4 de marzo de 2019

Frankenstein, el moderno Prometeo de Mary Shelley (IV). Exégesis (2)


Lord Byron dijo aquella noche del 16 de junio de 1816: “¿Por qué no escribe cada uno un cuento de espectros?”. Mary Shelley respondió a la proposición con un relato repleto de antihéroes donde su principal protagonista realiza un viaje a los infiernos, creando así una atmósfera asfixiante donde es capaz de conjugar la crueldad y el crimen con la delicadeza y el amor. Con “Frankenstein o el moderno Prometeo”, la “muchacha de tan sólo diecinueve años” -tal como ella misma se definió- superó con creces las expectativas de aquella propuesta de Byron. Con la novela gótica se idearon unos espacios y unos argumentos literarios que escapaban a las categorías de la razón y en las que se experimentaba lo inexplicable e irracional a través de personajes pasionales y enigmáticos: todo ello con el fin de crear ese misterio que incapacitara discernir la realidad de su contrario.
La obra de Mary Shelley, como casi todas las novelas góticas de su período, mezcló una temática visceral y marginal con una especulativa presentación de ideas sin precedentes. La autora se ocupó en menor grado de los giros y cambios del argumento y, en cambio, resaltó las luchas mentales y morales del protagonista, Victor Frankenstein, combinando su propia dosis de romanticismo político con su crítica al individualismo y el egocentrismo del romanticismo tradicional. La exaltación romántica de una aparentemente ilimitada creatividad humana se refleja en la ilusión del joven científico de poder franquear “las fronteras ideales de la vida y la muerte”, “infundir vida a la materia inerte” y “devolver la vida” a un muerto. Su motivación filantrópica será finalmente arruinada por la apariencia del monstruo, al cual abandona y condena a la soledad, en un acto que el monstruo no le perdonará. “Maldito sea el día en que recibí la vida, maldito sea mi creador” -dirá el monstruo-. “¡Maldito creador! ¿Por qué me hiciste vivir? ¿Por qué no perdí en aquel momento la llama de la existencia que tan imprudentemente encendiste?”.

“Doctor Fausto, Frankenstein y Dr. Jekyll y Mr. Hyde” (Fragmentos)

Beatriz Villacañas (1964). Poeta, ensayista y crítica literaria española. Es doctora en Filología Inglesa por la Universidad Complutense de Madrid, donde es profesora de literatura inglesa e irlandesa. Es autora, entre otras obras, de los tomos de ensayos “Literatura irlandesa” y “Los personajes femeninos en las novelas de Thomas Hardy”; los poemarios “El silencio está lleno de nombres” y “La gravedad y la manzana”; y los libros de cuentos “Tiempos rojos” y “Cita con la memoria”.

