Luis
Sepúlveda tiene en su haber más de una treintena de trabajos publicados en los
cuales ha cultivado diversos perfiles de la narrativa tales como el relato
ecologista, la novela de intriga y la crónica de viajes. También ha
incursionado en la novela policíaca y la novela negra. Entre estos últimos se
pueden mencionar “Nombre de torero”, “Diario de un killer
sentimental”/“Yacaré”, “El fin de la historia” y “Hot line”. Como colaborador
de múltiples periódicos y revistas de España y América Latina ha escrito
decenas de artículos, muchos de los cuales fueron recopilados en los tomos “La
locura de Pinochet”, “Moleskine, apuntes y reflexiones”, “El poder de los
sueños” y “Una Historia que debo contar”. Entre sus aportes a la literatura
juvenil (fábulas “para niños de 8 a 88 años”, como él mismo las define) figuran
“Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar”, “Historia de un
perro llamado Leal”, “Historias de Mix, de Max, y de Mex” e “Historia de un
caracol que descubrió la importancia de la lentitud”. Además, en coautoría con
otros escritores, ha publicado “El juego de la intriga”, “Los peores cuentos de
los hermanos Grimm” y “Una idea de la felicidad”. “Nunca he ido detrás de las
historias -declaró en alguna oportunidad-. Estoy convencido de que eso tan
formidable que llaman vida está llena de historias, pero deciden quién tiene
que contarlas y son ellas las que te eligen”. Esta idea está presente no sólo
en sus crónicas y novelas, también lo está en sus libros de cuentos “La lámpara
de Aladino”, “Los miedos, las vidas, las muertes y otras alucinaciones”,
“Desencuentros” e “Historias marginales”. Sepúlveda trabajó como profesor
invitado en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander (España)
y fue nombrado Doctor Honoris Causa por las facultades de Literatura de las
universidades de Toulon (Francia) y Urbino (Italia). También fue distinguido
como Caballero de las Artes y las Letras de la República Francesa. A
continuación, la tercera y última parte de la recopilación de extractos de entrevistas
que el escritor chileno concediera a distintos medios periodísticos a lo largo
de los últimos veinte años.
Sus relatos parten de situaciones que ha vivido
y de lugares a los que ha viajado. ¿Podría ambientar un cuento en la luna?
No sé.
Todos los relatos tienen siempre que ver con historias personales. Soy un
escritor de ficciones pero prefiero escribir sobre referencias que tengo más
próximas y que son mis experiencias personales. Incluso mis libros más
propiamente de ficción siempre hay gran parte de una experiencia personal.
Recurre también a los hoteles, esos lugares de
paso en los que se encuentran todo tipo de historias...
Tengo una
relación muy particular con los hoteles porque nací en un hotel y supongo que
eso me tiene predestinado a tener una suerte de cariño muy particular por los
hoteles. Siempre me han parecido muy subjetivas las habitaciones de los
hoteles, el saber que alguien estuvo antes que tú, siempre deja algo. Lo
primero que hago al llegar a una habitación de un hotel es abrir todas las
puertas, todos los cajones, y siempre encuentro algo, ya sea una aspirina o los
cargadores del teléfono que ahora todos vamos olvidando y heredando. Eso habla
de quien estuvo ahí, y eso ya es el comienzo de una historia.
Con la ciencia-ficción no, pero sí se atreve con
las historias de detectives...
Sí, me
encanta también indagar en todos los géneros y hay un relato que tiene el
formato de una novela corta que podría ser del género negro. Me gusta indagar
sobre la paradoja de ser una persona aparentemente anodina, que nunca se ha
metido en nada, y que de pronto, por el simple hecho de que alguien tiene su
número de teléfono, se mete en una tremenda dificultad. Lo que te va entregando
la vida y se va convirtiendo en un juego literario.
Muestra también una sociedad en la que todo el
mundo es sospechoso...
Sí, de
alguna manera todos somos sospechosos. La presunción de inocencia no es una
figura poética. Se supone que todos somos inocentes hasta que se demuestre lo
contrario, pero en realidad somos todos culpables, es el trato que estamos
recibiendo. Si tienes que pasar por el detector de metales para entrar en el
aeropuerto es porque están suponiendo que llevas un arma y puedes poner en
peligro la vida de los demás. Si tienes que aceptar que en el supermercado te
vigilen con cámaras es porque suponen que eres un ladrón y no una persona
honrada. Somos culpables de antemano y lo aceptamos como borregos.
