29 de febrero de 2020

América Scarfó. Feminismo, amor libre y anarquía (8). Colofón


Aquel 1º de febrero de 1931, dos renombrados periodistas y escritores presenciaron el fusilamiento de Severino Di Giovanni: Roberto Arlt (1900-1942) y Raúl González Tuñón (1905-1974). El primero, en una de sus famosas “Aguafuertes porteñas” titulada “He visto morir”, escribió: “Las balas han escrito la última palabra en el cuerpo del reo. El rostro permanece sereno. Pálido. Los ojos entreabiertos. Un herrero a los pies del cadáver. Quita los remaches del grillete y de la barra de hierro. Un médico lo observa. Certifica que el condenado ha muerto. Un señor, que ha venido de frac y zapatos de baile, se retira con la galera en la coronilla. Parece que saliera del cabaret. Otro dice una mala palabra. Yo estoy como borracho. Pienso en los que se reían. Pienso que a la entrada de la penitenciaría debería ponerse un cartel que rezara: ‘Está prohibido reírse. Está prohibido concurrir con zapatos de baile’”. Por su parte, González Tuñón, en un texto poético escrito tiempo después titulado "Todos bailan", expresó: “El pobre hombre dijo cuatro palabras y cayó muerto acribillado. El coronel entregó personalmente cinco pesos a cada soldado. Le habían dicho: ‘Mañana, al alba, será usted fusilado’. Los otros condenados aullaron agarrados a las rejas. América Scarfó le llevará flores, y cuando estemos todos muertos, muertos, América Scarfó nos llevará flores”.
Tres días después de las ejecuciones, aparecieron cientos de volantes por las calles de Buenos Aires. Estaban firmados por “Los Anarquistas” y fueron arrojados por el centro y algunos barrios por el antes citado anarquista chileno Tamayo Gavilán, quien había participado en varias de las actividades expropiadoras junto a Di Giovanni, y Silvio Astolfi, aquel muchacho que había hecho de esposo de América. El volante, titulado “Frente a los hechos”, entre otras cosas decía: “Al pueblo hablamos en esta hora en que una ola de infamias pretende arrancar de su corazón y de su espíritu la siembra idealista realizada por el anarquismo militante. Sobre sus vidas de revolucionarios, alzadas en abierta rebelión contra el mundo del privilegio ha caído todo el lodo y la maledicencia que es capaz de lanzar a la publicidad la prensa burguesa y amarilla de la Argentina. La dictadura veía en ellos la expresión viviente del anarquismo militante en la Argentina, ejecutor implacable de las ansias de justicia que anidan en el corazón del pueblo. Ha creído fusilar con ellos el último aliento de resistencia popular a su avance opresor. Sin alardes vanos, sencilla y serenamente decimos: Severino Di Giovanni, Paulino Scarfó y todas las víctimas de esta ola de barbarie serán vengados. Son ellos desde hoy banderas que agitaremos en la dura lucha empeñada por el triunfo de la libertad y la justicia. Anarquistas, cayeron vivando a su alto ideal y nosotros recogemos su grito que se materializará en hechos vigorosos y fecundos que han de conducir a la victoria. Luchamos por la libertad del pueblo. Queremos el imperio de la justicia y por sobre este aluvión de crímenes e infamias, ¡venceremos! ¡Viva la anarquía!”.



Mientras la embajada fascista de Italia en Buenos Aires rebosaba de gozo por los fusilamientos de Di Giovanni y Scarfó enviando telegramas alborozados a Roma, en Buenos Aires apareció, esta vez en forma clandestina, un número del periódico “La Antorcha”. Bajo el título “Honor a los caídos” recordaba emocionadamente a Severino y Paulino. “Cayeron -decía- como columnas que aún desplomadas conservan su nobleza de cosa altiva, mientras América Scarfó, rosal que asciende, entrelazándolas en una íntima compenetración de fibras y de esencias -ardiente de pasión humana y fe anarquista- convivía la doble agonía de los condenados a muerte con su entereza confortadora. Sólo ella -corazón amoroso, fraterna mano y voz solidaria, encarnando el sentimiento de los anarquistas- junto a ellos, entre el montón abyecto de los asesinos galoneados: militares, carceleros y policías, que hasta el último momento sometieron a torturas atroces los cuerpos que habían de ultimar el pelotón de fusilamiento. ¡Honor a los caídos! ¡Salud a los combatientes!”.
Luego de los fusilamientos, América estuvo treinta días detenida en un calabozo del Departamento Central de Policía bajo las condiciones del régimen penal para los menores de edad. Allí la visitaba su hermano mayor, quien le llevaba ropas y alimentos. La casa de Burzaco fue saqueada totalmente por la policía. Cuando el hermano fue a recoger la ropa y los muebles que la familia Scarfó le había regalado a América en su casamiento con Astolfi, sólo le devolvieron algunos libros y unos pocos objetos sin gran valor. Ningún delito se le pudo comprobar. Cuando el juez interviniente en la causa le dio la libertad, su familia y entorno estaban desolados. La madre le reprochó la sinceridad que había demostrado durante el proceso: “¿Por qué había dicho a la policía que vivía junto a Severino? Hubiera sido todo más fácil si decía que estaba en la quinta con Paulino, su hermano, y que seguía casada con Astolfi. ¿Por qué fue a la cárcel a abrazarse con Severino? La madre pertenecía a otro mundo y no comprendió nunca lo ocurrido. Para ella, en Severino se había encarnado el demonio. Hasta poco antes de morir siguió maldiciéndolo. Solía decir: ‘Aunque no es de cristiano, no lo voy a perdonar jamás. Y si por eso me voy al infierno, lo encontraré allí y lo seguiré maldiciendo’”, relata Bayer.



América se fue a pasar unos días a La Plata, donde fue recibida y protegida por sus compañeros libertarios. En ese período escribió algunos artículos para diarios anarquistas europeos en defensa de los derechos de la mujer y, al cumplirse el primer aniversario de los fusilamientos, publicó uno en “La Antorcha” titulado “Paulino y Severino. In memoriam”. En ese artículo, que se difundió también en forma de volantes por las calles, decía: “Aún permanece intacta en la retina la terrible visión. Triste madrugada del 1º de febrero. Hay en el ambiente una contenida emoción. La presencia de ánimo del condenado a muerte desconcierta a quienes esperaban ver un vencido y encuentran un rebelde que sabrá morir. Los sacerdotes que insultando al Cristo legendario, apóstol de los humildes y de los perseguidos, se constituyen en cómplices de los tiranos y ofrecen no sé qué imposibles consuelos espirituales de su falsa creencia. Discusiones, preguntas, murmullos. Pasan en tropel por la mente, proyectados en sus siniestros contornos, los trámites de la trágica farsa procesal. Y por sobre tanta bajeza, un hombre, el defensor, se yergue digno haciendo oír la voz de su corazón emocionado. Luego el inmenso dolor de la despedida para siempre... Abrazos, besos y palabras que prometen infinidad de recuerdos. La emoción hace un nudo en la garganta y es menester contener las lágrimas, mostrando la sonrisa que conforta a la víctima y ha de ser el mejor desprecio para los victimarios. Voces que quieren ser consoladoras, pero que no revelan más que cinismo y la prisa de acabar pronto. Nos separan. Pero la imaginación sigue viendo cosas y actitudes, en base al conocimiento del que sabrá morir, erguido entre los esbirros que tiemblan y callan, moviéndose intranquilos en el sepulcral silencio que sólo interrumpen los pasos de los milicos que preparan el acto final del crimen”.
“Madrugada de estío -prosigue-. El horizonte comienza a colorearse, y en esa tenue claridad aquella rubia cabeza se yergue y avanza hacia su destino. La lectura de la sentencia es oída como si fuera una mala pieza literaria. La venda que quieren colocar sobre esos ojos verde mar, que muestran la luz y la vitalidad interiores, es rechazada. Nuevas ligaduras sobre el banquillo, ahora. Los instrumentos del crimen se ponen en línea y aprestan sus armas. Una orden dada con nerviosa voz, un sonoro grito de ¡viva la anarquía!, una descarga sobre un pecho valiente y, finalmente, el tiro de gracia sobre esa cabeza que sólo la muerte pudo abatir. La aurora está en su apogeo: la última estrella se ha borrado, esplende la vida sobre el cadáver de quien la quería digna y libre para todos. La tristeza del momento parece impregnar las cosas como tocadas por el sagrado trance de la muerte que tanto dolor deja tras de sí: unas tiernas criaturas han perdido a su mejor amigo; un sangrante corazón femenino se aferra al recuerdo del que supo morir para fortalecer su ánimo para la lucha larga; tantos compañeros que cierran los puños en silencio y en cuyos pechos se apelmaza el odio”.
Y termina: “El sol ha hecho su entrada triunfal, parece invitar a la alegría, y sin embargo, en ese mismo recinto donde pocas horas antes latía un corazón libre, se repetirá la escena y otra vez el sol, amaneciendo, bañará en su luz difusa otros sangrientos despojos. Le toca ahora aquel que sorprendió con su fría altivez a los verdugos. La misma emoción, la misma tristeza en el ambiente. Es tal su grandeza de alma, que rehúsa recibir a la madre querida para ahorrarle el dolor de verlo desfigurado por las torturas que hasta último momento padeció. Como Severino, supo Paulino afrontar con valor la muerte. Tampoco aquellos soñadores ojos pardos temieron las balas. Ni acusaron estupor al ser leída la sentencia. Su mirada, tan llena de calor y cariño cuando se dirigía a quienes amaba, se volvía impasible y desdeñosa hacia sus verdugos. Supo también morir. Y su muerte desgarró un corazón materno y anegó de dolor el alma de todos los que fuimos sus hermanos tanto en sangre como en ideales. ¡Tanto dolor, tanta angustia oprime nuestro pecho! Más es necesario serenar nuestro espíritu. Dar a los hechos su verdadero valor y que el sacrificio de nuestros hermanos nos sirva de ejemplo. Así lo creyeron ellos. Sea nuestro mejor tributo a su memoria la acción tesonera en contra de los tiranos”.