“Son los secretos del cielo y de la tierra los que deseo aprender”, confiesa Victor Frankenstein al comienzo de la narrativa de su historia. Para descubrir el principio de la vida, estudia en profundidad la anatomía humana, se convierte en asiduo visitante de cementerios y depósitos de cadáveres. La muerte, reconoce pronto el joven doctor, va a serle imprescindible en su investigación. Los cuerpos de los muertos le ayudarán a descubrir qué es la vida, dándole a él la posibilidad de crearla a partir de la materia inerte e incluso descompuesta. Aunque el joven doctor es consciente del deterioro de su aspecto y de sus nervios, como también lo es de su alejamiento de sus seres queridos y de la preocupación que esto les acarrea, ni su salud ni sus vínculos afectivos son motivo suficiente para que él deje de perseguir su meta, lo que por fin, y para su horror, consigue en la famosa noche de noviembre.
A partir de este momento, el doctor Frankenstein será, como Dios, un creador. Pero la criatura a la que acaba de insuflar el principio de la vida -su descubrimiento secreto-, formada con restos de diferentes cadáveres humanos, no es hermosa como él había intentado hacerla, sino horripilante. Al contemplar al ser al que acaba de hacer vivir el doctor huye horrorizado: aquí comenzará la persecución del creador por su criatura, del padre-dios por su hijo monstruoso. A partir de aquí se unirán ineludiblemente los destinos de ambos hasta tal punto, y esto es significativo, que en la imaginación popular el monstruo creado por Frankenstein será conocido como “Frankenstein”. La criatura rechazada, odiada, despreciada por su hacedor, sin nombre alguno en la novela de Mary Shelley, se adueñará del nombre de aquél que le dio vida.
Mary Shelley escribió “Frankenstein” en plena época romántica. No cabe duda de que su novela y su protagonista son productos del Romanticismo. Pero se trata de un Romanticismo que si bien le debe mucho a la época en que se fraguó y tuvo su esplendor -último tercio del siglo XVIII y primero del XIX- consiste fundamentalmente en una postura vital e intelectual que aunque encuentra terreno fértil en el momento histórico mencionado, trasciende las barreras temporales en la violencia de su imaginación y lo titánico de sus héroes.
En lo que respecta a la ciencia propiamente dicha, conviene resaltar el interés que numerosos escritores del período romántico sintieron por las investigaciones científicas que, por un lado, arrojaban nueva luz sobre la fisiología y la psique humanas y, por otro, parecían ofrecer nuevas posibilidades que para la mente romántica tenían que ser por fuerza subyugantes. Tras los fallidos intentos, en el siglo XVIII, de Benjamin Franklin de curar la parálisis con electrochoques, Galvani abre nuevas esperanzas mostrando que la electricidad puede generar movimiento en un ser inerte.
Es bien conocido el interés que Lord Byron y P.B. Shelley sentían por los experimentos de reputados científicos, y es de nuevo Mary Shelley quien da testimonio de esto en el prefacio que escribió para su famosa novela. Claro está, no son sólo las mentes de Byron y P.B. Shelley las que se excitan discutiendo estas perturbadoras posibilidades científicas. Mary Shelley es quien plasmará su indudable interés científico en su conocida novela. Es la mente de la jovencísima Mary Shelley la que, azuzada por estas perspectivas, creará a uno de los científicos más emblemáticos de todos los tiempos, el doctor Frankenstein, padre de una criatura sin nombre que en la imaginación popular se adueñará del nombre de su hacedor. La criatura que crea Victor Frankenstein presenta un aspecto monstruoso que no es sino reflejo de lo monstruoso de la acción del joven doctor que le ha dado la vida. Es víctima de un padre que le rechaza y aborrece desde el mismo momento de su nacimiento, es víctima del rechazo de los hombres que, rechazándole a él, rechazan lo monstruoso de su concepción.
Mary Shelley, con espíritu humanitario, nos muestra la victimización de la criatura, que termina convirtiéndose en verdugo: una de sus víctimas será el propio Frankenstein, que ve cómo su hermano pequeño y su amada Elizabeth mueren a manos de la criatura que él ha creado. Las consecuencias de una acción transgresora no sólo son monstruosas, sino incontrolables. Esto nos dice esta suprema parábola de la transgresión en la que el doctor Frankenstein es verdugo y víctima de aquél a quién él victimiza por el hecho de crearle, de una criatura que no es otra cosa que la prolongación de sí mismo. Frankenstein y su criatura son inseparables. Sus nombres, como su destino, están unidos irremediablemente.

“Frankenstein, de Mary Shelley” (Fragmentos)
Gabriel Jiménez Emán (1950). Narrador, poeta, ensayista, compilador y traductor venezolano. Es autor, entre otras obras, de las novelas “Una fiesta memorable” y “Paisaje con ángel caído”; los libros de cuentos “Relatos de otro mundo” y “La gran jaqueca y otros cuentos crueles”; los poemarios “Baladas profanas” y “Materias de sombra”; y los tomos de ensayos “Diálogos con la página” y “El contraescritor”.

