Abelardo
Castillo (1935), narrador y dramaturgo, uno de los más grandes escritores
argentinos de los últimos cincuenta años, acaba de publicar los diarios que
viene componiendo desde hace décadas. El volumen "Diarios. 1954-1991" incluye circunstancias
de su vida cotidiana, su pasión por la música y el ajedrez, sus relaciones
amorosas, el conflictivo vínculo con el alcohol, pensamientos, reflexiones
sobre el proceso creativo, preocupaciones políticas y comentarios a lecturas
literarias y filosóficas que dan cuenta de gran parte de la vida cultural
argentina de la segunda mitad del siglo XX. El libro es, por sobre todas las
demás cosas, la historia de una voluntad: escribir y ser escritor. En él refleja
sus años de formación solitaria, la lucha por su independencia material y
creativa, su labor al frente de las revistas culturales que encabezó, así como la
génesis y fragmentos inéditos de algunas de sus novelas y de un gran número de
sus cuentos, ensayos y obras de teatro. Iniciado en 1959, cuando su primer
cuento, "Volvedor", ganó un concurso de la revista "Vea y Lea", Castillo
fue inspirador de grupos literarios y fundador de una influyente revista
literaria, "El Grillo de Papel", que fue prohibida en 1960 por el gobierno de
turno. Al año siguiente fundó y codirigió "El Escarabajo de Oro" que apareció
hasta 1974. Dos años después ya estaba involucrado en la revista "El
Ornitorrinco", publicación que logró salir hasta 1985 y ha sido considerada una
de las más importantes en el campo de la resistencia cultural a
la dictadura militar instaurada el 24 de marzo de aquel año. Además se dedicó intermitentemente al periodismo y de manera regular a la coordinación de talleres literarios. En 1961 recibió
una mención en el Premio Casa de las Américas, categoría cuentos por "Las otras
puertas", en 1963 su obra de teatro "Israfel" -inspirada
en la vida de Poe- recibió el Primer Premio
Internacional de Autores Dramáticos Latinoamericanos Contemporáneos del
Institute International du Theatre de París, y en 1964 otra obra teatral suya, "El otro Judas" -una revisión
existencial del tema bíblico-, obtuvo el Primer Premio en el Festival de Teatro de Nancy. Castillo pertenece a una
generación en la que el compromiso político y el literario estaban muy unidos.
Como todo joven de inclinaciones progresistas, leyó a Marx, a Engels, a Lenin.
Fue y es socialista, nunca fue comunista, nunca fue peronista, siempre mantuvo
una actitud independiente desde el punto de vista político separando el valor
literario de un texto de ficción o de poesía del contenido ideológico. El
compromiso de un escritor de ficción o de un poeta se revela en sus actos, no
se despliega en su obra, según él. Esa actitud lo enfrentó a David Viñas en una
célebre polémica que Castillo reproduce en una de las secciones del diario. La
ideología, las reivindicaciones, la justicia no hacen para él la bondad de un
libro. Castillo
ha sido uno de los grandes defensores del relato breve. Aunque partiendo del
realismo social, muy influido por la filosofía del existencialismo francés,
derivó luego hacia una narrativa de tintes cercanos al expresionismo. Ha abordado
todos los géneros: poesía, ensayo, cuento, novela y ahora los diarios.
Precisamente en éstos, en la entrada del 1 de octubre de 1958, dice: "No quiero
vivir engañado más tiempo. O renuncio a IGGAM (una fábrica de materiales para
la construcción) o renuncio a Abelardo Castillo. La elección parece simple",
anotó el muchacho de veintidós o veintitrés años. Tiempo después, volvería a
estar en esa disyuntiva. A sus casi ochenta, lo contó
así a Gabriela Cabezón Cámara en la entrevista publicada por el diario "Clarín"
el 22 de junio de 2014: "Trabajé en un banco catorce días, y renuncié el día
que gané el premio de 'Gaceta Literaria', porque tenía que ir a una entrevista
en Radio Nacional y le dije a mi jefe que al otro día iba a tener que salir
antes. El me dijo que no. Al día siguiente le digo: 'señor, me voy', y él: 'no,
no se puede ir'. 'Le aseguro que me puedo ir -le dije-, además no voy a venir
nunca más'. Y así se terminó mi segundo trabajo". En la entrevista concedida a Hugo
Beccacece para el suplemento "ADN Cultura" del diario "La Nación" del 30
de mayo de 2014, Castillo subraya la distinción entre los diarios y las
memorias. En el diario, uno escribe lo que pasa en el momento, aunque lo haga
después de un lapso relativamente breve, y lo hace para sí mismo, sin pensar
demasiado en la publicación. Se trata de anotaciones en las que, a menudo,
falta la continuidad del relato. A diferencia de las memorias, los diarios no
están escritos en lo alto de una cima desde donde se contempla el pasado. En
ellos, lo que se anota está visto desde la llanura de la actualidad. Hay
grandes omisiones. También las hay en las memorias, pero éstas son deliberadas
y responden a un plan literario y vital. Un compendio de las entrevistas mencionadas es lo que se ofrece a renglón seguido.
