Autor de veintinueve libros de ensayo y veintisiete de poesía, el escritor cubano Roberto Fernández Retamar (1930) es considerado como uno de los mejores exponentes del coloquialismo hispanoamericano. Nacido en La Habana, se graduó de Bachiller en 1947 en el Instituto Edison, y ese mismo año comenzó a colaborar con poemas en revistas juveniles. Empezó a estudiar Pintura y Arquitectura pero luego pasó a Humanidades en la Universidad de La Habana, donde recibió el doctorado en Filosofía y Letras en 1954. Por su poemario "Patrias" obtuvo el Premio Nacional de Poesía, al tiempo que comenzó a ejercer la cátedra de Lingüística en la Universidad de la Habana. Luego cursó estudios en La Sorbona y en la Universidad de Londres y, entre 1957 y 1958, fue profesor de Literatura Hispanoamericana en las universidades de Yale y Columbia. Director de la revista "Casa de las Américas" desde 1965 y de la mítica y prestigiosa casa que lleva el mismo nombre desde 1986, Fernández Retamar ha colaborado en numerosas publicaciones literarias, entre ellas "Les Lettres Nouvelles", "Esprit", "Europe", "Les Lettres Francaises", "Orígenes", "El Nacional", "Triad", "Nuestro Tiempo", "Lunes de Revolución", "Bohemia", "Cuba Socialista", "Poesía de América", "Unión" y "Nueva Revista Cubana". Su papel protagónico dentro de la política cultural cubana suele dejar en segundo plano su obra, la que se inició en 1948 con "Elegía como un himno" y continuó luego con, por citar sólo algunas, "Alabanzas, conversaciones", "Vuelta a la antigua esperanza", "Con las mismas manos", "Buena suerte viviendo" y "A quien pueda interesar". Fernández Retamar es conocido también como un prolífico ensayista. En ese aspecto sobresalen sus libros "Idea de la estilística", "Para una teoría de la literatura hispanoamericana", "La poesía, reino autónomo", "Algunos problemas teóricos de la literatura hispanoamericana" y el polémico "Calibán", ensayo de múltiples reediciones en el que traza las líneas que debe asumir el intelectual latinoamericano, celebrando la América mestiza que pregonaba José Martí (1853-1895) frente al concepto de "civilización" propugnado por el controvertido Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888). Memoria viva de la segunda mitad del siglo XX cubano, Roberto Fernández Retamar conversó con Horacio Bilbao para el nº 458 de la revista "Ñ" del 7 de julio de 2012.
¿Cómo fueron sus comienzos en la poesía?
La poesía se me reveló desde muy chico a través de unos versos nihilistas de Julián del Casal. Con los años, me di cuenta por qué se me habían revelado esos versos: del dolor, se puede construir belleza. Publiqué mis primeros poemas en la mítica revista de poesía cubana "Orígenes". Quien me abrió las puertas fue José Lezama Lima. El era la figura más destacada, pero era un grupo muy diverso, que convertía las contradicciones internas en riqueza. En aquella bohemia habanera de mi juventud, los pintores pagaban la cerveza con sus cuadros y no había editoriales. Para publicar en el país, Alejo Carpentier o Nicolás Guillén debían pagar sus ediciones. Eran verdaderos héroes. Después triunfó la revolución. Formé parte de la resistencia civil, ese fue mi modesto aporte. Por entonces escribía en la prensa clandestina con el seudónimo David y albergaba en mi casa a barbudos perseguidos.
Usted, Carpentier, Guillén, resignaron destinos y carreras...
Yo, que venía de París y de dar clases en los Estados Unidos, tenía un compromiso para volver allí, pero triunfó la revolución y decidí quedarme. En el caso de Alejo, había pasado catorce años en Venezuela, y Guillén, que vivió mucho tiempo en París, en el momento de caer Batista estaba en Buenos Aires, ciudad que amaba. También volvieron muchos escritores jóvenes, los griegos lo llaman Nostoi, regresos. No cuento a Lezama porque casi ni salió de Cuba. Dice María Zambrano que él era de La Habana, como Santo Tomás era de Aquino.
¿Cómo vive ahora aquella polémica entre Arguedas y Cortázar que lo tuvo en el medio?
Fue muy triste. Yo tenía enorme admiración y cariño por ambos, aunque estaba muy vinculado a Cortázar, con quien compartí prácticamente los últimos veinte años de su vida. Hubiera preferido que esa polémica no ocurriera nunca. Es en una carta abierta que Julio me manda a mí, donde se menciona este hecho. Y Arguedas le respondió en "El Zorro de arriba y el zorro de abajo", un libro angustioso, porque Arguedas era un suicida y el suicidio se filtra en ese libro. Se mató sin terminarlo.
