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Mucho se habla hoy de la Sociedad Global de la Información (SGI). Sin embargo, usted la refuta y dice que hablar de ella es un mito. ¿Por qué?
El concepto aparece en 1995 por los días en los que andaba una Cumbre del G7. Es decir, una reunión de los países más ricos e industrializados del mundo. Ya por ahí, usted puede sacar algunas conclusiones. En el momento en que nace, ya es evidente la fractura o desequilibrio del mundo en materia digital. Entonces, lo que se trataba era de dotarse de un instrumental técnico, con el que se pensaba superar las diferencias de desarrollo. Y por eso es un mito. Porque en el fondo, lo que subyace es una visión tecnocrática. Muchas voces, a principios de este siglo, han planteado que no se puede hablar de la SGI, sino de Sociedades del Saber, que permiten incorporar los elementos técnicos, desde sus diferencias y sus culturas. A mí me parece que este concepto es el más correcto.
En varias ocasiones usted ha encendido el bombillo de alarma ante la falta de un debate sobre las problemáticas de los cambios que ha traído la comunicación para las sociedades. ¿Por qué esa falta de discusión para un tema tan vital?
Porque las agencias de la ONU no lo han puesto sobre la mesa de discusiones y, sobre todo, porque no se menciona ni se denuncia la concentración financiera que se ha operado en los medios de comunicación y el modo en que eso atenta contra la identidad de los pueblos. Son pocos los que se atreven a hacerlo.
Entonces, ¿cree usted que en estos momentos hace falta un segundo informe McBride, profesor?
¿Por qué no? Al menos, sería bueno retomar las grandes líneas del Informe McBride. Sobre todo uno de sus grandes principios: el de establecer una definición jurídica sobre los Derechos de la Comunicación, lo que para mí es más amplio que el concepto de Libertad de Comunicación. Lo que pasó con el Informe es que después le construyeron una leyenda negra. Y, sin embargo, hoy continúan latente muchos de los problemas que le dieron vida. El de la concentración de los medios es uno.
¿E Internet? ¿Acaso Internet no rompe con ese monopolio de la información?
Internet es un instrumento formidable. Pero vamos a hablar claro. El cambio no se logra con guerrillas informáticas. Al menos sino se plantea una de las cuestiones de fondo y que es establecer los marcos jurídicos en los que se debe mover la comunicación.
En su artículo "La hipnosis de una nueva economía y el progreso" usted señala el alejamiento que, históricamente, los intelectuales progresistas han tenido de los problemas de la comunicación. ¿A qué se debe ese distanciamiento cuando el tema de la información se ha convertido en algo tan decisivo para las sociedades?
Durante mucho tiempo, las izquierdas que nacieron de los movimientos obreros pensaron a los medios a partir de la noción agitación-propaganda. Para ellos, comunicar era propagandizar y lograr la agitación de las masas. Eso los hizo tener una visión recortada del problema y no se dieron cuenta de que en la comunicación también entran cuestiones tan elementales como el de la cotidianidad de las personas. Yo tuve la experiencia de Chile durante el gobierno de Allende. Entonces, la televisión transmitía todo tipo de espacios y, entre ellos, la telenovela. Recuerdo a una: "Simplemente María". No había manera de competir con ella. Cuando empezaban a transmitirla, todo se detenía. Las amas de casas, los niños, los mismos obreros paraban todo lo que hacían y se sentaban a verla. Y aquello nos hacía pensar: ¿cómo era posible que personas empeñadas en construir una sociedad nueva se interesaran en algo que estaba en contra de los principios que ellos defendían? Esas contradicciones nos hacían plantearnos el interrogante sobre qué es la Comunicación de Masas.
¿Considera que la izquierda está hoy en condiciones de sostener un debate sobre los problemas de la comunicación?
Creo que el debate dentro de ella avanza muy lentamente. En los Foros Sociales Mundiales el tema ha evolucionado, tiene un mayor peso en las últimas ediciones, incluso cuenta con un eje central: la cultura y la comunicación. Sin embargo, cuando se trata de analizar la relación entre poder, cultura y comunicación, enseguida aparece un signo de interrogación. En Europa prima un análisis economicista, sin que se den cuenta de que el problema debe abordarse también desde las identidades culturales, que son las que están en peligro.
Usted ha dicho que lo importante en estos momentos no es analizar los contenidos de las historietas del Pato Donald sino las transformaciones que se han operado en las sociedades con la internacionalización de las comunicaciones. ¿Qué ha sucedido en el mundo de los medios de comunicación desde ese día de 1971 en el que apareció "Para leer al Pato Donald", hasta fechas más recientes en las que se publicó su libro "Historia de la sociedad de la información"?
Ha sucedido una crisis en el modelo de acumulación capitalista. A partir de la década de los años '70 del siglo pasado se retiró la paridad del dólar con el oro, ocurrió la primera crisis petrolera y otros eventos que obligaron a plantearse un modelo de desarrollo a partir de las tecnologías de la comunicación y la información. Esa propuesta nace ante la necesidad de lograr un nuevo modo de gobernar. En los años siguientes, los Estados Unidos lo convirtieron en el centro de sus intentos por imponer su hegemonía política y militar. Entonces, la comunicación se vuelve un elemento central en medio de esa estructura de poder. Por eso vemos la captación de tantos profesionales para respaldar esa forma de dominación. Ellos son los que producen la información y con ella el conocimiento.
¿Y qué ha pasado con Armand Mattelart en todos estos años? ¿Qué ha cambiado y qué sigue permanente en él?
No he perdido mi capacidad de indignarme. Pueden haber cambiado muchas cosas, pero no mi irritación ante los desniveles de equidad y frente a las injusticias. En eso sigo siendo el mismo de siempre.
Profesor, leemos sus entrevistas y sus ensayos, y una interrogante nos asalta constantemente: ¿en qué medida continúan pesando en usted las experiencias que vivió en el Chile de Salvador Allende?
Me marcó mucho, sobre todo por lo que me enseñó. Quise mucho ese tiempo y aún lo sigo haciendo.
¿Qué le enseñó el Chile de Allende?
Trataría de resumirlo en lo siguiente: primero me mostró la debilidad de la izquierda frente a los problemas de la comunicación, en medio de una campaña de propaganda brutal contra el gobierno de la Unidad Popular. Teníamos necesidad de una teoría para entender los medios y no la teníamos a mano. Lo otro que me mostró el proceso chileno fue algo que después se llamó el espacio global de la comunicación. Por las características de las fuerzas que integraban a la Unidad Popular, se permitió la entrada a chorros de las informaciones de múltiples agencias de prensa que, en vez de informar, atacaban y manipulaban. Allende fue muy lúcido y denunció el poder de las transnacionales, que era el que operaba detrás de ese poder global de la información.
¿Sabe que usted está incluido dentro del bando de los apocalípticos?
Oh, sí... Me divierto mucho con esas cosas...
Y cuando proclaman que Armand Mattelart es un apocalíptico, ¿en qué piensa?
Esa es una caracterización que ha perdido la necesidad de la crítica. Con el concepto de apocalipsis se piensa en algo que necesariamente terminará en la fatalidad. Y yo, cuando investigo, lo hago sobre lógicas que existen y, sobre todo, para encontrar alternativas que nos alejen del desastre. Por eso lo digo: nunca seré un apocalíptico. De ningún modo.