de las palabras", la extensa conversación que mantuvo con el escritor y periodista uruguayo Omar Prego Gadea (1927) que viera la luz en forma de libro en 1997, Cortázar cuenta la conocida anécdota del Teatro de Champs Elysées y explica la procedencia del término cronopio: "Sobre esa palabra muchos críticos se han partido las meninges porque han buscado por el lado del tiempo, de Cronos, para ver si había una pista metafísica. No, en absoluto; es una palabra que vino por pura invención conjuntamente con las imágenes". Y continúa: "Esa pequeña visión que yo había tenido y además el nombre de cronopios -que me gustó mucho- siguió obsesionándome. Y entonces empecé a escribir las primeras historias. Y de la misma manera aparecieron las imágenes -pero no tan definidas como las de los cronopios- de los famas y de las esperanzas. Esas imágenes, ya, fueron sacadas, fueron inventadas como contraposición de los cronopios, y las esperanzas juegan un papel intermedio. Pero yo no tenía una idea de quiénes eran y cómo eran". "Pero de entrada se habla del 'corazón bondadoso del cronopio' -le dice Prego Gadea-. El cronopio es un ser básicamente bueno y algo ingenuo". "Sí -responde Cortázar-; llegó un día en que yo ya los veía con suficiente claridad como para empezar a escribir historias más definidas. Creo que a partir de entonces hay una coherencia. Porque al principio hay cosas muy contradictorias en relación con su conducta. Pero a mí me pareció bien darle el conjunto del trabajo al lector, para que él hiciera un poco el mismo camino".
Prego Gadea le menciona que la palabra cronopio, que empieza por ser un sustantivo, termina convirtiéndose en un adjetivo, "por ejemplo, cuando decís que Louis Armstrong es un cronopio". "No, no, cronopio es un sustantivo -responde Cortázar-. El adjetivo sería enormísimo" (refiriéndose al texto "Louis, enormísimo cronopio" que escribió tras presenciar un concierto que el trompetista norteamericano dio en París el 9 de noviembre de 1952 y que formaría parte de "La vuelta al mundo en ochenta días"). "Es curioso. Los cronopios nacieron en el Teatro de Champs Elysées y en ese mismo teatro, un tiempo después, escuché un concierto de Louis Armstrong y no es demasiado gratuito, entonces, que al salir de ahí y escribir esas páginas, yo lo sintiera como un cronopio. Además, toda su conducta en escena, lo que yo conocía de él, su manera de ser e incluso su físico, eran para mí características de cronopio". "Hay quienes han categorizado a los cronopios, famas y esperanzas -le dice Prego Gadea-. Es así que el cronopio es la equivalencia del artista, los famas son los burgueses, los funcionarios, y las esperanzas son un poco seres intermedios asimilables en su conducta a los esnobs: no saben bien dónde situarse, pero les gusta estar del lado de lo prestigioso". "Sí -le responde Cortázar-, son los blandos. Pero en todo eso hay una ironía amable, no hay ninguna alegoría. Sí, hay críticos que han querido ver en los famas la denuncia de la burguesía frente a la libertad y la poesía. Y, en términos generales es así, pero no es deliberado, no hay ninguna intención didáctica ni moralizante en los cronopios. Al contrario, yo trataba de escribir relatos sumamente libres. Lo que pasa es que estos bichos tienen sus características y no las pueden disimular".
Cuentan algunos biógrafos que la persona a quien Cortázar identificó como el primer cronopio era un vecino de Chivilcoy, la ciudad en cuya Escuela Normal dictó clases entre 1939 y 1944. El hombre se llamaba Francisco Musitani y tenía devoción por el color verde: su casa estaba pintada de verde, su bicicleta lo mismo, vestía frac y galera blancos con vivos y pañuelo verdes, y hasta coloreó un caballo del mismo color. Musitani era un excéntrico que tenía ocurrencias muy prácticas como instalar sobre su cama un atril provisto de una polea para colocar el diario del día que, al acostarse, con sólo girar una manija bajaba hasta él. Cuando un día se cruzaron por la calle, Cortázar le confesó que lo admiraba y que, en algún sentido, se parecían. Musitani vivió hasta los cien años y Cortázar le dedicaría un capítulo en "La vuelta al día en ochenta mundos", su libro de 1967, titulado "Del gesto que consiste en ponerse el dedo índice en la sien y moverlo como quien atornilla y destornilla": "La diferencia entre un loco y un piantado está en que el loco tiende a creerse cuerdo mientras que el piantado, sin reflexionar sistemáticamente en la cosa, siente que los cuerdos son demasiado almácigo simétrico y reloj suizo, el dos después del uno y antes del tres, con lo cual sin abrir juicio, porque un piantado no es nunca un bien pensante o una buena conciencia o un juez de turno, ese sujeto continúa su camino por abajo de la vereda y más bien a contrapelo, y así sucede que mientras todo el mundo frena el auto cuando ve la luz roja, él aprieta el acelerador y Dios te libre. Gran piantado, Don