Doctora en Filosofía por la Facultad de Filosofía y Letras de la
Universidad de Buenos Aires, Esther Díaz (1939) ha ejercido por años la
docencia, tanto en esa universidad como en la Universidad Nacional de Lanús,
además de dictar seminarios de posgrado sobre Metodología de la Ciencia y
Epistemología en las universidades de Entre Ríos, Tucumán y del Nordeste. Lleva
publicados cerca de treinta libros, mayormente dedicados a temas de filosofía, epistemología,
psicoanálisis y posmodernidad. Entre ellos figuran “Buenos Aires. Una mirada
filosófica”, “Las grietas del control. Vida, vigilancia y caos”, “La posciencia. El conocimiento científico en las
postrimerías de la modernidad”, “Guilles Deleuze y la ciencia”, “El poder y la
vida. Modulaciones epistemológicas”, “La filosofía de Michel Focault” y “La sexualidad y el poder”.
Dueña de una vida personal y familiar harto complicada -que incluye desde la enfermiza
sobreprotección paternal hasta un intento de suicidio, pasando por los
maltratos propinados por un marido golpeador, la relación incestuosa de su
propia madre con éste y la muerte de su hija- Esther Díaz sostiene con acierto
que la realidad “espanta y seduce” a la vez, y es en ambos casos “el
pensamiento quien nos salva”. Ahora acaba de
publicar “Ideas robadas al atardecer”, un tomo de ensayos en el que discute los
alcances de la tecnociencia, subraya las responsabilidades éticas del
desarrollo científico y destaca los beneficios de la divulgación filosófica. “Escribir
el libro -dice la autora- me salvó la vida. Nietzsche decía que nunca se piensa
mejor que cuando se piensa en contra de otro. Spinoza decía que la realidad nos
puede afectar de dos maneras: con pasiones alegres o con pasiones tristes. La
realidad me afectó con pasiones tan tristes que toda esa energía la pude
revertir en la escritura del libro”. En los diez ensayos que lo componen,
exhibe ideas (con su visión personal y la de grandes pensadores de todos los
tiempos) sobre las intrincadas relaciones del poder con la verdad, el control y
la explotación; la compulsión consumista; la sexualidad amenazada por el sexo
virtual; la violencia enquistada en el sistema educativo, o las consecuencias
de la concentración del capital. Lo que sigue es una versión extractada y
editada de dos entrevistas que la epistemóloga concedió a Silvina Friera
(diario “Página/12”, 9 de febrero de 2016) y a Verónica Abdala (revista “Ñ” nº 646, 13 de febrero de 2016).
¿Por qué el título del libro?
Ideas robadas
viene al caso porque creo que uno puede tomar ideas de otros siempre y cuando
asesine a su autor; es decir, las elabore y construya las propias. Acá no se
trata de copiar o plagiar, todo lo contrario: así como el escritor lee a otros
autores y el músico escucha a sus colegas, el pensador se apoya en quienes lo
precedieron y reelabora los conceptos. Crear desde la nada sería una utopía
romántica. Al atardecer refiere a que estoy en el
invierno de mi vida... ¡Si tardaba un poco más me agarraba la noche!
¿Cuáles son los ejes temáticos que atraviesan estos ensayos?
En principio el
tema del poder y su relación con la discriminación, la violencia y la
construcción de la verdad, desde el punto de vista de Foucault, inspirado a su
vez en Nietzsche. La verdad es siempre una construcción, determinada a su vez
por lo social, y que los poderosos imponen incluso a través de valoraciones
éticas: lo que está bien y lo que está mal. Otro tema es la sexualidad: erotismo, pornografía y postpornografía. Está presente también el papel que
actualmente las sociedades contemporáneas le reservan a la mujer. Así como para
muchos autores, como Heiddegger por ejemplo, la filosofía no sirve para nada,
yo tengo una postura neonitzscheana basada en mis estudios de Deleuze, Foucault,
Lyotard. Entiendo que del análisis se desprenden acciones políticas, muchas
veces acotadas a problemáticas locales, pero que pueden tener implicancias
concretas en las sociedades en las que vivimos. La micropolítica muchas veces
llega a impactar en la realidad de una comunidad o un país.
Usted plantea, en relación al tema del poder, que la tecnociencia es
la nueva “religión” en el mundo, y la salud su Dios.
