Aún en sus
albores, la neuropolítica se encamina a convertirse en una ciencia capaz de
aportar indicios y sugerencias que bien podrían decidir una elección. Hay
quienes sostienen que la neuropolítica puede ofrecer mejores oportunidades para
conectar y hacer más sólida la relación entre la ciudadanía y sus sistemas de
representación democrática. Por el contrario, otras voces alertan sobre su naturaleza
antidemocrática al sustraer la autonomía y libertad del elector dado que
alimenta sus instintos más subconscientes. El voto, como cualquier otra
manifestación de la vida política y pública, debería ser siempre reflexivo. Sin
embargo hoy se sabe a ciencia cierta que no hay reflexión sin emoción, que para
la toma de decisiones se recurre a intuiciones que requieren mucha menos
información de la que habitualmente se cree e incluso que el cerebro bloquea la
información racional que podría hacer cambiar de opinión a una persona ya que
ésta prefiere las convicciones emocionales o morales a las confirmaciones
racionales o epistemológicas. Esto significa, en definitiva, que las personas
prefieren escuchar lo que quieren escuchar, leer lo que quieren leer, opinar lo
que quieren opinar. Así, el votante no procesa los pros y los contras de cada
elección. La toma de decisiones es automática, inconsciente en la mayoría de
los casos y está guiada por la emoción. El voto político, naturalmente, no
escapa a esta lógica.
En estos
procesos del pensamiento para la toma de decisiones son fundamentales las
neuronas especulares, aquellas descubiertas por el neurobiólogo italiano
Giacomo Rizzolatti (1937) que son responsables de la empatía humana, es decir,
las que ayudan a comprender las intenciones de los otros. Esta es la repuesta a
la pregunta de por qué algunos votantes dicen que les gusta tal o cual
candidato sin tener una razón aparente. Y todavía más: las emociones tienden a
anticiparse para definir las decisiones políticas de las personas. Las
emociones positivas liberan el camino para el ingreso de mensajes que confirmen
las ideas preconcebidas, mientras que las negativas parecen conducir a la
reflexión, aunque no modifiquen el sistema de creencias previas. Por más que se
diga que lo importante son las ideas, los proyectos, las convicciones, a la
hora de votar a quien pretende gobernar una ciudad o un país son los rasgos
físicos del candidato los que influyen al valorarlo, ya que los seres humanos
hacen juicios a partir de los rostros en fracciones de segundo. Los cerebros
están cableados para mirar caras y deducir las intenciones de los demás y, en
el caso de la política, los votantes se basan en gran medida en ello para juzgar
la madurez del candidato, su firmeza, su estabilidad emocional y, en
particular, sus cualidades de liderazgo. Lo curioso -o no tanto- es que los
estudios demuestran que las personas menos instruidas (y con más horas de
televisión encima) son las que toman decisiones electorales basadas casi
exclusivamente en la apariencia de un candidato y no tanto en sus ideas o su
prontuario.
Si esto
de por sí ya es funesto y peligroso, tanto o más lo es la iniciativa "Brain
Research through Advancing Innovative Neurotechnologies" (Investigación del
Cerebro a través del Avance de Neurotecnologías Innovadoras) que el gobierno de
Estados Unidos acaba de lanzar. Encubierto bajo la humanitaria fachada de ser
un proyecto que "quiere acelerar el desarrollo y la aplicación de nuevas
tecnologías para permitir a los investigadores obtener un mapa dinámico del
cerebro que muestre cómo interactúan los complejos circuitos neuronales", y una
manera de desarrollar la tecnología esencial para el tratamiento de
enfermedades como el mal de Parkinson, la esquizofrenia, el autismo, el mal de
Alzheimer o la epilepsia, el proyecto "BRAIN" (Cerebro) esconde un potencial mucho
más sombrío. Como destaca acertadamente la revista científica "The New American",
cada vez que está involucrada la Defense Advanced Research
Projects Agency (Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados de
Defensa) se puede contar "con espeluznantes aplicaciones militares como la
manipulación mental. Esta misión ha existido desde hace algún tiempo en las
salas de los laboratorios de ideas elitistas y parece que empieza a echar
raíces".
"Bazofia
científica en grande" la calificó un biólogo de la Universidad de California, y
esta definición se apoya en los primeros resultados de otro programa similar
llamado "Brain waves" (Ondas cerebrales) lanzado por la Royal Society británica
en 2010 con el fin de realizar una "investigación multifacética de la
identificación de la función orgánica del cerebro y del control potencial sobre
la conducta humana". Las conclusiones que se han publicado hasta ahora ilustran
claramente cómo ve esta antigua sociedad científica del Reino Unido a las capas
inferiores del público a la luz de su estatus de árbitro elitista del destino
humano. El desarrollo de las neurociencias llevado adelante por la flor y nata
de los "think-tanks" del mundo se presta a aplicaciones en diversas áreas de la
política pública como la salud, la educación y la seguridad. De un modo más
amplio, el progreso de las neurociencias va a provocar preguntas sobre la personalidad,
la identidad, la responsabilidad y la libertad, así como otros temas sociales y
éticos asociados. Esto conlleva, ni más ni menos, un serio problema para la
autodeterminación y la probable manipulación e incluso degradación de la
función cerebral y el proceso de conocimiento. Si se agregan las implicaciones
militares y legales, no es difícil imaginar hacia dónde se orientará el mundo
en un futuro cercano.
Neurólogos,
psicólogos cognitivos y especialistas de la educación de todo el mundo están de
acuerdo en que si se aplican correctamente los avances científicos y sus
aplicaciones, los impactos de la neurociencia podrían ser altamente benéficos
para la sociedad. Sin embargo se han formulado muchas preguntas sobre lo que la
neurociencia puede ofrecer a la ley. Por ejemplo, ¿podría cambiar
fundamentalmente la neurociencia conceptos de responsabilidad legal? O ¿podrían
ciertos aspectos de una persona inculpada ayudar a determinar si corre un
riesgo creciente de volver a cometer delitos? ¿Será posible que algún día se
utilicen escaneos del cerebro para leer mentes con el objeto de determinar si
las personas están diciendo la verdad o si sus recuerdos son falsos? A la luz
de la historia, lo que parece seguro es que las grandes potencias del mundo
(con Estados Unidos a la cabeza) los van a utilizar primero en el campo
militar, luego en el industrial y finalmente en el de la salud. Albert Einstein (1879-1955)
dijo alguna vez: "El gran valor de la educación no consiste en atiborrarse de
datos sino en preparar al cerebro a pensar por su propia cuenta". Y también: "La
vida es muy peligrosa. No por las personas que hacen el mal sino por las que se
sientan a ver lo que pasa". Será cuestión de ser prevenidos entonces. Y pensar,
claro. Pensar y actuar en consecuencia.