Pronto cayó muy enferma como consecuencia de las amargas horas pasadas y tuvo que ser operada de úlceras. Una vez restablecida se retiró de la vida pública y continuó con sus estudios. El director del liceo Estanislao Zeballos, donde estudiaba en los tiempos en que había conocido a Severino, se comunicó con el hermano mayor de América para decirle que no la atormentaran más con reproches y que la ayudaran a seguir estudiando, no en el mismo liceo, pero sí en otro colegio. Tras terminar sus estudios secundarios, usando un nombre falso consiguió trabajo como costurera de pantalones. Le pagaban $ 4,50 por cada uno y confeccionaba hasta cinco por semana. “Quien le daba trabajo era una mujer muy católica que desconocía la verdadera identidad de la muchacha -relata Bayer-. Hasta que un día la llamó para decirle que se había enterado de quién era: ‘A mi marido le dijeron en la peluquería que usted es América Scarfó’. Pero a pesar del temor que inspiraba y del pecado que significaba llamarse así, le siguió dando trabajo”.
Poco después, América se conectó con Salvadora Medina Onrubia (1894-1972), una narradora anarquista y feminista destacadísima por su militancia política. Madre soltera los 16 años, abrazó la causa de Radowitzky participando en numerosos actos e, incluso, fue oradora en muchas de las manifestaciones. “La virgen roja” la apodaban sus compañeros por el paralelo con la escritora francesa Louise Michel (1830-1905), otra anarquista y poeta, protagonista y dirigente de la Comuna de París en 1871. “Nosotras no queremos los derechos de los hombres, que se los guarden -expresó Salvadora en uno de sus textos-. Saber ser mujer es admirable, y nosotras solo queremos ser mujeres en toda nuestra espléndida femineidad. Las descentradas somos las que no pensamos, las que no sentimos, las que no vivimos como las demás. Las que entre gente burguesa somos ovejas negras y entre ovejas negras somos inmaculadas. Todas somos raras”.
Pese a cuestionar las estructuras monogámicas, el matrimonio y la familia tradicional, en 1915 se casó con Natalio Botana (1888-1941), un empresario periodístico uruguayo radicado en Buenos Aires que había fundado en 1913 el diario “Crítica”, del que llegó a vender más de trescientos mil ejemplares por día, tres veces más que el periódico de mayor circulación por entonces. Esto lo llevó en pocos años a convertirse en un “nuevo rico” y a sumergirse junto a su esposa en el privilegiado universo burgués. Semejante contradicción no le impidió seguir adelante con sus ideas libertarias y escribir novelas, ensayos, poemas y obras teatrales. A partir de la muerte de su esposo, ella se encargó de la dirección del diario “Crítica”, y fue allí cuando llamó a América para que fuese su secretaria en la redacción del diario. Ésta, con parte de su sueldo, ayudaba a Teresina quien estaba muy mal económicamente. Durante un tiempo ella y los pequeños hijos de Severino habían tenido que salir a pedir limosna. También, gracias a ese empleo y con la ayuda de Salvadora, América pudo en 1951 viajar a Italia, precisamente a Chieti, el pueblo natal de Severino.
A partir del golpe de Estado del año 1943, el antifascismo argentino anarquista se había conjugado en una fuerte oposición al auge del peronismo, el que reunía muchas de las inadmisibles características que mostraban los fascismos europeos: líder militar, sindicatos manipulados desde el Estado, censura, educación doctrinaria y otros rasgos autoritarios. Por entonces América se había unido a un hombre cercano a los ideales libertarios y, junto a su nuevo compañero de vida e ideas, fundó la editorial libertaria “Américalee”, cuyo nombre estaba vinculado a una anécdota de su relación con Di Giovanni. Cada vez que ella le hacía una pregunta sobre las ideas anarquistas, él le respondía con paciencia: “¡América, lée!" y le facilitaba un libro.



Precisamente, a partir de ese año, cuando nació la editorial, se dio toda una serie de colaboraciones y esfuerzos para conformar una gran tirada de cuidadas ediciones con atentas traducciones, prólogos e introducciones. El proyecto de la editorial formó parte de la llamada “época de oro” del mundo editorial argentino, cuando -desaparecida la industria libresca española debido a la guerra civil- muchas casas editoriales locales ampliaron su alcance a España y otros países de la región. Entre estas editoriales, especialmente “Américalee” se consolidó con cuantiosas tiradas en gran formato de tapa dura combinando lo mejor del pensamiento anarquista con obras de autores progresistas tanto latinoamericanos como europeos. Así, fueron apareciendo obras de, por ejemplo, los filósofos italianos Benedetto Croce (1866-1952) y Rodolfo Mondolfo (1877-1976), pero también se incluyeron en el catálogo a autores socialistas como el italiano Carlo Rosselli (1899-1937) y el argentino Dardo Cúneo (1914-2011), y a escritores de otras orientaciones políticas como el ecuatoriano Juan Montalvo (1832-1889), el cubano José Martí (1853-1895), el peruano Víctor Raúl Haya de la Torre (1895-1979) y el argentino Luis Franco (1898-1988).
Esa tarea y criar a las hijas que tuvo con su nueva pareja, no le impidió recibirse de profesora de italiano y de traductora pública de francés, mientras seguía estudiando y difundiendo los ideales libertarios y feministas, algo que nunca abandonó hasta el final de su vida. Después de sesenta y ocho años consiguió, gracias a la intermediación del aludido Osvaldo Bayer, que le devolvieran las cartas de amor que Severino le había escrito, entre otras cosas, para demostrarle que “el amor grande e infinito está basado en el anarquismo mismo”. Esas cartas habían sido secuestradas por la Policía Federal después de que en la madrugada del 1º de febrero de 1931 el líder anarquista fuera fusilado, y fueron las que Bayer descubrió en un archivo aislado del Museo Policial y transcribió en su biografía de Severino Di Giovanni. América, una bella anciana de ojos muy negros y cabellos blancos como la nieve vivió hasta los 93 años. Falleció en Buenos Aires el 26 de agosto de 2006. Un día después, en la edición del diario “Página/12”, Osvaldo Bayer escribió: “América Scarfó nos dejó para siempre. Fue la compañera de Severino Di Giovanni, el anarquista fusilado por el dictador golpista de uniforme, Uriburu, el 1º de febrero de 1931. Un día después era también fusilado el hermano más querido por América: Paulino. En 48 horas le habían arrancado a la adolescente de 17 años sus dos más grandes cariños. Quedó sola, en un mundo absolutamente enemigo”. Sus cenizas fueron enterradas en el pequeño jardín de la sede que la Federación Libertaria tenía en Constitución, en la zona sur de la ciudad de Buenos Aires.

27 de febrero de 2020

América Scarfó. Feminismo, amor libre y anarquía (7). Desenlace


Luego quedaron solos Severino y América, quien en un artículo de la revista “L’En Dehors” de marzo de 1933, describió así ese encuentro: “Cuando supe que Severino había sido condenado a muerte, reclamé el permiso para verlo por última vez. Me fue acordado. Lo encontré calmo y sereno, con el espíritu muy lúcido. Durante el tiempo que estuve con Severino, en capilla bajo las miradas continuas de toda una multitud de funcionarios y curiosos ansiosos de sorprendernos en una actitud de debilidad, los dos nos conservamos con la más absoluta de las calmas. Por supuesto, la tempestad agitaba nuestras almas, pero no dejamos escapar ninguna queja y también evitamos las escenas patéticas. Me esforcé por alegrar las últimas horas de su vida; él, por su lado, se ocupó de frustrar el intento de todos aquellos que hubieran deseado encontrarse delante de un enemigo vencido. Como yo quería, él aparecía, por el contrario, en todos su brillo, la personificación del ideal que no cede nunca”.
En el mismo artículo, América escribió sobre las torturas a las que habían sido sometidos tanto su amado como su hermano: “La tragedia que viví desde el 29 de enero hasta el 2 de febrero, es indescriptible. Los más felices fueron aquellos que cayeron en el tiroteo. Se ahorraron, por lo menos, los terribles sufrimientos sádicos infligidos a mi compañero y a mi hermano. No contentos con tenerlos en su posesión y de condenarlos irrevocablemente a muerte, la banda feroz de los esbirros los sometió a la tortura. Pero se enfrentaron con hombres de un temple de acero. No se quebraron. Severino y Paulino permanecieron serenos hasta el instante supremo, ejemplos sin igual de coraje y estoicismo. Con ferocidad, la policía argentina cometió la infamia de haber torturado inútilmente a dos condenados a muerte. Cuando yo lo vi, Severino tenía en el cuello las marcas claras de la soga de estrangular; en las muñecas, sangre coagulada, las encías sangrantes, el rostro con contusiones. Con las tenazas de madera les habían aplastado y tirado de la lengua y se las habían quemado con cigarrillos encendidos. Durante el interrogatorio les introdujeron cigarrillos encendidos en las cavidades nasales y en los oídos, les habían retorcido los testículos, les hicieron incisiones en las uñas, los golpearon. Todo esto bajo la dirección del doctor Viñas, director de la prisión”.
Aquel atardecer del sábado 31 de enero, América le pidió al comisario que los vigilaba si ella podía quedarse a presenciar el fusilamiento, a lo cual éste se negó. Severino, por su parte, le solicitó que los dejara solos para poder despedirse, cosa que también le fue negada. El comisario no se apartó un instante. Entonces, relata Bayer, “América le dio el último abrazo, él la besó. Le pidió a ella que cuidara de sus hijos y de Teresina, América le dijo: ‘Voy a seguir con tu recuerdo hasta mi muerte’. Él la miró con mucha tristeza y le respondió: ‘¡Oh, Fina, eres tan joven!’. Se besaron de nuevo. América salió mirándolo a Severino. Por ello tropezó con una rejilla y Severino le gritó: ‘¡cuidado!’. Eso fue lo último. Ella no lloró ni al pasar delante de los curiosos civiles y uniformados ni cuando la llevaron en auto de regreso. Pero cuando la encerraron de nuevo, se sentó en una silla y el llanto le brotó de pronto, tumultuoso, desesperado, interminable”.


