Jalisco es un estado del occidente de México, en su mayoría árido. Fue en un tiempo una región fértil, pero debido a la atomización agraria, al reparto agrario, acabó por erosionarse la tierra; de allí ha salido mucha gente, ha abandonado los pueblos, se ha salido; la mayor parte de la gente, de los braceros mexicanos que hay en Estados Unidos, son de esa región, de Jalisco. Es un estado montañoso, en parte montañoso; está cruzado por la sierra Occidental y también es plano en algunas partes, tiene variedad de climas, en las montañas es frío, pero en las llanuras, que están casi a trescientos o cuatrocientos metros sobre el nivel del mar, y muy lejos del mar, le llaman la tierra caliente, precisamente. Es una zona, una faja de tierra que abarca varios estados del occidente del país, que se llama la tierra caliente. En esa región es donde se ubican más o menos mis historias, en la zona de la tierra caliente.
¿Cuánto de sus recuerdos de infancia hay en esas obras?
Bueno, recuerdos simplemente no los hay, sino lo único que hice fue ubicarme en esa región porque la conozco, y porque la infancia es lo que más influye en el hombre. O sea, es una de las cosas que menos se olvida, que más persiste en la memoria de cualquier hombre, y efectivamente, hay el ambiente, la atmósfera.
¿Qué leía usted después de aprender a leer?
Yo tuve en la casa la biblioteca del cura de mi pueblo, porque estalló la Cristiada, una rebelión cristera, y entonces el cura guardó su biblioteca en mi casa y ahí leí desde Emilio Salgari a Alejandro Dumas, todo; era un cura muy raro, porque no tenía casi libros religiosos, ni novenas, ni cosas así, sino que tenía muchos libros de historia y de novela, tenía mucho de novela y tenía todas las obras de Victor Hugo, de Alejandro Dumas. También tenía el Indice, el famoso Index Papal , las obras prohibidas.
¿Y tenía obras prohibidas?
Sí, las tenía, porque él esa biblioteca la había hecho en un pueblo pequeño -bueno, no tan pequeño, siete mil habitantes-, pero recogía de las casas los libros con el pretexto de que era el censor oficial, para decirles a las familias si podían leer los hijos esos libros, si estaban autorizados por la iglesia para ser leídos. Entonces, con ese pretexto, se apoderaba de todos los libros que había en el pueblo y era el único que tenía biblioteca.
¿Hay alguno en especial que le produjo impacto a usted como lector adolescente?
Bueno, en realidad eran libros de aventuras, a excepción de algunas cosas de historia; por ejemplo Bulnes, que escribió sobre Juárez. Bulnes fue un antijuarista, no influyó sobre mí, pero sí me dio a conocer un poco la historia de México, sobre todo en una época muy desastrosa para el país como fue el siglo XIX. Pero tenía bastantes cosas este hombre, tenía muchos libros de historia, había recogido material abundante como para pasarse bastantes años leyendo.
Se ha hablado de la influencia que usted ha tenido sobre un novelista como García Márquez. ¿Usted siente que eso puede ser verdad, o cree que la literatura va por senderos totalmente azarosos y que no tiene nada que ver la lectura anterior?
No creo que García Márquez esté influido por mí. García Márquez es otra cosa: es García Márquez, un gran novelista, un gran escritor, que también fue trabajando su obra escalón por escalón. Dos obras que se publicaron posteriormente a "Cien años de soledad" son en realidad anteriores, son una especie de ejercicios que hizo para llegar a "Cien años de soledad". Pero no creo que yo tenga ninguna influencia sobre él. Al contrario, yo le respeto mucho y considero que su obra es auténticamente original. Ahora no sé, solamente algunos críticos tal vez habrán encontrado influencias en algunos otros autores, pero no conozco ningún autor en quien yo haya influido.
¿Cree que su obra parte de lo mexicano para llegar a tener una simbología más universal?
