22 de marzo de 2019

Luis Sepúlveda: “La literatura siempre ha sido una constante reflexión sobre la condición humana” (3)


Luis Sepúlveda tiene en su haber más de una treintena de trabajos publicados en los cuales ha cultivado diversos perfiles de la narrativa tales como el relato ecologista, la novela de intriga y la crónica de viajes. También ha incursionado en la novela policíaca y la novela negra. Entre estos últimos se pueden mencionar “Nombre de torero”, “Diario de un killer sentimental”/“Yacaré”, “El fin de la historia” y “Hot line”. Como colaborador de múltiples periódicos y revistas de España y América Latina ha escrito decenas de artículos, muchos de los cuales fueron recopilados en los tomos “La locura de Pinochet”, “Moleskine, apuntes y reflexiones”, “El poder de los sueños” y “Una Historia que debo contar”. Entre sus aportes a la literatura juvenil (fábulas “para niños de 8 a 88 años”, como él mismo las define) figuran “Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar”, “Historia de un perro llamado Leal”, “Historias de Mix, de Max, y de Mex” e “Historia de un caracol que descubrió la importancia de la lentitud”. Además, en coautoría con otros escritores, ha publicado “El juego de la intriga”, “Los peores cuentos de los hermanos Grimm” y “Una idea de la felicidad”. “Nunca he ido detrás de las historias -declaró en alguna oportunidad-. Estoy convencido de que eso tan formidable que llaman vida está llena de historias, pero deciden quién tiene que contarlas y son ellas las que te eligen”. Esta idea está presente no sólo en sus crónicas y novelas, también lo está en sus libros de cuentos “La lámpara de Aladino”, “Los miedos, las vidas, las muertes y otras alucinaciones”, “Desencuentros” e “Historias marginales”. Sepúlveda trabajó como profesor invitado en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander (España) y fue nombrado Doctor Honoris Causa por las facultades de Literatura de las universidades de Toulon (Francia) y Urbino (Italia). También fue distinguido como Caballero de las Artes y las Letras de la República Francesa. A continuación, la tercera y última parte de la recopilación de extractos de entrevistas que el escritor chileno concediera a distintos medios periodísticos a lo largo de los últimos veinte años.


Sus relatos parten de situaciones que ha vivido y de lugares a los que ha viajado. ¿Podría ambientar un cuento en la luna?

No sé. Todos los relatos tienen siempre que ver con historias personales. Soy un escritor de ficciones pero prefiero escribir sobre referencias que tengo más próximas y que son mis experiencias personales. Incluso mis libros más propiamente de ficción siempre hay gran parte de una experiencia personal.

Recurre también a los hoteles, esos lugares de paso en los que se encuentran todo tipo de historias...

Tengo una relación muy particular con los hoteles porque nací en un hotel y supongo que eso me tiene predestinado a tener una suerte de cariño muy particular por los hoteles. Siempre me han parecido muy subjetivas las habitaciones de los hoteles, el saber que alguien estuvo antes que tú, siempre deja algo. Lo primero que hago al llegar a una habitación de un hotel es abrir todas las puertas, todos los cajones, y siempre encuentro algo, ya sea una aspirina o los cargadores del teléfono que ahora todos vamos olvidando y heredando. Eso habla de quien estuvo ahí, y eso ya es el comienzo de una historia.

Con la ciencia-ficción no, pero sí se atreve con las historias de detectives...

Sí, me encanta también indagar en todos los géneros y hay un relato que tiene el formato de una novela corta que podría ser del género negro. Me gusta indagar sobre la paradoja de ser una persona aparentemente anodina, que nunca se ha metido en nada, y que de pronto, por el simple hecho de que alguien tiene su número de teléfono, se mete en una tremenda dificultad. Lo que te va entregando la vida y se va convirtiendo en un juego literario.

Muestra también una sociedad en la que todo el mundo es sospechoso...

Sí, de alguna manera todos somos sospechosos. La presunción de inocencia no es una figura poética. Se supone que todos somos inocentes hasta que se demuestre lo contrario, pero en realidad somos todos culpables, es el trato que estamos recibiendo. Si tienes que pasar por el detector de metales para entrar en el aeropuerto es porque están suponiendo que llevas un arma y puedes poner en peligro la vida de los demás. Si tienes que aceptar que en el supermercado te vigilen con cámaras es porque suponen que eres un ladrón y no una persona honrada. Somos culpables de antemano y lo aceptamos como borregos.