Sobre ese encuentro postrero, el diario “La Nación” publicaría al día siguiente: “En ningún momento ni América ni Di Giovanni dieron muestras de estar mayormente abatidos. No hubo sollozos. No hubo ni una lágrima. Por el contrario, en el transcurso de la entrevista como si hubieran ambos olvidado que esa era la vez postrera y que pocas horas faltaban para la ejecución, los amantes hablaron con voz casi serena, casi diríamos con un deseo de mostrarse alegres y de infundirse confianza”. Por su parte, la revista “Caras y Caretas” en su nº 1.688 aparecido el sábado siguiente, 7 de febrero, sintetizó escuetamente: “La entrevista se caracterizó por la presencia de ánimo de ambos y en modo especial por la de América, que siempre participó en los planes delictuosos de su amante y de la banda”.
Mientras tanto Catalina, la madre de Paulino, a la mañana y a la tarde de ese último día fue a la Casa de Gobierno para pedir clemencia por su hijo. Se le dijo que el presidente estaba en la residencia de Olivos. Allá fue la mujer, pero tampoco fue recibida. Por último, se dirigió a la penitenciaría para despedirse de su hijo condenado a muerte. Paulino no quiso recibirla para que no viera el estado en que se encontraba. Él también había sido salvajemente torturado. En cambio América sí pudo despedirse de su hermano. “Todo fue muy breve -relata Bayer-. Ella no pudo simular su dolor al ver el rostro hinchado de él. Él la contuvo diciéndole: ‘No llores’. Y luego agregó con mucho cariño: ‘pobre pibita...’ y le dio un beso en la mejilla. América lo besó muy fuerte y le preguntó: ‘¿No quieres ver a mamá?’. Él le respondió: ‘No, ¿no ves cómo estoy? No te asombres de lo que veas. Nos hicimos culpables de todo para que no persigan a los que quedan’. Por último agregó: ‘Seguí estudiando. Estoy deseando que esto termine de una vez’. Él la besó; América volvió a abrazarlo y se miraron a los ojos. Ella no lloró. América se fue con paso firme. Los periodistas notaron una lágrima en su rostro”.
En el mismo artículo aparecido en “L’En Dehors”, América rememoró aquel encuentro final: “Con mi hermano Paulino, con mi amigo y camarada y confidente de siempre se me permitió estar solamente cinco mezquinos minutos, controlados, con reloj en la mano por el más cínico de los verdugos, el comisario Florio. Al verle el rostro, todo desfigurado le pregunté si estaba herido. Me contestó con una sonrisa: ‘No es nada’. Sus torturas habían sido tan atroces que aspiraba a ser fusilado para terminar con sus sufrimientos. Intenté confortarlo asegurándole que para mí era un gran consuelo de ver que él, mi hermano, sabía morir con valentía. Me respondió que eso estaba sobreentendido. Refiriéndose a mamá me pidió que se le ahorrara el espectáculo de su situación: ‘Se moriría... ¡Si pudiera verla sin que se diera cuenta! Le darás un beso de mi parte’. Después me dijo que se puso muy triste cuando mamá fue a pedir la clemencia del tirano. ‘Un anarquista no pide gracia jamás’. Y siguió manteniendo esa actitud dictada por su consecuencia inquebrantable. Murió como había vivido: fiel a su ideal, contento de ofrecerse a la muerte como se había dado a la vida”.
Paulino alcanzó a escribir una carta destinada a su madre, en la cual le expresó: “Perdón porque hoy no quise verte. No quería darte el espectáculo de mi encierro, quiero que me recuerdes como antes. No sufras mucho querida mamita. Vive a pesar de mi muerte para mis hermanos. Yo muero por mis ideas. Si alguna vez la llegas a ver a A. le das un beso muy fuerte en mi nombre. Adiós mamá. Tu hijo Paulino”. Con la letra “A” se refería al apodo de su novia Virginia, quien se salvó de ser identificada y nunca fue mencionada en las crónicas policiales. Esa misma noche, Severino pidió un último favor: despedirse de Paulino. Los dos condenados a muerte se dieron las manos -esposadas por adelante-, se dijeron unas palabras en voz baja y se despidieron sin ningún gesto teatral. Después de un juicio sumarísimo y bastante farsesco, ambos sabían lo que les esperaba.


En la madrugada del domingo 1º de febrero de 1931 fue ejecutado Severino Di Giovanni. Las crónicas periodísticas sobre este acontecimiento fueron numerosas. “L’Italia del Popolo”, un diario en idioma italiano que se publicaba en Buenos Aires desde 1917, reseñó: “Sobre el césped se mueve todavía. Aunque tenía el pecho atravesado de proyectiles no murió instantáneamente. Se le acerca el sargento y le da el tiro de gracia. Preciso y eficaz. Un estremecimiento del cuerpo que queda inmóvil. Son las 5.10. El doctor Cirio, médico de la prisión, el director de la penitenciaría y otras  personas se aproximan. El médico constata la muerte y extiende el certificado. Dos hombres le quitan los grillos y le vuelven a poner las zapatillas. Los guardiacárceles lavan la silla manchada de sangre. Angarillas. El cadáver es llevado hasta una ambulancia de la Asistencia Pública donde hay un féretro de pino blanco. Allí colocan el cuerpo. Ha terminado todo. Rostros pálidos y demudados abandonan la prisión. Y cuando salen a la calle Las Heras respiran a pulmón pleno”. El diario “El Día” de Montevideo, en la crónica del fusilamiento deslizó una crítica: “La gente dio el más triste espectáculo que pedir se pueda, al punto de que algunos copetudos fueron a presenciar el bárbaro acto vistiendo smokings o sea verdaderos trajes de gala. Evidentemente se trataba de hombres que habían venido directamente de recepciones, banquetes o bailes, a rematar la noche como quien toma un licor después de copiosa cena”.
Por su parte, el diario “Crítica” de Buenos Aires, por ejemplo, hizo una pormenorizada crónica de los últimos momentos de Di Giovanni. En sus párrafos más destacados decía: “Cuando Di Giovanni emprende la marcha en dirección al lugar de fusilamiento, se oye desde lejos el ruido de los grillos al golpear en el suelo. Todos guardan el más completo silencio alterado solamente por las voces de mando del oficial que ha de dirigir la ejecución. Sobre un cantero y a una distancia aproximada de tres metros de la pared, se había colocado la silla trágica. A esa hora -las 5- la madrugada recién comienza a insinuarse. El banquillo para la ejecución estaba colocado en la parte más elevada de la pendiente verde. Di Giovanni apareció marchando lentamente. Vestía un traje azul de mecánico, nuevo. Llevaba las manos cruzadas hacia adelante. Al llegar al pie del cantero en cuya parte superior se hallaba el banquillo, necesitó de la ayuda de dos oficiales guardiacárceles para subirlo. Con un ademán algo brusco se soltó de los oficiales que lo conducían efectuando por sus propios medios los últimos pasos hacia el banquillo. Luego, lentamente, hasta con cierta displicencia tomó asiento en el mismo. Apoyó fuertemente la espalda contra el alto respaldo del sillón, como si quisiera probar su comodidad. Y luego se quedó contemplando tranquilamente los preparativos, con el cuerpo en descanso, un poco inclinado hacia adelante”.


“Cuando avanzó el pelotón que había de fusilarlo -continúa la nota de “Crítica”-, miró detenidamente a todos los soldados. Una vez sentado y el pelotón a su frente, se acercó a él un soldado con la venda en las manos. Llegó hasta él por la espalda. Le puso la venda sobre los ojos pero Di Giovanni le dijo: ‘No quiero que me ponga la venda’. Cuando el pelotón estaba listo para apuntar y el sargento dio por señas la orden de apuntar, Di Giovanni se afirmó fuertemente contra el respaldo del banquillo. Levantó la cabeza. Puso todos los músculos en tensión y luego, irguiéndose todo lo que le fue posible concretó en un grito su último pensamiento. Y fue así que en el angustioso silencio del momento, un grito agudo partió de su garganta: ‘¡Viva la anarquía! Segundos después, el jefe del pelotón bajaba la espada y el cuerpo de Di Giovanni era atravesado por 8 balazos. Al recibir la descarga, un poco de humo que salió de su pecho marcó el sitio de los impactos. Su cara se contrajo en una mueca violenta de dolor. Una reacción muscular lo hizo levantarse un poco del banquillo para caer luego pesadamente hacia el costado izquierdo. El respaldo del banquillo saltó hecho astillas. Un gran charco de sangre inundó el asiento cayendo al suelo. Un aullido atroz desgarra el silencio: son los presos de la cárcel que se despiden de su compañero”.
América relataría años más tarde que en ese momento ella tuvo la fantasía de ponerse ante el pelotón de fusilamiento en el momento en que hacían fuego y proteger a Severino con su cuerpo. El cadáver de Di Giovanni no fue entregado a su familia sino que por orden del Ministro del Interior Matías Sánchez Sorondo (1880-1959), un nacionalista aristocrático que fuera uno de los principales impulsores del golpe de Estado contra Yrigoyen, fue trasladado al cementerio de
Chacarita con una severísima custodia policial. A pesar de que el entierro se hizo a la madrugada y que nadie pudo ser testigo de él -salvo los policías y guardiacárceles que lo condujeron- la tumba de Di Giovanni apareció al día siguiente cubierta totalmente de flores rojas. Esto causó una gran indignación al ministro, quien ordenó que la policía dispusiera una “guardia permanente diurna y nocturna en la tumba que guarda los restos del sujeto Severino Di Giovanni hasta que dichos restos sean trasladados a otra fosa o se proceda a su incineración”. “El Diario” de Montevideo comentaría con sorna estas medidas: “El gobierno militar argentino quiere crear un nuevo delito en el Código del Embudo que acaban de confeccionar los ocupantes de la Casa Rosada: el delito de llevar flores al cementerio. La medida nos parece un odio pequeño llevado hasta ultratumba”.