Francisco era consecuentemente genial. Así, al construir su casa, "La Verdepura", decidió que un acentuado declive desde las habitaciones del fondo hasta la calle simplificaría enormemente las labores de limpieza a cargo de su esposa; bastaría así echar un balde de agua en el fondo de la casa para que este dócil elemento se volcara en la calle llevándose todas las pelusas (verdes). Y no es por nada que he citado las pelusas: Don Francisco odiaba las panaderías que acondicionan el pan en bolsas y sacos pues sostenía que las pelusas de la arpillera ponían en peligro la salud popular. Todos los años, los muchachos del Colegio Nacional le pedían para la fiesta de fin de curso una conferencia sobre los peligros de la pelusa, y Musitani se presentaba con su mejor traje verde y varios panes contaminados que exhibía ante un público que creía vengarse así de una excentricidad que lo desasosegaba. Asistí a la conferencia de 1942, vi cómo se fabrican las buenas conciencias colectivas; aquel piantado, tan solo frente a la horda de cuerdos satisfechos y de chiquilines ya embarcados en la recta vía, tenía algo de heraldo absurdo, de botella verde que flota en la orilla con su mensaje que nadie entenderá porque no ha sido escrito con la mano derecha y tampoco con la izquierda. Y, claro, ellos lo aplaudían con las dos".
Quienes han llevado adelante la tarea hermenéutica sobre "Historias de cronopios y de famas" se han topado con la dificultad de encasillar el libro en algún género o corriente literaria, y la mayoría de ellos ha evitado llamar de una forma u otra a los textos que contiene. Cortázar siempre le negó a los episodios que componen el libro la categoría de cuentos pues, "por fantasear demasiado o por afán de travesura, no cumplen con los reglamentarios requisitos de ese artefacto de precisión, de ese dispositivo mecanicista, empirista, conductivista que es el cuento". Si bien en las ediciones en inglés se los rotuló como "short stories" (cuentos cortos), cuando Cortázar se refirió a ellos los llamó sencillamente "historietas". La crítica literaria argentina Graciela Coulson (1937-1980), autora de los ensayos "Orfeo y el orfismo en la obra de Cortázar" e "Instrucciones para matar hormigas en Roma o la dinámica de la palabra", escribió al respecto: "Quien por primera vez confronte el texto debe despojarse del prejuicio narrativo que lo lleve a identificar con un relato todas las secuencias de 'Historias de cronopios y de famas'. El que la imbricación de los géneros sea un fenómeno común reconocido por el mismo Cortázar hace innecesarias más aclaraciones, excepto una: no se trata aquí de una híbrida épico-lírica, sino de una secuencia lírica en la que se conjugan los rasgos de la poesía con -en menor grado- los del discurso lógico. Por ello es que propongo para estos párrafos una lectura poética".
Mario Goloboff (1939), autor de "Julio Cortázar. La biografía", señala en un artículo
aparecido en la revista "Sudestada" edición extra nº 1 de enero de 2010, que entre las mayores y más sustanciales innovaciones que se le reconocen a Cortázar, "cuentan las que tienen que ver con el manejo del lenguaje, sus alteraciones del español, su subversión de la sintaxis, de las normas gramaticales y hasta del léxico. Los juegos lingüísticos, los palíndromos, los anagramas, las superposiciones, las imitaciones, las invenciones: formas rebeldes todas ellas, y en cierta manera pre-lingüísticas, utilizadas para combatir lo heredado de la lengua, para huir de los significados congelados, para establecer un contacto más íntimo con el laboratorio de la significación". Aquello de "luchaba por una liberación de las palabras que sólo podía alcanzar por medio de la literatura" que el teórico y crítico literario francés George Steiner (1929) anotó en "Langage et silence" (Lenguaje y silencio) refiriéndose a Franz Kafka (1883-1924), bien podría, según Goloboff, aplicarse a Cortázar.
Theodor W. Adorno (1903-1969) señaló que los componentes definitorios del modernismo literario eran la ruptura con la tradición y el culto a lo nuevo. Ese experimentalismo, ese afán innovador, fue llevado a la práctica por Cortázar con asiduidad. "Hay algo en la realidad que es reacio al conocimiento racional -apuntó Adorno en "Ästhetische theorie" (Teoría estética)-. El oscurecimiento del mundo hace racional la irracionalidad del arte". Es el absurdo que Cortázar utilizó para componer su "Historias de cronopios y de famas" (además de bautizar a uno de sus gatos con el nombre del filósofo alemán). O, como opinaba el crítico de arte y escritor español Raúl Chávarri (1929-1984) en el artículo "Cortázar, lógica de lo inverosímil" que apareció en la revista "La Estafeta Literaria" en junio de 1966: "'Historias de cronopios y de famas' es un intento totalmente conseguido de recrear el mundo de la imaginación, el disparate y la quimera, dando carta de naturaleza a las situaciones más absurdas".
