Como es archisabido, a su muerte Kafka era un escritor prácticamente desconocido para el gran público, y hubiera seguido siéndolo si Max Brod hubiera cumplido los deseos de su amigo de destruir la totalidad de sus manuscritos inéditos. Pero Brod hizo todo lo contrario y dedicó el resto de su vida a publicar, difundir y comentar la obra kafkiana. Pocos meses después de la muerte de su autor, todavía en 1924, se publicaba "Un artista del hambre", libro del que Kafka aún había tenido tiempo de corregir galeradas, y a partir del año siguiente fueron publicándose las obras, en su mayor parte inacabadas, que al parecer Kafka hubiese preferido destruir: en 1925, "El proceso"; en 1926, "El castillo"; en 1927, "América"; en 1931, "La muralla China". La primera edición de las obras completas, en seis volúmenes, también a cargo de Brod, se publicó entre 1935 y 1937, y la segunda edición, mucho más extensa, en diez volúmenes, entre 1946 y 1967; en esta última edición, que el infatigable Brod se encargó asimismo de supervisar y dirigir, figuraba la correspondencia sostenida con Milena Jesenská, Felice Bauer y Grete Bloch, mujeres con las que mantuvo conflictivas relaciones a lo largo de su vida.
En la segunda mitad de los años veinte aparecieron las primeras traducciones que dieron a conocer a Kafka en el extranjero; en varios países fueron las revistas literarias las que abrieron el fuego con textos relativamente breves: así, "La metamorfosis" se tradujo al español gracias a la "Revista de Occidente" y al francés gracias a la "Nouvelle Revue Francaise". En 1930 se publicó "El castillo" en su versión inglesa, y en 1933 "El proceso" se tradujo al francés y al italiano. En 1937 Brod publicó su célebre "Franz Kafka, eine biographie" (Franz Kafka, una biografía), sin embargo, hasta la Segunda Guerra Mundial Kafka no fue un autor conocido por la gran mayoría de los lectores, y sólo después de la posguerra empezó a considerársele como uno de los grandes genios de la novela contemporánea.
Para entonces, la mayor parte de sus familiares y amigos habían desaparecido trágicamente durante la ocupación alemana; sus padres murieron unos años antes de la guerra (Hermann Kafka en 1931, y su esposa Julie en 1934), pero sus tres hermanas, sus cuñados y varios de sus sobrinos murieron en los campos de concentración nazis; también víctimas de los nazis murieron sus amantes Milena y Grete, su amigo Oskar Baum y Otto Brod, el hermano de Max. Su otro gran amigo, el escritor Ernst Weiss, que se había refugiado en Francia, se suicidó en 1940 al entrar los alemanes en París. Durante la ocupación alemana se perdió también la biblioteca de Kafka, y se quemaron multitud de manuscritos suyos y de documentos relativos a su persona.
Pocos de los que le trataron íntimamente sobrevivieron a la guerra; varios de ellos se refugiaron en los Estados Unidos, como el poeta y dramaturgo Franz Werfel, que murió recién terminada la contienda en 1945, su antigua prometida Felice Bauer, muerta en 1960, y su editor Kurt Wolff, que murió en 1963. Felix Weltsch, editor y filósofo sionista, allegado a su círculo de amistades más cercano, falleció en 1964, y finalmente Max Brod, cuyo nombre irá siempre asociado al de su genial amigo, murió en diciembre de 1968 en Tel Aviv, adonde había huído tras la invasión nazi a Checoslovaquia.
Cuando Kafka murió de tuberculosis en Viena un mes antes de cumplir cuarentiún años, Brod se hizo cargo de su legado, que incluía, como hemos visto, numerosos manuscritos inéditos. Kafka le encargó que quemara sus obras tras su muerte, pero Brod desobedeció providencialmente la orden de su amigo: no sólo no destruyó los textos sino que los editó y los publicó. Sin embargo, no alcanzó a publicar la totalidad de ellos. Cuando escapó de los nazis, empaquetó las pertenencias de su amigo en una valija y escapó hacia Jaffa (actual Tel Aviv), en lo que actualmente es Israel, donde se estableció en 1939. Allí cedió parte del material que poseía a algunos archivos oficiales, entre ellos los manuscritos de "La metamorfosis", "El castillo" y "América", pero retuvo buena parte de diversos papeles personales de Kafka. Viudo y sin descendencia, Brod mantuvo relaciones con varias mujeres, entre ellas su secretaria, Ilse Esther Hoffe, a quien legó sus pertenencias al morir.
