¿Qué
es la política? se pregunta Alain Badiou. Y responde: "En
la cuestión política, hay siempre tres elementos: las personas, con
lo que ellas hacen y piensan; las organizaciones: sindicatos,
asociaciones, grupos, comités y partidos; y los órganos de poder
del Estado, los organismos oficiales y constitucionales de los
poderes: asambleas legislativas, el poder presidencial, la
administración, los poderes locales. Toda política es un
proceso de articulación entre esos tres elementos. Se los puede
llamar simplemente el pueblo, las organizaciones políticas y
sociales, el Estado. La política consiste en perseguir objetivos
articulando al pueblo, las organizaciones y el Estado". Y
agrega: "Una concepción clásica de esa articulación dice
que las tendencias ideológicas de los distintos segmentos
sociales, más o menos ligadas al estatuto social, a la clase, a la
práctica social, difieren entre sí. Esas tendencias tienen
objetivos diferente y son representadas por organizaciones y
partidos. Esos partidos están en conflicto, pues todos se
proponen obtener el poder del Estado y utilizarlo para sus
objetivos. A partir de este enfoque podemos identificar cuatro
grandes orientaciones: la revolucionaria, la fascista, la reformista
y la conservadora. La concepción revolucionaria, y también la
concepción fascista, dirán que el conflicto es necesariamente
violento. Las concepciones reformistas y conservadoras dirán
que este conflicto puede mantenerse dentro de las reglas
constitucionales. Pero esas cuatro políticas están de acuerdo
acerca de un punto: la política es la representación, por medio de
organizaciones, del conflicto de intereses y de ideologías. Esa
representación tiene por objetivo apoderarse del Estado, y la
articulación entre el pueblo, las organizaciones y el Estado pasa
por la idea de representación". Para Badiou es necesario
repensar enteramente la política y propone partir de cuatro ideas:
la independencia total del proceso político organizado respecto del
Estado, el abandono de la idea de la representación, una
concepción de la acción militante cuyo objetivo sea la
extinción progresiva del Estado, y la organización
política sin partidos. "Pienso -dice Badiou- que una
política nueva puede pretender ser, al mismo tiempo, una ética. Y
hay dos razones para esto: a) en las políticas de
representación no puede haber ética, pues, para un sujeto, la
acción ética es justamente aquella que no puede ser delegada ni
representada. En la ética, el sujeto se presenta él mismo, decide
él mismo, declara lo que él quiere en su propio nombre. Y b), en
las políticas comunes, el centro de la política es el Estado. El
Estado no tiene ninguna ética. El Estado es responsable del
funcionamiento mínimo de la economía y de los servicios colectivos,
es decir, el Estado es funcional. Y el Estado es responsable de un
mínimo de paz civil, un mínimo de acuerdo entre las personas, es
decir, el Estado es consensual. Pero ni lo funcional ni lo
consensual son reglas éticas". Por lo tanto, añade Badiou, la
ética no tiene ningún vínculo con el Estado. Se llama ética
a una máxima subjetiva o una acción estrictamente ligada a los
principios universales. "Entonces, solo se puede considerar
concerniente a la ética una política que no es representativa,
sino que se presenta directamente; que no busca el poder de
Estado, sino que solo quiere forzar al Estado; que no es
jurídica, sino que es subjetiva; y que no tiene un referente
particular ni está ligada a los intereses de un grupo, una
comunidad, una nación o una clase, sino que es universal y
desinteresada".
