La
legitimación teórica del incesto puede leerse en “La philosophie dans le
boudoir” (La filosofía en el tocador) del Marqués de Sade: “¿Es el incesto más peligroso
que el adulterio? Sin lugar a dudas, no. Extiende los lazos familiares y, por
lo tanto, hace más activo el amor de los ciudadanos por la patria. Sentimos que
nos está dictado por las primeras leyes de la naturaleza y el goce de los
objetos que nos pertenecen siempre nos pareció más delicioso”. Una humorada
termina la argumentación, en esos tiempos de civismo revolucionario: “Me
atrevo a asegurar que el incesto debería ser la ley de todo gobierno cuya base
fuera la fraternidad”. Luego del escándalo que suscitaron estas
consideraciones, Sade fue internado en el hospital psiquiátrico de Charenton,
donde finalmente murió no sin antes alcanzar a publicar “Les crimes de l'amour” (Los
crímenes del amor).
Varias
de las once nouvelles que componen esta obra están construidas alrededor del
incesto como forma suprema del amor. Sucede en “Rodrigue, ou la tour enchantée”
(Rodrigo, o la torre encantada) y en “Ernestine” (Ernestina). Más drástico es en
“Florville et Courval, ou le fatalisme” (Florville y Courval, o el fatalismo),
donde narra las aventuras de la virtuosa Florville, una criminal incestuosa,
con su hijo y su padre, mientras que en la última nouvelle, “Eugénie de Franval”
(Eugenia de Franval), cuenta los amores escandalosos y triunfantes de un padre
con su hija. Finalmente, la muerte encuentra a Franval -como al Edipo de
Sófocles dos milenios antes- en el corazón de un oscuro bosque desgarrado por
una tormenta, como si el recuerdo de lo prohibido y de la penitencia
contribuyera a hacer brillar con todo su esplendor la perfección del incesto.
En esa noche tormentosa en que Franval se suicida, al igual que Florville, se
presienten los grandes monstruos de la prehistoria íntima y cultural de los
hombres que temblaban en la tragedia griega.
Casi
tres siglos antes de que estos personajes saltaran a la escena, Erasmo de
Rótterdam (1466-1536) en su célebre texto “Enchomion moriae seu laus stultitiae” (Elogio
de la locura) se había burlado de la falsa religiosidad y otras ideas y pasiones
como el amor y el patriotismo enfáticamente mantenidas por aquellos que en
realidad las menospreciaban. El ensayo era en verdad un elogio entusiasta de
todos aquellos sentimientos que aparentemente fustigaba. En él, primero se refería
al incesto como hijo de las furias en el infierno, al igual que el sacrilegio, la
guerra, la ambición insaciable por el oro o el parricidio, a todos los cuales
calificaba de abominaciones o depravaciones. El incesto era “una de las
serpientes lanzadas por las furias para morder en el pecho de los mortales
despertando las pasiones”. Sin embargo, más adelante se preguntaba: “¿Qué sería
la vida si se suprimen los placeres? ¿Merecería ser vivida? Que digan si hay un
sólo instante en la vida que no sea triste, enojoso, desagradable, insípido, insoportable,
si no interviene el placer, es decir, la locura”. Y culminaba: “Los animales
más felices, ¿no son aquéllos que viviendo sin regla y sin arte no conocen
otras leyes que las de la naturaleza?”. Para Erasmo, entonces, existían dos
clases de “locura”: una que se instalaba en el corazón de los mortales para
“agitar con furor en sus almas perversas el volcán de una espantosa cólera”, y
otra que estaba “destinada a hacer la felicidad de todos los hombres” al
permitir que “una cierta e inefable ilusión se apodere de sus almas haciéndoles
olvidar todas sus penas, todas sus inquietudes, todos los disgustos de la vida
sumergiéndolos en un torrente de placeres”.