Sí, en nombre del
progreso científico se cometen todo tipo de abusos y atropellos. Pero la
ciencia tiene responsabilidades éticas, y eso es lo que no se puede pasar por
alto. Debemos ser conscientes de que quienes ejercen el poder definen lo que es
bueno y lo que es malo, y someten a quienes se alejan o mantienen al margen. En
este libro intento desocultar relatos que muchas veces se presentan como
desideologizados y nunca lo son.
¿En qué planos de lo social se manifiesta esta perversión a la que
estaríamos sometidos, si la tecnociencia sirve al poder más allá de la ética?
La sociedad
tecnocientífica sirve al poder y aporta a la perversión histórica, y eso se ve,
por ejemplo, en el campo de la economía moderna. En los inicios de la
modernidad, se creía que el progreso científico resolvería los problemas
prácticos del ser humano y que la razón resolvería sus dilemas éticos. Nada de
eso ocurrió. El equilibrio universal al que nos conduciría la ciencia aplicada
a la economía nunca se produjo. Si bien es cierto que la racionalidad
científica produjo mucho más progreso económico, vemos que por otro lado ha
generado una concentración escandalosa que provoca muertes y miseria. La
producción de armas que amenaza el futuro del mundo y los problemas ecológicos
también son producto de la ciencia.
¿Es optimista respecto del futuro?
Posibilidades
reales de revertir esto no veo. Creí en ellas en los años '60, cuando pensábamos
que una revolución planetaria era posible. Hoy creo en la micropolítica, en que
somos capaces de tomar conciencia y generar acciones que redunden en cambios
concretos ante las perversiones de las multinacionales y de los Estados que
atropellan en nombre de la acumulación y el poder dominante.
Concretamente, ¿de qué forma la micropolítica podría motorizar un
cambio?
Si los de abajo
están tan mal que no pueden sostener esa pirámide, pueden lograr que ésta se
desmorone; ha pasado muchas veces. La resistencia siempre tiene sentido. Ante
acciones poco democráticas o ante los efectos nefastos de la violencia capitalista,
aparece el impulso de la organización colectiva, con acciones no agresivas que
pueden resolver problemáticas locales. Hay dignidad en la indignación, y esa es
una forma de empezar a resistir a nivel global. El conocimiento no es
solamente una construcción histórica; es y ha sido uno de los principales
motores de los cambios sociales.
En este marco, ¿qué importancia le da a la divulgación de la
filosofía?
La filosofía
debería ser como la música. No hace falta ser profesional de la música para disfrutarla.
Mi vida es un esfuerzo consciente por que la filosofía llegue a la mayor
cantidad posible de personas, sean especialistas o no. Lo he hecho como docente
y también como autora. Como docente de la UBA me vi frente al desafío de
explicar los grandes pensadores a chicos mediatizados, nacidos en la era de la
televisión o las computadoras. ¿Qué hice? Me puse a escuchar rock, busqué
lenguajes nuevos para mí que me permitieran acercarme a ellos y dar las clases
de una forma que les resultara atractiva. En una época, incluso, me vestía con
accesorios punk.
¿Cómo define la transgresión y en qué medida cree que es efectiva para
resistir el orden de lo establecido?
Como decía
Nietzsche, nunca se piensa mejor que cuando se piensa en contra de otro. Lo mío
siempre fue el ejercicio y la defensa de la resistencia en términos de las
prácticas sociales, personales y colectivas. Creo en la transgresión y en la
defensa de la ética. Y en los antípodas de la visión de epistemólogos
ortodoxos, que plantean que la ciencia busca una verdad que podría estar
disociada de la ética, yo vinculo ciencia y cultura, ciencia y ética, ciencia y
moral.
¿Por qué en uno de los artículos del libro trabaja sobre la
diferenciación entre holocausto y genocidio?
La verdad que la
idea se la debo a Giorgio Agamben. Lo que pasa con la palabra holocausto es que
los griegos la utilizaban como un sacrificio, que es un honor que se les da a
los dioses. Para nosotros la palabra sacrificio parece una cosa negativa, pero
en realidad es un homenaje, como para los católicos la misa. A través de la
historia se utilizó la palabra holocausto para otro tipo de matanzas. Pero a
partir de lo que pasó en la Segunda Guerra Mundial en Alemania, cuando se liga
el holocausto con haber matado a seis millones de personas, no se puede tomar
como un homenaje. Eso fue lisa y llanamente una masacre contra la humanidad.