Usted ha escrito cuentos y novelas policíacas. A pesar de que este género tenga grandes nombres de referencia en la literatura mundial, está infravalorado por la crítica. Cuando usted opta por escribir en este género, ¿piensa en la recepción de la crítica?

La crítica me importa un soberano carajo.  No la leo, la ignoro. Yo sé que la gente encasilla la literatura: esto es policíaca, esto es comedia… es muy cómodo.  Generalmente son muy malos lectores, y como no entienden lo que han leído,  la solución más fácil que tienen es encasillar. Yo he escrito algunas novelas de pretexto, una narración de corte policíaco, pero que hace más sentido en eso que se llama la novela negra latino americana, porque es una síntesis donde hay muchos géneros: novela histórica, la policíaca, la de aventura y también la de comunidad y que ha contribuido a ser “la” memoria de América latina. En muchos aspectos la memoria de América latina, sobre todo en los países del cono sur, se ha mantenido porque los escritores tomábamos la misión de mantenerla viva en nuestros libros, en nuestra literatura. De lo que tenía que ser literatura popular nace ese género que se llama la literatura negra latinoamericana. Me gusta mucho la novela policíaca escrita a la manera televisional, pero incluso en el mundo, la novela ha evolucionado, cuando con el pretexto de contarnos una historia criminal nos cuenta el gran problema social del “apartheid” de Sudáfrica, está escribiendo una enorme literatura. Cuando Anadule Allison sale con el pretexto de contarnos una historia policíaca, nos está contando una gran reflexión sobre el problema de la violencia contra las mujeres y hace una literatura enorme. No me fío y no sigo totalmente los géneros, porque son para violarlos y  para inventarlos.

En “Nombre de torero” podemos ver reflejados aspectos de las dictaduras ¿Existiría, en su opinión, un rasgo común en las dictaduras que han sufrido diversos países a lo largo del siglo?

El éxito. Todas fueran apoyadas e incentivadas y ordenadas por Estados Unidos de América, por el imperialismo. Vea el éxito que tienen. Y luego hay la enorme bestialidad, porque si pensamos que  la única integración efectiva que existió en América latina fue la brutalidad, la de la operación Cóndor, con argentinos, chilenos y uruguayos.

Usted ha sido en Chile, en su exilio y durante toda su vida como periodista y autor, un hombre de combate. Con el cuerpo y con la palabra.

Fuimos personas que estuvimos en la primera persona de fuego, fuimos combatientes, pero no hay que hacer de esto un mito. Era la época la que lo exigía, el tiempo lo exigía.

Cuarenta años después, el panorama sociopolítico es otro. En tanto los años ‘70 se han transformado en recuerdos revividos en “El uzbeko mudo y otras historias clandestinas”, el siglo XXI presenta desafíos bien distintos.

El mundo ha cambiado evidentemente. Hoy vemos la necesidad de resistir a los nuevos mecanismos de dominación. Tal vez esto es muy duro pero creo que contra lo que más hay que resistir hoy en día es contra algo que está en nuestras propias filas y se llama corrupción. En el caso de los chilenos, las personas de izquierda nos estamos enfrentando a una corrupción terrible dentro de nuestra propia gente. Es muy amargo de decir pero no es nada nuevo y no pasa solamente en Chile. En Francia, un alcalde que había sido primero trotskista, después progresista y ahora como funcionario va con gendarmes armados llamando a las puertas de los inmigrantes para decirles que no son bienvenidos en su ciudad. Hoy hay corrupción económica y hay corrupción moral. Hay que resistirse, el resistir es una actitud vital y es una resistencia que no puede tener descanso. Me encantaría vivir en un mundo donde uno pudiera dedicarse solamente a la ficción pero, caray, la realidad está ahí y es terriblemente injusta.

“El fin de la historia” fue una sentencia dictaminada por un minipensador de origen oriental tristemente conocido como Fukushama. Juan Belmonte y otros protagonistas de su novela -que lleva ese título- no creen que la historia haya terminado. Hay mucho suspenso en la novela.

