La Generación
del ’80 retomó entusiastamente una voluntad de creación y de innovación vinculada
con la compleja y densa amalgama demográfica y social que habitaba Buenos
Aires. Este proceso de modernización cultural incluyó nuevas publicaciones que señalaron
cambios de tono y de contenido. En esa dirección descolló el médico Eduardo
Holmberg (1852-1937), cuyos relatos entre policiales y fantásticos publicados
en diversos periódicos y semanarios porteños mostraron un uso literario del
saber científico distinto al de otros escritores de la época. Además de
incorporar las teorías científicas en la ficción, aprovechó la autonomía de la
esfera literaria respecto al rigor de la metodología de las ciencias para
polemizar con la academia y cuestionar los alcances del saber científico. Entre
sus relatos más interesantes pueden citarse: “Clara”, “Dos partidos en lucha”, “Viaje
maravilloso del señor Nic Nac al planeta Marte”, “El ruiseñor y el artista”, “Horacio
Kalibang o los autómatas”, “La pipa de Hoffmann”, “Nelly”, “Filigranas de cera”, “La
bolsa de huesos”, “Boceto de un alma en pena” y “La casa endiablada”,
narraciones que aparecerían reunidas en 1904 bajo el título de “Cuentos
fantásticos”. También pueden leerse en la serie de la literatura fantástica los
relatos de Eduarda Mansilla de García (1838-1892) “El ramito de romero”, “Dos
cuerpos para un alma” y “La loca” reunidos en “Creaciones”; “El doctor Whüntz”
de Luis Vicente Varela (1845-1911), jurista que firmó sus obras bajo el
pseudónimo de Raúl Waleis sumando a los debates científicos el saber de la
jurisprudencia; algunas producciones narrativas de Carlos Olivera (1854-1910) incluidos
en el volumen “En la brecha” como “Los muertos a hora fija” y “El hombre de la
levita gris”, y varios de los textos recogidos en “Páginas literarias” de
Carlos Monsalve (1859-1940) como “El caso del Dr. Pánax y su ayudante” y “De un
mundo a otro”.
Pero, a
partir de aquellas dos últimas décadas del siglo XIX, el realismo, unido luego
al naturalismo, ganó terreno tal vez influido por las narrativas española y
francesa en las que sobresalieron escritores como, por ejemplo, Pedro Antonio
de Alarcón (1833-1891) con sus “Cuentos amatorios” y “Narraciones inverosímiles”;
Benito Pérez Galdós (1843-1920) con cuentos como “La sombra”, “La pluma en el
viento o El viaje de la vida” y “La novela en el tranvía” publicados en
diversos periódicos y revistas; Emilia Pardo Bazán (1851-1921) con “Cuentos de
la tierra” y “Cuentos sacro-profanos”; Émile Zola (1840-1902) con “Contes à
Ninon” (Cuentos a Ninon); Alphonse Daudet (1840-1897) con “Les contes du lundi”
(Cuentos del lunes); y, principalmente, Guy de Maupassant (1850-1893) con
“Contes du jour et de la nuit” (Cuentos del día y de la noche), “Contes de la
bécasse” (Cuentos de la becada), “La maison Tellier” (La casa Tellier) y “Le
Horla” (El Horla) entre muchos otros. El periodismo reflejó ese momento de la
producción narrativa con sus folletines y sus traducciones. Diarios como “Sud
América”, “El Diario”, “El Nacional” y “La Nación”, publicaron una buena
cantidad de esas narraciones.
Durante esos
años se produjo una gran renovación en las prácticas literarias y las
corrientes estéticas, cuyo principal escenario fue, como ya se ha dicho, Buenos
Aires; una urbe que aceleradamente comenzó a introducir los ritmos de la ciudad
moderna. Las grandes ciudades fueron desde la antigüedad un espacio generador de
imágenes, tal vez uno de los más movilizadores. Ya en la literatura antigua el
tema de la “polis griega”, la “civitas” romana, estaba presente, y Buenos
Aires, a partir del impacto industrial y urbano de ese período, impregnó toda
la literatura. Fue un momento de grandes cambios políticos, culturales y
sociales que, originados en gran medida por las olas inmigratorias, produjeron
un proceso de creciente urbanización y alfabetización, un desarrollo comercial
y administrativo, y varias formas de democratización que fueron creando las
bases del moderno público masivo.
La existencia de este público, nacido de las
campañas de alfabetización, se articuló con el surgimiento de la prensa
popular, cuyas primeras manifestaciones fueron el aumento decisivo de la oferta
periodística y la proliferación de revistas. En esta expansión de la prensa se
ubica el nacimiento en 1898 de la revista “Caras y Caretas” dirigida por el
susodicho Fray Mocho, cuyo gran hallazgo fue la mezcla miscelánea de
caricaturas e ilustraciones junto con gran cantidad de temas nacionales y
extranjeros que abarcaban desde noticias sociales y notas de interés general hasta
consejos sanitarios y novedades sobre la moda. Junto a esa mezcla de notas, la
revista publicaba textos literarios, provenientes también de estéticas
diferentes: el modernismo, el costumbrismo y el realismo. Muchos escritores desarrollaron
su iniciación literaria de estilo breve en esa revista, sobre todo en sus primeros
tiempos cuando el espacio dedicado a ellos se reducía a una página. De allí que,
dada la notoriedad que ofrecía aquella tribuna, germinara copiosamente en la
prosa el cuento corto.
En 1893
había arribado a Buenos Aires el poeta nicaragüense Rubén Darío (1867-1916),
una figura que despertó interés en los medios intelectuales, no sólo entre la
alta clase social sino también en los cenáculos literarios de cafés y tertulias.