“Cuando Paulino Scarfó -relata Bayer- oyó los disparos que mataron a Severino, y todos los presos de la penitenciaría gritaron a coro su protesta y golpearon frenéticamente los barrotes, sabía que le quedaban 24 horas de vida. Con él se cumple el mismo ritual de la noche anterior. El muchacho dirá como últimas palabras las mismas que eligió su compañero de ideas Bartolomeo Vanzetti, al morir en la silla eléctrica en Charlestown: ‘Señores, buenas noches, viva la anarquía’. El grito era ya esperado por todos. El jefe del pelotón hubiera querido impedirlo, pero cuando fue dicho ya era tarde para alistar a los tiradores. Inmediatamente, cuando aún no se habían apagado los ecos de su grito, sonó la descarga, rubricando en el cuerpo de Scarfó la firma de la muerte. Como un eco a la descarga, de todas las celdas del penal se levantó un aullido escalofriante. Eran los presos, que en esa forma demostraban su dolor ante la muerte de un compañero de presidio. Los aullidos de esta noche fueron más intensos que los de la noche anterior. De la calle se oyeron perfectamente habiéndose prolongado por un largo rato.
El diario “Crítica” lo contó así: “Luego de gritar sus últimas palabras cruzó nuevamente los brazos sobre el pecho, en la medida que se lo permitían las esposas. Se quedó firme en el banquillo. Sacando pecho. Como haciendo guardia a las balas. La orden de fuego fue dada casi de inmediato después del grito de Scarfó. Al recibir la descarga, el cuerpo dio un salto pequeño hacia arriba y luego, un vigoroso encogimiento hacia adelante y hacia abajo. Tras el salto, su cuerpo quedó inclinado un poco hacia la derecha, pero sentado siempre en el banquillo. La cabeza había caído sobre el pecho, en la postura de un hombre dormido. En esa posición se encontraba, cuando se acercó a él el sargento que mandaba el pelotón y le disparó el tiro de gracia, que le penetró en el temporal izquierdo. Y, como si la fuerza del balazo hubiese empujado el cuerpo, éste cayó hacia la derecha quedando boca abajo en el césped”.sa mañana, a las 6, un comisario despertó a América Scarfó que se había quedado dormida sentada, apoyada sobre un escritorio, en la oficina donde la tenían detenida en el Departamento Central de Policía. Le entregó una carta. Era de Severino. América leyó esa última carta de su amado: “Querida: más que con la pluma, el testamento ideal me ha brotado del corazón hoy, cuando conversaba contigo: mis cosas, mis ideales. Besa a mi hijo, a mis hijas. Sé feliz. Adiós, única dulzura de mi pobre vida. Te beso mucho. Piensa siempre en mí. Tu Severino”. Mientras tanto, en la calle, pasaban los tranvías que a esa hora iban cargados de obreros a reiniciar la rutina de todos sus días. Los fusilamientos no habían sido un espectáculo para ellos, pero sí una enseñanza, una intimación, una advertencia.

25 de febrero de 2020

América Scarfó. Feminismo, amor libre y anarquía (6). Secuencia


El casamiento se llevó adelante con todas las de la ley, esa ley burguesa que Di Giovanni tanto despreciaba. Para la sociedad legal, la joven esposa pasó a llamarse América Scarfó de Astolfi. Luego de una pequeña fiesta íntima, los recién casados partieron de viaje de bodas supuestamente a Mar de Ajó, pero en realidad lo hicieron a Carlos Casares. “Allí -relata Bayer-, en la estación de la localidad bonaerense estaba Severino, sonriente, con un ramo de doscientas rosas rojas. Los amantes se abrazaron largamente mientras Silvio Astolfi, ruborizado, miraba hacia otro lado. Por fin, Severino le dijo simplemente: ‘muchas gracias compañero’. Y Silvio Astolfi dio por cumplida la misión más difícil de su vida. Los amantes pasaron varias semanas en una quinta donde vivía el incansable expropiador Andrés Vásquez Paredes”. “La madre -continúa Bayer- había cosido para su hija un baúl lleno de ajuar. El hermano José, el carpintero, había llevado a cabo los muebles para el dormitorio. Los muebles de la joven pareja fueron trasladados a la vivienda de Teresina, quien previamente había sido informada de todo y dio su asentimiento. Los enamorados pasaron sus días en el encuentro y la lectura. Severino acababa de adquirir -con nombre falso y garantías- una biblioteca de 80 volúmenes con todas las obras clásicas fundamentales. En italiano. Y una colección de obras pacifistas, en castellano. Severino y América ya sólo se separarán por pocos espacios de tiempo”.
El 11 de abril de 1930 apareció el primer número de “Anarchia”. Figuraba como administrador Aldo Aguzzi (1902-1939), un anarquista italiano que, huyendo de las brigadas fascistas, emigró a Argentina en agosto de 1923. Una vez en Buenos Aires, editó y dirigió “La Voce Antifascista”, órgano de la Alianza Proletaria Antifascista (APA) y, entre 1925 y 1928, colaboró en la revista “Culmine” que editaba Di Giovanni. Los propósitos de la nueva publicación fueron precisados en la primera página de la edición inicial. Entre ellos figuraban los de fomentar el espíritu de libertad en la vida del movimiento anarquista, entendiendo el concepto de libertad como autonomía individual y, por ende, rechazando la adhesión de los anarquistas de los movimientos paralelos de base clasista, es decir, del sindicalismo. “Por eso -se proclamaba en aquel prólogo-, primero, será nuestro deber la formación de la individualidad consciente. Creemos que la acción práctica debe ser el coronamiento necesario de las ideas anarquistas y del temperamento revolucionario anarquista. Pero seremos hostiles a todas aquellas formas seudoanárquicas que significan una degeneración del anarquismo y que, bajo el manto revolucionario, inducen a la instauración de nuevas formas de tiranía y de explotación”.


Más adelante anunciaba: “Todas aquellas acciones del campo intelectual, del campo social, y también en el campo económico que lleven a los fines fundamentales del anarquismo (lucha contra el Estado, lucha por la abolición del capital, lucha antirreligiosa, lucha antimilitarista, etc.), todo aquello que sirva para acelerar la caída del presente sistema social tendrá nuestro apoyo ferviente e incondicional. Queremos ser revolucionarios por la Revolución; anarquistas, por el anarquismo, y no por una institución establecida, un club, una mera congregación. Por todo esto, ‘Anarchia’ no será un periódico cerrado. Nuestro máximo respeto por la personalidad de otros, es decir, por los sentimientos, las ideas, las necesidades, los sueños de todo individuo, que nos impulsa a ver en ellos no un adversario y sí un compañero. Las diferencias intelectuales y psicológicas no son un obstáculo en nuestro camino sino una parte integrante de nosotros mismos. Y este periódico que llevamos a cabo para difundir nuestras ideas y nuestros métodos estará abierto a todos: a los que queremos criticar y a los que quieren criticarnos a nosotros contribuyendo a una discusión que será proficua para nosotros mismos y para todos. El pasado queda atrás para nosotros, delante está el porvenir. ¡Caminemos!”.
La propia América publicó varias notas suyas en “Anarchia”. En una titulada “Lucha nuestra” decía, entre cosas: “Cada individuo cuyas facultades estén completa y normalmente desarrolladas desea vivir la vida en su verdadero significado, las manifestaciones de ella en todas sus formas y en todo sentido. En una palabra, el enamorado de la vida quiere gozarla plenamente. La goza físicamente quien está dotado de buena salud; moral e intelectualmente si ama y es amado, si tiene una meta o un ideal que perseguir. Así, pues, todos desean la realización de sus más caros anhelos. Y si parte de estos no se cumplen es culpa del ambiente en el cual nos encontramos. Ciertamente es necesario luchar contra ese ambiente de todos modos para conquistar aquello que se desea. La felicidad no es una utopía: también en nuestra vida pueden existir momentos felices. Aunque sea por un instante en que podemos saborear algo de esta quimera. Un triunfo en el estudio, en el trabajo y en la lucha cotidiana puede proporcionarnos un momento de felicidad. Si la sociedad no estuviera constituida como lo es actualmente, muchos individuos tendrían mayores satisfacciones para su espíritu”.
“Sin embargo el descontento es una cosa innata en el individuo investigador, curioso, experto. Aquel que se conforma con una vida monótona, de un mismo alimento, de una invariable clase de lectura, de una diversión sin cambios, es insulso y sus facultades no han alcanzado el desarrollo de otros individuos. No podría definir qué es la felicidad, pero también el refractario que no se adapta al ambiente busca satisfacciones. ¿Quién, acaso, luego de tanto pensar, después de tanto calcular buscando soluciones a un problema, no experimentó una inmensa satisfacción al alcanzarlas? ¿Aquél que pasó en un laboratorio estudiando los más complicados problemas de la complejidad de la naturaleza no exclamó un ¡eureka! de triunfo descubriendo o realizando aquello que el cerebro había previsto? Lo mismo ocurre en la lucha por un mejor porvenir. Se me dirá que esta lucha está llena de obstáculos, que las espinas de la vida son muchas. Pero, si deseamos ardientemente la rosa fragante, roja como la sangre que nos corre generosa por las venas, y para cortarla y ofrecerla al ser más amado debemos atravesar una ciénaga o un monte espinoso, estoy segura que superaríais estos impedimentos y llegando a la meta, cansados, heridos y ensangrentados, se os dibujará una sonrisa triunfal de inmensa satisfacción”.