Primero tengo que decir que esta novela parte de un hecho muy real que ocurrió en un día de verano del año 2005, cuando una delegación de kosakos llegó hasta el Palacio de la Moneda -el palacio presidencial en Santiago de Chile-. Los chilenos estaban asombrados de ver a unos tipos con gorro de piel que andaban caminando por la calle con cuarenta grados de calor y pensaron que se trataba de una delegación del circo ruso, pero no: eran kosakos de verdad e iban a hablar con la presidenta Bachellet para pedirle la liberación de un tipo que era un criminal de guerra que está condenado por crímenes de lesa humanidad, torturas, asesinato, desaparición de personas, robo -todo lo que hicieron en la dictadura-. Estaba condenado  a setecientos u ochocientos años de cárcel y le esperaban todavía un montón de juicios. Van a pedir la libertad de este tipo con un argumento muy extraño: se trataba del último gran Atamán de los kosacos, nieto de Pioter Krassnov -uno de los grandes Atamanes- que fue perdonado por León Trotsky en el inicio de la revolución rusa. El nieto fue a dar a Chile y se transformó en uno de los peores torturadores de la dictadura. Cuando supe esa noticia, empecé inmediatamente a preguntarme qué pasaría si deciden hacer algo por liberarlo. Todas las novelas nacen siempre de esa pregunta que te lleva a la ucronía: ¿qué pasaría si? Ahí empecé a pensar qué es lo que harían, a quién enviarían y cuál sería el único oponente a ellos. 

Los cuentos de “La lámpara de Aladino” parecen hechos a fuego lento ¿cómo fue el proceso de escritura?

Cuando uno escribe relatos, no los escribe con la idea de hacer un libro de relatos, sabe que tarde o temprano se van a reunir. El relato es un género que me gusta porque es un género que requiere oficio, tienes que tener mucho camino recorrido como escritor para atreverte con el relato, porque al revés de la novela, en la que puedes participar muy activamente: si escribes una novela y crees que un capítulo está débil, sabes que en el siguiente lo vas a levantar. En cambio, el relato sale o no sale. El relato se instala en ti, madura dentro de ti, se sedimenta, se decanta, y cuando tiene que salir, sale entero o no sale. Hay algunos que escribes en una noche, y otros están escritos, pero tienes que esperar a que salga el resto.

El objetivo es más bien conservar su memoria...

Para que quede ese registro, sí. La literatura es eso, la literatura es la memoria de la humanidad.

¿Qué papel juega la literatura en la recuperación de la memoria?

La literatura juega un papel muy pequeño. Puede que algunos libros coayuden a que la gente reflexione sobre el tema de la memoria, pero lo que realmente logra cosas es la acción ciudadana. Como escritor puedes hacer muy poco. Puedes hacer como ciudadano, porque se es ciudadano primero y escritor después. Ser ciudadano es algo definitivo y ser escritor es algo circunstancial, pero si puedes combinar las dos cosas es mucho mejor. Yo me enfrento a la vida desde una posición rigurosamente ética, y me enfrento con la literatura desde una posición rigurosamente estética. Intento que mi literatura tenga la misma ética con que yo me enfrento con la vida e intento que la vida adquiera parte de la estética con la que yo trato mi literatura.

Escribe, como decíamos antes, para maduros y para niños, pero dice que los primeros son lectores más exigentes porque su imaginación está en estado puro.

Sí. Los niños son los más exigentes de los lectores. Los niños son surrealistas. Los niños no conocen límites a su imaginación. Si tú alguna vez ves dos chicos que están peleándose verbalmente, las cosas que se dicen son surrealistas. Un chico de trece años le dice al otro: “Voy a mi casa y te voy a traer un clavo y un martillo y te voy a clavar una oreja”. Si tú lo suavizas es horrible, no puede ser. Y el otro responde: “Yo voy a ir a mi casa y voy a traer la sierra y te voy a cortar uno a uno los dedos”. Quizá son eficientes porque les gustan las historias escritas con un lenguaje sin ambigüedades. Les gusta el lenguaje directo, inequívoco. Y al mismo tiempo les encanta que haya una dosis de poesía fuerte en lo que leen. Yo tengo seis hijos. Todos han sido lectores y siguen siendo buenos lectores. Muchas veces me preocupé de preguntarles por qué les gusta tanto tal autor. Por ejemplo, el autor de “La historia interminable”, Michael Ende. Ese autor les encantaba justamente por una serie de personajes, como pueden ser los dragones, la historia de un libro que no se termina nunca pero al mismo tiempo está escrita con un lenguaje tan directo, con una concisión del lenguaje y con una poesía que fue la clave que subyugó a los chicos y los transformó en lectores. La misma historia de Harry Potter tiene una dosis poética muy grande. A los chicos lo que no les gusta es que los aburran con moralinas. Basta con las que reciben en la casa y en la escuela.