El restaurante “Aue's Keller”, ubicado en Piedad 650, entre Maipú y Florida,
fue el ámbito de los coloquios que giraban alrededor de Darío y a la que
asistían muy diversos personajes de la vida artística e intelectual de la
época. Gracias a él el modernismo se convirtió en la expresión emblemática de
la autonomía del mundo artístico frente a lo político. El propio Darío fundó
junto a Ricardo Jaimes Freyre (1866-1933) la "Revista de América" -de
efímera existencia- con el propósito de convertirla en órgano de la nueva
generación. Otros medios periodísticos que surgieron por entonces con esa
orientación fueron “El Mercurio de América”, dirigido por Eugenio Díaz Romero (1877-1927);
“El Almanaque Sud-Americano”, fundado por Casimiro Prieto Valdés (1847-1906); y
“El Almanaque Peuser” (1888), una creación de Jacobo Peuser (1843-1901).
Groussac, si bien no adhería completamente a la orientación ideológica de la
generación del ’80, permitió que colaboraran varios representantes del
modernismo en las páginas de “La Biblioteca”, revista que publicaba la
Biblioteca Nacional por él dirigida. También contribuyeron en la difusión de
los objetivos literarios modernistas los diarios “La Prensa” y “La Nación”.
Si bien la
producción literaria modernista alcanzó sus manifestaciones más logradas en la
poesía lírica gracias a la fuerte influencia de Rubén Darío y también la de su
amigo el poeta cubano José Martí (1853-1895), no dejó sin embargo de proyectar
sus novedades temáticas y expresivas en la novela y el cuento. En medio de un
clima de rebeldía social y política generado por el enfrentamiento entre la pequeña
y privilegiada elite gobernante de ideas conservadoras y las florecientes y heterogéneas
clases medias y trabajadoras compuestas en su mayoría por inmigrantes de Europa
que traían ideas socialistas y anarquistas, surgieron cuentistas como Leopoldo
Lugones (1874-1938), autor de “Cuentos fatales”, “La guerra gaucha” y “Las
fuerzas extrañas”; Manuel Ugarte (1875-1951) autor de “Crónicas del boulevard”
y “Cuentos de la pampa”; y Alberto Ghiraldo (1875-1946), quien publicara varios
cuentos en el semanario “El Sol”. A la vez, el empuje modernista de las
influencias del llamado “príncipe de las letras castellanas” generó el
surgimiento de un conjunto de escritores provincianos que, lejos de Buenos
Aires, vigorizaron el aspecto nativista de la literatura. En ese sentido
descollaron, por ejemplo, Martiniano Leguizamón (1858-1935) con “Recuerdos de
la tierra”, Francisco Soto y Calvo (1858-1936) con “Cuentos de mi padre”, Joaquín
V. González (1863-1923) con “Mis montañas” y Roberto Payró (1867-1928) con “Pago
Chico”. En todos estos tomos de cuentos abundaron temas costumbristas, las tradiciones
y los hábitos regionales.
Mientras
tanto en la gran urbe porteña, con la llegada del nuevo siglo, los hábitos
culturales iban cambiando de manera gradual. El crecimiento poblacional supuso,
entre otras cosas, la modificación del consumo -y también de la oferta- de las
actividades artísticas. Las colectividades de inmigrantes, principalmente, la
italiana y española, fundaban asociaciones y a ellas se sumaba, frecuentemente,
un teatro que contrataba compañías del país de origen, con un repertorio
atractivo para su amplio público. La nueva población mostraba destrezas y
aptitudes como la lectura y la escritura, necesarias para participar de esas
actividades en expansión. No sólo hubo más gente que fuera al teatro y leyera,
sino también más variedad de obras y de textos a disposición de un número
creciente de consumidores con gustos diferentes. En principio, el público se
configuró en torno de la asistencia a los teatros de las comunidades de
inmigrantes. Como esas personas eran también potenciales lectores, se diseñó
para ellas un conjunto variado de ofertas: revistas de humor político, revistas
culturales, secciones en los diarios tradicionales -como la de crítica teatral-
y diarios no tradicionales, como “La Protesta”, de orientación anarquista, que
llegó a competir en tirada con el prestigioso “La Nación”. Poco a poco
comenzaron a surgir editoriales que ofertaron publicaciones periódicas en el
económico formato del folletín; los textos de ficción eran, en general,
melodramas y policiales. También se editó literatura clásica a bajo precio y en
grandes tiradas. Las pequeñas imprentas que editaban un periódico y unos pocos
libros por cuenta de los autores dieron paso entonces a las editoriales,
empresas que producían textos porque existía un público dispuesto a
consumirlos. Surgía así una incipiente industria de bienes culturales.
Por lo que
atañe al cuento, en general sus características hacia la primera década del
siglo XX no variaron en lo sustancial con respecto al siglo anterior. Pero, con
la llegada de la época del Centenario aparecieron nuevos valores. Todos los
escritores de esa época escribían cuentos, aun aquéllos que se dedicaban a
otros géneros y actividades. El periodista y crítico teatral Juan Pablo Echagüe
(1875-1950) publicaba sus cuentos “Por donde corre el Zonda”; Héctor Blomberg (1889-1955),
letrista de tangos y comediógrafo, hacía lo propio con “Los habitantes del
horizonte”; y Godofredo Daireaux (1849-1916), ganadero y agricultor, lo hacía con
“Las veladas del tropero” y “Cada mate un cuento”. Sería Horacio Quiroga (1878-1937)
el más destacado de esta generación con sus relatos breves de una marcada
inclinación por lo regional o lo sociológicamente tradicional en sus libros de
cuentos “El crimen del otro”, “El salvaje”, “Las sacrificadas”, “Anaconda”, “El
desierto”, “Los desterrados”, “Cuentos de amor de locura y de muerte” y “Cuentos
de la selva”.