2 de marzo de 2019

Frankenstein, el moderno Prometeo de Mary Shelley (II). Génesis (2)


Lord Byron llevaba consigo un libro de leyendas alemanas de fantasmas, “Phantasmagoriana” (Fantasmagoriana), una antología de historias fantásticas traducida por el geógrafo francés Jean Baptiste Benoît Eyries (1767-1846) y publicada en 1812. Tras su lectura, propuso al grupo que cada uno escribiera un relato sobre un tema sobrenatural para después contarla a los demás. Fue así que los protagonistas de aquella velada literaria emprendieron sus respectivos relatos la noche del 16 de junio de 1816. Byron comenzó un cuento sobre dos amigos que realizan un viaje a Grecia y uno de ellos le hace al otro partícipe de un extraño juramento antes de morir. Una historia de fantasmas que abandonó enseguida, quedando el fragmento perdido entre sus papeles hasta que, en 1819, aparecería publicado bajo el título "The burial. A fragment" (El entierro. Un fragmento). Percy Shelley, por su parte, inició un cuento sobre un fantasma hecho de cenizas que iba a estar dedicado a su hijo, aunque finalmente terminó escribiendo un poema titulado “Hymn to intellectual beauty" (Himno a la belleza intelectual), en el que proponía el triunfo de la imaginación como un acto vital. “No te alejes, dejándonos en sombra, / no, no te alejes para que no sea / la tumba una verdad igual de oscura / que este temor al que llamamos vida”, decían algunos de los versos de aquel poema que sería publicado en la edición del 19 de enero de 1817 del periódico londinense “The Examiner”.
Pero serían dos las narraciones que pasarían a la posteridad, las que escribieron Polidori y Mary Shelley, marcando el nacimiento de dos de los personajes más perturbadores de la literatura gótica: el vampiro Lord Ruthven y el monstruoso engendro llamado Frankenstein. En “The vampyre” (El vampiro), Polidori describió a una criatura fría y demoníaca, que parece “gris y fría como la muerte”, un individuo que tenía algunas similitudes con el personaje femenino de “Die braut von Korinth” (La novia de Corinto), un poema sobre la muerte, lo sobrenatural y el vampirismo que otro de los asiduos pasajeros del Hotel d’Angleterre, Johann W. von Goethe, había escrito en 1797. El mismo Polidori reconoció que para escribirla se documentó en un libro del religioso benedectino francés Augustin Dom Calmet (1672-1757) llamado “Dissertations sur les apparitions des anges, des démons et des esprits, et sur les revenants et vampires de Hongrie, de Bohême, de Moravie et de Silésie” (Disertaciones sobre las apariciones de ángeles, demonios y espíritus, y sobre los fantasmas y vampiros de Hungría, Bohemia, Moravia y Silesia). La narración sería publicada el 1 de abril de 1819 en la revista británica “The New Monthly Magazine” y ochenta años más tarde serviría, entre otras obras, como fuente de inspiración al escritor irlandés Bram Stoker (1847-1912) para crear a Drácula, el famoso Conde de Transilvania. A Mary, mientras tanto, se le apareció como en un sueño un estudiante de anatomía pálido, agachado sobre un cadáver y diversos restos humanos. Ella misma lo contó así: “Vi, con los ojos cerrados pero con una nítida imagen mental, al pálido estudiante de artes impías, de rodillas junto al objeto que había armado. Vi al horrible fantasma de un hombre extendido y que luego, tras la obra de algún motor poderoso, éste cobraba vida y se ponía de pie con un movimiento tenso y poco natural. Debía de ser terrible; dado que sería inmensamente espantoso el efecto de cualquier esfuerzo humano para simular el extraordinario mecanismo del creador del mundo”.


