22 de mayo de 2009

R.L. Stevenson, el perpetuo vagabundo (5). Según Gilbert Keith Chesterton

Según el académico y crítico literario francés Louis Francois Cazamian (1877-1965), "Stevenson dedicó un atento cuidado al arte de escribir. Conoció la penosa búsqueda de la palabra exacta, de una cadencia que fuera armoniosa y a un tiempo no de­masiado regular. Su fuerza brota de un vocabulario muy variado y sutil, en el que una entera gama de estudiados matices coinci­de con la más chispeante vena de palabras populares, técnicas o dialectales. A veces, lo exquisito de su forma va más allá quizás de lo que el tema exige, y ésta es la única debilidad que podría achacársele en determinados momentos a su prosa". Jesús Fernández Santos (1926-1988), uno de los narradores que a mitad del siglo XX inauguró la novela social española, influida tanto por el neorrealismo italiano como por el estilo artístico y literario del realismo socialista, escribió en el prólogo a la edición española de "La isla del tesoro" que Stevenson fue un "creador elegante y vital, conciso a veces y a veces generoso, maestro de la lengua inglesa, cuyo rango en ella se eleva progresivamente después de su muerte".
En enero de 2006, expertos de la Biblioteca Beinecke, de la norteamericana Universidad de Yale, descubrieron dos cuentos fantásticos inéditos de Stevenson. Los textos, según informó el diario "The Times", son los cuentos llamados "The clockmaker" (El relojero) y "The scientific ape" (El simio científico), escritos probablemente entre los años 1870 y 1880. Ambas sátiras literarias fueron excluidas por el editor de Stevenson de una colección de fábulas publicada a fines del siglo XIX, quizá por considerarlas demasiado controvertidas y vanguardistas. "El relojero" narra la historia de un excéntrico fabricante de relojes que bebe por error un frasco de microbios de un científico y comienza a actuar de forma extraña, mientras que "El simio científico" es una sátira del colonialismo británico y de la comunidad científica victoriana que narra la historia de un grupo de monos que discuten abiertamente los beneficios de experimentar con humanos. Esta noticia seguramente hubiese alegrado a G.K. Chesterton -un ferviente admirador del autor de "A child's garden of verses" (Jardín de versos para niños) y "The bottle imp" (El diablo de la botella)- que llegó a decir que la lección de la vida de Stevenson "sólo se verá cuando el tiempo haya revelado el pleno sentido de nuestras tendencias actuales; creo que será vista de lejos como un vasto plano o laberinto trazado sobre la ladera de una montaña; trazado, tal vez, por uno que ni siquiera veía el plano mientras trazaba los caminos". Lo que sigue son, precisamente, algunos fragmentos escogidos del ensayo titulado "Robert Louis Stevenson" que Chesterton escribió en 1927.

Gilbert Keith Chesterton (1874-1936). Ensayista y novelista inglés, dueño de un agudo sentido del humor y un espíritu crítico que cultivó mediante el empleo de la paradoja. Entre sus creaciones más importantes se encuentran estudios teológicos, polémicas y libros de poesía. Sus novelas más conocidas son "The Napoleon of Notting Hill" (El Napoleón de Notting Hill) y "The man who was thursday" (El hombre que fue jueves), aunque debe su fama a una serie de relatos que narran las aventuras detectivescas del afable y católico Padre Brown, un descubridor de enigmas, especie de moderno Sancho Panza con aires de Quijote. El Padre Brown -que heredó el cetro que ostentó Sherlock Holmes en la novela de intriga- apareció en medio centenar de relatos repartidos en cinco libros: "The innocence of Father Brown" (El candor del Padre Brown), "The wisdom of Father Brown" (La sagacidad del Padre Brown), "The incredulity of Father Brown" (La incredulidad del Padre Brown), "The secret of Father Brown" (El secreto del Padre Brown) y "The scandal of Father Brown" (El escándalo del Padre Brown). También escribió ensayos sobre Dickens, Blake, Browning, Chaucer, Shaw y Stevenson.

