La década
del ’60 del siglo XX sin duda se caracterizó, en cuanto a la literatura se
refiere, por el fenómeno conocido como boom latinoamericano, un suceso que,
gracias al impulso dado principalmente por la agente literaria española Carmen
Balcells (1930-2015), promovió que las obras de un grupo de escritores
latinoamericanos relativamente joven fuera ampliamente distribuido y causase un
gran impacto en Europa y en todo el mundo. Estos autores se caracterizaron por
innovar las temáticas y las estructuras narrativas para expresar las distintas
problemáticas de sus respectivos países combinándolas con toques de fantasía.
De ese modo fue que construyeron los pilares del realismo mágico, una corriente
literaria cuyos rasgos principales eran la desgarradura de la realidad mediante
una acción fantástica descripta de un modo realista recurriendo a la
incorporación de diversos aspectos del subconsciente, lo onírico y lo
imaginario en sus narrativas.
Suele
considerarse al escritor guatemalteco Miguel Ángel Asturias (1899-1974) como el
precursor del boom por su experimentación con las estructuras y recursos
formales propios de la narrativa del siglo XX en su novela “El señor
presidente” publicada en 1946. Tres años más tarde, el escritor cubano Alejo
Carpentier (1904-1980) haría otro tanto en “El reino de este mundo”, novela en
cuyo prólogo expuso la idea de lo “real maravilloso” (concepto que luego
devendría en “realismo mágico”) para ilustrar que el realismo tradicional no
podía expresar toda la verdad del continente americano y por ello buscaba una
literatura que expresase el universo a través de la fantasía de los mitos, las
tradiciones y las supersticiones.
Sin dudas,
dentro del boom literario latinoamericano -y su repercusión en el ámbito
argentino- le correspondió al cuento o relato breve un papel relevante.
Si bien no
dentro del floreciente realismo mágico, fue notable el desarrollo pujante del
cuento como expresión de las circunstancias coyunturales argentinas. Fueron
varias las editoriales que por entonces lanzaron numerosas antologías que
incluían tanto a cuentistas argentinos como hispanoamericanos
contemporáneos, prologadas y anotadas
por prestigiosos críticos literarios y editores de la talla de, por ejemplo,
Antonio Pagés Larraya (1918-2005) o Julia Constenla (1927-2011).
El
incremento de los premios acordados por distintas editoriales a este tipo
de producción narrativa y la preferencia
con que la abordaron revistas de actualidad como, entre otras, “Análisis”,
“Primera Plana”, “Confirmado” y “Crisis”, contribuyen a reforzar el apogeo de
la cuentística nacional. Esa proyección de los narradores a las publicaciones
masivas incidió para que sus escritos se adecuaran al gusto o las necesidades
de una nueva audiencia.
Fue en ese
escenario que surgieron escritores como Dalmiro Sáenz (1926-2016) cuyos libros
de cuentos “Setenta veces siete” y “No” figuraron en el momento de su
publicación y durante algún tiempo en las listas de “best-sellers”. Ambas
colecciones de cuentos poseían un componente temático de crítica social
(crítica a la moral y las costumbres burguesas) y, sobre todo, atentaban contra
las hipócritas costumbres sexuales de ese sector social. Tales cuestiones
atrajeron a un público impactado políticamente por la reciente revolución
cubana y socialmente por el descubrimiento de los deseos y fantasías reprimidas
e inconscientes de naturaleza sexual gracias a la divulgación del
psicoanálisis.
A la vez,
otro fenómeno característico de aquellos años fue la irrupción avasalladora del
existencialismo, una corriente filosófica que repercutió tanto en los corrillos
intelectuales como en diversos aspectos de la vida cotidiana. Una revista
atenta a dicho pensamiento, especialmente en la versión desarrollada por el
filósofo francés Jean Paul Sartre (1905-1980), fue “Contorno”, fundada por
Ismael Viñas (1925-2014) en 1953. Y fue precisamente su hermano, el escritor y
crítico literario David Viñas (1927-2011), cofundador de aquella revista
representativa de la intelectualidad argentina de entonces, quien absorbió en
su narrativa muchas categorías de procedencia existencial, combinadas con otras
de signo marxista y con procedimientos propios de la novela negra
norteamericana. En su libro de cuentos “Las malas costumbres”, por ejemplo, son
remarcables la reiteración de acciones negativas y el desaliento provocado por
la marginación y la humillación constantes. Sus historias son realistas, aunque
no se preocupan por seguir ningún mandato del costumbrismo y desembocan,
inexorablemente, en finales sorpresivos, bastante cerrados y perturbadores.