Bueno, así sucedió; son los azares de la literatura. Yo no escribí con la finalidad de llegar a trascender el ámbito en que estaba hecha, sino que ésta tuvo la suerte de correr, de correr mucho, y de llegar a traducirse a varios idiomas, de ser conocida en todas partes, pero no fue ésa mi idea. Tampoco fue mía la idea de imponer ningún tipo de aspecto de lo mexicano, porque no representa ninguna característica lo mexicano, en absoluto. No hay cosa determinada que pueda permitirnos decir: "Así es México". No, no es México. Ninguna de las cosas es México. Es una parte de México. Es uno de los tantos Méxicos.
El sociologismo está muy metido en la novela que se hace en Latinoamérica. En su caso, ¿usted lo ve implícito? ¿Ha sido su propósito incorporarlo o simplemente es que no se puede escribir en ese territorio de otra manera?
El nivel social, efectivamente, en América Latina no es una cosa que solamente se hace, sino que es necesario que se haga, porque los problemas sociales en toda América Latina siguen siendo fundamentales. Mientras no se resuelva el problema social o económico, no se resolverá nunca el problema político. Somos países con problemas sociales terribles, de contrastes tremendos entre la gran riqueza y la gran pobreza. Entonces, escribir una novela que no tenga aspecto social es salirse un poco de la realidad, ya sea literaria o de la realidad o de la creación literaria. Ahora, en ciertos países escribes una novela autobiográfica realista y resulta que refleja los problemas de ese país. Yo no creo pertenecer a esa corriente. Yo no reflejo los problemas de mi país, aunque sí toco los temas sociales, el tema del campesino, del fanatismo, de la superstición, un poco de la magia y de la mitología y del sincretismo religioso. El sincretismo religioso es muy poderoso en México, porque el mestizaje se logró étnicamente, quizá, pero mentalmente no. Entonces, por ejemplo, cuando la expulsión de los jesuitas en 1777, aún empezaban las misiones tratando de cristianizar a estos pueblos, al país en realidad, y no solamente los jesuitas, sino los franciscanos, todos los frailes. La conquista espiritual de México es una gran hazaña, una de las más grandes hazañas en la historia del país, pero se quedó a medias. Parte del pueblo quedó mitad cristiano, mitad pagano. Entonces se creó el sincretismo religioso; por eso existe esa mitología, mitología que es muy común, sobre todo, en los países indoamericanos. Por Indoamérica me refiero, no a los países como la Argentina, Uruguay, Chile, que son trasplantes europeos, sino a los demás países de América Latina; nosotros le llamamos Mesoamérica, pero ése es un término que no entenderían en muchas partes. A nosotros nos dicen sudamericanos a veces, nosotros no somos sudamericanos, los mexicanos no somos sudamericanos; sin embargo nos dicen sudamericanos; nosotros somos norteamericanos, pero no somos de Estados Unidos, pero también somos estadounidenses, porque somos los Estados Unidos de México, Estados Unidos mexicanos. Pero pertenecemos al norte, a la miseria del norte de América, estamos en la parte norte de América. Esa mezcla que hubo entre el catolicismo y el paganismo fue lo que creó esa característica muy especial, casi mítica, en donde hay una revoltura religiosa y mental del pueblo, hay una mitología pagana y hay un ritual cristiano, esas dos cosas se han mezclado y se ha creado lo que llamamos sincretismo.
¿Es usted un hombre religioso?
Bueno, soy católico, sí.
¿Qué supone, en un país cuya historia espiritual usted nos acaba de resumir, ser católico?
Nosotros somos bautizados, hemos ido a la Iglesia, hemos hecho la primera comunión, hemos practicado la religión hasta cierta edad, y en determinados momentos nos hemos dado cuenta de que estas cosas, pues no, no nos llevan a ninguna parte y, entonces, hemos abandonado bastante la cosa del catolicismo. Eso pasa en la clase media baja y en la clase media alta, no en la clase baja ni en la clase alta.
¿Usted se relaciona mucho con los intelectuales?