Usted ha escrito cuentos y novelas policíacas. A
pesar de que este género tenga grandes nombres de referencia en la literatura
mundial, está infravalorado por la crítica. Cuando usted opta por escribir en
este género, ¿piensa en la recepción de la crítica?
La crítica
me importa un soberano carajo. No la
leo, la ignoro. Yo sé que la gente encasilla la literatura: esto es policíaca,
esto es comedia… es muy cómodo.
Generalmente son muy malos lectores, y como no entienden lo que han
leído, la solución más fácil que tienen
es encasillar. Yo he escrito algunas novelas de pretexto, una narración de
corte policíaco, pero que hace más sentido en eso que se llama la novela negra
latino americana, porque es una síntesis donde hay muchos géneros: novela
histórica, la policíaca, la de aventura y también la de comunidad y que ha
contribuido a ser “la” memoria de América latina. En muchos aspectos la memoria
de América latina, sobre todo en los países del cono sur, se ha mantenido
porque los escritores tomábamos la misión de mantenerla viva en nuestros
libros, en nuestra literatura. De lo que tenía que ser literatura popular nace
ese género que se llama la literatura negra latinoamericana. Me gusta mucho la
novela policíaca escrita a la manera televisional, pero incluso en el mundo, la
novela ha evolucionado, cuando con el pretexto de contarnos una historia criminal
nos cuenta el gran problema social del “apartheid” de Sudáfrica, está
escribiendo una enorme literatura. Cuando Anadule Allison sale con el pretexto
de contarnos una historia policíaca, nos está contando una gran reflexión sobre
el problema de la violencia contra las mujeres y hace una literatura enorme. No
me fío y no sigo totalmente los géneros, porque son para violarlos y para inventarlos.
En “Nombre de torero” podemos ver reflejados
aspectos de las dictaduras ¿Existiría, en su opinión, un rasgo común en las
dictaduras que han sufrido diversos países a lo largo del siglo?
El éxito.
Todas fueran apoyadas e incentivadas y ordenadas por Estados Unidos de América,
por el imperialismo. Vea el éxito que tienen. Y luego hay la enorme
bestialidad, porque si pensamos que la
única integración efectiva que existió en América latina fue la brutalidad, la
de la operación Cóndor, con argentinos, chilenos y uruguayos.
Usted ha sido en Chile, en su exilio y durante
toda su vida como periodista y autor, un hombre de combate. Con el cuerpo y con
la palabra.
Fuimos
personas que estuvimos en la primera persona de fuego, fuimos combatientes,
pero no hay que hacer de esto un mito. Era la época la que lo exigía, el tiempo
lo exigía.
Cuarenta años después, el panorama sociopolítico
es otro. En tanto los años ‘70 se han transformado en recuerdos revividos en
“El uzbeko mudo y otras historias clandestinas”, el siglo XXI presenta desafíos
bien distintos.
El mundo
ha cambiado evidentemente. Hoy vemos la necesidad de resistir a los nuevos
mecanismos de dominación. Tal vez esto es muy duro pero creo que contra lo que
más hay que resistir hoy en día es contra algo que está en nuestras propias
filas y se llama corrupción. En el caso de los chilenos, las personas de
izquierda nos estamos enfrentando a una corrupción terrible dentro de nuestra
propia gente. Es muy amargo de decir pero no es nada nuevo y no pasa solamente
en Chile. En Francia, un alcalde que había sido primero trotskista, después
progresista y ahora como funcionario va con gendarmes armados llamando a las
puertas de los inmigrantes para decirles que no son bienvenidos en su ciudad.
Hoy hay corrupción económica y hay corrupción moral. Hay que resistirse, el
resistir es una actitud vital y es una resistencia que no puede tener descanso.
Me encantaría vivir en un mundo donde uno pudiera dedicarse solamente a la
ficción pero, caray, la realidad está ahí y es terriblemente injusta.
“El fin de la historia” fue una sentencia
dictaminada por un minipensador de origen oriental tristemente conocido como
Fukushama. Juan Belmonte y otros protagonistas de su novela -que lleva ese
título- no creen que la historia haya terminado. Hay mucho suspenso en la
novela.