Desde las diferencias socioeconómicas hasta las sexuales, pasando por las
escolares y las familiares, abundan en ellas la obsesión por las jerarquías,
relaciones de poder que no siempre se mantienen constantes y que pueden
igualarse o incluso sufrir inversiones.
Rasgos de
la ética existencial, preocupaciones políticas y criterios de origen
psicoanalítico pueden verificarse también en la obra de Marta Lynch
(1925-1985). En “Cuentos de colores”, por ejemplo, se percibe la vida cotidiana
de las clases medias: a una buena dosis de tensiones sociales y políticas se
suman los conflictos privados de hombres y mujeres que buscan o escapan, a
veces sin saber de qué. La mujer y su rol en la sociedad fue un motivo
recurrente y fervorosamente expuesto, al igual que las situaciones que suscita
la relación de los sexos y el amor, cuya búsqueda o hallazgo parece un medio de
combatir la fruslería, la mediocridad. Muchos de los protagonistas de sus
historias buscan desesperadamente hacerse un lugar propio dentro de una voraz
sociedad colmada de ruindades y miserias, un mundo en el que predominan el
desamor, la mala fe, el narcisismo, la envidia, la simulación, y en el que la
mujer es concebida como un objeto, como material de exposición.
Otro gran
exponente de la cuentística de la época fue Abelardo Castillo (1935-2017). Bien
conocido como fundador y director de “El Grillo de Papel” y “El Escarabajo de
Oro”, emblemáticas revistas literarias identificadas con el existencialismo
sartreano y su compromiso literario, publicó en aquella época los libros de
cuentos “Las otras puertas” y “Cuentos crueles”. En ellos afloran varios
elementos atribuibles al existencialismo: una cierta aprensión por lo instintivo
y lo corporal, rastreable en los peregrinajes de los personajes por arrabales,
casas, tabernas, las calles de la ciudad o de pequeños pueblos de provincia,
donde llegan, por lo general, a situaciones límite y muchas veces parecen
concurrir a una cita para dirimir un pleito con su propio destino. Tomando
materiales de la infancia y la adolescencia para darles un tratamiento
artístico, y tomando la geografía del barrio, la experiencia escolar y las
relaciones de amistad como asunto transversal, Castillo conformó un universo
literario que no suena artificial ni inverosímil, lleno de momentos
significativos, de breves iluminaciones y algo de tradición.
Hubo otra
corriente en la narrativa breve de la década del ’60 denominada neorrealismo,
un movimiento artístico poseedor de raíces muy entrelazadas con el
existencialismo. Si bien tuvo sus orígenes hacia 1920 en Italia, recién pudo
desenvolverse en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial tras la caída
del régimen fascista. En Argentina hubo varias publicaciones periódicas en
cuyos artículos se ponía en evidencia hasta donde los viejos criterios del
realismo socialista soviético estaban en crisis conjuntamente con la
metodología estalinista, un debate del que muchos intelectuales no permanecieron
al margen. Entre esas revistas, las más destacadas fueron “Hoy en la Cultura”,
fundada por el periodista y escritor Raúl Larra (1913-2001), y “La Rosa
Blindada”, dirigida por los poetas y editores Carlos Alberto Brocato
(1932-1996) y José Luis Mangieri (1924- 2008). En ellas se dio cabida tanto al
acontecer político como a las polémicas culturales nacionales y mundiales de la
época. La mayoría de los escritores que pasaron por sus páginas sintieron el
impacto de la controversia estética que provenía del pensamiento marxista
tergiversado por el régimen soviético y se propusieron romper con esa retórica
realista e indagar sobre un nuevo lenguaje narrativo sin estereotipos.
Humberto
Costantini (1924-1987), por ejemplo, si bien cultivó el lirismo característico de
los realistas, de algún modo desafió el modo en que se escribía la literatura
argentina de entonces volcándose hacia un estilo expresionista. Lo hizo en sus
libros de cuentos “De por aquí nomás”, “Un señor alto, rubio, de bigotes” y
“Una vieja historia de caminantes”. En las historias allí reunidas puede
advertirse una literatura extremadamente atenta a los desgarramientos de la
vida y sus angustias características, a las luchas políticas y a la fractura de
la comunidad. Sobresalen en ellas la idea de que el mundo político como lucha
siempre implica abandonar el mundo barrial, donde se podría ser feliz.