“No concibo que haya individuos que viven la vida de modo burocrático. Viven estancados, vegetan y mueren. Nada se sabe de sus vidas. Quien no crea no deja rastros de sí mismo y vale más una obra que toda la existencia material del hombre. Quien escribe, quien realiza hechos encomiables se multiplica y también después de la muerte vive espiritualmente, si sus escritos o sus luchas estaban impregnados de vida. Admiro al individuo de múltiple actividad: él vive la vida. ¿No hay, acaso, belleza en la variedad? La misma belleza está en la multiplicidad de la actividad. A mi juicio, el individuo que tiene por meta y por ideal la lucha, vive en lozanía. Hoy funda un periódico, mañana escribe un libro, después un artículo. Necesita medios para llevar a cabo estos proyectos y expropia a quien posee excesivamente e injustamente. He aquí al individuo en pie de lucha. Bandido ilegal contra bandidos legales. Este individuo, a mi modo de ver, posee una amplia concepción del derecho a la existencia. Basado en el principio de ‘todos tenemos derecho a la vida’, al pan cotidiano, a todo aquello que la naturaleza le ofrece y al mismo tiempo le demanda, cumple su acción reivindicadora con fe y con coraje. Acción que es fruto de su ideología anarquista, aunque disgusta a todos los que catequizan a la manera de los curas: haz lo que digo pero no lo que hago”.
Aquel artículo que América publicó en la revista “Anarchia” aparecida el 15 de julio de 1930, terminaba así: “Dotado de un concepto libertario, procura de manifestarlo. El anarquista que expropia no lo hace por deporte pero sí impelido de una necesidad no puramente económica. Sabe que el dinero acumulado en las arcas de los bancos y de otras instituciones del Estado y del capitalismo es fruto del sudor del pueblo, de la explotación del obrero. Tomarlo no es otra cosa que devolverlo. Y si ese dinero se emplea en cosas necesarias y de valor altamente moral, ¿por qué escandalizarse y lanzar sermones que no convencen? ¿Dónde ven la inmoralidad? Que así procedan los periodistas de la burguesía, de acuerdo. Deben defender su salario a fuerza de servilismo y de hipocresía. Pero no es lógico para aquellos que proclaman la destrucción del estado actual de cosas y gritan: ‘destruyamos el Estado, la religión, etc.’. Hablar de la expropiación colectiva en tanto los señores burgueses lo permitan -así lo creo- y en la expectativa de privarse de lo más elemental por conservar ‘la pureza de los ideales’... es una broma graciosa. Si no viene la Revolución estamos fritos”.
“Opino que a la Revolución hay que hacerla y no esperarla. He ahí por qué cualquier acto contra el Estado y contra las otras columnas del actual régimen es necesario y por eso, plausible. Si antes de criticar aquellos actos que son de público dominio por su resonancia hiciéramos un examen de conciencia, no se formularían juicios tan fuera de lugar. No puedo dejar de expresar mi admiración por todos -conocidos e ignorados- quienes destacándose de la mediocridad se convierten forzosamente en personajes, no por los individuos en sí, sino por la corriente de ideas y de nuevos conceptos que parten de ellos. Las alas de la tragedia siempre se extienden sobre ellos, su vida pende de un hilo. ¿Pero acaso no existe belleza, una inmensa belleza también en el dolor? El sentido de la vida en toda su plenitud en el ambiente en que vivimos forma esta corriente de acción que hace temblar a los esbirros del orden constituido. No por algo estos prorrumpen en gritos de ‘¡Alerta!’ y de ‘¡Atención!’. Esto significa que los sostenedores vacilan y por eso, la prensa baja y servil usa el acostumbrado lenguaje que demuestra claramente su venalidad. ¡Que la vuestra, rebeldía de revolucionarios ponga fuego a la indignación hipócrita de los sirvientes a fin de que sucumban con sus patrones!”.
Poco faltaba para que ocurriera en la Argentina el primero de los seis golpes de Estado que hubo durante el siglo XX. El 6 de septiembre el general José Félix Uriburu (1868-1932) encabezó una sublevación cívico-militar que derrocó al gobierno democrático del presidente Hipólito Yrigoyen (1852-1933), quien pertenecía a Unión Cívica Radical (UCR), partido político que gobernaba desde 1916. La UCR era, por aquellos años, el partido burgués más popular, con una base social y electoral muy heterogénea conformada por trabajadores, pequeños productores urbanos y rurales, comerciantes, profesionales y estudiantes por un lado, pero también era un claro representante de los sectores de la clase dominante, la oligarquía terrateniente y la incipiente burguesía industrial. Esa ambigüedad sumada a la crisis económica y financiera que se precipitó sobre el mundo capitalista a partir de la quiebra de Wall Street, la creciente influencia de pensadores nacionalistas y conservadores católicos y el importante ascenso revolucionario de la clase obrera, derivaron en el levantamiento que quebró el orden constitucional.


Su consecuencia inmediata para el anarquismo fue el advenimiento de una ola de persecuciones: los locales de la FORA fueron clausurados, muchos militantes debieron exiliarse, a los apresados se los enviaba a la cárcel y si eran extranjeros se los deportaba a su país de origen. Mientras tanto, en los primeros días de octubre, América, bajo el nombre de Josefina Rinaldi de Dionisi, alquiló la quinta “Ana María” ubicada en la localidad bonaerense de Burzaco. Allí, en ese predio colmado de tilos y sembrado con maíz, Severino, acompañado por el silencioso e introvertido Paulino, instaló la imprenta, una amplia biblioteca y organizó reuniones con otros anarquistas con los que intentaban organizar la resistencia a la dictadura recién instaurada. Allí también pudo por fin convivir con América y recibir la visita de los hijos que tuvo con su ex mujer. Según cuenta Bayer en una de las tantas entrevistas que tuvo con América mientras preparaba la edición de su libro, cuando ella se fue a vivir con Severino en la quinta muy arbolada de Burzaco, él ya era el perseguido número uno de la sociedad argentina. “Ella sentirá miedo todas las noches y duerme abrazada a él. Una noche ella siente ruidos como de gente que entra a la quinta y trata de despertarlo. Le dice en voz baja pero insistente: ‘Severino, Severino, la policía’. Él se despierta apenas, la acaricia y le responde: ‘América, no, son los pájaros... duerme... duerme’”.
Estuvieron así, siempre juntos, hasta el verano siguiente. El 29 de enero de 1931 Severino fue interceptado por la policía cuando llevaba algunos de sus escritos a una imprenta situada en la avenida Callao 335, cerca del Congreso Nacional. Cuando intentaron detenerlo procuró fugarse, por lo que se produjo una balacera que terminó en la intersección de las calles Ayacucho y Sarmiento donde cayó herido. Fue trasladado al hospital Ramos Mejía y finalmente conducido a la Penitenciaría Nacional ubicada por entonces en el barrio de Palermo. Mientras tanto, un antiguo compañero, atormentado por las torturas, había delatado la ubicación de la vivienda de Burzaco. Hasta allí llegó una legión de policías porteños y bonaerenses y apresaron a Paulino. También detuvieron a América y a Laura, una de las hijas de Severino que estaba por esos días viviendo con ellos. Ambas fueron trasladadas al Departamento Central de Policía. Desde el golpe militar regía en el país la ley marcial. A las cinco de la mañana del domingo 1º de febrero de 1931, Di Giovanni fue fusilado en la vieja penitenciaría de la calle Las Heras. Recibió ocho balazos más el tiro de gracia que le penetró por la sien derecha. Un día después, en la misma prisión, fue fusilado Paulino. Ambos gritaron antes de morir “¡Viva la anarquía!”. América sólo tuvo cinco minutos para despedirse de cada uno de ellos.


En 1998, en la reedición de “Severino Di Giovanni, el idealista de la violencia”, su obra ya mencionada anteriormente, Bayer escribió: “Para la joven mujer, el golpe había sido demasiado inhumano, demoledor. Febrero de 1931 significó perder a su gran amor, a ese ser desbordante que la inició en la pasión, en las ideas, en fin, en la vida íntegra; y asistir al fin de su hermano más querido, Paulino. A los 17 años apenas cumplidos, América quedó huérfana de esa personalidad avasalladora que se llamó Severino Di Giovanni. Sola ya, sin esa fuerza, debió actuar contra todo un medio hostil viendo cómo poco a poco el movimiento que había representado a sus ideales se iba desmoronando”.
El autor de “Los anarquistas expropiadores”, “Rebeldía y esperanza” y “En camino al paraíso” entre otros muchos ensayos, también reseñó la última oportunidad que tuvo la ex esposa de Di Giovanni de verlo con vida. Fue el 31 de enero: “Teresina y los pequeños Aurora e Ilvo fueron llevados hasta la Penitenciaría ya bien entrada la tarde de ese sábado. El condenado a muerte besó rápidamente a sus dos hijos. Teresina le acaricia el rostro diciendo suavemente: ‘Severino, Severino...’. Di Giovanni no los podía abrazar porque estaba esposado por la espalda. Luego llegan América y Laura. Los amantes se abrazan y se besan sin ninguna aparatosidad. La pequeña Laura queda abrazada al padre. Desde que fue testigo de los hechos de Burzaco no ha dicho una sola palabra, ha quedado completamente introvertida. Ha sentido todo como un golpe muy fuerte. Tiene los ojos enrojecidos. Aurora miraba la escena, asombrada. Ilvo lloró algo. Luego vino la despedida. Besó Severino prolongadamente otra vez a sus hijos. Tenía los ojos humedecidos. También besó a la madre de sus hijos, quien volvió a acariciarle el rostro. Hubo luego un momento de indecisión en todos hasta que Severino le pidió a Teresina que se fuera con los chicos para ahorrarles más detalles de ese escenario”.

23 de febrero de 2020

América Scarfó. Feminismo, amor libre y anarquía (5). Vaivenes


Este hecho sirvió para que algunos compañeros de Severino volvieran a criticar su relación con América ya que hacía peligrar la organización de la lucha. Di Giovanni soportó las críticas y le escribió a América: “¿Qué hacer ante la censura de mis compañeros de lucha? Tú sabes bien cuánto los amo a ellos. Sabes la lucha rabiosa que nos ha declarado la sociedad. El derecho que tenemos a la defensa desesperada y astuta”. Y más adelante agregó: “No te disculpes, no quiero que te excuses, eres sagrada para mi vida. Un error tuyo es un error que he cometido yo”. Pero paralelamente a este episodio ocurrió uno mucho más grave: integrantes de la revista “Culmine” descubrieron que un ex colaborador era un espía fascista y confidente de la policía, a quien había revelado el lugar en donde Di Giovanni se ocultaba por aquellos días. Pocos días después el delator fue asesinado a tiros, un hecho que algunos historiadores imputaron al propio Di Giovanni mientras que otros sólo le atribuyeron una coparticipación en el atentado. Después de este episodio, Severino se trasladó a una chacra en Carlos Casares.
En los meses siguientes también se le adjudicó su participación en varios hechos: el robo a una sucursal del Banco Avellaneda, el golpe a la compañía de ómnibus La Central, de donde se robaron 17.500 pesos, y el atraco a la comisión pagadora de la empresa estatal Obras Sanitarias, en el que se llevaron 283.000 pesos. Además, en el barrio porteño de Caballito, intervino en un atentado con bomba en la casa de un miembro de la policía secreta de Mussolini acusado por los anarquistas italianos en el exilio de haber practicado la tortura de miembros de diferentes grupos radicales anarquistas y antifascistas en Italia. Luego, viajó junto a otros integrantes de su grupo a Rosario para apoyar la huelga general que se había declarado en la ciudad. Allí atentaron contra el jefe de Orden Social de Rosario, un subcomisario que había ganado fama como perseguidor y torturador de anarquistas. Cada una de estas acciones ahondó los debates sobre la conveniencia de estas prácticas y su relación con el anarquismo. Para muchos militantes, los atentados y los robos como método de financiamiento para la causa no eran beneficiosos para la misma, por lo cual las posiciones dentro del movimiento se polarizaron aún más.


