27 de junio de 2014

Abelardo Castillo: "Mucho antes de sentir que escribía yo ya era, creo, un buen lector; y hasta diría, un muy buen lector" (1)

Abelardo Castillo (1935), narrador y dramaturgo, uno de los más grandes escritores argentinos de los últimos cincuenta años, acaba de publicar los diarios que viene componiendo desde hace décadas. El volumen "Diarios. 1954-1991" incluye circunstancias de su vida cotidiana, su pasión por la música y el ajedrez, sus relaciones amorosas, el conflictivo vínculo con el alcohol, pensamientos, reflexiones sobre el proceso creativo, preocupaciones políticas y comentarios a lecturas literarias y filosóficas que dan cuenta de gran parte de la vida cultural argentina de la segunda mitad del siglo XX. El libro es, por sobre todas las demás cosas, la historia de una voluntad: escribir y ser escritor. En él refleja sus años de formación solitaria, la lucha por su independencia material y creativa, su labor al frente de las revistas culturales que encabezó, así como la génesis y fragmentos inéditos de algunas de sus novelas y de un gran número de sus cuentos, ensayos y obras de teatro. Iniciado en 1959, cuando su primer cuento, "Volvedor", ganó un concurso de la revista "Vea y Lea", Castillo fue inspirador de grupos literarios y fundador de una influyente revista literaria, "El Grillo de Papel", que fue prohibida en 1960 por el gobierno de turno. Al año siguiente fundó y codirigió "El Escarabajo de Oro" que apareció hasta 1974. Dos años después ya estaba involucrado en la revista "El Ornitorrinco", publicación que logró salir hasta 1985 y ha sido considerada una de las más importantes en el campo de la resistencia cultural a la dictadura militar instaurada el 24 de marzo de aquel año. Además se dedicó intermitentemente al periodismo y de manera regular a la coordinación de talleres literarios. En 1961 recibió una mención en el Premio Casa de las Américas, categoría cuentos por "Las otras puertas", en 1963 su obra de teatro "Israfel" -inspirada en la vida de Poe- recibió el Primer Premio Internacional de Autores Dramáticos Latinoamericanos Contemporáneos del Institute International du Theatre de París, y en 1964 otra obra teatral suya, "El otro Judas" -una revisión existencial del tema bíblico-, obtuvo el Primer Premio en el Festival de Teatro de Nancy. Castillo pertenece a una generación en la que el compromiso político y el literario estaban muy unidos. Como todo joven de inclinaciones progresistas, leyó a Marx, a Engels, a Lenin. Fue y es socialista, nunca fue comunista, nunca fue peronista, siempre mantuvo una actitud independiente desde el punto de vista político separando el valor literario de un texto de ficción o de poesía del contenido ideológico. El compromiso de un escritor de ficción o de un poeta se revela en sus actos, no se despliega en su obra, según él. Esa actitud lo enfrentó a David Viñas en una célebre polémica que Castillo reproduce en una de las secciones del diario. La ideología, las reivindicaciones, la justicia no hacen para él la bondad de un libro. Castillo ha sido uno de los grandes defensores del relato breve. Aunque partiendo del realismo social, muy influido por la filosofía del existencialismo francés, derivó luego hacia una narrativa de tintes cercanos al expresionismo. Ha abordado todos los géneros: poesía, ensayo, cuento, novela y ahora los diarios. Precisamente en éstos, en la entrada del 1 de octubre de 1958, dice: "No quiero vivir engañado más tiempo. O renuncio a IGGAM (una fábrica de materiales para la construcción) o renuncio a Abelardo Castillo. La elección parece simple", anotó el muchacho de veintidós o veintitrés años. Tiempo después, volvería a estar en esa disyuntiva. A sus casi ochenta, lo contó así a Gabriela Cabezón Cámara en la entrevista publicada por el diario "Clarín" el 22 de junio de 2014: "Trabajé en un banco catorce días, y renuncié el día que gané el premio de 'Gaceta Literaria', porque tenía que ir a una entrevista en Radio Nacional y le dije a mi jefe que al otro día iba a tener que salir antes. El me dijo que no. Al día siguiente le digo: 'señor, me voy', y él: 'no, no se puede ir'. 'Le aseguro que me puedo ir -le dije-, además no voy a venir nunca más'. Y así se terminó mi segundo trabajo". En la entrevista concedida a Hugo Beccacece para el suplemento "ADN Cultura" del diario "La Nación" del 30 de mayo de 2014, Castillo subraya la distinción entre los diarios y las memorias. En el diario, uno escribe lo que pasa en el momento, aunque lo haga después de un lapso relativamente breve, y lo hace para sí mismo, sin pensar demasiado en la publicación. Se trata de anotaciones en las que, a menudo, falta la continuidad del relato. A diferencia de las memorias, los diarios no están escritos en lo alto de una cima desde donde se contempla el pasado. En ellos, lo que se anota está visto desde la llanura de la actualidad. Hay grandes omisiones. También las hay en las memorias, pero éstas son deliberadas y responden a un plan literario y vital. Un compendio de las entrevistas mencionadas es lo que se ofrece a renglón seguido.


