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Se multiplicaban las revistas de viajes, más o menos científicas, con páginas que describían tierras vírgenes o mal conocidas hasta entonces, islas, paisajes, costumbres o simples aventuras en las que colaboraban los mejores dibujantes de la época. Así surgieron viajeros singulares llevados por un afán científico a veces, colonizador en otras, y en determinadas ocasiones, por un puro interés literario. A este último tipo de escritor viajero fue fiel en su breve vida Stevenson, cuyos días estuvieron siempre bajo el signo de un constante deambular por países más o menos exóticos, de su endeble salud y su obra literaria.
El novelista británico Graham Greene (1904-1991), hijo de una prima directa de Stevenson y lector experto, reivindicó la "injustamente menospreciada" obra de su pariente lejano, y señaló que las novelas mayores fueron las del final de su vida: "La caja equivocada", "Bajamar", "El Señor de Ballantrae" y "La presa de Hermiston", que quedó inconclusa al momento de su muerte. Las influencias de su antepasado aparecen una y otra vez en su propia obra. Para el teórico y crítico literario francés George Steiner (1929), Stevenson fue el "último de los narradores puros", y Henry James (1843-1916) habló "del lujo, en esta época inmoral, de encontrar a alguien que realmente escribe, que de verdad está familiarizado con este arte encantador". Otro escritor seducido por la obra de Stevenson fue el italiano Cesare Pavese, un hombre atormentado por su soledad interior y acosado por los vericuetos de su alma, cuyas últimas palabras, volcadas en su diario personal, fueron: "Todo esto da asco. Basta de palabras. Un gesto. No escribiré más".
Cesare Pavese (1908-1950). Poeta y novelista italiano. Tras licenciarse en filología inglesa en la universidad de Turín, se dedicó a traducir a numerosos escritores norteamericanos -Sherwood Anderson, Ernest Hemingway, Sinclair Lewis, Edgar Lee Masters, Herman Melville, Gertrude Stein, John Steinbeck- y a escribir crítica literaria. Sus escritos antifascistas, publicados en la revista "La Cultura", lo condujeron a la cárcel, donde escribió algunas de sus obras. Entre sus libros de poesía figuran "Lavorare stanca" (Trabajar cansa) y "Verrá la morte e avrá i tuoi occhi" (Vendrá la muerte y tendrá tus ojos), mientras que en narrativa se destacan "Il compagno" (El camarada), "La casa in collina" (La casa de la colina), "La luna e i faló" (La luna y las fogatas), "Dialoghi con Leucó" (Diálogos con Leuco) y "La bella estate" (El bello verano). Póstumamente se publicó su diario bajo el título "Il mestiere di vivere" (El oficio de vivir). Su literatura abunda en reflexiones sobre la soledad, la familia, el sexo, el amor y, sobre todo, la muerte. En junio de 1950, dos meses antes de acabar con su vida en una habitación de un hotel de Turín, Pavese escribió un breve ensayo sobre Stevenson que fue publicado en el diario "L'Unitá" de Roma, con el simple título de "Robert Louis Stevenson".
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El Centenario del nacimiento de Robert L. Stevenson, que se cumplirá el 13 de noviembre, probablemente no modificará demasiado la ambigua consideración de que goza el autor de "La isla del tesoro". La crítica no ha superado hasta ahora las dificultades de conciliar la admiración por la nítida vivacidad de sus fábulas -esa cualidad que ha hecho de Stevenson un escritor estimado también por los lectores jóvenes- con la falta de la llamada "profundidad", de la problemática seria, de algún visible interés social y humano. No es casual -se dice- que Stevenson haya escrito un libro titulado "Nuevas noches árabes": los personajes de sus novelitas y relatos, de sus fábulas, siempre parecen moverse en una atmósfera enrarecida, pintoresca, de mera fantasía unidimensional, tal como ocurre o parece ocurrir precisamente en "Las mil y una noches". Y se nos recuerda que Stevenson, que siempre vivió enfermo, preocupado exclusivamente por problemas de estilo y de bonita invención, acabó en efecto en el eremitorio de Samoa, lejos del tumulto y de los problemas de su patria y la sociedad.
Cabe recordar que el de Stevenson no fue un caso aislado, que prácticamente toda la cultura occidental de su tiempo (fines del siglo XIX y principios del XX) atravesó esa crisis de disgusto por el ambiente, y aunque no se viajara físicamente a los confines del mundo, se buscaba de diferentes maneras un paraíso y una justificación. Fue una manera tan buena como cualquier otra de polemizar -de vivir- con la propia sociedad. Pero nosotros queremos sencillamente descubrir y aprovechar lo poco o mucho que Stevenson nos ha dejado, olvidando aquello que ni soñó en darnos; en otras palabras, evaluar su importancia y la huella dejada en la cultura europea del nuevo siglo.
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