Severino seguía refugiado en Carlos Casares. Él era obstinadamente buscado por la policía; ella, estrechamente vigilada por sus padres y su hermano mayor, por lo que sus encuentros eran muy esporádicos. El 8 de mayo de 1929 él le escribió: “Paso revista a todas las horas pasadas juntos, siempre con la vertiginosa premura del relámpago: recibir tus besos, besarte y después, la separación. Jamás haber podido vivir un largo encuentro, estar juntos hasta el cansancio y después recomenzar nuevamente... vivir las horas cotidianas una después de otra... dejarse acariciar con tanta ternura... amarnos y amarnos tanto, tanto... mirarse hasta el espasmo, abrazarse fuerte en un lazo indisoluble... quererse con tanto cariño, mucho, pero mucho hasta decir basta para luego recomenzar todo desde un principio...”.
El 25 de agosto volvieron a encontrarse por algunas horas. Al día siguiente él le remitió otra carta: “Me has tocado todo mi ser, mi vida. Lo has hecho vibrar como has querido. Te leía en los ojos todo el deseo y todo el amor con que está colmada tu graciosa existencia. ¡Qué bella estabas ayer noche! ¡Cómo cantaban nuestros sentidos, bajo la segunda luna de agosto, ayer noche! Tus pupilas, radiantes como todas las expresiones de la más casta voluptuosidad eran las compañeras oportunas de la risa que llenaba enteramente tus ojos negros. La luna, envidiosa, refulgía. Y te apretaba contra mí, y besaba tu pequeña boca que invitaba a nuevos besos, te besaba entonces todavía más, mucho más. Noche inolvidable que jamás olvidaré, que jamás olvidaremos, porque ha sabido abrirnos las vías libres del amor eterno, del amor nuestro, del amor que no conoce ningún otro Dios, que aquel que propicie todas las dulzuras terrenas y celestiales, las fortunas del Edén y de todos los escondrijos paradisíacos. El idilio vivió en la noche de ayer toda su belleza. Ahora no resta nada más, oh amor, que apagar la sed en nuestras juveniles fuentes con todos los éxtasis, todos los efluvios, todos los cantos y con todos los pecados”.
Di Giovanni espera ansiosamente las cartas de ella, por eso, ya en septiembre, le envió otra en la que le confesaba: “Tus cartas me impulsan tan alto, tanto, tanto, hasta hacerme doler de pura felicidad. Una carta tuya es el compendio de la primavera que me obliga al frenesí, que me empuja al regazo jovial del verde inmenso y me sofoca bajo una avalancha de flores”. Por momentos piensa en abandonar sus actividades militantes y marcharse con ella: “Llevarte conmigo -le escribe- secuestrarte de tu planta en flor y llevarte a mi jardín siempre florido de tantas maravillas, de tantas bellezas, de tantos amores diversos. Porque contigo tendré la fuerza de crear tanto: belleza, cantos, luz, rayos, fantasías, danzas, coloraciones, verdes, flores, y amor, mucho amor... Tú, buena amiga mía, oh, mi dulce compañera, no puedes jamás imaginar cómo aumenta el bien en mi caída cada vez que te veo. En cambio de apagarse momentáneamente el incendio que me devora, cada uno de nuestros encuentros, cada uno de nuestros coloquios, cada uno de nuestros abrazos no sirven más que para dar alimento a la llama encendida de mi corazón. Y el alimento consume, devora, quema, arde, arde tanto y no sabe darme ningún bálsamo restaurador, ningún refresco delicioso, ninguno de los tantos minutos de reposo que sólo podré anhelar cuando estés junto a mí, en cada instante, en cada latido de nuestros corazones”. Sin dudas, junto a la impronta de anarquista vindicador, temido e implacable, coexistía en Severino Di Giovanni un temperamento romántico en el más amplio sentido del término.


El 24 de octubre de 1929 fue una jornada que entró a la historia como el “Jueves negro”. Fue el día en el que dio comienzo el catastrófico desplome de la Bolsa de Nueva York, caída que originaría una de las mayores crisis del capitalismo que sería conocida como la “Gran depresión”. Esa quiebra del mercado de valores estadounidense trascendería severamente a nivel mundial y repercutiría, naturalmente, también en la Argentina. Al día siguiente, mientras las primeras noticias de la bancarrota de Wall Street comenzaban a llegar a Buenos Aires, se produjo en la localidad bonaerense de Remedios de Escalada el asesinato del antes aludido Emilio López Arango, tenaz censor del accionar de los anarcoindividualistas. Di Giovanni ya había escrito varios artículos en “Cúlmine” como respuesta a los que López Arango había publicado en “La Protesta” acusándolo de “agente fascista” e “infiltrado policial". Fue por esa razón que algunas fuentes periodísticas atribuyeron el atentado a Di Giovanni; sin embargo, las investigaciones policiales nunca pudieron demostrar su culpabilidad.
Por supuesto, este episodio no hizo más que agudizar las ásperas diferencias internas ya existentes dentro del movimiento. El Consejo Federal de la Federación Obrera Regional Argentina (FORA), una central obrera que comulgaba con las ideas de Abad de Santillán, emitió un comunicado en el que decía: “La muerte de este viejo militante debe servir de clarinada estridente para que todos los revolucionarios sinceros se conciten en las filas responsables de las ideas libertarias a fin de proseguir con tesón en esa obra netamente anárquica que supo desarrollar el camarada vilmente asesinado. Creemos que este repugnante asesinato que nos arrebató a uno de los más clarividentes pensadores y uno de los militantes más responsables del movimiento anarquista, debe ser cobrado por los que nos consideramos defensores de esta entidad, es un crimen que no debe quedar en la impunidad, y lo menos que los revolucionarios deben saber es quienes son los autores de tan criminoso y vil asesinato”.
Por su parte, el Secretariado de la Asociación Continental Americana de los Trabajadores (ACAT), una confederación sindical continental del anarcosindicalismo de América fundada en Buenos Aires en mayo de ese año, difundió una misiva bajo el título “Un crimen sin nombre” en la que decía: “El miembro de este Secretariado, compañero Emilio López Arango, ha sido asesinado del modo más cobarde y alevoso que se puede imaginar, por asesinos vulgares seguros de toda impunidad. La Asociación Continental Americana, el movimiento libertario de América, pierde en Arango una de sus mejores fuerzas. Interpretando los sentimientos solidarios y justicieros del proletariado revolucionario adherido, el Secretariado se asocia al duelo causado por ese crimen y eleva su más ferviente condenación contra los asesinos. Los trabajadores de la Argentina sabrán hacer menos sensible la pérdida redoblando sus actividades de propaganda y de organización, en el sentido señalado con tenacidad y honradez durante muchos años por el malogrado compañero”.


También, desde las distintas publicaciones anarquistas se difundieron debates con un lenguaje corrosivo e irónico. Ya no sólo se polemizaba alrededor de los métodos y las tácticas, ahora el enfrentamiento se hizo mucho más personalizado y, desde luego, creció la hostilidad hacia Di Giovanni y su grupo. La radicalización del conflicto intensificó la distancia entre las corrientes internas. Si bien las diferencias entre los distintos sectores ya existían, a partir del asesinato de López Arango en temas como la responsabilidad, la violencia revolucionaria, el derecho a matar, la fatalidad y la finalidad se extremaron posiciones. Así, la heterogeneidad y la polifonía de voces característica de la corriente libertaria se exacerbó considerablemente. Muy diferentes fueron las valoraciones sobre este hecho que se hicieron en los principales medios ácratas como lo eran “La Protesta”, “La Batalla”, “La Antorcha” y “Cúlmine”.
Dadas así las cosas, el cerco sobre Severino se fue cerrando día tras día. Sus encuentros con América se volvieron cada vez más difíciles. Fue cuando le escribió: “Amiga mía: tengo fiebre en todo mi cuerpo. Tu contacto me ha atestado de todas las dulzuras. Jamás como en estos larguísimos días he ido bebiendo a sorbos los elixires de la vida. Antes, viví las horas intranquilas de Tántalo y ahora, hoy, el hoy eterno que nos ha unido, vivo -sin saciarme- todos los sentidos armoniosos del amor tan caro a un Shelley y a una George Sand. Te dije, en aquel abrazo expansivo cuánto te amaba, y ahora quiero decirte cuánto te amaré. Porque el pan de la mente que sabe materializar todas las idealidades elegidas de la existencia humana, nos será la guía más experta para resolver nuestros problemas; y debo decirte con toda la sinceridad de un amigo, de un amante y de un compañero, que nuestra unión será bella y prolongada, gozosa y plena de todos los sentimientos: grande e infinitamente eterna. Y cuando te hablo de eternidad (todo aquello que el corazón ha querido, gozado y amado, es eterno) quiero aludir a la eternidad del amor. El amor jamás muere. El amor que ha germinado lejos del vicio y del prejuicio es puro, y en su pureza no se puede contaminar. Y lo incontaminado pertenece a la eternidad. Bésame como yo te beso; sabes que pienso en ti siempre, siempre, siempre. Serás el ángel celestial que me acompañe en todas las horas tristes y alegres de esta mi vida de insumiso y rebelde. Contigo, ahora y siempre”.
Di Giovanni inició 1930 con un plan de trabajo que evidenciaba un cambio en su actitud. Su idea era imprimir una publicación quincenal que se constituyera en la gran vocera de los antifascistas de toda América Latina. En ella pensaba reunir textos de destacados pensadores y activistas del anarquismo italiano como el ya mencionado Errico Malatesta, Renzo Novatore (1890-1922) o Bruno Filippi (1900-1919), y publicar las obras completas del anarquista francés Élisée Reclus (1830-1905), autor de ensayos como “L'évolution, la révolution et l'idéal anarchique” (Evolución, revolución y anarquía) y “Unions libres” (Unión libre), en edición revisada y comentada. Además, con la idea de buscar un acercamiento entre los diferentes sectores, quería que todos ellos expusieran sus ideas en la revista. Tener una imprenta era una herramienta central, un recurso fundamental de vital importancia para difundir propaganda política e ideológica. Por eso su aspiración era instalar una para hacerla editorial de libros y opúsculos del ideal libertario. Con ese objetivo planificó y llevó adelante varias expropiaciones (asaltos a mano armada). “Para ello -relata Bayer en su libro- hay hombres que piensan como él: Paulino Scarfó, Jorge Tamayo Gavilán, Paco González, Mario Cortucci, Braulio Rojas, Roberto Lozada, Fernando Malvicini, Emilio Uriondo, José Nutti, Juan Márquez, Práxedes Garrido, Fernando Pombo, Umberto Lanciotti, Juan López Dumpiérrez, y un italianito rubio, que hace buenas migas con él, Silvio Astolfi, quien al mismo tiempo asumirá un papel insólito para ayudar a su amigo”.


