6 de mayo de 2009

Federico Fellini: "El mío es un viaje a un mundo de fábulas, colmado de tremenda felicidad, desprovisto de piedad, pero cargado de poesía"

El 3 de septiembre de 1969 se estrenaba en Italia la película "Satyricon" (Satiricón) del grandioso director Federico Fellini (1920-1993) con las actuaciones de, entre otros, Martin Potter, Hiram Keller, Max Born, Salvo Randone y Capucine. El film sería, a la larga, uno de los más logrados de Fellini junto a "La dolce vita" de 1960 y "Amarcord" de 1973, y contó, una vez más, con la musicalización a cargo de Nino Rota (1911-1979). A partir de la obra de Cayo Petronio Niger (20-66) "Satyricon" o "Satírica", compuesta posiblemente hacia el último tercio del Siglo I de nuestra era, el director escribió el guión con la colaboración de Bernardino Zapponi (1927-2000) en el que narraba la historia de dos jóvenes, Ascilto y Encolpio, quienes se disputaban el amor del efebo Gitone en tiempos del emperador Lucio Domitio Enobardo Nerón (37-68). Tras su estreno en la Argentina, la revista "El escarabajo de oro" en su nº 42 de abril de 1971, reprodujo la siguiente entrevista a Fellini sin mencionar el nombre del entrevistador.¿Qué te ha llevado a realizar este film?

Hay que tener coraje pa­ra admitir que con el correr de los años, las exigencias de carácter idealista, las coincidencias ideológicas, han dejado de urgir. Siempre apa­recen pretextos sentimentales y cual­quier ocasión es buena para mos­trarse a sí mismo.

Pero, ¿por qué entonces filmar ahora "Satiricón"?

En realidad, he partido de una veleidad muy vaga y confusa que me perseguía desde hace años: una obra de puro espectáculo, de pura fantasía, un film libre. Era una in­tención que me planteaba puntual­mente después de terminar cada film, cuando me parecía que mi fa­ceta fantástica debía ser tratada con respeto, impregnada de una cierta realidad inmediata.

Insisto, podrías haberte inven­tado un tema directamente, sin te­ner que recurrir a Petronio...

¿Qué tiene que ver Petronio? Bernardino Zapponi y yo hemos es­crito un "Satiricón" propio. Del de Petronio no quedan más que algu­nos fragmentos aislados. ¿Que no sabíamos cómo se vivía realmente hace dos mil años? ¿Debíamos acaso basarnos en aquello que dicen los estudiosos como Jérome Carcopino? ¿O re­leer a Apuleyo, Ovidio, Horacio, Suetonio? No era ésa nuestra intención. No se trataba de hacer un film de reconstrucción histórica, de cultura libresca. Justamente todo lo contra­rio.

En suma, un viaje a través del tiempo en lugar del espacio, una prospectiva de fantasía científica entre seres tan desconocidos como los marcianos.

Precisamente, es imposible que hoy hagamos ese viaje embarcados en nuestro concepto cristiano del bien y del mal. Pensá que sólo pa­ra divertirse hacían destrozarse a siete mil gladiadores en tres días. En el teatro, el esclavo que interpretaba la parte de Muzio Scevola debía hacer­se quemar la mano sobre el fuego y morir de dolor: en el espectácu­lo siguiente otro esclavo lo sustituía. No quiero juzgarlos, simplemente mi­rarlos, contemplarlos como a través de la ventanilla de una astronave. Tal vez esto me sirva para librarme de mi educación católica.

A propósito, no te habrás ol­vidado de aquel episodio en el co­legio de los Salesianos: el día que proyectabas diapositivos sobre las ruinas romanas y pasaste por equi­vocación la imagen de una mucha­cha semidesnuda, con un seno fue­ra del escote. ¿Es posible que siem­pre, cada vez que te aproximas a la "romanidad", aparezca un desnudo agresivo?

No creo que haya italiano, al menos entre los de mi generación -la crecida entre el catolicismo y el fascismo y desarrollada en el círculo de fuego de la educación sexual del club nocturno- que no lleve adentro la imagen de la Saragina de "8 1/2", de la prostituta, hasta la edad más decrépita. A las mujeres siempre las hemos visto bajo un aspecto angelical o como un producto del infierno. No es cierto que nosotros, como decía Mussolini, seamos un pueblo de navegantes, de santos, de héroes... So­mos un pueblo de atorrantes.

Esto que decís induciría a pen­sar que crees en los jóvenes de hoy.

Yo creo en su pureza, en su virginidad; los veo como depositarios de una nueva verdad que nosotros aún desconocemos. Hasta el último de los melenudos de hoy se ha desem­barazado ya de los problemas que nos dominaron durante veinte años, re­sultado de nuestra horrenda educación. Esos problemas se han engran­decido y establecido, y esos ideales por los cuales tanto sufrimos han perdido vigencia. Fíjate qué crimen monstruoso el nuestro: veinte años ti­rados a la calle, viviendo en una irrealidad total.

