27 de marzo de 2019

Entremeses literarios (CXCVIII)


EPITAFIO
Gonzalo Salesky
Argentina (1978)

Cuando supo que se acercaba la hora, se decidió a escribir su epitafio. Para ser recordado en el lugar donde vivió siempre, para plasmar algún pensamiento agradable o simplemente para despedirse. Quería dejar algo. Lo necesitaba. Como una especie de consuelo ante su inminente partida. No sabía qué le esperaba allí, del otro lado. Por más leyendas o historias que supiera, lo aterraba el hecho de comenzar su último viaje sin saber el destino. Al fin tuvo la frase exacta entre sus labios y sólo en ese momento sintió que podía partir. Tranquilo, ligero de equipaje y sin cuentas pendientes. Cerró los ojos y, luego de esos nueve meses que le parecieron eternos, nació.


TRASPASO DE LOS SUEÑOS
Ramón Gómez de la Serna
España (1888-1963)

De pronto dejó de tener pesadillas y se sintió aliviado, pues habían llegado a ser ya una proyección obsedante en las paredes de su alcoba. Descansando y tranquilo en su sillón de lectura, el criado le anunció que quería verle el señor de arriba. Como para la visita de un vecino no debe haber dilaciones que valgan, le hizo pasar y escuchar su incumbencia:
- Vengo porque me ha traspasado usted sus sueños.
- ¿Y en qué lo ha podido notar?
- Como vecinos antiguos que somos, sé sus costumbres, sus manías y sobre todo sé su nombre, el nombre titular de los sueños que me agobian a mí, que no solía soñar… Aparecen paisajes, señoras, niños con los que nunca tuve que ver…
- ¿Pero cómo ha podido pasar eso?
- Indudablemente, como los sueños suben hacia arriba como el humo, han ascendido a mi alcoba, que está encima de la suya…
- ¿Y qué cree usted que podemos hacer?
- Pues cambiar de piso durante unos días y ver si vuelven a usted sus sueños.
Le pareció justo, cambiaron, y a los pocos días los sueños habían vuelto a su legítimo dueño.


PURA BONDAD
Pilar Ramírez Tello
España (1976)

Los seres humanos somos poco fiables. Yo, por ejemplo, siempre me he considerado una buena persona. Generosa, amable, amiga de mis amigos... Las cualidades básicas habituales asociadas al concepto. Sin embargo, aquí estoy, con un cadáver como única compañía. Y tan contenta, la verdad. Sin remordimientos. Sin malos rollos. Sin sentimiento de culpa. El cadáver con la mejilla apoyada en la mesa y yo no siento nada. Si acaso, como mucho, una leve inquietud por cuestiones logísticas. Porque, ¿qué se hace después de matar a alguien? ¿Borro mis huellas y huyo? ¿Me deshago del cadáver? ¿Llamo a la policía? Menos mal que mi madre ya no puede echarme un sermón, pobre. Aunque sigue con los ojos abiertos y diría que me mira mal. No, no me arrepiento en absoluto.


LA VIDA EN COMÚN
Augusto Monterroso
Guatemala (1921-2003)

Alguien que a toda hora se queja con amargura de tener que soportar su cruz (esposo, esposa, padre, madre, abuelo, abuela, tío, tía, hermano, hermana, hijo, hija, padrastro, madrastra, hijastro, hijastra, suegro, suegra, yerno, nuera) es a la vez la cruz del otro, que amargamente se queja de tener que sobrellevar a toda hora la cruz (nuera, yerno, suegra, suegro, hijastra, hijastro, madrastra, padrastro, hija, hijo, hermana, hermano, tía, tío, abuela, abuelo, madre, padre, esposa, esposo) que le ha tocado cargar en esta vida, y así, de cada quien según su capacidad y a cada quien según sus necesidades.


CRIMEN EJEMPLAR
Max Aub
Francia (1903-1972)

Hacía un frío de mil demonios. Me había citado a las siete y cuarto en la esquina de Venustiano Carranza y San Juan de Letrán. No soy de esos hombres absurdos que adoran el reloj reverenciándolo como una deidad inalterable. Comprendo que el tiempo es elástico y que cuando le dicen a uno a las siete y cuarto, lo mismo da que sean las siete y media. Tengo un criterio amplio para todas las cosas. Siempre he sido un hombre muy tolerante: un liberal de la buena escuela. Pero hay cosas que no se pueden aguantar por muy liberal que uno sea. Que yo sea puntual a las citas no obliga a los demás sino hasta cierto punto; pero ustedes reconocerán conmigo que ese punto existe. Ya dije que hacía un frío espantoso. Y aquella condenada esquina abierta a todos los vientos. Las siete y media, las ocho menos veinte, las ocho menos diez. Las ocho. Es natural que ustedes se pregunten que por qué no lo dejé plantado. La cosa es muy sencilla: yo soy un hombre respetuoso de mi palabra, un poco chapado a la antigua, si ustedes quieren, pero cuando digo una cosa, la cumplo. Héctor me había citado a las siete y cuarto y no me cabe en la cabeza el faltar a una cita. Las ocho y cuarto, las ocho y veinte, las ocho y veinticinco, las ocho y media, y Héctor sin venir. Yo estaba positivamente helado: me dolían los pies, me dolían las manos, me dolía el pecho, me dolía el pelo. La verdad es que si hubiese llevado mi abrigo café, lo más probable es que no hubiera sucedido nada. Pero esas son cosas del destino y les aseguro que a las tres de la tarde, hora en que salí de casa, nadie podía suponer que se levantara aquel viento. Las nueve menos veinticinco, las nueve menos veinte, las nueve menos cuarto. Transido, amoratado. Llegó a las nueve menos diez: tranquilo, sonriente y satisfecho. Con su grueso abrigo gris y sus guantes forrados:
- ¡Hola, amigo!
Así, sin más. No lo pude remediar: lo empujé bajo el tren que pasaba.