Primero
tengo que decir que esta novela parte de un hecho muy real que ocurrió en un
día de verano del año 2005, cuando una delegación de kosakos llegó hasta el
Palacio de la Moneda -el palacio presidencial en Santiago de Chile-. Los
chilenos estaban asombrados de ver a unos tipos con gorro de piel que andaban
caminando por la calle con cuarenta grados de calor y pensaron que se trataba
de una delegación del circo ruso, pero no: eran kosakos de verdad e iban a
hablar con la presidenta Bachellet para pedirle la liberación de un tipo que
era un criminal de guerra que está condenado por crímenes de lesa humanidad,
torturas, asesinato, desaparición de personas, robo -todo lo que hicieron en la
dictadura-. Estaba condenado a
setecientos u ochocientos años de cárcel y le esperaban todavía un montón de
juicios. Van a pedir la libertad de este tipo con un argumento muy extraño: se
trataba del último gran Atamán de los kosacos, nieto de Pioter Krassnov -uno de
los grandes Atamanes- que fue perdonado por León Trotsky en el inicio de la
revolución rusa. El nieto fue a dar a Chile y se transformó en uno de los
peores torturadores de la dictadura. Cuando supe esa noticia, empecé
inmediatamente a preguntarme qué pasaría si deciden hacer algo por liberarlo.
Todas las novelas nacen siempre de esa pregunta que te lleva a la ucronía: ¿qué
pasaría si? Ahí empecé a pensar qué es lo que harían, a quién enviarían y cuál
sería el único oponente a ellos.
Los cuentos de “La lámpara de Aladino” parecen
hechos a fuego lento ¿cómo fue el proceso de escritura?
Cuando uno
escribe relatos, no los escribe con la idea de hacer un libro de relatos, sabe
que tarde o temprano se van a reunir. El relato es un género que me gusta
porque es un género que requiere oficio, tienes que tener mucho camino
recorrido como escritor para atreverte con el relato, porque al revés de la
novela, en la que puedes participar muy activamente: si escribes una novela y
crees que un capítulo está débil, sabes que en el siguiente lo vas a levantar.
En cambio, el relato sale o no sale. El relato se instala en ti, madura dentro
de ti, se sedimenta, se decanta, y cuando tiene que salir, sale entero o no
sale. Hay algunos que escribes en una noche, y otros están escritos, pero
tienes que esperar a que salga el resto.
El objetivo es más bien conservar su memoria...
Para que
quede ese registro, sí. La literatura es eso, la literatura es la memoria de la
humanidad.
¿Qué papel juega la literatura en la
recuperación de la memoria?
La
literatura juega un papel muy pequeño. Puede que algunos libros coayuden a que
la gente reflexione sobre el tema de la memoria, pero lo que realmente logra
cosas es la acción ciudadana. Como escritor puedes hacer muy poco. Puedes hacer
como ciudadano, porque se es ciudadano primero y escritor después. Ser
ciudadano es algo definitivo y ser escritor es algo circunstancial, pero si
puedes combinar las dos cosas es mucho mejor. Yo me enfrento a la vida desde
una posición rigurosamente ética, y me enfrento con la literatura desde una
posición rigurosamente estética. Intento que mi literatura tenga la misma ética
con que yo me enfrento con la vida e intento que la vida adquiera parte de la
estética con la que yo trato mi literatura.
Escribe, como decíamos antes, para maduros y
para niños, pero dice que los primeros son lectores más exigentes porque su
imaginación está en estado puro.
Sí. Los
niños son los más exigentes de los lectores. Los niños son surrealistas. Los
niños no conocen límites a su imaginación. Si tú alguna vez ves dos chicos que
están peleándose verbalmente, las cosas que se dicen son surrealistas. Un chico
de trece años le dice al otro: “Voy a mi casa y te voy a traer un clavo y un
martillo y te voy a clavar una oreja”. Si tú lo suavizas es horrible, no puede
ser. Y el otro responde: “Yo voy a ir a mi casa y voy a traer la sierra y te
voy a cortar uno a uno los dedos”. Quizá son eficientes porque les gustan las
historias escritas con un lenguaje sin ambigüedades. Les gusta el lenguaje
directo, inequívoco. Y al mismo tiempo les encanta que haya una dosis de poesía
fuerte en lo que leen. Yo tengo seis hijos. Todos han sido lectores y siguen
siendo buenos lectores. Muchas veces me preocupé de preguntarles por qué les
gusta tanto tal autor. Por ejemplo, el autor de “La historia interminable”,
Michael Ende. Ese autor les encantaba justamente por una serie de personajes,
como pueden ser los dragones, la historia de un libro que no se termina nunca
pero al mismo tiempo está escrita con un lenguaje tan directo, con una
concisión del lenguaje y con una poesía que fue la clave que subyugó a los
chicos y los transformó en lectores. La misma historia de Harry Potter tiene
una dosis poética muy grande. A los chicos lo que no les gusta es que los
aburran con moralinas. Basta con las que reciben en la casa y en la escuela.