ÉTICA Y POLÍTICA
En la cuestión de la política hay siempre tres elementos:
está la gente, con lo que hacen y lo que piensan; están las organizaciones: los
sindicatos, las asociaciones, los grupos, los comités y los partidos; están los
órganos del poder del Estado, los órganos oficiales y constitucionales del
poder. Las asambleas legislativas, el poder presidencial, el gobierno, los
poderes locales. Toda política es un proceso de articulación de esos tres
elementos. Se los puede llamar simplemente: el pueblo, las organizaciones
políticas y sociales, el Estado. Una política consiste en perseguir objetivos,
articulando al pueblo, las organizaciones y el Estado. Existe una
concepción clásica de esta articulación. Esta concepción dice lo
siguiente: en el pueblo hay diferentes tendencias ideológicas, más o menos
vinculadas al estatuto social, con las clases, con las prácticas sociales, y
estas tendencias tienen objetivos diferentes. Estas tendencias están
representadas por organizaciones y partidos. Estos partidos están en
conflicto para ocupar el poder del Estado y utilizarlo para sus
objetivos. A partir de ahí existen cuatro grandes orientaciones:
revolucionaria, fascista, reformista y conservadora. Pero estas cuatro
políticas están de acuerdo en un punto: la política es la representación, por
medio de las organizaciones del conflicto, de los intereses y las ideologías, y
esta representación tiene como objetivo apoderarse del Estado. La
articulación entre pueblo, organizaciones y Estado pasa por la idea de representación,
y la forma moderna de esta idea es el parlamentarismo.
¿Cuál es la idea general del parlamentarismo? Es la de
organizar las representaciones en todos los niveles, con la elección como
organismo central. En primer lugar, las tendencias presentes en el pueblo
pueden organizarse libremente en asociaciones. Estas tendencias son
representadas, en los diferentes aspectos de sus prácticas, por asociaciones o
sindicatos y de este modo expresan sus ideas, sus reivindicaciones, su
voluntad, inclusive mediante acciones públicas (derecho a la huelga, derecho a
manifestarse, derecho a publicar). Entre estas asociaciones figuran los
partidos políticos. Un aspecto muy particular de los partidos políticos es que
son los únicos que están directamente representados en el Estado, puesto que el
Estado está construido a partir del mecanismo electoral y un candidato se vale
de un partido. Entonces, el partido es el vínculo representativo entre el
pueblo y el Estado.
La consecuencia es que en el sistema parlamentario la política
está enteramente subordinada al Estado. ¿Por qué? Porque la única articulación
completa entre los tres términos: pueblo, organizaciones y Estado, se organiza
en el momento del voto. Es en ese momento en que la representación del pueblo
en los partidos se vuelve también, una representación de los partidos en el
Estado. Pero el voto está reglado y organizado por el propio Estado en un
marco constitucional. Se supone naturalmente que todo el mundo acepta este
marco. En consecuencia, se supone un consenso político sobre la idea de
representación. En el corazón de este consenso está el Estado. Las
movilizaciones populares, por ejemplo, no son sino medios de presión, porque
son articulaciones incompletas. No tocan directamente a la representación en el
Estado, aceptan fundamentalmente el consenso. El sistema parlamentario es
por lo tanto una forma política que excluye las rupturas porque al menos hay
una cosa cuya continuidad es garantizada: el Estado y su mecanismo
representativo. Hay que decir que al nivel del Estado el parlamentarismo es
conservador.
¿Por qué es dominante hoy en día el sistema parlamentario?
Porque las políticas de ruptura han encallado. Tanto se trate de las dictaduras
revolucionarias o de las dictaduras militares. ¡Pero cuidado! Esas tentativas
revolucionarias o dictatoriales tenían en común el mantenimiento de la idea de
la representación. Los partidos comunistas pretendían representar a una clase:
el proletariado. Los partidos fascistas siempre pretendieron representar a la
comunidad nacional. Y por otra parte, estas tentativas también colocaban a la
política bajo la autoridad del Estado. Se trataba de tomar el Estado y actuar
sobre la sociedad de manera autoritaria con los medios del Estado.
El parlamentarismo ha, finalmente, ganado por lo siguiente:
es la mejor política posible, si se admiten tres cosas: a) que la política
es, ante todo, un mecanismo de representación; b) que hay organizaciones
particulares, los partidos, que representan las tendencias de la sociedad en el
Estado; y c) que debe haber un consenso organizado a partir del Estado y
que por consiguiente es el Estado, con sus reglas constitucionales, lo que
asegura la continuidad política. Estas tres condiciones eran aceptadas también
tanto por los revolucionarios como por los conservadores. Pero el sistema
parlamentario es la forma más flexible y la más eficaz organización de estas
tres condiciones. En el fondo, el parlamentarismo limita el conflicto. Deja que
se enfrenten los reformistas y los conservadores y excluye a los revolucionarios
y a los fascistas. De esta manera va ampliando el consenso.