Usted cita a Dostoievski para hablar de la "insinceridad" de los diarios personales.

Para saber quién es un autor es más útil leer su obra de ficción. Probablemente hay capítulos de "Crónica de un iniciado" donde he ido más lejos y he sido más sincero, aún mintiendo, que en el diario. Por otra parte, los diarios no se escriben casi nunca en un estado normal, escribís cuando estás muy preocupado o muy desesperado o muy triste. Nadie escribe en un diario "hoy es un día precioso, me encontré la mujer de mi vida, hay un gran sol, estoy alegre", no. Los grandes diarios, en general, dan la impresión de que el autor es siempre un atormentado y no, estaba atormentado cuando escribió en el diario.

Usted afirmaba que si estaba bien no podía escribir.

Sí, la felicidad, por lo menos a mí, me juega en contra. La literatura no se vive, se escribe; la vida se vive. Si estás haciendo el amor no estás pensando el tema para una novela. La vida real es muy difícil de escribir, eso por otra parte lo han dicho todos los escritores: hay que dejar morir el sentimiento para poder rearmarlo en la literatura y darle el sentido que tiene.

Una construcción a posteriori.

Siempre; en las fotografías de los diarios, cuando hay una gran catástrofe, aparecen chicos que se están riendo, como jugando. Rememorada, esa infancia empieza a ser triste, pero en el momento en que los chicos la estaban viviendo tal vez no era triste, porque está el mayor, el padre o la madre, que suponen que son los que tienen que arreglar todo. Entonces, muchas veces he dicho, ¿qué versión querés que te cuente de mi vida?, ¿la patética o la alegre? Porque podés contar un mismo hecho patéticamente o con alegría, pero es porque lo resignificaste después; el pasado es lo que sentís hoy de lo que es el pasado.

Y cuando lo escribió, ¿qué lectores imaginaba para este diario? ¿O no imaginaba ninguno?

Ninguno. El lector que imaginaba era yo mismo algunos años después. Para saber realmente quién sos a veces tenés que recurrir a la pregunta de qué hubiera hecho yo a los veinte años. Tenía también la idea de ordenarme a mí mismo, como tal vez se nota en algunos apuntes que hay sobre Nietzsche o sobre Unamuno. La idea de la publicación es muy tardía, hará tres o cuatro años que Sylvia (Iparraguirre, su mujer, también escritora) me convenció, y algunos alumnos míos, a los que yo leía fragmentos del diario para decirles que los problemas que ellos tenían en la literatura los tenía todo el mundo.

Conservó los cuadernos de sus diarios durante muchos años...

Un día, me puse a leerlos y se me ocurrió que les podían servir a chicos y a gente que escriben. Hablé con Julia Saltzman, de Alfaguara, se llevó los cuadernos para leerlos y, una vez que lo hizo, me dijo que los quería publicar de inmediato. Van a ser dos volúmenes. Llegaremos hasta 2006. Tuve que hacer la transcripción de los primeros cuadernos, manuscritos, a la computadora. Hay muchas cosas que están en el diario, pero que sólo yo sé a qué se refieren. Están escritas en una especie de código. Me acuerdo muy bien de qué designo en ese código e incluso podría detectar páginas enteras que he escrito en absoluto estado de ebriedad. Sin embargo, mi borrachera no se nota. También pude detectar mi malicia en todas esas entradas, porque casi no hablo del alcohol. Y yo era muy alcohólico. Anotaba cierto tipo de cosas y las mezclaba en el diario con ficciones y con poemas. A los poemas, los eliminé. Por supuesto, algún día voy a publicarlos. Ese libro de poemas se llamará "La fiesta secreta", porque la poesía fue para mí mi fiesta secreta. Empecé a escribir los diarios en San Pedro. No tenía dieciocho años. Esas entradas, las cartas que escribí a mis novias, sobre todo a Bettina, mi primera compañera, son mi taller de escritor.

A Bettina no la menciona con nombre y apellido. ¿Por qué?