Lo primero que se advierte en la creación de Stevenson es que todas sus imágenes se destacan en contornos muy definidos; y son, por decirlo así, todo canto. Las mismas palabras llevan el sonido y la significación. Lo principal del estilo se relaciona con el decir algo; y en general, en el caso de Stevenson, con contar una historia. El estilo toma su más viva, y por lo tanto, más adecuada forma, de dentro; como la narración se anima y salta, o la afirmación se hace vehemente o de peso, por ser o autoritaria o argumentativa. La frase toma su forma del movimiento, como toma su movimiento del motivo. Y el motivo es lo que el hombre tiene por decir. Cuando hablo del estilo de Stevenson quiero decir la manera como podía expresarse en inglés corriente, aún cuando fuese en algunos aspectos un inglés peculiar; y sólo dispongo del más elemental inglés para criticarlo. No puedo usar los términos de ninguna ciencia del lenguaje, ni de ninguna ciencia de la literatura.
Stevenson escribe de la manera más inconfundible en su propio estilo. En su caso, la crítica ha tendido siempre a ser hipercrítica. Es como si el crítico se hubiese esforzado en ser tan riguroso con el artista, como el artista lo era consigo mismo. Pero los críticos no son muy consecuentes o mirados en este asunto. Le reprochan el ser nimio y exigente, y con ello se hacen más nimios y exigentes ellos mismos. Lo condenan por perder demasiado tiempo en buscar la palabra exacta; y, luego, pierden más tiempo ellos en esfuerzos poco afortunados para demostrar que no es la palabra exacta.
La literatura no es más que lenguaje; es sólo un sorprendente milagro en virtud del cual un hombre dice realmente lo que quiere decir. Algunos escritores, incluyendo a Stevenson, han deseado ser (en el antiguo y propio sentido de la palabra) más agradables en su distinción de la amabilidad. Ahora bien: nos guste o no nos guste esta feliz exigencia, nos sintamos complacidos o irritados por un estilo como el de Stevenson; tengamos o no tengamos una razón personal o impersonal para no poder sufrir el estilo o al hombre, deberíamos tener, por lo menos, la suficiente imparcialidad y justicia crítica para ver cuál es la prueba literaria. La prueba es si las palabras están bien o mal escogidas, no al objeto de satisfacer nuestro propio gusto en materia de palabras, sino al objeto de satisfacer el sentido de la realidad de las cosas que puede tener todo el mundo. Y es absurdo en cualquiera que pretenda amar la literatura, el no ver la excelencia de la expresión de Stevenson en este aspecto. Escoge las palabras que dan la imagen que él, particularmente, quiere dar. Ellas fijan una cosa particular, y no alguna cosa general de la misma especie; y, no obstante, la cosa, a veces, es muy difícil de distinguir de otras cosas de la misma especie. Este es el arte de las letras; y el artífice hizo una vasta multitud de estas imágenes con toda clase de materiales.Stevenson tenía exactamente el talento de no tocar nada sin animarlo. En otras palabras, poseía la facultad, enteramente excepcional, de expresar lo que quería expresar en palabras que realmente lo expresan. Y esto era cuestión de genio en el hombre, y no (como algunos críticos quisieran dar a entender) cuestión de laborioso tratamiento técnico aplicado a dos o tres casos notables. Trozos enteros de su obra fluyen casi tan sencillamente como su correspondencia particular; y su correspondencia particular está llena de la misma vivaz y animada limpieza. Todo demuestra que podría haber escrito veinte volúmenes más, igualmente llenos de estos felices aciertos. Un hombre que hace esto, no sólo es un artista que hace lo que muchos hombres no saben hacer, sino que hace lo que muchos novelistas no hacen. Muy buenos novelistas hay que no tienen este don especial de pintar toda una figura humana con unas pocas palabras inolvidables. Este era el genio de Stevenson; y es sencillamente necio quejarse de él porque era stevensoniano. Yo no censuro a ninguno de los otros novelistas por no ser otra persona. Pero me atrevo a censurarles un poco el que gruñesen porque Stevenson era él mismo. No acabo de ver por qué se le ha de cubrir de desprecio porque podía encerrar en una línea lo que otros hombres ponen en un página; por qué había de ser tenido por superficial porque veía más en el andar o en el perfil de un hombre de lo que los modernos pueden extraer de sus complejos y su subconsciente y por qué se le había de llamar artificial porque buscaba (y encontraba) la palabra exacta para un objeto real; por qué se le había de juzgar baladí porque iba derechamente a lo significativo sin tener que nadar por mares verbales de insignificancia; o por qué se le había de tratar de embustero perque no le daba vergüenza de ser un cuentista.
