EPITAFIO
Gonzalo Salesky
Argentina
(1978)
Cuando
supo que se acercaba la hora, se decidió a escribir su epitafio. Para ser
recordado en el lugar donde vivió siempre, para plasmar algún pensamiento
agradable o simplemente para despedirse. Quería dejar algo. Lo necesitaba. Como
una especie de consuelo ante su inminente partida. No sabía qué le esperaba
allí, del otro lado. Por más leyendas o historias que supiera, lo aterraba el
hecho de comenzar su último viaje sin saber el destino. Al fin tuvo la frase
exacta entre sus labios y sólo en ese momento sintió que podía partir.
Tranquilo, ligero de equipaje y sin cuentas pendientes. Cerró los ojos y, luego
de esos nueve meses que le parecieron eternos, nació.
TRASPASO DE LOS SUEÑOS
Ramón Gómez de la Serna
España
(1888-1963)
De
pronto dejó de tener pesadillas y se sintió aliviado, pues habían llegado a ser
ya una proyección obsedante en las paredes de su alcoba. Descansando y
tranquilo en su sillón de lectura, el criado le anunció que quería verle el
señor de arriba. Como para la visita de un vecino no debe haber dilaciones que
valgan, le hizo pasar y escuchar su incumbencia:
-
Vengo porque me ha traspasado usted sus sueños.
-
¿Y en qué lo ha podido notar?
-
Como vecinos antiguos que somos, sé sus costumbres, sus manías y sobre todo sé
su nombre, el nombre titular de los sueños que me agobian a mí, que no solía
soñar… Aparecen paisajes, señoras, niños con los que nunca tuve que ver…
-
¿Pero cómo ha podido pasar eso?
-
Indudablemente, como los sueños suben hacia arriba como el humo, han ascendido
a mi alcoba, que está encima de la suya…
-
¿Y qué cree usted que podemos hacer?
-
Pues cambiar de piso durante unos días y ver si vuelven a usted sus sueños.
Le
pareció justo, cambiaron, y a los pocos días los sueños habían vuelto a su
legítimo dueño.
PURA BONDAD
Pilar Ramírez Tello
España
(1976)
Los
seres humanos somos poco fiables. Yo, por ejemplo, siempre me he considerado
una buena persona. Generosa, amable, amiga de mis amigos... Las cualidades
básicas habituales asociadas al concepto. Sin embargo, aquí estoy, con un
cadáver como única compañía. Y tan contenta, la verdad. Sin remordimientos. Sin
malos rollos. Sin sentimiento de culpa. El cadáver con la mejilla apoyada en la
mesa y yo no siento nada. Si acaso, como mucho, una leve inquietud por
cuestiones logísticas. Porque, ¿qué se hace después de matar a alguien? ¿Borro
mis huellas y huyo? ¿Me deshago del cadáver? ¿Llamo a la policía? Menos mal que
mi madre ya no puede echarme un sermón, pobre. Aunque sigue con los ojos
abiertos y diría que me mira mal. No, no me arrepiento en absoluto.
LA VIDA EN COMÚN
Augusto Monterroso
Guatemala
(1921-2003)
Alguien
que a toda hora se queja con amargura de tener que soportar su cruz (esposo,
esposa, padre, madre, abuelo, abuela, tío, tía, hermano, hermana, hijo, hija, padrastro,
madrastra, hijastro, hijastra, suegro, suegra, yerno, nuera) es a la vez la
cruz del otro, que amargamente se queja de tener que sobrellevar a toda hora la
cruz (nuera, yerno, suegra, suegro, hijastra, hijastro, madrastra, padrastro,
hija, hijo, hermana, hermano, tía, tío, abuela, abuelo, madre, padre, esposa,
esposo) que le ha tocado cargar en esta vida, y así, de cada quien según su
capacidad y a cada quien según sus necesidades.
CRIMEN EJEMPLAR
Max Aub
Francia
(1903-1972)
Hacía
un frío de mil demonios. Me había citado a las siete y cuarto en la esquina de
Venustiano Carranza y San Juan de Letrán. No soy de esos hombres absurdos que
adoran el reloj reverenciándolo como una deidad inalterable. Comprendo que el
tiempo es elástico y que cuando le dicen a uno a las siete y cuarto, lo mismo
da que sean las siete y media. Tengo un criterio amplio para todas las cosas.
Siempre he sido un hombre muy tolerante: un liberal de la buena escuela. Pero
hay cosas que no se pueden aguantar por muy liberal que uno sea. Que yo sea
puntual a las citas no obliga a los demás sino hasta cierto punto; pero ustedes
reconocerán conmigo que ese punto existe. Ya dije que hacía un frío espantoso.