Luego Viñas discutió con Cortázar por lo mismo…
La última vez que vi a David en Cuba, a quien lamento mucho no encontrar ahora, seguía siendo un anciano peleador. Recuerdo que en el comité de colaboración de la revista "Casa de las Américas", del que formaban parte Viñas, Cortázar, Benedetti… David instó a Julio a regresar a la Argentina. Pero a Julio París se le había vuelto consustancial. Allí descubrió su latinoamericanismo. "Rayuela" es una novela portentosa, que sólo hubiera podido escribir con su experiencia parisina, pero está escrita en argentino.
Viajó por primera vez a la Argentina en 1961...
Si. Recuerdo mi encuentro con Victoria Ocampo. Ella admiraba mucho a Lawrence (tradujo "El troquel") y yo le pregunté por qué no le ocurría lo mismo con un personaje parecido, el Che Guevara. La historia cambió de rumbo cuando el Che se enteró de esa conversación. Supongo que el camarero era agente cubano, ¡ja, ja! Parece que al Che no le gustó la comparación y me mandó un aviso a través del canciller: "Dile al flaco Retamar que si sigue hablando basura no lo voy a dejar salir más del país" amenazó. Luego nos vimos varias veces y ni me lo mencionó. Lo echo de menos todos los días: un amante de la poesía, aunque sus poemas no fueran muy felices, pero escribió una prosa excelente.
En uno de esos encuentros, él le anunció el fin de la Unión Soviética…
En 1965 coincidimos en Praga, en uno de esos aviones cubanos, los Britannia, que estaban siempre rotos. Y efectivamente el avión se rompió al llegar a Shannon, Irlanda. Allí estuvimos un par de días esperando que nos llegara una pieza para repararlo, y pude conversar varias horas con él. En un momento, el Che me pregunta: "Retamar, ¿a qué atribuyes tú que la Unión Soviética se haya ido a la mierda?". Me dejó estupefacto, el tiempo le dio la razón.
Usted no ha esquivado las críticas a la revolución cubana.
No, claro. La revolución nos dio permiso para hacer muchas cosas buenas pero también para cometer errores.
¿Qué opina de los grupos disidentes que hay en la isla?
Son minúsculos. Se definen por estar en contra, pero no sabemos a favor de qué están. Posiblemente muchos de ellos están a favor de los Estados Unidos, no me atrevo a decirlo de todos. Nos hace mucha gracia oír que les digan disidentes. ¿Disidentes? Disidente es Fidel Castro, que es hijo de un latifundista y decidió echar su suerte con los pobres de la tierra.
Cuénteme de su visita a Borges, a quien tanto buscó...
Fue un encuentro muy feliz. Pese a que en "Calibán" yo le dedico unas líneas duras a Borges. El era un escritor genial sin conciencia política.
Siempre buscó publicarle una antología…
Era el gran escritor que nos faltaba en nuestra colección de clásicos latinoamericanos. Y yo estaba en Buenos Aires, reunido con un editor que trabajaba con Borges. En eso llamaron por teléfono. Era Kodama. El le dijo que estaba con el poeta cubano, que quería ver a Borges. Pedí el teléfono y como buen admirador de Borges desde que tengo quince años, le recité unos versos a Kodama de la "Elegía a Alfonso Reyes". Y me recibió. Con esa especie de contraseña fui a su casa y pasé la tarde con él. Le conté lo de la antología y lo invité a Cuba, diciéndole que era para acercarlo a sus lectores. "Estoy contra los comunistas imparcialmente", me respondió. Así fueran chinos, coreanos, cubanos. Y le dije luego que no le podíamos mandar dólares por su antología. Me contestó que no le interesaba el dinero. Era un hombre admirable. Sus errores políticos le serán completamente olvidados. Puedo decir que he discutido con algunos autores, pero sólo con autores que admiro. Discutir es una forma de rendir homenaje, y en el caso de Borges eso es notable.
La poesía, ¿ha dejado de ser realista, ha dejado de contar los conflictos sociales?
Creo que la poesía tiene un reino autónomo. En el arte, no puede hablarse de derecha e izquierda. La poesía ya tiene una gran exigencia, ser buena poesía, atenerse a sus propias aventuras. Ahora bien, esa poesía se puede poner al servicio de una u otra causa, como ocurre con la palabra de los intelectuales. Hoy hay intelectuales que continúan la línea de la servidumbre, y pongo el ejemplo de Vargas Llosa. El perdurará como el gran novelista y espero que se olviden sus opiniones políticas.
¿Le siguen llegando los poemas, como le gusta decir?
Me llegan mucho menos, y eso me preocupa. Escribo prosa, pero echo de menos la llegada frecuente de aquellos poemas, ya no me ocurre. Tendría que sentarme a escribir voluntariamente y para mí la poesía nunca ha sido algo voluntario, siempre he escrito atendiendo la exigencia de los poemas que me llegaban.