Porque está viva, es madre de hijos. Ignoro si los hijos saben que ella fue un gran amor en mi vida. Además, nadie sabe lo que siente el otro. Yo describo nuestra relación como si fuéramos la parejita ideal. Y no sé si fue así. He vivido desde la adolescencia en un mundo personal imaginario. Para mí, lo que llamamos realidad no es lo que sucede, sino muchas veces la interpretación posterior de lo que ha sucedido. A veces, he comparado estos diarios con otros. Por ejemplo, traté de leer el diario de Thomas Mann, pero no terminé esa lectura porque me pareció que no me iba a gustar y yo tengo una gran veneración por el Thomas Mann de "La montaña mágica", del "Doktor Faustus", de las "Confesiones del estafador Felix Krull". Esa última novela es un ejemplo de lo que debe ser un escritor. Es una de las primeras que escribe, pero la última que publica, después de haber compuesto nada menos que "Doktor Faustus", una de las obras fundamentales del siglo XX. Termina su producción con "... Felix Krull", esa especie de ópera bufa, divertidísima, con una alegría y una juventud increíbles. En los "Diarios", hay una frase dirigida a Ernesto Sabato pero en la que no lo menciono. Digo que existe una frivolidad de la pasión que es el énfasis. Sabato era enfático. Para mí, el escritor es alguien que se toma la literatura en serio, pero que no se toma a sí mismo en serio.

La relación con Sabato es uno de los temas más frecuentes en su libro. Al principio, en la juventud, sentía por él y por su obra una gran admiración.

El Sabato que descubrí cuando yo tenía catorce años, cuando él publicó "Uno y el universo", escribía muy bien. Para mí, era un modelo de escritura. Descubrí la literatura argentina con "Uno y el universo", de Sabato (mucho antes de conocerlo) y con "El jardín de senderos que se bifurcan" de Borges. Más tarde leí a Cortázar. Los tres me hicieron comprender que era posible la literatura nacional. El tipo de prosa de "Uno y el universo", que va unida en mí a la lectura de Bertrand Russell, esa prosa nítida, es la misma que yo admiraba en el Poe de "Marginalia", no en el de los cuentos. Yo era muy bueno en matemáticas, cuando era chico. Pensaba estudiar física y filosofía. Siempre me gustó todo lo que fuera conciso y preciso. "Uno y el universo" influyó en mí porque Sabato estaba todavía muy cerca del físico. Cuando leí "El túnel", en una de las primeras ediciones, los personajes Juan Pablo Castel y María Iribarne se trataban de tú. Ésa fue la primera pregunta que le hice a Sabato cuando lo conocí. ¿Por qué había utilizado el tuteo en "El túnel", Arlt y el mismo Borges usaban el vos. Ernesto dudó un segundo y me dijo: "La clase alta". Y yo pensé que no estaba en lo cierto. La clase alta usaba el vos. Mucho después Ernesto hizo una corrección de "El túnel" y cambió el tuteo por el voseo, pero no reflexionó nunca sobre los problemas del lenguaje. Lo que lo perjudicaba a Ernesto eran los adjetivos, los "abismos", la "lejanía". Tenía un sentido del humor notable. Una vez que lo visitamos con Sylvia, nos reímos tanto que ella le dijo a Ernesto: "Nunca me reí tanto como hoy". Y él le contestó: "Sí, pero la procesión va por dentro".

No podía abandonar el personaje dramático que se había forjado.

La parte de "torturado" no se la toleraba. La inteligencia crítica y paródica de Ernesto era formidable. Y eso era lo que no quería usar. Prefería aparecer ante el mundo como el dueño universal del dolor. El éxito de "Sobre héroes y tumbas" le hizo mucho mal. Mientras dudó sobre sí mismo fue un hombre excepcional. Además, al año de publicar "Sobre héroes..." aparece "Rayuela", y eso lo destruyó. Dejé de ser amigo de verdad de Ernesto en la década de 1960. Después nuestra amistad siguió formalmente. En una ocasión, me encontré con Mujica Lainez en la Feria del Libro y nos pusimos a caminar por esos largos pasillos y, de pronto, vimos una gran foto de Sabato, Manucho dijo: "Ése sufre, sufre, pero nos va a enterrar a todos". Y fue cierto, al menos respecto de Mujica Lainez. Por eso, cuando Ernesto llegó a los noventa, yo me acordé de lo que había dicho Manucho y dejé de fumar.

Algo que llama la atención es que desde el principio de los "Diarios", se observa, se estudia y se retrata escribiendo el diario, preguntándose la legitimidad de escribirlo, cuestionándose si la sinceridad es posible en ese género. Parece la actitud de un creyente católico que va a confesarse y teme que se le olvide el último pecado que acaba de cometer. ¿No hay allí un resto de su pasado religioso?

