20 de febrero de 2016

Esther Díaz: "El conocimiento no es solamente una construcción histórica; es y ha sido uno de los principales motores de los cambios sociales"

Doctora en Filosofía por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, Esther Díaz (1939) ha ejercido por años la docencia, tanto en esa universidad como en la Universidad Nacional de Lanús, además de dictar seminarios de posgrado sobre Metodología de la Ciencia y Epistemología en las universidades de Entre Ríos, Tucumán y del Nordeste. Lleva publicados cerca de treinta libros, mayormente dedicados a temas de filosofía, epistemología, psicoanálisis y posmodernidad. Entre ellos figuran “Buenos Aires. Una mirada filosófica”, “Las grietas del control. Vida, vigilancia y caos”, “La posciencia. El conocimiento científico en las postrimerías de la modernidad”, “Guilles Deleuze y la ciencia”, “El poder y la vida. Modulaciones epistemológicas”, “La filosofía de Michel Focault”  y “La sexualidad y el poder”. Dueña de una vida personal y familiar harto complicada -que incluye desde la enfermiza sobreprotección paternal hasta un intento de suicidio, pasando por los maltratos propinados por un marido golpeador, la relación incestuosa de su propia madre con éste y la muerte de su hija- Esther Díaz sostiene con acierto que la realidad “espanta y seduce” a la vez, y es en ambos casos “el pensamiento quien nos salva”. Ahora acaba de publicar “Ideas robadas al atardecer”, un tomo de ensayos en el que discute los alcances de la tecnociencia, subraya las responsabilidades éticas del desarrollo científico y destaca los beneficios de la divulgación filosófica. “Escribir el libro -dice la autora- me salvó la vida. Nietzsche decía que nunca se piensa mejor que cuando se piensa en contra de otro. Spinoza decía que la realidad nos puede afectar de dos maneras: con pasiones alegres o con pasiones tristes. La realidad me afectó con pasiones tan tristes que toda esa energía la pude revertir en la escritura del libro”. En los diez ensayos que lo componen, exhibe ideas (con su visión personal y la de grandes pensadores de todos los tiempos) sobre las intrincadas relaciones del poder con la verdad, el control y la explotación; la compulsión consumista; la sexualidad amenazada por el sexo virtual; la violencia enquistada en el sistema educativo, o las consecuencias de la concentración del capital. Lo que sigue es una versión extractada y editada de dos entrevistas que la epistemóloga concedió a Silvina Friera (diario “Página/12”, 9 de febrero de 2016) y a Verónica Abdala (revista “Ñ” nº 646, 13 de febrero de 2016).


¿Por qué el título del libro?

Ideas robadas viene al caso porque creo que uno puede tomar ideas de otros siempre y cuando asesine a su autor; es decir, las elabore y construya las propias. Acá no se trata de copiar o plagiar, todo lo contrario: así como el escritor lee a otros autores y el músico escucha a sus colegas, el pensador se apoya en quienes lo precedieron y reelabora los conceptos. Crear desde la nada sería una utopía romántica. Al atardecer refiere a que estoy en el invierno de mi vida... ¡Si tardaba un poco más me agarraba la noche!

¿Cuáles son los ejes temáticos que atraviesan estos ensayos?

En principio el tema del poder y su relación con la discriminación, la violencia y la construcción de la verdad, desde el punto de vista de Foucault, inspirado a su vez en Nietzsche. La verdad es siempre una construcción, determinada a su vez por lo social, y que los poderosos imponen incluso a través de valoraciones éticas: lo que está bien y lo que está mal. Otro tema es la sexualidad: erotismo, pornografía y postpornografía. Está presente también el papel que actualmente las sociedades contemporáneas le reservan a la mujer. Así como para muchos autores, como Heiddegger por ejemplo, la filosofía no sirve para nada, yo tengo una postura neonitzscheana basada en mis estudios de Deleuze, Foucault, Lyotard. Entiendo que del análisis se desprenden acciones políticas, muchas veces acotadas a problemáticas locales, pero que pueden tener implicancias concretas en las sociedades en las que vivimos. La micropolítica muchas veces llega a impactar en la realidad de una comunidad o un país.

