El
colombiano Álvaro Cepeda Samudio (1926-1972) publicó en 1962 “La casa
grande”, su obra cumbre, una novela que mezcla diversas voces que narran la
historia de una familia cuyo jefe, el Padre, ejerce una tiránica violencia
patriarcal de latifundista oligárquico en medio de un contexto económico-social signado
por la violencia. En medio de ese clima, la hermana incestuosa logra procrear
tres hijos de su relación con el hermano, y el padre asesina a su prometido
creyendo que era el causante del deshonor de la familia. Una historia de
soledad, incesto y decadencia familiar en la que sobresale el odio, tanto de los
propios hijos, hartos de tolerar el maltrato y los abusos cotidianos, como de
los trabajadores de su hacienda quienes, a pesar del terror a que los ha
sometido, finalmente terminan matándolo con sus herramientas de trabajo. Pero
sería un colega y amigo de Cepeda Samudio, integrante como él del legendario Grupo
de Barranquilla, quién, con una temática similar, crearía cinco años más tarde
la obra cumbre del llamado “realismo mágico”, un hito en la historia
literaria de Latinoamérica al ser señalada como una de las mejores
realizaciones narrativas de todos los tiempos. Se trata de Gabriel García
Márquez (1927-2014) y su “Cien años de soledad”.
Toda
la historia de esta novela está dominada por la antinomia temor-atracción por
el incesto. La vocación incestuosa es un cromosoma de los Buendía, la estirpe
familiar núcleo de la obra. Sabido es que la historia de esta familia se inicia
con el casamiento de José Arcadio Buendía con su prima Úrsula Iguarán. La boda
se realiza en medio de los temores a que ocurriese lo que la creencia popular
aseguraba: las relaciones sexuales entre familiares provocaba que los hijos
nazcan con cola de cerdo, un castigo que recién llegará al final de la novela
en la séptima generación. Esa unión entre primos creará una estructura familiar
cerrada que se volverá sobre sí misma. En las generaciones sucesivas, se repetirá
el patrón inicial, incestuoso, cerrado: José Arcadio y Rebeca, la hija adoptiva
de la familia, que en realidad no es su hermanastra sino una prima; Pilar
Temera, uno de los pocos personajes exógenos, es la madre de dos niños cuyos
padres son hermanos (José Arcadio es el padre de Arcadio y el coronel Aureliano
Buendía lo es de Aureliano José); Amaranta, la única hija del matrimonio
original, tiende hacia el incesto con su sobrino Aureliano José y su sobrino bisnieto
José Arcadio, el seminarista; y finalmente la unión entre Amaranta Úrsula y su
sobrino Aureliano Babilonia. Prácticamente toda la novela es la postergación del
temor al castigo divino. Sin embargo, cuando, pasados los años a que hace
referencia el título, el temor se olvida, el incesto se cumple y nace el temido
niño con cola de cerdo, una “vergüenza para castigar el pecado cometido”.
Ahora
bien, si en “Cien años de soledad” el tema del incesto es claro y explícito, no
lo es en cambio en algunos textos de Julio Cortázar (1914-1984), puntualmente
en los cuentos “Bestiario” y “Casa tomada”, ambos incluidos en su primer libro
de cuentos publicado en 1951. En “Bestiario”, por ejemplo, aparece de manera
confusa. El narrador omnisciente cuenta que Isabel, una adolescente, va a
veranear a la casa de sus tíos, los Funes. Allí viven los hermanos Luis, Nene y
Rema con Nino, hijo de Luis y, he aquí el elemento fantástico del cuento: un
tigre que se pasea libremente por la casa y la huerta sólo vigilado
por don Roberto, el capataz. Mientras Isabel y su primo Nino se entretienen
coleccionando plantas, hormigas y caracoles, la vida en la casa gira en torno al
tigre, del cual se desconoce su origen y el porqué de su estancia allí. De su
presencia o no depende que sus habitantes puedan moverse a su antojo, ir al
comedor a almorzar o a la sala a leer. La convivencia entre los hermanos no es
demasiado armónica y entre ellos sobrevuela la desconfianza. Nene es el
personaje más enojoso y abusivo; toda la familia vive subordinada a sus
decisiones. En la relación con su hermano Luis predomina la tensión y el enojo;
en la que tiene con su hermana Rema, en cambio, lo que prevalece son unos celos
enfermizos. Cuando finalmente el tigre mata a Nene, Luis reacciona con desconcierto;
en cambio Rema no lo lamenta y lo vive como una liberación del acoso a que era
sometida por su hermano, acaso de tipo incestuoso, algo que nunca queda claro
en el texto. Algunos críticos han concluido que el desenlace del cuento no es
otra cosa que un castigo por esa aparente relación.
Una
rebuscada hermenéutica también insiste en afirmar que el tema del incesto es
medular en “Casa tomada”. En este cuento, el protagonista de la historia (cuyo
nombre se desconoce) e Irene son dos hermanos que viven solos en una espaciosa
casa. “Nos habituamos Irene y yo a persistir solos en ella, lo que era una
locura pues en esa casa podían vivir ocho personas sin estorbarse. Hacíamos la
limpieza por la mañana, levantándonos a las siete, y a eso de las once yo le
dejaba a Irene las últimas habitaciones por repasar y me iba a la cocina.
