Lord Byron
llevaba consigo un libro de leyendas alemanas de fantasmas, “Phantasmagoriana”
(Fantasmagoriana), una antología de historias fantásticas traducida por el
geógrafo francés Jean Baptiste Benoît Eyries (1767-1846) y publicada en 1812. Tras
su lectura, propuso al grupo que cada uno escribiera un relato sobre un tema
sobrenatural para después contarla a los demás. Fue así que los protagonistas
de aquella velada literaria emprendieron sus respectivos relatos la noche del
16 de junio de 1816. Byron comenzó un cuento sobre dos amigos que realizan un
viaje a Grecia y uno de ellos le hace al otro partícipe de un extraño juramento
antes de morir. Una historia de fantasmas que abandonó enseguida, quedando el
fragmento perdido entre sus papeles hasta que, en 1819, aparecería publicado
bajo el título "The burial. A fragment" (El entierro. Un fragmento). Percy
Shelley, por su parte, inició un cuento sobre un fantasma hecho de cenizas que
iba a estar dedicado a su hijo, aunque finalmente terminó escribiendo un poema
titulado “Hymn to intellectual beauty" (Himno a la belleza intelectual),
en el que proponía el triunfo de la imaginación como un acto vital. “No te
alejes, dejándonos en sombra, / no, no te alejes para que no sea / la tumba una
verdad igual de oscura / que este temor al que llamamos vida”, decían algunos
de los versos de aquel poema que sería publicado en la edición del 19 de enero
de 1817 del periódico londinense “The Examiner”.
Pero
serían dos las narraciones que pasarían a la posteridad, las que escribieron
Polidori y Mary Shelley, marcando el nacimiento de dos de los personajes más
perturbadores de la literatura gótica: el vampiro Lord Ruthven y el monstruoso engendro
llamado Frankenstein. En “The vampyre” (El vampiro), Polidori describió a una
criatura fría y demoníaca, que parece “gris y fría como la muerte”, un
individuo que tenía algunas similitudes con el personaje femenino de “Die braut
von Korinth” (La novia de Corinto), un poema sobre la muerte, lo sobrenatural y
el vampirismo que otro de los asiduos pasajeros del Hotel d’Angleterre, Johann
W. von Goethe, había escrito en 1797. El mismo Polidori reconoció que para
escribirla se documentó en un libro del religioso benedectino francés Augustin
Dom Calmet (1672-1757) llamado “Dissertations sur les apparitions des anges,
des démons et des esprits, et sur les revenants et vampires de Hongrie, de
Bohême, de Moravie et de Silésie” (Disertaciones sobre las apariciones de
ángeles, demonios y espíritus, y sobre los fantasmas y vampiros de Hungría,
Bohemia, Moravia y Silesia). La narración sería publicada el 1 de abril de 1819
en la revista británica “The New Monthly Magazine” y ochenta años más tarde serviría,
entre otras obras, como fuente de inspiración al escritor irlandés Bram Stoker
(1847-1912) para crear a Drácula, el famoso Conde de Transilvania. A Mary,
mientras tanto, se le apareció como en un sueño un estudiante de anatomía
pálido, agachado sobre un cadáver y diversos restos humanos. Ella misma lo
contó así: “Vi, con los ojos cerrados pero con una nítida imagen mental, al
pálido estudiante de artes impías, de rodillas junto al objeto que había
armado. Vi al horrible fantasma de un hombre extendido y que luego, tras la obra
de algún motor poderoso, éste cobraba vida y se ponía de pie con un movimiento
tenso y poco natural. Debía de ser terrible; dado que sería inmensamente
espantoso el efecto de cualquier esfuerzo humano para simular el extraordinario
mecanismo del creador del mundo”.