Usted cita a Dostoievski para hablar de la
"insinceridad" de los diarios personales.
Para saber
quién es un autor es más útil leer su obra de ficción. Probablemente hay
capítulos de "Crónica de un iniciado" donde he ido más lejos y he
sido más sincero, aún mintiendo, que en el diario. Por otra parte, los diarios
no se escriben casi nunca en un estado normal, escribís cuando estás muy
preocupado o muy desesperado o muy triste. Nadie escribe en un diario "hoy
es un día precioso, me encontré la mujer de mi vida, hay un gran sol, estoy
alegre", no. Los grandes diarios, en general, dan la impresión de que el
autor es siempre un atormentado y no, estaba atormentado cuando escribió en el
diario.
Usted afirmaba que si estaba bien no podía
escribir.
Sí, la felicidad, por lo menos a mí, me juega en contra. La literatura no se vive, se escribe; la vida se vive. Si estás haciendo el amor no estás pensando el tema para una novela. La vida real es muy difícil de escribir, eso por otra parte lo han dicho todos los escritores: hay que dejar morir el sentimiento para poder rearmarlo en la literatura y darle el sentido que tiene.
Una construcción a posteriori.
Siempre; en las fotografías de los diarios, cuando hay una gran catástrofe, aparecen chicos que se están riendo, como jugando. Rememorada, esa infancia empieza a ser triste, pero en el momento en que los chicos la estaban viviendo tal vez no era triste, porque está el mayor, el padre o la madre, que suponen que son los que tienen que arreglar todo. Entonces, muchas veces he dicho, ¿qué versión querés que te cuente de mi vida?, ¿la patética o la alegre? Porque podés contar un mismo hecho patéticamente o con alegría, pero es porque lo resignificaste después; el pasado es lo que sentís hoy de lo que es el pasado.
Y cuando lo escribió, ¿qué lectores imaginaba
para este diario? ¿O no imaginaba ninguno?
Ninguno. El lector que imaginaba era yo mismo algunos años después. Para saber realmente quién sos a veces tenés que recurrir a la pregunta de qué hubiera hecho yo a los veinte años. Tenía también la idea de ordenarme a mí mismo, como tal vez se nota en algunos apuntes que hay sobre Nietzsche o sobre Unamuno. La idea de la publicación es muy tardía, hará tres o cuatro años que Sylvia (Iparraguirre, su mujer, también escritora) me convenció, y algunos alumnos míos, a los que yo leía fragmentos del diario para decirles que los problemas que ellos tenían en la literatura los tenía todo el mundo.
Conservó
los cuadernos de sus diarios durante muchos años...
Un día, me puse a leerlos y se me ocurrió que les podían servir a
chicos y a gente que escriben. Hablé con Julia Saltzman, de Alfaguara, se llevó
los cuadernos para leerlos y, una vez que lo hizo, me dijo que los quería
publicar de inmediato. Van a ser dos volúmenes. Llegaremos hasta 2006. Tuve que
hacer la transcripción de los primeros cuadernos, manuscritos, a la
computadora. Hay muchas cosas que están en el diario, pero que sólo yo sé a qué
se refieren. Están escritas en una especie de código. Me acuerdo muy bien de
qué designo en ese código e incluso podría detectar páginas enteras que he
escrito en absoluto estado de ebriedad. Sin embargo, mi borrachera no se nota.
También pude detectar mi malicia en todas esas entradas, porque casi no hablo del
alcohol. Y yo era muy alcohólico. Anotaba cierto tipo de cosas y las mezclaba
en el diario con ficciones y con poemas. A los poemas, los eliminé. Por
supuesto, algún día voy a publicarlos. Ese libro de poemas se llamará "La fiesta
secreta", porque la poesía fue para mí mi fiesta secreta. Empecé a escribir los diarios en San Pedro. No tenía dieciocho años. Esas entradas, las cartas que
escribí a mis novias, sobre todo a Bettina, mi primera compañera, son mi taller
de escritor.
A Bettina no la menciona con nombre y apellido. ¿Por qué?
