28 de mayo de 2019

Buenos Aires y el cuento. Sinopsis de los primeros cien años de una relación fructífera

5º parte. Los años ’30 y la revista “Sur”

El año 1930 representó un momento crítico de ruptura coyuntural, el comienzo de una década conservadora, autoritaria, católica y nacionalista, signada por el primer golpe de Estado surgido después de la consolidación nacional, que quebró el orden legal y marcó el descrédito de las formas democráticas. Una época que pasaría a la historia como la “década infame”, en la que el clima ominoso predominante generó la desazón de muchos de los intelectuales porteños. Fueron años de crisis, depresión económica, interrupción del proceso democrático, fraude electoral y negociados, años de desesperanza y escepticismo que, más que un estancamiento literario, clausuraron el laboratorio cultural y político de la década anterior, lo cual indujo a varios historiadores de la literatura a repensarla como intrínsecamente vinculada y hasta derivada de la realidad política. Fue una década signada también por la muerte de algunos escritores por decisión personal, como lo demuestran los suicidios de Leopoldo Lugones (1874-1938), Alfonsina Storni (1892-1938) y el ya aludido Horacio Quiroga.


Por aquellos tiempos se produjo una paulatina radicalización política del campo intelectual, convulsionado por la crisis institucional del país. Además de las polémicas sobre la función social de la literatura, se debatió intensamente acerca de la necesidad de superar el círculo estrecho de los conocedores de la vanguardia para alcanzar públicos más amplios. Para algunos sectores de la cofradía artística la literatura creativa ya no tenía, en general, la fuerza provocativa de las primeras vanguardias. Se actualizaron vigorosamente las arduas disputas que envolvían a los intelectuales argentinos en una continua y tan variable como compleja línea que había atravesado distintas épocas. El proceso de profesionalización de los escritores y la ubicación de los ensayistas en perfiles ideológicos, culturales y políticos no siempre exactamente coincidentes, se pusieron de relieve a partir de configuraciones discursivas en las que cobró especial importancia la construcción de la propia imagen y la de los restantes escritores del país, así como su vinculación con las esferas extraliterarias. Las tensiones entre democracia y autoritarismo, nihilismo y catolicismo, y progresismo y conservadurismo determinaron concepciones estéticas muy disímiles y todo el campo literario pareció sumergirse en un terreno de oposiciones.
Observados desde la dimensión cultural, los años ’30 fueron un verdadero punto de inflexión entre la Argentina del supuesto progreso indefinido y otra más real y conflictiva tanto en lo social como en lo político. En la década anterior el mundo cultural había experimentado una variedad de caminos enriquecedores. Puede decirse que, en términos de la esfera intelectual, la década que comenzaba fue, en cambio, una época de escepticismo. Algunos intelectuales provenientes en su mayoría del Grupo de Florida, pusieron sus ojos con más fuerza en los centros culturales mundiales y crearon una relación de respeto y admiración por las producciones de las capitales de la cultura; a la vez, miraron despectivamente las formas de comportamiento de la población y la política criollas ya que, según ellos, impedían una organización racional de la sociedad. En el otro extremo del arco ideológico, diferenciados de quienes se vieron ganados por el escepticismo político y la desazón, un grupo de escritores progresistas identificados con los primeros momentos del Grupo de Boedo, se encargó de reflexionar sobre el posible fin del capitalismo a partir de la profunda crisis económica y los modelos de la Rusia soviética instaurada en 1917 y la República española de 1931. Tenían en común la preocupación por dar cuenta de las injusticias de las sociedades tal como estaban organizadas y la esperanza de cambio a partir del advenimiento del socialismo.


Fue en ese ambiente que nació “Argentina. Periódico de arte y crítica”, una publicación dirigida por Cayetano Córdova Iturburu (1902-1977) en la cual colaboraron, entre muchos otros, Macedonio Fernandez (1874-1952), María Rosa Oliver (1898-1977), Guillermo de Torre (1900-1971), Raúl González Tuñón (1905-1974), Ulyses Petit de Murat (1907-1983) y los ya mencionados Ricardo Güiraldes, Brandan Carafa y Roberto Arlt. En un artículo aparecido en el primer número, Córdova Iturburu decía sin ambages: “El espíritu burgués -que en realidad, no es otra cosa que carencia de espíritu- es el mal de nuestro país. El mundo sufre en estos momentos las convulsiones de una quiebra. Y la culpa de esa quiebra debe adjudicarse, sin titubeos, al burgués. El burgués ha hecho de la política un negocio, del arte un negocio, de la religión un negocio, de la vida un negocio. El burgués ha convertido la organización social y la estructura económica en una forma de satisfacer sus apetitos con impunidad y ha hecho de las armas y de la religión garantías de su impunidad. El burgués es nuestro enemigo. Su zarpa sucia de dinero ha mancillado la religión, el arte y la política, exteriorizaciones de la aspiración humana a la eternidad, a la hermosura y a la justicia en la tierra”. La dureza de este discurso originó que sólo apareciesen tres números de la revista durante aquellos tiempos dictatoriales.