Evidentemente
las conversaciones que habían mantenido a lo largo de aquellos interminables
días sobre los experimentos de Erasmus Darwin y Luigi Galvani tuvieron una gran
influencia en la autora. El primero había realizado ensayos con animales y con
cadáveres humanos con la esperanza de que, mediante la electricidad, pudieran
sanarse enfermedades que provocaban parálisis e, incluso, reanimar cuerpos
muertos. El segundo, por su lado, había provocado convulsiones musculares en
ranas muertas mediante descargas eléctricas. Esos experimentos se popularizaron
por toda Europa de la mano, entre otros, de su sobrino Giovanni Aldini
(1762-1834). En 1803, este físico llegó a Londres y realizó una demostración
sobre el cadáver de un criminal recientemente ejecutado. Ante una nutrida
audiencia, aplicó a distintas partes del cuerpo varillas conectadas a una pila
de cinc, provocando fuertes contracciones. Aldini no pretendía tener poder para
resucitar a una persona, pero su experimento seguramente influyó en la idea
novelesca de Mary Shelley. Además, Percy y Mary habían visitado en 1814 el
castillo Frankenstein en las proximidades de Darmstadt, Alemania, una fortaleza
construida hacia el año 1250 por Konrad Reiz von Breuberg (1220-1264). Al parecer,
durante la visita, Mary quedó fascinada con la figura de uno de sus antiguos
habitantes, Konrad Dippel (1673-1734), un alquimista alemán cuya pretensión era,
según se rumoreaba, transferir el alma de un cadáver a otro, esto es, devolver
la vida a los muertos.
También
ese año, Mary y Percy asistieron a una conferencia de Andrew Crosse (1784-1855)
un científico aficionado y estrambótico experimentador británico que había
transformado su propiedad campestre de Fyne Court en un gran laboratorio
eléctrico con el propósito de reanimar cadáveres. Además conocían los trabajos
del físico escocés James Lind (1736-1812) -mentor de Percy durante sus años
escolares en el King's College de Eton- quien por entonces había logrado revivir
a un paciente con un rudimentario sistema de resucitación cardiopulmonar. Posiblemente
todos ellos estaban influidos por la obra del científico
e inventor estadounidense Benjamin Franklin (1706-1790) quien, a partir de 1747
se había dedicado principalmente al estudio de los fenómenos eléctricos. Una
noche tormentosa hizo volar una cometa con una punta metálica atada a un hilo
de seda en cuyo extremo había una llave, también metálica. Franklin sostenía la
cometa con otro hilo de seda. Cuando se concentraron las nubes de tormenta y el
hilo empezó a dar muestras de carga eléctrica, Franklin puso el nudillo cerca
de la llave y saltaron chispas. Fue así que logró demostrar que las nubes
estaban cargadas de electricidad y que los rayos son descargas eléctricas de
éstas. Se dice que Percy, un entusiasta de la ciencia, en su época de estudiante
intentó recrear el experimento de la cometa y la llave de Franklin. El hecho de
que el filósofo alemán Immanuel Kant (1724-1804) llamase a éste “el
moderno Prometeo” es muy probable que haya influido en Mary al momento de subtitular
su futura novela.
Ciertamente,
la posibilidad de reanimar un cadáver con electricidad formaba parte de la
discusión científica de la época sobre si el cuerpo humano era sólo la suma de
sus partes o si lo animaba una fuerza vital, algo equivalente al alma. En la
comunidad científica británica estas dos posturas tenían a sus principales
defensores en los cirujanos William Lawrence (1783-1867) y John Abernethy (1764-1831),
respectivamente. La dicotomía entre el mecanicismo del primero y el vitalismo
del segundo tuvo profundas consecuencias en el pensamiento científico de la
época, por sus implicaciones en la definición de la vida y la muerte. Durante
la escritura de la novela, Mary leía “Elements of chemical philosophy” (Elementos de la
filosofía química), la obra del químico británico Humphry Davy (1778-1829) de la
que incorporó algunas frases en el discurso de uno de sus personajes, el doctor
Waldman, quien era el profesor de Victor Frankenstein. La propia Mary Shelley
reveló alguna vez los entresijos de su tenebrosa creación: “Me dediqué a pensar
en un cuento, un cuento que pudiese rivalizar con los que nos habían impulsado
a esa tarea: un cuento que hablara de los misteriosos terrores de nuestra
naturaleza y despertase miedos estremecedores, que dejase al lector con temor
de mirar a su alrededor, que paralizase la sangre y acelerara los latidos del
corazón. Si no conseguía esos resultados, mi cuento de fantasmas sería indigno de
su nombre”.
