EL REVOLUCIONARIO
Ernest
Hemingway
Estados Unidos (1899-1961)
En 1919 él viajaba por los ferrocarriles de Italia. En los
cuarteles generales del partido le entregaron un trozo de hule escrito con
lápiz indeleble, donde decía que se trataba de un camarada que en Budapest
había sido muy
perseguido y castigado por los reaccionarios, y al mismo tiempo se solicitaba a
los camaradas que lo ayudasen en cualquier forma. Usaba esto en vez de boleto. Era muy tímido y muy joven, y los
guardafrenos lo pasaban de una línea a
otra. Como no tenía dinero, le daban de comer detrás del mostrador en los restaurantes de las estaciones. Le encantaba Italia. Decía que era un hermoso
país, con habitantes muy
cordiales. Estuvo en muchas ciudades.
Caminó mucho y vio muchos cuadros. Compró reproducciones de Giotto,
Masaccio y Piero della Francesca, que llevaba envueltas en un ejemplar del
"Avanti". Mantegna no
le gustaba. Se me presentó en
Bolonia y lo llevé conmigo a la Romaña, donde era necesario que yo entrevistase
a cierta persona. Hicimos un lindo viaje en la época más propicia: los
primeros días de septiembre. El simpático muchacho
era magiar y tenía mucha timidez. Los hombres de Horthy le habían
hecho algunas cosas desagradables, pero
de eso habló poco. No obstante lo que sucedía en Hungría, creía con fervor en la revolución mundial.
- ¿Y cómo marcha el movimiento en Italia? -me preguntó.
- Muy mal -le contesté.
- Pero mejorará
-dijo-. Aquí tienen de todo. Es el único
país que ofrece seguridad. Será el punto de partida de lo que va a venir.
Yo no expresé mi opinión.
En Bolonia nos dijo adiós antes de tomar el tren para Milán
y Aosta, desde donde iba a atravesar solo el paso que lo llevaría a Suiza. Le hablé de los cuadros
de Mantegna que había en Milán.
- No -me respondió con su apocamiento característico-, Mantegna no me gusta.
En un papel le escribí la dirección de varios camaradas de Milán y la de un sitio donde podría
comer. Me agradeció muchísimo lo que
hice por él, pero ya estaba pensando
en la travesía del paso. Tenía ansiedad por hacerlo mientras durara el buen tiempo. Adoraba las montañas en el otoño. La última noticia que tuve
de él fue que los suizos lo
encarcelaron cerca de Sion.
LA SIRENA
Mónica Nepote
México (1970)
Envuelta en la luz se vuelve roja. Llegó con un
mar inhóspito,
cantando que la suerte le anida cada hueso. Trae un calamar en el
tobillo y camina dejando de rastro las
estrellas. Un beso se le escapa,
llega ante la boca de un parroquiano. Ella ríe, sacude las mariposas de su cuerpo. Un par de ojos choca ante el cristal que guarda el
aire, que asfixia al fuego antes de arder bajo la bóveda. Esa piel castaña asombra ante el espejo de su
canto. El marinero la deja
suelta entre caracoles de mentira. Ella se perfumó la oreja con la sal de su saliva. Esta medusa ha ensortijado las historias. Echó redes a las venas, anudó los pendientes del
dueño de este antro; volvió a la luna página de su bitácora,
cómplice del color abundante de
su boca. Observa entre las
velas. Elige. Apunta hacia el poniente. La brújula que recorrió su pecho la hizo madre de los hombres. La llama, hija de su llanto.
LA VELA
Francis Ponge
Francia (1899-1984)
La noche aviva a veces una planta singular
cuya luz descompone las habitaciones amuebladas en macizos de sombra. Su hoja de oro se sostiene impasible
de un pedúnculo muy negro en el hueco de una columnita de alabastro. Las
polillas la atacan de preferencia durante la luna llena, que vaporiza los
bosques. Pero, quemadas enseguida o ahechadas en la gresca, todas se estremecen
al borde de un frenesí rayano en el estupor. Mientras tanto la vela, por
un temblor de las claridades sobre el libro en el momento del desprendimiento
de los vapores originales, alienta al lector. Después se inclina sobre su plato
y se ahoga en su alimento.
