Dentro
del Romanticismo latinoamericano de fines del siglo XIX, aunque con un tono un
poco diferente al de las novelas de Mera, Isaacs o Villaverde, es la situación
planteada por la peruana Clorinda Matto de Turner (1852-1909), la fundadora del
género de la novela indigenista. En su novela “Aves sin nido” hace una
cruda descripción de la condición de servidumbre de los indígenas, prácticamente
esclavista, a manos de las autoridades políticas y religiosas. El argumento se basa
en la conducta libertina del cura Pedro de Miranda, quien tiene dos hijos,
Manuel y Margarita, con distintas mujeres. Ambos, sin saber que son medio
hermanos, se enamorarán pero, al descubrir su origen, sucumbirán como “tiernas
aves sin nido”. Lo curioso de esta trama es que, cien años antes, el
escritor estadounidense William Hill Brown (1765-1793) había publicado la
novela “The power of sympathy” (El poder de la simpatía), cuyo argumento
es prácticamente el mismo que el de “Aves sin nido”. En ambas, más allá de la
relación incestuosa entre hermanos que ignoran serlo, hay un conato de crítica
social. La diferencia estriba en que, en la novela peruana el padre representa
el Poder que esclaviza a los indios, en tanto que en la norteamericana, es el
Poder que esclaviza a los negros. En los dos casos, el tema del incesto es más
que nada un pretexto utilizado para criticar las respectivas sociedades.
Volviendo
a Europa, ya en el siglo XX, Thomas Mann
(1875-1955) fue uno de los escritores que se encargó de reelaborar el tema del
incesto en todas sus variantes. Lo hizo primero en “Wälsungenblut” (Sangre de Welsas),
novela en la que dos hermanos mellizos, Sigmundo y Siglinda, pertenecientes a una
rica familia de origen judío, cometen incesto tras presenciar una
representación de “Die walküre” (La valquiria), la ópera de Richard
Wagner (1813-1883) en la que, justamente, se cuenta la historia de los
hermanos mellizos Sigmundo y Siglinda. En la ópera, Sigmundo regresa a su
casa con su padre y encuentra a su madre muerta. Luego se entera de que su
hermana había sido secuestrada. La encontrará años después y ambos se
enamorarán aún descubriendo que son hermanos. En la novela, la atracción irresistible entre los
hermanos comienza desde que son pequeños, y será la experiencia operística la que precipite la consumación del
incesto, el cual no ocurre en el relato pero queda sugerido en su final. Más
adelante Mann retomaría la temática del incesto en “Der erwählte” (El
elegido), una historia de incesto y doble incesto que desemboca en un castigo
ejemplar: el total y absoluto aislamiento del mundo del protagonista que,
perdido en una roca desolada frente a una inhóspita costa, pierde hasta la
figura humana.
Más
lejos fue Guillaume Apollinaire (1880-1918) en su “Les
exploits d'un jeune Don Juan” (Las hazañas de un joven Don Juan). En esta novela narra la
historia de Rogelio, un muchacho de tan sólo trece años, hijo de un
matrimonio de la alta burguesía francesa que se va de vacaciones a un antiguo castillo
en el campo junto a su madre, su tía y sus dos hermanas. Allí descubrirá
precozmente el mundo de la sexualidad tras escuchar a través de una pared las
confesiones que todas las mujeres le hacen a un cura, sobre todo la que hace la
madre sobre las perversiones sexuales de su marido.
Salvo con la madre, Rogelio tendrá relaciones sexuales desenfrenadas con las demás
mujeres de la familia y con casi todas las del servicio doméstico. Felaciones, sodomía,
estupro, olfactofilia, besos
negros y, por supuesto, incesto, nada falta en este manual de perversiones publicado en 1911.
Hasta
el propio J.R.R. Tolkien (1892-1973), un hombre de educación católica que
pasaría a la posteridad por su “The Lord of the Rings” (El Señor de los Anillos),
comenzó a escribir a los veintitrés años su propia versión de “Kalevala”, un cuento
finlandés del siglo XIX que trata sobre un huérfano que venga la muerte de
su familia y accidentalmente se enamora de su hermana antes de tomar
las riendas de su vida. El resultado sería “The story of Kullervo”
(La historia de Kullervo), novela que, inconclusa, se publicaría cuarenta años
después de la muerte de su autor. En ella abundan la venganza, el incesto y el
suicidio, asuntos que no son típicos en la literatura cristiana. Sin embargo
Tolkien no fue el único escritor cristiano en explorar esos oscuros temas. G.K.
Chesterton (1874-1936) y T.S. Eliot (1888-1965) harían lo propio en “The
man who was Thursday” (El hombre que fue jueves) y “The waste land” (La tierra
baldía) respectivamente.
El
Antiguo Testamento, al igual que la tragedia griega, contiene los dramas
arquetípicos que son los grandes temas de la literatura: incestos, adulterios,
venganzas, amores no correspondidos y asesinatos por luchas de poder. Los
detalles del acto de incesto cometido por el hijo y la hija del rey David en la
primera parte de la Biblia cristiana son francos y directos: Amnón se enamora
de su hermana Thamar y la desea. Mediante engaños logra desflorarla y, ante el
ruego de su hermana para que la haga su esposa y así no deshonrar su virginidad
y su pureza, Amnón la echa del cuarto por un repentino repudio que le oprime el
pecho. Deshecha, Thamar se recluye entre los muros de la casa donde habitan y
le cuenta a su otro hermano, Absalón, lo ocurrido. Este buscará vengar la
ofensa y recién dos años después logrará matar a su hermano para después huir. Federico
García Lorca (1898-1936) retomaría esta fábula bíblica en su
“Romancero gitano” de 1928, pero lo haría con matices bastante diferentes. La
relación incestuosa pasa de lo brutal a lo sublime, el asco del amor impuesto
es sustituido por la belleza del amor deseado y, si bien hay gritos de
horror, también hay besos apasionados mientras los hermanos copulan. En este
poema, será el propio rey David quien ordene a sus siervos que maten al ultrajador.