En las antípodas, por la misma época el periodista Atilio Dell’Oro Maini (1895-1974) fundaba el semanario “Criterio”, una revista de orientación nacionalista que expresaba la doctrina católica con la pretensión de conformar un referente cultural e ideológico para “mejorar la raza” y producir una población “sana y fuerte para la nación”. Prácticamente todos los temas que atravesaron el debate público en esos años involucraron a la revista: la crisis del liberalismo, la incierta situación económica luego de la crisis de 1929 y las políticas a adoptar, las transformaciones urbanas, sociales, culturales, del consumo, la familia o el trabajo, etc. Si bien era una revista católica destinada al público culto en su sentido más amplio, su pretensión era extender su influencia por sobre toda la sociedad argentina, incluso por sobre los no católicos a la manera de un moderno líder de opinión.
El nacionalismo argentino, desde 1930, se perfiló progresivamente como una tendencia tradicionalista que cuestionaba los legados liberales y socialistas de la Revolución Francesa. La categoría de literatura nacionalista respondió al intento por parte de un grupo de intelectuales y políticos de crear una “cultura nacional”, una homogeneidad cultural que impidiese la subversión del orden social. A esos postulados respondieron los cuentos de Manuel Gálvez (1882-1962) reunidos en “Luna de miel y otras narraciones” y mucho más en la más famosa de sus novelas: “Nacha Regules”. Siguiendo esa orientación, en el semanario “Criterio” colaboraron, entre otros, los sacerdotes Julio Meinvielle (1905-1973), quien afirmaba que la Guerra Civil española era una “guerra santa” y Leonardo Castellani (1899-1981), autor de “Martita Ofelia y otros cuentos de fantasmas”; los escritores Ignacio Anzoátegui (1905-1978), antisemita y admirador confeso del nazismo y Gustavo Martínez Zuviría (1883-1962), autor del libro de cuentos “Sangre en el umbral” publicado bajo el seudónimo Hugo Wast; y el letrista de tangos y milongas Homero Manzi (1907-1951). También lo hicieron los poetas Baldomero Fernández Moreno (1886-1950), Ricardo Molinari (1898-1996 y Francisco Luis Bernárdez (1900-1978), y hasta el mismísimo Borges publicó algunos artículos en esta revista, entre ellos, “La conducta novelística de Cervantes” y sus poemas “Muertes de Buenos Aires. La Chacarita. La Recoleta”, “La noche que en el Sur lo velaron” y “El paseo de Julio”.


En 1931 apareció en Buenos Aires una revista literaria que haría historia en Argentina: “Sur”. Fundada por Victoria Ocampo (1890-1979), en sus primeros tiempos publicó ensayos de cultura general, asumiendo principalmente problemas de la cultura americana e incorporando también artículos de escritores nacionalistas como Ramón Doll (1896-1970) o Julio Irazusta (1899-1982), y de filocomunistas como Rafael Alberti (1902-1999) o Ernesto Sabato (1911-2011). Por sus páginas pasaron tanto prosistas como poetas de la talla de Ezequiel Martínez Estrada (1895-1964), José Bianco (1908-1986), Adolfo Bioy Casares (1914-1999) y los ya citados Erro, González Lanuza, Mallea y Borges. También se publicaron traducciones de obras de prestigiosos escritores extranjeros como Emily Dickinson (1830-1886), Henry  James (1843-1916), Virginia  Woolf (1882-1941), William Faulkner (1897-1962) y Vladimir Nabokov (1899-1977), entre muchos otros. En sus comienzos, el proyecto programático de la revista consistió en la publicación de relatos de carácter histórico y testimonial y de numerosas reseñas bibliográficas. Si bien en ella se cruzaron discursos de signos ideológicos diferentes, sin dudas funcionó como un factor de europeización de la cultura argentina de élite ya que sus editores se movían con la convicción de que la literatura argentina precisaba de un vínculo con la europea y la norteamericana para cerrar los huecos de la cultura argentina producidos por la distancia, por la juventud sin tradiciones del país y por la ausencia de linajes y maestros. Como quiera que sea, lo cierto es que, para bien o para mal, la modernidad de las letras y las artes se vieron reflejadas en “Sur”, generando un impacto determinante en la cultura argentina de las décadas posteriores.


En aquel contexto de una sociedad que se transformaba profundamente, publicaron sus primeros libros de cuentos varios autores cuyas obras trascenderían, en mayor o menor medida, con el paso de los años. Son los casos de “Los bestias” de Abel Rodríguez (1893-1961), “La manga” de Raúl Scalabrini Ortiz (1898-1959), “Cuentos cortos” de Luis Gudiño Krámer (1898-1973), “Viaje olvidado” de Silvina Ocampo (1903-1993) y “La Vuelta de Rocha. Brochazos y relatos porteños” de Bernardo Kordon (1915-2002). Luego, la finalización de la guerra civil española en 1939 incidió fuertemente en la vida literaria y editorial porteña. Diversos emigrados españoles llegados de la derrotada zona republicana dieron comienzo a un nuevo período en la industria editorial argentina al participar en la fundación de empresas que rápidamente adquirieron una notable importancia. Es el caso de Arturo Cuadrado (1904-1998) en Emecé Ediciones, Antonio López Llausás (1888-1979) en Editorial Sudamericana y Gonzalo Losada (1894-1981) en Editorial Losada. Este crecimiento de la industria del libro, con sus nuevos proyectos destinados a un público masivo, y la ampliación del mercado lector, supuso una correlativa extensión de las posibilidades laborales de los escritores. Muchos de ellos convirtieron en actividad paralela las funciones de asesor literario, director de colecciones, antologista y traductor. Esto se vería con mayor notoriedad en la década de los años ’40, pero esa ya es otra historia.