EL SALERO
Carmen Villoro
México (1958)
El salero es
una pequeña mezquita de cristal. Sus recintos
guardan las dunas del desierto, el desfile
de las caravanas en busca de agua dulce, los sedimentos del mar, la historia que
quisiera diluirse en el golfo quieto
de la sopa. Cuando la suerte desordena las
puntas cardinales, por las ojivas de su cúpula
de plata, entra y sale la luz
cernida de la luna, las mil y una noches que sazonan de amor y muerte nuestros días contados.
DE JACQUES
Eliseo Diego
Cuba (1920-1994)
Llueve en finísimas
flechas aceradas sobre el mar agonizante de plomo, cuyo enorme
pecho apenas alienta. La proa pesada lo corta con dificultad. En el
extremo silencio se le escucha rasgarlo. Jacques, el corsario, está a la proa.
Un parche mugriento cubre el ojo hueco. Inmóvil como una figura de proa sueña
la adivinanza trágica de la lluvia. Oscuros galeones navegando ríos ocres.
Joyas cavadas espesamente de lianas. Jacques quiere darse vuelta para gritar
una orden, pero siente de pronto que la cubierta se estremece, que la quilla
cruje, que el barco se escora como si encallase. Un monstruo, no, una mano
gigantesca alza el barco chorreando. Jacques, inmóvil, observa los negros
vellos gruesos como cables.
- ¿Este?
- Sí, ése -dice el niño, y envuelven el barco
y a Jacques en un papel que la fina llovizna de afuera cubre de densas manchas
húmedas.
El agua chorrea en la vidriera y adentro de
la tienda la penumbra cierra el espacio vacío con su helado silencio.
ÁRBOLES
Paz Monserrat Revillo
España (1962)
Tozudos antepasados se acumulan en las
bifurcaciones de las ramas y obturan los vasos leñosos del árbol. La savia
trata de esquivarlos y circula a trompicones arrastrando, en su ascenso hacia
las nuevas flores, fragmentos de sus narices, de sus miradas y de sus vicios.
Esas orejas de soplillo tan familiares y cierta tendencia a los ataques de
autocompasión palpitan cada primavera bajo el tronco centenario. También flota
en el viscoso caldo la primera muñeca de la abuela, las manchas verdosas del
espejo heredado y el sueño recurrente de la tía solterona acerca de una rama
sin fruto que se hunde en el lago. Los errores que se repitieron por seis
generaciones recorren el árbol como viejos soldados llenos de condecoraciones y
los apellidos intercambian información entre sí como lo hacen las
hormigas con
sus delicadas antenas. Todos los niños muertos de la familia juegan al
escondite en el fondo de la
memoria. Observan con curiosidad a los que vivieron tras ellos con sus mismos
nombres. Así después les dejarán jugar con ellos, algo confundidos pero sin
prejuicios. Es difícil imaginar la cantidad de raíces, lianas y baobabs que hay
en un cementerio, único bosque del planeta sin claro peligro de extinción,
frondosa selva repleta de árboles cuyos brotes asoman a la vida con la madurez
de los siglos y que reclaman ser abonados con fotografías, historias llenas de
polvo y amarillentos registros.
DE 50 A 10 Y DE 10 A 100
Guillermo Samperio
México (1948)
Esta vez tenía en la bolsa quizá unos 50
pesos y poco que comer en el refrigerador. Faltaban más de veinticuatro horas
para cobrar un dinero que me llega mes a mes y que no me alcanza para treinta
días. Como soy adicto al cigarro, me compré una cajetilla y, además, me gustan
los refrescos, y también me compré uno; y como después de comer me agrada
masticar chicles, compre una caja de chicles y me quedaron 10 pesos para
cualquier emergencia. Me puse a leer "El Kybalión" para
principiantes, un libro que trasmite los principios de cuando Hermes
Trismegisto vivía en Egipto, es decir muchos siglos antes del esplendor de
Grecia, por poner un época. Me encontré con uno de sus preceptos: "La
mente (así como los metales y los elementos) puede ser trasmutada de estado en
estado, de grado en grado, de condición a condición; de polo a polo y de
vibración a vibración. La verdadera transmutación hermética es un arte
mental". En primer lugar, teniendo sólo 50 pesos, trasmuté la posible
desesperación en tranquilidad. Busqué en la cocina y me encontré lo que sobraba
de una crema de cacahuate, sin sodio ni azúcar, que no me hace daño. Luego,
quedaba un pan tostado, donde unté la crema. Al remover la bolsita del pan
tostado, apareció una bolsa de chicharrón, con la cual no contaba; era
dietética y traía una bolsa pequeña de chile líquido. Fue mi segundo alimento.