De todos ellos, los más conocidos por su participación en actividades expropiadoras eran el italiano Umberto Lanciotti (1894-1976) y el chileno Jorge Tamayo Gavilán (1902-1931), con los que Di Giovanni tuvo un inmediato contacto tras sus llegadas al país en 1925 y 1928 respectivamente. Pero el que jugó un rol muy significativo, no ya para la apertura de la imprenta con la que comenzó a publicar su nueva revista llamada “Anarchia”, sino para llevar adelante su plan de huir a Francia con América para poder vivir por fin junto ella, fue Silvio Astolfi (1909-1937), un joven con el que había trabado una gran amistad. El plan de Severino, concertado con América, consistía en que Astolfi fingiera ser el novio de ella durante un par de meses para luego solicitar el permiso de sus padres -ya que ella era menor de edad- para casarse. Una vez casados, sólo dependería del permiso de su marido para abandonar el país. De modo que, en uno de sus esporádicos encuentros, la llevó a conocer a su futuro esposo.
“Silvio trabajaba en un taller mecánico y allí le fue presentado -pormenoriza Bayer en su libro-. El plan cumplirá con todos los ritos de la época para una familia de la pequeña clase media, italiana y católica. América comunicará a sus padres que se ha enamorado de Silvio Astolfi. Vino entonces la inevitable presentación. El padre de América le preguntó a Astolfi dónde vivía y trabajaba. En esos lugares pidió antecedentes y las referencias dadas por anarquistas repentinamente aburguesados fueron, por supuesto, muy buenas. Los padres le dan permiso a América para atender en la puerta al novio, como se estilaba en aquellos años, paso previo para luego atenderlo adentro, con presencia de la madre o algún hermano menor. Los padres le conceden ese permiso dos veces por semana, una hora a la tardecita. Silvio Astolfi cumple disciplinadamente con las visitas y los vecinos pueden ver conversar a la joven pareja, los martes y los viernes. Es decir, conversar no es la expresión correcta, ya que Silvio Astolfi era muy ducho en pasar moneda falsa, agitar en manifestaciones, conducir automóviles a alta velocidad en alguna acción, pero en eso de afilar con una muchacha no tenía práctica. Se ponía tartamudo y colorado hasta las orejas. La conversación eran preguntas de América que Silvio contestaba con monosílabos. Tanto es así, que la muchacha debía pegarle codazos para que disimulara y aunque fuera le tomara la mano y le contara lo que había leído en el diario esa mañana, ya que corrían el peligro de que la gente se diera cuenta. Luego pasaron a cumplir el segundo acto: ya se les permitía entrar al comedor de la casa o a la cocina. Silvio se sentaba al lado de ella pero no lograba pronunciar una palabra. América, entonces aprovechaba el tiempo para hacer sus deberes del colegio. El hermano de ella, José Scarfó, que sabía el secreto, les advertía: ‘disimulen un poco, se están dando cuenta’. Pero América recibió casi una sorpresa cuando le dijo a la madre que quería casarse muy pronto: la madre aceptó casi de inmediato porque en el fondo creía que así la protegía de Severino Di Giovanni. El casamiento era como una especie de seguro, aún con ese extraño mecánico”.

21 de febrero de 2020

América Scarfó. Feminismo, amor libre y anarquía (4). Correspondencia


En una carta, Severino le escribió: “El amor, el amor libre, exige aquello que otras formas de amor no pueden comprender. Y nosotros dos, rebeldes divinos (jamás nadie podrá llegar a nuestras cumbres), tenemos derecho a desagotar el pantano de la moral corriente y cultivar allí el inmenso jardín donde mariposas y abejas puedan satisfacer su sed de placer, de trabajo y de amor. ¡Oh, cómo es de hermoso ahora pasar las horas juntos...! Solos, solos, solos...! Un amigo me ha regalado una bellísima edición de la Comedia del Dante, ilustrada y comentado. ¡Cómo quisiera leerla junto a ti! Los pasajes sublimes de Francesca da Rimini abrazada a su Paolo mientras la tempestad infernal no tiene fuerza para separarlos, tanta es la posesión del amor de ellos, del amor en general. Que bello sería leer estas páginas junto a ti, juntos, juntos... Así, abrazados fuertemente y de cuando en cuando poder darte tantos besos. Cuando llegues leeremos, miraremos, elegiremos, no sólo las palabras de la Comedia, sino también aquellas, las más bellas, las más sublimes, las más comunes a nosotros -por eso, las más ardorosas- de nuestro inmenso amor”.
En otra, lamentaba lo que América tenía que sufrir por parte de sus progenitores. Ella le contestaba que sus padres no querían que siguiera estudiando, y que si eso se cumplía, dejaría el hogar. A lo que Severino le respondía diciéndole que conseguiría un trabajo y con lo que ganase podrían vivir juntos y ella seguir estudiando. Pero no sólo para eso necesitaba dinero, también para ayudar a su ex esposa y a sus hijos, quienes por entonces se mantenían con aportes que le hacían llegar los compañeros del Comité Pro Presos de los Sindicatos Autónomos.
En ese tiempo retomó su violento e implacable accionar: bombas en la fábrica de cigarrillos “Combinados”, cuyo dueño quería sacar a la venta un nuevo cigarrillo barato para obreros con el nombre de “Sacco y Vanzetti”, idea a la cual renunció tras el atentado; en las sedes centrales del First National Bank of Boston y el National City Bank of New York, y también el asalto a la empresa distribuidora de maquinaria industrial Kloeckner. Todos estos hechos hicieron profundizar la división que existía entre los anarquistas argentinos, sobre todo con los seguidores del antes mencionado Abad de Santillán, por entonces director del periódico “La Protesta”, del que lo separaban infranqueables diferencias en cuanto a tácticas, estrategias y cuestiones ideológicas y con quien mantenía virulentas controversias y discusiones.


Él esperaba ansiosamente las cartas de ella traídas por algún mensajero: “Tus cartas me impulsan tan alto, tanto, tanto, hasta hacerme doler de pura felicidad. Una carta tuya es el compendio de la primavera que me obliga al frenesí, que me empuja al regazo jovial del verde inmenso y me sofoca bajo una avalancha de flores”. Pero la persecución policial contra Di Giovanni se incrementó aún más, por lo que tuvo que refugiarse en distintos lugares. El Delta del Tigre y una chacra en Carlos Casares, ambos en la provincia de Buenos Aires, fueron algunos de los lugares en los que se ocultó. Así, los encuentros entre los dos enamorados pasaron a ser muy esporádicos. Fue por ello que ideó un plan para poder vivir junto a América: huir con ella a Francia. Quería que también viajaran Teresina y sus hijos para no perder contacto con ellos. Por entonces su ex esposa se había mudado a una pensión en Valentín Alsina donde vivían varios obreros a quienes les lavaba y les zurcía la ropa. En simultáneo, crecían las críticas de muchos compañeros anarquistas que no veían con buenos ojos aquella relación. Eso, sumado a su propia situación familiar, provocó una crisis en América que la llevó a hacerle una serie de reproches a Severino. Sin embargo, como típica reyerta de enamorados, cuando se reencontraron, la unión se selló con más fuerza. De ese reencuentro saldría la carta que América le escribió a Émile Armand el 3 de diciembre de 1928.
En aquel tiempo, el prestigio del antes aludido Armand sobre el tema del amor libre dentro del anarquismo internacional había cobrado una enorme notoriedad. El historiador francés Francis Ronsin (1943-2019), autor entre otras obras sobre el tema de “Le contrat sentimental. Débats sur le mariage, l'amour, le divorce de l'Ancien Régime à la Restauration” (El contrato sentimental. Debates sobre el matrimonio, el amor, el divorcio desde el Antiguo Régimen a la Restauración”, publicó en el año 2000 “Le sexualisme révolutionnaire et la lutte contre la jalousie” (Sexualismo revolucionario y la lucha contra los celos). En ese ensayo reprodujo un artículo que Armand había escrito en 1928: “Ce que nous entendons par liberté de l’amour” (Lo que entendemos por libertad de amor), en el cual manifestaba que “la camaradería amorosa implica un libre contrato de asociación (que puede ser anulado sin aviso, después de acuerdo mutuo), alcanzado entre anarquistas individualistas de diferentes géneros, respetando unas normas de higiene sexual, con el objetivo de proteger a la otra parte del contrato de ciertos riesgos de la experiencia amorosa, como el rechazo, la ruptura, el exclusivismo, la posesividad, la unicidad, la coquetería, los caprichos, la indiferencia, el no tomar en cuenta a otros, y la prostitución”.