Usted plantea, en relación al tema del poder, que la tecnociencia es la nueva “religión” en el mundo, y la salud su Dios.

Sí, en nombre del progreso científico se cometen todo tipo de abusos y atropellos. Pero la ciencia tiene responsabilidades éticas, y eso es lo que no se puede pasar por alto. Debemos ser conscientes de que quienes ejercen el poder definen lo que es bueno y lo que es malo, y someten a quienes se alejan o mantienen al margen. En este libro intento desocultar relatos que muchas veces se presentan como desideologizados y nunca lo son.

¿En qué planos de lo social se manifiesta esta perversión a la que estaríamos sometidos, si la tecnociencia sirve al poder más allá de la ética?

La sociedad tecnocientífica sirve al poder y aporta a la perversión histórica, y eso se ve, por ejemplo, en el campo de la economía moderna. En los inicios de la modernidad, se creía que el progreso científico resolvería los problemas prácticos del ser humano y que la razón resolvería sus dilemas éticos. Nada de eso ocurrió. El equilibrio universal al que nos conduciría la ciencia aplicada a la economía nunca se produjo. Si bien es cierto que la racionalidad científica produjo mucho más progreso económico, vemos que por otro lado ha generado una concentración escandalosa que provoca muertes y miseria. La producción de armas que amenaza el futuro del mundo y los problemas ecológicos también son producto de la ciencia.

¿Es optimista respecto del futuro?

Posibilidades reales de revertir esto no veo. Creí en ellas en los años '60, cuando pensábamos que una revolución planetaria era posible. Hoy creo en la micropolítica, en que somos capaces de tomar conciencia y generar acciones que redunden en cambios concretos ante las perversiones de las multinacionales y de los Estados que atropellan en nombre de la acumulación y el poder dominante.

Concretamente, ¿de qué forma la micropolítica podría motorizar un cambio?

Si los de abajo están tan mal que no pueden sostener esa pirámide, pueden lograr que ésta se desmorone; ha pasado muchas veces. La resistencia siempre tiene sentido. Ante acciones poco democráticas o ante los efectos nefastos de la violencia capitalista, aparece el impulso de la organización colectiva, con acciones no agresivas que pueden resolver problemáticas locales. Hay dignidad en la indignación, y esa es una forma de empezar a resistir a nivel global. El conocimiento no es solamente una construcción histórica; es y ha sido uno de los principales motores de los cambios sociales.

En este marco, ¿qué importancia le da a la divulgación de la filosofía?

La filosofía debería ser como la música. No hace falta ser profesional de la música para disfrutarla. Mi vida es un esfuerzo consciente por que la filosofía llegue a la mayor cantidad posible de personas, sean especialistas o no. Lo he hecho como docente y también como autora. Como docente de la UBA me vi frente al desafío de explicar los grandes pensadores a chicos mediatizados, nacidos en la era de la televisión o las computadoras. ¿Qué hice? Me puse a escuchar rock, busqué lenguajes nuevos para mí que me permitieran acercarme a ellos y dar las clases de una forma que les resultara atractiva. En una época, incluso, me vestía con accesorios punk.

¿Cómo define la transgresión y en qué medida cree que es efectiva para resistir el orden de lo establecido?

Como decía Nietzsche, nunca se piensa mejor que cuando se piensa en contra de otro. Lo mío siempre fue el ejercicio y la defensa de la resistencia en términos de las prácticas sociales, personales y colectivas. Creo en la transgresión y en la defensa de la ética. Y en los antípodas de la visión de epistemólogos ortodoxos, que plantean que la ciencia busca una verdad que podría estar disociada de la ética, yo vinculo ciencia y cultura, ciencia y ética, ciencia y moral.

¿Por qué en uno de los artículos del libro trabaja sobre la diferenciación entre holocausto y genocidio?

La verdad que la idea se la debo a Giorgio Agamben. Lo que pasa con la palabra holocausto es que los griegos la utilizaban como un sacrificio, que es un honor que se les da a los dioses. Para nosotros la palabra sacrificio parece una cosa negativa, pero en realidad es un homenaje, como para los católicos la misa. A través de la historia se utilizó la palabra holocausto para otro tipo de matanzas. Pero a partir de lo que pasó en la Segunda Guerra Mundial en Alemania, cuando se liga el holocausto con haber matado a seis millones de personas, no se puede tomar como un homenaje. Eso fue lisa y llanamente una masacre contra la humanidad.