Se supone que han quedado sin editar muchos de aquellos manuscritos, pero el acceso a ellos ha estado vedado por la legataria, que siempre se opuso a ceder su preciado tesoro, ni siquiera a la Biblioteca Nacional de Jerusalén, para que los conservara y los catalogara adecuadamente. No obstante sus negativas a cederlo a una institución, lo que sí hizo la heredera fue vender algunos manuscritos. Así, en 1988, puso en venta el manuscrito de "El proceso", por el que embolsó la cifra récord de dos millones de dólares en una subasta en Londres. Afortunadamente, el comprador lo cedió a una biblioteca pública alemana. Otros textos los alojó en almacenes israelíes y extranjeros. El resto lo guardó en su apartamento de Tel Aviv. En 1974, Hoffe fue detenida en el aeropuerto internacional Ben Gurión cuando intentaba salir del país con algunas cartas de Kafka y su diario de viaje. Se la acusó de ser sospechosa de infringir la Ley de Archivos, que prohibe sacar de Israel material de archivo valioso antes de que la administración lo haya registrado y copiado. Tras el incidente, Hoffe accedió a que se catalogaran todos los documentos y objetos de su colección privada. Aún así los técnicos del departamento de archivos aseguraron que la anciana seguía ocultando el material más valioso y que incluso se llevó parte de él al extranjero ilegalmente.
La mayor preocupación para los estudiosos es que los documentos puedan haberse deteriorado tras décadas en pésimas condiciones de conservación. Las autoridades de Tel Aviv ya advirtieron que es altamente probable que los papeles, con un alto contenido en ácido sulfúrico, no hayan tolerado las condiciones de humedad del apartamento de Hoffe en el centro de la ciudad, a lo que se añade el estropicio que pueden haber causado las docenas de perros y gatos que mantenía la anciana en su departamento hasta 2006, cuando una inspección de sanidad tuvo que intervenir después de que los vecinos denunciaran el mal olor del domicilio. Tras la muerte de Hoffe en 2008 a los cientoún años de edad, actualmente los exégetas de Kafka esperan que las herederas de la vieja secretaria de Brod, sus hijas Ruth y Hava, sean más receptivas que su madre, pero hasta el momento ha sido imposible contactar con ellas.
La angustiosa y simbólica narrativa de Kafka, quien sin dudas es una de las figuras más significativas de la literatura moderna, ha promovido interpretaciones tanto de literatos como de filósosofos y psicólogos. Lo que sigue es la opinión de algunos de ellos.
Theodor W. Adorno (1903-1969), filósofo, sociólogo y musicólogo alemán, destacado representante de la llamada Escuela de Frankfurt, es autor de "Dialektik der Aufklärung" (Dialéctica de la Ilustración), "Philosophie der neuen musik" (Filosofía de la nueva música), "Mimima moralia. Reflexionen aus dem beschädigten leben" (Moralia mínima. Reflexiones desde la vida dañada), "Negative dialektik" (Dialéctica negativa) y "Asthetische theorie" (Teoría estética). Su obra se centra en el campo específico de los estudios sociológicos y descuella su elaboración de las escalas de medida de las tendencias fascistoides potencialmente presentes inclusive entre los miembros de sociedades democráticas, actitudes para él ligadas al prejuicio y a la adhesión a modelos de comportamiento estereotipados y conformistas.
"Klaus Mann ha llamado la atención sobre las analogías existentes entre el mundo de Kafka y el Tercer Reich. La alusión política es, en verdad, totalmente ajena a su obra... pero, en todo caso, el contenido de esa obra apunta más al nacionalsocialismo que al oculto dominio de Dios... Igual que su compatriota Gustav Mahler, Kafka se pasa a los desertores. En lugar de la dignidad del hombre, supremo concepto burgués, aparece en él la salvadora meditación y recuerdo de la semejanza con el animal, semejanza de la que se nutre todo un estrato de su narrativa. Kafka no glorifica el mundo sometiéndose a él, sino que resiste a él mediante la no-violencia. Ante ésta, el poder debe confesar ser lo que es; en esto se basa Kafka".
Roland Barthes (1915-1980), crítico literario, sociólogo y filósofo francés que fue marxista en sus comienzos, se acercó luego a la crítica existencialista y posteriormente se convirtió en uno de los primeros teóricos del estructuralismo. Su obra incluye "Le degré zéro de l'écriture" (El grado cero de la escritura), "Critique et vérité" (Crítica y verdad), "L'empire des signes" (El imperio de los signos) y "L'aventure sémiologique" (La aventura semiológica). Su obra lo ha situado entre los intelectuales franceses más relevantes y polémicos de la segunda mitad del siglo XX. Está considerado el máximo representante del postestructuralismo francés y uno de los padres de la semiótica moderna.