Desde luego, los acompañé con mi refresco; todavía tenía café y lo degusté,
incorporándole un bolsita de leche que dan en los restaurantes y que yo recojo
y guardo. Luego encendí un cigarro Camel y luego otro; empecé a mascar chicle y
me puse a escribir estas palabras. Aparte de la desesperación en
tranquilidad, trasmuté también la primera en alimento suficiente, en un
alquitrán masticable hasta que se le va el sabor, y luego la trasmuté en humo.
Cuando había puesto el anterior punto y seguido, sonó el teléfono y era
Cynthia, quien me dijo que venía a recoger unos libros que mi editorial me
había dado a crédito para un taller literario que ella empieza el próximo
lunes. Vino por ellos; estaban en una caja donde había treinta, y dos eran
para mí. Al cortar la caja, sin lastimar las amarras, tomé los míos. Ella
agarró uno para ella con el fin de que se lo dedicara y lo hice. Luego, como
habíamos quedado en que a los alumnos se los daríamos en 90 pesos, ella abrió
su bolsa y me estiró un billete de 100. Como me habían sobrado 10 pesos luego
de mis compras, se los entregué como cambio. Cuando se fue con la caja de
libros, yo tenía de pronto 100 pesos en la bolsa. Los 50 pesos iniciales se
trasmutaron en 10 y estos en 100, con los cuales dormiré a un lado y con los
que amaneceré mañana para comprar el desayuno e ir a cobrar el dinero de un mes
que no me alcanza para un mes.
CARIÑO FILIAL
Enrique Wernicke
Argentina (1915-1968)
Vivía asediado por un
serio complejo, se sentía distinto de los otros, una especie de monstruo
disimulado en el alegre y bondadoso rebaño humano. Lo cierto es que no amaba a su padre
y, aparentemente, lo detestaba. Pero también es cierto que nadie lo quería. El
tal padre era un borracho, jugador y mentiroso, que pegaba a su mujer y robaba
el sueldo de sus hijos. Sin embargo, Julián no aceptaba su destino y, sobre
todo, no se aceptaba así, sin cariño filial, como lo tiene todo el mundo.
- Yo no sé, hermano -me decía- pero de algún
modo lo quiero. Claro que…
Callaba el fin de la
frase.
Un día, el badulaque -me
refiero al padre- enfermó y, con prisa inusitada, empeoró, comenzó a boquear y
se murió. El hijo le compró un mísero cajón de madera terciada, lo llevó en un
furgón al cementerio y lo enterró sin una flor. Días después, en una charla
casual, me comentó:
- Por fin, ché, por fin.
Se me acabó el complejo. ¡Ya descubrí cómo quería a mi padre!
- ¡No digas! ¿Y cómo lo
querías?
- ¡Lo quería muerto!
¡Bien muerto!
Me palmeó la espalda y se alejó silbando.
LAS NALGAS
Ricardo
Castillo
México (1954)
El hombre también tiene el trasero dividido en dos,
pero
es indudable que las nalgas de una mujer son
incomparablemente mejores que las de un hombre. Tienen más vida, más alegría, son pura imaginación; son más importantes que el sol y Dios juntos, son un artículo de primera necesidad que no afecta
la inflación. Un pastel de cumpleaños en tu cumpleaños, una
bendición de la naturaleza, el origen de la poesía y del escándalo.
BUENAS NOTICIAS
Philip Roth
Estados Unidos (1933)
Milty, el soldado americano, telefonea desde
el Japón.
- Mamá -dice-, soy Milton. ¡Tengo buenas
noticias! He conocido a una chica japonesa maravillosa y nos hemos casado hoy.
Quiero llevarla a casa en cuanto me licencie, mamá, para que se conozcan.
- Bueno -dice la madre-, tráela, desde luego.
- Oh, magnífico, mamá -dice Milty-,
magnífico… Sólo que me estaba preguntando… en tu pequeño departamento, ¿dónde
dormiremos Ming Toy y yo?
- ¿Dónde? -dice la madre-. Pues en la cama,
¿en qué otro sitio vas a dormir con tu esposa?
- Pero entonces, ¿dónde dormirás tú si nosotros
dormimos en la cama? ¿Estás segura de que hay sitio, mamá?
- Milty querido, por favor -dice la madre-,
todo está bien, no te preocupes; habrá todo el sitio que quieras: en cuanto
cuelgue el teléfono voy a suicidarme.