Y aquella condenada esquina abierta a todos los vientos. Las siete y media, las
ocho menos veinte, las ocho menos diez. Las ocho. Es natural que ustedes se pregunten
que por qué no lo dejé plantado. La cosa es muy sencilla: yo soy un hombre
respetuoso de mi palabra, un poco chapado a la antigua, si ustedes quieren,
pero cuando digo una cosa, la cumplo. Héctor me había citado a las siete y
cuarto y no me cabe en la cabeza el faltar a una cita. Las ocho y cuarto, las
ocho y veinte, las ocho y veinticinco, las ocho y media, y Héctor sin venir. Yo
estaba positivamente helado: me dolían los pies, me dolían las manos, me dolía
el pecho, me dolía el pelo. La verdad es que si hubiese llevado mi abrigo café,
lo más probable es que no hubiera sucedido nada. Pero esas son cosas del
destino y les aseguro que a las tres de la tarde, hora en que salí de casa,
nadie podía suponer que se levantara aquel viento. Las nueve menos veinticinco,
las nueve menos veinte, las nueve menos cuarto. Transido, amoratado. Llegó a
las nueve menos diez: tranquilo, sonriente y satisfecho. Con su grueso abrigo
gris y sus guantes forrados:
-
¡Hola, amigo!
Así,
sin más. No lo pude remediar: lo empujé bajo el tren que pasaba.
AMORES ENTRE GUARDIÁN Y
CASUARINA
Ana María Shua
Argentina
(1951)
Plaza
pública. Guardián enamorado de Casuarina (secretamente incluso para sí mismo).
Recorte del presupuesto municipal. Guardián trasladado a tareas de oficina.
Casuarina languidece. Guardián languidece. Patéticos encuentros nocturnos. Con
el correr de los días, casuarina transformada en palo borracho. Murmuraciones
en el barrio. Una noche, trágico parto prematuro: vástago discretamente
enterrado. Previsible crecimiento in situ de una planta desclasada y rebelde
que se niega a permanecer atada a sus raíces pero tampoco quiere estudiar y
bebe desordenadamente cerveza sentada en el cordón de la vereda.
HISTORIA DEL JOVEN
CELOSO
Henri Pierre Cami
Francia
(1884-1958)
Había
una vez un hombre joven que estaba muy celoso de una joven muchacha bastante
voluble. Un día le dijo: “Tus ojos miran a todo el mundo”. Entonces, le arrancó
los ojos. Después le dijo: “Con tus manos puedes hacer gestos de invitación”. Y le cortó las manos. “Todavía puede hablar
con otros”, pensó. Y le extirpó la lengua. Luego, para impedirle sonreír a los
eventuales admiradores, le arrancó todos los dientes. Por último, le cortó las
piernas. “De este modo -se dijo- estaré más tranquilo”. Solamente entonces pudo
dejar sin vigilancia a la joven muchacha que amaba. “Ella es fea –pensaba-,
pero al menos será mía hasta la muerte”. Un día volvió a la casa y no encontró
a la joven muchacha; ella había desaparecido, raptada por un exhibidor de
fenómenos.
PERSONALIDAD DIVIDIDA
Álvaro Menen Desleal
El
Salvador (1931-2000)
-
Tengo razones fundadas, doctor -dijo el hombre de impoluto traje blanco,
pacientemente recostado en el diván del psiquiatra-, para suponer que padezco
de una personalidad dividida.
El
psiquiatra anotó en su libretita que, tentativamente, desechaba la presencia de
una esquizofrenia: en general, una persona afectada de tal dolencia evita la
consulta con el médico. La consulta duró casi dos horas. Hubo preguntas cortas
y respuestas largas. Aparentemente más tranquilo, el hombre se despidió del
psiquiatra, pagó a una secretaria el valor de la consulta, y ganó la puerta. En
la calle, vestido de negro riguroso, le esperaba otro hombre.
-
¿Lo confirmaste? -preguntó el hombre de negro.
-
No sé -fue la respuesta del hombre de blanco.
Luego
se fundieron en un sólo individuo, enfundado en un traje gris.
TABÚ
Enrique Anderson Imbert
Argentina
(1910-2000)
El
ángel de la guarda le susurró a Fabián, por detrás del hombro:
-
¡Cuidado, Fabián! Está dispuesto que mueras en cuanto pronuncies la palabra
zangolotino.
-
¿Zangolotino? -pregunta Fabián azorado. Y muere.
EL VEREDICTO
Alfonso Reyes
México
(1889-1959)
La
mujer del fotógrafo era joven y muy bonita. Yo había ido en busca de mis fotos
de pasaporte, pero ella no me lo quería creer.
-
No, usted es el cobrador del alquiler, ¿verdad?
-
No señora, soy un cliente. Llame usted a su esposo y se convencerá.
-
Mi esposo no está aquí. Estoy enteramente sola por toda la tarde. Usted viene
por el alquiler, ¿verdad?
Su
pregunta se volvía un poco angustiosa. Comprendí, y comprendí su angustia: una
vez dispuesta al sacrificio, prefería que todo sucediera con una persona
presentable y afable.
-
¿Verdad que usted es el cobrador?
-
Sí -le dije resuelto a todo-, pero hablaremos hoy de otra cosa.
Me
pareció lo más piadoso. Con todo, no quise dejarla engañada y, al despedirme,
le dije:
-
Mira, yo no soy el cobrador. Pero aquí está el precio de la renta, para que no
tengas que sufrir en manos de la casualidad.
Se
lo conté después a un amigo que me juzgó muy mal:
-
¡Qué fraude! Vas a condenarte por eso.
Pero
el Diablo, que nos oía dijo:
-
No, se salvará.