Ese
“torrente de placeres” que rodeaba a los personajes de Sade sin duda hizo volar
en pedazos a la diosa Afrodita incestuosa hacia donde se arrastraron los filósofos
y los libertinos (y con ellos sus seguidores) del siglo XVIII. Su amoralidad se
convirtió en inmoralidad agresiva en el momento en que el siglo XIX empezó a
hundirse en la culpabilidad. Ya en los primeros años de ese siglo, en la novela
“René” Virginia prefiere morir antes que amar a Pablo, que ni siquiera es su
hermano, y René arrastra hasta América el duelo de una hermana que lo amó
demasiado. “El verdadero culpable” es castigado mientras que “su victima demasiado
débil” vuelca su alma lastimada a Dios. En su prólogo, François René de
Chateaubriand (1768-1848), el autor de la novela, propone a René como el
culpable y a Amelia como la víctima, mientras que en la novela parece decirse lo
contrario. ¿Quién era Justina y quién era Julieta? En la larga noche de la
Culpa y durante dos siglos, fueron raras las ráfagas de la utopía incestuosa de
la Ilustración que llegarían hasta los siglos siguientes. Pero lo hicieron.
El
siglo XIX, en el que predominó en Europa el Romanticismo con su carga de individualismo,
desgarro interior y tendencia evasiva, tuvo algunos exponentes de esas ráfagas.
Jan Potocki (1761-1815) lo inauguró con “Manuscrit
trouvé à Saragosse”
(Manuscrito encontrado
en Zaragoza), una novela de estructura
laberíntica en la que el autor presenta una cantidad de personajes fabulosos,
erráticos, místicos e idealistas. Las historias de
amor son muchas y variadas, pero siempre provocativas, perturbadoras; herejías
inaceptables para la moral dominante de la época. La
poligamia, la infidelidad, las relaciones sexuales de cualquier índole, son
tratadas con naturalidad. Escenas lésbicas e incestuosas entre dos
hermanas, Emina y Zibedea, capaces de compartir “un marido para las dos” (para
la Iglesia un pecado que conduce al infierno, pero para ellas un acto de
liberación); o el protagonista principal, Alfonso, haciendo el amor enardecidamente
con sus primas musulmanas, son algunas de las audacias que se permitió
el escritor polaco en 1804.
Más adelante, a lo largo del siglo, proliferó en Europa una
literatura decididamente erótica. Autores menores como George Cannon (1789-1854),
Edward Sellon (1818-1866), James Bertram (1824-1892) y William Lazenby (1834-1888)
incluyeron en sus obras una gran variedad de actividades sexuales: orgías,
masturbaciones, flagelación, felaciones, cunnilingus, sexo anal y doble
penetración, pero el incesto sólo apareció tangencialmente. Notable fue en
todos los casos la influencia de Leopold von Sacher Masoch (1836-1895),
quien hizo una exaltación del maltrato, la flagelación y la humillación al
colocarlos como requisitos indispensables para la obtención del placer.
Reveladora en ese sentido es su novela “Venus im pelz” (Venus de las pieles) la
que, publicada en 1870, escandalizó y cautivó en partes iguales a la sociedad
de la época. Allí planteó al dolor, la crueldad y la infidelidad como gozosas
alternativas a la prohibición del incesto. Luego, en la década siguiente, varias
novelas provocarían un enorme revuelo al satirizar los excesos sentimentales, idealistas
y melodramáticos del Romanticismo.
Una
de ellas fue “La madre naturaleza” de la española Emilia Pardo
Bazán (1851-1921), novela innovadora en cuanto al tratamiento de los
instintos y complejos sexuales y al uso del monólogo interior. Un hombre,
Gabriel, que ha mantenido una relación “no apropiada” con su hermana Nucha,
tras el fallecimiento de ésta pretende casarse con su hija Manuela, esto es, su
sobrina. Ella, a su vez, mantiene una relación erótica de matiz incestuoso con
su propio hermano, Perucho, quien en realidad es su hermanastro ya que fue el
producto de la unión de su padre con una criada, algo que ambos desconocen.