Mary y sus padres crearon una empresa editorial que vendía artículos de papelería, mapas, juegos y libros para niños que también editó las obras de Percy B. Shelley. Éste tuvo con el padre de Mary una relación difícil, aun cuando al principio se identificó con las ideas de éste, quien luego lo demandaría por un asunto de negocios, por lo cual rompieron. Mary y Percy mantuvieron su relación alejados de aquel, llevándose con ellos incluso a una hermanastra de Mary. De ahí en adelante soportaron innumerables dificultades económicas y de salud, derivadas de las presiones familiares y emocionales que recaían sobre ellos, en condiciones bastante sórdidas, donde Mary hubo de enfrentar un parto con la lamentable muerte de su bebé. Se especula si éste hecho pudo inspirar en parte la trama de un cuento que a la larga se convertiría en la novela en cuestión, al estimular que su hijo pudiera volver a nacer a través de métodos científicos. A su vez, la primera esposa de Percy se había suicidado en 1814, y entonces éste se unió a Mary en cuanto pudo para poder vivir sus propias vidas con independencia y tranquilidad. Pero no fue del todo así. Siguieron una serie de acontecimientos complicados en todo sentido, que influyeron notablemente en la construcción de la novela en ciernes, mezcla de muchas de las ideas de Godwin, Shelley y de su madre Mary Wollstonecraft. El genio de Mary Shelley no se expresa únicamente en esta novela, sino también en otra de matices autobiográficos como “Mathilda”, escrita un año después. Aquí su escritura se vuelca sobre experiencias personales a través de una prosa conmovedora, donde se palpan las muertes de su padre, su esposo y sus hijos (su niño, William, se llama también como el niño asesinado en Frankenstein) donde está presente el rechazo de Mary hacia su padre cuando se vio obligada a huir con Percy.
Otra novela suya importante es “El último hombre” (1826) -que casi triplica en extensión a Frankenstein y es acaso su obra más ambiciosa- donde narra los efectos de una plaga que arrasa con la humanidad en el año 2096 dejando solamente a un sobreviviente, Mercey, acompañado de un perro, y donde también se adelanta a los argumentos frecuentados por la ciencia-ficción, de extraordinaria factura. Asimismo, una colección de cuentos góticos donde nos muestra su versatilidad narrativa. En uno de éstos, “El mortal inmortal”, Shelley explora las posibilidades de un personaje que no puede morir. Estoy seguro de que todas estas historias influyeron notablemente en Edgar Allan Poe.
Shelley logra para su momento uno de los milagros de la novelística gótica inglesa: llevar a un grado maestro de credibilidad un argumento que va más allá de lo puramente fantástico, situándose en un nivel de la narrativa de anticipación que luego será conocido con el nombre de ciencia-ficción. Antes de Shelley, las novelas góticas inglesas conocidas son “El castillo de Otranto” (1764) de Horace Walpole y “Los misterios de Udolfo” (1794) de Anne Ratcliff. Ninguna de las dos logra la credibilidad de Shelley ni en estructura ni en efectos empleados: cadenas que se arrastran, aullidos de muertos, sombras fantásticas por las paredes, alucinaciones nocturnas, aves de rapiña, etc. que al final se disuelven en las tramas y dejan al lector saturado. Ni en “Frankenstein” ni en “Drácula” ocurre esto: el lector queda paralizado por la real posibilidad de que ocurran hechos insólitos, debido al empleo oportuno de los elementos escenográficos, las descripciones, dubitaciones y miedos de los personajes van aflorando lentamente en el relato.
Mary Shelley ha construido el primer monstruo metafísico de la novela moderna. Su creación es la semilla de casi todos nuestros androides, sean del tipo que fuesen. La creatura (más cercano al término original inglés “creature” y no criatura, que en nuestro continente está más referida a un niño recién nacido) les aventaja a casi todos en profundidad psíquica y nos permite reflexionar acerca de la naturaleza humana y sobre la proteica naturaleza de Dios o de los dioses, o de los hombres que se piensan dioses cuando sólo son simples pasajeros terrestres. Nos deja, además, una soberbia visión del amor familiar y del respeto que debemos profesar a nuestra vida profesional y social. Todo esto y más, dotado de una enorme dosis de poesía del mejor romanticismo de visos góticos y de un elevado lenguaje, le debemos a Mary Shelley.