AMORES ENTRE GUARDIÁN Y CASUARINA
Ana María Shua
Argentina (1951)

Plaza pública. Guardián enamorado de Casuarina (secretamente incluso para sí mismo). Recorte del presupuesto municipal. Guardián trasladado a tareas de oficina. Casuarina languidece. Guardián languidece. Patéticos encuentros nocturnos. Con el correr de los días, casuarina transformada en palo borracho. Murmuraciones en el barrio. Una noche, trágico parto prematuro: vástago discretamente enterrado. Previsible crecimiento in situ de una planta desclasada y rebelde que se niega a permanecer atada a sus raíces pero tampoco quiere estudiar y bebe desordenadamente cerveza sentada en el cordón de la vereda.


HISTORIA DEL JOVEN CELOSO
Henri Pierre Cami
Francia (1884-1958)

Había una vez un hombre joven que estaba muy celoso de una joven muchacha bastante voluble. Un día le dijo: “Tus ojos miran a todo el mundo”. Entonces, le arrancó los ojos. Después le dijo: “Con tus manos puedes hacer gestos de invitación”.  Y le cortó las manos. “Todavía puede hablar con otros”, pensó. Y le extirpó la lengua. Luego, para impedirle sonreír a los eventuales admiradores, le arrancó todos los dientes. Por último, le cortó las piernas. “De este modo -se dijo- estaré más tranquilo”. Solamente entonces pudo dejar sin vigilancia a la joven muchacha que amaba. “Ella es fea –pensaba-, pero al menos será mía hasta la muerte”. Un día volvió a la casa y no encontró a la joven muchacha; ella había desaparecido, raptada por un exhibidor de fenómenos.


PERSONALIDAD DIVIDIDA
Álvaro Menen Desleal
El Salvador (1931-2000)

- Tengo razones fundadas, doctor -dijo el hombre de impoluto traje blanco, pacientemente recostado en el diván del psiquiatra-, para suponer que padezco de una personalidad dividida.
El psiquiatra anotó en su libretita que, tentativamente, desechaba la presencia de una esquizofrenia: en general, una persona afectada de tal dolencia evita la consulta con el médico. La consulta duró casi dos horas. Hubo preguntas cortas y respuestas largas. Aparentemente más tranquilo, el hombre se despidió del psiquiatra, pagó a una secretaria el valor de la consulta, y ganó la puerta. En la calle, vestido de negro riguroso, le esperaba otro hombre.
- ¿Lo confirmaste? -preguntó el hombre de negro.
- No sé -fue la respuesta del hombre de blanco.
Luego se fundieron en un sólo individuo, enfundado en un traje gris.


TABÚ
Enrique Anderson Imbert
Argentina (1910-2000)

El ángel de la guarda le susurró a Fabián, por detrás del hombro:
- ¡Cuidado, Fabián! Está dispuesto que mueras en cuanto pronuncies la palabra zangolotino.
- ¿Zangolotino? -pregunta Fabián azorado. Y muere.


EL VEREDICTO
Alfonso Reyes
México (1889-1959)

La mujer del fotógrafo era joven y muy bonita. Yo había ido en busca de mis fotos de pasaporte, pero ella no me lo quería creer.
- No, usted es el cobrador del alquiler, ¿verdad?
- No señora, soy un cliente. Llame usted a su esposo y se convencerá.
- Mi esposo no está aquí. Estoy enteramente sola por toda la tarde. Usted viene por el alquiler, ¿verdad?
Su pregunta se volvía un poco angustiosa. Comprendí, y comprendí su angustia: una vez dispuesta al sacrificio, prefería que todo sucediera con una persona presentable y afable.
- ¿Verdad que usted es el cobrador?
- Sí -le dije resuelto a todo-, pero hablaremos hoy de otra cosa.
Me pareció lo más piadoso. Con todo, no quise dejarla engañada y, al despedirme, le dije:
- Mira, yo no soy el cobrador. Pero aquí está el precio de la renta, para que no tengas que sufrir en manos de la casualidad.
Se lo conté después a un amigo que me juzgó muy mal:
- ¡Qué fraude! Vas a condenarte por eso.
Pero el Diablo, que nos oía dijo:
- No, se salvará.