“El País”, diario uruguayo fundado en septiembre de 1918,
publica los primeros viernes de cada mes “El País Cultural”, uno de sus
diversos suplementos y tal vez el más prestigioso. Inaugurado por Homero
Alsina Thevenet (1922-2005) y acompañado desde su origen por los
escritores Elvio Gandolfo (1947), Rosario Peyrou (1948) y Álvaro Buela
(1961), ha sido a lo largo del tiempo el responsable de un análisis serio
de la cultura uruguaya y hoy es objeto de colección: los puestos de libros
de la feria dominguera de Tristán Narvaja, en Montevideo, venden los números
atrasados. Editado por primera vez en octubre de 1989 con dieciséis páginas en
blanco y negro (y un breve toque de sepia en la tapa), impuso desde un
principio a sus colaboradores una suerte de decálogo de instrucciones basado en
los conceptos que el profesor de Inglés de la Cornell University y
ensayista William Strunk (1869-1946) incluyese en su “The elements of style”
(Los elementos del estilo). “La escritura vigorosa es concisa -decía el
escritor estadounidense-. Una frase no debe contener palabras innecesarias, ni
un párrafo debe contener frases innecesarias, por el mismo motivo por el que un
dibujo no deberá tener líneas innecesarias ni una máquina partes innecesarias.
Esto no supone que el escritor haga cortas todas sus frases, ni que evite los
detalles ni que trate sus temas sólo en líneas generales, sino que Toda Palabra
Importe”.
El gran impulsor de estos preceptos fue el periodista
y crítico cinematográfico Alsina Thevenet, quien se encargó en reiteradas
oportunidades de impartirlos a los jóvenes periodistas que ingresaban al
plantel editorial el diario. Lo hizo personalmente y lo escribió en diversas secciones
de miscelánea humorística como “La Mar en Coche” del semanario “Marcha”, en “Consejos
al periodista incipiente” de la revista “Cine Radio Actualidad” y en “Mondo
Cane” de “El País”. También en su libro “Enciclopedia de datos inútiles” bajo
el título de “Algunas sugerencias para periodistas modestos”. Pero tal vez
donde mejor se explayó sobre el tema fue en la conferencia que pronunció en mayo
de 1998 en San José de Costa Rica, en el ámbito del Encuentro de Suplementos
Culturales que patrocinó la Universidad Nacional de ese país centroamericano. Lo
que sigue es un extracto de los conceptos volcados por el periodista, tanto en
la obras como en la conferencia mencionadas.
Comience toda nota en el centro del tema,
especialmente si el propósito es informativo. Las primeras líneas deben
apresurarse a establecer “qué”, “quién”, “dónde, cuándo”. El “cómo” puede
esperar al segundo párrafo. Elimine al máximo el “yo”, el “nosotros”, los otros
pronombres respectivos (“me”, “mí”, “nos”) y los verbos en primera persona del
singular y del plural. El enfoque gramatical de primera persona debe reservarse
para aquello que es absolutamente intransferible.
Un redactor puede contar su amistad con un
escritor fallecido en fecha reciente, y la primera persona es necesaria. Un
redactor puede ser judío y contar su experiencia con el antisemitismo, en tal o
cual ocasión, y la primera persona es inevitable. Pero el abuso de la primera
persona lleva a la pedantería de ponerse en el centro del tema o del párrafo,
como cuando un crítico musical escribe: “Nunca escuchamos a esta orquesta tan
bien dirigida como...” en lugar de afirmar: “Nunca esta orquesta estuvo tan
bien dirigida como...”; o cuando un cronista literario reseña una novela y
escribe: “En la página 38 nos encontramos, para nuestra sorpresa, con que...”.
Salvo casos de extrema necesidad, elimine los
signos de interrogación; el lector quiere respuestas y no preguntas. Evite los
signos de admiración: el concepto deberá ser bastante asombroso con sólo
enunciarlo sin que usted le coloque una bandera encima. Elimine las referencias
al hecho mismo de estar escribiendo una nota. Sea un espejo sin decir “aquí
estoy como un espejo”. La prosa tersa no se dobla sobre sí misma.
Se deben eliminar rodeos y larguezas y preferir
la palabra concreta a la abstracta. Evite las preguntas puramente retóricas
(para contestarlas en la frase siguiente) y los paréntesis extensos que desvían
la atención del texto. Un título periodístico llega a alargarse para llenar
espacios, como: “Se experimentaron precipitaciones pluviales en todo el sur de
la república”, pero siempre será mejor que usted escriba llanamente: “Llovió en
todo el sur del país”. Reescriba toda vez que pueda hacerlo. Si tiene a mano un
lector que ignore el tema, confíele una primera revisión del texto. Si él no
entiende algo, la culpa es de usted. El dueño de su prosa no es usted, ni su
jefe de redacción, ni su director. El dueño de su prosa es su lector.