Almorzábamos a mediodía, siempre puntuales; ya no quedaba nada por hacer fuera
de unos platos sucios. Nos resultaba grato almorzar pensando en la casa
profunda y silenciosa y cómo nos bastábamos para mantenerla limpia. A veces
llegamos a creer que era ella la que no nos dejó casarnos. Irene rechazó dos
pretendientes sin mayor motivo, a mí se me murió María Esther antes que
llegáramos a comprometernos. Entramos en los cuarenta años con la inexpresada
idea de que el nuestro, simple y silencioso matrimonio de hermanos, era
necesaria clausura de la genealogía asentada por los bisabuelos en nuestra casa”.
Si
bien el hecho de que esos dos hermanos viviesen sus vidas de solteros dentro de
una misma casa configura una relación ambigua, no es el incesto la cuestión de
fondo. Sí lo es, en cambio, la propia casa, aquella que “guardaba los recuerdos
de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y toda la infancia”,
lo que induce al lector ilustrado a vincular esta historia con la que Edgar
Allan Poe (1809-1849) presentó en “The fall of the House of Usher” (La
caída de la Casa Usher). En ambos relatos la pareja de hermanos vive en un alto
grado de aislamiento. Roderick, el personaje de Poe, confiesa a un amigo que “durante
muchos años, nunca se había aventurado a salir” de la casa, e igualmente la
pareja cortazariana abandona en rara ocasión la suya; tan sólo él lo hace los
sábados con la finalidad de buscar libros franceses mientras que ella ni
siquiera lo hace, ya que confía en el gusto de su hermano para adquirir la lana
que le permite tejer durante largas horas. Las dos obras se construyen, pues,
en torno a un triángulo de personajes: la casa y los dos hermanos que la
habitan, y el núcleo del relato es, precisamente, el conjunto de interacciones
entre ellos.
Ese
aislamiento de los hermanos, tanto en el cuento de Poe como en el de Cortázar, es
el que insinúa una relación incestuosa. En el relato de Poe se sugiere al decir
que del antiguo tronco de los Usher “no había brotado nunca una rama duradera”
porque “toda la familia se limitaba a la línea de descendencia directa y
siempre, con insignificantes y transitorias variaciones, había sido así”.
Además, el propio Roderick se refiere a su hermana como “tiernamente querida” y
“su única compañía durante muchos años”. Por su parte, en "Casa
tomada" el narrador habla de su “simple y silencioso matrimonio de
hermanos” y de la “necesaria clausura de la genealogía asentada por los
bisabuelos”. Estas referencias parecen sugerir la posibilidad del incesto pero,
en realidad, tales sugerencias responden a factores estructurales o
constitutivos del relato. Incluso la condición de personaje esencial de la casa
está determinada por las propias palabras del narrador de “Casa tomada” quien,
tras referirse brevemente a él y a su hermana, da el verdadero motivo de su
escribir: “Pero es de la casa que me interesa hablar”. Es más, varios son los
relatos de Cortázar en los que el espacio de la casa tiene un rol
significativo: ocurre en “Cefalea”, donde los ruidos que producen sobre ella
las mancuspias (un animal imaginario inventado por el escritor) se
confunden con el dolor de cabeza de los protagonistas, o en “Verano”, donde una casa habitada por un matrimonio es amenazada
con ser invadida por un caballo. Es así que resulta bastante simbólico aceptar
la relación incestuosa pues el mecanismo significativo del texto no sugiere en
su totalidad dicho enfoque.
Si
se habla de simbolismos, es lícito (aunque arriesgado), establecer
equivalencias entre la vida de un autor y los contenidos de su obra. Este nexo
puede evidenciarse claramente en la obra del Marqués de Sade, de Sacher
Masoch o de Diderot. Pero el hecho de que Cortázar reconociese llevarse
bastante mal con su hermana y que hasta haya contado alguna vez que, siendo muy
joven, se había “despertado muchas veces impresionado porque me he acostado con
mi hermana en el sueño”, ¿debe ser tomado como determinante en su obra? De
hecho él mismo explicó que “Casa tomada” había nacido de una pesadilla en la
que soñó la situación del cuento y que para él, toda su narrativa era una forma
de exorcizar su neurosis.
Para
Freud, el éxito de muchas famosas obras de la literatura universal radicaba en
buena medida en que sus historias representaban los más profundos deseos o las
frustraciones humanas. La fama que alcanzó el gran poeta romántico Lord
Byron (1788-1824) con “Childe Harold's pilgrimage” (Las peregrinaciones de
Childe Harold), ¿se debe a que vivió una juventud amargada por su cojera y por
la tutela de una madre de temperamento irritable o a que, tras numerosas
correrías sexuales con amantes de ambos sexos, optase por romper el máximo tabú
sexual cometiendo incesto con su hermana Augusta, quien ya estaba casada? El
éxito obtenido con “Mrs. Dalloway” (La señora Dalloway) por la brillante
novelista Virginia Woolf (1882-1941), ¿fue producto de que fuera abusada
sexualmente por sus dos hermanastros, Gerald y George, que la sometieron a
indecentes manoseos siendo apenas una niña? ¿O acaso fueron esos maltratos los
que la llevaron al suicidio? Friedrich Nietzsche (1844-1900) decía en “Zur
genealogie der moral” (La genealogía de la moral):
“Nosotros mismos somos desconocidos para nosotros mismos. Esto tiene un buen
fundamento: no nos hemos buscado nunca. ¿Cómo iba a suceder que un día nos
encontrásemos?”. Tal vez el día que eso ocurra, los hombres podrán discernir
cabalmente si el incesto es un delito legal o tan sólo una transgresión moral.