Evidentemente las conversaciones que habían mantenido a lo largo de aquellos interminables días sobre los experimentos de Erasmus Darwin y Luigi Galvani tuvieron una gran influencia en la autora. El primero había realizado ensayos con animales y con cadáveres humanos con la esperanza de que, mediante la electricidad, pudieran sanarse enfermedades que provocaban parálisis e, incluso, reanimar cuerpos muertos. El segundo, por su lado, había provocado convulsiones musculares en ranas muertas mediante descargas eléctricas. Esos experimentos se popularizaron por toda Europa de la mano, entre otros, de su sobrino Giovanni Aldini (1762-1834). En 1803, este físico llegó a Londres y realizó una demostración sobre el cadáver de un criminal recientemente ejecutado. Ante una nutrida audiencia, aplicó a distintas partes del cuerpo varillas conectadas a una pila de cinc, provocando fuertes contracciones. Aldini no pretendía tener poder para resucitar a una persona, pero su experimento seguramente influyó en la idea novelesca de Mary Shelley. Además, Percy y Mary habían visitado en 1814 el castillo Frankenstein en las proximidades de Darmstadt, Alemania, una fortaleza construida hacia el año 1250 por Konrad Reiz von Breuberg (1220-1264). Al parecer, durante la visita, Mary quedó fascinada con la figura de uno de sus antiguos habitantes, Konrad Dippel (1673-1734), un alquimista alemán cuya pretensión era, según se rumoreaba, transferir el alma de un cadáver a otro, esto es, devolver la vida a los muertos.
También ese año, Mary y Percy asistieron a una conferencia de Andrew Crosse (1784-1855) un científico aficionado y estrambótico experimentador británico que había transformado su propiedad campestre de Fyne Court en un gran laboratorio eléctrico con el propósito de reanimar cadáveres. Además conocían los trabajos del físico escocés James Lind (1736-1812) -mentor de Percy durante sus años escolares en el King's College de Eton- quien por entonces había logrado revivir a un paciente con un rudimentario sistema de resucitación cardiopulmonar. Posiblemente todos ellos estaban influidos por la obra del científico e inventor estadounidense Benjamin Franklin (1706-1790) quien, a partir de 1747 se había dedicado principalmente al estudio de los fenómenos eléctricos. Una noche tormentosa hizo volar una cometa con una punta metálica atada a un hilo de seda en cuyo extremo había una llave, también metálica. Franklin sostenía la cometa con otro hilo de seda. Cuando se concentraron las nubes de tormenta y el hilo empezó a dar muestras de carga eléctrica, Franklin puso el nudillo cerca de la llave y saltaron chispas. Fue así que logró demostrar que las nubes estaban cargadas de electricidad y que los rayos son descargas eléctricas de éstas. Se dice que Percy, un entusiasta de la ciencia, en su época de estudiante intentó recrear el experimento de la cometa y la llave de Franklin. El hecho de que el filósofo alemán Immanuel Kant (1724-1804) llamase a éste “el moderno Prometeo” es muy probable que haya influido en Mary al momento de subtitular su futura novela.


Ciertamente, la posibilidad de reanimar un cadáver con electricidad formaba parte de la discusión científica de la época sobre si el cuerpo humano era sólo la suma de sus partes o si lo animaba una fuerza vital, algo equivalente al alma. En la comunidad científica británica estas dos posturas tenían a sus principales defensores en los cirujanos William Lawrence (1783-1867) y John Abernethy (1764-1831), respectivamente. La dicotomía entre el mecanicismo del primero y el vitalismo del segundo tuvo profundas consecuencias en el pensamiento científico de la época, por sus implicaciones en la definición de la vida y la muerte. Durante la escritura de la novela, Mary leía “Elements of chemical philosophy” (Elementos de la filosofía química), la obra del químico británico Humphry Davy (1778-1829) de la que incorporó algunas frases en el discurso de uno de sus personajes, el doctor Waldman, quien era el profesor de Victor Frankenstein. La propia Mary Shelley reveló alguna vez los entresijos de su tenebrosa creación: “Me dediqué a pensar en un cuento, un cuento que pudiese rivalizar con los que nos habían impulsado a esa tarea: un cuento que hablara de los misteriosos terrores de nuestra naturaleza y despertase miedos estremecedores, que dejase al lector con temor de mirar a su alrededor, que paralizase la sangre y acelerara los latidos del corazón. Si no conseguía esos resultados, mi cuento de fantasmas sería indigno de su nombre”.
Tampoco hay que olvidar la influencia que tuvieron las novelas “Things as they are, or The adventures of Caleb Williams” (Las cosas como son, o Las aventuras de Caleb Williams” y “St. Leon” (San León) escritas por su padre, el filósofo político, escritor y precursor del movimiento anarquista británico William Godwin (1756-1836). De la primera tomó, sobre todo, la relación entre los dos personajes principales y el desenlace de ambos; de la otra, el amor del protagonista por la ciencia, el éxito y el poder. Además, claro está, de “Essays on sepulchers” (Ensayo sobre los sepulcros), en el que trató el tema de la muerte y qué hacer con los muertos. Y, por supuesto, el influjo causado por las lecturas de las obras de su madre Mary Wollstonecraft (1759-1797), una pionera defensora de los derechos de la mujer que falleció días después de nacer su hija a causa de una septicemia causada por la ruptura de la placenta y una posterior infección durante el nacimiento. De “Maria, or The wrongs of woman” (María, o Los agravios de la mujer) y de “Original stories from real life” (Relatos originales de la vida real) tomó el concepto fundamental que hace referencia a la transgresión humana de los límites impuestos por los dioses y la idea de que las únicas relaciones satisfactorias son las amistades. Análisis posteriores de la obra, basados en las teorías de Sigmund Freud (1856-1939) y Jacques Lacan (1901-1981), sostienen que la falta de una madre progenitora en el laboratorio de Victor Frankenstein no es más que la presencia de una ausencia.