En el libro también despliega una fuerte crítica al humanismo, una palabra que a priori no tendría nada malo en sí misma, ¿no?

Las palabras tienen materialidad. Algunas tienen una carga simbólica tan grande que parecen buenas cuando en realidad están al servicio de causas negativas. La palabra humanismo -pensemos en los primeros humanistas, como Erasmo de Rotterdam- en la práctica nunca significó toda la humanidad. ¿Quiénes eran los humanistas? Los hombres de edad mediana, de buena situación económica, cultos y nobles. Ellos eran los que tenían el poder y, si venía un negro africano, no entraba dentro de la humanidad o se lo trataba como si no estuviera en la humanidad. La palabra humanismo empezó a cobrar un peso ideológico tan grande que se tomó como una cosa positiva. Pero como cualquier término abstracto se puede llenar de un contenido maravilloso, en el sentido de “amo a la humanidad, por lo tanto soy solidario”, como se puede tomar en el sentido de Hitler: “estos seres no son humanos...”. El humanismo se inventa en el mismo momento que se inventa uno de los grandes represores de la vida que es la ciencia moderna, que es la razón moderna. ¿Quién tiene derecho a decir humanismo: el judío o el nazi? ¿Quién es humano: el que vive en la villa miseria o el que vive en el country? La trampa del humanismo es que con una palabra que tiene tanto prestigio se hicieron dos guerras mundiales para “el bien de la humanidad”. Eso es una farsa porque nunca puede haber “paz perpetua” -como pretendía Kant- porque lo que es bueno para uno no es bueno para el otro. Lo que es humano para el rico no es humano para el que carece de todo. El humanismo es aparentemente una palabra niveladora pero que, desde mi punto de vista, es un paraguas que tapa al que tiene el poder. El que tiene el poder dice humanismo; difícilmente el que no lo tiene va a hablar en nombre del humanismo porque sabe que los que dicen humanismo son los que lo están sojuzgando.

En uno de los textos vincula el suicidio de Gilles Deleuze, que se arrojó por la ventana, con el modo en que Nietzsche se defenestró: arrojándose al vacío del silencio y la locura. ¿Qué le interesa de estas experiencias, estos modos de defenestrarse?

Lacan dijo que la manera perfecta de suicidarse es “atravesar la ventana”. Es decir, que si me “desventano”, si me defenestro, pasé a la acción absoluta, no tengo manera de volver. Si tomo pastillas para suicidarme, me pueden salvar, como me pasó realmente hace años, cuando hice un intento de suicidio muy jorobado con pastillas y me salvaron. Estuve en coma una semana y un mes y medio internada. Eso fue cuando cumplí los cincuenta años. Si te tirás de un piso nueve, como se tiró Deleuze, ahí no hay "acting": pasó a la acción, se entregó al “devenir imperceptible”, un trabajo que Deleuze estuvo haciendo y que yo no podía entender. Deleuze lo utiliza cuando hace un estudio del pintor Francis Bacon y dice que las figuras de Bacon tienden a devenir imperceptibles y también a ser trozos de carne. Y fijate cómo Deleuze terminó así: siendo una cantidad de trozos de carne que deviene imperceptible. Devenir imperceptible es sacarse todos los códigos que nos fueron imponiendo, toda la moral que para Nietzsche es el peso del camello, toda esa carga que nos han puesto de la culpa, del que dirán, todo lo que hizo el catolicismo y los tres monoteísmos, todos los gobiernos militares y los totalitarismos que están en contra de la vida. Cuando Deleuze se defenestró devino animal y se sacó todos los códigos de encima. Y devenir animal y devenir imperceptible es lo contrario del rebaño. Un libro de juventud de Deleuze es "Nietzsche y la filosofía", que es un monumento a Nietzsche. Deleuze y Foucault son los que son porque bebieron de Nietzsche, y porque también eran geniales ellos, no les estoy quitando mérito, pero estaban subidos a las espaldas de gigantes. En el caso de Deleuze, los dos gigantes eran Spinoza y Nietzsche. En el caso de Foucault serían Nietzsche y Marx.