Según refiere Luis Harss (1936) en su "Julio Cortázar o la cachetada metafísica", éste tenía cierta propensión hacia las situaciones marginales. "De esta actitud nació su tiritante 'Historias de cronopios y de famas', una antología de esos chistes serios que son su especialidad: instrucciones para subir por una escalera, para dar cuerda a un reloj; un comentario sobre los inconvenientes de la decapitación; una advertencia contra los peligros de los cierres relámpagos". Y añade que cuando se editó el libro en la Argentina fue recibido con artillería pesada del tipo "trabajo menor, apuntes y 'cuentículos' de intención humorística". Cortázar admite que sólo los poetas lo trataron con respeto, cosa que no sucedió con la crítica especializada. Sin embargo, varios artículos de la época parecen desmentirlo. El diario "Clarín", por ejemplo, en su edición del 7 de marzo de 1963 publicó: "Estas historias están muy bien logradas y contadas. Puede afirmarse que cada título constituye una manifestación de lo literario en pureza. La suave ironía, dentro de cuya corriente se advierte un espíritu propenso a la sátira bien dosificada, es uno de los matices que caracterizan a escritores ya clásicos, y que convierte a Julio Cortázar en un sorpresivo descubridor de secretos íntimos dentro de los seres y las cosas que toca con su excelente pluma". Por su parte, en el diario
Algo similar ocurrió con la prensa internacional. "En el difícil género de lo que los franceses llaman 'juegos del espíritu', Julio Cortázar ha llegado aquí a lo que podría llamarse un límite extremo. Es decir, al puro deleite de la creación estilística, al ejercicio libre, aun cuando no gratuito, de la fantasía", publicó el diario "La República" de Lima en su edición del 4 de diciembre de 1962. Otro: "El viejo debate entre realistas y fantásticos, entre los Martínez Estrada y los Borges cae con Cortázar en una inoperancia que anuncia su extinción definitiva. Porque nada tan inadecuado como una polarización de este tipo frente al hallazgo de una posición diferente que asimila elementos de las dos corrientes y que, a la larga, no se inclina por ninguna de las dos. Cortázar no ha rechazado las ficciones de Borges sino que las ha adaptado a su personal concepción del mundo; tampoco ha soslayado las incalculables posibilidades de la vertiente realista y lo que ha hecho, en definitiva, es combinar con increíble sutileza ambas concepciones. En su libro más sorprendente, 'Historias de cronopios y de famas', Cortázar condensa el concreto arsenal expresivo de su narrativa, sus temas recurrentes, los mitos que lo obsesionan. Estos adquieren una dimensión de universo con reglas concretas e intransgredibles. Es la infancia, por último, la que prefigura en su exótica interpretación del mundo el futuro disloque entre realidad y fantasía, decía un artículo del diario "Epoca" de Montevideo del 2 de febrero de 1966. Similares apreciaciones pudieron leerse en diarios italianos ("Narraciones ejemplares, de veinte a cien renglones, inteligentes e impecables" en "Il Poppolo"; "Cortázar observa atentamente los problemas del mundo para interpretarlos y encuadrarlos dentro de un metro de juicio severo e inflexible, justamente en la medida en que logra ofrecer una sustancia huidiza e impalpable a las cosas que acaecen y que su fantasía es llevada a describir" en "Gaceta del Poppolo") y en diversos medios alemanes ("Aachener Volkszeitung", "Darmstädter Tageblatt", "Mittelbayerische Zeitung"), franceses ("Les Nouvelles Littéraires", "Le Soir", "Nouveau roman"), y estadounidenses ("Herald Tribune", "Publishers Weekly", "The New York Times").
Los años pasaron. Cortázar falleció en 1984 no sin antes declarar: "Un escritor de verdad es aquel que tiende el arco a fondo mientras escribe y después lo cuelga de un clavo y se va a tomar vino con los amigos. La flecha ya anda por el aire, y se clavará o no se clavará en el blanco; sólo los imbéciles pueden pretender modificar su trayectoria o correr tras ella para darle empujoncitos suplementarios con vistas a la eternidad y a las ediciones internacionales". Hasta que, en la antevíspera de la Navidad de 2006, Aurora Bernárdez (1920), heredera universal y albacea de Cortázar, abrió con esfuerzo un cajón del escritorio en su domicilio parisino del distrito XV, sacó un puñado de hojas de varios tamaños y colores y le dijo a un editor amigo suyo: "¿Has leído alguna vez esto?". Y ahí comenzó otra historia.