Tampoco
hay que olvidar la influencia que tuvieron las novelas “Things as they are, or
The adventures of Caleb Williams” (Las cosas como son, o Las aventuras de Caleb
Williams” y “St. Leon” (San León) escritas por su padre, el filósofo político,
escritor y precursor del movimiento anarquista británico William Godwin (1756-1836).
De la primera tomó, sobre todo, la relación entre los dos personajes
principales y el desenlace de ambos; de la otra, el amor del protagonista por
la ciencia, el éxito y el poder. Además, claro está, de “Essays on sepulchers” (Ensayo
sobre los sepulcros), en el que trató el tema de la muerte y qué hacer con los
muertos. Y, por supuesto, el influjo causado por las lecturas de las obras de
su madre Mary Wollstonecraft (1759-1797), una pionera defensora de los derechos de la
mujer que falleció días después de nacer su hija a causa de una septicemia
causada por la ruptura de la placenta y una posterior infección durante el
nacimiento. De “Maria, or The wrongs of woman” (María, o Los agravios de la
mujer) y de “Original stories from real life” (Relatos originales de la vida
real) tomó el concepto fundamental que hace referencia a la transgresión humana
de los límites impuestos por los dioses y la idea de que las únicas relaciones
satisfactorias son las amistades. Análisis posteriores de la obra, basados en
las teorías de Sigmund Freud (1856-1939) y Jacques Lacan (1901-1981), sostienen que la
falta de una madre progenitora en el laboratorio de Victor Frankenstein no es más
que la presencia de una ausencia.
Mary
Shelley siguió trabajando en la novela que había comenzado a escribir aquel
tormentoso 16 de junio 1816 en la Villa Diodati hasta terminarla el 14 de mayo de
1817 en Marlow, localidad situada en el condado de Buckinghamshire, Inglaterra.
Su marido la ayudó a corregir sus errores gramaticales y, finalmente, tras una
serie de intentos fallidos por encontrar editor, vio la luz en marzo de 1818 -sin
su nombre en la portada- a manos de una editorial de dudosa reputación y con un
prefacio escrito por su esposo y una dedicatoria a su padre. La edición de quinientos
ejemplares apareció con el título “Frankenstein, or The modern Prometheus” (Frankenstein,
o el moderno Prometeo). Poco después, los Shelley abandonaron Gran Bretaña y se
mudaron a Italia, donde, 8 de julio de 1822, Percy moriría al hundirse su
velero durante una tormenta en el golfo de La Spezia, situado en el mar de
Liguria. Antes de que su cuerpo fuera incinerado, Mary ordenó extraer su
corazón y lo guardó entre las páginas de una de las obras de su marido.
Un año
después se publicaba la segunda edición de su obra con una tirada
similar a la anterior, pero esta vez la autora aparecía identificada. Por
entonces Mary había regresado a Inglaterra y allí
comenzó a corregir el texto original. Le añadió un prólogo, reescribió algunos
capítulos y modificó determinados elementos de la trama hasta llegar a la versión
definitiva que se publicó en 1831. De allí en más se dedicó
a su carrera como escritora profesional. De su puño y letra surgirían las
novelas “Valperga, or The life and adventures of Castruccio, Prince of Lucca” (Valperga,
o Vida y aventuras de Castruccio, Príncipe de Lucca), “The last man” (El último
hombre), “The fortunes of Perkin Warbeck. A romance” (La suerte de Perkin
Warbeck. Un romance), “Lodore, or The beautiful widow” (Lodore, o La hermosa viuda) y “Falkner. A novel”
(Falkner. Una novela); las crónicas de “Rambles in Germany and Italy in 1840,
1842 and 1843” (Caminatas en Alemania e Italia en 1840, 1842 y 1843), y
"Lives of the most eminent literary and scientific men” (Vidas de los personajes
literarios y científicos más eminentes), una edición colectiva de cinco tomos
que integraron la Enciclopedia Cabinet, de la que ella fue autora de la mayoría
de las biografías. A la edad de cincuenta y tres años, el 1 de febrero de 1851,
falleció en Chester Square víctima de un tumor cerebral tras largos años de
padecer dolores de cabeza y ataques de parálisis en distintas partes del cuerpo.
Sus restos descansan, junto a los de sus padres, en el cementerio de St. Peter
ubicado en Bournemouth, sobre la costa sur de Inglaterra.