Textos como éste, más otros escritos antes, motivaron a la joven anarquista América Scarfó a pedirle consejo de Armand sobre cómo enfrentarse a los problemas que surgían alrededor de su relación con Di Giovanni. La carta que le envió el 3 de diciembre de 1928 decía así: “Querido camarada. El motivo de la presente es, principalmente, consultarlo. Tenemos que actuar, en todos los momentos de la vida, de acuerdo a nuestro modo de ver y de pensar, de manera que los reproches o las críticas de otra gente encuentren a nuestra individualidad protegida por los más sanos conceptos de responsabilidad y libertad en una muralla sólida que haga fracasar a esos ataques. Por eso debemos ser consecuentes con nuestras ideas”.
“Mi caso, camarada, pertenece al orden amoroso. Soy una joven estudiante que cree en la vida nueva. Creo que, gracias a nuestra libre acción, individual o colectiva, podremos llegar a un futuro de amor, de fraternidad y de igualdad. Deseo para todos lo que deseo para mí: la libertad de actuar, de amar, de pensar. Es decir, deseo la anarquía para toda la humanidad. Creo que para alcanzarla debemos hacer la revolución social. Pero también soy de la opinión de que para llegar a esa revolución es necesario liberarse de toda clase de prejuicios, convencionalismos, falsedades morales y códigos absurdos. Y, en espera de que estalle la gran revolución, debemos cumplir esa obra en todas las acciones de nuestra existencia. Para que esa revolución llegue, por otra parte, no hay que contentarse con esperar sino que se hace necesaria nuestra acción cotidiana. Allí donde sea posible, debemos interpretar el punto de vista anarquista y, consecuentemente, humano.
En el amor, por ejemplo, no aguardaremos la revolución. Y nos uniremos libremente, despreciando los prejuicios, las barreras, las innumerables mentiras que se nos oponen como obstáculos. He conocido a un hombre, un camarada de ideas. Según las leyes burguesas, él está ‘casado’. Se ha unido a una mujer como consecuencia de una circunstancia pueril, sin amor. En ese momento no conocía nuestras ideas. Empero, él vivió con esa mujer varios años y nacieron hijos. Al vivir junto a ella, no experimentó la satisfacción que hubiera sentido con un ser amado. La vida se volvió fastidiosa, el único medio que unía a los dos seres eran los niños”.
“Todavía adolescente, ese hombre toma conocimiento con nuestras ideas y nace en él una conciencia. Se convierte en un valiente militante. Se consagra con ardor y con inteligencia a la propaganda. Todo su amor no dirigido a una persona lo ofrenda a su ideal. En el hogar, mientras tanto, la vida continúa con su monotonía, alterada solamente por la alegría de sus pequeños hijos. Ocurrió que las circunstancias nos hicieron encontrar al principio como compañeros de ideas. Nos hablamos, simpatizamos y aprendimos a conocernos. Así fue naciendo nuestro amor. Creímos, al principio, que sería imposible. Él, que había amado sólo en sueños, y yo, que hacía mi entrada a la vida. Cada uno continuó viviendo entre la duda y el amor. El destino -o más bien el amor- hizo lo demás. Abrimos nuestros corazones, y nuestro amor y nuestra felicidad comenzaron a entonar su canción en medio de la lucha y del ideal, que más impulso les dieron aún. Y nuestros ojos, nuestros labios, nuestros corazones se expresaron en la conjuración mágica de un primer beso. Nosotros idealizamos el amor pero llevándolo a la realidad. El amor libre que no conoce barreras ni obstáculos. Esa fuerza creadora que transporta a dos seres por un camino florido, tapizado de rosas -y algunas veces de espinas- pero donde se encuentra siempre la felicidad. ¿Es que acaso todo el universo no se convierte en un edén cuando dos seres se aman?”.


“También su mujer -a pesar de su relativo conocimiento- simpatiza con nuestras ideas. Últimamente ella dio pruebas de desprecio hacia los sicarios del orden burgués cuando la policía comenzó a perseguir a mi amigo. Fue así como la esposa de mi compañero y yo hemos llegado a ser amigas. Ella no ignora nada de lo que representa para mí el hombre que vivía a su lado. El sentimiento de afecto fraternal que existía entre ellos le permitió a él confiárselo a ella. Por otra parte, él le dio libertad de actuar como ella lo deseara, tal como corresponde a todo anarquista consciente. Hasta este momento, a decir verdad, hemos vivido una verdadera novela. Nuestro amor se intensificó cada vez más. No podemos vivir completamente en común dada la situación política de mi amigo y el hecho de que debo terminar con mis estudios. Nos encontramos muy seguido en diversos lugares. ¿No es acaso ésa la mejor manera de sublimar el amor alejándolo de las preocupaciones de la vida doméstica? Aunque estoy segura que cuando existe el verdadero amor, lo más bello es el vivir juntos”.
“Esto es lo que quería explicar. Pero he aquí que algunos se han erigido en jueces. Y éstos no se encuentran tanto en la gente común sino más bien entre los compañeros de ideas que se tienen a sí mismos como libres de prejuicios, pero que en el fondo son intolerantes. Uno de ellos sostiene que nuestro amor es una locura; otro señala que la esposa de mi amigo juega el papel de ‘mártir’, pese a que ella no ignora nada de lo que nos concierne, es dueña de su persona y goza de su libertad. Un tercero levanta el ridículo obstáculo económico. Yo soy independiente, como lo es mi amigo. Según todas las probabilidades, me crearé una situación económica personal que me liberará de todas las inquietudes en ese sentido. Además, la cuestión de los hijos. ¿Qué tienen que ver los hijos con los sentimientos del corazón? ¿Por qué un hombre que tiene hijos no puede amar? Es como si se dijera que un padre de familia no puede trabajar por la idea, hacer propaganda, etc. ¿Qué prueba puede hacer creer que esos pequeños seres serán olvidados porque su padre me ama? Si el padre olvidara a sus hijos merecería mi desprecio y no existiría más el amor entre nosotros. Aquí, en Buenos Aires, ciertos camaradas tienen del amor libre una idea verdaderamente exigua. Se imaginan que sólo consiste en cohabitar sin estar casados legalmente y, mientras tanto, en sus hogares siguen perdurando todas las ridiculeces y los prejuicios que son propios de los ignorantes. En la sociedad burguesa también existe esa clase de uniones que ignoran al registro civil y al cura. ¿Es acaso eso el amor libre?”.
“Por último, se critica nuestra diferencia de edad simplemente porque yo tengo 16 años y mi amigo 26. Unos me acusan de perseguir una operación comercial; otros me califican de inconsciente. ¡Ah, esos pontífices del anarquismo! ¡Hacer intervenir en el amor el problema de la edad! ¡Como si no fuera suficiente que el cerebro razone para que una persona sea responsable de sus actos! Por otra parte, es un problema mío y si la diferencia de edad no me importa nada a mí, ¿por qué tiene que importarles a los demás? Lo que quiero y amo es la juventud del espíritu, que es eterna. Hay también aquellos que nos tratan de degenerados, de enfermos y de otros calificativos de la misma especie. A todos ellos les contesto: ¿por qué? ¿Porque nosotros vivimos la vida en su verdadero sentido, porque rendimos un culto libre al amor? ¿Porque igual a los pájaros que alegran los paseos y los jardines nos amamos sin importarnos los códigos o las falsas morales? ¿Porque somos fieles a nuestros ideales? Yo desprecio a todos los que no pueden comprender lo que es saber amar. El amor verdadero es puro. Es un sol cuyos rayos enceguecen a aquellos que no pueden escalar las alturas. A la vida hay que vivirla libremente. Rindamos a la belleza, a los placeres del espíritu, al amor, el culto que ellos se merecen”.


Y concluía: “Esto es todo, camarada. Quisiera su opinión sobre mi caso. Sé bien lo que hago y no tengo necesidad de ser aprobada o aplazada. Sólo que al haber leído muchos de sus artículos y al estar de acuerdo con varios puntos de vista, me pondría contenta de conocer su opinión”. La carta, bajo el título “Une expérience” (Una experiencia), apareció publicada en “L'En Dehors” el 20 de enero de 1929 junto con la respuesta de Armand: “Compañera: mi opinión importa poco en la materia de lo que me transmites sobre lo que haces. ¿Estás de acuerdo íntimamente con tu concepción personal de la vida anarquista o no estás de acuerdo? Si estás de acuerdo, ignora los comentarios e insultos de los otros y continúa tu camino. Nadie tiene el derecho de poder juzgar vuestra forma de conducirte, aun en el caso que la esposa de tu amigo fuera hostil a esas relaciones. Toda mujer unida a un anarquista (o viceversa) sabe muy bien que no deberá ejercer sobre él o sufrir de parte de él una dominación de cualquier orden”. Por último le aconsejó que procediera como le dictase su conciencia y su sentir.
La contestación de Armand sirvió para amainar bastante la posición crítica que muchos compañeros de Severino tenían sobre su relación con América. No obstante, ese fin de año significó para él tristeza y depresión. El hecho de no poder ofrecerle a América un lugar para llevar una vida en común lo llenaba de impaciencia. Durante el año 1929 las divisiones en el anarquismo argentino se acentuaron intransigentemente. Desde “La Protesta”, el órgano de prensa de la corriente anarcosindicalista, el antes citado Diego Abad de Santillán y Emilio López Arango (1894-1929), un anarquista de origen español radicado en la Argentina, lanzaban críticas hacia el accionar de los anarquistas individualistas cada día más furibundas. Mientras tanto Di Giovanni, por entonces en el delta del Paraná, preparaba nuevos planes con su grupo. El contacto con América fue posible gracias a la mediación de un compañero que tenía un pequeño local de venta de café en Parque Centenario, en la calle Campichuelo. “La trastienda es lugar de encuentro y depósito de cartas y encomiendas que llegan y son buscadas -cuenta Bayer-. América -por su inexperiencia- pondrá en peligro toda la organización. Una vez que llega tarde a su casa y es conminada por sus padres a decir la verdad, responderá que ha visitado a amigos suyos en la calle Campichuelo. El hermano mayor de los Scarfó, Antonio, es quien deberá verificar si es o no cierto. El matrimonio González recibe la visita intempestiva y sabe salir del paso, pese a las preguntas incisivas del visitante. Todo esto traerá inseguridad y resquemores, ya que todos se estaban jugando la vida”.