Lord Byron
dijo aquella noche del 16 de junio de 1816: “¿Por qué no escribe cada uno un
cuento de espectros?”. Mary Shelley respondió a la proposición con un
relato repleto de antihéroes donde su principal protagonista realiza un viaje a
los infiernos, creando así una atmósfera asfixiante donde es capaz de conjugar
la crueldad y el crimen con la delicadeza y el amor. Con “Frankenstein o el
moderno Prometeo”, la “muchacha de tan sólo diecinueve años” -tal como ella
misma se definió- superó con creces las expectativas de aquella propuesta de
Byron. Con la novela gótica se idearon unos espacios y unos argumentos
literarios que escapaban a las categorías de la razón y en las que se
experimentaba lo inexplicable e irracional a través de personajes pasionales y
enigmáticos: todo ello con el fin de crear ese misterio que incapacitara
discernir la realidad de su contrario.
La obra de
Mary Shelley, como casi todas las novelas góticas de su período, mezcló una
temática visceral y marginal con una especulativa presentación de ideas sin
precedentes. La autora se ocupó en menor grado de los giros y cambios del argumento
y, en cambio, resaltó las luchas mentales y morales del protagonista, Victor
Frankenstein, combinando su propia dosis de romanticismo político con su crítica
al individualismo y el egocentrismo del romanticismo tradicional. La exaltación
romántica de una aparentemente ilimitada creatividad humana se refleja en la
ilusión del joven científico de poder franquear “las fronteras ideales de la
vida y la muerte”, “infundir vida a la materia inerte” y “devolver la vida” a
un muerto. Su motivación filantrópica será finalmente arruinada por la
apariencia del monstruo, al cual abandona y condena a la soledad, en un acto
que el monstruo no le perdonará. “Maldito sea el día en que recibí la vida,
maldito sea mi creador” -dirá el monstruo-. “¡Maldito creador! ¿Por qué me
hiciste vivir? ¿Por qué no perdí en aquel momento la llama de la existencia que
tan imprudentemente encendiste?”.
“Doctor
Fausto, Frankenstein y Dr. Jekyll y Mr. Hyde” (Fragmentos)
Beatriz
Villacañas (1964). Poeta, ensayista y crítica literaria española. Es doctora en
Filología Inglesa por la Universidad Complutense de Madrid, donde es profesora
de literatura inglesa e irlandesa. Es autora, entre otras obras, de los tomos
de ensayos “Literatura irlandesa” y “Los personajes femeninos en las novelas de
Thomas Hardy”; los poemarios “El silencio está lleno de nombres” y “La gravedad
y la manzana”; y los libros de cuentos “Tiempos rojos” y “Cita con la memoria”.
“Son los
secretos del cielo y de la tierra los que deseo aprender”, confiesa Victor Frankenstein
al comienzo de la narrativa de su historia. Para descubrir el principio de la vida,
estudia en profundidad la anatomía humana, se convierte en asiduo visitante de
cementerios y depósitos de cadáveres. La muerte, reconoce pronto el joven
doctor, va a serle imprescindible en su investigación. Los cuerpos de los
muertos le ayudarán a descubrir qué es la vida, dándole a él la posibilidad de
crearla a partir de la materia inerte e incluso descompuesta. Aunque el joven
doctor es consciente del deterioro de su aspecto y de sus nervios, como también
lo es de su alejamiento de sus seres queridos y de la preocupación que esto les
acarrea, ni su salud ni sus vínculos afectivos son motivo suficiente para que él
deje de perseguir su meta, lo que por fin, y para su horror, consigue en la
famosa noche de noviembre.
A partir
de este momento, el doctor Frankenstein será, como Dios, un creador. Pero la
criatura a la que acaba de insuflar el principio de la vida -su descubrimiento
secreto-, formada con restos de diferentes cadáveres humanos, no es hermosa
como él había intentado hacerla, sino horripilante. Al contemplar al ser al que
acaba de hacer vivir el doctor huye horrorizado: aquí comenzará la persecución
del creador por su criatura, del padre-dios por su hijo monstruoso. A partir de
aquí se unirán ineludiblemente los destinos de ambos hasta tal punto, y esto es
significativo, que en la imaginación popular el monstruo creado por
Frankenstein será conocido como “Frankenstein”. La criatura rechazada, odiada,
despreciada por su hacedor, sin nombre alguno en la novela de Mary Shelley, se
adueñará del nombre de aquél que le dio vida.