También les atrae mucho el mundo de los animales.

Sí, sí. Les encanta sobre todo eso de que los animales adquieran ciertas características que son solamente del género humano pero que les permita ver con distancia. Y esas propias características, al ser protagonizadas por animales, les permite entender mejor al género humano, las conductas.

¿Sólo a través de fábulas podía contar que la lealtad y la libertad son valores posibles?

Sí, y para llegar a todos los lectores. Prefiero decir lectores de pocos años que lector infantil, porque es el lector más exigente al estar su imaginación en estado puro. Te exige mucho más.

¿No estamos contaminando esa imaginación por el mal uso de la tecnología?

Bueno, vivimos un momento de enajenación por el mal uso de la tecnología, pero en el mundo que a mí me rodea, tengo hijos y nietos, y han tenido consolas y han jugado a videojuegos, han terminado volviendo. Y les oyes decir: mejor voy a ver una buena película o voy a leer un buen libro.

Se hace hasta raro escuchar: voy a leer un buen libro. Porque voy a leer un libro todavía, pero voy a leer un buen libro es raro...

Sí, es raro, pero hay lectores. Somos el 5% de lectores, y ojalá no decrezca. Y es un lector que exige literatura que no sea solamente entretenimiento.

Con todo lo que usted ha vivido, cuando mira atrás ¿qué ve?

Me llevo muy bien con la nostalgia y no permito que se convierta en melancolía, que es la felicidad por estar triste. Yo nací y crecí en un país que ya no existe. Sólo lo tengo en mi memoria, pero esa es nostalgia sana, a la otra no la dejo entrar.

Y el presente, ¿cómo lo vive?

Con mucha bronca y tratando de participar en todo lo que pueda para ayudar. Hay mucha desazón y miedo. La gente se siente sola. El mundo de compartir es cada vez más pequeño, y trato de decir: es posible imaginar otro mundo, pero hemos cedido el poder de la imaginación.

Con ello y la desmemoria, estamos perdiendo demasiado...

Han confundido el presente con la actualidad y sólo si entiendes el pasado puedes entender el presente. La actualidad es como una condena, es un tiempo que no se mueve.

Si no fuera sólo un 5% el que leyera igual no nos pasaba esto...

Claro, porque leer te da muchos puntos de vista. Leer es liberador. Y por eso nos bombardean con sucedáneos.

¿Lo más importante que le han dado sus libros?

Hace unos años un chico argentino se me acercó y me dijo: soy hijo de un padre desaparecido y lo odié siempre porque nunca estaba. Odié su ausencia. Cuando leí “Nombre de torero” comprendí a mi padre. Que un libro mío consiguiera que dejara de odiar a su padre me parece de las cosas más importantes.

¿Cree que América Latina tiene solución o que está condenada desde la colonización?

El continente americano es el continente de la esperanza al sur del río Bravo. Una razón es que es un continente con una historia muy joven, donde las grandes empresas todavía no han empezado y las que han empezado han sido cercenadas violentamente, como el caso chileno, era una transición pacífica a una forma de vida mejor que no era el socialismo de los países del este, sino un estado de bienestar. Además, la gente empieza a preguntarse cómo es posible que los países de Centroamérica, donde el componente indígena es mayoritario, continúe siendo una minoría blanca o mestiza europeizada la que siga conservando el poder de forma casi eterna. En este sentido, empiezan a producirse cambios bastante rigurosos. Es difícil entender que hay sectores de la humanidad que no están luchando ni por tomar el poder, ni por el pan, sino porque el resto de la sociedad reconozca su existencia, como pasa en Chiapas. Es un continente lleno de esperanza y cuanto más débil sea el capitalismo a nivel planetario, mayores son las esperanzas para ese continente. Ahora, cuando Bush llama a suspender temporalmente la economía libre de mercado es porque algo está funcionando muy mal en el mundo, y eso es un factor esperanzador para América Latina porque tiene que tener reglas propias para su desarrollo. Queremos desarrollar nuestros países, pero de forma sostenible.