Porque está viva, es madre de hijos. Ignoro si
los hijos saben que ella fue un gran amor en mi vida. Además, nadie sabe lo que
siente el otro. Yo describo nuestra relación como si fuéramos la parejita
ideal. Y no sé si fue así. He vivido desde la adolescencia en un mundo personal
imaginario. Para mí, lo que llamamos realidad no es lo que sucede, sino muchas
veces la interpretación posterior de lo que ha sucedido. A veces, he comparado
estos diarios con otros. Por ejemplo, traté de leer el diario de Thomas Mann,
pero no terminé esa lectura porque me pareció que no me iba a gustar y yo tengo
una gran veneración por el Thomas Mann de "La montaña mágica", del "Doktor
Faustus", de las "Confesiones del estafador Felix Krull". Esa última novela es un
ejemplo de lo que debe ser un escritor. Es una de las primeras que escribe,
pero la última que publica, después de haber compuesto nada menos que "Doktor
Faustus", una de las obras fundamentales del siglo XX. Termina su producción con "... Felix Krull", esa especie de ópera bufa, divertidísima, con una alegría y una
juventud increíbles. En los "Diarios", hay una frase dirigida a Ernesto Sabato pero en la que no lo menciono. Digo que existe una frivolidad de la pasión que
es el énfasis. Sabato era enfático. Para mí, el escritor es alguien que se toma
la literatura en serio, pero que no se toma a sí mismo en serio.
La
relación con Sabato es uno de los temas más frecuentes en su libro. Al
principio, en la juventud, sentía por él y por su obra una gran admiración.
El Sabato que descubrí cuando yo tenía catorce
años, cuando él publicó "Uno y el universo", escribía muy bien. Para mí, era un
modelo de escritura. Descubrí la literatura argentina con "Uno y el universo", de
Sabato (mucho antes de conocerlo) y con "El jardín de senderos que se bifurcan" de Borges. Más tarde leí a Cortázar. Los tres me hicieron comprender que era posible
la literatura nacional. El tipo de prosa de "Uno y el universo", que va unida en
mí a la lectura de Bertrand Russell, esa prosa nítida, es la misma que yo
admiraba en el Poe de "Marginalia", no en el de los cuentos. Yo era muy bueno en
matemáticas, cuando era chico. Pensaba estudiar física y filosofía. Siempre me
gustó todo lo que fuera conciso y preciso. "Uno y el universo" influyó en mí
porque Sabato estaba todavía muy cerca del físico. Cuando leí "El túnel", en una
de las primeras ediciones, los personajes Juan Pablo Castel y María Iribarne se
trataban de tú. Ésa fue la primera pregunta que le hice a Sabato cuando lo
conocí. ¿Por qué había utilizado el tuteo en "El túnel", Arlt y el mismo Borges
usaban el vos. Ernesto dudó un segundo y me dijo: "La clase alta". Y
yo pensé que no estaba en lo cierto. La clase alta usaba el vos. Mucho después
Ernesto hizo una corrección de "El túnel" y cambió el tuteo por el voseo, pero no
reflexionó nunca sobre los problemas del lenguaje. Lo que lo perjudicaba a
Ernesto eran los adjetivos, los "abismos", la "lejanía".
Tenía un sentido del humor notable. Una vez que lo visitamos con Sylvia, nos
reímos tanto que ella le dijo a Ernesto: "Nunca me reí tanto como
hoy". Y él le contestó: "Sí, pero la procesión va por dentro".
No podía abandonar
el personaje dramático que se había forjado.
La parte de "torturado" no se la
toleraba. La inteligencia crítica y paródica de Ernesto era formidable. Y eso
era lo que no quería usar. Prefería aparecer ante el mundo como el dueño
universal del dolor. El éxito de "Sobre héroes y tumbas" le hizo mucho mal.
Mientras dudó sobre sí mismo fue un hombre excepcional. Además, al año de
publicar "Sobre héroes..." aparece "Rayuela", y eso lo destruyó. Dejé de ser amigo de
verdad de Ernesto en la década de 1960. Después nuestra amistad siguió
formalmente. En una ocasión, me encontré con Mujica Lainez en la Feria del
Libro y nos pusimos a caminar por esos largos pasillos y, de pronto, vimos una
gran foto de Sabato, Manucho dijo: "Ése sufre, sufre, pero nos va a
enterrar a todos". Y fue cierto, al menos respecto de Mujica Lainez. Por
eso, cuando Ernesto llegó a los noventa, yo me acordé de lo que había dicho Manucho
y dejé de fumar.
Algo que
llama la atención es que desde el principio de los "Diarios", se observa, se
estudia y se retrata escribiendo el diario, preguntándose la legitimidad de
escribirlo, cuestionándose si la sinceridad es posible en ese género. Parece la
actitud de un creyente católico que va a confesarse y teme que se le olvide el
último pecado que acaba de cometer. ¿No hay allí un resto de su pasado
religioso?