Mary Shelley
escribió “Frankenstein” en plena época romántica. No cabe duda de que su novela
y su protagonista son productos del Romanticismo. Pero se trata de un
Romanticismo que si bien le debe mucho a la época en que se fraguó y tuvo su
esplendor -último tercio del siglo XVIII y primero del XIX- consiste
fundamentalmente en una postura vital e intelectual que aunque encuentra
terreno fértil en el momento histórico mencionado, trasciende las barreras
temporales en la violencia de su imaginación y lo titánico de sus héroes.
En lo que
respecta a la ciencia propiamente dicha, conviene resaltar el interés que numerosos
escritores del período romántico sintieron por las investigaciones científicas
que, por un lado, arrojaban nueva luz sobre la fisiología y la psique humanas
y, por otro, parecían ofrecer nuevas posibilidades que para la mente romántica
tenían que ser por fuerza subyugantes. Tras los fallidos intentos, en el siglo XVIII,
de Benjamin Franklin de curar la parálisis con electrochoques, Galvani abre
nuevas esperanzas mostrando que la electricidad puede generar movimiento en un
ser inerte.
Es bien
conocido el interés que Lord Byron y P.B. Shelley sentían por los experimentos
de reputados científicos, y es de nuevo Mary Shelley quien da testimonio de
esto en el prefacio que escribió para su famosa novela. Claro está, no son sólo
las mentes de Byron y P.B. Shelley las que se excitan discutiendo estas
perturbadoras posibilidades científicas. Mary Shelley es quien plasmará su
indudable interés científico en su conocida novela. Es la mente de la
jovencísima Mary Shelley la que, azuzada por estas perspectivas, creará a uno
de los científicos más emblemáticos de todos los tiempos, el doctor Frankenstein,
padre de una criatura sin nombre que en la imaginación popular se adueñará del
nombre de su hacedor. La criatura que crea Victor Frankenstein presenta un
aspecto monstruoso que no es sino reflejo de lo monstruoso de la acción del joven
doctor que le ha dado la vida. Es víctima de un padre que le rechaza y aborrece
desde el mismo momento de su nacimiento, es víctima del rechazo de los hombres que,
rechazándole a él, rechazan lo monstruoso de su concepción.
Mary
Shelley, con espíritu humanitario, nos muestra la victimización de la criatura,
que termina convirtiéndose en verdugo: una de sus víctimas será el propio
Frankenstein, que ve cómo su hermano pequeño y su amada Elizabeth mueren a
manos de la criatura que él ha creado. Las consecuencias de una acción
transgresora no sólo son monstruosas, sino incontrolables. Esto nos dice esta
suprema parábola de la transgresión en la que el doctor Frankenstein es verdugo
y víctima de aquél a quién él victimiza por el hecho de crearle, de una
criatura que no es otra cosa que la prolongación de sí mismo. Frankenstein y su
criatura son inseparables. Sus nombres, como su destino, están unidos
irremediablemente.
“Frankenstein,
de Mary Shelley” (Fragmentos)
Gabriel
Jiménez Emán (1950). Narrador, poeta, ensayista, compilador y traductor
venezolano. Es autor, entre otras obras, de las novelas “Una fiesta memorable”
y “Paisaje con ángel caído”; los libros de cuentos “Relatos de otro mundo” y “La
gran jaqueca y otros cuentos crueles”; los poemarios “Baladas profanas” y “Materias
de sombra”; y los tomos de ensayos “Diálogos con la página” y “El contraescritor”.
Mary y sus
padres crearon una empresa editorial que vendía artículos de papelería, mapas,
juegos y libros para niños que también editó las obras de Percy B. Shelley.