Mary Shelley siguió trabajando en la novela que había comenzado a escribir aquel tormentoso 16 de junio 1816 en la Villa Diodati hasta terminarla el 14 de mayo de 1817 en Marlow, localidad situada en el condado de Buckinghamshire, Inglaterra. Su marido la ayudó a corregir sus errores gramaticales y, finalmente, tras una serie de intentos fallidos por encontrar editor, vio la luz en marzo de 1818 -sin su nombre en la portada- a manos de una editorial de dudosa reputación y con un prefacio escrito por su esposo y una dedicatoria a su padre. La edición de quinientos ejemplares apareció con el título “Frankenstein, or The modern Prometheus” (Frankenstein, o el moderno Prometeo). Poco después, los Shelley abandonaron Gran Bretaña y se mudaron a Italia, donde, 8 de julio de 1822, Percy moriría al hundirse su velero durante una tormenta en el golfo de La Spezia, situado en el mar de Liguria. Antes de que su cuerpo fuera incinerado, Mary ordenó extraer su corazón y lo guardó entre las páginas de una de las obras de su marido.
Un año después se publicaba la segunda edición de su obra con una tirada similar a la anterior, pero esta vez la autora aparecía identificada. Por entonces Mary había regresado a Inglaterra y allí comenzó a corregir el texto original. Le añadió un prólogo, reescribió algunos capítulos y modificó determinados elementos de la trama hasta llegar a la versión definitiva que se publicó en 1831. De allí en más se dedicó a su carrera como escritora profesional. De su puño y letra surgirían las novelas “Valperga, or The life and adventures of Castruccio, Prince of Lucca” (Valperga, o Vida y aventuras de Castruccio, Príncipe de Lucca), “The last man” (El último hombre), “The fortunes of Perkin Warbeck. A romance” (La suerte de Perkin Warbeck. Un romance), “Lodore, or The beautiful widow” (Lodore, o La hermosa viuda) y “Falkner. A novel” (Falkner. Una novela); las crónicas de “Rambles in Germany and Italy in 1840, 1842 and 1843” (Caminatas en Alemania e Italia en 1840, 1842 y 1843), y "Lives of the most eminent literary and scientific men” (Vidas de los personajes literarios y científicos más eminentes), una edición colectiva de cinco tomos que integraron la Enciclopedia Cabinet, de la que ella fue autora de la mayoría de las biografías. A la edad de cincuenta y tres años, el 1 de febrero de 1851, falleció en Chester Square víctima de un tumor cerebral tras largos años de padecer dolores de cabeza y ataques de parálisis en distintas partes del cuerpo. Sus restos descansan, junto a los de sus padres, en el cementerio de St. Peter ubicado en Bournemouth, sobre la costa sur de Inglaterra.