"El sistema alusivo de Kafka funciona como un signo inmenso que se pusiera a interrogar a otros signos. Ahora bien, el ejercicio de un sistema significante conoce una única exigencia, es decir, la propia exigencia estética: el rigor. He ahí una respuesta de Kafka a todo lo que se investiga actualmente en torno a la novela: que finalmente es la precisión de una escritura (precisión estructural desde luego, y no retórica; no se trata de escribir bien) la que compromete al escritor en el mundo. La literatura es posible, porque el mundo no está hecho".
Georges Bataille (1897-1962), escritor y antropólogo francés cuya obra literaria se compone de ensayos -que parecen novelas aunque que no llegan a serlo- que incursionan en el terreno de la filosofía, la estética y el erotismo. Su obra más importante la forman "L'expérience intérieure" (La experiencia interior), "Le coupable" (El culpable), "Histoire de l'oeil" (Historia del ojo) y "La Littérature et le Mal" (La Literatura y el Mal). Artista maldito y revolucionario, fue -aunque suene incompatible- nietzscheano y marxista en forma simultánea, pues veía en el dionisismo del primero y en la revolución comunista del segundo dos formas de quebrantar la homogeneidad fascista y productivista.
"La actitud de Kafka ante la autoridad del padre no tiene más sentido que el de la autoridad general que se desprende de la actividad eficaz. Aparentemente, la actividad eficaz elevada al rigor de un sistema fundado en la razón, como en el comunismo, es la solución a todos los problemas, pero no puede ni condenar absolutamente, ni tolerar en la práctica la actitud propiamente soberana. Esta dificultad es grande para un partido que sólo respeta la razón, que no advierte nada en los valores irracionales, en donde la vida lujosa, inútil, y el infantilismo se iluminan. La única actitud soberana admitida en el cuadro del comunismo es la del niño, pero en cuanto es una forma menor. Es concedida a los niños que no pueden elevarse a la seriedad de los adultos. El adulto, si da un sentido mayor al infantilismo, si ejerce la literatura con el sentimiento de alcanzar el valor soberano, no tiene sitio en la sociedad comunista. En un mundo del que está expulsada la individualidad burguesa, y el humor inexplicable y pueril del adulto, Kafka no puede ser defendido. El comunismo es en principio, la negación plena, lo contrario de la significación de Kafka".
"La alegoría, el símbolo, la ficción mítica que tienen un extraordinario desarrollo en su obra, resultan indispensables para Kafka debido a la índole de su meditación. Esta oscila entre los dos polos de la soledad y la ley, del silencio y la palabra común. No puede alcanzar a ninguno de los dos polos y es también una tentativa por salir de la oscilación. Su pensamiento no puede encontrar reposo en lo general, pero en la medida en que se lamenta a menudo de su locura y de su aislamiento, ya no es la soledad absoluta, puesto que habla de esta soledad; ya no es el sinsentido, puesto que su sentido está en ese sinsentido; ya no está fuera de la ley, puesto que su ley es ese extrañamiento que lo reconcilia. Sus textos reflejan el malestar de una lectura que quiere conservar a la vez el enigma y la solución, el equívoco y la expresión de ese equívoco, la posibilidad de leer en la imposibilidad de interpretar esta lectura".
Walter Benjamin (1892-1940), filósofo y crítico literario alemán cuyos ensayos sobre temas estéticos y literarios ejercieron una gran influencia en su época y son considerados clásicos. Afirmaba que el auge del fascismo y la sociedad de masas eran síntomas de una era degradada en la que el arte se había convertido en una fuente de gratificación para ser consumida. Su obra -que muestra una profunda sensibilidad por el sufrimiento de las víctimas de la historia- se compone, entre otros, de "Ursprung des deutschen trauerspiels" (El origen del drama barroco alemán), "Einbahnstrasse (Calle de sentido único), "Das kunstwerk im zeitalter seiner technischen reproduzierbarkeit" (La obra de arte en la era de su reproducibilidad técnica) y "Geschichtsphilosophische thesen" (Tesis sobre la filosofía de la Historia).
"Como el Greco, Kafka abre con cada gesto el cielo, pero también como en el Greco -que era el santo patrono de los expresionistas-, el elemento decisivo, el centro de la cuestión sigue siendo en él el gesto. Kafka quería contarse entre los hombres comunes. El límite de la comprensión se le planteaba a cada paso que intentaba dar. Y ama presentárselo también a otros. A menudo, parece no lejos de decir: 'Pero si es así, hay aquí un misterio y nosotros no podemos comprenderlo. Y si hay un misterio, nosotros tenemos el derecho de predicar el misterio y de enseñar a los hombres que lo que importa no es la libre decisión de sus corazones, no es el amor sino el misterio, al que están obligados a someterse ciegamente y por lo tanto independientemente de su conciencia', como 'El gran inquisidor' de Dostoyevski".