No, en realidad no estoy muy relacionado. Los conozco a todos. Por regla general a todos los conozco. Tengo relación con todos. No hay un ambiente propicio en la ciudad de México para escribir. Entonces se lucha mucho. En México, fuera de dos o tres escritores, como Luis Spota o algún otro, que viven de la literatura, nosotros tenemos que vivir de algún trabajo; yo trabajo en el Instituto Nacional Indigenista, editando libros de antropología social, y eso me ocupa casi la mayor parte del tiempo. Esa es la razón por la que yo casi no tengo tiempo de escribir, de dedicarme exclusivamente a escribir.
El trabajo del Instituto Indigenista que usted hace, relacionado con la antropología, de alguna manera le ayuda a cultivar su pasión por la historia. ¿Podría decirnos por qué existe en usted, que es un creador de ficción, esa pasión por la historia?
Me gustan mucho los cronistas del siglo XVI, XVII y XVIII, y me gustan por su forma de escribir, por la frescura del lenguaje. Estos hombres escribieron en la lengua del siglo XVI. Es un lenguaje muy fresco que actualmente en España mismo es arcaizante, pero para nosotros no lo es. En la región de donde yo soy aún se habla ese lenguaje. Entonces, el hecho de que yo lea crónicas tanto de la conquista como crónicas religiosas o de la historia de México se debe a que además de que me enseña historia es un gran placer leer a estos hombres; ellos escribieron de una forma muy espontánea, sin saber que los iban a leer nunca. Simplemente hacían la crónica de su obra.
Usted es un creador de ficción. Por otra parte, sus aficiones paralelas son la historia o, por lo que me han dicho, la fotografía en algún tiempo, y expresamente la fotografía documental. ¿Por qué usted ese otro aspecto crítico, analítico, realista de su personalidad no lo ha evidenciado tanto en escritos críticos o en crónicas de lo que está sucediendo?
Porque soy malo para el reportaje, soy mal reportero, sería mal reportero, no puedo escribir sobre lo que veo, puedo haber visto muchas cosas, puedo haber observado u oído muchas cosas, pero no podría desarrollarlas ni cosas autodidácticas tampoco. Así no desarrollo autobiografías ni ninguna de las cosas que hago. Tampoco puedo describir una cosa que veo. Tengo que imaginarla.
Hay un tema que es aquél de la mitología llevada a su obra, la mitología o las costumbres ancestrales mexicanas. Le hablo, por ejemplo, de ese episodio de uno de sus libros en el que los padres deciden dar nombre a un niño de acuerdo con el primer pájaro que se pose, y ese pájaro resulta ser una bicicleta, y termina el niño llamándose Juan Bicicleta.
Bueno, eso fue en la época de Garrido Canabal. Se dio en el estado de Tabasco cuando él prohibió que el santoral católico se aplicara para bautizar a los niños; entonces, por ejemplo, yo conocí a un señor que se llama Scott, un mulato, era de Costa Rica. Yo le pregunté si era inglés, dijo que no, mi padre era tabasqueño y se llamaba, de nombre, Scott, y así sucesivamente ellos tomaban los nombres que vienen en las marcas de las medicinas, a veces, y se llamaban Gillette o Alka-Seltzer.
Ahora se llamarían Grundig u Honda.
O Volkswagen.
Me gustaría preguntarle sobre Octavio Paz.
Octavio Paz es un gran poeta, un gran ensayista y un gran hombre, que trabaja mucho, ha escrito bastante y ahora se puede considerar que, con Pedro Salinas, es uno de los mejores poetas. Para mí Octavio Paz es uno de los mejores poetas.
¿Qué es lo que distingue a Octavio Paz como creador mexicano?
Octavio Paz nunca se ha desligado de México, de la cultura mexicana. Ha estado muchos años en París, ha estado de embajador y ha estado bastantes años fuera del país, pero siempre ha tenido sus raíces netamente mexicanas; tal vez será porque su padre era de Jalisco también. Somos los jaliscenses muy arraigados a la tierra.
¿Lee usted su obra de nuevo? ¿Después de escribirla, forma parte de su lectura?
No, ya hace mucho que no la leo, bastante tiempo que no la leo.
¿Cuál es su reacción ante la obra ya comunicada, ante un libro?
Pues que está muerto, que ya es una cosa muerta.
¿Y mientras lo escribe?
Mientras lo escribo sí hay un interés válido.