“Hay
existencias que asombrarían a las personas razonables porque no comprenderían
que un desorden que apenas si parece que va a durar unos días pueda continuar
durante varios años. Pero esas existencias problemáticas se mantienen tan
campantes, numerosas, ilegales, contra lo que se podía esperar. Sus actos
sociales son el encanto de un mundo plural que los expulsa porque se angustia
ante por la velocidad adquirida por ese ciclón en que respiran estas almas
trágicas y ligeras. Todo empieza por unas niñerías; al principio no se ven más
que los juegos, pero luego…”. Quien así se expresa es Jean Cocteau (1889-1963)
en “Les enfants terribles” (Los niños terribles), novela que escribió en
tan solo dieciséis días mientras se encontraba internado en una clínica en
proceso de desintoxicación por su adicción al opio. Las “almas trágicas y
ligeras” en este caso son Elisabeth y Paul, dos hermanos veleidosos cuyas vidas
transcurren entre la realidad y la imaginación, el placer y el deber, el amor
irracional y los impulsos de destrucción. Encarnan en la primera mitad del
siglo XX el imposible acuerdo entre Eros y Thanatos, la pulsión de vida y la
pulsión de muerte según la teoría freudiana. “Los niños terribles” es la
crónica de un incesto que inevitablemente concluirá con un suicidio.
En
1929, el año en que Cocteau publicaba su novela en Francia, William Faulkner
(1897-1962) hacía lo propio con “The sound and the fury”
(El sonido y la furia) en
Estados Unidos. La novela cuenta la historia de los cuatro hermanos que
conforman la familia Compson: Caddy, la mayor, tiene una hija de padre
desconocido, un deshonor para la familia, por lo que termina escapando del hogar;
Quentin, poseído por un amor incestuoso hacia su hermana e incapaz de controlar
los celos, termina suicidándose; Jason, el más cruel de todos, es el paradigma
de la maldad y el sadismo; y Benjy, el menor de los hermanos, es un enfermo
mental castrado por sus propios parientes y condenado a ser recluido en la casa.
El incesto en esta historia es imaginario, pero su posibilidad está latente
hasta el final. Poco después, Faulkner retomaría el tema de las relaciones
incestuosas, o al menos su posibilidad, en “Absalom, Absalom!” (¡Absalón,
Absalón!), novela en la que reaparece Quentin Compson esta vez como vecino de
Thomas Sutpen y sus dos hijos legítimos, Henry y Judith,
y uno natural, Charles Bon. La envenenada relación de ultrajes, ciegos
prejuicios, honor corrupto y recelos racistas culminará cuando el hijo
repudiado regresa y corteja a Judith con el propósito de casarse con ella aún
sabiendo que es su hermana. Henry, que lo ama de una manera bastante equívoca, no
puede aceptarlo y termina asesinándolo.
En aquellos años Marguerite Yourcenar (1903-1987) escribió “Anna, sóror” (Ana,
sóror), un cuento que recién publicaría en 1982 junto a “Un homme obscur” (Un
hombre oscuro) y “Une belle matinée” (Una
hermosa mañana) en el volumen “Comme l'eau qui coule” (Como el agua que fluye).
En esa nouvelle, ambientada en el Nápoles de finales del siglo XVI bajo el dominio de la corona
española, Ana y Miguel, los hijos del gobernador Don Álvaro, descubren poco a
poco la pasión que sienten el uno por el otro. Criados juntos alrededor de la
figura materna, Doña Valentina, será durante su largo cortejo fúnebre que hará
eclosión la mezcla de sentimientos que los une: tentación, celos,
remordimientos y culpa. Él intentará huir de ese pecado cometiendo otros
distintos en sus correrías nocturnas, en donde inevitablemente encontrará la
muerte; ella deberá soportar un matrimonio concertado por su padre, para
finalmente retirarse en un convento.
De
la misma época es la obra teatral “Sei personaggi in cerca d'autore” (Seis
personajes en busca de autor) del dramaturgo italiano Luigi
Pirandello (1867-1936), en la que se conjugan también el amor, la pasión, los
conflictos existenciales, el suicidio, el rencor y, por supuesto, el incesto. Y
la antes citada Anaïs Nin, quien mantuvo ella misma una relación incestuosa con
su padre, escribió las novelas “House of incest” (La casa del incesto) y
“Winter of artífice” (Invierno de artificio),
en las cuales es evidente la obsesión de la escritora por su padre que había
abandonado la familia y perdido todo contacto con ella. En la década siguiente,
la de los años ’40, sobresalió Robert Musil (1880-1942) con su novela “Der
mann ohne eigenschaften” (El hombre sin atributos) en la que, mientras
constituye un análisis implacable de la sociedad burguesa de su tiempo, narra el
romance entre Ulrich y su hermana Ágata gracias a una unión espiritual
absoluta. También Georges Bataille (1897-1962) con su ensayo “L'érotisme”
(El erotismo) en el que desmitifica al incesto al examinarlo sin carga moral
alguna, y con su novela inconclusa “Ma mère” (Mi madre), en la que cuenta
las manipulaciones perversas de Helena hacia Pedro, su hijo adolescente fruto
de una violación cuando ella tenía catorce años.