Semejante entuerto genera una acción “potente y lasciva” más allá de las “normas
culturales, religiosas y sociales”. Sin embargo, cuando descubren su
parentesco, actúan como se esperaría de ellos según esas mismas normas: Perucho
se va de la casa y Manuela se retira a un convento.
Por
su parte el escritor portugués José Maria Eça de Queirós (1845-1900) publicó en 1888 la novela “Os Maias” (Los
Maia), en la que cuenta la decadencia de una familia de la alta burguesía lisboeta
representada por el
anciano Afonso y su nieto, el joven Carlos. Más allá de su aspecto
melodramático, representado por los amores apasionados, las mujeres deshonradas
y los adulterios, la novela es un óptimo retrato de una época y de una sociedad.
Oscilando en el Romanticismo y el Realismo, Eca de Queirós urdió una trama que
comienza con el matrimonio de Pedro de Maia y María Monforte. De esa unión
nacen dos hijos: Carlos y María Eduarda. Cuando los padres se separan, el niño se
queda con el padre y la madre huye con un amante llevándose a la hija. Pedro
termina suicidándose y Carlos es criado por el abuelo. Con el paso de los años,
Carlos y María Eduarda se reencuentran, se enamoran y viven una relación
intensa como amantes sin saber que son hermanos. El incesto accidental terminará
en tragedia ya que “impide cualquier tipo de futuro y tan sólo conlleva la
muerte”, cosa que ocurre con el abuelo quien no puede tolerar semejante transgresión
ni soportar los comentarios insidiosos de los vecinos.
El
Romanticismo llegó a Latinoamérica en la segunda mitad del siglo XIX y, dentro
de esa corriente literaria, hubo varias novelas que también incluyeron el tema
del incesto, aunque de una manera mucho más encubierta para evitar censuras.
Siguiendo muchos de los paradigmas en relación a la representación del incesto
que se había formulado en el discurso romántico europeo, a estas obras sólo el
mestizaje fue lo que las distinguió del modelo europeo, creando así una
interpretación local y regional que interrogaba la construcción de raza y
género. El conflicto entre la estratificación racial y la consanguinidad biológica
unía irrevocablemente el incesto y el mestizaje precisamente dentro del
contexto de la familia burguesa y su función como institución normalizadora
dentro del Estado. En esa dirección puede citarse a “Cumandá” del ecuatoriano
Juan León Mera (1832-1894), obra en la que se narra -con descripciones melosas propias
de ese movimiento- la historia de Carlos y Cumandá, dos hermanos que se enamoran sin reconocerse porque la hermana, siendo muy
niña, había sido raptada por
unos indígenas selváticos. La
relación jamás llega a concretarse en algo físico, queda sólo en palabras
empalagosas y promesas de un amor imposible. En el desenlace, Cumandá es asesinada
por los mismos indígenas y recién entonces Carlos se enterará del parentesco.
También
está la novela “María” del colombiano Jorge Issacs (1837-1895), obra que tiene
como protagonistas a Efraín y María. Ambos son primos y lo saben, pero eso no
impide que se enamoren. Al igual que en “Cumandá”, la relación no se concretará
en algo físico. Los padres de Efraín lo envían a Europa a estudiar y la
relación se mantendrá de manera epistolar. Cuando regresa con la intención de casarse,
se encuentra con que María había fallecido víctima de un ataque epiléptico. Mientras
tanto, a la literatura cubana también le tentó esta temática. Cirilo Villaverde
(1812-1894), en su novela “Cecilia Valdés o la loma del ángel”, subió los
riesgos de la trasgresión sexual permisibles en la sociedad colonial al llevar
al incesto fraternal a su entera consumación. En la novela, los personajes
Cecilia y Leonardo, pese a ser hermanos por parte de padre, llegan a casarse,
tener relaciones sexuales y procrear un hijo. Sin embargo, ante las presiones sociales
de las que son víctimas, finalmente el matrimonio debe interrumpirse.