El problema que se presenta actualmente es de saber si es
necesario pensar la política en el marco de esas tres condiciones: condición
representativa, condición partidaria, condición consensual y constitucional. Si
la respuesta es si, hay que aceptar el sistema parlamentario. En ese caso un
partido progresista tendrá dos funciones contradictorias: deberá impulsar las
asociaciones populares, lo que supone la independencia respecto al Estado, la
autonomía política respecto al consenso, y, al mismo tiempo, deberá presentarse
a las elecciones, ocupar los puestos el poder y por lo tanto, adoptar las
reglas del consenso y administrar el Estado.
En mi criterio esas conjunciones son verdaderamente
contradictorias: en los últimos años el número de desocupados se duplicó,
el sindicalismo está en una completa crisis, la figura popular y obrera ha
desaparecido de las representaciones políticas, la corrupción se ha expandido y
la esperanza política popular ha dejado lugar al más total
escepticismo. Por lo tanto, es un fracaso completo. Y este fracaso no es
sino la expresión de la contradicción de las dos funciones, en la cual se
encuentra todo partido progresista cuando juega estrictamente el juego
parlamentarista con su sistema de reglas consensuales. Es entonces cuando
hay que empezar a hablar de ética, porque en la actualidad solamente una
política nueva, una concepción transformada de la política, puede aspirar a ser
también una ética. Y esto por dos razones: hay una enorme diferencia entre el
Estado dictatorial y criminal y el Estado constitucional que admite las
elecciones. Pero esa diferencia no tiene nada que ver con la ética, y
desde este punto de vista se abusa de ella cuando se la aplica a este tipo de
comparaciones.
Fundamentalmente se trata de una diferencia jurídica. En el
Estado dictatorial y criminal, el derecho es suprimido para ciertas acciones y
ciertas personas. En el Estado constitucional el derecho es general, sea cuales
fueran las excepciones de hecho. Pero, ¿cuál es la causa de esta diferencia? La
causa de esta diferencia está en la elección del referente principal de la
política de Estado. En el estado dictatorial el referente principal es la
propia seguridad del Estado. El centro de la actividad del Estado es la
destrucción de sus adversarios, y esto acarrea la supresión del derecho y el
terrorismo de Estado. En el Estado parlamentario el referente principal es
la economía de libre competencia, la libre circulación de capitales y
finalmente, el mercado mundial. La economía capitalista tiene necesidad del
derecho, tiene necesidad de la libertad de elección y de circulación de los
consumidores. Pero bien entendido, él libera el derecho en la medida en que
haya un acuerdo general sobre reglas del Estado. No es porque existe el derecho
que haya consenso, sino porque hay consenso es que puede haber derecho. De tal
manera, el Estado parlamentario es un Estado de derecho pero de ninguna manera,
por razones éticas, basta con ver a la gente que lo dirige, nadie los tomaría
como modelos de ética. No es de ninguna manera por esas razones, sino porque
hay un gran consenso alrededor del referente principal que es la economía de
mercado. No hay entonces necesidad de tomar a la seguridad del Estado como
referente principal, se puede confiar la regla jurídica al consenso económico y
dar cierta libertad en el juego, tras el cual se ponen en realidad las leyes
generales del mercado mundial. Por consiguiente, el derecho es favorable a la
economía, es decir, favorable al Estado que tiene la economía como referente
principal.