Las descripciones de los personajes de Stevenson, las más de las veces, no son descripciones estáticas, sino más bien dinámicas; se refieren más bien a cómo un hombre hizo o dijo algo que a cómo era este hombre. Indudablemente, un artista tan cuidadoso como Stevenson, variaba su estilo para adaptarse al tema y al orador; conozco muy pocas obras del autor en que no haya, en las crisis, frases tan cortas y afiladas como un cuchillo.
En toda generalización sobre Stevenson, es fácil, sin duda, olvidar que su obra fue muy variada, en el sentido de ser muy versátil. En un sentido, ensayó estilos muy diferentes; y tuvo siempre mucho cuidado de no ensayar más de un estilo a la vez. La unidad de cada uno acentúa la diversidad de todos. El hecho mismo de que se esmerase en mantener cada uno de sus diferentes estudios dentro de su propio tono o color, hace que su obra parezca más una colcha de retazos de lo que es en realidad. Es siempre un preciso contraste entre cosas completas y homogéneas; cuando estas cosas de descomponen en subdivisiones, el conjunto forma un dibujo más variado pero más general.
Su espíritu no tenía nada que ver con el místico escepticismo tan común en su tiempo. Era responsable, era cuidadoso, era económico, merecía absolutamente el honroso título de trabajador. Lo interesente aquí es que hasta su principal defecto como artista era típicamente el defecto de un artífice. Trabajaba demasiado escrupulosamente, produciendo sólo una cosa perfecta en su género, con ciertos materiales, por cierto método y bajo las limitaciones de cierto estilo.
La obra de Stevenson tiene sus faltas como otras obras excelentes; y su principal deficiencia aparece en cierto defecto de delgadez que es producido por este instinto de rigurosa simplificación. Pero nadie puede escribir dignamente una historia de la literatura del siglo XIX sin hacer notar esta importante desviación en la dirección de una más estrecha y vigilante selección verbal, comparándola, o bien con la alegre laxitud que existió antes, o bien con la triste laxitud que ha venido luego. Sea lo que fuere lo que representa Stevenson en otros aspectos, representa ciertamente la idea de que la literatura no es mera sensación o mera autoexpresión o mero documento, sino una sensación que llama a ciertos sentidos autoexpresión con cierto material y documento en cierto estilo.
Una y otra vez se nos ha dicho, por toda clase de pedantes y progresivas personas, que la humanidad no puede volver atrás. La respuesta es que si la humanidad no puede volver atrás no puede ir a ninguna parte. Todo cambio importante en la historia se ha fundado en algo histórico: y si el mundo no hubiese tratado una y otra vez de reproducir su juventud, habría muerto hace tiempo. Así como el poeta hace sus canciones con recuerdos del primer amor, o el escritor de cuentos de hadas ha de jugar a ser niño, como el niño juega a ser hombre, así todo republicano ha vuelto los ojos a las remotas repúblicas de la antigüedad y hasta el comunista habla de una primitiva comunidad de dioses. El definido retorno a la simplicidad, como expresión de la ardiente sed de felicidad, éste es el único hecho recurrente de la historia; y ésta es la importancia del puesto de Stevenson en la historia literaria.
Supongamos que la manera de hacer de Stevenson fuese completamente pasada y anticuada; dejemos a Stevenson en el pasado muerto, con otros trastos viejos como Cervantes y Balzac y Charles Dickens. Si nos lanzamos dentro de las modas y fantasías más en boga, si corremos a los salones más nuevos o escuchamos las conferencias más avanzadas, no escapamos a la llamada de nuestra infancia. Existe ya un grupo, podríamos decir un grupo familiar, de poetes que se consideran a sí mismos, y son considerados generalmente, como la última palabra en experimentos y hasta en extravagancias, y a los cuales no faltan verdaderas cualidades de profunda atmósfera y sugestión. No obstante, todo lo que es realmente profundo en lo mejor de su obra sale de aquellas profundidades de perspectiva de jardín y de amplia estancia, blancas, con las ventanas de la mañana.
Muchos han especulado acerca de qué es lo que buscan en realidad; pero lo que buscan es siempre lo mismo; este niño perdido que son ellos mismos; perdido en los profundos jardines al anochecer. Es por esto por lo que la verdadera historia de Stevenson debe acabar en donde empezó, porque todos sus perpetuos vagabundeos y esfuerzos se dirigían hacia este fin.