Es muy probable. A los doce, a los trece y hasta
los catorce años, estuve a un paso de entrar en el seminario. Es el momento en
que sitúo la pérdida de la fe. Yo había estudiado con los salesianos y después
iba a entrar en el seminario, pero me di cuenta de que ése no era mi mundo. Mi
relación con el cristianismo es muy fuerte. Hoy, incluso, pienso que se puede
ser cristiano sin creer en Dios, siendo agnóstico. Lo esencial del cristianismo
no es Dios, sino el otro.
Usted dice que es el destinatario de usted
mismo. ¿Todo el tiempo se reconoce o hay cosas que le generan extrañeza?
No me reconozco con facilidad a veces, porque no puedo saber exactamente cómo era. Por ejemplo, sé que hay páginas que fueron escritas en estado de ebriedad. La otra vez Sylvia me dice: "tenés una descripción tan linda de una ardilla en el diario" y le dije no, no era una ardilla, es una chica. Y hay otras cosas que están contadas como ficciones, en tercera persona y son totalmente personales. Es un yo que ya fue, esto suele ocurrir a veces.
Hay muy pocas alusiones al alcohol en los
"Diarios".
Sí y tomé durante trece años y tomé muchísimo. Lo que pasa es que, primero, no aceptaba ser alcohólico, como todos los alcohólicos; segundo, que como podía escribir normalmente, no iba a poner "estoy escribiendo borracho". Para saber algo acerca de mi alcoholismo, lo más probable es que tengas que ir a "El que tiene sed" donde hay cosas inventadas, omitidas incluso, pero que dan mucho mejor la medida.
Eso de escribir le evitó la pérdida de memoria
que a veces ocasiona el alcohol.
Bueno, quién sabe todas las cosas que no anoté. Yo me acuerdo de haberle dicho a Sylvia y a Lelia, que es otra de las protagonistas del diario, ya de la época de mi alcoholismo, "decime qué hice anoche, pero decímelo con bondad". Tenía un vacío horrible porque sabía que había hecho algo, pero en realidad tampoco quería que me dijeran "hiciste tal cosa, tal otra".
La
polémica Sartre-Camus marcó su generación y, de algún modo, sigue vigente hoy.
Para Sartre, era inevitable ensuciarse las manos para cambiar el mundo. Camus,
en cambio, creía que el fin no justificaba los medios, defendía la honestidad y
la pureza.
Yo estaba del lado de Sartre, pero
emocionalmente me encontraba del lado de Camus. El modo de encarar la realidad
de Sartre era no hacerle nunca el juego a la derecha; esa posición era la que a
mí me servía de medida; pero la honestidad de Camus, que era como la de Gide,
me resultaba muy valiosa. La ética y la moral son dos cosas distintas. La ética
es una especie de norma que compromete a la especie. La moral tiene que ver con
el individuo. Creo que uno, a los seis o siete años, ya sabe distinguir el bien
del mal, y de algún modo es consciente de lo que se oculta hasta a sí mismo.
Cuando mis padres se separaron, me lo ocultaron, me dijeron que mi madre iba a
volver. Yo sabía lo que estaba pasando, sabía lo que me estaban ocultando, y me
decía: ¿cuándo me van a sacar este peso de encima? ¿Cuándo podré dejar de
fingir? ¿Por qué me hacen responsable de algo de lo que no soy responsable?
¿Después
de la separación vio a su madre?
Sólo en dos oportunidades. La hermana de mi
madre, con la que prácticamente me crié de chico, ofició de madre. Cuando era
muy chico, los sábados y los domingos yo iba a casa de ella y eran días de
fiesta. Después, a partir de los siete años, cuando mi madre ya se había ido,
viví con mi tía hasta que ella se murió. Para mí, lo ideal hubiera sido que mi
padre y mi tía se casaran.
¿Cómo
fueron los encuentros con su madre?
En una oportunidad, ella quiso verme. Yo lo
consulté con papá. Me dijo que la viera. La vi, hablamos. Pero no sucedió nada
especial. Después, mucho más tarde, volvimos a encontrarnos. Pero esa relación
nunca fue buena. En cierto sentido, yo no tuve madre. Durante mucho tiempo me
quedé con la impresión de que ella me había abandonado. En esa época no era
muy común que eso ocurriera. En mi barrio yo era "ése al que se le fue la
madre". El problema no era conmigo, el problema era entre ella y papá. Las
razones por las que se separaron las ignoro. Lo que yo sabía era que ese
matrimonio andaba mal aun cuando era increíble lo bien que se llevaban, sobre
todo ante mí. Papá se iba y le daba un beso en la frente, nunca se peleaban.
¿Fue al
velatorio o al sepelio de su madre?
No. Tampoco fui al sepelio de mi padre ni al de
Marechal. Que los muertos entierren a los muertos. En general, no voy a esos lugares.
Prefiero imaginarme viva a la gente.