Finalmente, creo que es absolutamente preciso distinguir
cuatro términos sobre el tema ética y política: 1) El Estado, que
siempre tiene un referente principal. Por ejemplo, en la guerra, referente es
la nación o el territorio. En una dictadura es la seguridad del Estado. En el
parlamentarismo es el mercado mundial. 2) El derecho, lo jurídico. Es una
forma social fijada por el Estado. Su existencia y su generalización están estrictamente
ligadas al referente principal del Estado. Cuando ese referente es la nación en
guerra o la seguridad del Estado, o como en la Unión Soviética la clase y el
partido, casi no hay derecho. Cuando se trata de la economía de mercado, el
mercado mundial, hay derecho. Diré entonces, que el derecho se instala entre el
Estado y su referente principal, con un margen de existencia que depende de la
distancia entre el estado y su referente. 3) La política en su modelo
clásico o representativo está vinculada con el Estado, tiende a confundirse con
él. Ella discute, en consecuencia, cuestiones estatales como: ¿es necesario o
no el derecho? ¿Hay que integrarse o no al mercado mundial? ¿Hay o no que
defender a la nación? Toda una serie de cuestiones fundamentales que conciernen
justamente al referente principal del Estado. 4) Finalmente, la ética no
tiene ninguna relación con el Estado. Ciertamente, algunos Estados pueden
cometer crímenes y lo hacen muy a menudo, pero el juicio sobre estos crímenes
no es de orden ético. En realidad, estos juicios consisten en rechazar el
referente del Estado en el nombre del cual ese crimen ha sido cometido y
proponer otro referente y, por lo tanto, otra forma del Estado. Esa es la razón
por la cual cuando un Estado le sucede a otro, cuando una forma de Estado
sucede a otra, es decir, cuando el referente principal ha cambiado, la mayor
parte de las veces el nuevo Estado no castiga los crímenes o lo hace
mínimamente. Y esto es así porque esos juicios no son de orden ético y tampoco
de orden político. Dependen del Estado, que es funcional y consensual, y busca
siempre la continuidad y no la ruptura.
La ética no tiene tampoco una verdadera relación con lo
jurídico, porque lo jurídico está destinado a asegurar un funcionamiento
correcto de la situación colectiva. Hoy en día lo político depende
fundamentalmente de las relaciones entre el Estado y la economía de libre
competencia. Cuando, por ejemplo, los norteamericanos o los europeos envían
tropas para "restablecer los derechos el hombre", ¿qué quiere decir
eso exactamente? Eso quiere decir que ellos quieren imponer un Estado más
conforme con las reglas del mercado mundial y quieren imponerle al Estado un
cambio del referente principal, quieren obligar a ciertos Estados tiránicos a
pasar de un referente del tipo "seguridad del Estado", a un referente
de tipo «mercado mundial» verdaderamente mucho más interesante para ellos. Está
absolutamente claro que, en este asunto, la ética es un puro discurso de
propaganda.
La ética, finalmente, no tiene nada que ver con las
políticas de la representación. El punto principal, creo, es que esas políticas
están dominadas por el principio del interés. En última instancia, el partido
representa los intereses de quienes votan por él y por otra pare, él tiene su propio
interés, que es el de instalarse en el Estado. Todo el problema para los
políticos es que no logran vincular esos dos intereses: el interés de su
clientela y su propio interés en el Estado. La experiencia nos muestra que el
interés ligado al Estado siempre gana. Pero de todas maneras este juego de los
intereses y de las opiniones regido por el Estado nada tienen que ver con la
ética. Cuando en esas circunstancias ella aparece en el debate se puede decir
que es un tema puramente ideológico. Si llamamos ética a una máxima
subjetiva, un acción estrictamente ligada a principios universales, entonces
hay que decir que sólo puede ser considerada como dependiente de la ética una
política que tenga estas cuatro características: que no sea representativa, que
se presente directamente; que no busque el poder del Estado, que quiera
solamente forzarlo; que no sea jurídica, que sea subjetiva; y que no tenga un
referente particular, que no esté ligada a los intereses de un grupo, de una
comunidad, de una nación o de una clase. Que lo que ella diga, lo que proclame,
lo que organice, sea universal y desinteresado aunque siempre esto ocurra en
situaciones concretas.
¿Existe, acaso, tal política? ¿Puede existir? Este es todo
el problema. Pero si una política así no existe habrá que renunciar, pura y
simplemente, a toda relación posible entre política y ética. Habrá que
convertirse, en materia de política, a un pragmatismo realista y cuando sea
necesario, cínico. Pero tal vez la primera exigencia ética sea desear que
una política así exista y trabajar en favor de ese deseo. Después de todo, el
deseo es también un pensamiento y el punto principal sería entonces, como dice
Lacan, hablando de la ética, cómo no ceder nunca en ese deseo.