Éste tuvo con el padre de Mary una relación difícil, aun cuando al principio se
identificó con las ideas de éste, quien luego lo demandaría por un asunto de
negocios, por lo cual rompieron. Mary y Percy mantuvieron su relación alejados
de aquel, llevándose con ellos incluso a una hermanastra de Mary. De ahí en
adelante soportaron innumerables dificultades económicas y de salud, derivadas
de las presiones familiares y emocionales que recaían sobre ellos, en
condiciones bastante sórdidas, donde Mary hubo de enfrentar un parto con la
lamentable muerte de su bebé. Se especula si éste hecho pudo inspirar en parte
la trama de un cuento que a la larga se convertiría en la novela en cuestión,
al estimular que su hijo pudiera volver a nacer a través de métodos
científicos. A su vez, la primera esposa de Percy se había suicidado en 1814, y
entonces éste se unió a Mary en cuanto pudo para poder vivir sus propias vidas
con independencia y tranquilidad. Pero no fue del todo así. Siguieron una serie
de acontecimientos complicados en todo sentido, que influyeron notablemente en
la construcción de la novela en ciernes, mezcla de muchas de las ideas de
Godwin, Shelley y de su madre Mary Wollstonecraft. El genio de Mary Shelley no
se expresa únicamente en esta novela, sino también en otra de matices
autobiográficos como “Mathilda”, escrita un año después. Aquí su escritura se
vuelca sobre experiencias personales a través de una prosa conmovedora, donde
se palpan las muertes de su padre, su esposo y sus hijos (su niño, William, se
llama también como el niño asesinado en Frankenstein) donde está presente el
rechazo de Mary hacia su padre cuando se vio obligada a huir con Percy.
Otra
novela suya importante es “El último hombre” (1826) -que casi triplica en
extensión a Frankenstein y es acaso su obra más ambiciosa- donde narra los
efectos de una plaga que arrasa con la humanidad en el año 2096 dejando
solamente a un sobreviviente, Mercey, acompañado de un perro, y donde también
se adelanta a los argumentos frecuentados por la ciencia-ficción, de
extraordinaria factura. Asimismo, una colección de cuentos góticos donde nos
muestra su versatilidad narrativa. En uno de éstos, “El mortal inmortal”,
Shelley explora las posibilidades de un personaje que no puede morir. Estoy
seguro de que todas estas historias influyeron notablemente en Edgar Allan Poe.
Shelley
logra para su momento uno de los milagros de la novelística gótica inglesa:
llevar a un grado maestro de credibilidad un argumento que va más allá de lo
puramente fantástico, situándose en un nivel de la narrativa de anticipación
que luego será conocido con el nombre de ciencia-ficción. Antes de Shelley, las
novelas góticas inglesas conocidas son “El castillo de Otranto” (1764) de
Horace Walpole y “Los misterios de Udolfo” (1794) de Anne Ratcliff. Ninguna de
las dos logra la credibilidad de Shelley ni en estructura ni en efectos
empleados: cadenas que se arrastran, aullidos de muertos, sombras fantásticas
por las paredes, alucinaciones nocturnas, aves de rapiña, etc. que al final se
disuelven en las tramas y dejan al lector saturado. Ni en “Frankenstein” ni en
“Drácula” ocurre esto: el lector queda paralizado por la real posibilidad de
que ocurran hechos insólitos, debido al empleo oportuno de los elementos
escenográficos, las descripciones, dubitaciones y miedos de los personajes van
aflorando lentamente en el relato.
Mary
Shelley ha construido el primer monstruo metafísico de la novela moderna. Su
creación es la semilla de casi todos nuestros androides, sean del tipo que fuesen.
La creatura (más cercano al término original inglés “creature” y no criatura,
que en nuestro continente está más referida a un niño recién nacido) les
aventaja a casi todos en profundidad psíquica y nos permite reflexionar acerca
de la naturaleza humana y sobre la proteica naturaleza de Dios o de los dioses,
o de los hombres que se piensan dioses cuando sólo son simples pasajeros
terrestres. Nos deja, además, una soberbia visión del amor familiar y del
respeto que debemos profesar a nuestra vida profesional y social. Todo esto y más,
dotado de una enorme dosis de poesía del mejor romanticismo de visos góticos y
de un elevado lenguaje, le debemos a Mary Shelley.