En su caso, ¿sobre las espaldas de qué gigantes está parada?

Sobre Nietzsche, Foucault y Deleuze. Hacer filosofía es inventar conceptos; entonces los grandes pensadores hacen castillos con conceptos. Kant, aunque no sea de mi devoción, hizo un castillo impresionante de conceptos. Los que no somos tan grandes pero no nos resignamos a ser simplemente repetidores, hacemos nuestra chocita, pero en mi caso apoyada en la medianera de los palacios de estos grandes. Yo estoy apoyada en esa medianera, ellos son mi fuente y voy haciendo mi chocita como puedo. Si algún aporte mínimo hice al pensamiento argentino, lo tomaría desde el punto de vista de la epistemología. La epistemología, que parece una cosa inocua, no es nada inocua. Yo propongo una epistemología ampliada. Yo estoy de acuerdo con que la epistemología tiene que estudiar los métodos y la historia de la ciencia. Pero, ¿por qué ganó una teoría y no la otra? Ahí hay que ampliar a lo político-social. Entonces, cuando lo ampliás a lo político-social, te enterás de que en la época de Charles Darwin había otro científico, Alfred Wallace, que no pasó a la historia simplemente porque era pobre, aunque tenía la misma teoría de Darwin y trabajaba de tutor para la gente noble, mientras que Darwin era burgués, pudo viajar por todo el mundo, publicó su libro y pasó a la historia. La teoría de Darwin no es mejor que la de Wallace, es simplemente que Darwin tuvo más poder. Por eso en mi libro es tan importante el estudio del poder, de la sexualidad de la mujer y la exclusión a la que estamos sometidas.

Eso está explicitado en “La maté porque era mía”, donde aparece el relato en primera persona, donde la víctima de la violencia es usted misma.

Sí, yo fui una mujer golpeada, lo superé y empecé de nuevo. Hay un ejemplo que doy que es impresionante, la letra de un tango que dice: “el hombre no es culpable en estos casos” y le dice al tipo que se vaya y después, “con gran tranquilidad, amablemente”, mata a la mujer de treinta cuatro puñaladas. La culpable siempre es la mina. El machismo no tiene género; las mujeres, sin darse cuenta, también son machistas. La gente todavía, aunque te parezca mentira, no se atreve a preguntar sobre la sexualidad. Yo he contado que en una época estuve haciendo tratativas con prostitutos porque no encontraba con quién estar y nadie me pregunta sobre eso. Cuento que anduve con un transexual y nadie me pregunta sobre eso. En cambio, digo que mi marido me cagaba a palos y de eso se atreve todo el mundo a preguntarme. A pesar de todo, la sexualidad sigue siendo un tema tabú.

¿Cómo persiste el arte, qué papel cumple en esta economía cada vez más agresiva y desangelada?

El arte aspira a la belleza metafórica, a diferencia de la ciencia que busca verdades. El arte es cambio, enriquecimiento, liberación; no se cierra a sentidos herméticos. Los griegos hablaban de "aletheia", que podría traducirse como develamiento, en el sentido de los velos que caen y desocultan lo que está detrás. Es lo que sentimos cuando entre la experiencia y nosotros se genera una sensación de plenitud absoluta. El arte, en los mejores casos, nos produce eso, como el orgasmo. El arte tiene sentido porque nos permite olvidarnos de nosotros mismos y del entorno para experimentar "aletheia", esa plenitud emocional que no precisa de contrastación empírica.

Frente al “éxito” entendido en términos mercantilistas o materiales, ¿puede pensarse que el artista triunfa en el plano simbólico?

Por supuesto, el artista se consolida en la subjetividad, en sentido inverso a la economía y la producción industrial, escindidas del eros y la belleza. Frente a una ciencia sin conciencia -que cosifica y manipula la vida en el planeta-, una producción sin belleza y un proceso social disociado de los ideales amorosos en el que el hiperindividualismo ha reemplazado a la solidaridad, el arte expande las fronteras de la sensibilidad y abre espacios inesperados a la creatividad. Yo, entre la escritura de un ensayo y otro, leo poemas.