Me parece que no se puede ne­gar la analogía entre la sociedad ro­mana de la época de Petronio y la actual.

Algo hay, y es por demás sig­nificativo que el film haya sido he­cho ahora y no en cualquier otro momento histórico. Vivimos en una sociedad que se agrieta, que deriva a la búsqueda de quién sabe qué. Pero ésta no es la clave para comprender a mi "Satiricón". El mío es un viaje a un mundo de fábulas, colmado de tremenda felicidad, desprovisto de piedad, pero cargado de poesía, esa que brotaba entre la gente -los roma­nos-, que al contrario de nosotros los modernos, se sentían en todo momen­to mucho más arraigados a la vida y a la muerte. Un mundo feliz que ha existido, pero tan lejano a nues­tra moral que, para intentar comprenderlo, hemos necesitado reinventarlo, li­berándonos de nuestros prejuicios, observándolo con ojo clínico.

Si los romanos te parecen tan desconocidos como marcianos, ¿me querés decir cómo has elegido las ca­ras y tipos humanos, qué criterios has usado?

Un día, visitando el museo del Capitolio, me pareció reconocer en el busto de mármol de una estatua, el rostro demacrado de una primita bondadosa, y acaricié sus cabellos en­sortijados como si realmente fuese esa niña. "Salolina", me dijeron, "una especialista en torturas y crucifixio­nes que gustaba especialmente de arrancar la piel a sus víctimas con sus propias manos". Desde entonces no voy más a los museos, no leo tampoco los textos de los especialis­tas. Me limito a mi intuición. Te doy un ejemplo: volvamos a los siete mil gla­diadores muertos en el Circo Máximo para diversión exclusiva. ¿Dónde po­dés encontrar un ejemplo de tanta crueldad ejercido con tanta indiferen­cia? He llevado la cámara a un ma­tadero y en la tranquila rutina de la faena de ese trabajo infame, he en­contrado las mismas caras y gestos de los gladiadores de hace dos mil años.

Formidable.

No basta con reflexionarlo.

Hay algo que me ha llamado la atención y es que en algunas tomas obligues a los actores a mirar direc­tamente a la cámara, cuando no es natural que lo hagan.

Es un hallazgo mío de direc­ción que quería que permaneciese se­creto. Es cierto, cada tanto hay gen­te que mira la cámara. Pero el efec­to pueda resultar alucinante porque permite contemplar un mundo desco­nocido de gente extraña que, sorpre­sivamente, establece contactos contigo, que te envuelve, como un marciano que te observa desde la televisión.

Otra cosa. Por momentos parece que quisieras atraparlos en su vi­da cotidiana con la ropa de todos los días, pero con algo equívoco en el comportamiento, en los gestos, en las expresiones.

Eso es justamente lo que quie­ro. ¿Debo mostrar una raza descono­cida como podría verla a través de mi experiencia o mostrarla según los esquemas comunes, convencionales? Es un film con el cual no debiera exis­tir ninguna comunicación; por esta razón hubiera preferido que todos los actores fueran extranjeros, bárbaros, rusos, o que hablaran un idioma in­comprensible para mí. No te imaginas lo contento que me pongo cuando un actor se rebela porque no ha enten­dido un detalle. Y cuando un actor se equivoca, trato de captar cierta co­sa inarmónica, cierta dodecafonía en la recitación.

¿Me equivoco o la ambición de este film supera en mucho a los an­teriores de Fellini conocidos hasta ahora?

Diría que es el más difícil de mis films, no en un sentido absoluto, pero al menos para mí. Porque no puedo contar con eso que los otros llaman mi "improvisación" -y que realmente no lo es- sino que me li­mito a la disponibilidad o a la posi­bilidad de las sugestiones que pueden atraparme a través de ese viaje que es un film. Una característica psico­lógica mía, personal, consiste en enriquecer los films, dilatarlos, podarlos, pulirlos, para dejarlos crecer en una dirección espontánea. Las inspiracio­nes nacen en el set, de conocer me­jor a un actor, de contemplarlo mien­tras hace ciertas cosas en su cama­rín o mientras come. No puedo con­fiarme en nada: lo que quiero es una fidelidad total, rigurosísima, a la imaginación tal cual surge. Este es un film que exige una continua in­candescencia de inspiración: yo no estaba allí hace dos mil años. Es un viaje imprevisible a lo desconocido.

A propósito, una pregunta para el vulgo. Hay quien dice que ga­nas quinientos millones de liras por film; otros, gente del gremio, sostienen que son trescientos; ¿cuál es la verdad?

La verdad es que hago este film casi gratis, porque mi productor Grimaldi ha debido salvarme de todas las deudas que acumulé junto a De Laurentis en el desdeñado "Viaggo di Mastorna" (El viaje de Mastorna). Pero, ¿hay que decir la cifra exacta? No quisiera aparecer como una víctima, como alguien que busca compasión.