Prefiera la frase positiva en lugar del doble
negativo. Prefiera el dato concreto en lugar del aproximado. No adelante lo que
dirá después, ni retroceda a reiterar lo que ya dijo. Sea moderado con
adverbios y adjetivos. No los acumule si son similares entre sí. Reúnalos cuando
sean complementarios. Cuide los paréntesis y los entreguiones. El paréntesis
que excede las dos líneas cobra vida propia y obliga a rehacer la frase.
Haga uso
del sentido común para saber lo que el lector digiere y lo que no; observe
detalles, infórmese bien, explique el “cómo” y el “por qué”, corte las palabras
difíciles, elimine los párrafos largos, evite los puntos suspensivos y la
imprecisión en datos que pueden ser precisos como sitios o fechas. La precisión
tiene una virtud: convence psicológicamente
al lector. Un dato equivocado lo hace desconfiar.
Cuide con extrema precisión los datos. Todo debe
ser verificado y correcto. Eso es particularmente cierto en la ortografía de
nombres propios extranjeros y en la mención de fechas, dos puntos que no
admiten equívocos. Hay que escribir bien los nombres difíciles, o que suelen provocar
errores, como Nietzsche o Marilyn Monroe o Graf Zeppelin o Laurence Olivier. Y
tampoco alcanza con no equivocarse en las fechas sino que es necesario
apuntarlas con precisión. En lugar de decir que la Guerra Civil Española
ocurrió hace varias décadas, es más eficaz apuntar el paréntesis 1936-1939. En
lugar de escribir que Fulano de Tal tiene cincuenta y tantos años, será mejor
escribir que nació en 1947. Las versiones vagas no mienten, pero las versiones
precisas infunden al lector una sensación de seguridad.
Procure utilizar un lenguaje accesible. Se debe
llegar al lector común y en esto se tienen dos adversarios: uno es ese mismo
lector común al que se debe conquistar haciendo fácil la lectura de los temas
culturales. Si no se lo apresa en las primeras ocho líneas, se va. Y si se va,
no vuelve. Otro adversario peor es el colaborador de formación académica, que
quiere lucirse y que por tanto utiliza las palabras difíciles: “heteróclito”,
“lúdico”, “mediático”,
“gnosis”, “fonemas”, “sintagmas”, “sinécdoque”, “intercontextualización” y
muchas otras.
Un derivado de esto es que se debe volcar los
temas difíciles a las palabras fáciles. En la prosa difícil suele incurrir el
redactor espontáneo, y no siempre por el lenguaje rebuscado o el abuso de las
esdrújulas. Se le ocurre una idea adicional a lo que está escribiendo, así que
intercala una frase derivada que le lleva cuatro líneas y que hace perder al
lector la ilación de lo leído antes. Una variable habitual es el paréntesis con
el dato que debió ser dicho antes, o que quizás no importe, y que también se
extiende hasta romper la frase. Un principio gramatical poco respetado es que
la frase debe ser leída con total coherencia, como si el paréntesis no
existiera. En esos casos, el redactor se ha respetado a sí mismo, con sus
vueltas mentales, pero no ha respetado al lector.
Lo anterior lleva a recordar algunos consejos de
Gabriel García Márquez, en sus cursos de Barranquilla, que han sido reflejados
por asistentes al colegio. Recomienda cuidar la respiración normal del lector.
La frase larga y complicada lo deja sin aliento. La promesa de lo que se dirá
más adelante puede ser un paso atrás si después no cumple la expectativa. Los
datos inútiles complican la prosa. Los datos necesarios deben estar incluidos y
ninguna frase debe ser incomprensible o contradictoria o confusa. El comienzo
de una nota debe tener un “gancho” de interés. El fin de una nota debe ser una
culminación de lo escrito, aunque sólo tenga pocas palabras.
¡Por favor no descubra la América, que ya está
descubierta! No inaugure sus actividades de colega amateur creyendo ingenuamente
que nadie antes de usted había visto los dramas y las comedias de este mundo.
Es necesario estar siempre “de vuelta” de todo, incluso de sí mismo, y para eso
es necesario mover el cerebelo, leer, pensar, charlar, pasear, tener
impertinencias súbitas y decirle al tipo lo que no se animaba a decirle. Despiértese,
hombre. La vida es acción, el arte es acción, y su derrame de adjetivos dichos
desde un solo sitio es un error de ubicación, sólo perdonable si usted está
hablando de una inmóvil, dura pero elocuente estatua.
P.D.: A propósito: trate de escribir con menos
puntos y aparte. Ponga verbos en todas las frases. Use menos mayúsculas.
Conserve la ilación y el sentido de lo que escribe (no haga como nosotros).
Léase “La risa” de Bergson. Conmuévase menos ante los dramas hondos. Evite toda
definición que no sea ingeniosa. Lea a Bernard Shaw. No sea tímido. Lea a
Sinclair Lewis. Reconozca que era muy malo lo que usted escribía hace dos años.
Disculpe.