También les atrae mucho el mundo de los animales.
Sí, sí.
Les encanta sobre todo eso de que los animales adquieran ciertas
características que son solamente del género humano pero que les permita ver
con distancia. Y esas propias características, al ser protagonizadas por
animales, les permite entender mejor al género humano, las conductas.
¿Sólo a través de fábulas podía contar que la
lealtad y la libertad son valores posibles?
Sí, y para
llegar a todos los lectores. Prefiero decir lectores de pocos años que lector
infantil, porque es el lector más exigente al estar su imaginación en estado
puro. Te exige mucho más.
¿No estamos contaminando esa imaginación por el
mal uso de la tecnología?
Bueno,
vivimos un momento de enajenación por el mal uso de la tecnología, pero en el
mundo que a mí me rodea, tengo hijos y nietos, y han tenido consolas y han
jugado a videojuegos, han terminado volviendo. Y les oyes decir: mejor voy a
ver una buena película o voy a leer un buen libro.
Se hace hasta raro escuchar: voy a leer un buen
libro. Porque voy a leer un libro todavía, pero voy a leer un buen libro es
raro...
Sí, es
raro, pero hay lectores. Somos el 5% de lectores, y ojalá no decrezca. Y es un
lector que exige literatura que no sea solamente entretenimiento.
Con todo lo que usted ha vivido, cuando mira
atrás ¿qué ve?
Me llevo
muy bien con la nostalgia y no permito que se convierta en melancolía, que es
la felicidad por estar triste. Yo nací y crecí en un país que ya no existe.
Sólo lo tengo en mi memoria, pero esa es nostalgia sana, a la otra no la dejo
entrar.
Y el presente, ¿cómo lo vive?
Con mucha
bronca y tratando de participar en todo lo que pueda para ayudar. Hay mucha
desazón y miedo. La gente se siente sola. El mundo de compartir es cada vez más
pequeño, y trato de decir: es posible imaginar otro mundo, pero hemos cedido el
poder de la imaginación.
Con ello y la desmemoria, estamos perdiendo
demasiado...
Han
confundido el presente con la actualidad y sólo si entiendes el pasado puedes
entender el presente. La actualidad es como una condena, es un tiempo que no se
mueve.
Si no fuera sólo un 5% el que leyera igual no
nos pasaba esto...
Claro,
porque leer te da muchos puntos de vista. Leer es liberador. Y por eso nos
bombardean con sucedáneos.
¿Lo más importante que le han dado sus libros?
Hace unos
años un chico argentino se me acercó y me dijo: soy hijo de un padre
desaparecido y lo odié siempre porque nunca estaba. Odié su ausencia. Cuando
leí “Nombre de torero” comprendí a mi padre. Que un libro mío consiguiera que
dejara de odiar a su padre me parece de las cosas más importantes.
¿Cree que América Latina tiene solución o que
está condenada desde la colonización?
El
continente americano es el continente de la esperanza al sur del río Bravo. Una
razón es que es un continente con una historia muy joven, donde las grandes
empresas todavía no han empezado y las que han empezado han sido cercenadas
violentamente, como el caso chileno, era una transición pacífica a una forma de
vida mejor que no era el socialismo de los países del este, sino un estado de
bienestar. Además, la gente empieza a preguntarse cómo es posible que los
países de Centroamérica, donde el componente indígena es mayoritario, continúe
siendo una minoría blanca o mestiza europeizada la que siga conservando el
poder de forma casi eterna. En este sentido, empiezan a producirse cambios
bastante rigurosos. Es difícil entender que hay sectores de la humanidad que no
están luchando ni por tomar el poder, ni por el pan, sino porque el resto de la
sociedad reconozca su existencia, como pasa en Chiapas. Es un continente lleno
de esperanza y cuanto más débil sea el capitalismo a nivel planetario, mayores
son las esperanzas para ese continente. Ahora, cuando Bush llama a suspender
temporalmente la economía libre de mercado es porque algo está funcionando muy
mal en el mundo, y eso es un factor esperanzador para América Latina porque
tiene que tener reglas propias para su desarrollo. Queremos desarrollar
nuestros países, pero de forma sostenible.