Es muy probable. A los doce, a los trece y hasta los catorce años, estuve a un paso de entrar en el seminario. Es el momento en que sitúo la pérdida de la fe. Yo había estudiado con los salesianos y después iba a entrar en el seminario, pero me di cuenta de que ése no era mi mundo. Mi relación con el cristianismo es muy fuerte. Hoy, incluso, pienso que se puede ser cristiano sin creer en Dios, siendo agnóstico. Lo esencial del cristianismo no es Dios, sino el otro.

Usted dice que es el destinatario de usted mismo. ¿Todo el tiempo se reconoce o hay cosas que le generan extrañeza?

No me reconozco con facilidad a veces, porque no puedo saber exactamente cómo era. Por ejemplo, sé que hay páginas que fueron escritas en estado de ebriedad. La otra vez Sylvia me dice: "tenés una descripción tan linda de una ardilla en el diario" y le dije no, no era una ardilla, es una chica. Y hay otras cosas que están contadas como ficciones, en tercera persona y son totalmente personales. Es un yo que ya fue, esto suele ocurrir a veces.

Hay muy pocas alusiones al alcohol en los "Diarios".

Sí y tomé durante trece años y tomé muchísimo. Lo que pasa es que, primero, no aceptaba ser alcohólico, como todos los alcohólicos; segundo, que como podía escribir normalmente, no iba a poner "estoy escribiendo borracho". Para saber algo acerca de mi alcoholismo, lo más probable es que tengas que ir a "El que tiene sed" donde hay cosas inventadas, omitidas incluso, pero que dan mucho mejor la medida.

Eso de escribir le evitó la pérdida de memoria que a veces ocasiona el alcohol.

Bueno, quién sabe todas las cosas que no anoté. Yo me acuerdo de haberle dicho a Sylvia y a Lelia, que es otra de las protagonistas del diario, ya de la época de mi alcoholismo, "decime qué hice anoche, pero decímelo con bondad". Tenía un vacío horrible porque sabía que había hecho algo, pero en realidad tampoco quería que me dijeran "hiciste tal cosa, tal otra".

La polémica Sartre-Camus marcó su generación y, de algún modo, sigue vigente hoy. Para Sartre, era inevitable ensuciarse las manos para cambiar el mundo. Camus, en cambio, creía que el fin no justificaba los medios, defendía la honestidad y la pureza.

Yo estaba del lado de Sartre, pero emocionalmente me encontraba del lado de Camus. El modo de encarar la realidad de Sartre era no hacerle nunca el juego a la derecha; esa posición era la que a mí me servía de medida; pero la honestidad de Camus, que era como la de Gide, me resultaba muy valiosa. La ética y la moral son dos cosas distintas. La ética es una especie de norma que compromete a la especie. La moral tiene que ver con el individuo. Creo que uno, a los seis o siete años, ya sabe distinguir el bien del mal, y de algún modo es consciente de lo que se oculta hasta a sí mismo. Cuando mis padres se separaron, me lo ocultaron, me dijeron que mi madre iba a volver. Yo sabía lo que estaba pasando, sabía lo que me estaban ocultando, y me decía: ¿cuándo me van a sacar este peso de encima? ¿Cuándo podré dejar de fingir? ¿Por qué me hacen responsable de algo de lo que no soy responsable?

¿Después de la separación vio a su madre?

Sólo en dos oportunidades. La hermana de mi madre, con la que prácticamente me crié de chico, ofició de madre. Cuando era muy chico, los sábados y los domingos yo iba a casa de ella y eran días de fiesta. Después, a partir de los siete años, cuando mi madre ya se había ido, viví con mi tía hasta que ella se murió. Para mí, lo ideal hubiera sido que mi padre y mi tía se casaran.

¿Cómo fueron los encuentros con su madre?

En una oportunidad, ella quiso verme. Yo lo consulté con papá. Me dijo que la viera. La vi, hablamos. Pero no sucedió nada especial. Después, mucho más tarde, volvimos a encontrarnos. Pero esa relación nunca fue buena. En cierto sentido, yo no tuve madre. Durante mucho tiempo me quedé con la impresión de que ella me había abandonado. En esa época no era muy común que eso ocurriera. En mi barrio yo era "ése al que se le fue la madre". El problema no era conmigo, el problema era entre ella y papá. Las razones por las que se separaron las ignoro. Lo que yo sabía era que ese matrimonio andaba mal aun cuando era increíble lo bien que se llevaban, sobre todo ante mí. Papá se iba y le daba un beso en la frente, nunca se peleaban.

¿Fue al velatorio o al sepelio de su madre?

No. Tampoco fui al sepelio de mi padre ni al de Marechal. Que los muertos entierren a los muertos. En general, no voy a esos lugares. Prefiero imaginarme viva a la gente.