En el libro también despliega una fuerte crítica al humanismo, una
palabra que a priori no tendría nada malo en sí misma, ¿no?
Las palabras
tienen materialidad. Algunas tienen una carga simbólica tan grande que parecen
buenas cuando en realidad están al servicio de causas negativas. La palabra
humanismo -pensemos en los primeros humanistas, como Erasmo de Rotterdam- en la
práctica nunca significó toda la humanidad. ¿Quiénes eran los humanistas? Los
hombres de edad mediana, de buena situación económica, cultos y nobles. Ellos
eran los que tenían el poder y, si venía un negro africano, no entraba dentro de
la humanidad o se lo trataba como si no estuviera en la humanidad. La palabra
humanismo empezó a cobrar un peso ideológico tan grande que se tomó como una
cosa positiva. Pero como cualquier término abstracto se puede llenar de un
contenido maravilloso, en el sentido de “amo a la humanidad, por lo tanto soy
solidario”, como se puede tomar en el sentido de Hitler: “estos seres no son
humanos...”. El humanismo se inventa en el mismo momento que se inventa uno de
los grandes represores de la vida que es la ciencia moderna, que es la razón
moderna. ¿Quién tiene derecho a decir humanismo: el judío o el nazi? ¿Quién es
humano: el que vive en la villa miseria o el que vive en el country? La trampa
del humanismo es que con una palabra que tiene tanto prestigio se hicieron dos
guerras mundiales para “el bien de la humanidad”. Eso es una farsa porque nunca
puede haber “paz perpetua” -como pretendía Kant- porque lo que es bueno para
uno no es bueno para el otro. Lo que es humano para el rico no es humano para
el que carece de todo. El humanismo es aparentemente una palabra niveladora pero que, desde mi punto de vista, es un paraguas que tapa al que tiene el poder.
El que tiene el poder dice humanismo; difícilmente el que no lo tiene va a
hablar en nombre del humanismo porque sabe que los que dicen humanismo son los
que lo están sojuzgando.
En uno de los textos vincula el suicidio de Gilles Deleuze, que se
arrojó por la ventana, con el modo en que Nietzsche se defenestró: arrojándose
al vacío del silencio y la locura. ¿Qué le interesa de estas experiencias,
estos modos de defenestrarse?
Lacan dijo que la
manera perfecta de suicidarse es “atravesar la ventana”. Es decir, que si me
“desventano”, si me defenestro, pasé a la acción absoluta, no tengo manera de
volver. Si tomo pastillas para suicidarme, me pueden salvar, como me pasó
realmente hace años, cuando hice un intento de suicidio muy jorobado con
pastillas y me salvaron. Estuve en coma una semana y un mes y medio internada.
Eso fue cuando cumplí los cincuenta años. Si te tirás de un piso nueve, como se tiró
Deleuze, ahí no hay "acting": pasó a la acción, se entregó al “devenir
imperceptible”, un trabajo que Deleuze estuvo haciendo y que yo no podía
entender. Deleuze lo utiliza cuando hace un estudio del pintor Francis Bacon y
dice que las figuras de Bacon tienden a devenir imperceptibles y también a ser
trozos de carne. Y fijate cómo Deleuze terminó así: siendo una cantidad de
trozos de carne que deviene imperceptible. Devenir imperceptible es sacarse
todos los códigos que nos fueron imponiendo, toda la moral que para Nietzsche
es el peso del camello, toda esa carga que nos han puesto de la culpa, del que
dirán, todo lo que hizo el catolicismo y los tres monoteísmos, todos los
gobiernos militares y los totalitarismos que están en contra de la vida. Cuando
Deleuze se defenestró devino animal y se sacó todos los códigos de encima. Y
devenir animal y devenir imperceptible es lo contrario del rebaño. Un libro de
juventud de Deleuze es "Nietzsche y la filosofía", que es un monumento a
Nietzsche. Deleuze y Foucault son los que son porque bebieron de Nietzsche, y
porque también eran geniales ellos, no les estoy quitando mérito, pero estaban
subidos a las espaldas de gigantes. En el caso de Deleuze, los dos gigantes
eran Spinoza y Nietzsche. En el caso de Foucault serían Nietzsche y Marx.