Valiéndose de distintos elementos, como ser los símbolos y las alegorías, los
monólogos interiores de sus personajes, la literatura fantástica, el realismo
mágico, el costumbrismo y hasta la mitología clásica, abordó su principal
obsesión: la alienación del hombre en una sociedad hostil.
Otro caso
es el de Andrés Rivera (1928-2016), quien en un principio cultivó el realismo
social dictado por su posición ideológica, tal como puede apreciarse con la
lectura de sus primeros libros de cuentos “Sol de sábado”, “Cita” y “El yugo y
la marcha”. En los relatos breves allí reunidos, la temática predominante
estaba determinada por la intención de evidenciar la base económica sobre la
cual se asentaba el poder político. Entendiendo que el ejercicio de la
literatura era un instrumento de transmisión de las verdades
histórico-sociales, el autor se dedicó casi exclusivamente a poner de
manifiesto las relaciones materiales de producción definidas por el sistema
capitalista y la lucha de clases. Los escenarios privilegiados eran las
fábricas, los personajes eran obreros y las circunstancias las huelgas. Pero, a
medida que su universo narrativo se fue ensanchando con otros núcleos
significativos como la soledad, la incomunicación y la corrosión social, lo
sectario fue diluyéndose. Progresivamente fue orientándose hacia una concepción
vanguardista de la escritura en la que puso de manifiesto una mayor motivación
narrativa.
Codirector
de la revista cultural “Gaceta Literaria”, Pedro Orgambide (1929-2003) buscó
rehuir, asimismo, las determinaciones férreas del realismo socialista. Esto fue
perceptible ya en las páginas de esta publicación mensual, en las cuales se
notó la predisposición a dotar al realismo literario de una jerarquía estética
capaz de aprehender la realidad superando los esquematismos de la tradición de
la literatura social y el naturalismo realista-socialista. Su primer volumen de
cuentos llevó por eso el sugestivo título de “Historias cotidianas y
fantásticas”. En el siguiente, “La buena gente”, los quehaceres habituales, el
humor, lo dramático y la crítica, aparecen en personajes equidistantes entre el
realismo y la literatura fantástica.
Con la
posibilidad problemática de una literatura social sin esquematismos está
vinculado también el escritor Jorge Riestra (1926-2016). En sus volúmenes
de cuentos “El taco de ébano”,
“Principio y fin” y “A vuelo de pájaro”, lejos de una exposición académica,
desarrolla una mirada crítica sobre la sociedad del neoliberalismo, a los
valores del consumo, el culto del dinero y el individualismo, llamando a
recuperar valores y visiones para devolver su significado a la experiencia de
llevar una vida sencilla lejos del progreso entendido como rendición del hombre
a los mandatos de su clase.
Otro tanto
puede decirse de Germán Rozenmacher (1936-1971), escritor que se destacó por su
narrativa relacionada con el desarraigo, la soledad, la discriminación y las
preocupaciones político-sociales, inquietudes todas ellas que plasmaría en los
cuentos reunidos en “Cabecita negra” y “Los ojos del tigre”. El autor
consideraba que el compromiso con la realidad circundante no era una elección
-tal como postulaba la filosofía sartreana- sino algo inevitable, una
fatalidad. Fluctuando entre el realismo y el vanguardismo -las dos vertientes
sobre las que se sustentaron mayoritariamente todas las disputas estéticas de
los años ‘60 en Argentina- el autor puso de manifiesto no sólo sus propios
conflictos existenciales sino también los de la pequeña burguesía descendiente
de inmigrantes europeos que, frente al proletariado de origen provinciano con
rasgos y costumbres nativas, mostraba un rechazo cuasi racista.
Por su
parte, Haroldo Conti (1925-1976) cuajó su narrativa entre la nostalgia, el
desarraigo, el compromiso con su época y una pasión vital por la persecución de
lo fundamental, del ser y no del tener. Sus personajes son seres despojados de
todo, personas que están frente a la naturaleza y al mundo y a las cosas y a
los otros seres como desnudos, como desapropiados. El moroso desenvolvimiento
de sus narraciones, la humildad del tono, la simpleza temática de sus historias
son evidentes en “Todos los veranos” y “Con otra gente”, sus primeros libros de
cuentos. En ellos puede advertirse una rara densidad descriptiva que por
momentos se torna casi lírica, y un manejo poco usual del mundo de los afectos
simples que elude todo sentimentalismo fácil.