En su caso, ¿sobre las espaldas de qué gigantes está parada?
Sobre Nietzsche,
Foucault y Deleuze. Hacer filosofía es inventar conceptos; entonces los grandes
pensadores hacen castillos con conceptos. Kant, aunque no sea de mi devoción,
hizo un castillo impresionante de conceptos. Los que no somos tan grandes pero
no nos resignamos a ser simplemente repetidores, hacemos nuestra chocita, pero
en mi caso apoyada en la medianera de los palacios de estos grandes. Yo estoy
apoyada en esa medianera, ellos son mi fuente y voy haciendo mi chocita como
puedo. Si algún aporte mínimo hice al pensamiento argentino, lo tomaría desde
el punto de vista de la epistemología. La epistemología, que parece una cosa
inocua, no es nada inocua. Yo propongo una epistemología ampliada. Yo estoy de
acuerdo con que la epistemología tiene que estudiar los métodos y la historia
de la ciencia. Pero, ¿por qué ganó una teoría y no la otra? Ahí hay que ampliar
a lo político-social. Entonces, cuando lo ampliás a lo político-social, te
enterás de que en la época de Charles Darwin había otro científico, Alfred
Wallace, que no pasó a la historia simplemente porque era pobre, aunque tenía la
misma teoría de Darwin y trabajaba de tutor para la gente noble, mientras que
Darwin era burgués, pudo viajar por todo el mundo, publicó su libro y pasó a la
historia. La teoría de Darwin no es mejor que la de Wallace, es simplemente que
Darwin tuvo más poder. Por eso en mi libro es tan importante el estudio del
poder, de la sexualidad de la mujer y la exclusión a la que estamos sometidas.
Eso está explicitado en “La maté porque era mía”, donde aparece el
relato en primera persona, donde la víctima de la violencia es usted misma.
Sí, yo fui una
mujer golpeada, lo superé y empecé de nuevo. Hay un ejemplo que doy que es
impresionante, la letra de un tango que dice: “el hombre no es culpable en
estos casos” y le dice al tipo que se vaya y después, “con gran
tranquilidad, amablemente”, mata a la mujer de treinta cuatro puñaladas. La
culpable siempre es la mina. El machismo no tiene género; las mujeres, sin
darse cuenta, también son machistas. La gente todavía, aunque te parezca mentira,
no se atreve a preguntar sobre la sexualidad. Yo he contado que en una época
estuve haciendo tratativas con prostitutos porque no encontraba con quién estar
y nadie me pregunta sobre eso. Cuento que anduve con un transexual y nadie me
pregunta sobre eso. En cambio, digo que mi marido me cagaba a palos y de eso se
atreve todo el mundo a preguntarme. A pesar de todo, la sexualidad sigue siendo
un tema tabú.
¿Cómo persiste el arte, qué papel cumple en esta economía cada vez más
agresiva y desangelada?
El arte aspira a
la belleza metafórica, a diferencia de la ciencia que busca verdades. El arte
es cambio, enriquecimiento, liberación; no se cierra a sentidos herméticos. Los
griegos hablaban de "aletheia", que podría traducirse como
develamiento, en el sentido de los velos que caen y desocultan lo que está
detrás. Es lo que sentimos cuando entre la experiencia y nosotros se genera una
sensación de plenitud absoluta. El arte, en los mejores casos, nos produce eso,
como el orgasmo. El arte tiene sentido porque nos permite olvidarnos de
nosotros mismos y del entorno para experimentar "aletheia", esa
plenitud emocional que no precisa de contrastación empírica.
Frente al “éxito” entendido en términos mercantilistas o materiales,
¿puede pensarse que el artista triunfa en el plano simbólico?
Por supuesto, el
artista se consolida en la subjetividad, en sentido inverso a la economía y la producción
industrial, escindidas del eros y la belleza. Frente a una ciencia sin
conciencia -que cosifica y manipula la vida en el planeta-, una producción sin
belleza y un proceso social disociado de los ideales amorosos en el que el
hiperindividualismo ha reemplazado a la solidaridad, el arte expande las
fronteras de la sensibilidad y abre espacios inesperados a la creatividad. Yo,
entre la escritura de un ensayo y otro, leo poemas.